viernes, diciembre 16, 2005

En la muerte de Julián Marías

Muere Julián Marías, la memoria de la filosofía

Su Historia de la filosofía, publicada en 1941, y el hecho de que fuera el discípulo más cercano a José Ortega y Gasset convirtieron a Julián Marías en un personaje sobre el que pivotó la enseñanza de la filosofía en los tiempos oscuros de la posguerra. Sufrió, tras la Guerra Civil, la persecución política y académica; su amigo el filósofo Emilio Lledó nos dijo ayer que "la herida imperdonable" que le asestó la vida oficial española a Marías tras la contienda "le sumió en una soledad" de la que le rescató "su entusiasmo, su enorme energía".

Muchos españoles y latinoamericanos estudiaron con aquel libro, que fue prologado por otro de los maestros de Marías, Xavier Zubiri, y que ha sido objeto de numerosas reediciones. Marías fue también, además de un educador y de un filósofo, un polemista preocupado por las cuestiones contemporáneas, que juzgó a través de su interpretación cristiana de la vida.

Durante los primeros años de EL PAÍS, a cuyo nacimiento estuvo vinculado, publicó aquí muchos de sus numerosos artículos, y luego desarrolló en Abc la mayor parte de su vasta historia de escritor de artículos. Su hijo Javier, escritor y novelista, le recordaba recientemente, ya en los peores momentos de la enfermedad contra la que luchó hasta ayer, como un hombre que jamás perdió la memoria y que incluso en esos momentos de grave perturbación de su salud le recitaba citas enteras en sus idiomas originales, entre ellos el griego. El Rey ha llamado personalmente por teléfono al escritor Javier Marías para expresarle, en su nombre y en el de toda la familia real, el pésame por la muerte de su padre. Aparte de esta conversación, los Reyes y los príncipes de Asturias han enviado sendos telegramas de pésame a la familia del filósofo.

Julián Marías era de una cultura enciclopédica que nunca dejó de aumentar con una curiosidad infatigable. Católico, vallisoletano, viajero, cinéfilo, lector incansable; su casa era un caos de libros, muchos de ellos anotados, y no sólo enseñó filosofía a sus numerosos alumnos en España y en América, sino que también inculcó en sus hijos la pasión por saber. Aparte del escritor ya citado, es padre de Miguel, economista y cinéfilo; Fernando, catedrático de Historia del Arte, y Álvaro, músico. Su mujer fue Dolores Franco Manera, escritora también, que falleció en 1977.

Emocionados, ayer, dos amigos suyos, de distintas generaciones, la escritora e historiadora María Rosa Alonso, y Emilio Lledó, filósofo e historiador de la filosofía, trazaron el perfil completo del pensador que acaba de fallecer. Alonso, que le conoció en 1933, nos habló del joven Marías, cuya energía le servía también "para alimentar un extraordinario sentido de la amistad, que yo disfruté del matrimonio que él formaba con Lolita Franco. Sabía que yo no era creyente, y él lo era, y discutíamos sin cesar, pero con un respeto que es reflejo de la hondura de su ser. Después de la guerra fue perseguido por mil mezquindades; era un liberal antiguo, un hombre comprensivo, una excelente persona".

Lledó le conoció después de la guerra, cuando ya Marías tenía 30 años y su joven amigo acababa de cumplir los 20. El filósofo subraya rasgos que ya aparecen en el perfil que trazó Javier Marías de su padre: la mezquindad de la guerra llevó a un compañero suyo a denunciarle ante las autoridades franquistas; éstas tomaron nota, encarcelaron a Julián Marías y le cerraron el paso, tácitamente, a la Universidad, instando la suspensión de su tesis doctoral. "Fue una mezquindad enorme", nos decía ayer Lledó. "Si Marías hubiera estado en la Universidad, ésta era hubiera sido distinta: nadie tenía su claridad de ideas; no hay derecho a que Marías no hubiera tenido el lugar que le correspondía, por su claridad expositiva, por su energía, y por una sabiduría que entonces no podía compararse con la de ninguno de los que enseñaban filosofía".

Apartado de la Universidad, y resistente a doblegar su dignidad, Julián Marías buscó sus propias áreas de docencia, "pero jamás se recuperó de la herida imperdonable que sufrió bajo el franquismo". Desde 1964 era un académico muy activo. Lledó declaraba ayer que recientemente ha vuelto a su libro capital, su Historia de la filosofía. "Es un libro admirable; si se piensa que él tenía tan sólo 26 años cuando lo da a la imprenta, se ve muy fácilmente que con esta obra rompía la estrechez de miras con la que España se despertó después de la guerra. Y él siguió sufriendo la guerra. Le quise, le quiero mucho. Fue un referente. Perdone que le hable con tanta emoción".

