domingo, mayo 21, 2006

Defensa del presente

¿Quién quiere periódicos de ayer? La pregunta parece retórica pero no lo es tratándose de los textos periodísticos de Javier Marías, como queda ejemplificado por El oficio de oír llover, el quinto volumen de columnas de Marías en que se recopilan los artículos escritos durante los dos primeros años de colaboración en El País Semanal, revista que le invitó a retomar el hilo de la columna semanal que había escrito durante ocho años para El Semanal y que dejó por un flagrante caso de censura al que alude en uno de los artículos de este volumen “Los asuntos pringosos” (para más detalles véase Harán de mí un criminal).

No cabe duda de que los artículos reunidos en el volumen que me ocupa aquí cumplen con uno de los principales requisitos del género: se centran en temas actuales y cuestiones palpitantes. Teniendo en cuenta el periodo de publicación periodística (febrero de 2003-febrero de 2005) no es de sorprender que entre ellos destaquen la ilegítima guerra de Irak, la involuntaria participación de España en ella y los horrorosos atentados del 11-M. Estas circunstancias excepcionales explican, asimismo, la frecuencia y la ira con las que el autor comenta la política y los comportamientos del Partido Popular.

Predomina el tono amargo e indignado, vehículo del desengaño de un ciudadano que no siente afinidad ni simpatía por ningún partido político pero que, a pesar de ello, sigue votando y que se niega a zambullirse en el cinismo político (aunque sí aboga por el desprecio por los políticos) porque está convencido de que la política –lo queramos o no- es un constituyente decisivo de nuestra sociedades y, por ende, de nuestro mundo.

Teniendo en cuenta esta vinculación con la actualidad –inherente al género-, sería casi pertinente concluir que los artículos reunidos en este volumen tienen fecha de caducidad. La afirmación resulta, sin embargo, errónea, como queda evidenciado, sin ir más lejos, por el éxito de El oficio de oír llover, que a diferencia de lo que suele ocurrir con las recopilaciones de columnas, se reeditó en muy poco tiempo. ¿Cómo explicarlo? Una de las justificaciones de la publicación de los volúmenes anteriores –Mano de sombra (1997), Seré amado cuando falte (1999), A veces un caballero (2001) y Harán de mí un criminal (2003)- alegadas por el autor fue que el lugar de origen de los textos reunidos fue El Semanal, suplemento dominical de gran tirada pero sin difusión nacional. Éste sin embargo no es el caso de El País Semanal, por lo cual me parece apropiada la suposición de que los lectores de Marías no se contentan con la lectura periodística sino que prefieren un reencuentro con los artículos en forma de libro. Y con razón, y que leerlos en este formato no es una experiencia repetitiva ni efímera sino nueva y duradera. En este nuevo contexto, los textos de Marías tienen más posibilidades de convertirse en un estilo, en una visión del mundo, en un sentimiento de la vida, que podría resumirse como un profundo descontento con la realidad circundante, dominada por unos modales y una mentalidad infantiles, deshonestos, superficiales, estúpidos, apresurados, irresponsables y autocomplacientes.

Este conflicto entre el yo y sus circunstancias no es nada nuevo en el género. Es más: a mi juicio, la mayoría de los columnistas, al plasmar su visión del mundo, acuden al paradigma del conflicto entre civilización (el yo columnista y sus lectores cómplices) y barbarie (los otros, el mundo circundante). Lo que sí me parece fuera de lo común en le columnismo mariesco es el sólido equilibrio entre razón y corazón con el que el autor madrileño elabora esta dicotomía. Por fuertes que sean, su indignación y su enfado siempre van acompañados de argumentos que brillan por su inteligencia, perspicacia y originalidad, lo que tiene como efecto que el lector no quiera saltar ni perder ninguna palabra de esa prosa magistral que no sólo en su fondo sino también en su forma frena el paso del tiempo y, de este modo amplía el presente. Así, estas columnas recalcan que no somos –o no deberíamos ser- un continuo llegar a ser y prescribir sino que somos –o deberíamos ser- un continuo ser. En las manos de Marías, el género efímero por antonomasia se convierte en una empedernida y valiosa defensa de un presente más duradero.

MAARTEN STEENMEIJER

Quimera
, abril de 2006