De haber sido por los buzones, la entrevista podría no haber tenido
nunca lugar. Afortunadamente, dos letras (“J. M.") -rotuladas
sobre el interruptor modelo Simón de la puerta- subrayan la llave
que abrirá la conversación. A su lado, otras dos iniciales
anuncian una puerta común en lo que antaño pudo ser una
única vivienda y ahora son dos. El escritor madrileño, de
53 años, vive y escribe sobre la Plaza de la Villa, construida
por los Austrias, al lado del Ayuntamiento de la capital. Él se
sienta en el sofá con el primer gran chaparrón del otoño
como banda sonora. Yo, en una butaca perpendicular, frente a la cual otra
sujeta la portada de su nueva novela, Baile y sueño (la
segunda parte de Tu rostro mañana), y una nueva edición
en inglés de uno de sus libros.
A Javier Marías, el doctor le ha advertido de que tiene que cuidar
su tensión. Así que todas las coca-colas de su nevera llevan
el anglicismo light impreso en su hojalata. Por suerte para mi
paladar, queda una comprada previamente al diagnóstico. El escritor
ejerce de anfitrión y se excusa cuando el fax escupe por tercera
vez una convocatoria, o quizá un contrato revisado, o el último
artículo recogido. Hace ya 33 años que publicó su
primera novela y está en plena promoción. Y no en una campaña
cualquiera, sino en plena promoción editorial. Un ventilador propagandístico
que persigue que su libro lo lea la mayor cantidad de gente posible. Aunque
intuye que eso depende, muchas veces, más del boca-oreja de los
lectores que de la mancha impresa que los jefes de prensa consigan a final
de año.
¿Estamos ante una trilogía?
Yo no diría eso. Para mí, una trilogía son tres libros
distintos que, sin embargo, tienen alguna conexión entre sí.
Esto es, más bien, la misma novela, sólo que con tres partes,
tres volúmenes. Como A la busca del tiempo perdido de
Proust constaba de siete, o El señor de los anillos tres.
Eso significa que su tercera parte está
ya estructurada en su cabeza.
Estructurada... no sé si es ésa la palabra. En realidad
llevo escritos dos tercios de una misma novela, una novela muy larga.
Trabajo con una libertad, que me otorgo a mí mismo, muy considerable.
No soy de ese tipo de autores que, antes de empezar un libro, tienen toda
la historia en la cabeza, ni muchísimo menos. Me tomo un margen
para improvisar y para averiguar la historia al mismo tiempo que la escribo.
Hay novelistas que trabajan con una especie de mapa en la mano, un gráfico
que les anuncia, mientras redactan, que se van a encontrar: 'Aquí
un precipicio, aquí una montaña, aquí un desfiladero...'.
Yo me encuentro esas mismas cosas, pero sin saber de antemano cuándo
llego a ellas. Trabajo con brújula. Es cierto que cuanto más
tienes hecho, más sabes lo que te queda por contar. Aún
así, me queda un tercio; sé por tanto bastantes cosas, pero
no todas.
¿Alguien puede empezar leyendo la
segunda parte y luego buscar la primera?
No creo. Me parece un poco difícil, porque no son novelas distintas.
Iría un poco a tientas. No se me había ocurrido, porque
cuando he leído las pruebas -que tampoco es una lectura muy buena
porque uno la hace mecánicamente- no lo pensé. Por tanto,
el segundo libro tendrá menos lectores que el primero.
Cuando se enfrente a la escritura del tercer
volumen, ¿no se descorazonará pensando que lo va a leer
aún menos gente que esta segunda parte?
Me temo que cualquier novela editada por partes tiene esas limitaciones.
También a las revistas les ocurre algo parecido.
En plena promoción, ha hecho usted
unas declaraciones anunciando que, tras esa última parte, abandonará
la novela. ¿Se precipitó?
Lo dije porque éste es un proyecto que, a lo tonto, con los dos
volúmenes publicados, suma ya unas 900 páginas. Y cuando
concluya el tercero, que espero hacerlo -pongamos que puede tener otras
400-, alcanzará las 1.300 páginas. Ahora mismo me siento
un poco agotado. Terminé el segundo a primerísimos del pasado
mes de julio y veo difícil, cuando aún me falta por escribir
un tercero, que más tarde me enfrente a otra novela. Lo cual no
quiere decir que no pueda hacerlo. Quizá escriba cuentos. Tengo
muchas ganas.
