1927 Nace en Madrid. Hijo de Tomás Benet, abogado, y de Teresa Goitia. Es el último de los tres hijos del matrimonio, detrás de Marisol y de Paco.

1936 Matan a su padre al principio de la guerra. A continuación, la familia se traslada a San Sebastián, donde la madre tenía familia. Aquí comienza Benet el bachillerato, en los marianistas de Aldapeta. Conoce a Alberto Machimbarrena y a Javier Pradera.

1939 Con la guerra acabada, la familia regresa a Madrid. Prosigue el bachillerato en el colegio de Nuestra Señora del Pilar. Amigos de entonces son Eduardo Aleixandre, Carlos Ma Bru, Félix Costales y Joaquín Portas.

1942 Primera lectura de Edgar Allan Poe; después lee a Stendhal, Stevenson, Baroja.

1944 Termina el bachillerato e inicia la preparación, durante cuatro años, para el ingreso en la Escuela de Ingenieros de Caminos.

1945 Primera lectura de Franz Kafka y de Thomas Mann, siguiendo las indicaciones de su hermano Paco y sus primos Carmelo y Fernando Chueca. Lee también a Nietzsche.

1946 Primera lectura de William Faulkner. Comienza a frecuentar la tertulia de Pío Baroja, donde conoce, entre otros, a su sobrino, Julio Caro Baroja.

1948 Ingresa en la Escuela de Ingenieros de Caminos
En el curso de los seis años siguientes conoce a tres hombres que él considera fundamentales en su formación: Alfonso Buñuel, Pepín Bello y el pintor Caneja.
Son los años del Café Gambrinus y del Gijón, cuando Benet conoce también a Luis Martín Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Ignacio Aldecoa y Domingo Dominguín. Primera lectura de Marcel Proust.

1949 Primer viaje a París, a ver a su hermano que se había convertido en un exiliado, ya que había sido «el cerebro, organizador y ejecutor» de la operación de fuga de Cuelgamuros de varios anti-franquistas.

1950 Lee su primer libro en inglés: Reflections in a Golden Eye, de Carson McCullers.

1951 Servicio militar: «Empecé a estudiar inglés mal y en serio durante el servicio militar en Toledo porque tenía mucho tiempo: me llevé una gramática, un diccionario y una novela».

1952 Primera y última salida al ruedo, integrado en la cuadrilla de Rafael Ortega, en Calanda (Teruel).

1953 Estancia de prácticas como ingeniero en Helsinki (Finlandia). Entra a trabajar en la Helsingin Kaupungin Siihkiihlaitos, la Empresa Muncipal de Electricidad que entonces estaba levantando la Central Térmica de la bahía de Helsinki.
Publica Max, cuento en forma de teatro, en Revista Española.

1954 Termina la carrera de ingeniero de caminos. Conoce a Vicente Girbau y a Alberto Oliart. Estancia de prácticas en Ljungby (Suecia).

1955 Matrimonio con Nuria Jordana. Conoce a Pablo García Arenal. Lee un libro capital en el desarrollo de su literatura, Os sertoes (Los páramos), de Euclides da Cunha.
En la primavera es detenido por sus actividades políticas, junto con Vicente Girbau, Alberto Machimbarrena, Luis Martín Santos y Luis Peña Ganchegui.

1956-1959 Vida en Ponferrada trabajando en los canales de Queroño y Cornatel. Inicia y cancela sus estudios de violín. Nace su hijo Ramón, en 1956.

1959-1961 Vida en Oviedo. Trabaja como ingeniero en la doble vía de Lugo de Llanera a Villabona. Nace su hijo Nicolás, en 1960.
Un año después publica a su costa su primer libro (bajo el sello editorial de Vicente Giner) Nunca llegarás a nada.

1961-1965 Vida a pie de obra en la provincia de León, trabajando en la presa del pantano de Porma. Allí comienza la redacción definitiva de Volverás a Región. Nacen sus hijos Juana (1961) y Eugenio (1962).
En 1965 conoce a Dionisio Ridruejo.

1966 Regreso a Madrid, donde se instala definitivamente. Adquiere también en este año la casa de Zarzalejo, en las cercanías de Madrid. Muerte de su hermano Paco.
Publica La inspiración y el estilo.

1967 Conoce a Jaime Salinas, quien le encarga y publica su primera y última traducción: A este lado del Paraíso de F. Scott Fitzgerald.

1968 Publicación de su novela Volverás a Región: «Nadie se enteró de que yo había publicado eso más que cuatro jóvenes, dos de Madrid y dos de Barcelona -Pere Gimferrer, Azúa, Vicente Molina y Javier Marías-, les gustó el libro, les llamó la atención y, sencillamente, buscaron cómo encontrarme, llamaron a la puerta de mi casa y uno tras otro vinieron a verme. Luego, ya con una carrera literaria que iba no sé si progresando pero sí aumentando en publicaciones, fueron surgiendo otros jóvenes escritores».

1969 Obtiene el premio Biblioteca Breve con su segunda novela, Una meditación. En Barcelona, conoce a Carlos Barral, patrocinador del premio, y a Rosa Regás, que posteriormente editará buena parte de su obra. Conoce a Juan García Hortelano. Primer viaje a USA.

1970 Publica Una meditación y unos ensayos, Puerta de tierra. Conoce a Antonio Martínez Sarrión y Eduardo Chamorro.

1971 Publica su Teatro («Anastas», «Agonía», «Un caso de conciencia») y Una tumba.

1972 Aparecen Un viaje de invierno y 5 narraciones y 2 fábulas. Se traslada a vivir a una casa edificada durante la República al estilo Bauhaus madrileño en el barrio de El Viso.

1973 Publica La otra casa de Mazón y Sub rosa.

1974 Muerte de su esposa. Benet se distancia del grupo tradicional de amigos.

1975 Muerte de Dionisio Ridruejo.

1976 Primer viaje a China. Publica la monografía Qué fue la guerra civil, y los ensayos En ciernes y El ángel del Señor abandona a Tobías. Inicia las obras del salto de Los Moralets.

1978 Publica Del pozo y del Numa. Da diversas conferencias en Estados Unidos, en compañía de Juan García Hortelano.

1979 Se estrena -en gallego- su pieza teatral Anastas, en el Teatro Bellas Artes de Madrid.

1980 Aparece su obra Saúl ante Samuel. Inicia tournées con Juan García Hortelano por todo el país, con gran éxito de público y muy escaso de crítica. Nuevas conferencias en Estados Unidos. Finalista del premio Planeta 1980 con su novela El aire de un crimen. Comienza a redactar En la penumbra.

1981 Expone en la galería Italia 2 de Alicante sus óleos y collages. Publica Trece fábulas y media, así como un libro de ensayos, La moviola de Eurípides.

1982 Regresa a Madrid, donde comienza a escribir Herrumbrosas lanzas. Publica Sobre la incertidumbre, recopilación de artículos. Conoce a Blanca Andreu.

1983 Publica Artículos I (1962-1977), así como el primer volumen de Herrumbrosas lanzas.

1985 Publica el segundo volumen de Herrumbrosas lanzas. Matrimonio con Blanca Andreu. Sale, en Nueva York, Return to Región.

1986 Publica el tercer volumen de Herrumbrosas lanzas. A partir de ese año, la editorial alemana Suhrkamp traducirá las Rostige Lanzen (1986-1991). Retoma el proyecto de En la penumbra.

1987 Muerte de Alberto Machimbarrena. Publica Otoño en Madrid hacia 1950, reunión de ensayos escritos entre 1972 y 1986 («Barojiana», «Caneja, Juan Manuel», «El Madrid de Eloy» y «Luis Martin Santos, un memento»). Aparece la primera traducción francesa: L 'Air d'un crime, a la que seguirán el resto de sus obras.

1988 Muerte del pintor Juan Manuel Caneja. Acaba la presa de Santa Eugenia, en Galicia.

1989 Comienza a organizar su propia empresa de ingeniería. Publica En la penumbra, que será vertida, en 1991, al francés, y al alemán. Prosigue la redacción del cuarto volumen de Herrumbrosas lanzas. Sale su Londres victoriano.

1990 Aparece el libro de ensayos La construcción de la torre de Babel, que será traducido poco después al francés y al alemán.

1991 Se imprime su último libro literario, El caballero de Sajonia.

1992 Muere Juan García Hortelano, «el hombre más grato que España ha dado en el siglo», según Benet. En otoño, empieza a sentirse mal. Acepta corregir su gran novela de 1980, Saúl ante Samuel; y entrega el nuevo manuscrito a finales de diciembre.