JUAN CRUZ


Una "España cicatera"


Sus cuatro hijos y sus nietos presidieron ayer la capilla ardiente con los restos mortales del filósofo y escritor Julián Marías, instalada en el tanatorio La Paz. El escritor Javier Marías, visiblemente afectado, aseguró que España ha sido bastante "cicatera y tacaña" con su padre. "En el plano institucional, y no es que a mí me importe el plano institucional, nunca tuvo el reconocimiento a su labor. No consiguió ningún premio nacional, ni siquiera el de ensayo que dan todos los años, y mucho menos el Cervantes". El alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón y la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, fueron de los primeros en acercarse a dar el pésame a los familiares en un acto que resultó tan sobrio como su vida.

Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, le definió como un gran pensador y un hombre muy generoso. La Academia suspendió ayer su sesión semanal. García de la Concha coincidió con muchos otros intelectuales en que Julián Marías no ha sido un hombre reconocido como se merecía: "Su amistad con Julián Besteiro creó muchos recelos en los años del franquismo y eso no se recuperó después. La falta de reconocimiento en España contrasta con la valoración que tenía su figura a nivel internacional". También Fernando Savater incidió en la importancia de su figura y en su escaso reconocimiento público. "Fue una persona represaliada después de la guerra y, como no ha sido un militante de la izquierda, tampoco se le ha glosado por el otro lado", dijo Savater, que destacó su intento de acercar la filosofía al gran público. El historiador Juan Pablo Fusi alabó su capacidad para recuperar la tradición liberal en la España de la posguerra. Antonio Garrigues Walker, presidente de la Fundación Ortega y Gasset, elogió la figura del pensador que "nos enseñó la objetividad del pensamiento". Una calle, un premio de humanidades y un colegio llevarán en el futuro el nombre de Julián Marías.

AMELIA CASTILLA


La visión responsable


Julián Marías es un nombre clave en la cultura del siglo XX. Es un pensador profundamente arraigado en la tradición cultural española, cuyas reflexiones alcanzan a ámbitos variados y extensos que van desde la filosofía, el pensamiento cristiano, o el hispanismo americano, a la historia española, la erudición literaria y el ensayismo cinematográfico... Como antes Unamuno y Ortega, él también ha acertado a ser un filósofo en la plaza, es decir, en el periódico, la conferencia, o el ensayo.
Su voz y su pluma han sido -y estoy seguro de que seguirán siendo- una luz para innumerables lectores que buscan la verdad de las cosas. Toda su obra nace de una profunda convicción: que el filósofo y el intelectual deben ofrecer "una visión responsable" de la realidad. Ha de procurar que en sus palabras aparezca aquello que de verdad es, con su fundamentación y base, es decir, responsablemente.

Marías ha sido un raro ejemplo de autenticidad, éxito y fracaso. Una temprana vocación filosófica le llevó a estudiar filosofía en Madrid con Ortega, Zubiri, García Morente y Gaos, en los años de la II República. Pronto creyó que en la manera de mirar que ofrecía aquella Escuela de Madrid, y singularmente Ortega, se hallaba el mejor método para pensar las cosas. Y hasta el último día ha puesto en juego aquellos conceptos para comprender. En una de sus notas, escrita por Ortega tras su vuelta a Madrid, comenta que en la Historia de la filosofía de Marías, prologada por Xavier Zubiri y con epílogo del propio Ortega, estarían los tres nombres "entreverados y mixtos", hechos un lío, sin "saber ya si somos cada cual de los otros dos discípulos o maestros".

Su fidelidad creadora hacia aquella filosofía que Ortega iniciara hacia 1914 le cerró la universidad de la España de posguerra. Licenciado en Filosofía en 1936, pasó la guerra en Madrid, colaborando con Besteiro en los tiempos finales del conflicto, e iba a mantener una inquebrantable adhesión a sus raíces intelectuales y morales. Su famosa Historia de la filosofía (1941) terminaba con la exposición del sistema de Ortega, y enseguida, en 1943, publicó un estudio riguroso y positivo sobre Unamuno, dos pensadores cuestionados por el franquismo. En todos sus escritos está viva la exigencia de libertad, de respeto al pasado, de democracia, y de un cristianismo personal limpio de contaminación política.

