ANDRÉS RODRÍGUEZ
Dominical
12 de diciembre de 2004
Fotografía de Javier Marías: Alberto García-Alix
Fotografías: Luis Rubio



EL UNIVERSO MARÍAS


De haber sido por los buzones, la entrevista podría no haber tenido nunca lugar. Afortunadamente, dos letras (“J. M.") -rotuladas sobre el interruptor modelo Simón de la puerta- subrayan la llave que abrirá la conversación. A su lado, otras dos iniciales anuncian una puerta común en lo que antaño pudo ser una única vivienda y ahora son dos. El escritor madrileño, de 53 años, vive y escribe sobre la Plaza de la Villa, construida por los Austrias, al lado del Ayuntamiento de la capital. Él se sienta en el sofá con el primer gran chaparrón del otoño como banda sonora. Yo, en una butaca perpendicular, frente a la cual otra sujeta la portada de su nueva novela, Baile y sueño (la segunda parte de Tu rostro mañana), y una nueva edición en inglés de uno de sus libros.

A Javier Marías, el doctor le ha advertido de que tiene que cuidar su tensión. Así que todas las coca-colas de su nevera llevan el anglicismo light impreso en su hojalata. Por suerte para mi paladar, queda una comprada previamente al diagnóstico. El escritor ejerce de anfitrión y se excusa cuando el fax escupe por tercera vez una convocatoria, o quizá un contrato revisado, o el último artículo recogido. Hace ya 33 años que publicó su primera novela y está en plena promoción. Y no en una campaña cualquiera, sino en plena promoción editorial. Un ventilador propagandístico que persigue que su libro lo lea la mayor cantidad de gente posible. Aunque intuye que eso depende, muchas veces, más del boca-oreja de los lectores que de la mancha impresa que los jefes de prensa consigan a final de año.


¿Estamos ante una trilogía?
Yo no diría eso. Para mí, una trilogía son tres libros distintos que, sin embargo, tienen alguna conexión entre sí. Esto es, más bien, la misma novela, sólo que con tres partes, tres volúmenes. Como A la busca del tiempo perdido de Proust constaba de siete, o El señor de los anillos tres.

Eso significa que su tercera parte está ya estructurada en su cabeza.
Estructurada... no sé si es ésa la palabra. En realidad llevo escritos dos tercios de una misma novela, una novela muy larga. Trabajo con una libertad, que me otorgo a mí mismo, muy considerable. No soy de ese tipo de autores que, antes de empezar un libro, tienen toda la historia en la cabeza, ni muchísimo menos. Me tomo un margen para improvisar y para averiguar la historia al mismo tiempo que la escribo. Hay novelistas que trabajan con una especie de mapa en la mano, un gráfico que les anuncia, mientras redactan, que se van a encontrar: 'Aquí un precipicio, aquí una montaña, aquí un desfiladero...'. Yo me encuentro esas mismas cosas, pero sin saber de antemano cuándo llego a ellas. Trabajo con brújula. Es cierto que cuanto más tienes hecho, más sabes lo que te queda por contar. Aún así, me queda un tercio; sé por tanto bastantes cosas, pero no todas.

¿Alguien puede empezar leyendo la segunda parte y luego buscar la primera?
No creo. Me parece un poco difícil, porque no son novelas distintas. Iría un poco a tientas. No se me había ocurrido, porque cuando he leído las pruebas -que tampoco es una lectura muy buena porque uno la hace mecánicamente- no lo pensé. Por tanto, el segundo libro tendrá menos lectores que el primero.

Cuando se enfrente a la escritura del tercer volumen, ¿no se descorazonará pensando que lo va a leer aún menos gente que esta segunda parte?
Me temo que cualquier novela editada por partes tiene esas limitaciones. También a las revistas les ocurre algo parecido.

En plena promoción, ha hecho usted unas declaraciones anunciando que, tras esa última parte, abandonará la novela. ¿Se precipitó?
Lo dije porque éste es un proyecto que, a lo tonto, con los dos volúmenes publicados, suma ya unas 900 páginas. Y cuando concluya el tercero, que espero hacerlo -pongamos que puede tener otras 400-, alcanzará las 1.300 páginas. Ahora mismo me siento un poco agotado. Terminé el segundo a primerísimos del pasado mes de julio y veo difícil, cuando aún me falta por escribir un tercero, que más tarde me enfrente a otra novela. Lo cual no quiere decir que no pueda hacerlo. Quizá escriba cuentos. Tengo muchas ganas.

