viernes, junio 30, 2006

Javier Marías entra en la Academia



Foto: Dani Duch

Javier Marías (Madrid, 1951) fue elegido ayer para ocupar el sillón R de la Real Academia Española en la primera votación por más de dos tercios de los miembros en posesión de plaza. Había sido propuesto por Gregorio Salvador, Arturo Pérez-Reverte y Claudio Guillén y ocupará la vacante que dejó Fernando Lázaro Carreter al morir en marzo de 2004. Fue Guillermo Rojo, secretario de la RAE, el que dio la noticia y comentó que fueron 31 los académicos los que asistieron a la cita, que seis enviaron su voto por correo y que, al ser favorables al ingreso dos tercios del total de miembros, no hizo falta una segunda votación. Celebró, además, que un escritor "tan leído" y "tan traducido" (a 34 lenguas y publicado en 44 países) vaya a enriquecer los múltiples desafíos en los que está inmersa la institución.

Justo una hora después de producirse la votación, Javier Marías se encontró con los periodistas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. "Es un verdadero honor que una institución laica, culta e independiente me acoja como miembro. Tiene tres siglos de antigüedad y en toda su historia ha dado numerosísimos motivos de satisfacción. Ha sido independiente durante todo el franquismo. Mi padre, muerto hace seis meses, permaneció en la Academia durante 40 años. Por eso es para mí un honor por partida doble".

El nuevo académico contó que la primera propuesta le llegó hace 12 años, "lo agradecí pero estando mi padre consideré que no era correcto. No quería que nadie le acusara de nepotismo, algo que él aborrecía con todas sus fuerzas. Dije entonces que mientras estuviera él vivo había suficientes Marías en la Academia".

Con Marías, la Academia incorpora a un maestro del estilo, a un escritor que ha hecho de la frase, de su construcción y de sus ritmos internos, un arma de primer orden para provocar el discurso, para convocar los fantasmas de cada lector, para hurgar las heridas morales de una época desnortada, para celebrar la aventura o el sexo o el amor o el riesgo, para reconstruir y recuperar la memoria torcida de nuestra historia más reciente, acaso simplemente para encandilar.

Sobre el discurso que tendrá que pronunciar cuando formalmente pase a ser miembro de derecho, y sobre el trabajo que desarrollará en la institución, explicó que no ha pensado aún gran cosa. "Voy a ver qué tipo de trabajo me piden. En la Academia hay muchos expertos en diferentes campos y los escritores somos los menos útiles. Pero sí adelanto que estaré muy atento a los anglicismos innecesarios. Y sé que el plazo para el discurso es muy extenso. No será nunca antes de que concluya el tercer volumen de Tu rostro mañana".

El ocupante del sillón R añadió que de este tercer volumen lleva escrito la mitad y que éste será el más largo de los tres, y que no sabe cómo se titulará pero que llevará incluida la palabra veneno.

Marías dijo que ni le agrada ni le desagrada ser elegido el mismo día que Zapatero ha anunciado las conversaciones de paz con ETA. "También es el día de san Pedro y san Pablo. Son todo coincidencias".

Contó que supo el resultado de la votación por el director de la Academia, Víctor García de la Concha, quien le explicó que había sido elegido en la primera votación por dos tercios de los asistentes. Añadió que había pasado el día tranquilo tratando de escribir una nueva página de la novela. "Pero no he podido terminarla porque me he tenido que afeitar para estar con ustedes, cosa que hubiera hecho aunque no hubiera salido elegido y porque como vivo cerca del Ayuntamiento me he encontrado con una de las múltiples y ruidosísimas manifestaciones que cada día hay contra el alcalde Ruiz-Gallardón".

A la pregunta de si la elección como académico afectará al reino de Redonda y a su vida en general, dijo que no. "No creo que me afecte. No seré menos chinche ni menos pestífero, como dicen los italianos. Me han aceptado como soy y no cambiaré. Sé de algunos que incluso se han casado pero no creo que me dé ningún ataque de ese tipo".