A lo largo de su obra corre una honda preocupación por España, por la diversidad de sus grupos y la coherencia de su historia. En España inteligible (1985), ofrece su visión de una nación con vocación europea desde la reconquista, ligada a una cosmovisión humanista y personalista de inspiración cristiana, y constructora de una fraternidad de países en Hispanoamérica fundada en la lengua común y en ciertas ideas básicas sobre lo humano.

Cuando llegó la hora de la transición democrática, por la que tanto había laborado, prestó su apoyo sin fisura a un proceso que veía como una "devolución de España" a las manos de los propios españoles, a quienes les había sido enajenada. Y mantuvo con denuedo la idea de nación española y su inclusión en el texto de la Constitución, en unos inolvidables artículos aparecidos en su día en este mismo periódico.

Marías ha sido un ejemplo de intelectual independiente, honrado y valiente. No ha cedido a las modas ni a los favores del poder; más bien al contrario, ha salido una y otra vez en defensa de aquellas causas que consideraba justas. Peleó por una Constitución que deseaba más perfecta y más vivaz; defendió el pensamiento de Ortega frente a aquellos ataques ultraconservadores que buscaban su condenación por parte de la Iglesia católica; alzó su voz reiteradamente contra los totalitarismos de todos los signos, empezando por el franquista, y nunca transigió, en razón de su idea personal del hombre, con la aceptación del aborto o el secuestro político de la libertad.

Habrá que estudiar sus contribuciones más rigurosamente filosóficas al sistema de la "razón vital" orteguiana, especialmente en el ámbito que llamó "antropología metafísica". Su innovadora idea del hombre como una cierta estructura empírica de la vida humana complementa y enriquece la comprensión de ésta, y la enlaza con su visión de la persona y el mundo personal, de claras raíces unamunianas. Habrá que repensar otras aportaciones suyas al conocimiento de la estructura social, las vigencias sociales o la dinámica de las generaciones, donde se hace visible una admirable capacidad analítica aplicada a las sociedades, el cine, la literatura o las gentes.

Marías ha sido un extraordinario pensador visual. Precisamente en su capacidad de mirar y de decir lo que ha visto, reside, a mi juicio, el fundamento de ese futuro promisor que creo que a su pensamiento le está reservado.

HELIO CARPINTERO

El País
, 16 de diciembre de 2005


Llorar su muerte


La noticia de la muerte de Julián Marías me ha afectado profundamente. Hace 50 años Julián ya significaba mucho para mí, desde mis escapadas estivales a Soria -a su abrigo y al de los Carpintero y los Ruiz- hasta su referencia personal que duró muchos años, pasando por su generoso recibimiento en la Academia a la que él mismo me había propuesto junto con Aleixandre y Laín.

Para mí, antes que el escritor, prevaleció en Marías el maestro, lo que él quiso ser de muchacho y la España oficial le negó reiteradamente. Marías, además de un ensayista cabal, fue un orador completo, el continente y el contenido de sus discursos rimaba a la perfección sin necesidad de guiones ni notas complementarias.

En una época en la que no era fácil encontrar un intelectual que se expresara con maestría, con belleza y espontaneidad, hubo uno excepcionalmente dotado que fue Marías Aguilera. Contra viento y marea el académico ahora fallecido extendió su fama y defendió su nombre por España, Europa y América Latina donde no había acto intelectual en el que se prescindiera de su nombre.

No es esta ocasión de ensalzar su figura sino de llorar su muerte, de expresar mi sentimiento a los que lamentan como yo su pérdida. Escritor de verbo fácil y expansivo, crítico convincente, orientador de mentes jóvenes inclinadas a la filosofía, exigente con su tratado durante lustros, es la hora de tributarle unas palabras de despedida que España, con sus cuarenta años de academia y su noble afecto didáctico le agradece.

MIGUEL DELIBES


Marías y Ortega: usos de la filosofía en la vida cotidiana


Hace pocas semanas leí en el prólogo de La Fuerza de la Razón que, probablemente, Marías no escribiría más. Era la despedida de un autor que me ha enseñado, que incluso me ha acompañado desde la adolescencia.

Posteriormente, estudié filosofía y tardíamente me he dedicado a la gran figura de Ortega. En esta coyuntura Marías se convirtió en un referente obligado. Sobre todo, los dos volúmenes dedicados a Ortega son imprescindibles para la comprensión del autor de las Meditaciones del Quijote, pero en general son innumerables los pasajes de su obra que permiten aclarar algún aspecto del pensamiento orteguiano. Pero, lo que echo de menos en primer lugar es al autor que, con un admirable estilo que se desvanece ante lo que narra, ha llegado a estar próximo a mí a lo largo de tantos años, siempre entretenido, siempre interesante y siempre aleccionador, aunque pudiera discrepar de él.