¿No será que está empachado de novelar?
Más que empacho, es cansancio. Me sorprende la cantidad de novelas que se escriben y la cantidad de gente que las escribe. Leo, por ejemplo, a tal concurso se han presentado más de 400 obras... ¡Son muchísimas! Una novela, incluso mala, cuesta mucho esfuerzo. Aunque sea de las fáciles, con acción rápida y mucho diálogo. Aunque llevo muchos años escribiendo, escribir una novela me crea grandes exigencias de tipo intelectual.

¿Cuáles son sus principales costumbres como escritor?
Nunca trabajo con ordenador. Ni siquiera lo he probado. Estoy convencido de que tiene mil ventajas, todo el mucho me dice que es más rápido, pero a mí me gusta escribir sobre papel. Suelo sacar la página de la máquina, ya tecleada, y hago tachaduras y flechas. Entonces la vuelvo a teclear. En ocasiones, tengo que repetirla un par de veces, en otras son cinco. Teclear el folio de nuevo, más pulido, es una manera de acostumbrarse a esa página, de asumirla, de hacerla mía. Pienso que con el ordenador, al no quedar huella, costaría más trabajo. Corrijo mucho sobre la marcha.

¿Es usted un buen mecanógrafo?
Escribo muy rápido, pero con dos dedos, como aprendí en su día. Los amigos que me han visto se ríen de cómo lo hago. Trabajo con una máquina electrónica, no con una Royalty de esas antiguas. No voy lento. Este libro, por ejemplo, tiene unas cuatrocientas y pico páginas, que no son pocas para dos años. De todas formas, a mí me gusta la novela porque es un género que te permite perder el tiempo, espaciarte. Ganar rapidez en la ejecución podría no serme útil. Otra cosa sería si siguiera traduciendo; ahí sí me habría visto obligado a usar el ordenador.

Entonces, ¿vivirá usted sin correo electrónico?
Sé lo que es, pero nunca lo he utilizado. Por lo poco que conozco de los e-mails, no los quiero en mi vida. La gente me cuenta que la inmediatez es tal que no se acaba nunca. Los que lo usan se impacientan mucho. Si tardas 24 horas en contestar a un correo, el otro piensa: "¿Qué pasa? ¿No le interesa?". Es absurdo. Por un lado, da la impresión de que la gente no tiene tiempo libre hoy en día; y por otro, parece que le sobra para escribir constantemente.

Defiende que podría vivir sin escribir, pero, al mismo tiempo, parece un escritor que vigila mucho su obra.
Las dos cosas son ciertas. Me gusta cuidar lo que hago. Tengo gusto también por la edición. Si hago una recopilación de artículos, está especificado dónde ha aparecido todo. No me gusta engañar al lector.

 

Objetos y recuerdos que Javier Marías almacena en su biblioteca. A la izquierda, fotografía del escritor Juan Benet, figura de don de Oxford y retrato del actor Rex Harrison en El fantasma y la señora Muir. A la derecha, los ojos de Javier Marías, en grabado del pintor alemán Jan Peter Tripp.


¿Se considera un escritor profesional?
Independientemente de si Baile y sueño es una novela en sí, o la segunda parte de una novela anterior, estamos hablando del undécimo libro que he publicado. El primero lo saqué en 1971, hace 33 años. Si saca la media, sale una novela cada tres años. Me lo tomo con calma, escribo artículos al mismo tiempo. No tengo la necesidad de escribir. Lo hago cuando tengo ganas. Prefiero las ganas a la necesidad. En ese sentido puede decirse que no soy un escritor profesional, aunque con el tiempo lo voy acabando por ser. Si un día me seco, no creo que fuera un drama.

¿Y qué hace durante esos periodos de sequía entre novelas?

Otras cosas. Entre El Semanal y El País Semanal, llevo ya 10 años publicando columnas en la prensa. Recuerdo que tuve un período de seis años, entre mi segunda y mi tercera novela, en el que no publiqué. Y no pasó nada. Traduje.

¿Echa de menos traducir?
A veces. Es una tarea muy dificultosa, pero muy agradable. De vez en cuando, traduzco un poema que me gusta mucho o un cuento por puro placer.

Y porque se lo pedirá alguna editorial...
No, de verdad, sólo por gusto. De hecho, se quedan en mi cartera. Hace unos pocos años, por ejemplo, estaba yo en el aeropuerto de Dublín, esperando para volverme a Madrid, y vi en un panel un poema de Seamus Heaney, un poeta irlandés que ganó el Nobel de Literatura. Me pareció deslumbrante, lo anoté y lo hice mío. No es algo tan raro. Los jóvenes, cuando les gusta mucho una canción de rock, la escriben y la repiten sin cesar, como si quisieran quedársela.

