domingo, diciembre 12, 2004

LA ZONA FANTASMA. 12 de diciembre de 2004. Traducción y racismo


Cuando, hace ya muchos años, daba clases de Teoría de la Traducción, el primer día procuraba convencer a mis alumnos de la veracidad de dos afirmaciones contradictorias, de carácter general. Una era "Todo puede traducirse". La otra, "La traducción es imposible". Y, si no me equivoco, tras ejemplos variados y diferentes maneras de enfocar el asunto, acababan por aceptar que ambas cosas eran ciertas, o al menos podían serlo. La segunda de ellas me ha venido a la memoria a raíz de la tremendamente inflada polémica en torno a las palabras que el seleccionador de fútbol, Luis Aragonés, dirigió en un entrenamiento al jugador Reyes. Una cámara captó la escena, ésta dio la vuelta a medio mundo, y luego vinieron las posteriores torpezas y los imbéciles de turno para complicar lo que, de haber habido un buen traductor por medio -o bien ser posible la traducción, la cabal-, no debería haber tenido importancia, o muy escasa.

Lo que Aragonés soltó a su pupilo, para picarlo en su amor propio y "motivarlo", fue algo así como: "Dígale, demuéstrele a ese negro de mierda que usted es mejor que él". Se refería al famoso compañero de Reyes Thierry Henry; ambos en el Arsenal londinense, y yo creo que cualquier español conocedor de las hablas coloquiales que la gente emplea aquí muy a menudo, supo, desde el momento en que trascendió el comentario, que en la frase de Aragonés no había -o no por fuerza, desde luego- racismo alguno, y que lo mismo podía haberse referido a Van Nistelrooy como a "ese holandés de mierda", a Shevchenko o a Kahn como a "ese rubio de mierda", o a Adriano o Kaká como a "ese brasileño de mierda". Se trataba tan sólo de una manera (ruda) de hablar, que todos conocemos bien y que nunca hay que tomar al pie de la letra, igual que no se nos ocurre tomar de ese modo insultos objetivos que sin embargo se dicen en tono cariñoso, o envidioso-admirativo: "Qué suerte tienes, cabrón", o "Qué bien juega el hijoputa", son cosas perfectamente habituales que no encierran injuria pese a las apariencias: y "ese negro de mierda" pertenece a la misma gama -ya digo, envidioso-admirativa-, y la traducción explicativa de las palabras de Aragonés vendría a ser esta: "Demuéstrele a ese negro del que se hablan tantas maravillas (estoy hasta los cojones de oír su alabanza, y bien que es merecida), que usted es incluso mejor que él". Yo apostaría a que la expresión "de mierda" llevaba el elogio implícito, y lo justo que a Luis le parecía ese elogio, esto es, lo envidiable. No es nada infrecuente que cuando alguien hace algo muy bien, se diga o piense de él: "Qué hijoputa el tío, cómo remata, cómo escribe, cómo toca el piano".

Ahora bien, ¿es esto propiamente traducible? ¿Con todos los matices y hábitos que he apuntado, y que a cualquier español no cursi nos facultan para oír la conflictiva expresión con naturalidad y sin ir a buscar en ella lo que en realidad no hay? Probablemente sí sea traducible, pero se habría requerido de un magnífico traductor (pocos hay, y en la prensa menos) que conociera a la perfección ambas lenguas, el español y el inglés. Lo que es seguro es que si la frase se traslada literalmente sin más, suena fatal y se entiende por fuerza de manera muy distinta de como aquí la entendimos todos.

Pero a eso se añadió, por desgracia, que Aragonés, con elementalidad excesiva, desbarró con unos periodistas británicos sobre el racismo congénito del país de éstos. Y se añadieron, sobre todo, los cretinos miméticos (todas las sandeces prosperan en nuestro tiempo, siempre son imitadas y repetidas por diez mil cabestros) que se dedicaron a abuchear y a proferir gritos simiescos cada vez que un jugador negro de un equipo rival tocaba el balón. Uno de los mayores problemas de nuestra época es, también, el ansia general de otorgar importancia a lo que no la tiene, o muy poca. Es obvio que los ultras de Chamartín que tuvieron esa actitud tarada ni siquiera son racistas verdaderos, ya que si lo fueran de veras silbarían en cada partido a Ronaldo y a Roberto Carlos, que son mestizos, o lo habrían hecho con Makelele durante años. El problema es de esos ultras, ellos sí simios, no sólo por su nula racionalidad, sino por su primitiva propensión al remedo. Puede que durante una temporada padezcamos en nuestros campos una ola de comportamientos así, que en realidad no responden a algo profundo (a los futbolistas estamos acostumbrados a verlos sólo como tales, y de hecho cuesta acordarse de que Ronaldo o Roberto Carlos no son blancos, porque nos trae sin cuidado), sino a un expediente más para provocar al contrario y descentrarlo. Es sólo la crueldad superficial y descerebrada de una parte del público de todo estadio: al jugador cuya mujer le ha puesto cuernos le sacarán el índice y el meñique todo el partido, y al que ha consumido cocaína le cantarán "Fulano, pásanos una raya", y así hasta el infinito. En realidad sólo cabe añadir que ojalá todo racismo, el que no se limita a los estadios, fuera así: en el fondo tan estúpido, tan pueril y tan inocuo. Que se lo digan a los inmigrantes que no juegan al fútbol.

Javier Marías

El País Semanal, 12 de diciembre de 2004