Concluyó con un elogio de la libertad que siempre ha presidido la Academia. Le contaron que cuando en 1963 el secretario de entonces le comentó a Franco que se iba a presentar Julián Marías, éste respondió que lamentaba esa candidatura pero que no podía hacer nada. Y es que la Academia guardó incluso las plazas de los exiliados, como fueron Madariaga o Ayala. ¿Algo malo de la Academia? "Pues que nunca fuera miembro de ella María Moliner, autora individual de uno de los mejores diccionarios del español. Hay pocas mujeres y espero que eso cambie poquito a poco".

El director de la RAE, Víctor García de la Concha, comentó que Marías es uno de los escritores que forman parte del canon y que sus aportaciones serán riquísimas. Preguntado por un periodista si no había habido presiones del grupo PRISA para el ingreso de Marías, De la Concha contestó rotundamente: "Esa pregunta es casi un insulto, los académicos que han votado son muy heterogéneos".

Actualmente son 42 los académicos en posesión de su plaza, hay uno que está pendiente de pronunciar su discurso de ingreso (el médico Pedro García Barreno) y, desde ayer, se ha cubierto una de las tres que estaban vacantes (faltan por hacerlo las de Alonso Zamora Vicente y Julián Marías).

Javier Marías publicó en 1971 su primera novela, Los dominios del lobo (dedicada a Juan Benet), cuando tenía 19 años. Desde entonces forma parte del paisaje de la narrativa española y ha otorgado a ese paisaje una profundidad llena de matices, una hondura y densidad poco frecuentes, una originalidad en los tratamientos y las perspectivas, y una singular consistencia.

Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1993) y Mañana en la batalla piensa en mí (1996) llevaron la riqueza de la escritura de Marías al gran público. En 1998, en uno de los momentos de mayor éxito de su carrera, no dudó en aventurarse por nuevos caminos y publicó Negra espalda del tiempo, donde ensayaba nuevos recursos. Es lo que ha continuado haciendo en Tu rostro mañana, esa larga narración en la que todavía está embarcado.

A. GARCÍA / J. A. ROJO

El País, 30 de junio de 2006



SCIAMMARELLA

'Laudatio' de la puntuación

El ingreso de Javier Marías en la Real Academia Española es un motivo de regocijo para mí, como para el resto de sus amigos, y sin duda también para el propio Marías, en la medida en que supone el reconocimiento que varios países extranjeros le han otorgado reiteradamente y sin reserva, pero que el nuestro sólo le ha dispensado, al día de hoy, con cuentagotas y como a desgana. Al margen de esta consideración obvia, no creo que el ingreso en la augusta institución vaya a incidir de ningún modo en su obra. Es algo que no debería ocurrirle a ningún creador, pero mucho menos a Marías, cuya obra es, de todas, la que parece más ajena a los influjos externos. No me refiero a que la suya sea una obra ensimismada; menos aún a que sea un producto de laboratorio, aunque siempre ha habido en ella un componente importante de experimentación. En la narrativa de Javier Marías, especialmente en la que fluctúa entre la ficción y la crónica verdadera, aparece siempre un elemento personal a veces doloroso, y en todo lo que hace y escribe, narración o periodismo, hay un compromiso resuelto con la realidad. Lo que quiero decir es que el desarrollo constante y riguroso de esta obra responde a una lógica interna en la que no han hecho mella causas externas a la literatura, y desde luego no las opiniones, elogiosas o no, con que ha sido recibida. Nunca se le ha visto recular, ni tampoco buscar el beneplácito del público o la crítica allí donde sabe que le sería fácil conseguirlo. En dos palabras: Marías va a su aire. Y va con un paso que a lo largo de varias décadas no ha perdido vigor ni inventiva. Ni riesgo. Muchas cosas se pueden aprender leyendo las novelas de Marías, pero en este momento en que el ingreso en la Academia constituye una aparente sinecura (no remunerada) vale la pena destacar el empeño de Marías por meterse, literariamente hablando, en unos líos morrocotudos. Unos líos, todo sea dicho, de los que no siempre sale ileso pero siempre sale a flote, porque es osado e incluso temerario, pero no arrogante. Conoce o intuye sus limitaciones, a las que le gusta aproximarse, y es consciente de su extraordinaria y envidiable capacidad de maniobrar en un espacio increíblemente reducido. Traducido a términos no técnicos, esto significa que en el breve recorrido de una frase puede cambiar el ritmo narrativo, detener la acción o imprimir un acelerón a lo que parecía estancado, volver poético lo chocarrero, serio lo triste, o una combinación de lo anterior. Estas maniobras las consigue sin más medios que los que ofrece el diccionario y la gramática sucinta de la Academia en la que ahora ingresa. El resto es talento. Marías tiene el oído fino para el ritmo interno de las palabras y para el inusitado efecto apaciguador o sedicioso de los aparejamientos léxicos, para hacer que un término en un momento dado, sin que sepamos por qué, resulte perturbador. Es como si los párrafos, y no sólo los oscuros personajes que pueblan sus relatos, tuvieran un secreto que se resisten a revelar. No es ésta ocasión para entrar en un análisis más profundo de la obra de Javier Marías. Ahora sólo quería hablar del académico de la lengua; del que consigue construir un mundo que nos resulta real moviendo en un tablero de papel unas piezas que son letras y humildes signos de puntuación. Es en este terreno donde Marías hace sus mejores faenas. No sé si existe un estudio, en alguna remota universidad, sobre el uso de los signos de puntuación en la obra narrativa de Javier Marías. Si no lo hay, lo propongo a quien le pueda interesar. En resumidas cuentas, que con Marías entra en la Academia un hombre que sabe qué se puede hacer con el lenguaje. Su ingreso no debería ser el final de un trayecto, sino el principio de otro. Pero esto ya no incumbe a estas líneas apresuradas, que parecen ser una laudatio, porque eso es justamente lo que son.