Como traductor, ¿hace también suyo el texto que está traduciendo?

Desde luego, la última palabra la tienes tú. En una lengua no hay una sola frase que sea unívoca, que se pueda traducir sólo y necesariamente de una manera. I love you, por ejemplo, puede significar 'te quiero' o 'te amo'; pero también puede implicar 'yo te quiero' o sólo 'te quiero', quizá también 'le quiero a usted'... Imagínese.

Con ese pasado, ¿cómo se lleva con sus traductores?
Me quedo más tranquilo cuando me editan en países cuya lengua desconozco. Como no sé ni coreano ni chino, no me puedo meter con ellos [risas]. Sin embargo, con el inglés, el francés o el italiano me salen los temores. En general, he tenido bastante suerte con los traductores, incluso creo que mis textos mejoran. Por lo menos, a mí me suenan mejor.

Como articulista ejerce de ciudadano, y como novelista de fabulador. ¿Cuáles son los vasos comunicantes entre ambos?
El novelista no es un ciudadano, por lo menos mientras hace ficción. No es raro que las cosas que están sucediendo en el mundo, a medida que escribo, acaben reflejándose como preocupaciones. Mis últimas cinco o seis novelas están escritas en primera persona. Mucha gente tiende a identificar a ese narrador, a esa voz en primera persona, conmigo mismo. Es una equivocación. El narrador es un personaje y no la conciencia del autor. A veces estoy de acuerdo con lo que dicen mis narradores, pero otras muchas no.

¿Por qué en sus novelas no hay juicios?
No me convencen ese tipo de novelas en las que hay algún tipo de juicio, explícito, moral, sobre los personajes, las situaciones o las actuaciones. Aunque pueda incluir conflictos morales, la novela es un territorio un poco amoral. En los artículos, sin embargo, sí se juzga con severidad.

¿En qué caladeros pesca su imaginación?
Mi labor como articulista me hace estar atento a lo que ocurre. Las personas que me conocen me dicen que soy muy observador, porque se entrelee en mis novelas. Lo cierto es que soy muy distraído. Los narradores de mis novelas son muy observadores, pero yo puedo hablar con alguien durante dos horas y luego no tener ni idea de cómo tenía las manos. Luego me doy cuenta de que, a posteriori, algunas de mis percepciones puede reflotar en el inconsciente. Es como un sexto sentido.

¿Cómo se relaciona con las novedades? ¿Ha leído ya el libro de Paul Auster?
No me interesa mucho Paul Auster. En los últimos cinco o seis años me he desconectado. Antes estaba muy pendiente de lo que se escribía, tanto aquí como en los países de tradición literaria más fuerte. A medida que uno va cumpliendo cierta edad, llega un momento en que estar al tanto de la que se publica te hace perder mucho tiempo. Para un libro que vale mucho la pena leer, hay un montón que no. Todavía no he leído todas las novelas de Dickens, ni a Tito Livio entero. Va ganando en mí esa costumbre. Si las personas de mi confianza me insisten mucho, leo alguna cosa nueva, pero no suelo encontrar muchas recompensas en las novedades.

¿Qué le pareció la noticia de que la última novela de Gabriel García Márquez ya estaba en el top manta?
No me extrañó excesivamente. En Suramérica se piratean los libros de toda la vida. La única novedad es que se pirateó antes de que la novela saliera a la luz, Lo que me hizo pensar que en todas partes hay cada vez más gente corruptible y corrupta. Fíjese en España, cualquier informe de un ministerio acaba en la prensa...

No son los libros lo que más se piratea...
No, pero el escritor es el que está más desprotegido. Hace unos años escribí un artículo en el que planteaba lo injusto de la ley de propiedad intelectual. Según qué países, los creadores pierden los derechos sobre su obra a los 50, 60 ó 70 años de su muerte. En cierta manera es correcto, porque sería horrible pensar que no pudiéramos oír a Bach porque a sus herederos remotos les diera por ahí; pero, por otro lado, si uno se para a pensar... Los artistas son los únicos que tienen un límite para legar, no sólo lo que se posee, sino además lo que ellos mismos han creado. Plantéele usted esto mismo a un banquero, a un terrateniente o a un coleccionista de cuadros. ¡Verá cómo responden! Creo que debería plantearse una cierta compensación. Por ejemplo, que no paguen impuestos [risas]. No lo sé.

A la izquierda, la miniatura de un velero antiguo, y unas estatuillas de Sherlock Holmes junto a su creador, Arthur Conan Doyle, y Lawrence Sterne, en fila.


