John
Michael Coetzee
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Fragmento de La
edad de hierro JM Coetzee La televisión. ¿Por qué la veo? El desfile de políticos todas las noches: solamente tengo que ver esas caras toscas e inexpresivas, tan familiares desde la infancia, para sentir abatimiento y náuseas. Los matones de la última fila de pupitres de la clase, chavales torpes y huesudos, ya crecidos y ascendidos para gobernar la tierra. Con sus padres y sus madres, con sus tías y tíos, con sus hermanos y hermanas: una horda de langostas negras infestando el país, masticando sin cesar, devorando vidas. ¿Por qué los sigo mirando, si me llenan de horror y de asco? ¿Por qué dejo que entren en la casa? ¿Tal vez porque el reinado de la familia de langostas es la verdad de Suráfrica, y la verdad es lo que me pone enferma? Ya no se molestan en arrogarse legitimidad. Se han sacudido de encima la razón. Lo que los absorbe es el poder y el estupor del poder. Comer y beber, masticar vidas, eructar. El parloteo lento y con la barriga llena. Sentados en círculo, debatiendo pesadamente, emitiendo decretos como mazazos: muerte, muerte, muerte. Sin preocuparse por el hedor. Párpados pesados, ojos porcinos, iluminados por la astucia de generaciones de campesinos. Conspirando los unos contra los otros: lentas conspiraciones de campesinos que tardan décadas en madurar. Los nuevos africanos, hombres barrigones y de mejillas colgantes sentados en sillas de oficina: reyes Cetewayo y Dingaan con pieles blancas. Enormes testículos de toro apretados contra sus mujeres y sus hijos, apretando hasta que les quitan toda la chispa. Ya no queda ninguna chispa en sus propios corazones. Corazones lentos, pesados como pudines de sangre. Y su mensaje estúpidamente invariable, siempre la misma estupidez. Su gesta, después de años de meditación etimológica sobre la palabra, es haber convertido la estupidez en virtud. Dejar estupefacto: despojar de sentimiento; aturdir, ofuscar, llenar de perplejidad. Estupor: insensibilidad, apatía, torpeza mental. Estúpido: con las facultades ofuscadas, indiferente, desprovisto de pensamiento o de sentimiento. De stupere, quedarse atónito o pasmado. Hay una relación de grado de estupor y estupefacción a estupidez, la esencia de la petrificación. El mensaje: que el mensaje no cambie nunca. Un mensaje que convierte a la gente en piedra. |
Duque de Deshonra Es bien sabido por
cuantos lo conocieron, y también por quienes lo han leído,
cuán exigente era Juan Benet en su estimación literaria.
Ése es uno de los motivos, supongo, por los que, casi once años
después de su muerte, todavía es frecuente leer u oír
denuestos contra él por parte de numerosos escritores españoles
(la mayoría autores de éxito, dicho sea de paso, y sin pretextos
para el resentimiento). Pero la severidad del juicio de Benet no afectaba
sólo a sus compatriotas, sino a sus contemporáneos en general.
No es difícil imaginar, por tanto, que cada vez que elogiaba a
alguien "nuevo", quienes lo tratábamos aguzáramos el oído,
en la seguridad de que la alabanza no podía ser gratuita ni frívola
ni obedecer a ninguna moda o razón espuria. Y además teníamos
la vaga sensación de que se había producido un milagro.
