domingo, abril 08, 2007

LA ZONA FANTASMA. 8 de abril de 2007. Sobre el tontaina y la burla

En una carta enviada por el Portavoz de un determinado Comité Nacional, muy crítica con mi artículo de hace tres semanas "Los derechos confusos", ha habido una frase que me ha preocupado, no sólo por venir de alguien con responsabilidades públicas, sino porque la idea subyacente no es la primera vez que me la encuentro y temo que, incomprensiblemente, esté arraigando en parte de la sociedad. "…Habla sobre los derechos confusos aunque no contribuye gran cosa a clarificarlos", decía esa frase referida a mí, "y se otorga a sí mismo el derecho a burlarse de instituciones que son de todos como el Instituto de la Mujer o el Ministerio de Sanidad…" Es esta última parte la que me ha dado escalofríos.

Ni yo ni nadie nos podemos "otorgar", o arrogar, un derecho que ya tenemos, englobado en el más amplio a la libertad de expresión, de opinión, de crítica y hasta de sátira. Que alguien, por tanto, me reproche que me "otorgue a mí mismo" un derecho que ya poseo, como cualquier otro ciudadano, indica que ese alguien no lo cree así, que lo poseamos. No lo poseímos los españoles, efectivamente, durante los casi cuarenta años de la dictadura franquista, pero ésta, por suerte, quedó atrás hace ya más de treinta. A ese alguien, además, le parece mal que, no teniendo -según él- ese derecho, me atreva a tomármelo, sobre todo para "burlarme" de instituciones "que son de todos". Me permito recordar que mis burlas consistían en la expresión "el siempre tontaina Instituto de la Mujer" y en incluir a la Ministra Salgado en una breve relación de personas a las que, en evidente tono de guasa, comparaba con "los cristianos re-nacidos, los cuáqueros, los impulsores de la Ley Seca, el Santo Oficio y el Ejército de Salvación", bien por el celo de su religiosidad extrema, bien por su exagerado puritanismo frente a ciertos "vicios", bajo la coartada no sólo de la salud general sino de la de cada individuo, en la que nadie debería entrometerse si quiere evitar lo que asimismo hizo el franquismo, a saber: tratar a los españoles como a menores de edad por cuya salvación (moral entonces, física ahora) el Estado velaba a base de leyes, campañas y prohibiciones. En cuanto a la palabra "tontaina", es sin duda la mejor forma de no llegar a llamar "tonto" a alguien, sino de señalar que bordea la tontuna, ni siquiera la tontería. Tal como se deteriora el uso de nuestra lengua, es normal que mucha gente no distinga apenas los ricos matices de que aquélla es capaz, pero eso ya no es culpa mía. Baste insistir en que no es lo mismo un tonto que un tontaina que un tontín que un tontuelo que un tontaco que un tontazo que un tontorrón que un tonto del haba que uno de remate que uno del culo, por seguir con ese adjetivo.

Pero aún más llamativo es el blindaje que la carta en cuestión pretendía hacer de las instituciones "que son de todos". Según el remitente, de esas menos que de ninguna se podía uno burlar. ¿Y por qué? De acuerdo con eso, tampoco nos podríamos burlar del Gobierno, del Presidente y sus Ministros, de los parlamentarios (tan proclives ellos a la rechifla), de los alcaldes a menudo corruptos, de los Consejeros autonómicos, de la Empresa Municipal de Transportes, de la Renfe, del Consejo General del Poder Judicial, del Ejército, de la Policía ni seguramente de los bomberos. Tal vez todas esas instituciones sean "de todos" en abstracto y en vacuo. Pero lo cierto es que de ese modo no existen jamás en la práctica: están siempre ocupadas por personas concretas que las tienen en mero usufructo, hasta que sean destituidas por sus respectivos superiores o desalojadas de sus cargos por el voto de los ciudadanos. Y la actuación de esas personas concretas -de sus instituciones, por tanto- no sólo es criticable, sino que, precisamente por su propio carácter público, al servicio "de todos", está sujeta a mayor escrutinio y control que la de cualquier organismo o individuo particular. Por seguir con el ejemplo que puse en aquel artículo, lo que en mi casa hiciera un hipotético club de fumadores ateos no atañería más que a sus miembros, mientras que sí atañe a todo el mundo lo que hagan o digan los funcionarios públicos, obligados, en consecuencia, a encajar y soportar las críticas o burlas de cualquiera y a rendir cuentas.