Vive frente a la alcaldía, podría empezar la denuncia por ahí. ¿Le llegan ecos de las peleas entre Gallardón y Esperanza Aguirre?
Nada de nada. No me interesan esas cosas internas de los partidos que son un poco incomprensibles, y además tampoco son muy amenas.

Pero usted es un escritor político. Por lo menos, en sus escritos, se declara una persona de izquierdas...
Sí, pero jamás leo el artículo de un político, sea de Felipe González o de cualquier otro. Hay una hipertrofia de la figura de los políticos en España. Si se da cuenta, no hay día que no veamos en televisión a muchos de ellos. No sólo al presidente del Gobierno o a la vicepresidenta. El problema es que salen todos y todos los días. Tradicionalmente, los políticos sólo aparecían cuando había pasado algo grave o si habían tomado alguna medida especial. Ahora da la impresión de que los medios tienen una sección fija denominada 'qué han dicho hoy Rajoy o Moratinos'. Me imagino al periodista de turno pasando cada día por las oficinas del partido para ponerle el micrófono en la boca. Oye, pues a lo mejor hoy no tiene nada que decir. Esto no es bueno ni para la política ni para los políticos. Cada vez son más soberbios. Me pregunto qué sensación tendrían, qué cara pondrían, si los medios dejasen de recoger sus declaraciones de forma inmediata, como si fuera un maná.

Su biblioteca parece un sanctus sanctórum. ¿Cuál es su relación con los objetos? ¿Es fetichista?
No. Yo entiendo el fetichismo como una desviación con connotaciones casi sexuales. A mí me gustan mucho los soldaditos de plomo, pero es otra cosa. Es algo de la infancia, cuando eran de plástico... Bueno, esto está empezando a sonar muy mal [risas]. Me gustan las guerras, las habidas; no quisiera que existiese ninguna más, pero me encantan todas sus historias de estrategia y política.

¿Le hacen compañía?
Compañía es mucho decir. Ahí, en la estantería, tengo una carta firmada de Joseph Conrad, la compré en una subasta. Prefiero afirmar que los objetos que no ocultan su pasado, que han pasado por las manos de alguien que uno admira, me producen cierta emoción.

Creo que es usted su propio portadista...
Al menos lo intento. Siempre he elegido yo las cubiertas de mis novelas, tanto en Alfaguara como en Anagrama. No ha habido ninguna que no me la hayan aceptado.

¿Cuáles son sus fuentes gráficas?
Bueno, tengo un buen archivo de postales, cosas que guardo, libros de fotos y libros de cuadros.

¿Qué planes tiene para su editorial Reino de Redonda?
No sé cuánto tiempo durará. Publico un par de libros al año, porque tampoco podría permitirme ninguno más, ni financieramente ni por tiempo. Son tiradas pequeñas, ediciones muy cuidadas, Itaca me hace el favor de distribuírmelos. Se venden 2.000 0 2.500 ejemplares como mucho. Son ediciones deficitarias, en el momento en que las arcas del reino amenacen con explotar, pues pararé. Pero bueno, mientras me lo pueda permitir. Yo no tengo coche, y la gente, sí.

Detrás de unos soldaditos de plomo aparece una carta del novelista Joseph Conrad firmada por él mismo, uno de los objetos más preciados por Marías.


¿Cuál es su criterio como editor?
De momento, en estos años, he ido recuperando textos que yo mismo he ido traduciendo. Son libros que me gustaban y en los que también me ahorraba gastos puesto que ya los había traducido yo.

Me llama la atención que viva solo. Quisiera saber si esto influye de algún modo en su creación.
¿Por qué le llama la atención? Yo he convivido con alguna mujer alguna vez. No es que no haya conocido nunca la convivencia, pero hace bastantes años...

¿Es un escritor que escribe en soledad?
Supongo que sí. No sé si les pasa a otros escritores, supongo que sí, pero la verdad es que cuando uno se pone delante de la máquina hay una especie de sexto sentido que te hace impermeable a las circunstancias, incluso al estado de ánimo.

¿A qué se refiere con un sexto sentido?

Le pongo un ejemplo banal. Antes le comentaba cómo el médico me advirtió de que tenía la tensión alta y las últimas 100 páginas del libro las escribí sin cafeína y sin coca cola. De repente, me di cuenta de que estaba dormido. Hasta que el organismo se fue adaptando a esa carencia, había días que estaba arrastrado. Me acuerdo de que le comenté a una amiga: "La página 304, la que he hecho hoy, la he escrito totalmente sonámbulo. Cuando la leas en el manuscrito, fíjate bien, porque creo que cambia el ritmo". Luego me dijo que no, que no se notaba. Muchas veces tengo insomnio, pero eso no me impide trabajar. Hay un sexto sentido que me protege.

