sábado, mayo 10, 2008

SILLÓN DE OREJAS: Recepción

Me preguntan algunos aficionados a la sangre si, en mi opinión, no hubo intención de provocarla en el discurso con que el profesor Rico contestó al de Marías la otra tarde en la Academia. Para nada. En aquella ritualizada (alta) comedia a la que asistían conspicuas autoridades (y en la que se pudo ver a un edil partiéndose de risa) todo transcurrió como un lance benetiano: con la ironía, guiño y fingida severidad de un revisor que reclama el título a un viajero novato. Rico se comportó como suele hacerlo su encarnación novelesca, sólo que carraspeando más de lo habitual -hay que entenderlo: cuando llegó su turno llevaba una hora sin fumar- y, quizás (pero esto es conjetura mía), molesto por tener que desaprovechar la ocasión (para no aguarle la fiesta al neófito) de dejar caer dos o tres amables maldades acerca de la Casa. Por lo demás, presididos por Poesía y Elocuencia (y a fe mía que hubo más de la segunda), ambos maestros limpiaron, fijaron y dieron esplendor no sólo a la lengua común (por ahora), sino también a los atentísimos oídos que los escuchaban. Uno centrándose -y es un clásico suyo desde, al menos, El hombre sentimental- en la imposibilidad radical de contar lo sucedido cuando lo sucedido sucedió en la realidad (y, por tanto, constatando la mentira de la ficción como única forma de narración fiable), y el otro, que ahora reivindica (y tomo nota) los Orígenes de la novela de Menéndez y Pelayo, dando rienda suelta a la ironía impertinente y desganada de un personaje literario que empezó llamándose Del Diestro y acabó, más ajustadamente a su saber y oficio, y de acuerdo con la cuantía de una fortuna personal que presumo nada desdeñable, como Profesor Rico. Al final no se sabía bien cuál de los dos, si el personaje o el actor, había salido en busca del otro, fuera éste quien fuese. Pero lo pasamos bien.

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

El País, Babelia, 10 de mayo de 2008