John Michael Coetzee
Duke of Deshonra (2001)


Nació en Ciudad del Cabo en 1940, hijo de un abogado y una maestra. Estudió en una escuela inglesa (su lengua materna) en las afueras de Worcester. Se graduó en Matemáticas y Lengua Inglesa por la Universidad de su ciudad natal; posteriormente, se trasladó a Londres, donde trabajó como programador de ordenadores. Sus recuerdos de la niñez y la juventud están recogidos en sus libros Infancia (1997) y Juventud (2002).

En 1965 abandonó la capital británica y puso rumbo a Estados Unidos, donde se doctoró en Lingüística y Literatura en la Universidad de Texas, en Austin. Allí se habían reunido grandes profesores en todos los campos del saber: de la literatura francesa, Roger Shattuk, Ricardo Gullón de la española, con visitas frecuentes de Borges, de Octavio Paz, o poetas como Alberto de la Cerda, Charles Olson o Robert Criley. En su centro para la investigación de las Humanidades, encontró Coetzee muchos datos para sus novelas, entre otros, los diarios y papeles de los exploradores americanos de África.

Después de tres años de experiencia docente en la Universidad estatal de Nueva York en Buffalo, regresó a Sudáfrica en 1971, donde fue profesor de literatura en la Universidad de Ciudad del Cabo hasta su jubilación.

Actualmente (desde 2002) vive en Australia y da clases en la Universidad de Adelaida, aunque pasa un semestre al año, desde hace siete, en la Universidad de Chicago, donde ha recibido la noticia de la concesión del Nobel.

De su vida privada sólo se sabe que está divorciado, tiene una hija, y es vegetariano y abstemio.

Ha trabajado como traductor y crítico literario y es colaborador de The New York Review of Books.

Aunque hasta 1974 no publicó su primera novela, Dusklands, su carrera está llena de galardones literarios: en 1977, con En medio de ninguna parte, ganó el premio de las letras sudáfricanas CAN, que también obtuvo por Esperando a los bárbaros (1980). Ha sido premiado dos veces con el Booker Prize; la primera por Vida y época de Michael K. (1983), con la que también ganó el Prix Étranger Femina, y la segunda por Desgracia (1999). También posee el Geoffrey Faber Memorial Prize, el James Tait Memorial Prize, el Jerusalem Prize y The Irish Times International Fiction Prize. En abril de 2001 se le concedió el I Premio Reino de Redonda y en octubre de 2003 se alza con el Premio Nobel de Literatura. Otras novelas suyas son: Foe (1986), El maestro de Petersburgo (1994) y La edad de hierro (1990).

Como crítico literario ha repasado en varios volúmenes (White Writing: On the Culture of Letters, Doubling the Point. Essays and Interviews, Giving Offense: Essays on Censorship) a multitud de autores, desde Osip Mandelstam y Zbigniew Herbert a Flaubert, Defoe, Dostoievski, Thomas Bernhard, Amos Oz o Naguib Mahfouz.

En Las vidas de los animales (1999), recoge las Conferencias de la Cátedra Tanner del curso 1997-1998, que pronunció en Princeton. Aquí aparece por primera vez el personaje de Elizabeth Costello, protagonista de su última novela.


Advertencia: Debido a la reserva y al misterio que rodean a Coetzee, los datos de esta biografía pueden acabar siendo desmentidos, como recientemente ha ocurrido con la casa leridana.

 

Dusklands, 1974

En medio de ninguna parte
, 1977
Mondadori, Barcelona, 2003.

Esperando a los bárbaros, 1980
Alfaguara. Madrid, 1989; Mondadori, Barcelona, 2003.

Vida y época de Michael K.
, 1983
Alfaguara, Madrid, 1987.

Foe, 1986
Alfaguara, Madrid, 1988.

La edad de hierro, 1990
Mondadori, Barcelona, 2002.

El maestro de Petersburgo
, 1994
Anaya & Mario Muchnick, Madrid, 1996; Grijalbo Mondadori, Barcelona, 2001.

Desgracia, 1999
Mondadori, Barcelona, 2000; Círculo de lectores, Barcelona, 2001.

Infancia, escenas de una vida de provincias, 1997
Mondadori, Barcelona, 2000.

Juventud, 2002
Mondadori. Barcelona, 2002.