¿Escribiría igual rodeado de niños?
Si tuviera niños -que, en mi caso, ya estarían creciditos- y una vida familiar organizada, supongo que sería más difícil. Hay dos cosas que me gustan de vivir solo: primero, la absoluta libertad; y dos, que no hay testigos de horarios y rutinas.

¿Y no ver a tu pareja todo el día?
Me acuerdo que cuando presenté Corazón tan blanco, que era un libro que trataba sobre el matrimonio, comentábamos que no vivir con alguien al que amas tiene la ventaja de que uno no da nunca por descontada a esa persona. Si tú vives con tu pareja, por la mañana está allí, cuando te levantas y por la noche va a estar allí, y si no es así, la esperas. Y siempre por descontado. En cierto sentido, veo que muchos matrimonios están siempre con la fiesta en otra parte. Están un poco cansados. Como yo siempre vivo solo, es necesario, aunque sea una costumbre, un acto de voluntad para mantener la pareja viva. Me parece mejor, porque la idea general es que si uno está enamorado, quiere estar todo el rato con la persona amada. Y yo pienso: '¿Todo el rato?'. Se puede querer a alguien y no estar siempre con él.

¿Es difícil mantener una relación con usted?
En mi caso es un poco azaroso. La mayoría de mis novias vivían en otra ciudad y tampoco era fácil. Algunas estaban incluso en otro país. Así ha ido evolucionando la cosa, aunque en estas situaciones supongo que uno debe acabar preguntándose que, ante la repetición, lo que parece azar quizá no lo sea tanto.

Sigue manteniendo que escribe para no tener jefe...
Y para no madrugar.


Marías me acompaña hasta la puerta. Ahora sí me explica que lo hace "para que no se pierda y no acabe saliendo por la puerta de la vecina". Mientras me marcho, le pido permiso para fotografiar su particular mundo iconográfico de soldados de plomo y papeles pintados. "Desde luego, reviso la agenda y nos vemos...". A nuestros pies, hay novelas apiladas y ediciones internacionales que le han remitido. Seguro que él las conserva para aquel que necesite una atención.




EL COLECCIONISTA DE LIBROS
Por Raquel Roca

Elle
diciembre de 2004
Fotos: Yolanda de Santos




El coleccionista de libros


Lleva prendido en la solapa un antiguo alfiler con el retrato de Cervantes [sic, se trata de Shakespeare] dibujado, y la última joya que ha adquirido en una subasta de Sotheby's es una carta firmada por Joseph Conrad. Pese a ello -y a las decenas de soldados de plomo o pitilleras con más de un siglo que pueblan su salón-, el escritor madrileño asegura no ser fetichista, pero sí gustarle estar rodeado de «buenos recuerdos». Tras el éxito de Tu rostro mañana 1. Fiebre y lanza, este dandi castizo publica ahora la segunda parte de esa novela: Baile y sueño (Ed. Alfaguara).


Comienza la obra hablando de lo mucho que le gusta a la gente pedir. ¿Alguna petición pública que tú quieras hacer?
¿Un deseo? La verdad es que no tengo muchos. Esas peticiones del tipo que haya paz en el mundo no funcionan. Tengo una máxima que le he oído decir a mi padre: «nunca prestes más de lo que estarías dispuesto a dar». Por eso procuro pedir muy pocas cosas, me corto bastante.

¡Qué envidia que no necesites nada!
Bueno... Sí pediría que los lectores que han leído la primera parte de la novela no se descabalguen con la segunda.

Dices que adivinamos cuándo se tuerce algo. ¿Llegas a tiempo para enmendarlo?
Normalmente nos damos cuenta demasiado tarde pero porque no queremos verlo. Hay momentos en los que uno nota que se introduce algún elemento distorsionador en la relación: algo se ha estropeado. Y entonces surge un resquemor, pero tenemos la duda de si hablarlo o dejarlo correr. Cuando dejas pasar un problema a la espera de que se evapore, a la larga te acaba corroyendo. La mayoría de las veces, según mi experiencia, cuando notas que algo se empieza a torcer, malo...

Me pareces un hombre muy condicional, o disyuntivo. Siempre dando opciones.
Es algo muy común en mis narradores y me reconozco en eso: no doy nada por descontado. Ni siquiera al hablar de una relación amorosa; aunque esté con una persona de un modo estable, nunca descarto que al día siguiente eso pueda cambiar. Hay que renovar el amor diariamente.

