SOL ALAMEDA
El País Semanal
12 de diciembre de 2004
Fotografía: Guillermo Pascual



Javier Marías       El oficio de escritor


A los 19 años publicó su primera novela, Los dominios del lobo. Hasta entonces había apuntado maneras de escritor, y Juan Benet se refería a él como “el joven Marías”, como dejando entrever su fe en el talento de aquel chico un poco extravagante. Seguramente porque era muy tímido, se peinaba el pelo muy negro y espeso con una raya en medio, de forma que le caía como dos cortinas, ocultándole en parte la cara. Callado y nunca ausente, la gente comenzó a saber que escribía, que si alguien como Benet le había buscado un editor, debía de ser por algo. Ahora tiene 53 años, y el joven Marías es un veterano escritor. Tiene el cabello cano, y ya no lo utiliza para ocultarse de los demás. Es un escritor hecho y derecho, de una pieza, el más reconocido y admirado de los nuestros en el extranjero, lo que no le ha impedido vender cinco millones de ejemplares de sus novelas y recibir muchos de los premios internacionales que se otorgan a la verdadera literatura. Esa mezcla de reconocimiento y éxito comercial se ha dado en él con gran naturalidad y sucedió en varios países de Europa a la vez. Ahora ha salido el segundo tomo de su obra Tu rostro mañana, que lleva como subtítulo Baile y sueño, y es una novela cuyo argumento contado sucintamente puede llevarte a pensar que es un policiaco. Pero que enseguida aparece por sus páginas esa escritura de darle vueltas a las cosas, ese ir y venir, ese detener la acción para introducir largas reflexiones, o contar hechos del pasado. Es decir, todo eso a lo que nos tiene acostumbrados. En su casa de la plaza de la Villa de Madrid, llena de luz color melocotón, Javier Marías ha recibido a El País Semanal. Casi parece el mismo de siempre, si no fuera por esas canas cada vez más evidentes y por una nueva sonrisa que le alegra la cara. Como si por fin estuviera contento consigo mismo.


En este libro vuelve a aparecer el mundo de Oxford. ¿Por qué le atrae tanto?
Es que me hace gracia, y forma parte de mi propia vida. En estos dos últimos libros, el narrador es en realidad el mismo de Todas las almas. Y por eso es alguien que había estado en Inglaterra tiempo atrás. Sigo yendo por allí a menudo, tengo buenos amigos y aquello es parte de mi vida.


Hay un contraste entre ese círculo de gente culta y el mundo ibérico visto a través de dos anécdotas que cuenta su padre –el del narrador– de la guerra civil española. Ese mundo ibérico brutal parece una escena cinematográfica, hasta el extremo de que se hace casi insoportable. Pienso en la historia del hombre que es toreado como si fuera un toro.

Ésa es una historia que ocurrió de verdad, aunque las personas a quienes está atribuida y las escenas son completamente inventadas. Pero ocurrió. Lo que coincide con algo que yo le he oído contar a mi padre muchas veces es la escena del tranvía. La del bebé al que una mujer dice haber estampado contra la pared…


La violencia de los personajes ingleses es más refinada. Me refiero a lo que ocurre en el baño de minusválidos de una discoteca.
Sí, tienen su propio modo de ser violentos. El exquisito personaje llamado Wheeler, que amenaza con una espada a un personaje, reconoce que durante la guerra ha hecho cosas… Cuando, por ejemplo, dice que ha esparcido brotes de cólera y de malaria en sentido figurado. Sí, en este segundo volumen, uno de los temas predominantes es la violencia y el miedo, tanto del pasado como del presente.


Leyendo esa escena se me ocurrió pensar que en esta ocasión, tal vez, había pensado más en el lector que otras veces. Quizá es algo que un escritor hace o no hace cuando quiere, que depende del momento, del mayor o menor oficio; puede ser un juego al que juega…
Uno piensa en el lector, sí y no. Hablo por mí. Es decir, en lo que nunca he pensado es en una franja de lectores concretos. Supongo que un autor, a medida que va siendo veterano, y yo ya lo soy, llega un momento en el que empieza a palpar, por así decir, qué tipo de lectores tiene y ahí es donde se corre el riesgo de intentar escribir para ellos. La verdad es que hasta ahora he procurado escribir para cualquiera y escribir lo que a mí me apetecía. Yo me considero una persona muy común y pienso que las cosas que me interesan son las que interesan a mucha gente. Mis últimas novelas tratan de cosas que en realidad están en la vida de todo el mundo. En Corazón tan blanco, uno de los temas es el secreto y la persuasión, por ejemplo. ¿Quién no tiene secretos, quién no persuade o es persuadido… quién no instiga a que alguien haga algo? O en el caso de Mañana en la batalla piensa en mí, el tema principal era el engaño, ¿quién no engaña o sufre engaños?


Creo que sobre Tu rostro mañana, algunos pensaban que estaba ya todo escrito y que el hecho de sacarlo en dos tomos era una decisión editorial.
No. Aunque cuando publiqué Fiebre y lanza hace dos años, pensé que sacaría otro volumen y nada más. ¿Pero sabes lo que pasa?


Que ahora ya no sabe cuántos escribirá…
En realidad hay un tipo de película y un tipo de novela que no tendría por qué acabar nunca. Algunas terminan porque el autor se cansa, porque se desinteresa. Empezando por el propio Quijote ¿Qué impediría que hubiera habido otra salida más de Don Quijote? Hace poco vi una vez más Lo que el viento se llevó y lo pasé muy bien. Podría haber continuado. Hay un tipo de películas o de novelas que cuentan una cosa muy concreta o la vida entera de un personaje, y cuando se acaba, se acaba todo. Pero hay otras en las que se crea un mundo novelesco, en el cual el lector, y por supuesto el autor, se instala. Me ha pasado un poco con este segundo volumen. Y también ha habido una cuestión que me ha llevado a pensar en el tercer volumen, y es que en éste segundo he llevado más lejos que nunca una dilatación del tiempo. El libro también trata de eso, del tiempo, y de la palabra, de los mecanismos que se van poniendo en marcha a medida que se cuenta algo.


Hay un momento en que el padre del narrador, tras contar dos barbaridades ocurridas durante la Guerra Civil, dice que cuando volvió a casa no le dijo nada a su mujer. Porque, para qué añadir más dolor cuando ya no tenía remedio.
Sí, los personajes tienen cierto cuidado porque las cosas que se cuentan no son palabras que se lleva el aire. Lo que te cuentan tiene importancia, o puede tenerla. Y en eso la novela va a contrapelo de la sociedad actual, donde todo el mundo cuenta todo y es chismosa a más no poder. A veces me agobia y pienso cómo el mundo puede soportar a tantos millones de personas hablando todo el rato, porque la gente en cuanto se reúne con otro, habla y habla. En la novela hay una especie de reflexión del profesor Wheeler sobre una campaña durante la Segunda Guerra Mundial en la que se pidió a los ingleses que no hablaran. Que guardaran silencio.


Usted piensa que ahora la gente habla más, pero dice menos.
Menos de interés. La cháchara no ha sido interesante nunca, pero ahora es más vacua que nunca. Es una tendencia que encuentro hasta en gente que te escribe cartas, que antes de ir al grano de lo que quieren decirte o consultar hacen una exposición larguísima.


A lo mejor es que no tienen con quién hablar y usted les produce una confianza especial.
Entiendo que un escritor pueda causar en los lectores una sensación de cercanía. Eso se produce. Los actores y los cantantes que viven de su imagen pueden ser muy adorados, pero un escritor en el fondo es alguien que está susurrando en el oído de un lector. Y si el susurro es lo bastante interesante y grato, el lector puede tener la sensación de conocer mucho a ese autor que está detrás de la novela. Pero creo que hay una especie de horror al silencio, que incomoda y va parejo, por ejemplo, con que España es un país muy poco musical y donde, sin embargo, todo el tiempo está sonando música. En los ascensores, en las peluquerías, en las tiendas…


A lo mejor es que usted se está volviendo un poco raro.
Siempre he sido un poco raro, y con la edad es normal que uno se haga un poco más raro. Raro y mayor. He de decir que incluso en las novelas que escribo tengo a veces la sensación de ser alguien algo anacrónico. Sí. En cosas que yo valoro, que me interesan, en ciertos conceptos. Empiezo a ser algo anacrónico en muchas cosas. Y no es esa sensación de estar haciéndote mayor. Es un cambio que se ha producido.


Le pondré un ejemplo, a ver si le vale. Una cosa que hoy está bastante admitida es ser un trepa. Antes era algo impensable.
Sí. He observado que personas que hacen cosas relativamente indignas te dicen: bueno, es que me pagan muy bien. Está socialmente aceptado. Antes no estaba bien decir que algo se hacía sólo por el dinero. Recuerdo haber escrito un elogio sobre la hipocresía. Yo prefiero que haya hipocresía por una razón, porque cuando alguien oculta o disimula algo, quiere decirse que aunque lo haga, tiene la conciencia de que eso no está del todo bien. Mientras que si esa hipocresía no existe, quiere decir que no sólo lo hace, sino que además le parece bien. Así que prefiero que haya una cierta conciencia de que esto se hace, pero no se dice, porque si lo haces y además lo dices, ya estamos perdidos.


Eso está muy bien visto. Pero lo hemos llevado lejos, porque ya no hay que disimular. La falta de hipocresía ha dejado al descubierto en Estados Unidos que los políticos que gobiernan con Bush se han lucrado con la guerra de Irak, por poner un ejemplo, y no sucede nada. Y si la derecha, allí y aquí, usa la mentira al hacer política, debe de ser porque supone que no les importa a los ciudadanos.
El puritanismo me pone enfermo, pero en Estados Unidos tenía un buen efecto respecto a la mentira. Eso en cuatro años ha desaparecido. Y lo peor de los Estados Unidos es que acaban exportándolo todo. Y España, que es un país supuestamente antiamericano, es uno de los países de Europa que reciben sus mensajes con mayor fanatismo. No hay más que ver cuando alguien triunfa allí el eco que recibe aquí. Allí hay unas élites muy cultas, que están muy bien, pero el conjunto del país… Me merece más respeto la opinión de los ingleses o de los alemanes. En literatura o en cine.


Un cine que se nutrió en los años cuarenta, en gran medida, de los talentos europeos que huían de los nazis.
Si ves películas de esos años, y de los cincuenta, a menudo, y dentro de la peculiaridad, notas que nada es muy distinto de la vida europea. Estados Unidos ha sido una prolongación de Europa, y se nota muy bien en el cine. Luego empieza una separación en los sesenta, y cada vez se hace mayor. Cuando he vuelto a vivir allí, después de veinte años, tenía una sensación de extrañeza y pensaba que tenía más que ver con un noruego. Y eso se ve muy bien en el cine, porque, independientemente de que las películas sean más o menos realistas, siempre reflejan una sociedad. El cine es muy útil en eso. Y ahora los americanos me parecen cada vez más raros.


Los escritores suelen decir que leer y escribir son dos caras de la misma moneda.
Yo empecé a escribir para leer más, cuando se me acabaron las novelas de mosqueteros. Tenía doce o trece años. Y, claro, de alguna manera mi primer libro tiene esa torpeza infantil. Está escrito con esa inocencia de escribir para no publicarlo.


¿Qué bien, no?
Sí, ja, ja. Pero eso se acabó enseguida. Con la segunda novela. El primer libro se publicó a través de Juan Benet, que lo leyó, le gustó y lo recomendó a una editorial. No está bien que yo lo diga, pero siendo él tan estricto y tratándose de un libro tan juvenil, pues me quedé encantado. Pero una vez se publicó, hubo críticas y opiniones, que es algo con lo que uno no cuenta la primera vez. Y cuando dicen: ¿y este escritor por qué habla todo el tiempo de Estados Unidos?, que es donde transcurre todo el libro, y tú mismo empiezas a hacerte preguntas. Eso es lo que te hace perder la inocencia y la irresponsabilidad. Aunque el segundo libro todavía es muy juvenil. Yo tenía 21 años.


¿Usted mismo se sentía pequeño?
Visto desde ahora, me veo pequeñísimo. Aunque entonces no. Eso también ha cambiado. He visto que le preguntaban a uno cuántos años tenía y decía que sólo 20 añitos. Recuerdo que nuestra generación, y las anteriores, a los 17 ya te sentías mayor y no querías que nadie fuera paternalista contigo. Luego de mis primeras dos novelas, hay un periodo de seis años durante los que casi no publiqué. Era muy joven y no tenía mucho que contar.


Todavía no había tenido tiempo de vivir una vida de la que sacar la ficción.
Y no quería hacer una novela tras otra de parodia, o de homenaje, como lo era la primera de homenaje al cine, y la segunda, a un tipo de literatura. Empecé a traducir y luego hice dos libros rarísimos, en el 78 y el 83. Y a partir del quinto libro se produce otro cambio. Empecé muy joven, pero hubo un cierto periodo de desconcierto como escritor, aunque está mal que diga como escritor porque la cosa es que yo tampoco me sentía, ni me siento, escritor en sentido profesional.


¿Pues qué se siente?
Cuando termino un libro pienso que es factible que exista otro; quieras o no, la actividad de escribir ha venido acompañándome muchísimos años. Pero no es que tenga un proyecto literario, o que tenga decidido que quiero tocar estos temas o los otros. Hace 33 años que publiqué la primera novela, y si contamos la última como un texto autónomo serían once novelas. Una media de una cada tres años.