Elizabeth Costello, 2003
Será publicada en España por Mondadori, en marzo del 2004.


A Land Apart: A Contemporary South African Reader, 1987

Las vidas de los animales, 1999
Mondadori, Barcelona, 2001.
White Writing: On the Culture of Letters in South Africa, 1988

Doubling the Point: Essays and Interviews
, 1992

Giving Offense: Essays on Censorship, 1996

Stranger Shores: Literary Essays (1986-1999)
, 2001





BIBLIOGRAFIA SOBRE/DE COETZEE


MONOGRAFIAS EN CASTELLANO


Campo Gómez, Jesús del
Tesoros, selvas y naufragios: de Stevenson y Conrad a Theroux y Coetzee.
Oviedo : Universidad, Servicio de Publicaciones , 1996.


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MONOGRAFIAS EN INGLES

Lundén, Bo.
(Re)educating the reader : fctional critiques of poststructuralism in Banville's Dr. Copernicus, Coetzee's Foe, and Byatt's Possession
Göteborg : Acta Universitatis Gothoburgensis , 1999. (Colección:
Gothenburg studies in English ; 73)

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ARTICULOS EN REVISTAS

Coetzee, J. M.
Gustafson, Richard F. Leo Tolstoy: Resident and Stranger. --
Comparative Literature 40 (1988) 185

Confession and Double Thoughts: Tolstoy, Rousseau, Dostoevsky.
-Comparative Literature 37 (1985) 193

The Comedy of Point of View in Beckett's Murphy. -- Faulkner studies
1952-1954

Ball, Stuart, "Baldwin and the Conservative Party: The Crisis of
1929-1931". -- Historian 52:1 (1989:Nov.) 112

The Manuscript Revisions of Beckett's "Watt". -- Journal of Modern
Literature 2:4 (1972:Nov.) 472-480

The Taint of the Pornographic: Defending (Against) "Lady Chatterley's
Lover". -- Mosaic 21:1 (1988:Winter) 1


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ARTICULOS SOBRE COETZEE

EN CASTELLANO

Campo, Jesús del
Las islas de "Foe": los aprendizajes de Susan Barton
Estudios humanísticos. Filologia: 1995, (17): 329-334

Suárez Castiñeira, María Luz
El mito de la isla en la literatura contemporánea
Letras de Deusto: 1995, 25 (68): 141-153

Carrera Suárez, Isabel
Más allá de Gran Bretaña y USA: las otras literaturas en inglés
Barcarola: revista de creacion literaria: 1988, (28): 249-258


EXTRANJEROS

Wohlpart, James
A (Sub) Version of the Language of Power: Narrative and Narrative Technique in J. M. Coetzee's "In the Heart of the Country"
Critique 35:4 (1994:Summer) 219

Gitzen, Julian
The Voice of History in the Novels of J. M. Coetzee
Critique 35:1(1993:Fall) 3

Post, Robert M.
The Noise of Freedom: J. M. Coetzee's Foe
Critique 30:3 (1989:Spring) 143

Post, Robert M.
Oppression in the Fiction of J. M. Coetzee
Critique 27:2 (1986:Winter) 67

Castillo, Debra a.
The Composition of the Self in Coetzee's Waiting for the Barbarians
Critique 27:2 (1986:Winter) 78

CORRECTION. -- Modern Fiction Studies 31:4 (1985:Winter) 721

Bishop, C. Scott
J. M. Coetzee's "Foe".
World Literature Today 64:1 (1990:Winter) 54

 

