sábado, agosto 18, 2007

Los pelos de punta

Vernon Lee (1856-1935) siguió el camino de George Sand, George Eliot o Fernán Caballero, y como otras artistas de su tiempo usó un seudónimo de hombre para que no la desautorizaran por ser mujer. En realidad, esta escritora británica se llamaba Violet Page y había nacido en una familia perteneciente a esa primera élite ociosa, cosmopolita y cultivada que se fue extendiendo por Europa en el siglo XIX. Lee pasó la mayor parte de su vida en Florencia, en donde se dedicó al estudio y a escribir ensayos, poemas y novelas. Allí también llevó una intensa vida social y pasó mucho tiempo hablando mal de los italianos, peor de los anglosajones, y de todos con mucho ingenio.

Por sus obras y por los testimonios que nos dejaron sus contemporáneos sabemos que Lee, que había recibido una educación esmerada y estuvo siempre al tanto de la bibliografía europea en cuestiones de estética, debió de ser un personaje extraordinario. Además de rebelarse contra el tópico victoriano que hacía de la mujer "el ángel de la casa" -una versión ñoña de nuestro "la mujer en casa y con la pata quebrada"-, tuvo el mérito de recordar la base corporal del placer estético, algo que a los sucesores del idealismo sonaba mal, pero que en realidad tenía un antecedente en Aristóteles, quien ya había defendido en su Poética que las causas del placer que nos proporciona el arte son físicas.

Y precisamente de placer corporal están llenos los seis cuentos y novelas cortas reunidos en Amour Dure [Traducido por Antonio Iriarte y editado por Reino de Redonda]. Sobre todo del placer de que se le pongan a uno los pelos de punta a sabiendas de que nada malo le ha de suceder, porque el género en el que despuntó la escritora fue el de los relatos sobrenaturales, de misterio y terror. Por su extensión, “Amour Dure”, que da título al volumen, “Dionea” y “La aventura de Winthrop” pueden considerarse novelas cortas; mientras que los tres restantes, “Marsias en Flandes”, “La muñeca” y “Sor Benvenuta”, serían cuentos.

Mientras los dos primeros abordan el tópico de la mujer fascinante y hermosísima que va sembrando el mal allí donde aparece, “La aventura de Winthrop” plantea la obsesión de un espíritu voluble por un cuadro; y si “La muñeca” aborda el destino del fetiche abandonado por su dueño, “Marsias” y “Sor Benvenuta” invierten paródicamente la veneración de figuras propia del catolicismo. El retrato de la monja lerda, que no puede ser más divertido y estremecedor, sitúa a Lee a la altura de Karen Blixen. Así pues preparen sus pelos, y a gozar.

FERNANDO CASTANEDO

El País, Babelia, 18 de agosto de 2007