Y generalmente logrando eso tan difícil de que sus libros sean un éxito de crítica en muchos países, y al mismo tiempo un éxito de público. Porque ahora se lee mucho, pero lo que más se lee no es la mejor literatura. ¿Hay más lectores, pero de menos calidad?
Ha pasado siempre. Hay muchos escritores que tuvieron un gran éxito en vida y que desaparecieron al morir. Es como si no estuvieran ellos para defender su obra con su presencia. Eso se da más todavía hoy, cuando los escritores tenemos que promocionar los libros. Aunque no sé. Toda la vida he oído decir que quien no sale en la televisión no existe, pero yo no he salido nunca y me ha ido muy bien. Creo que los libros los hacen los libros.


Por ejemplo, un escritor, usted mismo, ¿sabe quién es, qué representa en la literatura de su tiempo?
La verdad es que yo tengo mucha inseguridad. En fin, una cosa es saber unos datos, que los sé, como que he tenido muchos premios fuera de España y muchas ventas aquí y fuera de aquí, pero una cosa es saberlos y otra asumirlos; eso a mí me cuesta mucho. Puedo llegar a aceptar que quizá, visto lo visto, no lo he hecho mal en algunas ocasiones; en Corazón tan blanco, en Todas las almas, en Mañana en la batalla piensa en mí. Pero esa buena prensa y buenas ventas no me hacen llegar a la conclusión de que soy bueno. No doy nada por descontado. Sé que hay autores, a los que envidio en parte, que llega un momento en que se convencen de su valía hasta el punto de que piensan que si esto viene de mí, ha de ser bueno. Y en parte lo que les pasa es que no trabajan los libros. A mí, eso no me ocurrirá nunca.


¿Se considera un esforzado de la literatura, un trabajador nato?
Sí. En el sentido de que sigo poniendo los cinco sentidos. Y manteniendo una tensión a la hora de escribir que quizá es bueno tener, pero quizá impropia de alguien supuestamente ya reconocido. Yo no digo que si uno piensa que ya lo ha hecho todo, te puedan salir cosas muy buenas, pero, por ejemplo, he leído el último librito de García Márquez, que es un grandísimo autor, y la verdad es que me he quedado muy decepcionado. Formalmente es un libro muy bien escrito, pero, desde mi punto de vista, muy inane, algo antipático, sórdido, tópico y muy decepcionante. Eso le puede pasar a cualquiera, y como lo sé, nunca me confío.


Uno de los temas que trata su novela es el paso del tiempo y cómo en un periodo determinado el pasado y el presente se igualan, y todo lo que transcurrió se presenta en el mismo plano. Lo cuenta muy bien su padre cuando dice que si hubiera denunciado al malvado, que a su vez lo denunció a la policía, éste habría acabado creyendo que su traición estaba justificada, puesto que el otro había hecho algo contra él.
La cronología, una vez acabado el tiempo, no cuenta mucho. No es una idea tan compleja. En realidad nos pasa a todos. Efectivamente, lo que el padre del narrador dice es que si él hubiera tomado alguna venganza, le habría dado el pretexto al delator, una baza, una justificación a posteriori. Porque pasado el tiempo, y unificado el tiempo en un plano, podría decir: éste me la hizo también.


Siempre he pensado que usted no quería mucho a sus personajes. Me refiero a que hay escritores que a pesar de presentar a los malos, digamos, en toda su crudeza o zafiedad, descubres atisbos de que los comprenden. Como si supieran que en el fondo la humanidad es débil y no puede ser de otro modo.
Yo creo que sí, me interesan.


Sí. De un modo intelectual, analítico. Incluso en esta novela hay un momento en el que De la Garza empieza a caerle bien. Pero al fin y al cabo, el narrador no le quiere nada. Ni le comprende.
Pero sí que empieza a hacerle cierta gracia. Y también hay una parte en la que Wheeler y el narrador están en el jardín, y aparece un helicóptero que los despeina y entonces el viejo le pide un peine, “porque los latinos siempre lo lleváis”, y como no tiene espejo, el narrador le peina.


No es que una actitud comprensiva, humana, me parezca un valor literario mayor que el sentido del humor, por ejemplo. Sólo lo constato. Resumiendo, a usted lo que le gusta es jugar con sus personajes, lograr que le diviertan.
Pero alguien que te divierte te cae bien. Hay personas de las que no tienes una buena opinión, pero te hacen gracia y se salvan por eso. Me hacen gracia, pero tanto como quererlos…


Que su padre esté tan presente en su libro, me recuerda a la obsesión que tiene Martin Amis con su propio padre.
¿Sí? Mi padre es un personaje público que ha escrito unas memorias donde contaba, aunque de otra manera, lo mismo que yo he contado. Y en la mayoría de mis libros, y desde Corazón tan blanco, siempre hay personajes de viejos, no sólo mi padre. Siempre he tenido amigos mayores que yo. Los viejos, como los de mis novelas, no pierden el tiempo, van a lo esencial de las cosas y no se paran en las modas, ni en lo que está bien pensar o lo que está mal. Eso es muy apreciable en un mundo tan ñoño y banal, donde la gente no piensa fuera de lo que es el pensamiento con el que están bombardeándolos. Lo que me deja perplejo y no entiendo es una sociedad donde la gente de cuarenta deja de lado a los que tienen veinte años más que ellos. Ellos serán pronto los viejos.


Tener a gente mayor de protagonistas es ir un poco contracorriente. Ahora, a los viejos se los orilla, y a los muertos se los olvida, como usted ha dicho alguna vez.
Hay esa vinculación entre los viejos y los muertos. Ambos se han convertido en un estorbo. Tiene que ver también con una especie de deificación del presente de tal calibre que el presente se hace pasado más rápidamente, cada vez dura menos.


¿Qué hay de positivo –ya ha dicho que la pérdida de la inocencia podría ser el lado negativo– tras treinta años siendo un escritor?
Lo peor es esa falta de irresponsabilidad, pero es inevitable. Considero que he tenido mucha suerte. Porque mis libros no son como ese Código da Vinci, que no he leído y a lo mejor es genial. Son de una cierta complejidad. Perfectamente podían haber tenido un éxito relativo y nadie se escandalizaría.


¿Quizá a usted mismo le sorprendió su propio éxito?
Sí, pero fue paulatino. Un libro tuvo unos lectores y el otro tuvo más y más. Después ya no fue tanto y ahora vendo por lo menos cien mil ejemplares, y ten en cuenta que si un autor vende veinte mil, a todo el mundo le parece bien. Así que no nos engañemos, es que he tenido mucha suerte, porque, supuesto que yo tenga talento, hay mucha gente con mucho talento y que no han sido reconocidos ni después de muertos, Considero que he recibido más que nadie, más de lo que jamás habría esperado. Eso me da mucha libertad, y lejos de acarrearme más responsabilidad, me digo que he tenido más de lo que podía esperar. Y sigo haciendo lo que me interesa. En cuanto a las críticas, no es que no me importen, sino que he llegado a la conclusión de que en cierto modo no me conciernen. Si son buenas, me alegran, pero mi verdadero asunto es hacer los libros. Y hay que aceptar que cuando uno hace algo público se expone a que cualquiera diga lo que quiera. Yo he tenido mucha suerte y espero no tener que comerme mis palabras porque llegue un día en que nadie me lea ni me compre.


¿A quién le deja leer sus libros antes de ser editados?
Antes de publicarlos, a pocas personas. A dos o tres. Antes se los dejaba a Juan Benet, al que tenía mucho respeto. Lo último que leyó mío fue Corazón tan blanco. Murió hace doce años.


Y echa de menos su opinión…
Sí. A mis muertos, cuya muerte me ha afectado mucho, los tengo muy presentes, casi biográficamente.


En los dos volúmenes de Tu rostro mañana no hay grandes aventuras ni peripecias.
Es un riesgo que estoy asumiendo. En mis novelas siempre se cuentan procesos mentales y reflexiones. No sé, me encantaría ser un tipo de escritor, por los que tengo debilidad, de esos que no te importa nada lo que te cuentan y lo que quieres es que sigan, porque todo tiene interés. Es el caso de Proust.


A usted le sale de perlas especular con los personajes. Eso, que es tan propio de Henry James, no sé si lo ha aprendido de él, al que sé que admira, o es que responde a su manera de ser.
Creo que lo he aprendido de Henry James, pero sí es verdad que yo tengo una cabeza un poco tortuosa, laberíntica. Y creo que con las personas que uno tiene cerca, te gustan, los quieres, pero no piensas más sobre ellos. Es una manera un poco empobrecida de ver a la gente. Hay que fijarse en ellos, verlos incluso como si fueran personas de ficción.


Quizá le pasa eso por ser escritor.
Sí que me sirvo de eso. Si ves ahora a Hitler, por ejemplo, te preguntas: ¿pero cómo no veía la gente cómo era? Nos han educado a saber ver en la ficción. En la realidad es como si nos costara más. Y si te fijaras, a veces verías a individuos de los que dirías: yo con éste no daría dos pasos. En ese sentido, el ver a la gente real como si fuera de ficción ayuda a entenderlos. Y a las cosas hay que darles vueltas.


Precisamente, leyendo su novela, viendo a esos personajes que son contratados por un servicio secreto porque son capaces de mirar a alguien y sacar conclusiones sobre ellos, he recordado que yo jugaba con mis primas a adivinar las profesiones de la gente que transitaba por la acera de la calle.
Sí, yo también he jugado a eso. E, igual que en la novela, nunca comprobabas si los informes que dan los encargados de hacerlo se producirán. Si son verídicos o no.

 


GONZALO GARCÉS
El Mercurio, Santiago de Chile
12 de diciembre de 2004

Caricatura por Gonzalo Garcés

El regreso de Javier Marías


Javier Marías está escribiendo la novela más larga (y tal vez la más importante) de su carrera. Es un libro complejo, reflexivo, violento; humoroso a veces, inquietante casi siempre. Se llama Tu rostro mañana. La primera parte, Fiebre y lanza, apareció en 2002. La segunda, titulada Baile y sueño, acaba de publicarse. Falta una tercera, aunque Marías, celoso de su libertad, no promete escribirla, y en caso de hacerlo no asegura que sea la última. "Yo la veo como una de esas novelas, que ha habido a lo largo de la historia, en las cuales uno se puede instalar en un mundo", dice ahora, "y en ese mundo estar a gusto o a disgusto, si está a disgusto lo deja y se va, y más aún en este caso que lo voy publicando por partes, pues es fácil que a quien no le gustó la primera no se le ocurrirá comprar la segunda."

Así habla Marías en el bar del hotel barcelonés donde nos hemos dado cita. Oyéndolo uno reconoce la respiración particular de su prosa: las repeticiones, los incisos. Modula sus dichos con giros que la entrevista sin remedio omitirá: de algún modo, quizá, relativamente. Un hombre civilizado, un hombre cortés, aunque puede ser inflexible. Fuma. Parece contento de su obra, y algo cansado. Más tarde, en la conferencia de prensa, dirá que ha pensado abandonar el género novela cuando acabe ésta. De momento sigue explicando su cualidad de novela incesante: "Si tú ves Don Quijote, en realidad Don Quijote muere al final de la segunda parte, pero nada muy determinante hubiera impedido que siguiera viviendo. Entonces, éste es un libro que podría no terminar hasta que yo me canse o me muera, o hasta que los lectores se cansen y nadie lo compre."


Jacobo Deza


¿Cansarse, los lectores? Hace dos años Fiebre y lanza fue celebrado en forma unánime. Fue uno de los libros más vendidos en España y hasta ganó un premio prestigioso, el Salambó, algo insólito para un libro inacabado. Marías se cansó de decir que no era una novela de espías. Pero ahí estaban las aventuras de Jacobo Deza, un hombre capaz de ver en los rostros presentes lo que serán mañana, empleado ostensiblemente por el MI6, el servicio secreto británico. Observo que Jacobo, en este segundo volumen, parece tener dudas crecientes sobre su capacidad como "intérprete de vidas". Marías asiente:
-Si tú recuerdas el primer volumen, el viejo profesor Wheeler, que es quien lo mete en este asunto, le explica que él posee esa capacidad infrecuente, y él se sorprende; y cuando empiezan a pasarle vídeos de personas y a decirle: 'Usted cree que esta persona haría tal cosa o dejaría de hacer esta otra', él inicialmente dice: 'No lo sé.' Es un proceso de atrevimiento, de irse atreviendo a ser arbitrario. Una arbitrariedad semejante a la que tenemos delante de la televisión, donde aparece una persona y a los treinta segundos estamos pensando, 'pero qué imbécil', o 'qué mentiroso', o bien 'qué encanto', o 'esta persona es de fiar', eso lo hacemos todos. Recuerda que el título del conjunto, Tu rostro mañana, hace referencia a la incapacidad que tenemos para conocer el rostro que tendrán mañana las personas que nos son cercanas, o incluso el que tendremos nosotros mismos.


-Y tú, ¿lo has intentado alguna vez? ¿Prever lo que alguien hará o dejará de hacer, y acertar?
-"Bueno, es frecuente que uno tenga avisos. ¿Quién no ha sufrido decepciones o sorpresas? ¿Quién no ha dicho 'esto es lo último que me hubiera esperado de esa persona', o 'esto no es propio de ti'? O bien oímos en una pareja que se separa: 'Éste ya no era el hombre con el que yo me casé'. ¿Cuántas veces no decimos también 'me juego el cuello a que esto no sucederá', o 'pongo las manos en el fuego'? La propia lengua está llena de expresiones de ese tipo. Que afortunadamente no son literales, porque andaríamos todos con las manos muy quemadas, o sin cuello".