Fragmento de La edad de hierro
JM Coetzee

La televisión. ¿Por qué la veo? El desfile de políticos todas las noches: solamente tengo que ver esas caras toscas e inexpresivas, tan familiares desde la infancia, para sentir abatimiento y náuseas. Los matones de la última fila de pupitres de la clase, chavales torpes y huesudos, ya crecidos y ascendidos para gobernar la tierra. Con sus padres y sus madres, con sus tías y tíos, con sus hermanos y hermanas: una horda de langostas negras infestando el país, masticando sin cesar, devorando vidas. ¿Por qué los sigo mirando, si me llenan de horror y de asco? ¿Por qué dejo que entren en la casa? ¿Tal vez porque el reinado de la familia de langostas es la verdad de Suráfrica, y la verdad es lo que me pone enferma? Ya no se molestan en arrogarse legitimidad. Se han sacudido de encima la razón. Lo que los absorbe es el poder y el estupor del poder. Comer y beber, masticar vidas, eructar. El parloteo lento y con la barriga llena. Sentados en círculo, debatiendo pesadamente, emitiendo decretos como mazazos: muerte, muerte, muerte. Sin preocuparse por el hedor. Párpados pesados, ojos porcinos, iluminados por la astucia de generaciones de campesinos. Conspirando los unos contra los otros: lentas conspiraciones de campesinos que tardan décadas en madurar. Los nuevos africanos, hombres barrigones y de mejillas colgantes sentados en sillas de oficina: reyes Cetewayo y Dingaan con pieles blancas. Enormes testículos de toro apretados contra sus mujeres y sus hijos, apretando hasta que les quitan toda la chispa. Ya no queda ninguna chispa en sus propios corazones. Corazones lentos, pesados como pudines de sangre.

Y su mensaje estúpidamente invariable, siempre la misma estupidez. Su gesta, después de años de meditación etimológica sobre la palabra, es haber convertido la estupidez en virtud. Dejar estupefacto: despojar de sentimiento; aturdir, ofuscar, llenar de perplejidad. Estupor: insensibilidad, apatía, torpeza mental. Estúpido: con las facultades ofuscadas, indiferente, desprovisto de pensamiento o de sentimiento. De stupere, quedarse atónito o pasmado. Hay una relación de grado de estupor y estupefacción a estupidez, la esencia de la petrificación. El mensaje: que el mensaje no cambie nunca. Un mensaje que convierte a la gente en piedra.

 

 

Duque de Deshonra

Es bien sabido por cuantos lo conocieron, y también por quienes lo han leído, cuán exigente era Juan Benet en su estimación literaria. Ése es uno de los motivos, supongo, por los que, casi once años después de su muerte, todavía es frecuente leer u oír denuestos contra él por parte de numerosos escritores españoles (la mayoría autores de éxito, dicho sea de paso, y sin pretextos para el resentimiento). Pero la severidad del juicio de Benet no afectaba sólo a sus compatriotas, sino a sus contemporáneos en general. No es difícil imaginar, por tanto, que cada vez que elogiaba a alguien "nuevo", quienes lo tratábamos aguzáramos el oído, en la seguridad de que la alabanza no podía ser gratuita ni frívola ni obedecer a ninguna moda o razón espuria. Y además teníamos la vaga sensación de que se había producido un milagro. Y eso fue lo que sucedió con el surafricano Coetzee al poco de que Alfaguara publicase, aún en los años ochenta, sus primeros libros en español, Vida y época de Michael K. y Foe (el segundo, traducido excelentemente por un gran amigo mío, Alejandro García Reyes).

Benet y el esquivo Coetzee llegaron a conocerse en persona algo más tarde en algún congreso en el extranjero, e incluso hicieron leve amistad. Transcurrieron unos años en los que Coetzee dejó de ser publicado en España y, recurriendo a esa cruel frase tan propia de nuestros tiempos, "su nombre ya no sonaba" aquí. Salvo en labios de Benet, es decir, más bien tan sólo en privado.

Cuando en 2001 creé el Premio Reino de Redonda para escritores o cineastas exclusivamente extranjeros (el primero en nuestro país de estas características), preferí limitarme a organizarlo y financiarlo, y no votar. Así pues, el hecho de que recayera en Coetzee en su convocatoria inaugural no fue en modo alguno asunto mío, sino de los muy distinguidos jurados, con especial entusiasmo hacia el ganador, recuerdo, por parte de Pedro Almodóvar, Eduardo Mendoza y Juan Villoro. Este último, gran conocedor de su obra, tuvo la amabilidad de redactar las frases "institucionales" que acompañaron a la concesión.

Una vez producido el fallo, quedaba ponerse en contacto con el premiado, explicarle la loca historia de Redonda, confiar en que no me tomara por un chiflado y en que aceptara el galardón. Sabía de la aversión de Coetzee a muchas cosas mundanas (apenas si concede entrevistas, y no siempre se presenta a recoger sus premios), así que me dirigí a él con escasa esperanza, casi hecho a la idea de que nuestro invento iba a nacer con mal pie, pese al prestigioso jurado involucrado en él. Pero el profesor Coetzee contestó, desde la Universidad de Ciudad del Cabo (ahora vive en Australia), con una nota de agradecimiento de lo más cortés, y eligió llamarse en Redonda "Duke of Deshonra". "Aunque soy consciente", escribió, "tanto de la denotación como de las connotaciones de la palabra española 'deshonra', y a menos que usted considere que con ello trato a la compañía de Duques demasiado a la ligera, me adheriré a ese título, que me parece adecuadamente quijotesco".