Y eso fue lo que sucedió con el surafricano Coetzee al poco de
que Alfaguara publicase, aún en los años ochenta, sus primeros
libros en español, Vida y época de Michael K. y
Foe (el segundo, traducido excelentemente por un gran amigo mío,
Alejandro García Reyes). JAVIER MARÍAS
Un inquietante y cálido frío Cuando los duques de Redonda (y ríanse si quieren, porque un reino literario admite esa risa como virtud) dimos a J. M. Coetzee el primer premio del Reino de Redonda para creadores no españoles, en el año 2001, yo sólo sabía del hoy Premio Nobel que había nacido en Sudáfrica y que algunos amigos lo admiraban mucho. Habría podido decir aquello de "un escritor para escritores", que puede ser el inicio de una gran fama. Aunque casi todos hablaban de sus novelas (Esperando a los bárbaros o La edad de hierro), al saber que Coetzee había empezado a escribir sus memorias, como soy especialmente sensible a la autobiografía, leí Infancia, publicada en 1997. Ignoro por qué tanto en este tomo como en el siguiente, Juventud (2002), los editores españoles han suprimido el común subtítulo inglés: Escenas de una vida provinciana. ¿No es comercial? Lo cierto es que tanto en Sudáfrica como de estudiante en Londres (donde ocurre el segundo tomo, ya trabajando con ordenadores) John Michael se siente un ser un tanto raro y aparte que comprende a los "afrikaaners" (los sudafricanos de origen holandés, marginados por los ingleses) como comprenderá luego a los emigrantes en la metrópoli. Aprendiz de poeta y de escritor que se siente provinciano -en Inglaterra las chicas no le prestan atención, quizá porque su persona todavía desprende cierto aire de torpeza colonial- Coetzee, que escribe su autobiografía en tercera persona, para mejor distanciarse, nos muestra la imagen de un muchacho y un joven después ardiente y solitario, existencialista y letraherido, que narra sus aventuras sentimentales o laborales y sus muchas lecturas con una lejanía que podría ser fría pero no lo es. Su estilo es escueto y eficaz para que leamos la turbación del protagonista, su pequeña agonía, su proximidad al oprimido, sin ninguna sentimentalidad ni por nuestra parte ni por la suya. Como si todo lo que narrase fuera trivial, sin búsquedas llamativas. Dicen que Coetzee puede parecer distante y es silencioso. Eso aparenta su escritura, que admira a Beckett y a Kafka sin parecerse a ninguno. Coetzee escribe la autobiografía (dos tomos por hoy, que yo sepa, ambos traducidos ya al castellano) como si hablase de otro. Pero su cercana extrañeza de sí mismo y del mundo -y su fervor a la par, su fervor por la inteligencia- es lo que nos hace sentirnos próximos y cordiales a un escritor que escruta la mendicidad humana y el horror del poder, como el sabio que investiga a unos insectos que lo tienen infectado. Una distante lejanía cordial. Fría, quizá, cuanto eficiente. LUIS ANTONIO DE
VILLENA
"No me extraña que le hayan dado el Nobel a Coetzee, porque es un gran escritor. Todos sus libros son buenos, y algunos, fuera de lo común; algunos pueden ser obras maestras. Ha escrito dos tomos autobiográficos extraordinarios. Es un gran critico y muy cosmopolita. Conoce muy bien la literatura alemana, sabe de filosofía, de poesía. Me alegro mucho de que le hayan premiado, aunque no hay que exagerar el hecho social del Nobel, y no lo digo en absoluto por el autor premiado ni por el premio, sino porque la literatura se ha vuelto tan mediática que ha hecho que el Nobel, que también ha sido mediático, pueda convertirse ahora en algo trivial. Quizá se deba a la pérdida de autoridad moral de la literatura, que lo arrastra todo, e incluso puede arrastrar Premio Nobel". Declaraciones de EDUARDO
MENDOZA (Duke of Isla Larga)
El País, 3 de octubre de 2003 |
Por persona interpuesta Cuando
un novelista ofrece a sus lectores una novela cuyo protagonista es un
novelista, y la novela en realidad lleva por subtítulo Ocho
lecciones, el lector tiende a torcer el gesto. Cabe suponer que nos
aguarda una muestra de exhibicionismo de vedette literaria, pero Elizabeth
Costello nada tiene que ver con semejante suposición. El personaje
de la señora Costello, escritora nacida en Australia (1928) y famosa
por su novela La casa de Eccles Street, donde exploraba la vida
de Molly Bloom -sí, la del Ulises de Joyce- fuera del ámbito
doméstico a que la habían circunscrito su marido y su amante,
ya era conocido por ser suyas las dos lecciones de que constaba La
vida de los animales. En esta nueva entrega añade Coetzee otras
seis (más un colofón estremecedor) sobre asuntos muy variados,
y siempre con un subtexto que corre por debajo de lo que aparentemente
dice Elizabeth Costello. Con su cansancio y malhumor, con su desesperanza
y su lucidez, Coetzee parece haber encontrado a la portavoz ideal para
manifestar a las claras, por persona interpuesta, el equivalente a su
madurez de lo que ya dijo, en tercera persona, en Infancia y Juventud.