Bajo todo esto, sin embargo, late algo más grave: la creciente creencia de que nadie debe ser criticado por nada, de que censurar a las personas y las conductas equivale a ser "intolerante". No digamos a las religiones e ideologías y nacionalismos, a los medios de comunicación y hasta a los partidos políticos. Alguno de éstos se pasa la vida insultando histéricamente, y los locutores de cerebro gallináceo a los que me referí también hace tres domingos, nos despiertan o duermen a diario con improperios o arbitrariedades megalomaniacas. Pero luego tienen la piel tan fina que en cuanto se les roza a ellos se soliviantan y se asemejan a esos personajes chuscos de Forges que exclaman dolidos: "Huy, lo que me ha dicho". Conviene atajar esta tendencia a la intocabilidad cuanto antes, y recordar que, en una sociedad libre, todos somos criticables y posibles objetos de burla. Conmigo, desde luego, y con otros compañeros de este periódico, no se suelen tener miramientos.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal
, 8 de abril de 2007


Cartas

Los límites de los derechos

Javier Marías habla sobre los derechos confusos en su artículo de EPS del 18 de marzo. Es lamentable cómo puede permitir arruinar un buen artículo por unos párrafos finales totalmente confusos en los que incluye mi nombre junto a personajes con los que de forma malévola hace un melting pot que sólo puede justificarse por sus propios prejuicios. Por alusiones me veo obligado a hacer alguna puntualización. Marías escribía en EPS a primeros de 2006, recién aprobada la ley del tabaco, un artículo que incluía cosas como ésta: " ... en estas fechas ha entrado en vigor la dictatorial ley antitabaco ... No se olvide que durante 40 años ya fuimos tratados por el poder como menores de edad y como vasallos. Ya basta". Esa oscura demagogia no pasó desapercibida para los lectores sensatos de EPS, que afortunada mente son la mayoría. A la semana siguiente, tres de las cuatro cartas a EPS sobre el artículo de Marías manifestaban su desaprobación con su escrito despectivo e injusto con una ley de salud pública que intenta defender la salud pública sin atentar contra los derechos de nadie.

Ahora habla sobre los derechos confusos, aunque no contribuye gran cosa a clarificarlos y se otorga a sí mismo el derecho a burlarse de instituciones que son de todos como el Instituto de la Mujer o el Ministerio de Sanidad, algo impropio de un socio fundador de un club (de fumadores) por la "tolerancia". Finalmente habla de un hipotético club de fumadores ateos que él formaría, y piensa que otros le acusaríamos de discriminación por no permitir el acceso de otras personas. En mi caso está totalmente confundido: me parecería magnífico que así lo hiciera. Yo nunca criticaría un club privado al que van única y exclusivamente socios fumadores ateos adultos que no obligaran a nadie a tragarse sus humeantes ideas.

El movimiento de prevención del tabaquismo jamás ha planteado estas cuestiones en términos morales ni de derechos, simplemente como un asunto de salud. Por tanto, ni yo ni los miles de profesionales de la sanidad, preocupados de forma desinteresada por la salud de las personas independientemente de su origen y condición, formaríamos nunca parte de un póquer de la intolerancia con algunos de los personajes que cita. Los derechos y deberes de las personas tienen delicados equilibrios, pero en determinadas circunstancias algunos deben prevalecer sobre otros y alguien debe garantizarlo. Por cierto, no me queda claro si me asimila a los cuáqueros o al Ejército de Salvación.

RODRIGO CÓRDOBA. Portavoz del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo. Zaragoza


Puntualizaciones de Marías


En respuesta a la carta de don Rodriga Córdoba, portavoz del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo, quisiera puntualizar: a) Lo que él ve como "malévolo", otras personas, y desde luego yo mismo, lo vemos simplemente como "travieso" o "guasón". b) Lo que él ve como "mis propios prejuicios", yo considero que son más bien "juicios". c) En el momento en que el movimiento de prevención del tabaquismo recurre a leyes y prohibiciones y se inmiscuye en la "gestión" de su propia salud por parte de los ciudadanos, ya está planteando la cuestión en términos morales y de derechos, y no como un mero asunto de salud pública y general. d) Al señor Córdoba no le queda claro si lo asimilaba a los cuáqueros o al Ejército de Salvación.

Quisiera sacarlo de dudas: en parte a unos y en parte a lo otro, lo cual es como decir que un poco a los dos. A tenor de sus artículos nada más, desde luego.

JAVIER MARÍAS. Madrid

El País Semanal, 8 de abril de 2007