Ahora le llega el Nobel a John Michael (o no se sabe si Maxwell) Coetzee, y uno no puede sino alegrarse por él, por la Academia sueca, por Redonda y por Juan Benet. Y también pensar que el mundo, pese a su tremendo desorden habitual, todavía se molesta de vez en cuando en poner en orden algún detalle. Frente a tantos exégetas de Coetzee como surgirán ahora, con mejores conocimientos que yo, sólo puedo decir, como mero lector suyo ya antiguo, que cada frase de las novelas de Coetzee tiene la extrañísima virtud de impelir fuertemente a pasar a la próxima, y también, a la vez, de hacer que uno desee demorarse en ella y lamente siempre abandonarla o dejarla atrás. No sé de ningún efecto mejor ni más noble al que pueda aspirar un escritor.

JAVIER MARÍAS
El País, 3 de octubre de 2003

 

Un inquietante y cálido frío

Cuando los duques de Redonda (y ríanse si quieren, porque un reino literario admite esa risa como virtud) dimos a J. M. Coetzee el primer premio del Reino de Redonda para creadores no españoles, en el año 2001, yo sólo sabía del hoy Premio Nobel que había nacido en Sudáfrica y que algunos amigos lo admiraban mucho. Habría podido decir aquello de "un escritor para escritores", que puede ser el inicio de una gran fama. Aunque casi todos hablaban de sus novelas (Esperando a los bárbaros o La edad de hierro), al saber que Coetzee había empezado a escribir sus memorias, como soy especialmente sensible a la autobiografía, leí Infancia, publicada en 1997. Ignoro por qué tanto en este tomo como en el siguiente, Juventud (2002), los editores españoles han suprimido el común subtítulo inglés: Escenas de una vida provinciana. ¿No es comercial?

Lo cierto es que tanto en Sudáfrica como de estudiante en Londres (donde ocurre el segundo tomo, ya trabajando con ordenadores) John Michael se siente un ser un tanto raro y aparte que comprende a los "afrikaaners" (los sudafricanos de origen holandés, marginados por los ingleses) como comprenderá luego a los emigrantes en la metrópoli. Aprendiz de poeta y de escritor que se siente provinciano -en Inglaterra las chicas no le prestan atención, quizá porque su persona todavía desprende cierto aire de torpeza colonial- Coetzee, que escribe su autobiografía en tercera persona, para mejor distanciarse, nos muestra la imagen de un muchacho y un joven después ardiente y solitario, existencialista y letraherido, que narra sus aventuras sentimentales o laborales y sus muchas lecturas con una lejanía que podría ser fría pero no lo es.

Su estilo es escueto y eficaz para que leamos la turbación del protagonista, su pequeña agonía, su proximidad al oprimido, sin ninguna sentimentalidad ni por nuestra parte ni por la suya. Como si todo lo que narrase fuera trivial, sin búsquedas llamativas. Dicen que Coetzee puede parecer distante y es silencioso. Eso aparenta su escritura, que admira a Beckett y a Kafka sin parecerse a ninguno. Coetzee escribe la autobiografía (dos tomos por hoy, que yo sepa, ambos traducidos ya al castellano) como si hablase de otro.

Pero su cercana extrañeza de sí mismo y del mundo -y su fervor a la par, su fervor por la inteligencia- es lo que nos hace sentirnos próximos y cordiales a un escritor que escruta la mendicidad humana y el horror del poder, como el sabio que investiga a unos insectos que lo tienen infectado. Una distante lejanía cordial. Fría, quizá, cuanto eficiente.