Si acaso, el lenguaje de la señora Costello es aún más
austero y descarnado que el de ese otro narrador innominado sobre cuyas
palabras tejía Coetzee una autobiografía transparente, que
en este caso pone ya sin ambages en voz de otro (una mujer: lo más
otro que existe para el hombre) para decir con sus palabras su verdad. MIGUEL
MARTÍNEZ-LAGE
La belleza sombría y descarnada Uno de
los mejores sin duda de nuestros días, lo cual es un acto de justicia
que siempre significa una alegría para cualquier amante del orden
en lo que a veces no se presenta tan categóricamente ordenado;
incómodo, huraño, pero siempre espléndido, inesperado
y fuera de cualquiera de los cánones o miradas de uso más
fácil y transitado. J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) es también,
a su vez, un gran y fino pensador de lo literario, de las letras universales,
vorazmente analizadas y repasadas en varios volúmenes de crítica
(Write Writing: On the Culture of Letters, Doubling the Point. Essays
and Interviews, Giving Offense: Essays on Censorship) que daban repaso
a multitud de autores, desde Osip Mandestam y Zbigniew Herbert a Flaubert,
Defoe, Dostoievski, Thomas Bernhard, Amos Oz o Naguib Mahfouz. Pero a
estas alturas, a varios días vista de una de las concesiones más
inteligentes de los últimos años, junto a la del húngaro
Imre Kertész, muchos se preguntarán aún qué
es lo que hace precipitarse a un hombre, relativamente joven (63 años)
para lo que suele ser la majestuosidad geriátrica del Nobel, hacia
un galardón tan fuera siempre de todo cálculo. Un escritor
además que no ha hecho sino crecer con cada uno de sus libros,
por el contrario de una ley fatal que devora y jibariza a muchos de sus
contemporáneos, ahogados por el peso implacable de un mercado que
sentencia a talentos confirmados a la vez que a talentos sin tiempo ni
siquiera de acabar de confirmarse. La coherencia continua, implacable,
exigente, sin reposo, de Coetzee le hace un escritor, de entrada, fuera
de todo lo habitual. MERCEDES
MONMANY
Construir la conciencia Cuando, en los años ochenta, apareció por primera vez un libro de J. M. Coetzee de la mano de Alfaguara (Vida y obra de Michael K.) tuve la impresión de estar ante un novelista de primera categoría que, poco a poco, iría creando en España, en torno a su obra, un selecto grupo de buenos lectores. Por esa razón se publicaron a continuación Foe, Esperando a los bárbaros y En el corazón del país. En aquel entonces, los intereses literarios del señor Coetzee parecían variados: la tremenda realidad surafricana estaba en sus libros ( Michael K. o En el corazón del país), pero también hace literatura dentro de la literatura. Como la historia de Susan Barton, una mujer abandonada en una isla del Atlántico donde encuentra a dos hombres, Robinson y Viernes, con los que convive hasta su liberación y que, al regresar a Londres, con Viernes como prueba de su aventura, se encamina a la casa de Daniel Defoe (Foe). O la del Magistrado que ve pasar los años desde su puesto fronterizo en los confines del imperio, en guerra con los bárbaros (Esperando a los bárbaros), que no deja de recordar el escenario de El desierto de los tártaros, aunque es bien distinta en tono e intención. Ahora, J. M. Coetzee ha alcanzado la fama -la gloria la tenía ya para los lectores exigentes- gracias al premio más famoso del mundo; pero lo curioso es que un novelista casi de culto Como era él lo reciba cuando, por