"A menudo tenemos avisos que sin embargo no acabamos de aceptar, sobre todo cuando se trata de personas queridas. Y en Tu rostro mañana se habla de cómo a menudo echamos esos avisos en saco roto".


-Es conmovedor cómo a medida que avanza el libro Jacobo parece hacerse más vulnerable.
-"Sí, bueno, y además sin que sea tampoco algo muy claro, es decir que las cosas suceden muy rápido. Entonces, cuando ya tiene una cierta capacidad de reflexión sobre lo que ha ocurrido, se da cuenta de que tuvo miedo".


La violencia real


Marías se refiere a una de las escenas más impactantes del libro. Jacobo y su jefe, Bertram Tupra, deben reprender a cierto insufrible agregado cultural español por una indiscreción. Tupra, inesperadamente, saca una espada; el agregado se aterra y Jacobo también. La escena, según la costumbre de Marías, está entretejida con reflexiones diversas. "Hay unas dilataciones del tiempo", asiente Marías. "Primero aparece esa espada, que no se sabe de dónde ha salido ni por qué, a comienzos del siglo XXI, imagínate, es una cosa extravagante, ¿no? Y en vez de seguirse narrando, como sería lo normal, lo que sigue es una reflexión sobre el arma, y sobre lo que la espada significa y por qué da tanto miedo."


-Me parece que el lector se encuentra con unas dosis de violencia inhabituales en tus libros.
-"A mí me interesaba recuperar la idea de la violencia real. Estamos muy acostumbrados a la violencia de la ficción, no hay que hacer grandes dramas al respecto, no soy de los que se horrorizan mucho con la violencia en el cine o en la televisión, creo que la violencia en el cine incluso tiene algo de coreográfico; pero la violencia que vemos en la televisión, yo creo que el hecho de verla en una pantalla ya tiene algo de irreal, aunque sepamos que ha sucedido. Hay una especie de acostumbramiento a la violencia, y se está perdiendo de vista lo que es la violencia en la realidad. Incluso, basta a veces que dos personas empiecen a darse empellones en una reyerta en un bar para que uno literalmente se ponga malo. Y entonces esa escena, comparada con lo que estamos acostumbrados a ver o a leer, no es gran cosa; y sin embargo produce un efecto más parecido a la violencia real".

En la novela Tu rostro mañana, explica Javier Marías, la violencia es presente y pasado. En forma paralela a los trabajos de Jacobo Deza (que debe adivinar si tal o cual hombre traicionará) se relatan también hechos de la Guerra Civil española (donde tantos traicionaron o fueron traicionados).


-Me interesó mucho una historia que cuentas, la del escritor Emilio Marés, a quien los franquistas torturaron con banderillas de toreo antes de asesinarlo. ¿Es real?
-"Es real el hecho. Hay dos atrocidades de la Guerra Civil que son relatadas en un momento dado por el padre del narrador. La primera es algo escuchado en un tranvía madrileño en el año 36, se la he oído contar a mi padre. La segunda es una historia que sucedió: lo que es ficticio es quiénes lo hicieron y la escena en que esto se relata. Pero el hecho sí, se lo he oído contar a mi familia. Lo hizo una partida de gente de alta sociedad, del bando así llamado nacional, o franquista".


Humor entre líneas


No suele destacarse el humor de las novelas de Marías. Ahí está, sin embargo. Un ejemplo mínimo: a Jacobo Deza, mientras su jefe apalea al agregado, no se le ocurre nada mejor que recordar que en inglés solía llamarse a la Muerte Sir Death, aunque ahora mismo por suerte es sólo Sir Blow (Sir Golpe) o quizá Sir Thrashing (Sir Paliza, o Sir Sacada de mugre). Un humor ligeramente absurdo, verbal casi siempre, y tan personal como sus reflexiones o su prosa. La conversación se ha distendido; hablamos de Michael Douglas, que según Marías se parece cada día más a Glenn Close; le digo que a veces debe ser una tentación, para alguien con una reputación de seriedad como la suya, comportarse del modo diametralmente opuesto. Marías recuerda que una vez Eduardo Mendoza y él, invitados al célebre programa televisivo francés Apostrophes, jugaron con la idea de aparecer disfrazados de maleantes.


-Pensábamos ir con unas patillas en hacha y con una navaja -sonríe apenas-, y clavarla sobre la mesa y ponernos a batir palmas. Sí, claro que es una tentación. Quizá cuanto más joven se es más se tiene, pero yo la sigo teniendo de vez en cuando. Mendoza y yo pensábamos ir con unas camisetas a rayas casi de bandolero, con un tatuaje improvisado o dos, y decir con un acento espantoso Vú savé, mesié, ié ne cruá pá a la literatur...

Ése es Marías: por momentos incisivo, por momentos ensimismado o doliente, pero siempre dispuesto a introducir uno de esos disparates que él llama, clásico al fin, "la guasa".

Se acaba el tiempo. Me cuelo con los periodistas en la conferencia de prensa, donde un Marías radiante nos asombra con una confidencia: si decidió publicar Tu rostro mañana en varios volúmenes fue para asegurarse de que su padre y su amigo Peter Russell, ambos de edad avanzada, llegaran a verlo impreso. "Debo decir que los dos siguen vivos", sonríe ahora sí en grande Javier Marías, que además de grave y guasón, y además de ser quizá el más importante escritor vivo en lengua española, es un individuo afectuoso donde los haya. "Incluso han mejorado. De manera que digo medio en broma, porque a veces me divierte jugar a ser supersticioso aunque no lo soy: 'Bueno, mientras sigan intrigados con algo...' No es que yo piense que mi novela es lo único que tienen en sus vidas. Pero bueno, en la medida en que pueda darles un pequeño aliciente para mantenerse en buena forma, pues a lo mejor sí que acabaré haciendo más".

A cuidar la salud, Sir Peter y Don Julián, que los lectores lo necesitamos.


Brujas y Putas Tristes


-En la novela mencionas a Michael Douglas con el poco cariñoso apelativo de 'cara de bruja'. Tengo la impresión de que no tienes en gran estima a los actores contemporáneos...
-"Hombre, algunos me gustan, pero en términos generales... De todas formas, a Douglas cara de bruja se le está poniendo, ¿sí o no? Es asombroso. Pero es verdad que en la vieja escuela había unos grandes, había unos buenos y unos medianos, pero en conjunto los actores eran bastante presentables. Ahora yo no sé, a menudo los veo como impostores, como gente que se aprovecha de su titularidad como herederos de la gran tradición de actores norteamericanos; yo diría que son traidores a esa tradición. Hace poco vi Troya, porque ese tipo de películas, digamos de romanos, a mí me divierten, pero me pareció realmente muy mala".


-¿Y la literatura? ¿Qué estás leyendo ahora?
-"Bueno, acabo de terminar la nueva novela de García Márquez, que me ha decepcionado enormemente, la verdad. No leo muchas novedades, en general. Estoy haciendo lecturas relacionadas con este libro, de documentación y también de asuntos que yo de una manera subterránea pongo en relación con esto. Estoy leyendo algunos libros de historia medieval, por ejemplo. Algunos clásicos también, intento leerlos más a menudo de lo que la gente suele hacerlo. Yo durante unos años estuve bastante al día de lo que publicaban mis contemporáneos, tanto en lengua española como en otras. Y desde hace algunos años he abandonado esa costumbre, porque la verdad es que resulta un poco cara, cara en cuanto al tiempo que uno dedica, y las remuneraciones son relativas. Y a medida que uno va teniendo años -yo tengo ahora cincuenta y tres- se va uno dando cuenta de que por ejemplo no ha leído todas las novelas de Dickens, a mí aún me quedan tres o cuatro de las extensas por leer; y me di cuenta de que yo sólo conozco parcialmente a Tito Livio, por ejemplo, y que me gustaría poderlo leer entero. Entonces uno se va haciendo más avaro de su tiempo en ese sentido, y va dedicándolo a aquellas cosas que cuando era más joven tenía para más adelante, porque de pronto uno se da cuenta de que el "más adelante" está llegando ya, ¿no?"



ANTONIO LOZANO
Qué leer, núm.93
noviembre de 2004
Fotos: Daniel Sánchez


J A V I E R
M A R Í A S

Sus rostros hoy

 


La fiebre y la lanza dan paso al baile y al sueño, a una noche inconclusa sigue una noche abierta, el tiempo continúa retorciéndose y refractándose hasta el precipicio, la mirada del intérprete prosigue su succión de almas. Es decir, el segundo volumen de Tu rostro mañana es una realidad. Once títulos de su bibliografía nos sirven para que Marías se autorretrate con el puntillismo de que hace gala su Jaime Deza.

 

1. Los dominios del lobo
::::::::::::::::::::::::::::::::

En las ventanas por las que se filtra con indolencia la luz que preña de penumbra los rellanos que conducen al piso de aroma holmesiano de Javier Marías en una de las zonas más nobles de Madrid están cinceladas unas coronas que le recuerdan a uno que se dirige a la morada de un monarca. En sentido estricto, por reinar sobre ese atolón dejado de la mano de Dios llamado Redonda, y en sentido figurado, por esa visceral decantación por la idolatría o la antipatía que nace de si se está o no con Roberto Bolaño cuando afirmó en marzo de 2003 que Marías "es de lejos el mejor prosista español actual". Los partidarios de una y otra opción a buen seguro interpretarían de forma diametralmente opuesta las siguientes impresiones recibidas tan solo traspasar el umbral de los dominios del escritor: música clásica envolviendo de gravedad una atmósfera libresca atiborrada; el ofrecimiento de un catálogo de Sotheby’s dedicado a Oscar Wilde para entretener la espera mientras trajinan los fotógrafos, y los comentarios acerca de diversas pujas realizadas vía telefónica en la ceremoniosa casa de subastas, incluyendo una fervorosa por una pitillera que su reverenciado Arthur Conan Doyle regalara a un amigo y que llevaba inscrito el nombre de Sherlock Holmes. El confeso cansancio tras varias sesiones de fotos sufridas en un viaje a Alemania recién concluido no impide que un atildado Marías pose con conciencia de clase y porte augusto, quizás sabedor, desde que se revelara un intérprete de expresiones tan sutil y preciso en Miramientos (por cierto, ¿posible larva del Jacobo Deza de Tu rostro mañana?), de cuánto cuenta y cuánto oculta una determinada mirada.

Este ínterin lo aprovecha el periodista para realizar un barrido por una estancia de atmósfera erudita, que desprende ínfulas de coqueto comercio de anticuario agazapado en un callejón oxoniense. Fruto de un coleccionismo impenitente, se alinean en un orden meticuloso (quebrado por las pilas de diarios, recortes y faxes amontonados en diversas mesas) soldaditos de plomo, postales, carteles de cine, dados, cajas de cerillas, estilográficas, compases de navegación, relojes de bolsillo, bolas del mundo miniaturizadas... y, obviamente, cientos de volúmenes hermanados por la lengua inglesa y una encuadernación robusta y preciosista que destierra cualquier posibilidad de vida editorial reciente. Orgulloso, el escritor me muestra las piedras preciosas de su relicario: dos cartas enmarcadas, una fechada en Alaska en 1945 en la que Dashiell Hammett reconoce ganar en lucidez cuando no está borracho y otra de Joseph Conrad lamentando sin acritud que un escrito suyo haya llegado a manos de un editor sin su consentimiento. El encendido del enésimo cigarrillo R1 y la apertura resignada de una Coca Cola Light impuesta por una tensión alta, que, según aduce, lo llevó a escribir las últimas cien páginas de Tu rostro mañana. Baile y sueño en estado de duermevela, son el pistoletazo de salida que propulsa a Marías a una maratoniana conversación sostenida sobre esa fluidez reflexiva, dilatada, circunvaladora, interrogadora, reiterativa e incisiva que caracteriza su prosa. Desatendiendo la apertura de su nuevo volumen: "Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara", da inicio la entrevista, sintetizada aquí en una labia a la que se da sedal.

 

 

 


2. El Siglo
::::::::::::::::::::::::::::::::

No ha habido jamás un libro necesario.

"Ahora hay una tendencia muy fuerte a contar y nada más que contar. Esto no quiere decir que contar me parezca poco, pero, desde mi punto de vista, hay novelas que pueden ser muy apasionantes por tener mucha acción e intriga, por lo que ocurre, porque lo hacen a uno estar muy pendiente de lo que va a pasar, pero solo mientras se leen, ya que, al cerrar el libro, se olvidan en nada. Como lector, me interesan libros que, además de contarme una historia, me creen una determinada atmósfera, un cierto mundo que perdure, o reflexiones entreveradas, o situaciones que vayan más allá del puro narrar. Cuando oigo aquello de “el placer de contar bien una historia”, pienso que es algo muy digno y que tiene precedentes extraordinarios, pero como lector me sabe a poco, pervive lo que tardo en leerlos [...]. No ha habido jamás un libro o una película necesarios, como existe ahora la manía de calificar a tantos. Otra cosa es que, una vez que existen, a uno lo hagan muy feliz o le resulten muy útiles. Son coletillas que me ponen negro. Necesario es solo aquello que se echa de menos antes de existir y no hay obra de arte que responda a este perfil."