1993 Juan Benet fallece en la madrugada del 5 de enero.


(Fuente: Juan Benet, Cartografía personal, edición a cargo de Mauricio Jalón, Cuatro Ediciones, Valladolid, 1997.)

 

 


por orden cronológico de publicación


1953
Max

1961
Nunca llegarás a nada

1965
La inspiración y el estilo

1967
Volverás a Región

1968
Traducción de A este lado del paraíso

1970
Una meditación
Puerta de tierra
«Los padres»
Prólogo a Industrias y andanzas de Alfanhuí.
Idem a Las palmeras salvajes
Idem a Benito Cereno

1971
Una tumba
Teatro

Prólogo a El «Ulises» de James Joyce

1972
5 narraciones y 2 fábulas
Un viaje de invierno
«En Cauria», «Un enigma»

1973
La otra casa de Mazón
Sub rosa


1976
El ángel del Señor abandona a Tobías
En ciernes
Qué fue la Guerra Civil


1977
En el estado
Cuentos completos

1978
Del pozo y del Numa

1980
Saúl ante Samuel
El aire de un crimen

1981
Trece fábulas y media
Prólogo a El espejo del mar
Una tumba y otros relatos
La moviola de Eurípides


1982
Sobre la incertidumbre
En la penumbra
(1ª versión)

1983
Herrumbrosas lanzas. Libros I-VI
Artículos


1985
Herrumbrosas lanzas. Libro VII

1986
Herrumbrosas lanzas. Libros VIII-XII

1987
Otoño en Madrid hacia 1950

1989
En la penumbra
Londres victoriano


1990
La construcción de la torre de Babel

1991
Traducción de Beckettiana
El caballero de Sajonia

1993
«Un barranco en sombras»

1994
Prosas civiles

1996
Páginas impares

1997
Cartografía personal

1998
Herrumbrosas lanzas (edición completa)

1999
La sombra de la guerra

 

(Fuente: Francisco García Pérez, Una meditación sobre Juan Benet, Alfaguara, Madrid, 1998)

 

 




Guardas de Travesía del horizonte
letra de Juan Benet

Travesía del horizonte
primera edición
La gaya ciencia, Barcelona

 

 


ESOS FRAGMENTOS

Me piden Eugenio Benet, el "tesinando" Francisco García Pérez y el editor Juan Cruz que cuente en unos folios lo que sepa acerca de Herrumbrosas lanzas, la novela de la que Juan Benet publicó tres entregas (en 1983, 1985 y 1986, respectivamente) y dejó una cuarta iniciada, más que inconclusa, ya que se trata de una sesentena de páginas que aquí se ofrecen por primera vez. También por vez primera se presenta toda Herrumbrosas lanzas en un solo volumen, y lo que ya puedo decir es que la idea de editarla así algún día la tenía el propio Benet. Bien es verdad que pensaba dar a la luz primero, suelta como las otras, la cuarta entrega cuando la acabara. Pero tan planeada tenía una edición conjunta de las cuatro partes que hasta había decidido qué ilustración quería para la cubierta: ese cuadro de Gerard Ter Borch con un jinete cansado o vencido que se aleja de espaldas sobre su caballo y del que yo mismo le envié la imagen postal en 1984, tras contemplarlo en el Museum of Fine Arts de Boston y pensar en seguida en él.

"Lo que sepa acerca de Herrumbrosas lanzas”, como he dicho antes, significa, claro está, lo que Benet me hubiera comentado de viva voz o por carta, y me imagino que la sospecha de que pudiera yo estar enterado de algo nace más del conocimiento de una larga costumbre que de la ilusa esperanza de que Benet me hubiera hablado mucho de su proyecto. Pues en lo que se me alcanza, él no solía contar apenas lo que se traía entre manos -al menos a los amigos escritores-; a lo sumo, de vez en cuando, gustaba de soltar una o dos frases, más bien enigmáticas o deliberadamente alarmantes, y que no hacían sino espolear una curiosidad en sus interlocutores que sólo satisfacía con cuentagotas. La larga costumbre, sin embargo, era que, cada vez que sacaba una novela, yo, en vez de comentársela en persona, como habría sido lo natural al vivir ambos en Madrid por lo general, le escribía una carta sobre ella, a la cual él podía responder con otra o bien de viva voz, según los casos y el humor. Por desgracia, debió de hacerlo de esta última manera con al menos dos de las tres entregas de Herrumbrosas lanzas -o quizá fallé yo y en aquellas ocasiones no le escribí-. Lo cierto es que, así como guardo una misiva bastante extensa sobre Saúl ante Samuel o su defensa de En el estado o alguna cuartilla sobre En la penumbra, las referencias a la presente novela son más bien laterales en nuestra correspondencia, aunque en una carta le dan pie a hacer algunas consideraciones de tipo general que sin duda aplicaba a este libro concreto.

Y en conversación, con todo, recuerdo haberle oído un par de cosas que tal vez puedan ser de interés o ayuda para el curioso o el investigador, y contribuir a despejar alguna incógnita. Herrumbrosas lanzas III (1986) abarcaba los Libros VIII-XII, y Herrumbrosas lanzas IV (sus sesenta páginas existentes) se inicia en el Libro XV; lo cual podría llevar a preguntarse si los Libros XIII y XIV fueron escritos y no han sido encontrados entre los papeles que dejó a su muerte, o si pensaba escribirlos más adelante aunque cronológicamente fueran a ser anteriores al Libro XV y a los fragmentos del Libro XVI. Creo que uno puede sentirse tranquilo al respecto, ya que Benet me dijo en una ocasión que planeaba "saltarse" algunos Libros, así como dar a alguno un carácter exclusivamente fragmentario, a efectos de crear la ilusión de que el conjunto de Herrumbrosas lanzas fuera una crónica hallada incompleta, con algunas de sus partes perdidas, exactamente como nos han llegado las de los historiadores de la Antigüedad a menudo, y en concreto las de dos de sus autores predilectos, a los que también en aquella oportunidad mencionó: la Rerum Gestarum de su admirado Amiano Marcelino se inicia en el Libro XIV o XV, no recuerdo ahora bien; y la Ab Urbe Condita de Tito Livio la conocemos con el gran vacío de los Libros XI-XIX nunca encontrados, si no me equivoco. Como también hay lagunas en Tácito, al que mucho admiraba. Esos historiadores latinos eran sin duda una de sus referencias y aun modelos principales en la concepción de Herrumbrosas lanzas.

Otro comentario de interés fue que, para la escritura de la tercera entrega y sin duda para la de la cuarta, y en concreto para las descripciones bélicas, había decidido inspirarse parcialmente, más que en las propias batallas y operaciones reales de nuestra Guerra Civil que él bien conocía, en las que tuvieron lugar en el mismo suelo durante la Guerra de la Independencia, llamada en inglés The Peninsular War. Y a este efecto, aprovechando mi estancia en Oxford entre 1983 y 1985, me encargó que le buscara y enviara una serie de obras relativas a esta guerra, entre ellas, según consta en carta a mí dirigida el 7 de mayo de 1984, las siguientes:
"R. Glover: The Peninsular War 1807-1814. London 1974.
Corbett: The Trafalgar Campaign. London 1910.
P. M. Kennedy: The Rise & Fall of British Naval Mastery. London 1976.
Lamford and Young: Wellingtons Masterpiece: Salamanca. London 1974.
H. Leith: A Narrative of the Peninsular War: 2 vols. London 1934.
Londonderry: A Narrative of the Peninsular War. London 1829.
Sir C. Oman: A History of the Peninsular War: 7 vols. London.
Parkinson: The Peninsular War, London 1974."
"Lo que encuentres de esa lista", apostillaba, "adquiérelos, por favor, y serás recompensado." En esa misma carta, más adelante, comentaba: "Yo ahora termino el borrador de la 2.ª parte de HL que, como te dije, es un poco distinta de la 1.ª aunque he procurado no apartarme un ápice del estilo ensayado en ésta. En cierto modo es un paréntesis, antes del volumen III que será el de más cuerpo bélico y dramático."

