domingo, diciembre 05, 2004

LA ZONA FANTASMA. 5 de diciembre de 2004. Venga más papel de fumar

Un joven escritor bilbaíno me hace llegar un breve cuento destinado a un proyecto colectivo, digamos literario-musical, sobre el equipo de fútbol de su ciudad, el Athletic de Bilbao, que, como es sabido, debe de ser el único del mundo en el que no sólo no hay extranjeros ni los ha habido nunca, sino ni siquiera españoles de otras zonas que el País Vasco y Navarra. Y aunque en los últimos tiempos haya habido mucho aficionado interesado en darle a esta tradición un tinte nacionalista y racial, cuando no racista, siempre hay que agradecerle al Athletic que se mantenga fiel a lo que fueron los inicios de este deporte: los habitantes de un lugar contra los de otro, sin préstamos ni refuerzos importados, de tal manera que la identificación de los espectadores con sus jugadores tuviera verdadero sentido, y la sentimentalidad razón de ser, en las victorias como en las derrotas.

El motivo del envío era el siguiente: los responsables del proyecto habían decidido suprimir el cuento a última hora porque, según ellos, podía molestar u ofender a los homosexuales y a los hinchas del Real Madrid. Y, en mi calidad de conocido representante de estos últimos, el joven escritor solicitaba mi opinión al respecto, para quedarse más tranquilo sí yo no me sentía agraviado, y poder pensar que sus "censores" se habían excedido en su celo, nada más. Y, en efecto, supongo que lo habré tranquilizado. Y aunque por los homosexuales no pueda hablar, muy tonto tendría que ser, creo yo, el gay que se molestara por el único detalle relativo a esa condición, a saber: cuando el hijo adolescente del protagonista (acérrimo seguidor del Athletic) aparece un día con la carpeta forrada de fotos de Beckham, lo primero que al padre se le ocurre es preguntarle si es homosexual. Algo perfectamente verosímil, dado que, desde su llegada al Madrid, este futbolista no ha deslumbrado por su juego lo suficiente para ser el ídolo de nadie, mientras que su indudable apostura lo ha convertido, al igual que en su país de origen, en un individuo admirado y deseado por la mayoría de quienes gustan eróticamente de los varones, sean aquéllos mujeres u otros varones. Y al responder el hijo que no, el padre concluye lo que acaso le parezca una diferencia más insalvable entre los dos, esto es, que el muchacho le está saliendo del Real Madrid, algo tremendo en una familia athlética de varias generaciones.

La mayor pega del cuento, según le dije a su autor, es que ese padre es más bien simple y carece de todo humor, y ni se le ocurre pensar en lo mucho que podrían divertirse él y su hijo, picándose mutuamente. Pero esta no es la cuestión, sino la de encontrarse, una vez más, ante esas actitudes tan voluntaristamente "respetuosas" con todo el mundo que acaban por ser paralizadoras y timoratas. Si es desaconsejable publicar este cuento por las razones aducidas, entonces más vale que nos vayamos olvidando todos de publicar nada y se suprima la ficción, porque, tal y como está el mundo de memo y de policial, raro será el texto que no "ofenda" a alguien, o ante el que algún paranoico no se dé por aludido. Es conocido que, desde hace unos años, los villanos de las películas convenía que fueran siempre hombres blancos y heterosexuales, porque si eran asiáticos, protestaba la comunidad asiática, y lo mismo si eran negros, o árabes, o mujeres, o lesbianas (como ocurrió con Instinto básico), o gordos, o zurdos. Hasta el punto de que los villanos han sido, con más frecuencia de la normal, seres amorfos tipo Alien, o extraterrestres imaginativos, o virus, o plagas de insectos, o fabulosos Godzillas, para que así no se ofendiera nadie.

Lo más preocupante es que, encima, se trataba de ficciones, cuyo territorio es, o debería ser, no sólo el de la máxima libertad, sino el de la máxima verdad. Pase que a quien escribe artículos o ensayos se lo pueda acusar de esto o lo otro según los términos que emplee y las ideas que exponga. Pero a un novelista, a un cuentista, a un cineasta, jamás deberían pedírseles cuentas de lo que hagan o digan sus personajes, ni de lo que decidan mostrar ellos en sus libros o películas. Se les estaría pidiendo, de hecho, que renunciasen a algo imprescindible en su tarea, la verosimilitud. Y que depusieran su libertad. Por mucho que les fastidie a tantos como se la cogen hoy con papel de fumar, el mundo no es piadoso ni armónico ni remilgado: está y estará siempre lleno de brutos, asesinos, ofensores, racistas, desalmados y malas bestias; y en él hay y habrá asiáticos malos como los hay y habrá buenos, y negros, y homosexuales, y mujeres, y hasta zurdos crueles como los habrá muy benévolos. Ya sería hora de que, en vez de instarnos a todos a comprar más papel de fumar cada vez que decimos u opinamos o inventamos algo, los "delicados" se endurecieran un poquito la piel tan fina que se han colocado. Sólo fuera, además, por la cuenta que les trae en la desconsiderada vida real, ya que no por recuperar el sentido de la proporción que parece haber desertado de nuestras pusilánimes sociedades.

Javier Marías

El País Semanal, 5 de diciembre de 2004