¿No será que está empachado
de novelar?
Más que empacho, es cansancio. Me sorprende la cantidad de novelas
que se escriben y la cantidad de gente que las escribe. Leo, por ejemplo,
a tal concurso se han presentado más de 400 obras... ¡Son
muchísimas! Una novela, incluso mala, cuesta mucho esfuerzo. Aunque
sea de las fáciles, con acción rápida y mucho diálogo.
Aunque llevo muchos años escribiendo, escribir una novela me crea
grandes exigencias de tipo intelectual.
¿Cuáles son sus principales
costumbres como escritor?
Nunca trabajo con ordenador. Ni siquiera lo he probado. Estoy convencido
de que tiene mil ventajas, todo el mucho me dice que es más rápido,
pero a mí me gusta escribir sobre papel. Suelo sacar la página
de la máquina, ya tecleada, y hago tachaduras y flechas. Entonces
la vuelvo a teclear. En ocasiones, tengo que repetirla un par de veces,
en otras son cinco. Teclear el folio de nuevo, más pulido, es una
manera de acostumbrarse a esa página, de asumirla, de hacerla mía.
Pienso que con el ordenador, al no quedar huella, costaría más
trabajo. Corrijo mucho sobre la marcha.
¿Es usted un buen mecanógrafo?
Escribo muy rápido, pero con dos dedos, como aprendí en
su día. Los amigos que me han visto se ríen de cómo
lo hago. Trabajo con una máquina electrónica, no con una
Royalty de esas antiguas. No voy lento. Este libro, por ejemplo,
tiene unas cuatrocientas y pico páginas, que no son pocas para
dos años. De todas formas, a mí me gusta la novela porque
es un género que te permite perder el tiempo, espaciarte. Ganar
rapidez en la ejecución podría no serme útil. Otra
cosa sería si siguiera traduciendo; ahí sí me habría
visto obligado a usar el ordenador.
Entonces, ¿vivirá usted sin
correo electrónico?
Sé lo que es, pero nunca lo he utilizado. Por lo poco que conozco
de los e-mails, no los quiero en mi vida. La gente me cuenta
que la inmediatez es tal que no se acaba nunca. Los que lo usan se impacientan
mucho. Si tardas 24 horas en contestar a un correo, el otro piensa: "¿Qué
pasa? ¿No le interesa?". Es absurdo. Por un lado, da la impresión
de que la gente no tiene tiempo libre hoy en día; y por otro, parece
que le sobra para escribir constantemente.
Defiende que podría vivir sin escribir,
pero, al mismo tiempo, parece un escritor que vigila mucho su obra.
Las dos cosas son ciertas. Me gusta cuidar lo que hago. Tengo gusto también
por la edición. Si hago una recopilación de artículos,
está especificado dónde ha aparecido todo. No me gusta engañar
al lector.
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Objetos
y recuerdos que Javier Marías almacena en su biblioteca.
A la izquierda, fotografía del escritor Juan Benet, figura
de don de Oxford y retrato del actor Rex Harrison en El fantasma
y la señora Muir. A la derecha, los ojos de Javier Marías,
en grabado del pintor alemán Jan Peter Tripp. |
¿Se considera un escritor profesional?
Independientemente de si Baile y sueño es una novela en
sí, o la segunda parte de una novela anterior, estamos hablando
del undécimo libro que he publicado. El primero lo saqué
en 1971, hace 33 años. Si saca la media, sale una novela cada tres
años. Me lo tomo con calma, escribo artículos al mismo tiempo.
No tengo la necesidad de escribir. Lo hago cuando tengo ganas. Prefiero
las ganas a la necesidad. En ese sentido puede decirse que no soy un escritor
profesional, aunque con el tiempo lo voy acabando por ser. Si un día
me seco, no creo que fuera un drama.
¿Y qué hace durante esos periodos de sequía entre
novelas?
Otras cosas. Entre El Semanal y El País Semanal,
llevo ya 10 años publicando columnas en la prensa. Recuerdo que
tuve un período de seis años, entre mi segunda y mi tercera
novela, en el que no publiqué. Y no pasó nada. Traduje.