Ese "como te dije" debía de aludir a su carta de 27 de enero del mismo año, en que comentaba: "Realmente tengo poco tiempo que dedicar a esos ingratos comoquiera que he decidido ocuparlo casi todo en acumular (al fin) una ingente fortuna; y los ratos libres los relleno con la redacción de la 2.ª parte de las HL, que más o menos llevo por su mitad, con un excursus que se me ha ido un tanto de la mano llevado de una tendencia a la narración romántica que me ha aflorado últimamente, no sé muy bien por qué causa."

Con posterioridad a ambas fechas, el 4 de junio de 1984, y tras insistir con los encargos librescos ("Pero no me olvides: toda peninsular War que caiga bajo tus ojos (siempre dentro de un orden) hazte con ella"; y bastantes más le encontré), anunciaba el término de la segunda entrega: "He terminado las HL 2; creo que ha quedado bien; incluso con algún tímido toque erótico, para que el público se regocije."

En tono igualmente bromista, me anunciaba el envío del primer volumen el 20 de octubre de 1983: "Por correo separado te remito hoy las Quejumbrosas stanzas para que sustituyas el otoño oxoniense por el invierno regionato. Un libro de gran belleza, que reúne motivos de muy diverso interés. La razón de enviarlo tan urgentemente no es otra que la impaciencia por la correspondiente y obligada carta, de no menos de 5 págs., esta vez. Sea cual sea tu opinión (que a no dudar ha de ser no ya favorable y encomiástica, sino entusiasta) has de saber que a tu vuelta seré un hombre rico."

Y sobre la recepción crítica del segundo volumen, y mis presumibles comentarios a él, decía lo siguiente el 23 de mayo de 1985: "Me complace mucho comprobar que tu ojo crítico sigue despierto: en tu carta has señalado lo que sin duda es el mejor párrafo de HL 2, el que se refiere al punto de luz en la noche. Es curioso: hace cosa de un mes le envié una breve nota a Savater para comunicarle que de su último libro lo que más me gustaba era una imagen (relativa a la superficie rizada de un lago escocés) y le sugería que le pusiera precio si era su intención venderla. Bien mirado lo de Barbara Stanwyck tampoco me parece demasiado mal. Aquí los enterados han coincidido en que no sé trazar caracteres y que he simplificado las causas de la guerra al reducirlas a querellas familiares. Es evidente que el primer principio que tiene el crítico es el de afianzar su personalidad y convencer al lector de que para algo es crítico: un vigía de la sociedad que atento sobre todo a los peligros que la amenazan, casi siempre se siente en la necesidad de comenzar con un: ojo, que yo no me chupo el dedo. Pues bien, cuando empiezan así -y las variaciones de tal fórmula pueden ser infinitas- es mejor no seguir adelante."

Pero seguramente la más interesante de las cartas de Benet con referencias a Herrumbrosas lanzas es la que me envió el 25 de diciembre de 1986 en respuesta, sin duda, a la que yo le había escrito sobre la tercera entrega. "... reparas en todos los pasajes sobresalientes", decía, "y silencias los menos afortunados. Ahora bien, como creo que ya te decía días atrás, cada día creo menos en la estética del todo o, por decirlo de una manera muy tradicional, en la armonía del conjunto. Me permito, incurriendo en una manía muy poco recomendable, citarte un párrafo de un artículo que [...] supongo que no habrás leído ni leerás y en el que he querido resumir esta innegable aprensión hacia el conjunto que tal vez me invade como consecuencia de estar metido desde hace cuatro años en una aventura -las HL- que lo puede tener todo menos, por ahora, conjunto: 'El asunto -o el argumento o el tema- es siempre un pretexto y si no creo en él como primera pieza jerárquica dentro de la composición narrativa es porque, cualquiera que sea, carece de expresión literaria y se formulará siempre en la modalidad del resumen. Definir la narración como «el arte de contar una historia» me parece una banalidad incalificable; ni siquiera es una tautología [...]. Pienso a veces que todas las teorías sobre el arte de la novela se tambalean cuando se considera que lo mejor de ellas son, pura y simplemente, algunos fragmentos.' Y si HL 1, HL 2, HL 3, etc., han de servir tan sólo como piezas de sustentación de unos cuantos fragmentos agradables de leer ¿a qué más puedo aspirar de acuerdo con lo anteriormente expuesto?

Cuando te decía anoche, un tanto desordenadamente, que me parecía que habías cruzado una frontera que es difícil atravesar de vuelta para residir de nuevo en el antiguo territorio, me estaba refiriendo a ese magnetismo que ejerce un fragmento satisfactorio -que en sí mismo es perfecto, en contraste con una novela que no lo puede ser nunca, por su propia constitución- gracias al cual está permitida cualquier cosa y sin el cual cualquier cosa pasa a ser de segundo orden." Y bastante más adelante, Benet se extendía sobre la cuestión: "Muchos poetas creen -y en eso oscuramente justifican la brevedad de sus composiciones- que todo o casi todo lo que escriben es de esa condición. Pero es una tontería o una falacia permanente, como la fe de un creyente. Y precisamente la confianza en que todo sea de la misma altura es lo que aborta el fragmento. Por consiguiente, creo que los fragmentos configuran el non plus ultra del pensamiento, una especie de ionosfera con un límite constante, con todo lo mejor de la mente humana situado a la misma cota. Por eso te hablaba antes del magnetismo que ejerce esa cota y que sólo el propio autor puede saber si la ha alcanzado o no, siempre que se lo haya propuesto pues es evidente que hay gente que aspira, sin más ni más, a conseguir la armonía del conjunto."

Poco o mucho, esto es lo que puedo aportar para complacer la petición de Eugenio Benet, Francisco García Pérez y Juan Cruz. Sólo me permito aportarle al segundo algún dato sobre los guiños en la toponimia de Región esparcida por el famoso mapa que Benet incluyó junto con la primera entrega de Herrumbrosas lanzas: aparte de los amigos aludidos y ya señalados en su Prólogo, hay un lugar, Cueva de la Mansura, que pertenece a Félix de Azúa y a su novela Mansura; otro, Vicenbusto, que debe su nombre a Vicente Molina Foix y a su novela Busto; y un tercero, por último, Casaldáliga, que me pertenece a mí y a mi novela El siglo, cuyo protagonista atendía por ese apellido.

Y ahora, que los lectores vayan en busca de esos fragmentos.


JAVIER MARÍAS
(Prólogo a Juan Benet, Herrumbrosas lanzas, Alfaguara, Madrid, 1998)

Para el joven Javier Marías,
de la novela un titán,
del amor,
un galimatías.

Juan
Madrid. 1986

Dedicatoria de Juan Benet a Javier Marías en
Herrumbrosas lanzas
Libros VIII-XII
Alfaguara, Madrid, 1986


UNA INVITACIÓN

No resulta fácil, tan sólo diez días después de la muerte de Juan Benet, intentar rememorar globalmente su obra con el propósito de animar a los posibles lectores de esta reedición a seguir y probar con otros títulos: teniendo ya uno en la mano, lo más probable es que dependa de él, y no de cuanto yo pueda añadir, que esos lectores se adentren en nuevos textos.

Pero tal vez logre ser convincente a la hora de comentar -no exactamente rebatir- la etiqueta que más ha pesado siempre sobre la obra de Benet. La fama que lo persiguió hasta la muerte y quizá más allá fue la del autor difícil, complicado y oscuro (e incluso «abstruso» según quienes no saben manejar adjetivos y tienen un entendimiento que a lo sumo les da para leer a González-Ruano), y eso ha hecho, al parecer, que muchos posibles lectores lo hayan rehuido o se hayan acercado a él ya con miedo, el peor compañero de cualquier aventura, sentimental, viajera o intelectual. Ese miedo también ha hecho, según mi conocimiento, que algunos de esos lectores desistieran a la primera dificultad o zona de sombra, confirmando su prejuicio con lo que a menudo no llegaba ni siquiera a ser juicio, al carecer todavía de fundamento bastante: un poco como quien a la entrada de una selva piensa que va a padecer de desorientación y a encontrarse terribles mosquitos y una vegetación opresora y serpientes y, tras dar unos pasos y sentir la inicial penumbra y oír el zumbido de un solo insecto, decide que todo es sin duda como suponía y que, en efecto, es imposible atravesar esa selva; y vuelve atrás sus pasos.