Y que seguirás teniendo éxito, ¿tampoco lo das por descontado?
Tampoco. Desde hace ya unos años mis libros han tenido buenas ventas, incluso más de lo que hubiera imaginado, pero nunca pienso que eso se vaya a mantener.

¿Cómo es tu relación con los personajes?
Un personaje no puede tener vida propia. Esos autores contemporáneos que se agarran a esa excusa antigua de que los protagonistas se les rebelan o que tienen autonomía siempre me han dejado perplejo. ¡Son unos pusilánimes! Otra cosa es que un escritor improvise sobre la marcha.

Y en su caso ¿qué grado de improvisación suele tener?
Nunca tengo decididas las historias completas. Por ejemplo aún no sé cómo será la tercera parte de Tu rostro mañana. Me doy un margen de libertad considerable.

Tiene propuestas de llevar sus obras al cine, pero no son muy cinematográficas.
Lo sé. Hay un director francés muy inter-sado en hacer Corazón tan blanco y uno mexicano en hacer Mañana en la batalla piensa en mí. He dicho que no porque me parece difícil adaptarlos. En mis novelas, aunque hay elementos muy visuales, el esqueleto está en la voz narrativa.



¿No te planteas, aunque sea como ejercicio, escribir los guiones de tus novelas?
No, me aburriría mucho. Tuve una experiencia corta de joven y no me gustó.

Parece que te sucede como a tu personaje Tupra, al que no le gusta recordar...
En parte. Por ejemplo, no entiendo a la gente que escribe diarios. Una vez vivido un día, ¿para qué rememorarlo? ¡Qué condena! Ya tenemos bastante con vivir ciertas cosas como para encima luego contarlas.

Eso será porque tienes buena memoria. A veces se escribe para conservar.
Reconozco que tengo buena memoria y también que a veces plasmar las cosas ayuda a objetivizar o asumir una situación. Pero me puede la sensación de repetición.

¿Compartes con tu narrador la idea de que los años 50 fue la época de mayor gusto estético femenino?
La verdad es que sí. Probablemente tiene que ver con el hecho de que yo nací en 1951 y, por tanto, mis recuerdos de infancia me remiten a mi madre. Pero objetivamente, si repasamos la vestimenta de finales del siglo XX y principios del XXI, no ha habido moda más elegante y sexy.

¿Y aún odia a los hombres con sombrero?
Creo que los hombres que llevan hoy en día sombrero lo que pretenden es llamar la atención. Buscan distinguirse, pero parecen ridículos. Las modas producen efectos distintos según cual sea el entorno.

Una buena manera de conocerte es a través de tus artículos. En ellos, como en tus novelas, suelen aparecer ancianos.
Estos siempre son inteligentes, nunca episódicos o cómicos. Como decía Faulkner: «todos deberíamos tratar al menos con una anciana, porque ellas son las que mejor cuentan». Yo lo extiendo también a ellos. Son una fuente de conocimiento inigualable, pero con fecha de caducidad.

Hablando de desaparecidos, el 2005 es el año de las conmemoraciones.

¡Ay! Todavía no ha llegado enero y ya me están pidiendo que escriba algunas cosas sobre El Quijote. Sólo de pensarlo me sale urticaria. Este libro me encanta, pero, cuando el manoseo de un personaje es mucho, ¡mejor abstenerse!

¿Has manipulado alguna vez, inconscientemente, para nutrir tu literatura?
Todos tomamos prestado cosas de la realidad, aunque mis novelas no son especialmente autobiográficas. Pero lo que jamás hago es vivir algo y a la vez pensar que me puede servir para una obra. Otra cosa es que luego la memoria recupere sensaciones o elementos que se han conocido.

En tus novelas una noche da mucho de sí. A ti, ¿qué minuto se te hace eterno?
Los que más largos se me hacen son los de miedo y los de incertidumbre. Sobre todo sufro cuando alguien está fuera y tarda en regresar. O cuando un móvil está desconectado y tu mensaje es urgente. Llamas a cada segundo pero parecen horas.

Lo más parecido a un narrador sería...
Un fantasma: ya no está involucrado, pero se niega a dejar de influir. Y conoce el final.



EN EL DIVÁN


SE RELAJA ESCUCHANDO MÚSICA DE RAMEAU Y GERALD FINZI.

COLECCIONA CAJETILLAS DE TABACO DE LA MARCA RAMSÉS II.

ESCRIBE EN UNA VIEJA MÁQUINA OLYMPIA. NO TIENE ORDENADOR.

ASEGURA NO DORMIRSE JAMÁS ANTES DE LAS 3 DE LA MADRUGADA.