¿Echa de menos traducir?
A veces. Es una tarea muy dificultosa, pero muy agradable. De vez en cuando,
traduzco un poema que me gusta mucho o un cuento por puro placer.
Y porque se lo pedirá alguna editorial...
No, de verdad, sólo por gusto. De hecho, se quedan en mi cartera.
Hace unos pocos años, por ejemplo, estaba yo en el aeropuerto de
Dublín, esperando para volverme a Madrid, y vi en un panel un poema
de Seamus Heaney, un poeta irlandés que ganó el Nobel de
Literatura. Me pareció deslumbrante, lo anoté y lo hice
mío. No es algo tan raro. Los jóvenes, cuando les gusta
mucho una canción de rock, la escriben y la repiten sin cesar,
como si quisieran quedársela.
Como traductor, ¿hace también suyo el texto que está
traduciendo?
Desde luego, la última palabra la tienes tú. En una lengua
no hay una sola frase que sea unívoca, que se pueda traducir sólo
y necesariamente de una manera. I love you, por ejemplo, puede
significar 'te quiero' o 'te amo'; pero también puede implicar
'yo te quiero' o sólo 'te quiero', quizá también
'le quiero a usted'... Imagínese.
Con ese pasado, ¿cómo se lleva
con sus traductores?
Me quedo más tranquilo cuando me editan en países cuya lengua
desconozco. Como no sé ni coreano ni chino, no me puedo meter con
ellos [risas]. Sin embargo, con el inglés, el francés o
el italiano me salen los temores. En general, he tenido bastante suerte
con los traductores, incluso creo que mis textos mejoran. Por lo menos,
a mí me suenan mejor.
Como articulista ejerce de ciudadano, y
como novelista de fabulador. ¿Cuáles son los vasos comunicantes
entre ambos?
El novelista no es un ciudadano, por lo menos mientras hace ficción.
No es raro que las cosas que están sucediendo en el mundo, a medida
que escribo, acaben reflejándose como preocupaciones. Mis últimas
cinco o seis novelas están escritas en primera persona. Mucha gente
tiende a identificar a ese narrador, a esa voz en primera persona, conmigo
mismo. Es una equivocación. El narrador es un personaje y no la
conciencia del autor. A veces estoy de acuerdo con lo que dicen mis narradores,
pero otras muchas no.
¿Por qué en sus novelas no
hay juicios?
No me convencen ese tipo de novelas en las que hay algún tipo de
juicio, explícito, moral, sobre los personajes, las situaciones
o las actuaciones. Aunque pueda incluir conflictos morales, la novela
es un territorio un poco amoral. En los artículos, sin embargo,
sí se juzga con severidad.
¿En qué caladeros pesca su
imaginación?
Mi labor como articulista me hace estar atento a lo que ocurre. Las personas
que me conocen me dicen que soy muy observador, porque se entrelee en
mis novelas. Lo cierto es que soy muy distraído. Los narradores
de mis novelas son muy observadores, pero yo puedo hablar con alguien
durante dos horas y luego no tener ni idea de cómo tenía
las manos. Luego me doy cuenta de que, a posteriori, algunas de mis percepciones
puede reflotar en el inconsciente. Es como un sexto sentido.
¿Cómo se relaciona con las
novedades? ¿Ha leído ya el libro de Paul Auster?
No me interesa mucho Paul Auster. En los últimos cinco o seis años
me he desconectado. Antes estaba muy pendiente de lo que se escribía,
tanto aquí como en los países de tradición literaria
más fuerte. A medida que uno va cumpliendo cierta edad, llega un
momento en que estar al tanto de la que se publica te hace perder mucho
tiempo. Para un libro que vale mucho la pena leer, hay un montón
que no. Todavía no he leído todas las novelas de Dickens,
ni a Tito Livio entero. Va ganando en mí esa costumbre. Si las
personas de mi confianza me insisten mucho, leo alguna cosa nueva, pero
no suelo encontrar muchas recompensas en las novedades.
¿Qué le pareció la
noticia de que la última novela de Gabriel García Márquez
ya estaba en el top manta?