No voy a negar enteramente que la obra de Benet presente dificultades, porque sé, entre otras cosas, que si no las presentara tendría la mitad del interés que tiene y no produciría la fascinación que también ha causado en muchos lectores más intrépidos y resueltos. Pero sí convendría advertir a los más pusilánimes que no toda la obra de Benet las presenta. Algunos de sus libros son diáfanos -lo cual no quiere decir nunca triviales ni simples- y tan deli
ciosos como los relatos de Isak Dinesen (Trece fábulas y media); o tan profundos y amenos como las memorias marítimas de Joseph Conrad (Otoño en Madrid hacia 1950); o tan misteriosos y sobrecogedores como Santuario de Faulkner (El aire de un crimen); o tan agudos e irónicos como El elegido de Thomas Mann (El caballero de Sajonia y aun En la penumbra, sus dos últimas novelas publicadas en vida).

La ventaja que además ofrece Benet, a diferencia de tantos otros escritores que han descansado con el divertimento, es que los suyos (y de los títulos que he mencionado no podría considerarse como tal el último, pero sí los otros) vienen a dar lo mismo -es decir, no menos- que lo que los críticos y profesores, con la pompa habitual, suelen denominar «obras mayores» de un autor. Esto no quiere decir que Benet se haya repetido, o no en el mal sentido del verbo, sino que su obra no se ha desmentido nunca a sí misma o, dicho de otra forma, que ha dado y ha escamoteado por igual en todos los casos. Cuando un lector demasiado ingenuo o demasiado torpe o demasiado bruto le reprocha, por ejemplo, que «no se entiende bien qué está pasando», o que «uno no se entera», debería tener en cuenta dos cosas: primera, que precisamente de eso se trata, de no saber de manera cabal qué está pasando porque el pasar que interesa a Benet es el que más se asemeja al pasar de la vida, en la que nunca nadie tiene todos los datos o toda la memoria o toda la seguridad o toda la interpretación de cómo fueron o son las cosas, aun las que más nos atañen o más han condicionado nuestra existencia, teñidas todas de parcialidad e incertidumbre. Segunda, que lo mismo sucede con sus obras diáfanas, con aquellas que el lector poco esforzado puede leer y de hecho lee con tranquilidad y complacencia: en ninguno de los títulos mencionados, ni siquiera en el que es un libro de memorias dispersas, están dados todos los datos; en ese otoño madrileño hay historias ensombrecidas o sólo apuntadas, la sensación del ocultamiento, la certeza de que el autor a veces ha preferido callar o pararse, no contar lo que fuera indiscreto o más bien lo que pudiera satisfacer la curiosidad más baja del lector de chismes y peripecias. El desprecio de Benet por la intriga ha sido siempre manifiesto: no sólo porque veía en ella una manera burda de hacer pasar al lector las páginas, sino también porque sabía que ese recurso está al alcance de cualquiera, desde Dickens hasta el más infame guionista de culebrones. Lo que el lector debe saber, así pues, es que Benet jamás le dará carnaza barata de la que hoy se encuentra por doquier no sólo en la televisión, la radio y la prensa, sino también en la literatura; tampoco le ofrecerá un retrato artesanal de lo que ya conoce, no le confirmará en lo que ya sabe, ni será complaciente dándole la razón acerca de lo que el lector ya ha pensado impersonalmente, es decir, de lo que ya piensa por él su época sin necesitar la contribución de su esfuerzo. Y en ese sentido sí es un autor difícil, pero no más que Proust o Faulkner o Kafka o Conrad o los propios Shakespeare y Cervantes: ninguno de ellos halagó y adormeció las mentes, sino que las hicieron despertar con zozobra, y preguntarse. Pero si Benet aplica las mismas dosis de incertidumbre y tiniebla en sus libros diáfanos y en sus libros oscuros, ¿por qué estos últimos son así considerados? ¿Porqué a los primeros se pueden acercar y se han acercado sin ningún temor tantos lectores ocasionales? Sólo encuentro una explicación, y es un poco lamentable: se trata de un problema de sintaxis (pero no es culpa de un escritor que algunos de sus lectores no lo hicieran bien en la escuela). En sus novelas más ambiciosas y extensas el párrafo de Benet es largo y amplio y alambicado, lleno de meandros, incisos y prolongadas metáforas que cobran autonomía dentro de la narración o discurso general, al que a veces cuesta volver, en efecto, si uno no ha admitido esa importancia o autonomía de lo que sólo las costumbres tipográficas (o los hábitos lectores más holgazanes) hacen ver como lateral, prescindible o secundario. En la apasionante e inaugural Volverás a Región (pero aquí no tanto), en Una meditación o en Un viaje de invierno, en Saúl ante Samuel o en algunos pasajes de Herrumbrosas lanzas el lector perezoso puede sentirse ofuscado por el enmarañamiento de la selva en la que llegó a adentrarse.

Pero ni siquiera ese lector debería asustarse si tiene en cuenta y recuerda de qué tipo de excursión se trata, es decir, si considera qué es lo que a Benet interesa y no interesa: lo segundo (la mencionada intriga, el camino recto por no decir lineal, la iluminación sin contrastes ni veladuras, lo consabido) no lo tendrá, ni deberá buscarlo; lo primero lo obtendrá con creces, y quizá aquí termino, con algo a lo que ni el lector más atento debería atreverse, aventurarse a decir lo que a un autor misterioso interesa: la pura hipnosis del estilo, que es lo que hace pasar las páginas sin métodos fraudulentos ni recursos de barracón de feria; las ráfagas de un pensamiento inquietante que, si no irracional, no necesita exponer razones para afirmarse y persuadir en el momento de manifestarse; las descripciones exactas como un mapa o un cuadro; el largo aliento, el párrafo noble, el vigor de la prosa que obliga a leer conteniendo la respiración, y no precisamente porque el lector ansíe saber qué va a pasar o está ya pasando (lo que ansía es ver el paso); el pulso de la decadencia, del que no se le hablará, sino que uno sentirá palpitando; la representación de la espera, que es aquello en que consiste la vida de todos los hombres, su esencia; los despojos que el amor va dejando a su paso tras llegar siempre tarde a la cita con las personas; la intrusión del pasado y del rito y del resentimiento, es decir, de todo lo que nunca deja de ser o nunca pasa del todo, acechando el presente y mandando sobre el futuro; «la malevolencia de un tiempo como el viento», según ha dicho hace poco Sánchez Ferlosio, el sonido de ese viento sobre los tejados y contra las puertas, en el páramo y a través de los ríos y en las cimas de los montes; el ruido de las batallas y el silencio de los fusilamientos; la usurpación y las maldiciones de una naturaleza siempre más poderosa que sus víctimas, que la contemplan tras una ventana con los cristales rotos; y también lo más íntimo, el rumor de los objetos que ya no son de nadie, la letra de las cartas que nunca serán leídas y las voces de los vestidos que dejaron atrás los muertos, aún colgados de sus perchas.

El lector osado hallará todo eso y mucho más en los libros de Juan Benet. Puede que tenga a veces la sensación de encontrarse tan sólo con trozos, fragmentos marmóreos de una lápida inmensa, y a mi modo de ver eso no debiera preocuparle ni disuadirlo, sino incitarlo a seguir adelante en la seguridad de que será recompensado por el recuerdo: porque los textos de Benet resuenan tras acabarlos, y en su literatura el juego no consiste principalmente en entender o saber o seguir una historia aterradora y magnífica, sino más bien en leer, y en parar y asombrarse, y en seguir leyendo.


JAVIER MARÍAS

(Epílogo a Juan Benet, En el estado, Alfaguara, Madrid, 1993. Recogido en Javier Marías, Literatura y fantasma, Alfaguara, Madrid, 2001.)



JUAN BENET MISTERIOSO

Don Juan Benet pasó muchas horas de su vida ahí donde lo vemos en la primera foto, sentado o echado en su famosa otomana que todos sus amigos le envidiamos siempre. Rodeado de libros y discos en controlado desorden, sobre la mesita suplementaria un paquete de cigarrillos, un cortaplumas. Su figura alargada se ve aquí entera, con las piernas cruzadas dejando al descubierto un poco de pantorrilla, un detalle que milagrosamente no lo priva de un átomo de elegancia, como si la suya involuntaria pudiera sobreponerse a cualquier descuido. Quizá se ha incorporado un momento sólo para que su hija Juana le haga el retrato, quizá por eso su mirada está todavía donde estaba su mente, en la lectura interrumpida o en la meditación más grave que malhumorada, más misteriosa que apesadumbrada, a veces es difícil distinguir esas cosas en los ojos que nos están mirando. Está vestido como lo están los hombres recién llegados del trabajo, sin chaqueta ya pero aún con corbata. Llama la atención ese pelo blanco y gris brillante, parece la superficie en día nublado de un mar en calma, como si en él hubiera movimiento y flujo, menores que los de una ola, un pelo hidráulico. El bigote y las cejas mucho más oscuros restan venerabilidad al cabello, se trata de un hombre incisivo y alerta, tanto que puede resultar imparable en sus argumentos si se lo propone. No apoya la mano en la mejilla, sino la mejilla en la mano distinguida y grande, que abarca. Su expresión es enigmática, parece haber en ella una mezcla de impaciencia y sufrimiento, de conmiseración y sorpresa; y algo de descreimiento, quizá era el curso de sus pensamientos aún retenidos al levantar la vista.