En realidad, la coincidencia con Ortega no se limita a una metafísica, sino que se extiende a la forma en que ambos entendieron la tarea de la filosofía y la importancia que en ellos tiene el acto de comunicación.

Fueron intelectuales públicos atentos al mundo político y social, pero decididos a mantener una posición independiente frente a él. Tanto la trayectoria vital de Ortega como la de Marías van paralelas a la de su país, España. En el caso de Ortega, encontramos un a escritor precoz que evolucionó lentamente a la posesión definitiva de su filosofía. Desde el principio se pueden reconocer formuladas explícitamente muchas de las tesis definitivas y muy poco de su pensamiento es desechado en el transcurso de su evolución.

Pero entiendo que hay una posesión de su pensamiento gracias a sus propias reflexiones metafísicas de los últimos años 20 que le permitieron encontrar su formulación definitiva. Las circunstancias españolas y europeas determinaron que Ortega pasara los últimos años más bien retirado de la vida pública y llevando a cabo la culminación de su proyecto intelectual.

Por el contrario, el pensamiento de Marías se encuentra ya muy definido en Introducción a la Filosofía, que terminó en 1947 con 33 años de edad. La Antropología metafísica, que apareció en 1970, es importante dentro de su trayectoria, pero cuenta con un punto de partida ya muy establecido. Aun cuando tenía detrás una larga trayectoria como conferenciante y publicista, el momento de mayor presencia en la sociedad española lo constituye La España Real, que marca el paso a la democracia y acompañó a los lectores de su generación, y de la mía, en el tránsito a una nueva sociedad. La comparación con los primeros volúmenes de El Espectador o los artículos que compondrían la Rebelión de las masas es relevante, pues estos trabajos escritos antes de que su autor llegara a la cincuentena constituyen el momento de mayor presencia orteguiana en la sociedad. En el caso de Marías se abría un nuevo periodo para la sociedad española, mientras que en el caso de Ortega, tanto a nivel español como europeo, se anunciaba un periodo inseguro y negativo. La ilusión producida por el advenimiento de la República no fue nada más que un paréntesis.

Lo importante es que Marías y Ortega coinciden en buscar una comprensión de la vida cotidiana desde la metafísica. Los dos formaron grandes bibliotecas con escasos recursos, pero a la vez los dos supieron anteponer a cualquier noticia leída la experiencia directa de su propia sociedad. Unen así el interés por la metafísica, es decir por el conocimiento último, a una gran capacidad de observar, y de comprender la vida. En general, se trata de dos cualidades distintas, una más abstracta y otra más concreta, pero se dan personalidades -empezando por Aristóteles- que son capaces de desarrollar estas dos. En el caso de nuestros filósofos la comprensión de la vida es a la vez una tarea que requiere una metodología hermenéutica para llegar a describir sus categorías y una atención a lo que realmente pasa, a la forma en que una sociedad vive, más propia de un viajero que de un filósofo moderno. Pero los dos logran que a través de sus páginas el lector llegue a comprender mejor su mundo e incluso a sí mismo.

JAIME DE SALAS


La mesura del pensador


Vengo tratando, estudiando y siguiendo a Julián Marías desde hace medio siglo: de 1941 datan nuestros primeros contactos, convertidos luego en fructuosa amistad. Alguna vez he referido que acudí a su hogar de recién casado cuando yo iniciaba mis estudios universitarios en la Central, en noviembre de ese año. Lo hice aconsejado por los parientes en cuya casa me alojaba, y a quienes unía una estrecha amistad con Lolita Franco, la joven esposa de Marías. Julián me recibió con su cordialidad característica: me trató como un hermano mayor; me proporcionó libros -la Gramática Griega de Veruela, entre ellos- y me dio sanos consejos (por ejemplo, que acudiera siempre que me fuese posible a escuchar las clases que impartía aún, en el viejo caserón de San Bernardo, don Manuel García Morente). Cuando terminé la carrera acudí de nuevo al piso del matrimonio Marías. Julián me introdujo entonces -no podía ser menos- en la lectura sistemática de Ortega; que yo hice, cada vez más fascinado, en la primera edición de sus supuestas Obras Completas: el famoso tomo (único) con pastas de color naranja.