LUIS ANTONIO DE VILLENA
Duke of Malmundo

El Mundo, 3 de octubre de 2003


Cosmopolita

"No me extraña que le hayan dado el Nobel a Coetzee, porque es un gran escritor. Todos sus libros son buenos, y algunos, fuera de lo común; algunos pueden ser obras maestras. Ha escrito dos tomos autobiográficos extraordinarios. Es un gran critico y muy cosmopolita. Conoce muy bien la literatura alemana, sabe de filosofía, de poesía. Me alegro mucho de que le hayan premiado, aunque no hay que exagerar el hecho social del Nobel, y no lo digo en absoluto por el autor premiado ni por el premio, sino porque la literatura se ha vuelto tan mediática que ha hecho que el Nobel, que también ha sido mediático, pueda convertirse ahora en algo trivial. Quizá se deba a la pérdida de autoridad moral de la literatura, que lo arrastra todo, e incluso puede arrastrar Premio Nobel".

Declaraciones de EDUARDO MENDOZA (Duke of Isla Larga)
El País, 3 de octubre de 2003


Pedro Almodóvar
(Duke of Trémula), gran forofo suyo, comentó ayer: "me encanta que le den el Nobel a un escritor tan extraordinario como él, tan árido, tan duro y tan poco complaciente"

El País, 3 de octubre de 2003

 

Por persona interpuesta

Cuando un novelista ofrece a sus lectores una novela cuyo protagonista es un novelista, y la novela en realidad lleva por subtítulo Ocho lecciones, el lector tiende a torcer el gesto. Cabe suponer que nos aguarda una muestra de exhibicionismo de vedette literaria, pero Elizabeth Costello nada tiene que ver con semejante suposición. El personaje de la señora Costello, escritora nacida en Australia (1928) y famosa por su novela La casa de Eccles Street, donde exploraba la vida de Molly Bloom -sí, la del Ulises de Joyce- fuera del ámbito doméstico a que la habían circunscrito su marido y su amante, ya era conocido por ser suyas las dos lecciones de que constaba La vida de los animales. En esta nueva entrega añade Coetzee otras seis (más un colofón estremecedor) sobre asuntos muy variados, y siempre con un subtexto que corre por debajo de lo que aparentemente dice Elizabeth Costello. Con su cansancio y malhumor, con su desesperanza y su lucidez, Coetzee parece haber encontrado a la portavoz ideal para manifestar a las claras, por persona interpuesta, el equivalente a su madurez de lo que ya dijo, en tercera persona, en Infancia y Juventud. Si acaso, el lenguaje de la señora Costello es aún más austero y descarnado que el de ese otro narrador innominado sobre cuyas palabras tejía Coetzee una autobiografía transparente, que en este caso pone ya sin ambages en voz de otro (una mujer: lo más otro que existe para el hombre) para decir con sus palabras su verdad.

MIGUEL MARTÍNEZ-LAGE
(Traductor al español de algunas de las obras de J. M. Coetzee; actualmente vierte al castellano Elizabeth Costello.)
Blanco y Negro Cultural, ABC, 4 de octubre de 2003

 

La belleza sombría y descarnada

Uno de los mejores sin duda de nuestros días, lo cual es un acto de justicia que siempre significa una alegría para cualquier amante del orden en lo que a veces no se presenta tan categóricamente ordenado; incómodo, huraño, pero siempre espléndido, inesperado y fuera de cualquiera de los cánones o miradas de uso más fácil y transitado. J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) es también, a su vez, un gran y fino pensador de lo literario, de las letras universales, vorazmente analizadas y repasadas en varios volúmenes de crítica (Write Writing: On the Culture of Letters, Doubling the Point. Essays and Interviews, Giving Offense: Essays on Censorship) que daban repaso a multitud de autores, desde Osip Mandestam y Zbigniew Herbert a Flaubert, Defoe, Dostoievski, Thomas Bernhard, Amos Oz o Naguib Mahfouz. Pero a estas alturas, a varios días vista de una de las concesiones más inteligentes de los últimos años, junto a la del húngaro Imre Kertész, muchos se preguntarán aún qué es lo que hace precipitarse a un hombre, relativamente joven (63 años) para lo que suele ser la majestuosidad geriátrica del Nobel, hacia un galardón tan fuera siempre de todo cálculo. Un escritor además que no ha hecho sino crecer con cada uno de sus libros, por el contrario de una ley fatal que devora y jibariza a muchos de sus contemporáneos, ahogados por el peso implacable de un mercado que sentencia a talentos confirmados a la vez que a talentos sin tiempo ni siquiera de acabar de confirmarse. La coherencia continua, implacable, exigente, sin reposo, de Coetzee le hace un escritor, de entrada, fuera de todo lo habitual.