Esa mano izquierda vuelve a aguantar la cara en la segunda imagen, mucho menos casera aunque no se vea ningún contexto. Benet está vestido para alguna ocasión, esa camisa a rayas con el cuello blanco es algo infrecuente y el nudo de la corbata a lunares aspiró a estar ajustado y tal vez fue soltándose durante una velada. Los ojos son aquí más soñadores y más amables, pero de nuevo están llenos de ambigüedad o indecisión voluntaria o misterio, exactamente como sus novelas. Benet puede estar escuchando algo que le parece una majadería y a lo que replicará en cuanto su interlocutor haga la pausa, o bien puede estar mirando con afecto y hasta emoción contenida a alguien que lo complace. En su expresión hay otra vez mezclas insólitas o desusadas, melancolía y guasa, diversión y piedad, conformidad y desacuerdo, todo es leve. Las manchas de la piel y las arrugas del cuello son lo único no juvenil del retrato: el pelo se aparece más alborotado que en la primera foto, como de muchacho que procuró peinarse sin conseguirlo antes de salir de casa, pese a la mucha agua. La nariz larga y ganchuda da brío al rostro, la sonrisa insinuada indica de nuevo su estado de alerta bajo la apariencia ensoñada de los ojos que jamás rehuyen. Es un hombre con aplomo y seguramente le interesa todo, esto es, demasiadas cosas en las que se va gastando sin importarle. No está hecho para la muerte, y que esté muerto es en su caso otra ambigüedad, otra indecisión voluntaria, sobre todo un gran misterio.


JAVIER MARÍAS
(De la serie titulada “Contrafiguras”, publicada originalmente en Cuadernos Cervantes, núm. 4, junio de 1995. Recogido en Javier Marías, Miramientos, Alfaguara, Madrid, 1997.)

Fotos
1. Juana Benet
2. Quique Fidalgo (Staff)


ARTÍCULOS DE JAVIER MARÍAS SOBRE JUAN BENET

“El señor Benet recibe”, pp. 233-235
“Volveremos”, pp. 236-238
“Don Juan Benet se va de viaje”, pp. 239-241
“Una invitación”, pp. 242-247
“El señor Benet pinta y compone”, pp. 248-251
“Mispíquel o leberquisa”, pp. 252-258
“El reconocedor del Diablo”, pp. 259-261

Recogidos en Literatura y fantasma bajo el epígrafe “Sobre Benet y los amigos comunes”.

 


MENCIONES A JUAN BENET EN LIBROS DE ARTÍCULOS

Literatura y fantasma, Alfaguara, Madrid, 2001


“Desde una novela no necesariamente castiza”, pp. 51-53 y 60-61
“La muerte de Manur”, pp. 88 y 89
“Errar con brújula”, p. 109
“La mayor de las perversiones”, p. 141
“La huella del animal”, p. 166
“Quinielas”, p. 174
“Nuestro testigo”, pp. 263 y 264
“Lo que no escribió Faulkner”, p. 338
“Para que Nabokov no se la cargue”, p. 344
“Mi trastorno”, p. 353
“La negra espalda de lo no venido”, p. 369
“Una pobre cerilla”, p. 414

Mano de sombra, Alfaguara, Madrid, 1997


“Nota previa”, p. 13
“Vida vagabunda”, p. 43
“Diálogos de París”, pp. 79 y 80
“Lo que nos ha ocurrido”, pp.162 y 163
“Letras de fútbol”, p. 175

Seré amado cuando falte, Alfaguara, Madrid, 1999


“Jünger y Gelhorn”, p. 221

Pasiones pasadas, Alfaguara, Madrid, 1999


“El aborigen”, p. 170
“Polvoriento espectáculo”, p. 210
“La dificultad de perder la juventud”, p. 233

Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol, Aguilar, Madrid, 2000.


“Los himnos”, p. 61
“El héroe musical”, p. 85
“Letras de fútbol”, p. 101

A veces un caballero, Alfaguara, Madrid, 2001


“Soy anómalo y anormal”, p. 243
“Nota sin pie de página”, p. 339
“De memoria locuaz leída”, p. 357


Vida del fantasma, Alfaguara, Madrid, 2001


“El fantasma y la Sra. Muir”, p.133
“Todos los días llegan”, p.160
“La nueva máscara de lo de siempre”, p. 220
“Los que van a morir se retratan”, p. 317
“Los muertos lejanos”, pp. 460 y 461

 

 

PRÓLOGOS

“He contado de palabra, pero no por escrito, cómo llegué a publicar Los dominios del lobo. Lo cierto es que aún no tenía ese título cuando conocí a Vicente Molina Foix, que iba a salir en una antología poética, y poco después a Juan Benet. Durante el curso 1969-70 di en acudir por las noches a un local madrileño en el que se reunía gente de cine y de letras y que por fortuna no era el café Gijón. Algunas de esas noches, a la salida del local, un grupo de amigos nos desplazábamos hasta el cercano Paseo de Recoletos y allí, sobre la dura acera, yo cometía la imprudencia de dar algunos volatines y piruetas, arte en el que era bastante más hábil que con la guitarra. La afición a ganar dinero en la calle hizo que Molina y Benet se convirtieran poco menos que en mis apoderados, y a partir de entonces los volatines fueron efectuados sólo tras colecta previa entre los asistentes, que iban en aumento. Siempre he tenido la sospecha de que Molina y Benet -pero sobre todo Benet- me explotaron durante aquel breve periodo, pero en todo caso la parte que yo percibía solía darme para regresar a mi casa en taxi. Poco después mis improvisados managers supieron que, además de dar saltos, yo escribía, o al menos que había escrito una novela. Los dos la leyeron y a los dos gustó. Molina acabó por encontrarle el título que le faltaba y Benet hizo gestiones para su publicación. Por ese motivo Los dominios del lobo va dedicado a ambos.”


Febrero de 1987
(Prólogo para la reedición de Los dominios del lobo, Anagrama, Barcelona, 1987. También en la actual edición de Alfaguara, Madrid, 1999)


OTRAS MENCIONES A JUAN BENET EN LOS PRÓLOGOS DE:


El siglo, prólogo de octubre de 1994 para la reedición de Anagrama, Barcelona, 1995. También en la actual edición de Alfaguara, Madrid, 2000.

Mano de sombra, Alfaguara, Madrid, 1997. Nota previa, diciembre de 1996.

Si yo amaneciera otra vez. William Faulkner un entusiasmo, Alfaguara, Madrid, 1997. “Lo que no escribió Faulkner. (Presentación o arenga)”.

Desde que te vi morir. Vladimir Nabokov, una superstición, Alfaguara, Madrid, 1999. “Para que Nabokov no se la cargue. (Presentación o disimulo)”.

Vidas escritas, P.D. al prólogo: “Siete años y siete meses después”, septiembre de 1999, para la actual edición de Alfaguara, Madrid, 2000.

 

 

DEDICATORIAS DE SUS OBRAS


Los dominios del lobo, Edhasa, Barcelona, 1971; Anagrama, Barcelona, 1987; Alfaguara, Madrid, 1999.


“Para Juan Benet y Vicente Molina Foix”.

“La dimisión de Santiesteban”. Cuento de la recopilación Mientras ellas duermen, Anagrama, Barcelona, 1990; Alfaguara, Madrid, 2000.


“Para Juan Benet, con quince años de retraso”

Si yo amaneciera otra vez. William Faulkner, un entusiasmo, Alfaguara, Madrid, 1997.


