sábado, enero 21, 2006

En deuda con el cine

Nadie va a descubrir ahora que Javier Marías es uno de nuestros mejores escritores, aunque quizá muchos ignoren que es también un gran aficionado al cine. En este libro [Donde todo ha sucedido. Al salir del cine] agrupa buena parte de lo que ha escrito en torno a él. Quien de niño veía dos películas por semana decidió irse un verano a París a ver cine, aún no tenía 18 años y durante mes y medio vio 85 películas. Pensando en el origen de tal afición dice: "En un país mediocre y bastante lóbrego, el cine fue sin duda para los niños de aquella época uno de los mayores refugios o consuelos y también la mayor aventura posible. Literalmente nos nutríamos de él, y nuestra capacidad devoradora era infinita".

Su hermano Miguel, reconocido cinéfilo, glosa en el prólogo la holgura que para establecer conexiones y asociaciones permite el cine, parte de la confianza en el provecho de la observación atenta y en el ejercicio de pensar y ve muy semejantes la condición del espectador y la del novelista. El propio Javier Marías manifiesta sus deudas con el cine y cuenta cómo escribió su primera novela en un estilo cinematográfico.

Javier Marías habla aquí con apasionamiento e ironía sobre sus múltiples experiencias alrededor del cine. El escritor Marías es sobre todo un lector y un espectador. Es una persona exigente pero siempre dispuesta a admirar. Se ocupa, por ejemplo, de la interesante música en la retina o de quien hace años fue elegido el peor director y de la peor cinta de la historia del cine. Y lo hace con ecuanimidad, destacando su ilusión y que no sea pretencioso. De la película señala que hay algunas de las escenas más delicadas y melancólicas que haya visto.

A Marías no se le puede entender si no se advierte su vena sentimental, lírica y justiciera. Su fascinación por George Sanders, "una voz heladora, esa voz suave y vibrante que parecía ir de fuera a dentro"; "parecía el hombre que sabía lo que querían todos, incluso antes de que lo supieran ellos, mientras que él parecía no querer nunca nada". Su aprecio por Vincent Price, "capaz de ser todos sin dejar de ser él mismo", y cuyas interpretaciones estaban llenas de "ironía hacia los demás como hacia sí mismo". Su gratitud por Jerry Lewis y los Hermanos Marx refleja la que siente por todo aquel que consigue hacerle reír. Se refiere a John Wayne como el mejor mirador de la historia de los intérpretes. Marías cuenta sus amores platónicos y narra su admiración por el enorme talento de Orson Welles, con quien comparte devoción por John Ford. Analiza con peculiar hondura películas como El fantasma y la señora Muir.

Con respecto a los programas de televisión satiriza el gusto por soltar veneno y despellejar: "A fuerza de insistencia, todo acaba por parecer normal, pero no deja de ser anómalo y sintomático que el alarde de mala leche se haya convertido en un oficio admiradísimo y muy bien pagado". Este libro está colmado de ideas sugerentes y su lectura es una singular delicia.

MIQUEL ESCUDERO

La Vanguardia, Culturas, 18 de enero de 2006