lunes, mayo 08, 2006

LA ZONA FANTASMA. 7 de mayo de 2006. Sermón del fantasma

Estaba yo el otro día en un bonito funeral que al parecer celebra anualmente la Real Academia Española, muy cerca de la descuidada casa en que vivió Quevedo, “por Don Miguel de Cervantes y cuantos cultivaron las letras hispanas”, con especial mención de los académicos muertos de abril a abril, entre los que este año se contaba mi padre, Julián Marías. Un grupo de voces blancas cantaba gratos fragmentos del Códice de las Huelgas, del siglo XIV, y todo discurría apaciblemente. Le tocó leer al oficiante un breve extracto de los Evangelios, y fue del de San Lucas, aunque en versión distinta de la que yo tengo a mano, pues donde en ella dice “espíritu”, él leyó siempre “fantasma”. Trata del momento en que Jesús se apareció ante los once apóstoles tras su resurrección (el hoy redescubierto Judas ya se habría colgado, y quizá cruzado con Jesús en el camino de los infiernos, el uno de ida y el otro de vuelta; quién sabe si se saludaron o ambos desviaron la vista, como si no se conocieran): “Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Él les dijo: ¿Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón esos pensamientos? Ved mis manos y mis pies, que yo soy. Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Diciendo esto, les mostró las manos y los pies. No creyendo aún ellos …, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Le dieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos”. En la traducción de Casiodoro de Reina, conocida como La Biblia del Oso, de 1569, la escena no difiere, aunque los discípulos le ofrecieron también “un panal de miel”, igualmente presente en la versión inglesa del Rey Jacobo, de 1611. En otra más moderna en esta lengua, el panal ha desaparecido, pero en cambio queda aún más claro que lo que convence a los incrédulos de que el Cristo no es un fantasma, es precisamente que hinque el diente, más que su efectiva corporeidad, pues se da por descontado que debieron de palparlo a base de bien, como él les aconsejó e invitó a hacer: “Seguían sin convencerse, aún preguntándose, porque parecía demasiado bueno para ser cierto. Así que él les preguntó: … y lo comió ante sus ojos”. Eso dice The New English Bible.

Fueron dos cosas las que, allí en la iglesia de las Trinitarias, me tuvieron distraído durante el resto de la ceremonia. Por un lado, Jesús habla en este pasaje, con toda naturalidad, de los fantasmas, espíritus o aparecidos, esto es, como algo común, existente, cierto y que no debería sorprender en exceso, aunque sí pueda asustar. Y no sólo eso, sino que parece estar al tanto de las características de estos seres, de los que se quiere diferenciar a toda costa. “Ellos no tienen carne ni huesos, yo sí, tocadme. Si fuera un fantasma, palparíais y no daríais con nada, pese a estar viendo mi figura”. Les muestra las manos y –excéntricamente– los pies, quién sabe si porque los espíritus, caso de presentarse incompletos, lo hacen sin extremidades y son sólo como torsos, o como bustos. Sea como sea, da la impresión de que Jesús esté bien al corriente de lo que los fantasmas tienen y no tienen, y hacen y no hacen. Y sabe, por ejemplo, que no comen en absoluto; por eso, para demostrar a los once que no deben dudar, les pide de comer y engulle el trozo de pez “ante sus ojos”, como fehaciente prueba de su recobrada carnalidad y como si les dijera: “Si me alimento no puedo ser un espíritu”.

A la luz de este pasaje, escuchado por casualidad, no puedo evitar preguntarme cómo es que las Iglesias cristianas, que se han dedicado a interpretar todo lo interpretable durante veinte siglos, y a regularlo, desde el famoso sexo de los ángeles hasta el posible bautismo de un feto en el vientre de la madre, mediante inyección, no han establecido como verdadera doctrina –que yo sepa– la existencia de los fantasmas (al fin y al cabo hay “palabra de Dios” al respecto) y no han dilucidado cuáles son sus funciones, su paradero, sus posibles santidad o condenación, su status en el reino de los cielos si es que allí están, el porqué de sus privilegios (lo es darse una vuelta de vez en cuando por el mundo dejado atrás y ver de nuevo a los seres queridos y fastidiar a los enemigos), y toda una serie de cuestiones de mucho mayor interés que las que suelen ocupar hoy a la mundana Iglesia. Lo serían, al menos, para la legión de entusiastas de los relatos de fantasmas, entre los que sin duda me cuento.

El segundo aspecto que me distrajo durante el funeral fue que el resucitado anduviera hambriento y pidiera de comer, pues no creo que atacara el pez y la miel sólo para convencer a los once. Debía necesitar picar algo, y eso, para mi gusto, denota cierto extraño prosaísmo, dadas las solemnes circunstancias y los lugares tremendos por los que acababa de atravesar. Pero bien mirado, y si a todos los efectos había recuperado la carnalidad, hay que tener en cuenta que el hombre se había pasado tres días de viaje y sin probar bocado; así que lo raro, en definitiva, es que no pidiera un jabalí (es un decir).

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 7 de mayo de 2006