“Para Juan Benet, in memoriam, esta Faulkneriana”

 


NEGRA ESPALDA DEL TIEMPO

“Y tampoco supe que era la última vez la última vez que vi a Juan Benet, mi maestro literario y amigo durante veintidós o más años. Y aunque sí sabíamos que estaba mal enfermo y que ya no iba a durarnos su compañía, también estaba seguro de que todavía habría de verlo en dos o tres ocasiones, una o dos al menos, y así la última visita que le hice a su casa con Mercedes López- Ballesteros no fue vivida por mí ni por ella como la despedida ni estuvimos sombríos, creíamos que aún no tocaba decirse adiós, con el pensamiento. Yo había viajado poco antes no a París sino a Londres, y volví contando anécdotas divertidas y semiapócrifas de Guillermo Cabrera Infante y de su mujer Miriam Gómez, estupendos relatores, con imitación de su habla cubana incluida, y mucho solía disfrutar don Juan sus cuentos, con la gran simpatía que les profesaba. Algunas historias eran tan disparatadas que le hice reír con gran fuerza, tanta que llegó a protestar en un momento dado y me dijo, con escasa convicción y en medio de las carcajadas: ‘Ay, no me hagas reír tanto, que me duele aquí', y se señaló no recuerdo si el pecho o un costado. Pero yo no tuve piedad y seguí desvariando y contando y exagerando, ya no sé si era la increíble historia de Borges en Sitges ('un lugar muy salvaje') con la rebanada de pa amb tomàquet atorada, o la del canguro erecto y 'homosexualista' en Australia, o la del actor Richard Gere y la máquina amatoria atorada, o la del doctor Dally que tenía medio cuerpo inmóvil pero de color variable (longitudinalmente) y vendía los libros que no debía, los Cabrera son inagotables. Así que gracias a ellos hice reír sin cesar a don Juan aquella noche y cómo me alegro ahora de haberlo hecho y de no haber parado cuando dijo que le dolía la risa, porque resultó ser la noche última y así mi penúltima visión de don Juan es un Juan muy risueño. Ya no volví a verlo, sólo hablé con él por teléfono para decirle que había releído Volverás a Región para escribir un artículo, su primera novela de cuya publicación se cumplían veinticinco años, y que era ahora cuando de verdad era buena. '¿Sí? ¿Tú crees?', preguntó con ingenuidad no fingida. Y en realidad sí volví a verlo, pero a los pocos minutos de que hubiera muerto en la primera hora del 5 de enero de1 93, va ya para cinco años. Vicente Molina Foix estaba conmigo y fue a buscar a casa unos gemelos para que enterraran a don Juan con ellos, porque ni su mujer ni sus hijos lograban encontrar los de él aquella noche (así que los gemelos no habrían servido para reconocerlo). La noche que lo visitamos Mercedes y yo fue la del 12 al 13 de diciembre, era sábado. Él salió a la puerta a despedimos ya tarde, y la última visión es por tanto la de su figura larga en lo alto de los escalones de entrada de su chalet de El Viso, con la sonrisa aún puesta de la risa pasada como un rastro suave y adormecedor antes del sueño, la larga figura en penumbra recortada contra la luz de dentro diciéndonos adiós con la mano y no con el pensamiento. En cuanto cerró la puerta y nosotros doblamos la esquina, Mercedes se echó a llorar y hundió la cara en mi hombro, me mojó el abrigo. Había trabajado para él a diario durante tres años, y ella sí se había despedido, yo creo, con su pensamiento.” [pp. 216-218]

(Otras menciones a Juan Benet en Negra espalda del tiempo: páginas 59, 163, 177, 181, 264, 321-332, 345 y 363.)
(Javier Marías, Negra espalda del tiempo, Alfaguara, Madrid, 1998)

TU ROSTRO MAÑANA 1. FIEBRE Y LANZA


“Nada de esto me interesaba mucho, pero todos, con mayor o menor atención y conocimiento, simpatía o antipatía hacia los depurados, lo referían: Orwell, Thomas, Salas Larrazábal, Riesenfeld, Payne, Alcofar Nassaes, Tinker, Benet, Preston, Jackson, Tello-Trapp, Koestler, Jellinek, Lucas Phillips, Howson, Walsh, la mesa de Wheeler ya abarrotada por sus muchos libros abiertos, me faltaban dedos para sostener cada página y los cigarrillos, por fortuna la mayoría de los volúmenes llevaba índice onomástico, a Nin se lo llamaba Andreu o Andrés según los casos. Nin fue detenido en Barcelona el 16 de junio y desapareció en seguida (luego más bien fue secuestrado), y como era el dirigente más conocido, tanto en España como sobre todo en el extranjero, su ignorado paradero se convirtió en un breve escándalo y en un largo, quizá eterno misterio que dura hasta nuestros días, en los que no habrá mucha gente, supongo, preocupada por resolverlo, aunque ya llegará el novelista idiota y deshonesto (si no ha llegado ya y no estoy al tanto) que decida y pretenda desvelarlo: según las bibliografías ha habido ya una película medio inglesa y medio española sobre aquellos meses y aquellos hechos, no la he visto pero al parecer, por suerte, no es idiota, a diferencia de tantas españoladas blandas, falaces, vagamente rurales o provinciales y muy sensibleras sobre nuestra Guerra, que son aplaudidas sin falta por las buenas conciencias de mi país, las profesionalmente compasivas y por vocación demagógicas, sacan réditos de ello.

Sin duda a causa de este misterio, los historiadores o memorialistas o relatores empezaban a diferir en este punto. Aún coincidían todos en el estupefaciente hecho de que ni siquiera el Gobierno, con los teóricos responsables del orden a la cabeza -el Director General de Seguridad Ortega, el Ministro de la Gobernación Zugazagoitia, el Primer Ministro Negrín, menos todavía el Presidente Azaña-, tenía la menor idea de qué se había hecho de Nin. Y cuando se les preguntaba y negaban conocer su destino, nadie los creía, tan lógica como irónicamente, pese a que eran en efecto incapaces de contestar, según Benet, 'por ignorar los mane-jos de Orlov y sus muchachos de la NKVD', que habrían actuado por su propia cuenta. Aparecieron pintadas con la interrogación ‘¿Dónde está Nin?', que a menudo obtuvieron la respuesta de los stalinistas 'En Burgos o en Berlín', dando a entender con ella que el dirigente revolucionario se había fugado y pasado al enemigo, es decir, a sus verdaderos amigos Franco o Hitler. Las acusaciones eran tan increíbles y burdas (los miembros del POUM fueron calificados de 'trotsko-fascistas', siguiéndose en esto al pie de la letra los dicterios de Moscú) que, para apoyarlas y adecentarlas, la prensa socialista y republicana se vio en la necesidad de secundar a la comunista: Treball, El Socialista, Adelante, La Voz, ninguno se quedó atrás en la difamación.