decirlo de manera coloquial, está de moda; no sólo en el mundo, claro, donde sus premios lo habían aupado considerablemente, sino en España. La decisión de Mondadori de editar su Desgracia fue seguida de nuevo por una apuesta por su obra, lo que quiere decir que cuando Coetzee da con un editor, lo convierte en adicto. La única excepción fue El maestro de Petersburgo, una novela extraña -y, a mi modo de ver, excesiva- que recogía la figura de Dostoievski más o menos disimulada. Editado por Plaza & Janés, no generó confianza, al parecer. Antes de Desgracia, Coetzee ya se había probado en La edad de hierro, una novela en la que una mujer madura y atacada por el cáncer escribe a su hija, que ha salido del tormento que es Suráfrica. Un día la mujer descubre a un negro refugiado en su cobertizo y por ahí surgirá el encuentro con "el otro lado", en mitad del infierno que es el país. En Desgracia es un hombre el que no entiende lo que está ocurriendo con el país y con su hija -que es ya el "nuevo" país- a medida que las cosas cambian y el apartheid se acaba. Las dos novelas tiene una relación especular, pero ambas asientan lo mejor de Coetzee, lo que estaba en todas sus novelas anteriores, pero que ahora se planta y germina de modo definitivo en su Suráfrica natal. Desde un principio,
Coetzee ha trabajado sobre y desde la conciencia del individuo. Esa conciencia
crece en el mundo, en los diversos escenarios que la obligan a plantearse
el sentido de su existencia y de su deseo de sobrevivir. Susan Barton,
Michael K., el Magistrado, el David de Desgracia, la mujer que
escribe a su hija... sólo tratan de encajar en un mundo desencajado
sin otra arma que la comprensión de su propia experiencia acuciada
por la presión que el mundo ejerce en tomo a ellos. El talento
de Coetzee logra siempre composiciones y personajes inolvidables. Quizá
más realista, más pegado a la tierra -ya su tierra- en la
segunda parte de su poderosa obra, el núcleo de trabajo, esa construcción
de la conciencia, está presente en todas sus páginas. Foe
o Desgracia, tan distintas, poseen la misma tensión,
la misma coherencia, el mismo sentido de la supervivencia. Un gran escritor
venido de la periferia geográfica del idioma inglés, como
V. S. Naipaul o Derek Walcott. JOSÉ MARÍA
GUELBENZU
El
director del departamento de inglés Su editor Stephen Johnson, director general de Random House South Africa, que distribuye sus libros -publicados por la misma compañía en el Reino Unido- dijo que la casa editora está "muy emocionada". "Para un autor es un extraordinario prestigio ser premiado con el Nobel, pero este hombre (Coetzee) es un genio que dice tanto con pocas palabras", afirmó el editor. El crítico literario más influyente de Alemania, Marcel Reich Ranicki, ha calificado la concesión del Premio Nobel de Literatura a John Maxwell Coetzee de "decisión sensata" y dijo que el sudafricano es un autor digno de tomar en cuenta.
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¿Quedó
desilusionado con los Estados Unidos?
He tenido estas preocupaciones muchos años. En ese sentido no son un acontecimiento nuevo. Pero no ocuparon un lugar destacado en mi escritura hasta hace poco. Usted
empezó escribiendo en el New York Review of Books sobre
escritores y temas que parecían muy comprometidos. Política
surafricana, literatura británica. Pero luego empezaron a aparecer
ensayos sobre escritores internacionales, como Musil y Naguib Mahfuz.