EDUARDO MENDOZA

Soldados de sombra

La biblioteca de Javier Marías está protegida por un ejército en miniatura. Ha escogido húsares y cosacos con el esmero con que ordena sus libros. Su erudición en diversas literaturas adquiere así cierto aire de juguetería.

Marías persigue tomos esquivos en librerías casi secretas de las que ha dejado constancia en Todas las almas. Una vez que da con su presa, la coloca junto a un sargento diminuto, estimulante recordatorio de que escribir es un trabajo para valientes que regresan a la infancia.

No es casual que haya escrito páginas memorables sobre la percepción infantil (en el episodio inicial de Mañana en la batalla piensa en mí, el niño sabe lo que el adulto apenas intuye), que Negra espalda del tiempo explore el reverso de los sucesos a partir de la muerte de un niño (lo que no sucedió y sin embargo existe: lo que pudo haber sido), o que se refiera al fútbol, una de sus mayores pasiones, como "la recuperación semanal de la infancia". Todo fabulador requiere de cierta capacidad de retorno a la niñez para transformar los sentimientos primeros, las emociones más fuertes y formativas, en un tejido literario. Los libros protegidos por soldados de plomo hacen pensar en héroes de sombra, golpes de humor, aventuras bajo soles desconocidos, sangre imaginada.

Marías ha adquirido una estatura un tanto mítica en América Latina. Ajeno a la arena mediática, viaja a través de sus libros y sus artículos. Todo autor se convierte en personaje al ser leído, se traduce. No podía ser de otro modo con quien ha indagado los misterios de la traducción en su ejemplar versión de Tristram Shandy y ha imaginado desde la ficción los enredos lingüísticos de un intérprete del Rey. Negra espalda del tiempo narra, precisamente, las consecuencias del hecho literario, las historias que la realidad provoca a partir de lo que se ha escrito. En Bogotá, Caracas o el D. F. he estado ante lectores que discuten las novelas de Marías con el fervor del detalle y especulan sobre su persona con la acrecentada precisión que se le confiere a un protagonista literario. Saben que detesta los ruidos de Madrid, no navega por Internet y defiende los derechos cada vez más exiguos de los fumadores. Como Onetti, Marías escribe una prosa de musicalidades pausadas que sugiere las inhalaciones y los descansos del hombre que fuma: la frase fluye mientras el humo asciende. Recuerdo a Roberto Bolaño, otro eminente transformador del tabaco en historias, decir mientras encendía un cigarro: "Página por página, Marías es el mejor escritor de nuestra generación".

Tu rostro mañana
trata de un anticipador de destinos, inmejorable descripción del propio Marías. Sus novelas son travesías de conocimiento, investigan lo que no se ha pensado ni se ha sentido pero sólo puede pensarse y sentirse a través de la escritura.