No recuerdo qué historiadores de alguna obra colectiva sostenían que Nin había sido trasladado de inmediato a Madrid para su interrogatorio, y que poco después 'fue secuestrado cuando estaba retenido en el Hotel de Alcalá de Henares', pese a contar con vigilancia policial, por 'un grupo de gentes armadas uniformadas que se lo llevó bajo amenazas'. Según ellos, en el supuesto forcejeo entre los agentes que lo custodiaban y los misteriosos asaltantes uniformados (no especificaban uniformados de qué), 'cayó al suelo una cartera con documentación a nombre de un alemán y escritos diversos en esa lengua, junto con insignias nazis y billetes españoles del lado franquista'. Pero el asunto de los brigadistas a que se había referido Tupra quedaba algo más claro en Thomas y en Benet (sin duda era la monumental Spanish Civil War del primero -no sé por qué diablos la llamo 'compendio', abarca más de mil páginas- lo que Tupra habría leído en su juventud). De acuerdo con Thomas, Nin fue trasladado en coche desde Barcelona 'a la propia prisión de Orlov' en Alcalá de Henares, cuna de Cervantes muy cercana a Madrid pero 'casi una colonia rusa' por entonces, para ser interrogado personalmente por el más oblicuo representante de Stalin en la Península con los habituales métodos soviéticos para los 'traidores a la causa'. Al parecer la resistencia de Nin a la tortura fue asombrosa, esto es, espantosa habida cuenta de que Howson mencionaba un informe no especificado -ojalá poco fiable- según el cual a Nin lo habrían desollado vivo. Lo cierto es que éste se negó a firmar ningún documento admitiendo su culpabilidad o la de sus compañeros, y tampoco reveló los nombres que se le pedían, de los trotskistas menos notorios o del todo desconocidos. Orlov perdió los estribos ante su terquedad y andaba fuera de sí, en vista de lo cual sus camaradas Bielov y Carlos Contreras, que lo acompañaban en la infructuosa faena (este último un alias, el del italiano Vittorio Vidali, como también lo eran Orlov de Alexander Nikolski y Gorkin de Julián Gómez, quién no lo tenía, según se ve), temerosos los tres de la probable furia que su ineficacia persuasora despertaría en Yezhov, su superior en Moscú y jefe supremo de la NKVD, sugirieron escenificar 'un ataque nazi para liberar a Nin’ y deshacerse de este pintoresco modo del secuestrado engorroso y a buen seguro demasiado quebrantado y maltrecho para ya devolverlo a ninguna luz, ni a ninguna penumbra siquiera, ni quizá tampoco a una tiniebla. 'Así que una noche oscura', relataba Thomas como si fuera el rumor del río y el hilo, 'probablemente el 22 o el 23 de junio, diez miembros alemanes de las Brigadas Internacionales asaltaron la casa de Alcalá en que se hallaba retenido Nin. Hablaron ostentosamente en alemán durante el fingido ataque, y dejaron tras de sí algunos billetes alemanes de ferrocarril. Nin fue sacado de allí y asesinado, tal vez en El Pardo, el parque real al norte de Madrid.' Benet decía por su parte -aún más fluvial, o más mezclado con el río, o un hilo más denso de continuidad, acaso porque me hablaba en mi lengua- que Orlov había encerrado a Nin 'en el sótano de un cuartel de Alcalá de Henares para interrogarlo personalmente'. (Es de suponer que en aquel sótano, casa, cuartel, hotel o prisión -era curioso cómo los historiadores no se ponían de acuerdo sobre el carácter del lugar- se hablaría durante las sesiones en ruso, que sin duda el interrogado conocía mejor -Tolstoy, Chejov, Dostoyevski-- que su interrogador el español.) Nin 'llegó a exasperarlo de tal manera que Orlov decidió liquidarlo por miedo a las represalias de su superior en Moscú, Yezhov. No se le ocurrió otra cosa que imaginar un rescate llevado a cabo por un comando alemán de las Brigadas, supuestamente nazi, que lo liquidó en un arrabal de Madrid y probablemente lo enterró en un jardincillo interior del palacio de El Pardo'. Y añadía Benet, no pudiendo dejar de ver la grave ironía y refiriéndose al hecho de que ese palacio se convirtiera en la residencia oficial de Franco durante sus treinta y seis años de dictadura: '(Considere el lector el destino de unos huesos conmovidos bajo las pisadas de aquel otro decidido antistalinista, cuando por allí paseara en sus ratos de ocio.)' Y apostillaba: 'Como sujetos a una maldición -el silencio de Nin- los muchachos de Orlov irían apareciendo en semanas sucesivas por las cunetas de Madrid, con un tiro en la nuca o un cargador en la barriga'. Quizá fue ese el caso de Bielov, pero no el de Vidali o Contreras (o en los Estados Unidos Sormenti), que fue líder de los comunistas de Trieste largo tiempo, ni el del propio Orlov, quien, no más tarde que en el 38, y cuando recibió la orden de salir de España y regresar a Moscú, no quiso engañarse sobre el destino que allí lo aguardaba y partió de incógnito en un barco para reaparecer más adelante en el Canadá y luego llevar durante muchos años una existencia secreta como ciudadano respetable de los Estados Unidos, donde acabó por publicar un libro en 1953, The Secret History of Stalin’s Crimes (por supuesto sin implicarse apenas en ellos), y por echar alguna que otra mano al FBI en casos difíciles de 'espionaje', como el de los hermanos Soble y el de Marc Zbrowsky: cuántas cosas innecesarias se aprenden en las noches imprevistas de estudio. Esto, dicho sea de paso, llevaba a algún exégeta más bien simplista, rabioso y frívolo -no recuerdo quién, se me seguían amontonando los tomos, fui por unos bombones y trufas, me serví una copa, tenía manga por hombro la estantería oeste de Wheeler y su mesa ya hecha un asco- a concluir que el Mayor Orlov había sido desde el principio un topo de los americanos y que la mayoría de los individuos que mandó ejecutar en España como 'quintacolumnistas' fueron en realidad puros y leales rojos, víctimas de Roosevelt y no de Stalin. No cabe duda de que el maniqueo acertaba en lo que respecta a Nin, si no en lo de 'leal' ente-ramente (si había que serlo a Stalin desde luego no lo era), sí en lo de 'puro' y 'rojo'. Y aunque no fue ángel ni santo ni siquiera inofensivo (quién pudo serlo en aquella guerra), su asesinato y el de sus camaradas (algún historiador cifraba en centenares y algún otro en millares los miembros del POUM y anarquistas de la CNT enviados a la fosa por Orlov y sus acólitos españoles y rusos), así como la difamación difundida y creída por demasiados y que ni siquiera cesó tras su supresión física y el aplastamiento de su partido, constituyeron, según casi todas las voces que escuché en las páginas de aquella noche silenciosa junto al río Cherwell, la mayor y más dañina vileza cometida por un bando contra gente de su propio bando durante la Guerra.”


(Javier Marías, Tu rostro mañana 1 Fiebre y lanza, Alfaguara, Madrid, 2002, pp. 145-150)

ENTREVISTA

Javier Marías habla de Juan Benet

Declaraciones recogidas por Inés Blanca
Entrevista publicada en El ojo de la aguja
(nº 4-5, primavera de 1993)
(La entrevista se realizó el día 8 de febrero de 1993.)


 

 


VOLVERÁS A BENET


En Madrid beben un agua estupenda de la rica sierra, que en buena medida deben al talento ingenieresco de Juan Benet, gracias a un par de presas en la cabecera del río Jarama. El Jarama es la novela más conocida de Ferlosio, pero Benet prologó el Alfanhui. Benet nos dejó hace un decenio, pero ahí queda su Numa, su Mantua, su fauna de guerrilleros esteparios, su Madrid en otoño. Nadie sabía tanto de ríos y de ciencias fluviales como él, que se bañaba en todos los que podía, de Hispania o de los imperios remotos y desfallecientes. Es imposible consolarse de los libros que ya no pudo escribir. Era un personaje público polémico, pero de un encanto irresistible en el cara a cara. Julián Gállego –que acaba de cumplir 84 años– me contó cierta cena que compartió en París con Benet. No soportaba a los fantasmones y eso lo hacía temible.

Sarrión cuenta en Jazz y días de lluvia suculentas anécdotas sobre su pasión irónica por el paisaje de Zaragoza. Hemingway bautizó nuestras rudas colinas asomadas al Ebro como elefantes blancos. “Es un país –escribe Benet– que con la lejanía se purifica.” Benet era un escritor de una personalidad inconfundible. Quizá un híbrido de Baroja y Faulkner, si tal cosa tiene sentido. Yo lo visité una tarde en su casa de Pisuerga, y me trató con un afecto y hospitalidad dignas de un caballero versallesco. No abundan escritores de ese temple. Podía escribir –el tiempo pueriliza– eludiendo el topicazo y descubriendo sendas invisibles o miradas vírgenes donde los demás no vemos ni una mosca. Benet tenía algo de poeta romántico emboscado, un Bécquer de Chamartín. Su humor crítico era envidiable –qué diría del silencio de El Semanal sobre Javier Marías–, podía imaginar disparates de una hilaridad irresistible, una Federación española de golpes de Estado.

César Pérez Gracia
Texto inédito

 

 


CÍRCULO DE SOMBRAS

Es muy posible que escribir sobre Juan Benet y su obra suponga a estas alturas una pérdida de tiempo. Quienes lo detestan y sacan del bolsillo de los tópicos los adjetivos que llevan lanzando años y años sin éxito no van a cambiar su discurso por lo que aquí se pueda decir. Detrás de todo cretino, es de sobra sabido, hay un orgulloso, y además da la sensación de que reducir con dos frasecillas de dudoso ingenio la obra de Benet, cuando ella se defiende por sí sola, da réditos en según qué sitios. Para todos estos literatos de horchata, que conciben la literatura como algo muy parecido al bricolaje del fin de semana, donde cada pieza va en su sitio y donde cada pieza es parte de la realidad y no una realidad por sí misma, debe de ser francamente difícil enfrentarse a una obra que escapa, al igual que lo han hecho todas las que merecen la pena, de esos estrechos márgenes. Espero que al menos las estanterías les salgan rectas. Por su parte quienes lo admiran, menos ruidosos y desde luego coñazos que los otros, tampoco van a leer nada que no sepan ya. Pero como no se me ocurría nada mejor para escribir estas crónicas, tendrán que sufrir, siempre que no se decidan a hacer click y navegar por la red en busca de páginas mucho más estimulantes, que hoy toque hablar de Benet y de dos libros que se han publicado recientemente. Me refiero a la reedición de Otoño en Madrid hacia 1950, con prólogo de Antonio Martínez Sarrión, y a una semblanza que Eduardo Chamorro, amigo de Benet durante varios años, ha escrito de él con el título de, ahí queda eso, Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas.

