sábado, octubre 29, 2005

Polémica

La lengua que nos separa, por Carlos Franz

En algún país latinoamericano, de cuyo nombre no quiere acordarse, parece que Javier Marías le contestó o imaginó que le contestaba a un sudamericano, quien le enrostraba la leyenda negra de la conquista de América, con el siguiente ingenio: "Mire, enfádese con usted mismo y no conmigo. Porque fueron sus antepasados quienes vinieron a saquear y a matar, además de a alguna cosa positiva y no precisamente los míos, que no se movieron de España" (El País Semanal). Como sufro de lo que los franceses llaman el esprit de l'escalier, me demoro en que me "caiga la chaucha", que así llamamos en Chile a la lentitud en
reaccionar. Pero finalmente recuerdo a qué me sonaban estas palabras.

Cuando Borges visitó por primera vez España, allá por mil novecientos dieciocho, o sea, hará casi cien años, puede que en Madrid o en Sevilla o en Mallorca, o en todos esos sitios, se encontró con españoles que en cada tertulia, además de hablar más alto que él - "lo que es distinto de tener razón", objetaba el joven Borges, aunque nadie alcanzaba a oírlo- le endilgaban lo contrario de lo que ahora dice Marías. Le reegaban la superioridad de: "Nuestros abuelos que conquistaron América...". Hasta que a Borges "le cayó la chaucha" y pacientemente y en voz baja respondió a sus hispanos contendores: "Mire, perdóneme, pero fueron nuestros abuelos los que conquistaron América. Los suyos son los que no tuvieron la valentía para ir y se quedaron en casa".

Como siempre, Borges lo dijo antes. Aunque sorprende lo que va de ayer a hoy. Hasta ayer no más, algunos escritores de inteligencia apreciable se disputaban la estirpe de los conquistadores. Hoy, la corrección política impone otras varas intelectuales, y hace que nadie quiera para sí la herencia latinoamericana. La irresponsabilidad sudaca, para variar, originando la culpa de sus males en otros, en esos abuelos repudiados. Y algunos españoles, como Marías, confiándonos el legado de cuatrocientos años de leyenda negra española a nosotros. (¡Ah, Europa, Europa, cuántos olvidos se cometen en tu nombre!).

Pero dejando esas melancolías aparte, la rabia de Marías tenía un origen más literario que él sugiere en el mismo artículo donde deslindó esos abuelos. Babelia, en su primer número del año 2005 publicó una lista de los "mejores libros aparecidos en español" durante el año anterior, votados por los principales suplementos literarios latinoamericanos (entre otros Ñ, Revista de Libros de El Mercurio, etc.). Para inflamación de Marías, en ninguno de los tres apartados (novela, poesía y ensayo) figuraba ni un solo autor español. Ni tan siquiera él, colige uno, que el año pasado publicó su celebrado Baile y sueño. "Con una cicatería rayana en la paletería, los responsables de esas publicaciones sólo habían visto obras de mérito en sus países americanos y de sus autores americanos", tronó Marías desde la plaza de la Villa.

¿Qué será "paletería"? Quizás por acá va la cosa. Las pequeñas grandes diferencias de dialecto. Este inmenso idioma común que nos separa, como el océano. (Ni siquiera esto lo hemos inventado. Creo que lo hizo Oscar Wilde, como casi siempre: "We have really everything in common with America nowadays, except, of course, language"). Después, una amiga madrileña generosa me explica mejor lo que me informa el diccionario: "paleto" significa campesino tosco e ignorante. Eso es lo que son los latinoamericanos que le reprochan la conquista a Marías; y también los críticos que mancillan su honor literario ignorándolo en los parnasos argentinos o chilenos: paletos.

No le falta razón al Rey de Redonda. (Aunque sospecho que más la tuvo Borges). Por lo cual, merecidos tendremos los castigos metropolitanos que puedan sobrevenirnos. Si nuestros arbitrarios árbitros literarios practican con los escritores españoles semejante cicatería, ¿con qué derecho podríamos esperar que la crítica nos dé en España un trato más justo, o más desprovisto de menosprecio?