¿Se trata de su esfuerzo por entrar en un diálogo más
amplio con la literatura mundial o el descubrimiento del NYRB de
que usted puede asumir y absorber obras literarias completas? Comenzando
probablemente con Skvorecky en 1996 y más recientemente con Italo
Svevo, Joseph Roth, Paul Celan, Robert Musil, Sándor Marai, Robert
Walser y Franz Kafka, usted centra su atención en los escritores
de Europa occidental y central, o bien de entreguerras o anteriores a
la guerra, testigos de la ruptura del Imperio Austrohúngaro. ¿Tiene
la Europa de los Habsburgo alguna resonancia especial para usted?
Para
enlazar esto con Juventud, su novela más reciente en forma
de memorias, encontramos a su protagonista, John, cuando no se siente
perdido o desgraciado, fortaleciendo su intelecto para grandes empresas
como leerse obras enteras, como por ejemplo la de Ford Madox Ford. ¿Debemos
interpretar que John desarrolla hábitos mentales -la absorción
de obras completas de autores- que más tarde le serán muy
útiles, y quizás a usted también?
Por
lo que he leído del libro, a pesar del sufrimiento de John, la
década de los 60 en Londres parece ser una época fértil,
cuando está absorbiendo cultura como una esponja, quizás
incluso gracias al sufrimiento. ¿Voy bien encaminado?
Mark
Shechner |
JOHN M. COETZEE: La palabra animal J.M. Coetzee es uno de esos genios que padecen el síndrome de Greta Garbo. Desea que se le quiera por su arte, pero sólo por su arte. El prefiere mantenerse apartado del mundo. Es un ermitaño tan terco que hace dos años, cuando obtuvo por segunda vez el mayor galardón literario del Reino Unido, -el Premio Booker-, por su novela Desgracia, no se molestó en ir a recogerlo en persona. Nadie había ganado jamás dicho premio en dos ocasiones, pero él envió a su agente. Ahora se publican en español dos nuevos libros suyos, Juventud (su obra más reciente) y La edad de hierro, que escribió hace 13 años, durante los últimos días del apartheid. Parecía lógico -no probable, pero lógico- que el surafricano, que en la actualidad divide su tiempo entre Estados Unidos y Australia, pudiera estar interesado en promover un poco su obra en el mercado de lengua castellana y, tal vez, que quisiera conceder una entrevista a EL PAÍS. Aun así, me sorprendió que respondiera, y en seguida, a un primer correo electrónico que le envié de forma tentativa y que él recibió en algún lugar de Estados Unidos. "Gracias por su ofrecimiento de una entrevista, pero no hago entrevistas en persona", escribió Coetzee (pronúnciese "Cutsía"). "Por correo electrónico es otra cosa, siempre que no me quite mucho tiempo". La respuesta era más prometedora de lo que se podía esperar dada la reputación que tiene el autor de Esperando a los bárbaros, incluso entre quienes le conocen bien, de ser distante, susceptible y desagradable. Era nada menos que una invitación a que le enviara unas preguntas; y eso significaba, seguramente, que estaba dispuesto a considerar la idea de responder, al menos a un par de ellas. Le envié lo siguiente: "Me pide (cosa perfectamente razonable) que no le quite demasiado tiempo. Lo que voy a hacer es enviarle varias preguntas y dejar que usted decida si quiere contestarlas, y cuáles. Son éstas: 'Desconcertante' es una palabra que se usa con frecuencia para calificar su obra. Nadine Gordimer habla de que su visión llega al 'centro neurálgico del ser'. Mario Vargas Llosa dijo que Desgracia era 'estremecedora'. ¿De dónde obtiene usted esa lacerante lucidez? ¿Qué autores han influido más en su trabajo? ¿Ha leído a muchos autores de lengua española? ¿Quién le gusta y por qué (explicado brevemente, por supuesto)? La fuerza de su escritura nace, en gran parte, de su situación de hombre blanco en África y afrikáner progresista durante el apartheid; ¿escribir le ha servido para liberarse de las garras de esas contradicciones? En La edad de hierro, tal vez su libro más explícitamente político, habla sobre los gobernantes afrikáner del país: '...la