Luego, seguí a Marías en sus conferencias y en sus libros. Claro es que mi camino no era el de la Filosofía, sino el de la Historia; pero las orientaciones de Ortega y las sugerencias e intuiciones de Marías, también en este campo, me fueron siempre utilísimas; quizá por una reconocida afinidad de temperamentos y actitudes. Por entonces -a finales de los cuarenta- estaba muy de moda el llamado «Método histórico de las generaciones», utilizado por Pedro Laín en una de sus obras más sugestivas, y sistematizado por Marías. Un breve pero espléndido libro de Ortega -por cierto, no incluido en el tomo de color naranja-, el curso En torno a Galileo, fijaba el concepto de «crisis histórica», definido por la divergencia entre «coetaneidad» y «contemporaneidad» de generaciones preclaras. Cuando yo hice mis primeras y frustradas oposiciones a cátedra, en 1953, mi lección magistral, titulada El Renacimiento como crisis histórica, debía mucho, si no todo, al legado de Ortega a través de Marías.

Un deslumbrante libro de Julián, publicado hace pocos años -España inteligible-, coincide plenamente con los conceptos desarrollados por mí durante largos años cuando explicaba -en la cátedra que gané por fin en 1957- Historia General de España en la Universidad de Barcelona. El concepto de España como «proyecto», que a lo largo de nuestro Medioevo supone una lucha multisecular (la Reconquista), para «seguir siendo España»; la realidad de una España anterior al brote de las nacionalidades peninsulares, surgidas de esa misma lucha, venían a reforzar aquello sobre lo que -tanto en Barcelona como en Madrid, en mi cátedra como en mis libros y artículos- me he esforzado siempre en clarificar: esto es, que España «no es simplemente un Estado plurinacional» -como tanto se repite hoy-, sino «una nación de naciones»; y que la proyección de España, a partir del Renacimiento, en el vasto continente americano que ella había descubierto, esto es, el alumbramiento de las Españas de Ultramar, fue la «culminación universalista» del viejo «proyecto peninsular».

La visión histórica de Marías está matizada, a mi entender, por tres matizaciones sustantivas:

Primera, un apasionado sentir de lo español -lo español castellano, sobre todo-. Ese apasionado sentir, que a veces es, como en el verso de Garcilaso, «dolorido sentir», se nos hace presente, casi día a día -yo diría que pedagógicamente- en sus artículos de prensa: es un apasionado sentir que busca forma, luminosamente, en la obra cumbre cervantina y que se traduce en la exigencia de una impregnación española del cuadro europeo y en la referencia, ineludible, a lo español americano.

La segunda matización en la visión histórica de Marías -matización que por lo demás preside su obra toda- es el constante empeño de introducir claridad y sensatez en «la desmesura carpetovetónica». Como expresión de lo disparatadamente «desmesurado» (o «exagerado»), ha definido Marías, en uno de sus luminosos ensayos, la lamentable crisis en que se forjó nuestra guerra civil. En «lo desmesurado» se resume no pocas veces el juicio adverso que de su historia próxima, o de su propio presente, ha hecho el español contemporáneo. Al denunciar la «desmesura», Marías ha podido salvar, poniendo luz en la confusión, parcelas nada despreciables de nuestra historia, como la Restauración canovista y la España entre dos siglos.

La tercera matización es una reacción, yo diría que instintiva, contra determinadas escuelas historiográficas muy en boga hace pocos años: las de cuño marxista, atenidas exclusivamente a los condicionantes económicos; o las que pretenden convertir la historia en pura estadística o en cuestión de ordenadores. La reacción de Marías apela a lo que es sustancial en la Historia: el protagonismo del hombre en toda su realidad; la virtualidad del individuo diferenciado en el acontecer histórico. Es como una valiente proclama a favor de lo que yo alguna vez he llamado «escuela humanista».

Pero esta última matización, este último rasgo, es como una afirmación más de la proporción, el equilibrio, el «seny» característicos de Marías. El «seny», expresión catalana, tiene su equivalente castellano, más que en la palabra «sensatez» en esta otra: «mesura». La mesura, cualidad casi insólita en el español medio, es, quizá, lo que mejor define a Julián Marías: al hombre, al pensador, al escritor. Ésa es su gran lección, la que nos ha dado a todos, la que espero que desde su obra siga dando a las nuevas generaciones españolas, que son, cuando menos, nuestra gran esperanza, pero también nuestra gran preocupación.

CARLOS SECO SERRANO

Abc, 16 de diciembre de 2005