3. Pasiones (no) pasadas
::::::::::::::::::::::::::::::::

Reconocer cosas que uno sabía pero que no sabía que sabía.

"Aprecio mucho el deslumbramiento que se produce ante ciertas frases o pensamientos, que te hacen decir esto es así, la vida es así, somos así, funcionamos así, esto yo lo conozco. Un deslumbramiento que te hace parar a reflexionar y que raramente llega si te limitas a contar. La literatura que más admiro es la que permite reconocer cosas que uno sabía, pero que no sabía que sabía. Los últimos autores que he leído que se han ajustado a esto son Thomas Bernhard y W.G. Sebald, aunque el ejemplo supremo es Shakespeare. Hay escritores que te llevan a plantearte qué sentido tiene escribir una sola página si ya existen las suyas. Pero Shakespeare es un autor fértil, que invita a más; tiene iluminaciones de gran calibre que no desarrolla y que abren diez bocacalles para que uno las transite."


4. Vidas escritas
::::::::::::::::::::::::::::::::

El privilegio de lo que he llamado "pensamiento literario".

"Desde El monarca del tiempo, novela de 1978 en la que hacía referencia a los discursos opuestos de Bruto y Marco Antonio recogidos por Shakespeare en Julio César, vengo hablando sobre la verdad en el presente. En las últimas cinco o seis novelas hay una serie de temas que van reapareciendo, si bien intento tratarlos de forma distinta e incluso contradictoria. Por ejemplo, creo que era en Mañana en la batalla piensa en mí donde se repetía la idea de que lo no contado no existe nunca del todo, de que el mundo depende de sus relatores, mientras que en Fiebre y lanza comenzaba diciendo que uno no debería contar nunca nada. Este es el privilegio de lo que he llamado pensamiento literario, que no es en modo alguno pensar en la literatura sino pensar literariamente sobre otras cosas, una forma de reflexionar distinta al pensamiento filosófico, científico, religioso, psicológico, etcétera [...]. Desde hace años, los narradores de mis libros son de alguna forma intérpretes, seres que renuncian a su propia voz: el protagonista de El hombre sentimental era un cantante, dedicado a recitar piezas que otros han compuesto; en Todas las almas era un profesor, que transmitía conocimientos ajenos, adquiridos, establecidos o heredados; en Corazón tan blanco aparecía un intérprete de lenguas de la ONU; en Mañana en la batalla... era alguien que, entre otras cosas, ejercía de negro realizando discursos para personalidades, y con Tu rostro mañana desembocamos directamente en la interpretación máxima posible, la ejercida sobre las mismas personas. Todos ellos son transmisores, como lo son, en el fondo, los escritores o los espías, pero es que la propia habla es traducción del pensamiento y de los objetos, la cual nos conduce a cambiar de registro sin descanso."


5. El monarca del tiempo
::::::::::::::::::::::::::::::::

Dar existencia a aquello que no observamos y que no percibimos, pero que tiene lugar.

"Indudablemente, el potencial que más me interesa del género novelesco es su capacidad de hacer que el tiempo sea distinto del real, pues creo que es el que tiene más desarrollado con respecto al resto de géneros artísticos. Me fascina cómo percibimos el tiempo fuera de su duración objetiva, pues hay minutos muy largos y muy cortos, por lo que quiero dar existencia a aquello que no observamos y que no percibimos, pero que tiene lugar. Me sorprende que haya novelistas a los que no les interese nada el tiempo en sus novelas. Los libros de novecientas páginas, que son las que ya llevo acumuladas de Tu rostro mañana, uno suele aceptarlos o pensar que son adecuados si entran dentro de la idea de novela río con muchas generaciones y peripecias, un género que me parece fácil si de lo que se trata es de acumular anécdotas. Pero Tu rostro mañana no incluye nada de esto, es su antítesis. Pero es que muchas novelas podrían durar eternamente, en ocasiones terminan por cansancio de los lectores o de los autores. Las novelas tienen esa capacidad extraordinaria de permitirte instalarte en un mundo, quedarte a vivir una temporada".


 

 


6. Desde que te vi morir
::::::::::::::::::::::::::::::::

Hoy en día los muertos parecen ser cada vez más un estorbo para los vivos.

"Los muertos, naturales o no, forman parte de la vida. No tengo la sensación de que haya muchas muertes en mis libros, lo que sí hay es una fuerte presencia de los que ya han muerto. Hoy en día los muertos parecen ser cada vez más un estorbo para los vivos. En España, en concreto, se produce algo que me irrita mucho, y es que al morir una figura pública tiene lugar una semana de loas desmesuradas -a veces injustas, porque podía ser un bichejo- y de apropiación incluso, pues de golpe todo el mundo era muy amigo del finado. Así prolifera un género que detesto en especial, el de esas necrológicas cursilísimas en segunda persona, las que se dirigen al finado en plan Querido fulano cuando este ya no está para nada. Poco después sobreviene el silencio, una barrida absoluta de la memoria de esa persona. En escasas semanas ya se convierte en un recuerdo molesto. Las personas que han tenido importancia en mi vida no pierden peso ni presencia por estar muertas."


7. Mientras ellas duermen
::::::::::::::::::::::::::::::::

Fijarse en un escote o en unas piernas.

"No incluyo escenas propiamente eróticas en mis libros, pero sí mucha observación y erotismo a cuentagotas. Intento que en mis novelas estén presentes y se confiesen abiertamente cosas llamémosles indignas, como sentir deseo, fijarse en un escote o en unas piernas bonitas en momentos inadecuados, serios, de peligro o discusión. Cualquier hombre sincero aceptaría que le pasa."


8. Cuando fui mortal
::::::::::::::::::::::::::::::::

¿Quién es usted para arrogarse la capacidad de perdonar algo que no ha hecho?

"Una de las cosas más graves de nuestro tiempo es que cualquier estupidez hace fortuna. Ayer mismo me encontré con una de esas estupideces enormes: la Generalitat de Catalunya, con el apoyo sorprendente de gente que consideraba inteligente como Joan Saura, solicitaba que el actual Gobierno anulara el juicio y la sentencia a Lluís Companys. Y yo les pregunto: ¿qué tiene que ver el actual Gobierno con el de Franco?, ¿qué sentido tiene ahora esta revisión? Siento que a Companys lo fusilaran de mala manera, pero, por desgracia, eso no hay quien lo cambie, sobre todo para él. Hay cosas irrevocables y punto. Me atrevería a decir que es una falta de respeto o, aún más, de una pretenciosidad extrema por parte de los vivos intentar anular el pasado. Es lo mismo que cuando sale el papa a pedirle perdón a Galileo. Yo me digo: ¿y quién es él para arrogarse la capacidad de perdonar algo que no ha hecho? Son gestos vacuos que solo se hacen para quedar bien y colgarse medallas."


9. Harán de mí un criminal
::::::::::::::::::::::::::::::::

Tantos idiotas que protestan por todo.

"Me asombra esa sensación de ceguera y de falta de sentido común generalizadas. Hace poco, por ejemplo, hablaba de esas películas o libros que tratan de temas tan candentes y presumiblemente nobles que solo por eso se convierten en intocables. Y no me refiero ya a lo más socorrido del mundo que es el Holocausto, sino al maltrato de mujeres o a la historia de un señor que está enfermo y desea la eutanasia. Si todos estamos de acuerdo en lo espantoso de estas situaciones, me parece fácil y poco honesto tocarlas. ¿Qué sentido tiene pretender emocionar con la historia de un niño encantador que agoniza y muere de manera tristísima, algo que ya tiene la lágrima asegurada antes de empezar? ¿O con el relato de unos parados, si todos coincidimos en que estar en el paro es una desgracia? No me venga a decir que se han hecho obras maestras a partir de estos materiales, cuando esto no tiene ningún mérito. Además, uno no puede criticarlas desde el punto de vista artístico porque parece que esté posicionándose también respecto de las ideas que sustentan. Surgen tantas estupideces que me deja perplejo que nadie, durante todo el proceso, desde que a alguien se les ocurre hasta que se llevan a cabo, diga que esto es una bobada o que no hacía ninguna falta.
Hace poco El País se fustigaba por haber empleado en la promoción de su versión digital dos imágenes de las Torres Gemelas. Anunciaban que había sido un terrible error y retiraban la campaña tras cientos de cartas de protesta. ¿Pero acaso esta no ha sido la noticia más llamativa del último medio siglo? Lo más alarmante no es que haya tantos idiotas que protestan por todo lo protestable como que el propio periódico se retracte."


10. Seré amado cuando falte
::::::::::::::::::::::::::::::::

No tengo un sentimiento patriótico muy desarrollado.

"No me molesta arrastrar fama de airado y de trato difícil, sobre todo porque creo que nace de mis artículos de prensa, en los que se trata precisamente de no comulgar con la mayoría, sino más bien de señalar lo que cuela y te parece inaceptable. Si acabo creando el efecto de una persona malhumorada, quizás sea cierto, aunque intento filtrar siempre algo de jovialidad. Qué voy a hacerle. No le doy especial importancia a que en mi país se me estime menos que fuera de él, porque no tengo un sentimiento patriótico muy desarrollado. A veces he dicho que me satisface más que sea así porque el reconocimiento foráneo es, a priori, sincero, no obedece a nada extraliterario. Tampoco es que me queje de falta de consideración en España, pues cuento con muchos lectores. También te diré que las traducciones embellecen mucho los libros, hacen que suenen mucho mejor. La distancia lingüística es un punto a su favor."


11. Travesía del horizonte
::::::::::::::::::::::::::::::::

La escritura me ha acompañado más años de los que no me ha acompañado.

"Siempre he tenido muy claro que no quiero convertirme en lo que se entiende por escritor profesional, aquel que debe sacar libros de forma continuada porque es lo que se presupone. He publicado una media de una novela cada tres años. Nunca he tenido prisa por escribir, ni me he forzado a hacerlo. No me preocupa quedarme seco. Si un día ocurre, no pasa nada. La escritura es importante para mí, a estas alturas de mi existencia me ha acompañado más años de los que no me ha acompañado, pero tampoco es mi vida. Si se me ocurre algo que tengo ganas de contar -y repito que son ganas, pues necesidad solo se tiene de comer y poco más-, lo hago. Quizás sí que cansa haber empezado tan joven, no el hecho de escribir en sí mismo -aunque este libro me está suponiendo un gran esfuerzo-, sino la acumulación de horas y el desgaste intelectual. Puede que tras concluir Tu rostro mañana no me queden energías ni nada que añadir, que me tome unas largas vacaciones con las novelas y me entren ganas de ponerme a escribir cuentos. Entiendo perfectamente a autores como Salinger o Rulfo que un buen día dejaron la escritura."



La curiosidad
::::::::::::::::::::::::::::::::

Javier Marías se confiesa un fan del género de la política-ficción, afición que comparte con su amigo el director de cine Agustín Díaz Yanes. De esta forma, le entusiasman films como El mensajero del miedo, Siete días de mayo y, entre los recientes, Poder absoluto de Clint Eastwood y Camino a la guerra de John Frankenheimer, al tiempo que piensa comprarse en DVD la serie El ala oeste de la Casa Blanca. Entre sus filias también se cuentan Los Soprano, En los límites de la realidad y Frasier, pero asegura detestar Seinfield, mientras que las películas Troya y Could Mountain le han parecido “malísimas”.

 

No hay dos sin tres
::::::::::::::::::::::::::::::::

El autoengaño, la negación, las respuestas heredadas, la trinidad de lo pensado, lo verbalizado y lo demandado como condena ("La vida no es contable", "Pedir, pedir es la maldición más frecuente después de contar"), los admonitorios ecos de poética resonancia ("Un minuto, la lanza, un segundo, la fiebre, y otro segundo, el sueño"), la violencia, la maldición y el miedo, pero también el botox, la sangre menstrual, la música disco y la zafiedad del españolito convergen en el segundo volumen de Tu rostro mañana, que es como decir la segunda noche de tortuosa y densa locuacidad que Marías abre y no acaba de cerrar, forzándose a un anunciado tercer (¿y último?) volumen. Con la combinación de digresión y ensimismamiento de calado existencialista que define la prosa del autor, Baile y sueño retoma la sinuosa e interrogativa voz de Jaime Deza, intérprete de personalidades que da cuenta de una sobresaltada experiencia nocturna vivida mientras estaba de servicio, al tiempo que intercala (en el mayor esfuerzo hasta la fecha del autor por dilatar, diseccionar y suspender el tiempo) saltos cronológicos, históricos y geográficos. Marías asegura que el atisbo de que puedan haber clientes privados que soliciten los servicios de este intrigante departamento del MI6 se desarrollará en la próxima entrega.

 


Antonio Fontana
Blanco y Negro Cultural, ABC
13 de noviembre de 2004

Javier Marías: "Si supiera las historias enteras, de cabo a rabo, no las escribiría"


"En realidad no debería uno contar nunca nada". A pesar de ello, Javier Marías lleva treinta y tres años contando. Y desde hace dos, descubriéndonos Tu rostro mañana, la más ambiciosa de sus obras, que ahora, con Baile y sueño, se acerca a las novecientas páginas.


-La continuación de Fiebre y lanza no es el final de Tu rostro mañana. ¿Cuánto falta para que se complete la historia?
-Cuando terminé el primer volumen pensaba que serían dos. Pero no trabajo con un plan muy determinado. Sé más o menos hacia dónde quiero ir, aunque me doy un margen de libertad enorme, tanto respecto a los acontecimientos que van a ir ocurriendo en el libro como respecto a la extensión. Calculo que habrá un tercer volumen.