No me extrañó excesivamente. En Suramérica se piratean
los libros de toda la vida. La única novedad es que se pirateó
antes de que la novela saliera a la luz, Lo que me hizo pensar que en
todas partes hay cada vez más gente corruptible y corrupta. Fíjese
en España, cualquier informe de un ministerio acaba en la prensa...
No son los libros lo que más se piratea...
No, pero el escritor es el que está más desprotegido. Hace
unos años escribí un artículo en el que planteaba
lo injusto de la ley de propiedad intelectual. Según qué
países, los creadores pierden los derechos sobre su obra a los
50, 60 ó 70 años de su muerte. En cierta manera es correcto,
porque sería horrible pensar que no pudiéramos oír
a Bach porque a sus herederos remotos les diera por ahí; pero,
por otro lado, si uno se para a pensar... Los artistas son los únicos
que tienen un límite para legar, no sólo lo que se posee,
sino además lo que ellos mismos han creado. Plantéele usted
esto mismo a un banquero, a un terrateniente o a un coleccionista de cuadros.
¡Verá cómo responden! Creo que debería plantearse
una cierta compensación. Por ejemplo, que no paguen impuestos [risas].
No lo sé.
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A
la izquierda, la miniatura de un velero antiguo, y unas estatuillas
de Sherlock Holmes junto a su creador, Arthur Conan Doyle, y Lawrence
Sterne, en fila. |
Vive frente a la alcaldía, podría
empezar la denuncia por ahí. ¿Le llegan ecos de las peleas
entre Gallardón y Esperanza Aguirre?
Nada de nada. No me interesan esas cosas internas de los partidos que
son un poco incomprensibles, y además tampoco son muy amenas.
Pero usted es un escritor político.
Por lo menos, en sus escritos, se declara una persona de izquierdas...
Sí, pero jamás leo el artículo de un político,
sea de Felipe González o de cualquier otro. Hay una hipertrofia
de la figura de los políticos en España. Si se da cuenta,
no hay día que no veamos en televisión a muchos de ellos.
No sólo al presidente del Gobierno o a la vicepresidenta. El problema
es que salen todos y todos los días. Tradicionalmente, los políticos
sólo aparecían cuando había pasado algo grave o si
habían tomado alguna medida especial. Ahora da la impresión
de que los medios tienen una sección fija denominada 'qué
han dicho hoy Rajoy o Moratinos'. Me imagino al periodista de turno pasando
cada día por las oficinas del partido para ponerle el micrófono
en la boca. Oye, pues a lo mejor hoy no tiene nada que decir. Esto no
es bueno ni para la política ni para los políticos. Cada
vez son más soberbios. Me pregunto qué sensación
tendrían, qué cara pondrían, si los medios dejasen
de recoger sus declaraciones de forma inmediata, como si fuera un maná.
Su biblioteca parece un sanctus sanctórum.
¿Cuál es su relación con los objetos? ¿Es
fetichista?
No. Yo entiendo el fetichismo como una desviación con connotaciones
casi sexuales. A mí me gustan mucho los soldaditos de plomo, pero
es otra cosa. Es algo de la infancia, cuando eran de plástico...
Bueno, esto está empezando a sonar muy mal [risas]. Me gustan las
guerras, las habidas; no quisiera que existiese ninguna más, pero
me encantan todas sus historias de estrategia y política.
¿Le hacen compañía?
Compañía es mucho decir. Ahí, en la estantería,
tengo una carta firmada de Joseph Conrad, la compré en una subasta.
Prefiero afirmar que los objetos que no ocultan su pasado, que han pasado
por las manos de alguien que uno admira, me producen cierta emoción.
Creo que es usted su propio portadista...
Al menos lo intento. Siempre he elegido yo las cubiertas de mis novelas,
tanto en Alfaguara como en Anagrama. No ha habido ninguna que no me la
hayan aceptado.
¿Cuáles son sus fuentes gráficas?
Bueno, tengo un buen archivo de postales, cosas que guardo, libros de
fotos y libros de cuadros.
¿Qué planes tiene para su
editorial Reino de Redonda?