humillación de la vida que vivimos bajo su mando... como si nos arrodilláramos y nos orinaran encima'. ¿Acaso los surafricanos blancos están condenados a vivir perseguidos por los horrores hechos en su nombre, o es posible la redención? Al reflexionar hoy, después del apartheid, sobre La edad de hierro, escrita en aquella época, ¿qué siente? ¿Orgullo por la aportación política que hizo? ¿Todavía piensa sobre aquellos días y recuerda con la misma repugnancia a los dirigentes del volk, con sus 'corazones tan pesados como una morcilla'? Su estilo como novelista parece emanar directamente del paisaje surafricano, 'un lugar de luz rotunda e implacable' (La edad de hierro) ¿Está de acuerdo? ¿Juventud es una novela o una biografía? El protagonista de Juventud cita el exilio de Ezra Pound y, de paso, insiste en que la infelicidad es indispensable para el arte. ¿Es ésa su opinión? ¿O tal vez la infelicidad no engendra más que un arte infeliz? Al aspirante a escribir Juventud le cuesta terriblemente llenar una hoja de papel. ¿Le sigue resultando difícil la escritura? ¿Tan difícil como antes? 'Los artistas nunca pueden estar totalmente presentes ante el mundo: siempre deben tener un ojo puesto en su interior', escribe usted en Juventud. ¿Es así? ¿Es eso lo que necesita hacer para adquirir la visión neurálgica de la que habla Gordimer? ¿Es ésa la razón de que viva tan recluido y ni siquiera dé a conocer su nombre de pila al mundo? ¿Ha dejado atrás Suráfrica, como intenta hacer el protagonista de Juventud? ¿Puede dejarla atrás? ¿Quiere hacerlo? ¿O será siempre la fuerza motriz de su trabajo?".
He aquí la respuesta que recibí de Coetzee: "Estimado señor Carlin: gracias por sus preguntas. Da la impresión de que no le ha gustado mucho Juventud, y es una lástima. Me he tomado la libertad de responder a su pregunta sobre la literatura española y después adjuntar respuestas que he dado recientemente a otros entrevistadores, que, entre otras cosas, le darán una idea de mi punto de vista sobre Juventud. Confío en que sea material suficiente para escribir su historia. Sinceramente, John Coetzee. Notas para John Carlin. EL PAÍS, noviembre de 2002. Literatura española He leído Don Quijote, la novela más importante de todos los tiempos, una y otra vez, como debe hacer todo novelista serio, porque contiene infinitas lecciones. En cuanto a la novela española contemporánea; Javier Marías es el único autor cuya obra conozco bien, uno de los mejores novelistas europeos de hoy, en mi opinión, y con una técnica magnífica. Conozco mejor la literatura latinoamericana que la de la península Ibérica y, en Latinoamérica, la poesía mejor que la ficción. Cuando era mucho más joven, Pablo Neruda era uno de mis ídolos. Primera entrevista En Juventud se advierte la importancia de las palabras como medio de adquirir cierta distancia de lo que llamamos realidad -que puede ser especialmente decepcionante para una persona joven- y el mundo tal como lo imaginamos. Los jóvenes,
sobre todo si son imaginativos, crean mundos propios, construidos en gran
medida a partir de sus lecturas (tal vez hablo de un mundo que ya pertenece
al pasado). Más adelante, a medida que la intensidad de su imaginación
va disminuyendo, casi todos se acomodan a la realidad, y eso puede suponer
traicionar a la imaginación. Algunos, los más obstinados,
mantienen la fe en la imaginación durante más tiempo. En las primeras páginas de Juventud aparece la frase 'las cosas rara vez son lo que parecen': ¿quiere eso decir que también una autobiografía es 'una ficción entre muchas posibles', aunque se refiera a una persona 'auténtica'? En la autobiografía,
parte de la historia que se nos cuenta la podemos comprobar en relación
con el mundo exterior, pero la mayoría es privada e imposible de
verificar. El que nos creamos la historia o no depende, en gran medida,
de la fe que tengamos en la veracidad del narrador. Que, a su vez, depende
de unas cualidades intangibles de su escritura: ¿'Parece' veraz?
