jueves, noviembre 09, 2006

La realidad “irreal”

No es fácil explicar el extraordinario éxito de Javier Marías a partir de su novela, Todas las almas (1989). Sin embargo, el hecho parece estar relacionado con su profundidad al explorar los temas, empleando una prosa espléndida, así como con su impresionante técnica que crea una voz narrativa cuya conciencia reflexiva transforma la digresión en parte esencial del discurso, absorbiendo al lector desde el primer párrafo.

Debido quizás a esa atracción sobre el lector, sus obras han sido traducidas a más de treinta lenguas y ha recibido innumerables premios internacionales, a pesar de haberse presentado a un certamen sólo una vez. Para mencionar dos ejemplos: su novela Mañana en la batalla piensa en mí (1994) ha obtenido el Premio Internacional Rómulo Gallegos, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española, el Prix Femina Étranger de Francia y el Premio Arzobispo Juan de Clemente. Por otro lado, Corazón tan blanco (1992) ha recibido el Prix L‘Oeil et la Lettre, el IMPAC International Dublin Literary Award y el Premio de la Crítica en España.

¿Los temas de Javier Marías? Universales como la muerte, el amor, la violencia y el tiempo, entre otros, enfocados desde ángulos novedosos. En el tema del tiempo, concepto que atraviesa toda su obra, ha hecho suya la enigmática frase de Shakespeare, “negra espalda del tiempo”, para examinar en uno de sus sentidos la concepción de lo no acaecido como parte de lo real. En torno a esta idea de la realidad y otros aspectos de su obra, conversé con Marías en su apartamento de la Plaza de la Villa, una de las zonas más hermosas del Madrid de los Austrias, a pocos pasos de la casa donde vivió Calderón de la Barca.

Marías me había dicho en su carta que antes de recibirme tendría dos días seguidos de entrevistas con The Paris Review y un tercero con Der Spiegel. Esperaba, pues, encontrar a una persona cansada de contestar preguntas. No fue así. Relajado, amable y cálido, abordó con entusiasmo y sentido del humor los temas propuestos. Los rasgos de su personalidad no pueden ser reproducidos, como tampoco el tono de voz, las pausas, las expresiones del rostro (tal como ha señalado Elide Pittarello en Entrevistos, la única entrevista sobre temas personales concedida por el autor). No obstante, he indicado entre paréntesis los momentos de risa, con el propósito de acercar al lector a un rasgo sobresaliente del carácter de Javier Marías, expresado también en su difundida obra. A continuación, un fragmento de la entrevista.

Mucha de la actividad de sus narradores es resultado de procesos llevados a cabo por la razón: pensar, reflexionar, saber, conocer. Esos mismos narradores, sin embargo, a veces ponen en duda la racionalidad de su experiencia al presentar los hechos como conjeturas o hipótesis, y al descubrir ángulos extraños de la llamada realidad. De ahí que la concepción de lo real en sus novelas no pueda clasificarse ni como “realista” ni como “fantástica”. ¿Qué concepción de lo real suscribiría usted?
Alguna vez creo que he hablado de que todos tenemos la tendencia a contarnos a nosotros mismos, tanto cuando nos contamos a otros como cuando pensamos, digamos, en nuestra propia vida o en nuestra propia trayectoria, como quiera usted llamarlo. Tenemos la natural tendencia a hablar de lo que hemos hecho, de lo que hemos conseguido, de lo que ha pasado efectivamente, ¿no? y, bueno, en fin, es lo normal. Si, por ejemplo, uno va a un diccionario biográfico y busca sobre Napoleón, se dice: “Napoleón nació en tal sitio, hizo tal cosa, se casó, tuvo estos hijos”. Es decir, se dice lo que sería lo real positivo, lo que ha pasado efectivamente. Si tuviera que resumirme a mí mismo, digamos, a lo mejor diría: “Nací en tal sitio, no sé qué, fui profesor, publiqué estos libros”. Pero, en cambio, lo que no se suele tener en cuenta y que considero que también es una parte de nosotros, quizás no igual de importante, pero que nos conforma en un grado considerable, es lo que no hemos hecho, aquello a lo que hemos renunciado, aquello a lo que no nos hemos atrevido, aquello que se nos frustró, aquello que salió mal, aquello que intentamos y fracasamos, aquello que soñamos hacer y no lo conseguimos, la novia que no nos quiso (se ríe), digo novia porque yo soy hombre (se ríe).

(Me río) Claro, si fuera yo la que hablara diría el novio.
(Se ríe) Sí, o si el que hablara fuera homosexual o lesbiana, pero, vamos, la novia de la que me enamoré pero que no me hizo caso, pero hubo un momento en que hubiera deseado que me hiciera caso, a lo mejor hubiera terminado siendo mi mujer y hubiera tenido una familia con ella, bueno, en fin, lo que descartamos, lo que dejamos de lado, tantas y tantas cosas que digamos nos acompañan, además probablemente a lo largo de la vida entera, pues eso también forma parte de uno mismo, a uno lo conforma también eso: lo que no ha sucedido, lo que no ha ocurrido, lo que no hemos llegado a hacer, aquello a lo que no nos hemos atrevido. Claro, a veces uno no se atreve a cosas (se ríe), y es estupendo que haya cosas a las que uno no se atreva, por ejemplo, a matar a alguien (se ríe otra vez).