Otoño en Madrid hacia 1950 es lo más cercano que escribió Benet a unas memorias. Quizá sea, junto a sus cuentos, uno de los mejores libros para empezar a leerlo. Eso si es que el lector tiene ganas de iniciarse en una aventura de verdad, de esas que, tras pasarla mil y una veces putas, vadeando profundos ríos o sorteando trampas y emboscadas en desfiladeros sombríos, con la nieve azotando la capa y el máuser a la espalda, acaba por darse cuenta de que no hay nada como ese viaje que acaba de terminar y que, en cuanto pueda, volverá a emprender. Benet es de los pocos autores contemporáneos, y pienso también en Anthony Powell o W.G. Sebald, que gana en la relectura. En sus libros, a diferencia de tanta necedad satinada que llena las mesas de novedades de las librerías, y como bien señala Javier Marías, no hay artificio más allá de un estilo que, por ser el que debe ser, no resulta cargante ni chirría, algo que ocurre con sospechosa frecuencia en quienes han tratado de imitarlo. El estilo, cuando es propio, no es sino la mirada de un autor, su forma de entender el mundo y crear uno nuevo, sin que en ningún momento se pueda separar aquella última del primero o viceversa. Por eso, y a raíz de la defensa que Benet hizo del estilo, del high style, a lo largo de su vida y más en concreto en su notable y divertido ensayo La inspiración y el estilo, algún listillo ha dicho que Otoño en Madrid hacia 1950 es un Benet menor. En cierto modo la afirmación tiene una parte de verdad, pero las medias verdades son también medias mentiras. El estilo de este libro, semejante al de alguno de sus mejores artículos, recuerdo por ejemplo aquellos que dedicó a Dionisio Ridruejo o Julián Gorkin, es el que tiene que ser, ya que, como dice Benet en el libro, no se puede obviar esa íntima e inseparable correlación entre propósito y medio que invalida la fútil distinción entre forma y contenido. Se trata de recordar unos años de manera distanciada, y por ello el estilo, más relajado, música de cámara, como diría su autor, se aleja del de sus novelas. Pero aquí, como en aquella, la realidad, más opaca si cabe por ser recordada por su autor, también se hace inaprensible, con sus partes ocultas que no serán reveladas, lo que obliga por ejemplo a un uso, sin duda magistral, de la digresión. No es ajeno a esa mirada retirada, levemente británica, el sentido del humor de Benet, que se hace más palpable en este libro que en cualquiera de los otros, con la excepción de esa broma privada que es En el estado. Pese a ser un libro sobre un tiempo muerto, sobre amigos que ya no están y sobre lugares que desaparecieron, en Otoño en Madrid hacia 1950 hay episodios, como el del doctor Félix de la Fuente o el de la demostración de que el carnet de identidad no era ignífugo, divertidísimos, que harán pasar un buen rato al lector atento. Hay que sumar al haber de logros de este espléndido libro los retratos que Benet hace de algunos de aquellos personajes perdidos en el Madrid de los años del frío. Aparecen por estas páginas de contenida melancolía un Pío Baroja que ya no espera nada de la vida y que discurre sobre la bomba atómica o un Luis Martín Santos frecuentador de burdeles y degustador de licores espesos. Entre otros muchos como el pintor Caneja o Alberto Machimbarrena. Y todo en apenas un centenar y medio de páginas. A ver si aprenden algunos.

Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas es una extraña, a ratos incomprensible, mezcla de teoría y anécdotas. Concebido por Chamorro como un homenaje, errores gramaticales y semánticos incluidos, a un autor, y sobre todo a un amigo que ya no está, el libro resulta más interesante en aquellas partes que se reducen a la anécdota que aquellas otras que, en verdad plomizas y no siempre acertadas, se ocupan de su obra. Benet aparece como un individuo bastante lúcido y bromista, de charla certera y ácida, cuya inteligencia siempre se debía de mostrar en un desafío dialéctico que sirviera para hacer de la conversación un juego de inteligencia. Algunas de estas anécdotas, todas remojadas en whisky y ahumadas en tabaco (aprovecho para mandar un saludo al Ministerio de Sanidad), no tienen desperdicio. Desde un Benet influenciado por alguna sustancia psicotrópica hasta un viaje a Estambul en la compañía del autor y Rosa Regás, pasando por un Álvaro Pombo que practica el lanzamiento de vasos. El libro, hay que aclarar, no va más allá, con la excepción de la aburrida parte crítica, de ese tono distendido, y así es como debe ser leído. Como un recuerdo, de amable nostalgia pese a la ironía que a veces asoma, sobre los días, y las noches, compartidas con Benet y con otros amigos. A algunas almas en pena al parecer el libro les ha gustado poco. Muy ofendidas, sin poder evitar soltar lo mucho que les molesta no haber salido en él, no han tenido mejor idea que, para criticarlo, airear aspectos de la vida de Benet que nunca deberían haber salido a la luz, haciendo gala de una falta de pudor lamentable. Ante esas actitudes que tratan de apropiarse de los muertos, y que son incomprensiblemente imbéciles, sólo queda el silencio. Silencio de pena y también, por qué no, de profundo asco.

Confío en que estos dos libros sirvan para que el lector que no conozca a Benet se aproxime a sus novelas y entre así en Región, ese mundo que, al modo de Faulkner, creó para su uso exclusivo. Son sus grandes novelas, desde Volverás a Región a ese gran fracaso que es Saúl ante Samuel, las que deparan el Benet más puro, más extremo. Ese Benet que quiso llegar más lejos que nadie aun teniendo bastante claro, como buen lector que era, que su propósito era imposible. Ahí quedan títulos como Un viaje de invierno (quizá su novela más interesante y la que aún más me sorprende: la insatisfacción de una realidad dada por el “así porque sí” ante el abismo de la reflexión) o el párrafo continuo de Una Meditación, consecuencia del intento de alcanzar una técnica de tipo memorístico, muy influenciada por Bergson, en la que la contradicción del narrador y sus imprecisiones fueran la base de una narración irrealizable. Novelas que en suma depararán al lector un mundo atroz, de personajes con unos destinos brutales que no podrán eludir el eco oxidado del pasado, con sus lamentos que recorren por las noches los valles mientras claman por una venganza que no llegará jamás, con sus palabras sin sentido que se repiten al final de un pasillo vacío donde los fantasmas de la memoria juegan partidas de cartas que no tendrán amanecer. “Desprotección, inestabilidad, desasosiego forman el signo del cielo de Región. Cielo que no es del sol sino del viento. Cielo del viento más que ningún otro”, según las palabras, casi en verso, de Rafael Sánchez Ferlosio. Merece la pena pues que conozcan Región y penetren en ella. Una vez que lo hagan, atrapados por un estilo único, complejo y certero como pocos, no podrán salir, se lo aseguro. Sabrán así lo que es Región. Ese tiempo que tropieza y cae arrastrándose por un círculo de sombras donde ya sólo puede dar vueltas sin parar.

 

Sergio Casquet
junio, 2001


"Nota: este texto, premeditadamente divulgativo, fue escrito para la añorada revista digital Athenea, hoy perdida en ese limbo de ceros y de unos donde terminan todas las defunciones virtuales. El motivo por el que fue escrito era la publicación de los dos libros que se comentan en él, además de animar a la lectura del autor de uno de ellos, Juan Benet. Como todo eso fue hace tiempo, y hoy la verdad desagradable asoma, me he permitido modificar, y sobre todo borrar, bastantes partes. Más que nada para una mejor comprensión y para no resultar tan cargante como me resultó al volverlo a leer. Espero que así sea medianamente legible y no provoque más bostezos de los acostumbrados. Agradezco a Montse Vega, la maestra de telarañas, que me pidiera la inclusión de este texto en un especial benetiano. Para mí es un orgullo poder formar parte de él y tal y cual y etcétera."