Un escritor, por otro lado, autor de novelas espléndidas como Esperando a los bárbaros o El maestro de Petersburgo, que no sólo proviene de un país con un pasado difícil de digerir, sino de un país con heridas aún supurantes y abiertas, como él periódicamente se encarga de recordar en diferentes pesadillas, desde su premiada con un Booker Prize por segunda vez (tras Life and Times of Michael K. de 1983), esa senda torturada, obsesiva y atroz que viola todo asomo de dignidad humana que era Desgracia, hasta la desolación terminal y fantasmagórica que rodeaba la acción de La edad de hierro.
Pero más allá de todo el trasfondo dramático, racial, humano y argumental, lo que, en primer lugar, hace único, insustituible hoy en día a Coetzee es la calidad y singularidad de su prosa, el insuperable estilo de sus líricas y sombrías parábolas existenciales, el sufrimiento y grandiosidad en la miseria y el sufrimiento de las voces narrativas utilizadas cada vez como un nuevo y apasionante reto, una audacia aún más ambiciosa, que se aleja completamente de todo lo anterior, en cada nueva obra. Un estilo frío, descarnado, limado y trabajado al escalpelo, que llega al hueso de oraciones, de infiernos y personajes, sobre todo al de uno: al de él mismo y su experiencia, convertida en tenebrosa y universal metáfora de todo lo aprendido. Mundos en los que él se incluye sin piedad, sobre todo en su iniciaa saga novelesca de memorias (Infancia, su incomparable obra maestra Juventud), en la que se desnuda con una lucidez cáustica, sin contemplaciones, incómoda incluso para el lector que presencia atónito y deslumbrado ese cruel y sincero autolinchamiento.

MERCEDES MONMANY
Blanco y Negro Cultural, ABC, 4 de octubre de 2003

Construir la conciencia

Cuando, en los años ochenta, apareció por primera vez un libro de J. M. Coetzee de la mano de Alfaguara (Vida y obra de Michael K.) tuve la impresión de estar ante un novelista de primera categoría que, poco a poco, iría creando en España, en torno a su obra, un selecto grupo de buenos lectores. Por esa razón se publicaron a continuación Foe, Esperando a los bárbaros y En el corazón del país. En aquel entonces, los intereses literarios del señor Coetzee parecían variados: la tremenda realidad surafricana estaba en sus libros ( Michael K. o En el corazón del país), pero también hace literatura dentro de la literatura. Como la historia de Susan Barton, una mujer abandonada en una isla del Atlántico donde encuentra a dos hombres, Robinson y Viernes, con los que convive hasta su liberación y que, al regresar a Londres, con Viernes como prueba de su aventura, se encamina a la casa de Daniel Defoe (Foe). O la del Magistrado que ve pasar los años desde su puesto fronterizo en los confines del imperio, en guerra con los bárbaros (Esperando a los bárbaros), que no deja de recordar el escenario de El desierto de los tártaros, aunque es bien distinta en tono e intención.

Ahora, J. M. Coetzee ha alcanzado la fama -la gloria la tenía ya para los lectores exigentes- gracias al premio más famoso del mundo; pero lo curioso es que un novelista casi de culto Como era él lo reciba cuando, por decirlo de manera coloquial, está de moda; no sólo en el mundo, claro, donde sus premios lo habían aupado considerablemente, sino en España. La decisión de Mondadori de editar su Desgracia fue seguida de nuevo por una apuesta por su obra, lo que quiere decir que cuando Coetzee da con un editor, lo convierte en adicto. La única excepción fue El maestro de Petersburgo, una novela extraña -y, a mi modo de ver, excesiva- que recogía la figura de Dostoievski más o menos disimulada. Editado por Plaza & Janés, no generó confianza, al parecer.

Antes de Desgracia, Coetzee ya se había probado en La edad de hierro, una novela en la que una mujer madura y atacada por el cáncer escribe a su hija, que ha salido del tormento que es Suráfrica. Un día la mujer descubre a un negro refugiado en su cobertizo y por ahí surgirá el encuentro con "el otro lado", en mitad del infierno que es el país. En Desgracia es un hombre el que no entiende lo que está ocurriendo con el país y con su hija -que es ya el "nuevo" país- a medida que las cosas cambian y el apartheid se acaba. Las dos novelas tiene una relación especular, pero ambas asientan lo mejor de Coetzee, lo que estaba en todas sus novelas anteriores, pero que ahora se planta y germina de modo definitivo en su Suráfrica natal.

