domingo, junio 25, 2006

LA ZONA FANTASMA. 25 de juniode 2006. Malas impresiones

Vaya por delante que este es un artículo de impresiones, no de conocimientos ni de afirmaciones que no estoy capacitado para hacer, como les sucede a la mayoría de mis compatriotas en el asunto del alto el fuego de ETA y de su posterior tramitación por parte de Gobierno y oposición. Es lo que a los ciudadanos nos queda cuando carecemos de datos suficientes y claros: nuestra impresión, en modo alguno desdeñable porque, a falta de algo más sólido, acabamos guiándonos por ella, hasta para votar.

La impresión que yo tengo del mencionado asunto es lamentable. La primera y la peor es que a los dos grandes partidos, PSOE y PP, les importa mucho menos la disolución efectiva de ETA y el fin de su terrorismo que las ventajas o desventajas que de ello o de su contrario puedan sacar. El PP resulta en verdad transparente: parece tener tanto pánico a que el Gobierno se apunte el tanto que antes preferiría que se fuera todo al garete y la banda rompiera su tregua y resurgiese con virulencia (insisto, es una impresión). Se trata del clásico grupo –también hay individuos así– al que cualquier iniciativa, medida, paso adelante o atrás le parecerá mal. Si el Gobierno actúa, lo criticará, pero si se queda quieto también. Si se reúne con Batasuna, lo acusará –no sé por qué hablo en futuro– de estar claudicando y asumiendo el proyecto de ETA, pero si no establece ningún contacto con el entorno etarra lo tildará de medroso, incapaz y agarrotado por la responsabilidad, y lo culpará de perder una oportunidad histórica para “alcanzar la paz”, a diferencia del audacísimo Aznar, que, como Presidente, no tuvo reparo en anunciar que “sabría ser generoso” ni en llamar a ETA y a Batasuna como ellas querían ser bonitamente llamadas, Movimiento de Liberación Nacional Vasca o algo similar. Parece creer el PP, erróneamente, que si el alto el fuego se consolida y ETA renuncia, eso será un triunfo del PSOE imposible de contrarrestar a corto y quizá a medio plazo, cuando, si eso ocurriera, el mérito no podría atribuírselo ningún Gobierno en exclusiva, sino que habrían de compartirlo todos los habidos desde el inicio de la democracia. Pero el PP no está acostumbrado a que la gente tenga en cuenta la verdad –ni lo quiere, normalmente–, y ante ese “peligro” parece desear con ahínco que el Gobierno se estrelle y la violencia vuelva, sólo fuera para presumir de tener razón.

El Gobierno, por su parte, da la impresión de tener una prisa contraproducente y loca por que el “proceso” culmine, asimismo en la creencia de que, si se lograra, eso le reportaría unos magníficos réditos que, vista la cerrazón del PP, no debería compartir con nadie y de los que disfrutaría en solitario: “Con nosotros se acabó la pesadilla”. A los dos meses del anuncio del alto el fuego –dos meses frente a cuarenta años de terror– se ha apresurado a juzgarlo real y verificado, lo cual es tan ridículo como pensar que a uno ya le ha tocado el gordo por haber adquirido un boleto que le da buen pálpito. En cuanto algún fantasmón de Batasuna declara que se están hartando de esto o aquello, y que el “proceso” se va a bloquear, el Gobierno se pone de los nervios y corre a aplacar a los irritables irritados, como si fueran éstos quienes aún tienen la sartén por el mango (y uno habría jurado que era al revés). Recuerda el Gobierno, en su alarmadiza actitud, al cortejador que, tras ser rechazado mil veces por la cortejada, ve un rayito de esperanza o una mínima rendija. Y que en vez de aguardar a que la rendija se ensanche, hasta convertirse en puerta abierta o por lo menos entornada, aprovecha el resquicio para redoblar sus lisonjas y ofrendas, sin variar un ápice su papel de cortejador rendido. Es decir, le puede más el temor a que la puerta vuelva a cerrarse del todo –lo cual no debería ser muy grave para alguien con aplomo, y hecho a la desesperanza– que la confianza en que, con algo más de paciencia y flema, se acabe de abrir por sí sola. Lo normal es que la cortejada saque grandes beneficios de esa actitud timorata, arranque al cortejador promesas sin fin y jamás abra la puerta de par en par. ¿Para qué, si la rendija le resulta tan provechosa, útil y cómoda?

Una última palabra sobre la impresión que Zapatero da últimamente. Lo peor que le puede pasar a alguien con suerte, o, como se decía antes, que haya nacido de pie, es creérselo a pie juntillas. De ahí a pensar que tiene baraka (la fortuna árabe que se atribuía a Franco, ay, y gracias a la cual era “inmune a las balas”), hay un solo paso, y parece como si Zapatero ya lo hubiera dado. El optimismo está bien en un político, pero no la superstición, menos aún si no es reconocida como tal. El que tantea siempre y se fía sobre todo de su intuición y de su buena estrella, el que empieza a creer que por ser él quien hace las cosas éstas van a salir bien, está condenado a acabar mal, porque lo que le sobreviene a continuación es algo muy antiguo y de nombre también extranjero, la hybris, la antojadiza soberbia que los dioses griegos veían crecer en algunos hombres, con complacencia a veces, y desde luego sin intervenir. Porque sabían que el que se confía es el más fácil de destruir.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 25 de junio de 2006