 

 


CARMEN PÉREZ-LANZAC
Marie Claire
enero de 2005
Foto: Ana Nance




EL ÚLTIMO CABALLERO


La sala de estar del piso de Javier Marías (Madrid, 1951) podría ser la de un anciano aristócrata inglés que se hubiese dedicado a almacenar todos los tesoros que le han acompañado a lo largo de su vida y las hubiera distribuido, extrañadamente ordenadas, por cada hueco de la estancia: pitilleras y mecheros del año de la polca, abrecartas de marfil, figuritas con chistera y gaita, más una extensísima colección de soldaditos de plomo a pie, a caballo, a camello e incluso a lomos de un elefante. Un ambiente que volvería loco a un amante del minimalismo y que desprende un aire genuinamente british. Como su dueño, de modales exquisitos y ligeramente engolado, que nos recibe con un alfiler de corbata con el rostro de Shakespeare en la solapa. «Le debo mucho», sonríe el escritor. Calcula que data de 1830 y lo adquirió en una subasta, como el cuadro del alemán Keller-Reutlingen que cuelga detrás de nuestras cabezas y muchos de los libros y objetos que nos rodean.


¿Es asiduo a las subastas?
Ahora hace tiempo que no, porque me di cuenta de que es un poco peligroso. Tuve una experiencia que me alarmó. Fue en la subasta de una pitillera que Conan Doyle le había regalado a un actor con motivo de una obra de teatro que éste había protagonizado, Sherlock Holmes. Estaba firmada por Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes, el autor y el personaje (risas). Me gustó y decidí que iba a pujar por teléfono, aunque antes de nada me puse un tope. Según averigüé entonces, la costumbre es que primero pujen los que están presentes en la sala, así que cuando me dieron paso el precio estaba por encima de mi máximo. Me frustró tanto que pujé más. Pujé un rato y la perdí. Acabó llevándosela un biógrafo de Conan Doyle, pero me dije: huy, huy, huy, ¡qué peligroso es esto! Ahora si participo mando la cifra que estoy dispuesto a pagar por fax, así no tengo la tentación de intervenir.

El mundo anglosajón está muy presente en su literatura.
Lo está en mi vida, es normal que acabe reflejándose en los libros. Viví en Inglaterra y de pequeño, a los cinco años, en los Estados Unidos. Mi padre (el filósofo Julián Marías) dio clases en Yale y mis primeros recuerdos son de allí. Estuvo represaliado después de la guerra y durante años no pudo dar clases en la universidad ni colaborar en prensa, y para ganar dinero iba a los EE UU a dar cursos, así como en las universidades americanas que hay en Madrid. En mi casa siempre ha habido mucho contacto con el mundo anglosajón.

¿Tiene relación con el mundo literario latinoamericano?
No mucha. Únicamente he estado en México D.F., Buenos Aires y Caracas.

¿Pero lee obras latinoamericanas?
En los últimos años no leo mucho de lo que se hace en ningún lado. Durante mucho tiempo leí bastante literatura estrictamente contemporánea, pero se pierde mucho tiempo. Sólo de vez en cuando encuentras cosas que valen la pena. Desde hace diez años pruebo menos. Quizá sea una decisión egoísta, pero tengo 53 años y empiezo a pensar que si todavía no he leído todas las novelas de Dickens, a Tácito... En fin. O va uno leyéndolos o se quedará ya sin hacerlo.

RODEADO DE TESOROS
Cada rincón del salón del escritor guarda alguno de sus tesoros: pitilleras, soldados de plomo, abrecartas...


Hay entrevistados que producen miedo escénico. Javier Marías no. Habla generosamente y se muestra muy colaborador. No rehúye preguntas y parece cómodo. El fax suena de vez en cuando mientras conversamos, porque Marías pertenece a esos que se resisten a las nuevas tecnologías. Ni ordenador, ni móvil, ni correo electrónico. Máquina de escribir y fax. La entrevista transcurre mientras Marías extrae cigarrillos de una pitillera plateada muy de su estilo. La abre. Saca un cigarro. Lo marea. Lo posa en la mesa. Lo enciende. Seguimos charlando.

Baile y sueño (Alfaguara), su último libro, es la segunda parte de Tu rostro mañana, que le está exigiendo mucho esfuerzo.
Escribir, por lo menos a mí, me sigue costando esfuerzo intelectual. Si sumamos estos dos volúmenes, son ya unas 900 páginas y eso cuesta. No diré que escribir sea el oficio más cansado del mundo, sería ridículo, pero estoy un poco agotado. Tendré que tomarme un descanso antes de acometer la tercera parte.