-¿"Calculo"? ¿No será que el libro lo domina?
-En absoluto. Me parece ridículo que un autor diga que un libro se le va de las manos, que los personajes se le rebelan, que cobran vida. Es absurdo. ¿Cómo te van a dominar unos seres de ficción, que tú inventas y a los que tú haces moverse y actuar? Lo que ocurre es que uno cambia de opinión, improvisa. Y las dimensiones de un libro son algo delicado.

Muchas veces he puesto el ejemplo de escribir con mapa o escribir con brújula. Tener un mapa significa que, cuando empiezas, sabes dónde vas a encontrarte un río, una montaña, un precipicio, un lago, unas bestias inmundas. Y el carecer de mapa pero tener una brújula significa que sabes más o menos hacia dónde quieres ir, pero que cuando llegan el lago, la montaña, el precipicio o las bestias inmundas, desconocías que estaban ahí. El verbo inventar viene del latín invenire: descubrir, hallar, averiguar.

Hay autores que saben la historia entera antes de ponerse a escribir: Eso lo he hecho alguna vez con algún cuento, y me he aburrido considerablemente: me parecía un trabajo de redacción. Si yo supiera las historias enteras, de cabo a rabo, posiblemente no las escribiría.

-"De su mejor amigo cuyo rostro él no supo ver". ¿Es la traición el tema principal de Tu rostro mañana?
-Hace poco he vuelto a traducir El espejo del mar, de Conrad. Hay un capítulo en el cual se habla del verdadero problema de un marino en alta mar: ver. Ver no sólo porque haya un turbión tremendo, una tormenta, una tempestad; ver también lo que hay en el horizonte, o la costa cuando uno se está aproximando, o la costa cuando no debería haber costa, para no encallar, para no vararse. En cierto sentido, ver es lo que todos quisiéramos continuamente; y ver sobre todo en las relaciones humanas que establecemos. Tantas veces creemos tener una visión clara de una persona. Pero quién no ha conocido la sensación de haberse equivocado, de que esa visión era completamente errónea o no era tan nítida como creía. En ese sentido, uno de los temas principales es lo que podemos esperar de las personas y lo difícil que es ver su rostro mañana; ver lo que serán mañana. Tampoco es fácil ver su rostro hoy; pero creemos verlo. Creemos saber qué podemos esperar de ellas, de las más cercanas. Y sin embargo, cuántas veces no nos decimos "Esto es lo último que me hubiera imaginado de...", o "No es propio de...", o "No es el mismo hombre con el que me casé", "Ya no es la misma mujer con la que me casé"... Si el libro tiene un tema principal, es ése: la dificul-tad de saber a qué atenernos con las personas. Menos mal que expresiones como "Me juego el cuello por..." no son literales, porque andaríamos descabezados la mayoría.


-Una de las escenas más sobrecogedoras de Baile y sueño es la de la espada. Parece mentira: una lansquenete en el siglo XXI.

-En este segundo volumen se habla del miedo y de la violencia. Si en un momento dado, al comienzo del siglo XXI, aparece en escena una espada, causa mucho más pavor del que pueden causar una pistola, un puñal o un cuchillo. El miedo a la pistola, o al puñal, o al cuchillo, ha de ser enorme, pero probablemente es un miedo que entra dentro del miedo previsible en una situación mala no previsible. Ahora bien, si lo que aparece es una cosa tan arcaica y tan incongruente como una espada... Una espada es un arma de repetición. Una espada no se lanza nunca, una espada nunca se abandona, una espada no se suelta: viene un golpe, y luego otro, y luego otro. Y eso es lo que da más pavor: Una pistola tiene un número de balas determinado; una espada tiene un número indefinido, infinito, de golpes.


-La violencia y el miedo también están presentes a través de las barbaridades de la Guerra Civil.
-Uno nace y cree que el mundo nace a la vez que uno. Yo nací en el año 51. En los años cincuenta y en los primeros sesenta oía hablar de la Guerra Civil y tenía la sensación de que aquello había sucedido hacía siglos. Pero sólo habían pasado doce años desde el final de la guerra. Me parecía algo remoto, pero no lo era. Estaba caliente, como quien dice.

Cada vez que leo o escucho cosas sobre la Guerra Civil tengo una sensación de verdadera repugnancia, de que debió ser repugnante en casi todas partes y en casi todo momento. Me produce una especie de rechazo la imaginación del grado de crueldad al que se pudo llegar de una manera tan exagerada. Y esa sensación de exageración, de desproporción, de desperdicio, intento que se refleje en el libro. Quizá la Segunda Guerra Mundial sí fue una guerra necesaria: no hubo más remedio que embarcarse en ella. Pero son muy pocas las guerras que uno percibe como necesarias e inevitables.

 


VÍCTOR-M. AMELA
La Vanguardia
22 de noviembre de 2004
Foto: José María Alguersuari

"""""Hay conspiraciones, temo ser envenenado"


Tengo 53 años y nací en Madrid, donde vivo. Soy escritor más que otra cosa. Estoy soltero, y sin hijos: azares de la vida... Me molesta más la derecha que la izquierda: soy vagamente de izquierdas, aunque cada vez más vagamente... ¿Dios? Con las atrocidades que tendrá que escuchar, se arrepentirá de haber convocado el juicio final


-¿Cómo será su rostro mañana?
-Depende de qué mañana.


-Dentro de... 20 años.
-Más vale no imaginarlo.


-¿Por qué? Quizá mejore.
-Eso lo dicen los que de jóvenes fueron muy feos. Y yo muy feo no fui...


-Y anímicamente, ¿cómo se imagina?
-Por acumulación biográfica, ¡cansado!


-¿Empieza a sentirse ya cansado?
-Yo jamás diré eso de "¡ah, si tuviese 20 años menos...!". ¡Buf, qué pereza! Tener que volver a recorrer esos 20 años, con sus decepciones, lecciones... No. Lo ya recorrido lo doy por bien recorrido: ya está hecho.


-¿Se mira usted en el espejo de su padre?
-Le veo ese cansancio biográfico, a sus 90 años. Al ir muriéndose todos los que solían, acabas sintiéndote como un intruso en este mundo, ¡y eso que tú estabas antes...!


-Te sientes ya más de allí que de aquí...
-Con ganas de ser pasado.


-¿Qué consejo de su padre no olvidará?
-Más bien uno de mi madre. A los 22 años me fui de casa para emparejarme con una mujer separada, lo que a mis padres no les hizo ninguna gracia... Al irme, mi madre me dio este consejo: "Trátala bien".


-¿Tan temible era usted?
-Me señalaba lo vulnerable que es la mujer en la relación de pareja. Aunque luego ellas son más resistentes... Me gusta lo que escribió Karen Blixen: "La mujer está contenta por ser; el hombre necesita hacer". El hombre, ya se ve, es más pelmazo.


-Y su padre ¿no le ha dado consejos?
-En casa no hemos hablado mucho de asuntos muy personales: hemos sido muy pudorosos. Cuando mi hermano anunció que se casaba, le preguntamos: "¿Con quién?". De mi padre me quedaría con su actitud.


-Defínala con una palabra.
-Rectitud. Qué palabra ya tan antigua...


-¿Por qué otra la traduciría hoy?
-¿Decencia? ¿Decoro? Huy, qué antiguas se han quedado todas... ¿Ética? Qué ajada...


-Está poniéndose nostálgico...
-Añoro... la hipocresía. El hipócrita disimula algo que sabe incorrecto: ¡al menos tiene conciencia de lo que es reprobable! Pero ahora... cada día veo más despreocupación y desfachatez, un trastoque de valores.


-Un ejemplo.
-Antes avergonzaba reconocer que se hacía algo por dinero. Ahora, en cambio, declaras: "Es por dinero", y te dicen: "¡Ah, bien!".


-¿Y qué consejo daría usted a un hijo?
-De haberlo tenido, hoy estaría sobre los quince años, edad para ser un gamberro ingrato que no escucha a un padre pesado...


-¿Por qué no ha tenido hijos?
-Las mujeres con que me emparejé, o vivían en otros países o fueron despachándome... No se planteó el asunto.


-¿Cuándo decidió que sería escritor?
-De niño emulaba las lecturas que me gustaban, y escribía aventuras, pero escribía sólo para leer más, no por querer ser escritor.


-Y hoy, ¿por qué escribe?
-Para no tener jefes y no madrugar.


-Buen motivo.
-Y lo he conseguido: ¡esto es mucho más de lo que jamás me atreví a soñar!


-¿Ha tenido jefe alguna vez?
-Un jefe de departamento, cuando di clases en la universidad. Me reñía por no sé qué, y le solté: "Mira, pareces una monja". Ahí supe que yo no servía para tener jefe.


-Y literariamente, ¿ha logrado sus sueños?
-A veces siento cierta culpa por estar arrojando al mundo según qué historias... El primer volumen de Tu rostro mañana ya empieza así: "No debería uno contar nunca nada".


-Pues veo que el segundo volumen empieza así: "Ojalá nunca nadie nos pidiera nada...".
-La gente va pidiéndose cosas todo el rato, pequeños favores...


-¿Qué pide usted?
-Yo procuro pedir poco: siento aversión a dar la lata. Más bien tiendo a desear que alguien haga algo por mí sin pedírselo...


-Pues lo tiene usted difícil...
-Sí, suelo decepcionarme, claro...


-¿Y le han pedido a usted algo insólito?
-Un lector me pidió que le escribiese un cuento que él firmaría, para ganar un premio del que luego me daría una parte... Me lo planteó con toda seriedad y naturalidad. ¡Qué sintomático de nuestros tiempos!


-Era un halago que le hizo como escritor.
-¡Era un optimista! ¿Qué le hacía pensar que mi texto le permitiría ganar el premio?


-Quizá sabía que es usted rey...
-Ah, eso es un juego, es algo literario. Redonda es un islote deshabitado de las Antillas, y el Reino de Redonda está reconocido por la oficina colonial británica... siempre que esté vacío de contenido. Es la condición.


-¿Cómo anda ahora el reino?
-¡Plagado de conspiraciones! Temo ser envenenado. Imparto títulos, ducados... a personas con las que tengo trato, sin deber alguno por su parte, ¡ni siquiera el de la lealtad!


-¿Y desearía usted matar a alguien?

-Matar es siempre una exageración, como poco... Lo que nadie sabe es qué haría en una situación extrema, dominado por el miedo...


-¿Qué sueño le queda por materializar?
-Ninguno en particular. Con la edad, te vas haciendo conforme con lo que hay.


-"La infelicidad se inventa", leo en su novela.
-Hay algunas causas objetivas de infelicidad..., pero la mayoría las inventamos para no aburrirnos en nuestra opulencia.


-¿Y qué hace para inventarse su felicidad?
-Procurarme momentos de gusto: ver esa película, leer ese libro, reír con amigos. Es lo que más valoro en alguien: que me haga reír.


-Su rostro, pero no mañana, sino hoy: ¿qué palabra es la que mejor lo describe?
-Guasa.


G U A S Ó N


Tenía de Marías la imagen de alguien frío, melancólico y distante. ¿Quizá por ser hijo del insigne filósofo Julián Marías? No sé. Se lo digo, y me aventura que eso es por culpa de las fotografías: "Salgo siempre con cara de aburrimiento: es que me aburre mucho eso de las fotos". Esa imagen equivocada de Javier Marías se me diluye durante la charla, que es la de alguien tranquilo y guasón... y que va extrayendo cigarrillos de una pitillera plateada. Incluso comentamos su gusto por hacer el pino, la paloma, volatines y acrobacias en general, una vieja habilidad... "Hace ya años que no lo pruebo. Más vale...". Sus libros se leen en 34 lenguas en 44 países, y sigue escribiendo: aparece ahora la segunda entrega, Baile y sueño, de su magna novela Tu rostro mañana (Alfaguara)

 


FEDERICO PUIGDEVALL
Gentleman, núm. 13
noviembre de 2004


A propósito de Javier Marías


A sus 53 años, el escritor más exitoso de las letras españolas continúa con su vida tranquila, sobrevolando halagos y triunfos. Hemos conversado con él en su estudio, en su atalaya-biblioteca donde todo parece tener sentido...

El escritor

De los perfiles de Javier Marías, el de escritor es el más perceptible. Es un Marías serio, circunspecto, con cierto estilo anglosajón, sólida cultura y sólidamente instalado en un estudio que limita a todas partes con estanterías repletas de libros. Entre miles de ellos se siente seguro. No pestañea. Se deja acariciar por los enunciados de tanta inteligencia y pierde la mirada. Se ensueña. Fuma. Se pasea por entre volúmenes y notas, pero las más de las ocasiones permanece estático, anclado en el blanco sillón, frente a esa máquina eléctrica capaz de imprimir los caracteres con la velocidad del viento en la popa de un buen buque. Este es su verdadero reino, el reino del tiempo detenido, el del tiempo que el narrador maneja a voluntad. El de un tiempo que permite barruntar, transgredir, que se amolda al pensamiento de quien va desgranando, palabra tras palabra, los secretos de la literatura. No es difícil imaginarlo en ese centro del mundo, casi feliz, olvidado lo exterior, embebido del misterio de contarlo ¿casi todo?