(Me río) Por supuesto, ¡y hay veces que sí dan deseos de matar a alguien!
(Se ríe) Pues, sí, y a veces también hay cosas a las que uno no se atreve y a lo mejor hubiera estado bien que se atreviera… Pues bien, se podría decir que para mis narradores eso es algo que está ahí también. No sé si se refería usted un poco a eso en su pregunta al decir que en mis novelas hay una realidad que no es “fantástica” porque no es lo que se entiende normalmente por “fantástica”. Es una realidad hipotética, como usted ha dicho, en algunas ocasiones especulativa. Efectivamente, mis narradores calibran lo que podría suceder y eso se corresponde con algo que a mí me pasa también en la vida real. De eso he oído hablar a mi padre que era filósofo, y también quizá lo he hablado alguna vez con mi maestro, Juan Benet, que no era un hombre ajeno a esa dimensión, digamos, valga la contradicción, la dimensión “irreal” de la realidad, “irreal” en el sentido de no acaecida, de no consumada o llevada a cabo.

Esa idea de la “realidad irreal” me recuerda la serie de hechos insólitos ocurridos a partir de la publicación de Todas las almas y que usted narra en Negra espalda del tiempo. En verdad esos hechos me sorprendieron muchísimo.
(Sonríe) ¡Uy, pero ahí sólo hay una mínima parte de las cosas que me han pasado! A veces pienso que si yo fuera otro tipo de escritor, llenaría libros enteros con coincidencias, con casualidades, con cosas aparentemente llamativas, porque hay gente que le saca a eso un gran provecho.

Usted señala en Negra espalda del tiempo que todo lo ocurrido después de publicada la novela es resultado del azar. ¿No le parece que tal vez lo ocurrido podría haber tenido algo que ver con lo que Carl Jung llama “sincronía” o “coincidencias significativas”? Es decir, con el fenómeno en que dos hechos se producen simultáneamente aunque no estén unidos por ninguna relación causal, y ello tiene un significado para la persona que los experimenta.
Sí, se podría decir que a veces hay una cierta sincronía, una cierta simultaneidad en los hechos, pero, vamos, a mí me han ocurrido tantas cosas que es como si dijéramos el pan nuestro de cada día. (Se ríe).

(Me río) ¿Y aun así piensa que nada de eso tiene significado? ¿No le cambia la concepción de lo real?
(Se ríe) Hombre, es muy fácil atribuirles significados a las cosas, por ejemplo, a cualquier persona le leen las cartas, y le dicen unas cosas que no son del todo nítidas y todo el mundo se las aplica a su propia vida de una manera u otra, ¿no? (Se ríe). Pero yo me tomo las cosas con mucha naturalidad, me parece que eso le debe ocurrir a todo el mundo, son cosas de tener una capacidad asociativa.

¿A usted le parece entonces que lo ocurrido es sólo el resultado de la asociación de ideas?
(Se sonríe) Bueno, a veces son cosas evidentes en que no hace falta tener una capacidad asociativa para que uno vea que realmente hay tal circunstancia extraña, o de una coincidencia extremada, ¿no?, pero a veces sí se trata de una capacidad asociativa, lo que pasa es que no todo el mundo tiene la misma capacidad asociativa. No sé, por ponerle un ejemplo, tonto, porque supongo que no tiene nada que ver con lo que está usted hablando: ayer precisamente, haciendo esa entrevista para el Paris Review de la que le hablé, pues le comenté a la periodista que en la antología de Cuentos únicos había incluido un cuento de un autor apócrifo, que en realidad era mío. Y ella me preguntó: “¿Cuál era el nombre del autor?”. Y le contesté: “James Denham”. Entonces ella preguntó: “¿Y por qué James Denham?”. “Bueno, no lo sé”, le dije, pero le expliqué que era una antología de cuentos muy raros, y que el juego de incluir uno escrito por mí y que apareciera de un autor tan raro como los demás era muy tentador. (Se ríe).

(Me río) Sí, he leído el cuento [“La canción de Lord Rendall”], ¡y hasta le inventó usted una biografía a Denham!
(Se ríe) Sí, pero, entonces, sólo entonces al hablar de eso, me di cuenta de que casualmente ese nombre que yo había elegido para ese juego hace ya un montón de años, no solamente tenía las mismas iniciales, sino que era casi el mismo nombre del elegido para el protagonista de mi última novela, Tu rostro mañana: Jacques Deza.