Y en efecto, quizá aliviará a Marías enterarse que desde hace ya bastante tiempo los latinoamericanos venimos recibiendo nuestro merecido, con dosis abundantes de castiza "paletería". Baste para demostrarlo esta mínima estadística de reciprocidad en el provincianismo literario. De los ya cincuenta años del Premio de la Crítica - el que otorgan los críticos españoles- para narrativa, éste sólo ha sido conferido en cinco ocasiones a un latinoamericano (dos de ellas a Mario Vargas Llosa, una a José Donoso, una a Onetti, otra a un cuarto que olvido cicateramente). ¡Cuatro autores en medio siglo! Aunque durante él pasaron algunas cositas menores en la literatura de lengua española, como cierto boom de la novela latinoamericana que renovó el idioma en el que nos malentendemos. Y aunque el conjunto de los narradores latinoamericanos de calidad, en cualquier tiempo, bien podría representar un poquito más que ni el décimo de sus colegas españoles. (No me resisto a una paráfrasis machadiana: España, ayer envuelta en sus harapos, hoy dominadora, desprecia cuanto ignora).

De modo que, acaso para sorpresa de Marías, después de todo no somos tan diferentes, en esto. Él no apareció en los azarosos medalleros de la crítica latinoamericana el año pasado. Pero, para la crítica española organizada, sólo han aparecido cuatro autores hispanoamericanos en los pasados cincuenta años. Parece que en cuanto a "paletería" convergemos, los que descendemos de los conquistadores y los que vienen de los que se quedaron en casa. Competimos, incluso, en ensanchar este idioma común que nos separa; empeñados, eso sí y desde siempre, en el sañudo propósito de ignorarnos.

El Mercurio, Revista de libros,
, septiembre de 2005


Carta de respuesta de Javier Marías

Señor Director:

Con algo de retraso, se me hace llegar el artículo del señor Carlos Franz, “La lengua que nos separa”, publicado en la Revista de Libros del periódico de su digna dirección en no sé qué fecha. Como es una pieza dedicada enteramente a contestar a la que yo publiqué en El País Semanal, el 23 de enero de este año, bajo el título “Deudas insaldables”, me permito señalarle un par de cosas, no vaya a ser que también considere “menosprecio” mi falta de respuesta.

Dejando de lado sus “inferencias” malintencionadas sobre las motivaciones personales e interesadas de mis comentarios, y sus varias tergiversaciones para justificar su artículo (ni “troné”, ni “me inflamé”, ni “rabié”, sino que me serví de un ejemplo “muy modesto y sin importancia —mis palabras— para ilustrar una cuestión más amplia), creo que no está de más informarle de que el Premio de la Crítica española, que él esgrime como muestra de la cicatería de mi país hacia los escritores latinoamericanos, estuvo restringido, durante muchos años, a los autores estrictamente nacionales, por lo que los cómputos y porcentajes del señor Franz al respecto deben ser revisados y corregidos.

Por lo demás, y a diferencia de lo que a él le ocurre, a mí no me escuece ninguna acusación de cicatería —ni siquiera de paletería, provincianismo o “parroquialismo”, por utilizar un anglicismo— contra compatriotas míos, ni siquiera contra europeos. Admito que todas esas cosas se practican en mi país y en mi continente, y no suelo darme por aludido si alguien las denuncia en otros. De eso trataba más bien mi artículo: del empeño de gente como el señor Franz en extender las deudas y agravios remotos, o de unos pocos, a la totalidad de los ciudadanos de un país o un continente, así como a sus descendientes presentes y venideros. Créame el señor Franz que viviría más tranquilo si asimismo revisara y corrigiera un poco su excesivo sentido del corporativismo geográfico, por llamarlo educadamente.

Javier Marías

El Mercurio, 16 de octubre de 2005