Su obra se ha publicado en 44 países y traducido a 34 lenguas; ha vendido más de cinco millones de ejemplares de sus libros; se hacen tesis, seminarios sobre su trabajo; se indaga, se buscan los cimientos de su literatura. ¿Le interesa cuanto se dice de sus novelas?
Cada vez me interesa más escribir y nada más que escribir, no cavilar sobre lo escrito y menos explicarlo, aunque hoy en día resulta un poco inevitable, cuando sacas una novela, darla a conocer, intentar algún lema... Sí, me mandan tesis, intervenciones en simposios sobre mi trabajo, pero no los leo. Siento que lo que se escribe sobre lo que escribo no me atañe. Si sé que es bueno lo agradezco, pero no es asunto mío. Ni es para mis ojos. Si alguien le encuentra interés me parece estupendo, pero o son cosas que yo ya sé, o se dicen disparates. En cuanto a mi literatura, cada vez la hago con menos reflexión posterior.


Sus novelas están llenas de bucles, idas y venidas, apuntes, escenarios y personajes que aparecen y regresan en otra obra, que se desdoblan. Es como si estuviera escribiendo un único libro sin fin.
No es tanto que sea el mismo libro, aunque ahora estoy embarcado en uno que pudiera dar tal impresión. Sí parece que Tu rostro mañana, pueda ser así. Hay personajes, momentos e incluso formulaciones que repito de un libro a otro, y hay asuntos que he tratado incluso de maneras contradictorias. Este es uno de los privilegios que tiene la novela, o lo que yo llamo el pensamiento literario. Una de sus ventajas es que uno se puede contradecir, que no hay que seguir una argumentación impecable ni mostrar todos los pasos, son arbitrariedades que el lector reconoce como verdaderas.


En ocasiones sé que aquello que leo es verdad, aunque esté leyendo ficción. ¿Esa relación entre la verdad y la belleza de la literatura es una clave para el aprendizaje?
Mas que una forma de conocimiento, yo creo que es una forma de reconocimiento. En una novela a menudo uno ve reflejadas cosas que reconoce como verdaderas. A mí me pasa con Proust. Uno lee y no deja de decir "¡Dios mío, es así!".A veces incluso de una manera cruel, pero uno reconoce que es verdad lo que se está mostrando. En mis novelas hay mucha reflexión, y es fácil que eso ocurra, que se reconozca una idea.


Ocurre también con escenarios, situaciones. Hay algo que nos dice que tal cosa está o ha estado en la vida antes que en el texto.
Quizá porque son cosas comunes. Mis novelas no son excesivamente fáciles, pero tampoco muy difíciles, puesto que han tenido muchísimos más lectores de los que yo hubiera podido imaginar. Al mismo tiempo, yo me considero una persona muy común, y pienso que cosas que me pasan, se me ocurren o que percibo, no tienen por qué no pasarle a mucha otra gente. No me considero singular. A lo mejor la singularidad me viene dada al escribir como lo hago, pero soy una persona muy corriente. Si yo hablo en mis libros del secreto y la persuasión, como en Corazón tan blanco, o del engaño, como en Mañana en la batalla piensa en mí, me parece normal que haya lectores que lo reconozcan, porque es la sustancia de la vida.


En sus trabajos hay abundante reflexión, pero también una desconcertante morosidad narrativa. En tiempos en los que todo transcurre con rapidez, al modo de la narración cinematográfica, tal modo de hacer puede resultar hasta incómodo.
Sí, sí, en eso soy muy anticuado. Ocurre que en mis libros puedo suspender el tiempo, y lo hago durante páginas y páginas. Y es más, me temo que en este segundo volumen, Baile y sueño, tal vez eso ha llegado a extremos incluso mayores que en otras ocasiones. Sólo le diré que en una escena el narrador ve a un personaje que de pronto aparece con una espada. Pues bien. A eso siguen páginas y páginas y páginas de reflexión sobre la espada.

¿Se trata solamente de un recurso narrativo o de construir un tempo especial?
Es el manejo del tiempo como no puede manejarse en la vida real. El tiempo no podemos percibirlo normalmente de esa manera... excepto en la novela. Quizás en la novela más que en ningún otro género. Lo que yo hago es recuperar el tiempo que normalmente no existe, el que no percibimos.


El ciudadano


Si el ciudadano Marías se asoma a los balcones de su casa, lo primero que ve son los tejados de la ciudad vieja y los de varios edificios oficiales muy próximos, donde está instalado hace mucho el poder político del lugar en donde vive. Podríamos imaginarlo intentando atravesar con la mirada paredes para desvelar sus secretos, pero no resultaría apropiado. El ciudadano Marías, cuando está preocupado, hace lo que todos: pasear, conversar, leer, estar atento a las controversias y discusiones de la calle, mirar por la ventana y pensar. Hace ya muchos años que sus artículos aparecen regularmente en importantes medios de comunicación, y aunque en ellos se muestra elegante, respetuoso y hasta cauto, entre líneas se adivina un sutil deseo de alejamiento. Con todo, cada semana hace de su libertad de expresión un instrumento de análisis de nuestra sociedad, lo que lo mantiene unido a lo cotidiano. Todo un contrapeso para un autor de ficción, y un reto para el ejercicio de la responsabilidad. Aquí se muestra crítico y templado, y adereza sus respuestas con sentido del humor.


¿Qué le disgusta más de este tiempo?
En la cotidianeidad, lo que me resulta más pesado es la cantidad de tontería que veo. Puede parecer pretencioso decir esto, porque yo no estoy a salvo de cometer tonterías, y muy subjetivo, pero tengo la sensación de que... más que tontería, quizá debiera decir tontuna. Hay tal cantidad de tontuna, de argumentos, razonamientos bobos. . . Por ejemplo, lo llamado "políticamente correcto" me parece que es una fuente de tontuna como no ha padecido la Humanidad en siglos.


¿Y qué le agrada?
No hay mucho. Acabo de cumplir los 53 y debo reconocer que me voy sintiendo cada vez más anticuado, más en desacuerdo con los tiempos. Los encuentro muy poco interesantes, blandos, con pocos conflictos verdaderos -y no me refiero a las guerras ni a los dramas de este tipo-. Nuestras sociedades han dado por resueltas algunas cosas esenciales, y yo me siento muy ajeno a eso. Estoy atento a ellas, porque escribo artículos, me interesa, pero me parece que estamos en una época de fuerte decadencia, iba a decir intelectual, pero no es así: de decadencia razonadora, diría. Cada vez se razona menos.


¿Mantiene alguna esperanza de que esta sociedad pueda ser tan sólo un poco mejor de lo que es?
Sí, claro, cómo no, por no tirarse de los pelos (risas). Tengo una cierta confianza en que esa tontuna generalizada, que veo como una plaga y que aparece mezclada hasta con cinismo, pueda aminorarse... Tengo la esperanza de que nuestras sociedades vuelvan a ser un poco más enteras, posean mayor entereza. De que nos alejemos de esa evitación total de las responsabilidades generalmente aceptada.


¿Qué deberíamos exigir a nuestros gobernantes?
Me conformaría con que se hicieran notar poco y administraran con sensatez. Las ideologías están muy arrumbadas y nuestros gobernantes son administradores de lo que la sociedad quiere. Lo que me parece incomprensible es que, por poner un ejemplo reciente, habiendo habido una oposición brutal en España a la guerra de Irak, que no la hubo a la de Afganistán, ni a la de Kosovo, se llevara a cabo la participación española en la misma sin que todavía hoy se haya explicado por qué, qué pintaba España en esa guerra.


¿Y a nosotros mismos, en tanto que ciudadanos?
Se ha producido una extraña perversión: se reclaman derechos imposibles. Se dice: "Tengo derecho a ser feliz". No, hombre. Se tiene derecho a intentarlo. Sentimos que tenemos derecho a tener lo que otro tiene... pero una cosa es que empecemos un partido cero a cero y otra que se quiera comenzar la segunda parte cero a cero cuando ya se va tres a cero. Hay quien pretende ser igual al otro cuando, con sus mismas oportunidades, no ha hecho nada. En cambio, no hay quien reconozca que tiene deberes cívicos. Deberíamos exigirnos menos petición de derechos sin fin y un poco más de sentido del deber, esa cosa antigua. . .


El personaje


Admitámoslo. El Marías personaje es envidiado. Es el más publicado, el más vendido y traducido, uno de los más premiados y, además, hace y dice lo que le viene en gana y no ejerce de escritor. No da conferencias ni lecciones; no asiste a presentaciones; nunca se presenta a premios ni es jurado; no acepta nada del Estado (ni cursos de verano ni 'institutos cervantes'), y no suele salir en televisión. Intolerable, dirían muchos. Por si esto fuera poco, ha aprendido y enseñado en Oxford, se dice que atiende en mayor medida a la literatura inglesa que a la española, edita libros, colecciona soldados de plomo y, para colmo, es Rey de verdad, aunque sea de Redonda. ¿Cómo digerirlo? Con naturalidad, porque Javier Marías es más persona que personaje. Nunca ha sido otra cosa, y es manifiesta su lucha por evitar tintes y salpicaduras de tan promiscua cuestión. En su estudio, frente a un hermosísimo lienzo de Keller-Reutlingen, hemos sido testigos de su trato amable, inteligente conversación y delicada atención.


¿Cómo ve hoy al autor novel de Los dominios del lobo?
No muy distinto del actual. Nos pasa un poco a todos; a medida que vamos cumpliendo años nos damos cuenta de que tardamos en cumplirlos bastante más que el tiempo que transcurre. Uno va con mucho retraso... No, no me siento demasiado distinto al de entonces.


Aunque hoy sea el autor de éxito, traducido, reconocido, que entonces no era...
No entiendo el mundo de manera muy distinta. Puede parecer falsa modestia, pero es así. Conozco los datos, pero no los tengo muy incorporados a mí mismo. No ejerzo de escritor fuera de lo que es escribir. No participo de las actividades sociales que lleva aparejada la figura del escritor. Digamos que si alguien acude mucho a ese tipo de cosas, quizá sí tenga más conciencia de que es famoso, prestigioso... Yo hago un poco la vida que he hecho siempre. Todavía no me ha dado ningún ataque de respetabilidad.


¿Soporta bien las opiniones, no ya sobre su obra, sino sobre su persona?
Soy de la opinión de que hay que aceptar todo lo que venga. Creo que puedes maldecir a los muertos del crítico que te ha puesto verde, pero en tu casa, a solas. Las reglas del juego son que si uno hace algo de carácter público, cualquiera puede opinar, y uno no debería decir ni hacer nada al respecto. Uno se tiene que aguantar. Son las reglas. Hombre, si se trata de una infamia o una calumnia es otra cosa, pero si uno es altanero, o arrogante o educado, eso son percepciones que todo el mundo está en su derecho a tener. Tengo una cierta fama de frío, de arrogante, y es posible que en ocasiones lo haya sido, o altanero, pero no veo por qué no. A veces hay que serlo. Uno no puede perder la vida haciendo relaciones públicas, siendo amable con todo el mundo, por si acaso.


Ya en la distancia el medio siglo de existencia, ¿de qué esta sobrado?
A veces tengo la sensación, aunque me haya tomado mis libros con calma, de que 33 años publicando son muchos. Siento un poco de cansancio. Me pregunto si, cuando acabe este libro, cuando haga el tercer volumen -cuando quiera que lo haga y si lo hago, porque tengo mis dudas-, haré más después... no lo sé, pero me parece dudoso. Libros quizá sí, pero novelas... quizá eso es lo que me sobra, que noto el desgaste un poco demasiado.

 


CÉSAR COCA
El Correo digital
21 de noviembre de 2004
Fotos: José Ramón Ladra



"Los novelistas cuentan lo que no ha sucedido pero podría haber pasado"



Javier Marías ha vuelto a dar voz a Jacques Deza, el intérprete de vidas capaz de saber de qué son y serán capaces las personas, en el segundo tomo de Tu rostro mañana, que lleva el subtítulo Baile y sueño (Ed. Alfaguara). Un libro denso pero no exento de humor, como todos los suyos, en el que intercala historias pasadas -algunos episodios de la Guerra Civil de una crueldad inusitada- que se entremezclan con el presente en la conciencia del narrador. Una conciencia al margen del tiempo tal y como lo vivimos, capaz de poner de relieve el miedo y la violencia que están siempre al acecho. De tiempo, miedo y violencia, y de la posibilidad de que las novelas cuenten las cosas no tanto como fueron sino como pudieron haber sido, habla Marías con pausa mientras la noche cae sobre Madrid.

-El tiempo tiene un papel crucial en su novela y en su obra en general. ¿Por qué?
-El tiempo es uno de los temas de los que hablan los personajes, y tiene un papel muy destacado en la estructura del libro. Yo creo que la novela mejor que ningún otro género está capacitada para ocuparse del tiempo, reflexionar sobre él y tratarlo de manera artística. No entiendo que haya novelistas a los que les trae sin cuidado. En una novela se puede suspender y dilatar el tiempo, se puede hacer que pase lo que en la realidad está tan concentrado que sólo después, cuando ya es pasado, lo podemos asimilar. La novela es para mí la única forma de dar vida a ese tiempo.