No sé cuánto tiempo durará. Publico un par de libros
al año, porque tampoco podría permitirme ninguno más,
ni financieramente ni por tiempo. Son tiradas pequeñas, ediciones
muy cuidadas, Itaca me hace el favor de distribuírmelos. Se venden
2.000 0 2.500 ejemplares como mucho. Son ediciones deficitarias, en el
momento en que las arcas del reino amenacen con explotar, pues pararé.
Pero bueno, mientras me lo pueda permitir. Yo no tengo coche, y la gente,
sí.
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Detrás
de unos soldaditos de plomo aparece una carta del novelista Joseph
Conrad firmada por él mismo, uno de los objetos más
preciados por Marías. |
¿Cuál es su criterio como
editor?
De momento, en estos años, he ido recuperando textos que yo mismo
he ido traduciendo. Son libros que me gustaban y en los que también
me ahorraba gastos puesto que ya los había traducido yo.
Me llama la atención que viva solo.
Quisiera saber si esto influye de algún modo en su creación.
¿Por qué le llama la atención? Yo he convivido con
alguna mujer alguna vez. No es que no haya conocido nunca la convivencia,
pero hace bastantes años...
¿Es un escritor que escribe en soledad?
Supongo que sí. No sé si les pasa a otros escritores, supongo
que sí, pero la verdad es que cuando uno se pone delante de la
máquina hay una especie de sexto sentido que te hace impermeable
a las circunstancias, incluso al estado de ánimo.
¿A qué se refiere con un sexto sentido?
Le pongo un ejemplo banal. Antes le comentaba cómo el médico
me advirtió de que tenía la tensión alta y las últimas
100 páginas del libro las escribí sin cafeína y sin
coca cola. De repente, me di cuenta de que estaba dormido. Hasta que el
organismo se fue adaptando a esa carencia, había días que
estaba arrastrado. Me acuerdo de que le comenté a una amiga: "La
página 304, la que he hecho hoy, la he escrito totalmente sonámbulo.
Cuando la leas en el manuscrito, fíjate bien, porque creo que cambia
el ritmo". Luego me dijo que no, que no se notaba. Muchas veces tengo
insomnio, pero eso no me impide trabajar. Hay un sexto sentido que me
protege.
¿Escribiría igual rodeado
de niños?
Si tuviera niños -que, en mi caso, ya estarían creciditos-
y una vida familiar organizada, supongo que sería más difícil.
Hay dos cosas que me gustan de vivir solo: primero, la absoluta libertad;
y dos, que no hay testigos de horarios y rutinas.
¿Y no ver a tu pareja todo el día?
Me acuerdo que cuando presenté Corazón tan blanco,
que era un libro que trataba sobre el matrimonio, comentábamos
que no vivir con alguien al que amas tiene la ventaja de que uno no da
nunca por descontada a esa persona. Si tú vives con tu pareja,
por la mañana está allí, cuando te levantas y por
la noche va a estar allí, y si no es así, la esperas. Y
siempre por descontado. En cierto sentido, veo que muchos matrimonios
están siempre con la fiesta en otra parte. Están un poco
cansados. Como yo siempre vivo solo, es necesario, aunque sea una costumbre,
un acto de voluntad para mantener la pareja viva. Me parece mejor, porque
la idea general es que si uno está enamorado, quiere estar todo
el rato con la persona amada. Y yo pienso: '¿Todo el rato?'. Se
puede querer a alguien y no estar siempre con él.
¿Es difícil mantener una relación
con usted?
En mi caso es un poco azaroso. La mayoría de mis novias vivían
en otra ciudad y tampoco era fácil. Algunas estaban incluso en
otro país. Así ha ido evolucionando la cosa, aunque en estas
situaciones supongo que uno debe acabar preguntándose que, ante
la repetición, lo que parece azar quizá no lo sea tanto.
Sigue manteniendo que escribe para no tener
jefe...
Y para no madrugar.
Marías me acompaña hasta la puerta. Ahora sí me explica
que lo hace "para que no se pierda y no acabe saliendo por la puerta
de la vecina". Mientras me marcho, le pido permiso para fotografiar
su particular mundo iconográfico de soldados de plomo y papeles
pintados. "Desde luego, reviso la agenda y nos vemos...". A
nuestros pies, hay novelas apiladas y ediciones internacionales que le
han remitido. Seguro que él las conserva para aquel que necesite
una atención.
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