Los autores de ficción pueden esforzarse en crear la impresión
de veracidad. El mejor ejemplo que conozco es Robinson Crusoe; el
libro resulta tan auténtico que, a lo largo del tiempo, muchos
lectores han creído que era una historia real, escrita por un hombre
llamado Robinson Crusoe. El personaje principal de Juventud, 'él', parece preparar su propia infelicidad ('La gente feliz no es interesante') porque tiene presente una especie de 'modelo' de lo que debe ser un artista, sobre todo en relación con el amor ('El arte no puede alimentarse sólo de privaciones, añoranzas y soledad. Debe haber también intimidad, pasión y amor). Lo que necesita hacer
es dejar de postergar las cosas y ponerse a escribir. Si consigue escribir,
el arte, o su compromiso con una vida artística, dejarán
de parecerle una cárcel. Si no trabaja y nunca promete escribir,
tal vez debería abandonar ese compromiso. También es bastante ingenua su actitud respecto a los lugares: escoge Londres, sobre todo por motivos 'literarios', pero tarda cierto tiempo en comprender que sigue siendo un extraño. Y lo mismo ocurre con Suráfrica, que le parece un entorno opresivo sólo mucho después de haberse ido. ¿Es el egocentrismo de una persona joven lo que le hace tener una 'actitud no política' -él mismo la define así- respecto a la realidad? Quizá. Por otro lado, es posible sencillamente que algunas personas, por su carácter, no tengan interés en la política. La política exige concesiones entre el idealismo y el pragmatismo que a algunas personas les pueden parecer poco atractivas e incluso repugnantes. Segunda entrevista ¿Cuáles son mis impresiones de Australia? Desde el principio sentí, de una forma difícil de explicar, una enorme atracción hacia la tierra y el paisaje. Yo procedo de Africa, donde la tierra suele tener un poder semejante sobre las personas, misterioso y empequeñecedor. Lo curioso es que también he vivido muchos años en Norteamérica, en todos sus rincones, pero su paisaje nunca me ha surtido un efecto comparable. Lo segundo que debo
decir es que siempre me ha impresionado el igualitarismo australiano,
la forma que tienen los australianos de relacionarse entre sí,
espontáneamente, creo, como iguales. Se podría decir que
cualquiera procedente de Suráfrica, con sus inmensas divisiones
sociales y raciales, tendría esa reacción. Pero, en mi experiencia,
el igualitarismo en Australia es sui géneris. Desde luego, es consecuencia
de una historia social concreta. Pero me parece admirable, en cualquier
caso. No estoy seguro de
lo que dejo atrás. Mejor dicho, supongo que lo averiguaré
sólo cuando pueda mirar atrás. ¿Qué echaré
de menos? Vivir en una sociedad muy políglota, tal vez: ir por
la calle y oír muchas lenguas distintas. Y echaré de menos
la Universidad de Ciudad del Cabo, de la que me jubilo dentro de unos
meses. No como institución, sino como un entorno en el que es posible
tener una relación totalmente natural con jóvenes guapos,
felices y seguros de sí mismos de todas las razas y procedencias,
con el mundo a sus pies. Es un privilegio que no todos los viejos tienen. Una de las cosas
que la gente no suele comprender de los escritores -los escritores serios,
por lo menos- es que uno no empieza por tener algo de lo que escribir
y entonces escribe sobre ello. Es el proceso de escribir propiamente dicho