-El envejecimiento, sobre todo plasmado en el mundo que se acaba, en los amigos y familiares que ya no están, es otro de los grandes temas de la novela.
-Hay un momento en que uno de los personajes comenta qué horrible sería un mundo en el que ya no quedara nadie de quienes nos rodearon. Me estoy fijando mucho en ello ahora. Cuando me enteré hace unos días de la muerte de Fernando Chueca, llamé a mi padre, que este año ha cumplido 90, para darle el pésame, porque eran amigos. Me di cuenta de que ha ido perdiendo no ya a su mujer, hace muchos años, sino a muchos amigos. Y pienso: qué extrañeza la de un mundo en el que la gente que convivía con uno ya no está y se tiene la sensación de ser un intruso, cuando en realidad lo serían los que vienen después. No pienso en ello sólo por mi padre. Yo, desde joven, he tenido amigos que eran viejos, como Vicente Aleixandre. Me asombra que ahora se les saque tan poco partido, cuando muchos de ellos saben tantas cosas y tienen una visión del mundo diferente.

Posteridad

-Los novelistas consiguen que su obra esté en las bibliotecas y sus ideas revivan cada vez que alguien las lee aunque ellos hayan muerto. ¿Vencen así al tiempo?
-Los artistas buenos permanecen, sí. Lo que sucede es que esa idea de posteridad es hoy demasiado ingenua. De quienes trabajamos ahora en alguna disciplina artística, no creo que ninguno, salvo los muy fatuos, estemos pensando en esa posibilidad de la posteridad. Las cosas van tan rápido que es particularmente ingenuo o hasta loco pensar que algo puede permanecer más allá de unos años, y desde luego las obras que no son muy buenas o no tienen mucha fortuna, ni eso. Esto se ve muy claro con los libros y lo poco que se mantienen en las librerías.


-La tesis del narrador es que el tiempo reduce las responsabilidades, incluso de las mayores atrocidades. ¿Lo cree usted así?
-En gran medida es así. El pasado suaviza casi todas las cosas. A los niños pequeños, cuando se han dado un golpe y rompen a llorar, se les dice 'ya está, ya pasó', aunque aún les duela. Ese mensaje de 'ya no está pasando' en cierto sentido nos dura toda la vida. No sólo en cosas personales. Cuando hay una guerra, mientras está sucediendo, nos produce una angustia enorme. En el momento en que la guerra se da por concluida, a pesar de que el destrozo sigue siendo el mismo, nos sentimos aliviados. En el libro hablo de eso y de lo grave e injusto que es. No se puede decir 'lo de hace seis meses ya es pasado, no hablemos de eso'. ¿Cómo que pasado? Y, además, qué importa que sea pasado. Es como si las cosas una vez cesan de suceder perdieran importancia y gravedad.


-Otro tema importante de su novela es el miedo, el miedo como condicionante y como fuerza. ¿A qué tiene miedo Javier Marías?
-A medida que pasan los años, tengo miedo a menos cosas. Miedo verdadero, miedo en el tiempo. Otra cosa es un miedo instantáneo, que eso nos afecta a todos. Un atentado como el del 11 de marzo produce miedo, dolor, tristeza y alarma, y es fácil que una sociedad se haga temerosa por ello. Lo peor que podría suceder es que tuviéramos un miedo permanente, latente, como ha pasado a la sociedad norteamericana desde el 11 de septiembre. A mí me ha alegrado ver que en España la gente no ha cambiado de hábitos.


-Pese al miedo.
-Sí, porque una cosa es que haya motivos para tener miedo y otra es tenerlo incorporado. De ese miedo incorporado se dice que da mucha fuerza pero también puede paralizar o puede dar pie a hacer más locuras. Hay algo que me parece muy grave y que está pasando en algunos países -por fortuna creo que aquí no- y es que los gobernantes están haciendo una especie de administración del miedo.

Capacidad de sugestión

-¿La novela -la suya y otras- sirve para contar episodios terribles que quizá no aceptaríamos en un libro de Historia?
-Me temo que dos episodios de la Guerra Civil, de extremada crueldad, que se cuentan en el libro, no fueron tan raros. Ambos son verdaderos, uno más que otro. Yo aprovecho para hacer una reflexión porque llega un momento en que podemos empezar a preguntarnos si realmente vimos lo que vimos. En cambio, las palabras están siempre ahí. La Historia, o al menos algunos libros, no hacen revivir esos episodios con toda su carga emotiva; dan los datos, se sabe que en tal pueblo pasó tal atrocidad, pero narrado de una forma un tanto aséptica.


-¿Por eso son más creíbles en una novela?
-En una novela es frecuente que las cosas se lean con una inmediatez mucho mayor, y se lean contadas además de una manera que es siempre artística, por lo que puede producir aún más impresión. La ficción tiene a veces esa fuerza, esa superior capacidad de sugestión, que hace que un lector pueda estar embebido en ello, sin distanciamiento alguno con lo que está leyendo.


-¿Eso supone que la literatura puede acabar por mitificar la violencia?
-Lo que traté de hacer en este libro fue apartarme un poco de eso. Pero a mí la violencia de las películas y las series de televisión tampoco me escandaliza mucho. En casi todas mis fotos de niño aparezco jugando con alguna pistola, y no por eso me he convertido en una persona violenta o incapaz de distinguir entre lo que es real o no. La violencia de las películas, cuando es muy aparatosa, tiene algo de coreografía. Otra cosa es la violencia real. Si lo que estamos viendo en el televisor ocurriera en nuestro salón, saldríamos corriendo o nos quedaríamos paralizados. Lo que sí hay en nuestra sociedad -y eso es lo que he tratado de evitar en la novela- es una idea demasiado estilizada de la violencia.


-"La vida no es contable", dice uno de sus personajes. ¿A qué se dedican entonces los novelistas?
-No sé si lo que cuentan los novelistas es la vida. Cuentan la vida posible. La vida real la cuentan los cronistas, los historiadores... Pero lo que es asombroso es que aunque sean vidas imaginadas son las que, al menos en las grandes obras, más permanecen. Si hoy queremos imaginarnos la España del XVII, aunque haya crónicas y grabados, la primera imagen que nos viene es irreal: la de don Quijote. Si pensamos en la Francia de finales del XIX y principios del XX, la visión será la de Proust. Y del Londres victoriano, la imagen de más vitalidad y energía será la de Sherlock Holmes. Los novelistas cuentan lo que no ha sucedido pero podría haber pasado y son quienes, sin embargo, dejan para el futuro la imagen de su lugar y de su tiempo.

Un posible abandono temporal de la narrativa

Iba ser el último tomo del libro, pero habrá un tercero y Javier Marías ni siquiera se atreve a asegurar que no terminen por ser cuatro. Como tampoco descarta que concluida la historia deje al menos por un tiempo la narrativa. "Estoy muy cansado. No del libro, porque aún me interesa lo bastante averiguar todo sobre esta historia. Pero escribir es un esfuerzo, y eso desgasta. Por eso, después de llegar a lo que pueden ser 1.300 ó 1.400 páginas, yo preveo que estaré muy cansado. Quizá después de estar tantos años metido en un mundo, al autor no le es tan fácil salir de él y volver a entrar en otro, en una novela nueva. Aunque lo digo ahora, cuando aún no me he recuperado del esfuerzo de este volumen y con la perspectiva más o menos cercana de ponerme con el tercero".

Marías reflexiona durante la entrevista sobre el hecho mismo de que dos años de esfuerzo, los que le ha llevado este Baile y sueño -"que no son páginas cualesquiera, fáciles o de diálogos rápidos"-, sean devorados en cuatro o cinco días por los lectores, que pronto reclaman el siguiente libro. "Antes había un mayor gusto por la espera. Hoy la gente está perdiendo de vista que éste es un trabajo artesanal", comenta.

También se refiere al riesgo asumido por la editorial, en un tiempo en que no se publican libros que tienen continuación. Sobre todo, cuando esa continuación aún no está escrita. "Podía ocurrir que el libro no se terminara, porque me pasara algo, o no me saliera, o me diera un aburrimiento repentino. Este libro se está ofreciendo a la vez que se está haciendo, que no es lo mismo que algo que se hace de una vez y luego se trocea".

Ahora, esos lectores que devoran sus páginas (aunque tratándose de una literatura así sería más adecuado leer con lentitud) deberán esperar no menos de otros dos años para poder conocer el fin de la peripecia, y sobre todo la reflexión, de Jacques Deza. Pero pudiera suceder también que la historia de este traductor de vidas, capaz de ver "tu rostro mañana", se extendiera hasta un cuarto volumen.

 


ÁNGELES GARCÍA
El País, 3 de octubre de 2004

"Quiero dar presencia al tiempo que no percibimos"

Justo a los dos años de publicar la primera entrega de Tu rostro mañana. Fiebre y lanza (Alfaguara), Javier Marías (Madrid, 1951) acaba de terminar la segunda parte: Baile y sueño. A lo largo de 410 páginas, prosigue con la historia de Jaime, Jacobo o Jacques Deza, colaborador del servicio de espionaje británico MI6, a la vez que habla de todo aquello que hacemos sin querer por violento que sea; del miedo, de las cosas que se dan por sentadas pero que no han sido de verdad asumidas. Con una obra (Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo)que ha sido traducida a 34 idiomas, publicada en 44 países y con más de cinco millones de ejemplares vendidos, Baile y sueño se pone a la venta a mediados de noviembre.


Pregunta. Ésta iba a ser la segunda y última entrega, pero parece que habrá una tercera.
Respuesta. La verdad es que todo empezó con un malentendido de un periodista cuando presenté el primer volumen. Yo dije que serían dos, pero él publicó que serían tres volúmenes. Un error hace siempre fortuna y al final se convirtió en verdad. De forma que con este volumen no se acaba la novela y no me atrevo a jurar que todo termine en un tercero.

P. Un ciclo literario.
R. Espero que no. La suma de los dos volúmenes son casi mil páginas. Es una tarea agotadora. Hasta el punto de que no sé cuándo, ni si haré el tercer volumen. Si lo hago, no sé cuándo. Y cuando lo acabe, si lo acabo, no haré más novelas. Si no para siempre, en mucho tiempo. Me metí en un proyecto que me está suponiendo un esfuerzo considerable.

P. Hay gente que cree que la novela completa estaba escrita y que va dosificando las entregas.
R. Sería absurdo. Dos años no es tanto tiempo. La gente a la que le haya interesado el primero no ha dejado de preguntar cuándo salía el segundo. El primero terminaba con una pequeña incógnita: una mujer sigue al narrador en una noche de lluvia con un perro y llama a la puerta. No se sabe quién es, pero, bueno, tampoco importa mucho. No era una situación de gran suspense. Me temo que el segundo volumen, desde ese punto de vista, va a ser mucho más frustrante que el primero. Es inevitable, porque cuanto más hay contado hay más dudas. Este segundo termina de una manera más brusca. Finaliza en un momento en el que el narrador, después de un suceso violento, le dice a otro personaje: "No se puede ir por ahí matando gente". El otro responde: "Dime por qué no". El narrador se queda un poco sin respuesta. Dice que hay cosas tan aceptadas que a nadie se le ocurre reflexionar. El narrador no sabe qué responder y sólo se le agolpan respuestas trilladas. Así termina la novela, con ese inicio de conversación. Las cosas que más damos por sentadas son aquellas en las que no pensamos. El narrador se da cuenta de que sólo tiene respuestas heredadas, no alcanzadas por su propia reflexión.

P. ¿Hay más acción en esta segunda entrega?
R. Parcialmente. Como suele ocurrir en mis novelas, hay unas vueltas y unos saltos en el tiempo que pueden ser un poco brutales. Por ejemplo, hay un pequeño homenaje a Cervantes, quien en el Quijote intercala la narración de El vizcaíno, que queda interrumpida cuando en un cruce de caminos se queda con una espada levantada para asestar un sablazo a otro personaje. La escena queda ahí y ese relato concreto no se retoma más en todo el Quijote. Es un cuento intercalado. En mi novela hay una escena en la que también un personaje tiene en la mano y también va a asestar un golpe con una espada. Esa escena no la resuelvo hasta transcurridas un montón de páginas. Lo que aparece es una larga reflexión sobre la espada. Se intercala con recuerdos, con pensamientos.

P. Sus conocidas digresiones literarias...
R. No lo hago por fastidiar. Hay algo propio de la novela que es elevar el tiempo a la categoría de personaje, dar existencia al tiempo que no percibimos. El tiempo tiene una medida objetiva según la cual un minuto son 60 segundos, pero todos sabemos que un minuto puede ser eterno. Cuando alguien está angustiado porque su hijo adolescente no ha vuelto y su móvil no funciona hay un tiempo eterno. Luego, cuando las cosas se resuelven con normalidad, queda la impresión de que ese tiempo no ha existido, pero sí existe en las novelas. Hay un momento en el que el narrador dice algo así como: "En realidad, soy sólo tiempo, lo que nunca ha visto nadie". Puede que este tipo de digresión impaciente a algún tipo de lector, pero mi intención es que ante mis dilaciones literarias cada interrupción tenga un interés en sí mismo aun a riesgo de olvidar dónde estamos. Me gustaría ser el tipo de escritor como los que me gustan a mí: que me dé igual de lo que hablen, quiero sólo que sigan hablando. En otro campo, en el cinematográfico, tenemos El padrinoII, donde Coppola nos arrastra con sus saltos en el tiempo y lo sigues totalmente fascinado. En cuestión de segundos salta de Robert de Niro a Pacino. Ojalá prevalezca la voz persuasiva de lo que se está contando y que cada cosa tenga interés.

