domingo, septiembre 09, 2007

LA ZONA FANTASMA. 9 de septiembre de 2007. Plaga de reventadores

Hace unos meses, una amiga me fastidió, al enviarme un fax comentándomelo, el episodio clave de una serie de televisión que yo seguía. Supuso, errónea e inocentemente, que lo habría visto a la vez que ella, cuando jamás veo nada en ese aparato a la hora de su emisión, sino que lo grabo y me lo pongo más tarde, para así ahorrarme los monstruosos bloques de anuncios imbéciles (sí, ya sé que esto último es una redundancia; resulta inconcebible que nadie cobre por idear y decir imbecilidades), con el ente estatal a la cabeza. La cosa me sentó como un tiro, regañé a mi amiga por imprudente y aun la amenacé con una venganza que desde luego estaba en mi mano: contarle y chafarle la novela que yo acababa de terminar y que ella no podrá adquirir hasta el 24 de septiembre, tras una espera de tres años desde la salida del segundo volumen de esta obra, y de cinco desde la del primero, pues se trata de una novela en tres partes.

Huelga decir que no cumplí mi amenaza, pero eso me ha llevado a darme cuenta de lo difícil que es hoy en día que a uno no le revienten las películas, las novelas, las series de televisión y hasta los partidos de fútbol. Con estos últimos lo comprobé hace ya años: si había de salir a cenar o tenía un compromiso, grababa el partido que me interesaba, y confiaba en no enterarme del resultado hasta volver a casa y pasarme el vídeo, en la misma ignorancia y zozobra que si lo estuviese viendo en directo. Es una misión casi imposible: en el taxi de vuelta el conductor lleva encendida la radio y es raro que durante el trayecto no se le escape a alguien que el Madrid -eran otros tiempos- ha ganado por cuatro a dos. Malditas las ganas que le quedan a uno, entonces, de ponerse el ansiado partido. O si hablaba uno por teléfono con un amigo, y aunque le advirtiera que no dijera nada al respecto, era infrecuente que no se le escapase: "Ya verás", o algo por el estilo, dándole ya a uno demasiadas pistas con esa mera frase. Tocaba pasarse la retransmisión entera esperando algo desusado: que el Madrid hubiera perdido por goleada -insisto, eran otros tiempos-. De lo que la gente parece incapaz es de no soltar ni una palabra.

Pero la cosa se ha agravado en la actualidad, con tanto afán informativo y con esa impaciencia generalizada por saberlo todo antes de que se produzca; también por contarlo todo y, a través de Internet y de los SMS, proclamarlo a los cuatro vientos en seguida. Yo llevo unos cuantos meses (y los que me rondarán, moreno) intentando no saber el final de Los Soprano, que ya se ha emitido en los Estados Unidos: tengo la buena costumbre de ver esa serie siempre en DVD, más tarde, a mi ritmo y sin interrupciones. De niño me encantaban los trailers en los cines, y nada más terminar esos avances me entraban unas ganas locas de que se estrenase lo que anunciaban. Ahora no sé qué clase de descerebrados los hacen, porque tras su visión tengo siempre la sensación de conocer la película entera. Y no son pocos los textos de los DVDs que lo relatan todo, final incluido. Parece como si se haya olvidado el arte de sugerir, de atraer, de insinuar, yendo, de hecho, contra los propios intereses. Cada vez que hay una novedad de cierta importancia o para la que se espera mucho público, la propaganda es tan abrumadora que, sin haber puesto aún pie en el cine, uno cree haber visto ya la película y normalmente se la ahorra. En cuanto a los llamados making of (con una sola f, por favor), son de lo más catastrófico y disuasorio para la obra que promocionan. A veces pienso que si Hitchcock aún viviera, se las vería y desearía para que no le reventasen el suspense.

La plaga afecta hasta a la literatura. Entre las críticas (que cada vez salen más rápido y no suelen ser cuidadosas), las entrevistas con los autores, la promoción editorial y los comentarios impresos, es casi imposible empezar a pasar páginas sin tener de antemano mucha más información de la querida y numerosos prejuicios. Si a eso se unen tantas personas provistas de Internet y móvil, y con verdadera urgencia por comunicar a sus conocidos que ellas se han adelantado y que ya poseen el libro (véanse las histéricas colas para hacerse con el último Harry Potter), y que ya se lo han leído (menuda lectura apresurada habrá hecho la mayoría), y que es bueno o malo; y con tanta gente asimismo dispuesta a joder por joder y a chafarle el placer al prójimo, … los que aún tenemos gusto en ver y leer por nuestra cuenta nos vemos obligados a no abrir prensa, encender televisión ni casi hablar con nadie desde que aparece algo que nos interesa hasta que por fin encontramos el hueco para disfrutarlo. Es como si el mundo conspirase contra el descubrimiento y la sorpresa. Y me doy cuenta de que mi amiga imprudente, en todo caso, lo tendrá crudo para escapar a la amenaza que le cerní sobre mi modesto libro: en varias entrevistas que sobre él ya me han hecho, he tenido que parar a la entrevistadora alarmado: "Pero, mujer, no mencione eso, que destripa la novela". Dudo que hayan tenido en cuenta mi advertencia. No sé si recomendar, a quienes tengan intención de leerla, que antes de ponerse a ello se abstengan de echarse a la vista cualesquiera declaraciones mías y las críticas supersónicas. Aunque eso, en nuestro mundo de propaganda y comercio, probablemente equivalga a arrojar piedras contra mi tejado.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 9 de septiembre de 2007