el que permite al autor descubrir lo que quiere decir. Pregunta usted por qué soy popular. ¿De verdad soy popular? Si lo soy, es algo muy reciente. Recibo cartas de desconocidos -y, por supuesto, es un placer recibirlas- que me dicen que han leído libros míos y les han gustado; Esperando a los bárbaros, por ejemplo. Lo que es curioso es que no me enviaban esas cartas hace 20 años, cuando se publicó el libro. ¿Por qué no? No sé. Quizá hay libros que, en otro tiempo, no eran muy accesibles y ahora sí lo son. ¿Un cambio de gustos? Tercera entrevista Las novelas nacen de forma bastante misteriosa. Nunca he encontrado un buen motivo para tener curiosidad por su origen. Desde luego, yo no escribo 'sobre' cosas. En cuanto al elemento personal, no entiendo cómo la escritura de ficción puede no ser personal en cierto sentido, dado que surge totalmente de la cabeza (y el corazón) del autor. No creo que mis textos sean especialmente políticos (puedo estar equivocado). Mi gente vive en medio de la historia, sencillamente. Cuarta entrevista Es evidente que le interesa, V S. Naipaul: hizo una reseña de Half Life para The New York Review of Books en 2001. Como usted, Naipaul vino de las provincias para establecerse en Inglaterra, pero a él parece haberle resultado más fácil la adaptación. ¿Alguna vez piensa que Naipaul y usted son figuras comparables? ¿Que comparten más cosas que su situación en general, el haber venido de colonias remotas del Imperio Británico para encontrar su voz y situarse en el mundo? Es un error frecuente,
si me permite que lo diga, pensar que a los escritores les interesan,
sobre todo, otros escritores parecidos a ellos, o incluso que les interesan
sus contemporáneos. Mi interés por Naipaul no es demasiado
grande, y estoy seguro de que lo mismo le pasa a él conmigo. En
cuanto a Inglaterra, sólo viví allí unos años
y nunca he pensado en volver, mientras que Naipaul decidió establecerse.
Asentarse, que es una palabra cargada de significado en la política
poscolonial; el asentamiento y la adaptación de Naipaul a la madre
patria (Sir Vidia Naipaul y todo eso) es un acto de cuyo peso histórico
es plenamente consciente. En Desgracia, el ataque a la granja parece ser ad hoc, independiente. En el vecino Zimbabue, desde el pasado mes de agosto, los granjeros blancos tienen órdenes de evacuar sus propiedades. ¿Es concebible que puedan producirse en Suráfrica desahucios generalizados y patrocinados por el Gobierno, al estilo de los de Zimbabue? Es concebible, pero poco probable. La propiedad de la tierra es una cuestión emocional, tan emocional en Suráfrica como en Zimbabue; pero en los círculos del Gobierno surafricano no existe nada semejante al desprecio por el imperio de la ley que predomina en el Zimbabue de Mugabe".
JOHN CARLIN |
FOE
Pedro Incio |
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Capítulo introductorio de su libro sobre la censura Giving Offense | |
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Varios artículos esenciales para rastrear algunas claves de su obra, como el titulado Into the Dark Chamber: The Novelist and South Africa, dedicado a la reciente vigencia de la tortura en su país natal. Para acceder a las reseñas de sus libros en la sección literaria de The New York Times es necesario registrarse (gratuito). | |
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El texto de Amy Gutmann que sirve como prefacio a la edición inglesa de un libro tan singular como Las vidas de los animales, donde la ficción es sólo el atavío de una severa diatriba moral. | |
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"Desgracia y fortuna de J. M. Coetzee" es un apasionado artículo de Carlos Fuentes publicado por La Jornada Semanal en abril de 2000. En él proclama su entusiasmo por el escritor surafricano, al que conoció en México al invitarle al ciclo de conferencias Geografía de la novela". | |
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J M Coetzee en la Universidad de Chicago, sus palabras al recibir el premio Nobel | |
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J M Coetzee en la Universidad de Buffalo, recursos | |
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J M Coetzee en la Universidad de Stanford, recursos |
En la realización de este especial han colaborado Reyes de Miguel, Inés Blanca y Pedro Incio.