Desde un principio, Coetzee ha trabajado sobre y desde la conciencia del individuo. Esa conciencia crece en el mundo, en los diversos escenarios que la obligan a plantearse el sentido de su existencia y de su deseo de sobrevivir. Susan Barton, Michael K., el Magistrado, el David de Desgracia, la mujer que escribe a su hija... sólo tratan de encajar en un mundo desencajado sin otra arma que la comprensión de su propia experiencia acuciada por la presión que el mundo ejerce en tomo a ellos. El talento de Coetzee logra siempre composiciones y personajes inolvidables. Quizá más realista, más pegado a la tierra -ya su tierra- en la segunda parte de su poderosa obra, el núcleo de trabajo, esa construcción de la conciencia, está presente en todas sus páginas. Foe o Desgracia, tan distintas, poseen la misma tensión, la misma coherencia, el mismo sentido de la supervivencia. Un gran escritor venido de la periferia geográfica del idioma inglés, como V. S. Naipaul o Derek Walcott.

JOSÉ MARÍA GUELBENZU
(Escritor, fue el primer editor español de su obra)
El País,
3 de octubre de 2003

El director del departamento de inglés
de la Universidad de Ciudad del Cabo (UCT) Stephen Watson, ha querido apuntar que Coetzee es "el gran heredero de Kafka", felicitando a su compatriota por el galardón. "Coetzee tiene la capacidad de resaltar, como pocos de sus contemporáneos han hecho, algunas de las más imponderables cuestiones de la existencia", dijo Watson de su amigo, con quien compartió durante 30 años la cátedra del idioma inglés en la UCT. Sobre su talante como intelectual, su colega ha querido destacar que "Era de una presencia intelectual tan formidable que no podía ser popular en el sentido común de la palabra, pero la admiración por él era increíble", puntualizó el catedrático.

Su editor Stephen Johnson, director general de Random House South Africa, que distribuye sus libros -publicados por la misma compañía en el Reino Unido- dijo que la casa editora está "muy emocionada". "Para un autor es un extraordinario prestigio ser premiado con el Nobel, pero este hombre (Coetzee) es un genio que dice tanto con pocas palabras", afirmó el editor.

El crítico literario más influyente de Alemania, Marcel Reich Ranicki, ha calificado la concesión del Premio Nobel de Literatura a John Maxwell Coetzee de "decisión sensata" y dijo que el sudafricano es un autor digno de tomar en cuenta.


El Mundolibro, 3 de octubre de 2003



La única razón por la que Coetzee ha roto su silencio es su vinculación con la Universidad de Buffalo: allí no sólo dio clases a principios de los años 70, sino que participó en las manifestaciones anti-Vietnam, fue arrestado con otros 44 profesores y casi deportado de los Estados Unidos. Treinta años después, le han dedicado una semana de conferencias y exposiciones en torno a su obra como homenaje. Sólo por eso ha concedido esta entrevista a un periodista del Buffalo News, realizada por correo electrónico. Por qué Coetzee rechaza cualquier tipo de entrevista, incluso a la hora de promocionar sus libros. En una ocasión, el periodista le hacía las preguntas y Coetzee contestaba, delante de él, por escrito y sin mediar palabra. En otra se negó a desvelar incluso lo que significaba la M. de su nombre. (Por cierto, es M. de Maxwell).

Dicen que es capaz de permanecer sentado junto a ti durante horas sin decir palabra. Hay colegas suyos que dicen que sólo le han oído reír una vez. Y no falta quien lo compara con Salinger por su carácter tan esquivo como enigmático.

Lo cierto es que la abundancia e inquietud de la imaginación de Coetzee son tan legendarias como su obra, con libros esenciales como Desgracia, Las vidas de los animales, Esperando a los bárbaros, Vida y época de Michael K. o Infancia. Aunque su escritura oscila ampliamente en cuanto a temática y clima, está toda ella marcada por una prosa transparente y dura como un diamante. Y a la vez que rechaza las polémicas de todo tipo, nunca da la espalda a los temas moralmente difíciles.