Pocos autores han defendido su vocación -la isla del naufragio deliberado- con tanto celo como Marías. Si su cuidada biblioteca da cuenta de la dedicación al oficio, los soldados de plomo que la resguardan recuerdan que la literatura depende de estrategias sutiles. La conciencia de las palabras es una reflexión sobre la fuerza de lo que es frágil. Los adverbios y los juguetes ponen en evidencia a sus dueños. Nadie mejor que Javier Marías para ejercer en la Academia de la Lengua la tarea de acomodar una palabra con el tino de quien adelanta a uno de los suyos, imagina lo que podría pasar, le añade realidad y sueño, y gana una batalla.

JUAN VILLORO

Multitud de voces

En 1972, Javier Marías publicaba Travesía del horizonte. La novela traía consigo una pequeña operación literaria en medio de las comprensibles exigencias sociales de la época, además de ofrecernos un relato de aventuras. La importancia de ese libro, ahora visto en perspectiva, era la de introducir en la frase de ficción española aires anglosajones. Pere Gimferrer habló entonces de un pastiche. Y eso era. Pero además también importaba la inclusión de Henry James y Joseph Conrad en un texto que jugaba con la intriga y que a la vez, como haciendo honor a los homenajeados, nos proponía un secreto indemostrable. Secreto es una palabra clave en la novelística de Marías. La mención de James y Conrad indica también algo más preciso en relación a su literatura. En su narrativa cuentan primordialmente dos componentes: la digresión y la construcción de las voces narrativas. El escritor madrileño no necesita inventar historias. No necesita inventar intrigas. Las lleva adosadas en el cruce de voz y digresión. Aquí se generan la ambigüedad y esa atmósfera de indagación, las grietas morales y la voracidad de conocimiento. Resulta curioso que en novelas posteriores, desde Corazón tan blanco hasta Negra espalda del tiempo, llegando incluso a las más recientes como Tu rostro mañana 1: Fiebre y lanza y Tu rostro mañana 2: Baile y sueño, el autor mantiene intactas obsesiones literarias, motivos recurrentes (en el sentido en que Borges repite símbolos, metáforas, ideas).

Otra cuestión que ha llamado la atención en la obra de Marías es la función del autor dentro de la ficción. Negra espalda del tiempo recibió severas llamadas de atención. El gremio desperdició demasiadas energías en descubrir claves, además de reprocharle falta de unidad novelesca. Yo creo que se trataba, como sucedía en ese espléndido compendio de autores que se llama Vidas escritas, de un ejercicio riguroso de verdad literaria, por encima de otras verdades o mentiras irrelevantes. En Vidas escritas, Marías trata a sus autores como personajes de ficción ("con afecto y guasa", declaraba), un método harto eficaz a favor de la ficción, como no lo fue menos su Literatura y fantasma, otro cúmulo de reflexiones y argumentaciones en defensa del arte de la invención.

La tarea de traducción de Javier Marías no es tangencial. Forma parte de su concepción de la literatura. Lo que traduce tiene que enriquecer el acervo imaginativo de la literatura a la que pertenece. Para el autor madrileño, la traducción no es ajena a una meditación (palabra benetiana) sobre el propio estatuto de la representación. La traducción como fingimiento y representación es un artículo que debería estar en todas las escuelas de traductores. Lo mismo podría decirse de su función como editor. En la tradición de los grandes editores españoles, como fue el caso de Carlos Barral: publican lo que conocen, admiran y aman. No quiero terminar esta nota sin incluir al Marías columnista. Es decir, el Marías que piensa y emite una incorrección o una ira sin corsé en el momento más oportuno. A veces es difícil no ver en sus columnas, como se puede constatar en la edición de ellas, Harán de mí un criminal, una cierta familiaridad con esas voces escondidas en las largas digresiones de sus novelas. Marías es uno de los pocos columnistas con el que da gusto disentir. Las inteligencias bien engrasadas, hasta cuando hieren la banalidad, el mal gusto o la hipocresía dejan una huella estética con la cual disfrutar.

E. AYALA-DIP

El País, 30 de junio de 2006