Claro, y en ambos volúmenes de Tu rostro mañana [I: Fiebre y lanza; II: Baile y sueño] se dice que al narrador se le llama lo mismo “Jacques” o “James”, o se le llama “Jaime” o “Jacobo”, que son la traducción al español de “Jacques” o “James”.
Sí, incluso las vocales del apellido son “e” y “a”. Pero si uno quiere darle significación a eso, pues no es algo deliberado. Cuando le puse el nombre al narrador de Tu rostro mañana, ni me acordaba de eso (se ríe). Entonces yo creo que eso es pura casualidad, sin mayor problema. (Se ríe). Lo que sí pensé ayer es que en el futuro podría haber un crítico de esos a los que les gusta ver concomitancias por aquí y por allá, que asocie estas dos cosas (se ríe), y dijera: “Pues, mira, fíjate tú, para un personaje que en algunos aspectos, no en todos, se podría decir que es un álter ego del autor (pues ahí está lo de mi padre que está trasladado al padre de Deza) [Marías se refiere a que en la novela se cuenta lo que le ocurrió a su padre, el filósofo Julián Marías, fallecido en diciembre de 2005, cuando fue acusado por su mejor amigo de un delito no cometido, ante el régimen franquista, y luego encarcelado], pues mira, qué casualidad que probablemente la única vez que tomó un seudónimo, éste sea el mismo que el nombre del protagonista de Tu rostro mañana. (Se ríe). A lo mejor alguien diría: “¡Ah!, qué casualidad!”. (Se ríe). Pero, la capacidad asociativa aparece en que yo asocié ayer esto. Es un ejemplo un poco bobo, pero es algo que me pasó ayer.

(Me río y ruego que no me incluya entre los “críticos concomitantes”.) Pero, bueno, me parece que lo ocurrido con Gawsworth va un poco más allá...
Vamos, eso sí es más llamativo, más curioso, pero todo tiene su proceso lógico, en realidad eso ocurrió porque yo escribí el libro, si yo no hubiese escrito Todas las almas nunca hubiera pasado, a John Wynne-Tyson nunca se le hubiera ocurrido llamarme.

Sí, pero la pregunta sería por qué en el libro expresa ese interés en la vida de John Gawsworth.
Bueno, ¿no le parece que era llamativa su historia?

Sí, claro que me lo parece, de hecho, desgarradora, después de leer su columna del domingo. [Me refiero a la columna “Demasiada nieve alrededor”, publicada en el suplemento dominical del periódico El País, en marzo de 2006. En la columna Marías comenta un DVD que había acabado de recibir, preparado con parte del material emitido por la BBC de Londres dos meses y medio antes de la muerte de Gawsworth, y que consistía en una entrevista con Gawsworth y algunos de sus amigos, con el propósito de conseguirle ayuda al que ya era un mendigo enfermo y estaba todavía dominado por el alcohol.]
Ah, ¿la leyó usted?

En realidad me costó mucho leerla por la tristeza que sentí al pensar que eso mismo les puede ocurrir a muchas personas.
Sí, es que la línea entre lo que consideramos una vida más o menos normal y una vida de mendicidad es muy fina. Por ejemplo, no sé si estaba ya usted aquí o no, pero hace unos meses salió en la prensa el caso de una indigente que unos chicos de Barcelona quemaron.

Sí, algo leí en el periódico.
Bueno, pues varios días siguientes hubo información de quién había sido esta pobre mujer antes de ser una indigente. Había sido una mujer bastante atractiva, con un buen empleo de secretaria de un ejecutivo importante, con una vida privilegiada más bien que lo contrario. No sé si un problema de drogas la había llevado poco a poco a esa vida. En fin, volviendo a su pregunta, ¿por qué hablé de Gawsworth? Porque me llegó una información y me llamó la atención, entonces no tiene nada de raro. (Se ríe).

Pasamos a conversar sobre otro tema, pero luego, al transcribir la charla, me pregunté si la naturalidad con la que Javier Marías asume los hechos que a otros les parecerían extraños, no tendría que ver con su particular concepción del oficio de escribir. Es sabido que el autor madrileño considera la escritura como una actividad más en su vida: sólo escribe cuando tiene ganas de hacerlo, y luego de haber publicado más de treinta libros no está seguro de si se considera escritor. En otras palabras, su humildad literaria lo hace despojar la escritura de cualquier cosa que suene a actividad excepcional. Entonces, para él, aceptar los hechos acaecidos a raíz de la publicación de Todas las almas como pertenecientes a un orden distinto al que rige la llamada realidad fenoménica, tal vez podría significar ser considerado como una especie de “elegido” a quien le ocurren fenómenos raros. Nada más lejos de la verdad para este artista que desea mantener su vida de siempre, alejado de los medios de comunicación, aunque su no buscada fama lo obligue a veces a hacer una excepción.

ANA LUISA SIERRA

(Autora del libro El mundo como voluntad y representación: Borges y Schopenhauer, es profesora de la UPR, Río Piedras, y está escribiendo un libro sobre la novelística de Javier Marías.)
El Nuevo Día, La Revista (Puerto Rico), 5 de noviembre de 2006


Rey de redonda: ¿la ficción anticipa lo real?