Desdeñar lo español, la sociedad y las costumbres y sobre
todo la literatura española (sálvense Luis Cernuda, Vicente
Aleixandre y quien pueda) fue catecismo para los novísimos poetas
y prosistas de las postrimerías de los 60 y también herencia
que Juan Benet dejó, junto a su anglofilia, a sus devotos. Entre
ellos Vicente Molina Foix, Javier Marías (Madrid, 1951) y Félix
de Azúa, unidos en 1975 en el volumen Tres cuentos didácticos
y sucesivos lectores de español en Oxford. Ese desdén
se tradujo en la obra de Marías, el joven a la sazón, en
una preferencia por los argumentos cosmopolitas y los personajes pintorescos
y viajeros que fue evolucionando, en los años 80, hacia una interiorización
de la trama en la conciencia atribulada de un narrador cada vez más
semejante al propio autor, proclive al pensamiento literario. Desde
Todas las almas, Marías ha desarrollado uno de los universos
narrativos más fascinantes de la literatura española de
los últimos 30 años y ahora anuncia con mohín de
estudiado cansancio que después de Tu rostro mañana,
de la que acaba de aparecer la segunda entrega, Baile y sueño,
podría abandonar la novela. Para quien lo crea, se propone a continuación
un apresurado recorrido por el mapa de ese universo de Marías.
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Los
dominios del lobo
Escrita a los 19 años, esta primera novela encaja en la estética
a la vez pop y culturalista de los novísimos. El cine negro norteamericano
parece inspirar la enmarañada trama de crímenes, traiciones,
desquites y pesquisas policiales. Detectives, mujeres deletéreas
y toda la retahíla de estereotipos del género negro desfilan
por los acelerados episodios de la novela. Ironía y homenaje a
la cultura de masas en una obra muy deudora de su tiempo. Ya en 1971,
Carlos Barral, al presentar el libro a la prensa intuyó que la
obra insinuaba "un camino hacia la renovación de la narrativa
española contemporánea".
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Travesía
del horizonte
Nuevo homenaje, ahora a la novela inglesa de aventuras, en clave paródica
y mediante el recurso del manuscrito hallado (los personajes leerán
la novela Travesía del horizonte). Y exhibición
de un aliento imaginativo sobreabundante a través del entrecruzamiento
de varias intrigas con sabor a Robert Louis Stevenson y Arthur Conan
Doyle. El estilo remeda el de la narración decimonónica
y la estructura muestra una aptitud para la arquitectura del relato
que Marías, en el futuro, no explotará. La historia central
parece extraída de una novela de Joseph Conrad: el capitán
Kerrigan organiza una expedición a la Antártida, en la
que reúne a científicos y hombres de letras, a lo largo
de la cual se sucederán los lances misteriosos. En el suspense
de tales misterios y su final desvelamiento se nota la marca de Henry
James.
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El
monarca del tiempo
El título más olvidado. Marías ha dejado atrás
la imaginación libresca y cinéfila para aventurarse en la
experimentación y la mezcla de narración y ensayo. Sitúa
la acción en el presente e inicia la reflexión morosa sobre
la volubilidad de las convicciones individuales. Una curiosidad: ya aparece
aquí William Shakespeare como inspiración, en concreto su
Julio César, sobre él trata el capítulo Fragmento
y enigma y espantoso azar. El propio Marías decidió
dar una segunda vida a esta obra en el 2003 en su editorial Reino de Redonda.
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El
siglo
Primer paso hacia el Marías maduro en medio de la eclosión
de los 80 (Soledad Puértolas, Jesús Ferrero, Alejandro
Gándara, Cristina Fernández Cubas, Ignacio Martínez
de Pisón...). La rememoración del pasado por parte del
juez Casaldáliga, casi moribundo, sirve para plantear cuestiones
que serán características de la obra futura: la relación
entre el carácter y el destino, el azar y la culpa, la identidad
propia forjada por los otros. De ello van los capítulos impares;
los pares contienen el relato omnisciente de la cobarde delación
cometida por Casaldáliga al término de la guerra civil...
Temprano tratamiento de las ignominias bajo el franquismo, cuando nadie
se atrevía. El germen de Tu rostro mañana se halla
en estas páginas sobre la vileza de la traición. La escritura
inicia la tendencia al análisis abstracto y se hace pausada.
En 1985 fue juzgada, con Herrumbrosas lanzas de Benet, la mejor
novela de la democracia.
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El
hombre sentimental
Premio Herralde que, como detectó Benet, "cierra una etapa
y abre otra nueva", marcada por la alianza entre relato y pensamiento.
Despegue, aún lento, del prestigio de Marías. La historia
de soledad y amor de un cantante de ópera se narra desde la confusión
entre sueño y realidad, en una niebla que a algún crítico
(Manuel Alvar) le recordó a Miguel de Unamuno. Marías equipara
narrativamente lo soñado, lo vivido y lo deseado como formas de
experiencia. Elementos de la trama (los amores del narrador con la esposa
del banquero Manur) provienen del Otelo de Shakespeare, cuya representación
prepara el León de Nápoles. Como cantante, ya acusa este
protagonista un rasgo central de los futuros narradores: su condición
de intérprete de unos hechos o un discurso.