P. ¿Los saltos en el tiempo sirven también para refrescar al lector lo que ocurría en la primera entrega?
R. En Fiebre y lanza también había idas y venidas, pero todo (Guerra Civil, Andreu Nin, etcétera) transcurre en un fin de semana. Hay una primera larga noche en la fiesta con el profesor Peter Wheeler, y la segunda, con la lluvia y la mujer con el perro. En este segundo volumen se retoma la noche de la mujer con el perro, pero no concluye. Hay una nueva noche que transcurre en una discoteca. Hay referencias a la noche del juicio final, el gran baile, como se le ha llamado. Esta segunda noche tampoco concluye del todo en esta entrega. Son dos noches inconclusas. Puede que algún lector me mate.

P. ¿Hay nuevos personajes?
R. Algunos. Hay una pareja italiana con bastante papel. Tupra, el jefe del narrador, tiene más desarrollo. En cambio, aparece menos el viejo profesor Wheler..., y tiene mucha presencia telefónica Luisa, la ex mujer. Quienes han leído la novela, muy pocos, dicen que al leer la segunda parte se recuerda todo con facilidad. Los personajes son ya familiares, y quiero añadir que el no acabar tiene la ventaja de que si algo te gusta no te llevas el disgusto de que termine. La novela contiene un mundo en el que te instalas (como ocurre con Dickens o Proust) y sientes abandonar.

P. ¿Añade nuevos episodios reales como en la primera parte, donde contó la traición sufrida por su padre, Julián Marías?
R. Hay dos relatos de la Guerra Civil en relación con la violencia sufrida tanto en el frente como en la retaguardia. Son parcialmente reales. En uno de ellos está implicado un escritor falangista que lo dejó de ser cuando ya no era conveniente serlo. El personaje es inventado, pero no lo que hizo.

P. Además del tiempo, parece que la violencia tiene un papel fundamental en la novela.
R. Sí. Muy importante. Me llama mucho la atención que estemos tan acostumbrados a ver barbaridades en la pantalla de nuestro salón que ya nos da igual. Si ocurrieran en el salón de verdad, saldríamos corriendo despavoridos. Vemos cosas tremendas con bastante tranquilidad. Se pierde la noción de lo que es la violencia verdadera. Un personaje le dice a otro que la violencia se huele, que es ésa que se produce en un bar cuando dos se lían a empujones o cuando dos automovilistas se bajan del coche y se atacan. Aunque no intervengamos, nos ponemos enfermos, temblamos. Si pegas un puñetazo haces daño, pero la mano se te queda hinchada durante días. La violencia que recreo en la novela es poca comparada con lo que se ve en el cine o en la televisión. Me interesa señalar la inquietud y el temblor que produce cuando la vives. Hablo de paso de las diferentes clases de miedo, de lo que se hace sin querer y de la capacidad que tenemos para luego pensar que eso no se ha hecho. La segunda parte de la novela se llama sueño por eso y en recuerdo de una cita de Marlowe que dice más o menos: "Ha incurrido en fornicación, pero está en otro país y la moza ha muerto". Puedes pensar que aquello en lo se incurrió fue un sueño. Es esa sensación en la que, por atroz que sea el sueño, se disipa la culpa al despertar. Son autoengaños.

P. Creo que hay más humor en este volumen.
R. Hay alguna escena loca y disparatada protagonizada por De la Garza, el diplomático cursi y zafio que aparece en la primera parte. En todos mis libros hay humor en mayor o menor grado. También hay escenas que te dejan la sonrisa helada.

P. ¿Ha surgido alguna propuesta para llevar la novela al cine?
R. Ésta no. Hay un productor francés interesado en Corazón tan blanco. No sé. Antes se interesaron unos alemanes. Pero, vamos, por mis novelas sólo se interesan cineastas extranjeros. Supongo que aquí estoy vetado después de lo ocurrido con Todas las almas. Parece que estoy reñido con la pantalla. En Televisión Española, por ejemplo, no me han invitado nunca pese a llevar 27 años escribiendo. Una vez me entrevistaron para un telediario con motivo de una presentación y cometieron la grosería de no emitirlo.

P. Puede que ahora, con el Gobierno de Zapatero, también cambie eso...
R. Para mí, TVE siempre será TVE. Da igual socialistas que populares. Es chocante, pero ha sido así. Le ocurre lo mismo a Juan Marsé, que tampoco le llaman.

P. Será más optimista en otros campos
R. Hombre, si hablamos de Zapatero, destacaría que como mínimo la gente está menos crispada y más tranquila. Eso es bastante. La actitud personal de Zapatero me sigue pareciendo lo que ya percibía antes de las elecciones, que es más persona que la mayoría. Y es mucho decir. El tan ridiculizado talante ha tenido efectos muy benéficos en el ambiente general y en la sociedad. Cumplió su primera promesa electoral al sacar a España de la guerra y es para tenerlo muy en cuenta. Por el momento, no he visto nada muy grave. De hecho, no le he dedicado ningún artículo.

 


EFE
3 de octubre de 2004

Los seguidores de Javier Marías tendrán que esperar todavía largo tiempo para saber cómo acaban las andanzas de Jaime Deza, el protagonista de Tu rostro mañana. La segunda parte, Baile y sueño, se publicará a principios de noviembre pero habrá una tercera que, como pronto, aparecerá dentro de dos años.


El proyecto literario en el que está embarcado el escritor, y que comenzó a dar sus frutos en octubre de 2002 con la publicación de Fiebre y lanza, es de tal magnitud que Marías (Madrid, 1951) no sabe si cuando lo termine podrá escribir más novelas, porque está "un poco exhausto. Es una empresa agotadora", asegura en una entrevista con Efe, que tiene lugar en su casa de Madrid.

"Espero que no me haya agotado, pero a veces tengo cierta sensación de cansancio", quizá por "el esfuerzo del segundo volumen", al que acaba de dar los últimos retoques y, quizá también, porque ahora paga "el haber empezado tan joven. Es uno de los precios de la precocidad”, dice Marías, que publicó su primera novela, Los dominios del lobo, con tan solo 19 años.

En vísperas de viajar el lunes hacia Alemania, para presentar la traducción de la primera parte de Tu rostro mañana, el escritor adelanta algunas de las claves de la segunda, Baile y sueño, que publicará Alfaguara y en la que el autor reflexiona ampliamente sobre la violencia y los distintos tipos de miedo que ésta puede producir.

Cuando salió Fiebre y lanza, el escritor estaba convencido de que sólo habría un segundo volumen, pero no ha sido así, y los lectores que confiaban en esta nueva entrega "para completar la historia, no van a poder hacerlo. Habrá que esperar al tercero, aunque ya no me atrevo a decir que van a ser sólo tres", bromea Marías.

"Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera". Así comienza Baile y sueño, que sigue estando protagonizada por Jaime Deza, al que también llaman Jacobo, Jacques o Santiago, y que es un español que trabaja para un grupo sin nombre, dependiente del MI6 o Servicio Secreto británico.

Deza posee el raro "don" de saber interpretar historias y vidas con tan sólo observar a la gente y oír lo que dicen; es también capaz de ver lo que la gente hará en el futuro, de conocer hoy cómo serán sus rostros mañana; de adivinar hasta dónde pueden llegar las personas, si serán leales o traidores, si serán capaces de matar.

En Baile y sueño habrá más acción que en la primera parte de Tu rostro mañana y seguirá habiendo, como en todos los libros de Marías, "esa especie de dilación del tiempo" que él emplea tan a menudo, esas digresiones sutiles e irónicas.

Algunos personajes, como el enigmático Tupra, jefe de Deza, cobran más importancia en esta segunda entrega y también tendrá "una mayor presencia, no física pero sí telefónica, Luisa, la mujer del narrador", de la que está separado.

Como en Fiebre y lanza, en la que el autor refería un episodio protagonizado por su padre, Julián Marías, que fue delatado al término de la Guerra Civil por su mejor amigo, en Baile y sueño se recrean episodios de la Guerra, aunque no directamente relacionados con el filósofo. Son historias, algunas "de violencia muy extrema", que el escritor oyó contar en su casa en varias ocasiones.

Pero aunque se regrese al pasado en determinados momentos, la novela está situada en la actualidad, y los terribles atentados del 11 de septiembre, en Nueva York, o los del 11 de marzo, en Madrid, han tenido una cierta influencia en las reflexiones que Marías hace sobre la violencia. Hay también alusiones a la guerra de Irak en las algo más de 400 páginas de la novela.

"Todo sucede poco a poco en la vida, y no nos damos cuenta de que hace sólo cuatro años era impensable que en Estados Unidos, un país en el que las libertades individuales han contado siempre mucho, existiera ese tipo de restricciones que hay ahora", añade el autor de Corazón tan blanco.

Marías llama "la atención sobre lo insoportable" que puede resultar para cualquiera asistir a una escena de "violencia real", aunque sea una simple pelea en un bar. Sin embargo, "vemos a diario cosas tremendas en la pantalla del televisor, que si estuvieran ocurriendo en nuestro salón, si se pudieran ver, palpar, oler -el miedo se huele-, nos quedaríamos aterrorizados".

"Estamos acostumbrados a unos índices tan tremendos de violencia, televisada o en el cine, que olvidamos lo que es la violencia real", dice Marías, que en su novela intenta transmitir al lector el miedo que las situaciones violentas provocan en Jaime Deza, el protagonista.

El escritor, cuya obra está traducida a 34 lenguas y de la que se han vendido más de cinco millones de ejemplares, no sabe cuándo empezará el tercer tomo de Tu rostro mañana. Lo que sí tiene claro es que le va a costar salir de "ese mundo" en el que lleva "instalado unos cuantos años. Creo que me va a ser particularmente difícil inventar otros mundos distintos".

 


JUAN CARLOS MERINO
La Vanguardia
30 de septiembre de 2004

Javier Marías concluye la segunda parte de Tu rostro mañana

Tu rostro mañana, tendrá finalmente tres entregas: Fiebre y lanza se publicó hace dos años, el 10 de noviembre sale Baile y sueño, y aún habrá que esperar otros dos años para la tercera parte.


"Al final, los errores siempre hacen fortuna", dice Javier Marías con algo de resignación. Cuando en octubre del 2002 publicó Fiebre y lanza, primera parte de su última novela -Tu rostro mañana, (Alfaguara)-, anunció que la segunda y última parte llegaría en un plazo de tiempo de entre uno y cinco años. Dicen que en el medio está la virtud, y al final la nueva entrega de su novela llegará a las librerías dos años después, el próximo 10 de noviembre, y con el título de Baile y sueño. Pero no será la última. "Cuando presenté la primera parte -señala el autor-, alguien se equivocó y dijo que Tu rostro mañana, tendría tres partes, cuando yo sólo pensaba en dos. Pues bien, al final será cierto". El escritor matiza que el resultado final será una novela publicada en tres partes, no una trilogía.

Marías (Madrid, 1951), recién llegado de Soria y antes de volar a Alemania, acaba de entregar la versión definitiva de Baile y sueño a su editora, Amaya Elezcano, y ayer explicó a La Vanguardia los pormenores de la obra. "Será algo menos extensa que la primera entrega, tiene unas 410 páginas, aunque en realidad sólo añado una nueva noche a las dos noches en las que discurría Fiebre y lanza".¿Pero cabe suponer que la historia de Jacques Deza se le ha ido de las manos? "No, no es eso, pero cada vez tengo más la sensación de que hay novelas que podrían no terminar nunca. Cada historia acaba pidiendo su extensión, y hay libros que admiten una dilación en el tiempo". La paradoja es que Marías recela de las novelas extensas, y Tu rostro mañana, ya supera las 900 páginas con esta segunda parte. "Yo soy el primer sorprendido -confiesa-. Pero en todo caso no se trata de una novela río, en que se suman generaciones y peripecias sin fin. En este caso es más bien al contrario". ¿Novedades en la trama que se puedan desvelar? "Uno de los elementos principales en esta parte es el miedo. Hay algo más de acción, alguna escena larga de violencia y bastantes reflexiones sobre el miedo y la violencia. Algunos personajes, en cambio, tendrán ahora más presencia, como el jefe de Deza o su ex mujer". Pese a que el grueso de la historia sigue discurriendo en Inglaterra, en las tripas del MI6, también habrá algún regreso a la guerra civil española, y de nuevo con episodios transmitidos por el padre del autor, Julián Marías, como en la primera parte.


Iraq y el 11-S


La voz del narrador, de nuevo también, se sitúa en un futuro próximo -quizá en el año que viene-, con referencias a la guerra de Iraq o al 11-S. Y es que es precisamente la amenaza del terrorista islamista la que vuelve a dar vida a los servicios secretos británicos, algo fuera de juego desde la caída del muro de Berlín. Para quien no pueda esperar, allá va el primer párrafo de Baile y sueño:"Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara". Pero Marías asegura que este work in progress no es una novela de espías. "No al menos como género, los míos son unos espías muy sui géneris". Esta novela se sumará a una trayectoria de renombre internacional. Según sus últimos datos, la obra de Javier Marías ya se ha traducido a 34 lenguas en 44 países, de la que se han vendido más de cinco millones de ejemplares -Corazón tan blanco ocupa el primer lugar, con 1,7 millones de copias-.

En cuanto a la tercera (y cabe esperar que última) entrega de Tu rostro mañana, para la que aún no tiene título, el autor espera poderla concluir quizá en otro par de años. "Pese a que ya llevo escritos dos tercios de la novela -dice-, no tengo aún toda la historia en la cabeza. Aunque cada vez sé más lo que me queda por escribir, siempre dejo un margen para la libertad y la improvisación. ¡Lo único que espero es que el lector no se irrite mucho porque otra vez dilate la conclusión!".