lunes, junio 26, 2006

El humor y lo serio

Javier Marías continúa y perfecciona en Baile y sueño el arriesgado experimento que inició con Fiebre y lanza (primer volumen de Tu rostro mañana). Experimento que consiste, entre otras cosas, en revisar el propio concepto de “novela”. Si un muy moderno Henry James entendió la novela como una especie de gran monstruo dado de sí, en el que cabía casi todo (loose baggy monster), así Javier Marías busca y prosigue su propio camino, ensanchando límites y pareciendo cómodo al hacerlo. Un lector centroeuropeo encontraría algunas similitudes metodológicas con escritores como el alemán Sebald, proclive también a construir obras en las que caben toda clase de materiales y a distribuir por ellas decenas de signos que el lector atento recoge y relaciona, pero, en mi opinión, este Marías maduro resulta más interesante, por disponer entre otras cosas de un arma que a aquél –a pesar de su también prolongada estancia en Inglaterra– le falta: un espléndido, anglosajón, sentido del humor. Por terminar estas consideraciones iniciales del método, mencionaré también un gran hallazgo de Baile y sueño: el asombroso juego de dilación del tiempo, de paralización o congelación que se vuelve apertura, cuyos resultados han sorprendido al propio autor. Marías maneja con maestría los hilos de su trama para detener la peripecia cuando, por decirlo así, va “lanzada”, y recoge sobre la marcha el guante de los muchos asuntos a los que ésta da pie. Esclarecerá unos, desarrollará otros, establecerá analogías, sacará conclusiones y después nos devolverá sin brusquedad a la pura aventura, eso sí: ahora más sabios. la impresión que hace años le causó una frase de Juan Benet acerca del tiempo como único lugar en el que podrían aparecer juntos vivos y difuntos y entrar en el diálogo, parece haber alentado un esfuerzo tan minucioso y titánico en el que la Historia entera, el pasado reciente y el no tan reciente –los políticos, los poetas, las víctimas y verdugos...– entran a formar parte del presente en el que la acción tiene lugar.

Javier Marías retoma en este segundo volumen las peripecias de su Jacobo Deza en Londres, ciudad a la que llegó tras la separación de su mujer e hijos y donde trabaja en un edificio sin nombre para un servicio de inteligencia (¿para el MI5, para el MI6, para el gobierno británico, para la monarquía? A fin de cuentas siempre para intereses particulares –explicará con lucidez Marías– por mucho que se revistan de oficialidad). Las aventuras de Deza –con su particular don para adivinar qué puede esperarse a la larga de las personas que observa–, sus andanzas con el frío jefe Tupra y compañeros espías, parecerían, al inicio de la novela, la sustancia de este relato. Pronto se comprenderá, en cambio, que no es ésta sólo una historia ligera de detectives, aderezada y alentada en todo momento por un permanente sentido del humor (en este sentido es especialmente divertida la crítica a la España cañí, gritona, vulgar, patriotera, ejemplificada en la figura del diplomático De la Garza, o la parodia del matrimonio mafioso-vaticano, así como mil acertados detalles de buena percepción de la vida cotidiana). Pero lo más interesante de la obra es que, en realidad, las vicisitudes de estos personajes le sirven al escritor como punto de partida para lanzarse a una honda y seria reflexión sobre asuntos tan dispares como los límites temporales de la existencia humana, las siempre difíciles relaciones de pareja, el pasado de cada uno, los exilios, las ausencias, los imposibles regresos “al antes que no habrá esperado”, las esclavitudes y obligaciones que se tejen de por vida en las relaciones humanas, la preocupación por los hijos en un mundo siempre hostil, el temor a envejecer y a desaparecer sin dejar huella, etc. Y por mencionar el que considero el gran tema de esta obra: el análisis de la violencia y de la facilidad con que desde siempre se ejerce, pudiendo en la mayoría de los casos haberse evitado. Marías nos sitúa en los límites de lo civilizado frente a lo brutal en estado puro: así comparecerán en un espléndido fresco –casi juicio final– las víctimas y los verdugos de la Historia del género humano (desde los orígenes hasta las dos guerras mundiales y el actual conflicto de Irak), y especialmente los de la Guerra (y posguerra) Civil española, a través de los testigos directos e indirectos de tanta barbarie: uno de ellos, el padre de Deza –trasunto aproximado del padre del autor–, tomará la palabra y conseguirá conmovernos, estremecernos, causarnos verdadero temor y temblor, en las que quizá sean las páginas más magistrales de esta espléndida novela.

Concluiré diciendo que Marías escribe, hoy en día, en un estado casi de trance, de lucidez febril. El propio ritmo y decurso del pensamiento –visionario, acelerado, aparentemente errático pero a la postre certero– es fiebre. Fiebre y lanza, baile y sueño, para que comparezca (en el espacio creado tras cuatrocientas páginas, que no pueden no leerse de un tirón, contagiados nosotros de su mismo ímpetu) algún tipo de verdad, si la hay, sobre la existencia y los frágiles límites del ser humano.

ERNESTO CALABUIG