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Todas
las almas
Cambio de rasante. Marías se distancia de la novela light
que dominó en los 80 y apuesta por la dificultad. Arranca el
éxito internacional. Se amontonan las novedades: el giro autobiográfico
en la voz narrativa, la consolidación del componente reflexivo
moral y la sustitución del argumento definido por el método
de errar con brújula. El narrador, que como el autor fue
profesor de Literatura española en Oxford dos años, evoca,
tras la muerte de algunos amigos de entonces, su estancia en aquella
ciudad anclada en el tiempo. En ese yo que afirma "El que aquí
cuenta lo que vio y le ocurrió no es aquel que lo vio y al que
le ocurrió" reside el principal hallazgo de Marías,
un narrador autoconsciente y especulativo que será ya el de su
obra ulterior. La novela carece de una trama clara porque Marías
opta por ir devanándola: la novela de aventuras ha sido reemplazada
por la aventura de novelar. El estilo, entre lírico y conceptual,
se vuelve digresivo y fluye como un monólogo irónico y
sin meta. En medio de las vidas cruzadas de personajes que tienen correlato
real (Cromer-Blake o Toby Rylands), se abre paso la biografía
del enigmático autor John Gawsworth, con cuya difusa excentricidad
acaba identificándose el narrador.
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Corazón
tan blanco
El bombazo editorial. Éxito en Francia y Gran Bretaña, fenómeno
comercial en Alemania: 700.000 ejemplares vendidos. La prosa envolvente,
sinuosa y reflexiva se adapta como un guante a la indagación que,
desde su conciencia, emprende el narrador obsesionado por el suicidio
de Teresa Aguilera, segunda esposa de su padre. Novela moral volcada hacia
el pasado como, en muy otros registros, las que por entonces escriben
Álvaro Pombo, Rafael Chirbes o Antonio Muñoz Molina. Desde
la célebre primera frase -"No he querido saber pero he
sabido..."- el lector queda atrapado por una cautivadora intriga
basada en la contemplación racional del mundo interior del protagonista
y la incidental aclaración del contundente suicidio que abre el
libro. Intérprete de profesión, el narrador irá asociando
y dotando de sentido los datos dispersos que tiene a su alcance. El título
procede del acto II del Macbeth de Shakespeare y alude a la falta
de asunción de la propia maldad por parte de quienes actúan
para dañar a otros.
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Mañana
en la batalla piensa en mí
Llueven los premios (Fastenrath de la RAE, Rómulo Gallegos, Femina
Étranger), pero la crítica coincide en que no mantiene
la altura de Corazón tan blanco. Las novedades son escasas:
Shakespeare sugiere de nuevo el título (ahora, Ricardo III),
los temas abordados son la ambigüedad moral, el control y desfiguración
de la verdad, el precario estatuto de la culpa, el comienzo vuelve a
presentar una muerte efectista y el narrador continúa exhibiendo
una subjetividad hostigada y llena de recovecos amargos. Como en las
dos novelas anteriores, protagonizadas por un profesor y un traductor,
Víctor Francés posee una voz (¿una identidad?)
circunstancial y vacilante: es un escritor fantasma, un negro que escribe
para otros y que tendrá que gestionar lo que sabe de la muerte
de Marta Téllez, ocurrida a su lado antes de que pudieran consumar
un adulterio. Su huida de la casa, abandonando a un niño de dos
años con el cadáver de su madre, disparará todas
las alarmas de su endeble conciencia. El prestigioso crítico
alemán Marcel Reich-Ranicki elogió las cien primeras páginas
pero estimó que flojeaba la parte central, en la que aparece
un monarca español (que lleva por nombre Only the Lonely) que
encarna la ausencia de dimensión heroica en la realidad contemporánea.
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Negra
espalda del tiempo
El número de riesgo sin red. El yo que no se atreve a decir su
nombre sale al proscenio: Marías narra la maraña de improbables
consecuencias que le trajo la publicación de Todas las almas.
La crónica privada se disfraza de ficción, los avatares
se cuentan como si se hubieran fabulado, la inverosimilitud de la vida
se transforma en verosimilitud novelesca. Marías echa su cuarto
a espadas en la novela-ensayo que representan Claudio Magris o W. S. Sebald
y se adelanta el ejercicio de la ficción autográfica. Entreverados
con el relato autobiográfico, se hallan apuntes metaliterarios,
mimos a los amigos (Juan Benet, Guillermo Cabrera Infante, Francisco Rico,
Álvaro Pombo) o azufre para los enemigos. Experimento audaz entre
historia e invención que, para unos, supuso un descalabro y para
otros un acierto pleno. Autocomplaciente por momentos y prolijo a tramos,
el libro puede llevar del asombro a la fatiga.
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Tu
rostro mañana, 1. Fiebre y lanza
Magistral respuesta al callejón sin salida de su obra anterior.
Marías reemprende la ruta iniciada en Todas las almas,
cuyo protagonista, Jaime Deza, reaparece como narrador para evocar su
captación como adivino de posibles delatores por parte del servicio
secreto británico. La deslealtad y su anticipación son
el motivo central de una novela que incluye dos casos de traición:
Andreu Nin y Julián Marías, padre del autor. Propone Marías
una revisión de la memoria histórica sobre la guerra.
Escasa de acción, espesa de cavilación, la novela reduce
su trama a una fiesta en casa del viejo hispanista Peter Wheeler, una
noche de insomnio y una morosa conversación entre Wheeler y Deza.
El inicio -"No debería uno contar nunca nada"-
pone de manifiesto una de las ideas recurrentes del escritor: lo dicho
produce efectos imprevisibles en la realidad.
DOMINGO RÓDENAS DE MOYA
18 de noviembre de 2004
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