Incluso ha sugerido que quizá no escriba más novelas.
Preveo que será difícil que haga novelas en bastante tiempo. Cuentos, en cambio, tengo ciertas ganas de escribir, quizá para desintoxicarme de algo tan extenso. Pero tampoco es que me haya hecho el propósito de no hacerlo.

Recientemente contaba en un artículo que se había dado cuenta de que había vivido tanto tiempo con su madre como sin ella. ¿Se acuerda mucho de ella?
Más que acordarme de una manera deliberada, la recuerdo. Tengo muy presente a las personas muertas de mi vida.

¿Le influyó mucho?
Sí. Tiene gracia porque éramos cinco hermanos (el mayor murió) y a mí me esperaban niña. Tenían incluso nombre.

¿Cuál?
Constanza. Habría quedado un poco extraño. Como éramos todo chicos, mi madre nos inculcó el respeto a las mujeres. Nos decía: «Tenéis que portaros bien con las mujeres porque es fácil hacerlas sufrir». Creo que lo hemos cumplido.

Su padre tenía la casa llena de libros. ¿Cuál fue el primero que le atrapó?
Por fortuna, nunca fui nada monstruito. Empecé a leer a los ocho, una edad normal. Leía las historias de Guillermo Brown, a Verne, Dumas, Salgari...

¿Era consciente de los problemas políticos de su padre?
Yo sabía que mis padres eran anti-franquistas. Recuerdo que una vez, durante un almuerzo, siendo yo pequeño, alguno de ellos debió decir «nunca se debe alegrar uno de la muerte de nadie». Y yo pregunté: ¿y si muriera Franco, no os alegraríais? Estaba delante la criada y mis padres me mandaron callar. Fue una de las primeras veces en que me di cuenta de que había que tener cuidado.


Cuando escribió Los dominios del lobo tenía 19 años. Escribió parte en París, donde vivió unos meses. Por la noche tocaba la guitarra para sacar un dinero. ¿Qué canciones cantaba?
De Bob Dylan y Leonard Cohen, y creo que algunos espirituales que me sabía, y Pete Seeger, Folk...

¿No le daba vergüenza?

Entonces no, pero ahora me da vergüenza retrospectiva. Pasaba por las terrazas y decía: «Quelque chose pour un étudiant» (algo para un estudiante).

Serrat ha dicho en alguna ocasión que empezó a tocar la guitarra para tocarle el culo a las chicas... ¿A usted le ha servido para ligar?

No, la tocaba fatal. No recuerdo que me fuera de mucha utilidad.

Pero tengo entendido que tiene éxito con las mujeres.

No me puedo quejar. En mi vida ha habido mujeres muy valiosas y con la mayoría mantengo buena amistad, lo cual es bastante raro. Incluso algunas se han hecho amigas entre sí, algo más raro todavía. No me puedo quejar, pero vaya... Yo me encuentro calamitoso y distraído, no sé si soy muy atractivo.

¿No le ha tentado vivir en pareja?
He vivido con alguien algunas veces, hace bastantes años. Últimamente no me lo planteo. Supongo que estoy demasiado acostumbrado. Muchas de mis relaciones han sido con personas que no vivían en el mismo país. Lo bueno es que uno no da por descontado al otro, algo que me pone nervioso de las relaciones. Cuando sucede, de pronto, la fiesta pasa a estar en otra parte.

¿La amistad entre hombre y mujer es igual que entre dos hombres?
No. Entre hombre y mujer la amistad siempre es sexuada, no sexual, que quiere decir otra cosa distinta.

¿Y los hijos?
No los he echado de menos. No se han dado las circunstancias. La mayoría de mis historias han sido algo accidentadas y no muy duraderas... A veces uno piensa: podría adoptar a un niño, pero lo encuentro arriesgado. Si un hijo es tuyo y te cae mal, qué le vas a hacer. Pero si te sale un majadero y ni siquiera es tuyo... Eso sería muy triste.

¿Se cuida?
No especialmente. De jovencito era ágil, hacía volatines. Ahora no tengo la sensación de que el cuerpo me pese,
que probablemente si me pongo a dar volatines me la pego... Tengo la tensión alta y he tenido que prescindir de la sal y la cafeína. El último cuarto de Baile y sueño lo escribí medio daunormido.

Usted encarna unos valores de honor y caballerosidad que hoy en día parecen demodés. ¿Se siente un bicho raro?
A veces. Hay cosas que yo valoro y no se aprecian mucho en general. Honor es una palabra un poco grandilocuente, yo hablaría de cierta rectitud. No me parece mal tenerse prohibidas ciertas prácticas, algo que no prevalece hoy en día y a veces me siento un poco anacrónico.