domingo, febrero 24, 2008

LA ZONA FANTASMA. 24 de febrero de 2008. Nunca

Esa es sin duda una de las palabras que más usamos en vano, y a la vez una de las más rotundas de nuestra lengua, y de cualquier otra también. En un altísimo porcentaje la empleamos todos con falsedad, tanto cuando aseguramos no haber dicho o hecho nunca tal o cual cosa como cuando juramos que nunca las diremos o haremos. Los que colaboramos en prensa somos muy propensos a ella, pero a menudo escribimos “casi nunca” para no ser tildados de falaces o exagerados, lo mismo que recurrimos con frecuencia a la fórmula “la mayoría” cuando lo que nos pide la mano es poner “todo el mundo”. Ahora bien, tengo la impresión de que nuestra falsedad es relativa, o inconsciente, cuando decimos “nunca”: al afirmar que nunca hemos hecho algo, solemos estar convencidos, en el momento, de que efectivamente es así, o en todo caso deseamos con fervor que efectivamente fuera así; y al anunciar que nunca haremos esto o lo otro, no son pocas las ocasiones en que, más que una certidumbre, estamos expresando nuestra confianza en poder cumplir nuestro propósito. “Nunca volveré con Marcelo, aunque me lo suplique de rodillas”, exclama la mujer a la que Marcelo hizo daño o abandonó, y no es nada raro que al cabo de un tiempo la veamos entregarse de nuevo a Marcelo con renovados entusiasmo y fe. Y en ejemplos como este, es posible adivinar que cuando esa mujer dice “nunca”, en realidad ya esté anhelando que el caradura de Marcelo se le arrodille y le permita así volver con él.

Luego están los casos de cinismo, muy abundantes entre los políticos pero no sólo entre ellos. “Nunca hemos negociado ni negociaremos con ETA”, brama el antiguo miembro de un Gobierno cuyo jefe llamó a la organización terrorista “Movimiento Vasco de Liberación” o algo similar, y reconoció sus contactos con ella. O “Nosotros nunca hemos defendido otra cosa que los derechos del hombre”, vociferan los obispos, servidores de un Estado extranjero, el Vaticano, al que el Consejo de Europa no ha permitido suscribir la Declaración relativa a ellos porque en su territorio no se respetan ni se tiene intención de hacerlo, con su poco modernizada Inquisición (cambiado el nombre, eso sí). O bien: “Nunca dijimos que hubiera armas de destrucción masiva en Irak, sino que no se había demostrado que no las hubiera”. Los ejemplos serían infinitos.

La palabra “nunca” es, así pues, una de las más relativas y menos creíbles de cuantas se pronuncian. Y sin embargo no cabe no tomársela un poco en serio, pues también es la más absoluta y excluyente. Y aunque las personas sean propensas a cambiar de opinión, a olvidar o negar lo que han dicho y escrito (así esté grabado o publicado), a rectificar, a renegar de su vehemencia anterior y a buscar justificaciones para sus incumplimientos, lo cierto es que en el momento en el que alguien dice “nunca”, suele estar lo bastante encendido o convencido como para temer que ese “nunca”, si no definitivo, sí será duradero, y que en todo caso denota una profundísima aversión hacia aquello que ese alguien cree que nunca hará.

Por eso me extraña que haya pasado casi inadvertida la respuesta a una de las preguntas de esas encuestas que en vísperas de elecciones tanto proliferan. No es que yo crea mucho en ellas ni en su utilidad (más bien poco), pero me dejó estupefacto que en una de las que publicó este diario, a la pregunta “¿A qué partido no votaría usted nunca?”, un 14%, si mal no recuerdo, contestara que al PSOE, y un 40% que al PP. ¡Un 40%! ¡Cerca de la mitad de los encuestados, esto es, supuestamente de los electores! No sé cuántas son las personas con derecho a voto, pero si España tiene ahora unos 42 millones de habitantes, pongamos que serán unos 35, si exceptuamos a los menores de edad y a los inmigrantes sin ese derecho. De los que nada menos que 14 millones no es que no vayan a votar al PP el 9 de marzo, sino que afirman que no lo votarían nunca, en ningún caso, bajo ningún supuesto, en ninguna circunstancia, pasara lo que pasase. La verdad, yo no entiendo que, tras semejante respuesta, los responsables de ese partido sigan tan tranquilos, y aun ufanos, y no se hayan puesto manos a la obra para paliar tan alarmante situación. Porque, aunque la palabra “nunca”, como hemos visto, tenga en sí escaso valor, el dato significa que a día de hoy hay hacia el PP un grado de aversión tan anómalo que, si yo fuera Rajoy o Aznar –Dios lo prohíba per saecula saeculorum–, estaría sumido en la depresión y la desesperación. No sé, lo veo tan grave como si el 40% de quienes leen libros afirmara que nunca compraría uno mío. ¿A qué se debe tanta repugnancia? Yo recuerdo haberme dicho, después de los GAL, que nunca votaría al PSOE mientras a su frente siguieran los individuos que, por connivencia o incompetencia, habían propiciado semejante atrocidad, poniéndonos a todos al nivel de Batasuna. Creo que la actual y extendidísima aversión al PP puede tener que ver con algo similar, más allá de incompatibilidades ideológicas. Tan asquerosa como el GAL fue para mucha gente la Guerra de Irak. Y aunque la mayoría sea desmemoriada, en el actual PP sigue viendo a los políticos de esa Guerra: a Rajoy, a Zaplana, a Acebes, a Ana Pastor, a Esperanza Aguirre … Y en la penumbra a su principal propulsor, Aznar. Acaso sea eso lo que hace que el 40% –nada menos– los mire, se estremezca y responda: “Nunca. Nunca jamás”.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 24 de febrero de 2008