domingo, diciembre 11, 2005

LA ZONA FANTASMA. 11 de diciembre de 2005. La idiotez más idiota

De todas las ideas e iniciativas idiotas que a menudo se les ocurren a las gentes de nuestra época bastante idiota, una de las mayores es la de boicotear los productos de un país cuando su Gobierno se comporta de una manera que no gusta al Gobierno de otro, o le lleva la contraria, o no lo complace u obedece. Uno de los casos más conspicuos de semejante idiotez se dio hace un par de años, cuando la Administración americana idiota de entonces (ay, me temo que es la idiota de ahora) no sólo decidió que había que castigar económicamente a Francia por la postura de su Presidente Chirac en contra de la fraudulenta, delictiva e idiota Guerra de Irak que en aquel momento propugnaban Bush, Blair y Aznar, sino que además había que borrar la palabra “French” (“francés”) de la lengua de Shakespeare, o al menos de la de Elvis Presley. Recordarán que, en el apogeo de la puerilidad y de la idiotez, las patatas fritas, que en esa lengua se han conocido siempre como “French fries”, pasaron a ser llamadas por la Casa Blanca, la Cámara de Representantes, el Senado y todos los ciudadanos idiotas que se apuntaron a la idiotez mayúscula, “Freedom fries”, esto es, “patatas de la libertad”. Fue lo que más apareció en la prensa, pero es de suponer que, para ser consecuentes, los “French kisses”, que es como en el idioma de Dolly Parton se denominan los besos con lengua, se tornaron “besos libres”; las “French letters” (popular y cursimente, “condones”), “cartas de libertad”; la “French dressing” (“vinagreta”), el “aliño libérrimo”; la frase “to take French leave” (“despedirse a la francesa”) se debió de convertir en “despedirse por libre”, y así un montón de términos y de expresiones más en los que –qué falta de previsión– aparece el maldito adjetivo.

Asimismo, muchos americanos idiotas dejaron de consumir vinos y quesos originarios de nuestro vecino del norte, e imagino que, por tanto, esos patriotas idiotas dejaron de leer a Flaubert, Montaigne, Dumas, Baudelaire y Proust inmediatamente (si también cayó Houellebecq, miren, ahí, sin querer, fueron listos y salieron ganando); de escuchar música de Ravel, Debussy, Edith Piaf y Couperin; se taparían los ojos en los museos al pasar por delante de un Degas, un Manet, un Cézanne o un Géricault; se abstendrían de mirar tebeos de Tintín y Astérix, y sacarían de sus armarios, para rasgarla, toda prenda que en tiempos más armoniosos hubieran adquirido con etiqueta de Saint-Laurent, Gaultier, Givenchy o Dior. Una admirable tarea de vigilancia e inspección constantes.

Ahora, en España, se está llevando a cabo una campaña aún más idiota (lo cual parece difícil y ya es decir), que insta a la población a boicotear y abstenerse de productos catalanes. El idiota motivo es el desagrado que a una parte de los políticos nacionalistas españolistas les causa el nuevo Proyecto de Estatut diseñado y aprobado por la mayor parte de los políticos nacionalistas catalanistas. La campaña la conducen, con gran entusiasmo proselitista idiota, una serie de articulistas y locutores de radio que a estas alturas, supongo, y para predicar con el ejemplo, habrán comprado, para destruirlos, todos los ejemplares de sus libros publicados en editoriales como Planeta y Plaza & Janés, y habrán decidido no volver a firmar un solo contrato con ellas. Lo supongo, ay, pero me temo que al hacerlo hago el idiota, porque no he leído en ningún sitio que esos locutores de los obispos y esos columnistas del Abc, La Razón o El Mundo hayan renunciado, abnegada y pioneramente, a los grandes beneficios que sacan de su comercio con esas editoriales potentes. La idea, ya digo, es idiota a más no poder: “Prívense”, así amonestan a sus lectores y oyentes, “del fuet, el cava, la butifarra y el pan con tomate, y si les dan níscalos, comprueben que no son rovellons disfrazados, recogidos en Cataluña; no escuchen más a Serrat, a Peret ni a Mompou; no paguen un solo volumen de las ya mencionadas Planeta y Plaza, pero tampoco de Seix Barral, Lumen ni Ediciones B; no lean una línea –ni siquiera en el diario– de Marsé, Mendoza, Vila-Matas, Gimferrer o Azúa; ojo con comprar en taquilla un solo partido del Espanyol o el Barça, que se llevarán unos cuantos de sus euros madrileños purísimos (o andaluces, castellanos, murcianos o riojanos); miren cada cosilla que cojan, no vaya a estar envasada en Sabadell o Manresa, o distribuida por una empresa de Badalona o Reus; y cuidado con el papel que adquieran, que por allí hay muchas fábricas de ese negocio”; y así hasta el infinito. El colmo de la idiotez sería que se arengara ahora a los catalanes a boicotear a su vez a Madrid, Castilla, La Rioja o Murcia, y así tendríamos a toda la población española haciendo el completo idiota y perdiendo miserable e idiotamente su tiempo para mirar la procedencia de cada libro, medicamento, lata de atún, de aceitunas o sardinillas, folio y cuartilla, botellín de cerveza y bote de anchoas, para no contaminarse con lo de unas u otras regiones proscritas. Sería algo cómico, pero entre todos los idiotas de cada sitio lograrían hacerles la vida imposible e idiota a los idiotas que obedecen las consignas más idiotas.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 11 de diciembre de 2005