 

¿Quedó desilusionado con los Estados Unidos?

La razón de mi partida fue más prosaica. Tras mi arresto, mi situación legal como extranjero en Estados Unidos -y también la situación legal de mi esposa y mis hijos- se hizo sencillamente insostenible.


Desde Las vidas de los animales, los derechos de los animales, la conciencia animal y la vida del espíritu aparecen en sus novelas. Primero, están las conferencias de Elizabeth Costello en Las vidas de los animales sobre los filósofos, los poetas y los animales, y en Desgracia David Lurie intenta enmendar su vida trabajando en un refugio para animales. ¿Es algo realmente nuevo en su pensamiento?

Nostalgia del Imperio

He tenido estas preocupaciones muchos años. En ese sentido no son un acontecimiento nuevo. Pero no ocuparon un lugar destacado en mi escritura hasta hace poco.

Usted empezó escribiendo en el New York Review of Books sobre escritores y temas que parecían muy comprometidos. Política surafricana, literatura británica. Pero luego empezaron a aparecer ensayos sobre escritores internacionales, como Musil y Naguib Mahfuz. ¿Se trata de su esfuerzo por entrar en un diálogo más amplio con la literatura mundial o el descubrimiento del NYRB de que usted puede asumir y absorber obras literarias completas?

He sido un oyente de radio desde que tengo memoria (hablo ahora de música). Me gusta no saber qué vendrá a continuación, Mahler o melodías gitanas o Hildegarde von Bingen. Me gusta la aleatoriedad. Algo parecido pasa con el New York Review of Books. Me gusta ver todo lo nuevo que surge. No forma parte, desde luego, de un proyecto a gran escala.

Comenzando probablemente con Skvorecky en 1996 y más recientemente con Italo Svevo, Joseph Roth, Paul Celan, Robert Musil, Sándor Marai, Robert Walser y Franz Kafka, usted centra su atención en los escritores de Europa occidental y central, o bien de entreguerras o anteriores a la guerra, testigos de la ruptura del Imperio Austrohúngaro. ¿Tiene la Europa de los Habsburgo alguna resonancia especial para usted?

Supongo que, tras la publicación de Esperando a los bárbaros, me clasificaron como cierto tipo de escritor de fin de imperios, y por tanto me asignaron los libros del imperio de los Habsburgo. No llegué a hacer reseñas de Kafka y Rilke y la otra gente que usted nombra por vía académica, que es la más habitual. No soy un especialista en literatura alemana, aunque sepa algo de alemán. Pero tomando su pregunta en su sentido más amplio, creo que hoy día todos recordamos a los Habsburgo con cierta añoranza. ¿Cómo consiguieron mantener unido ese mosaico demencial de alemanes, eslavos, italianos, magiares, musulmanes, judíos, cristianos occidentales y cristianos orientales durante tanto tiempo, y en el proceso hacer tales contribuciones enormes en filosofía, ciencia y artes?


Trucos del aprendiz de artista

Para enlazar esto con Juventud, su novela más reciente en forma de memorias, encontramos a su protagonista, John, cuando no se siente perdido o desgraciado, fortaleciendo su intelecto para grandes empresas como leerse obras enteras, como por ejemplo la de Ford Madox Ford. ¿Debemos interpretar que John desarrolla hábitos mentales -la absorción de obras completas de autores- que más tarde le serán muy útiles, y quizás a usted también?

Bueno, John quiere ser artista, y como aprendiz de artista eso significa para él no sólo descubrir cómo escribir poemas sino también descubrir cómo viven los artistas, cómo consiguen poner tanto romance, pasión y emoción en sus vidas (al menos, eso se rumorea). Aparte de eso, yo no daría más importancia al hecho de, como usted dice, leerse la obra completa de un autor. Es cierto que muchas personas, cuando se interesan en un escritor o escritora en particular, leen todas las obras suyas que encuentran.


De nuevo, pensando en Juventud, veo a John resistiéndose a la mentalidad provinciana de la cultura literaria inglesa en favor de las mayores corrientes de la cultura mundial: Brodsky, Zbigniew Herbert, Neruda, Dostoievski y Beckett, las películas de Antonioni, Bergman, la pintura de Motherwell, la música de Bach. ¿Su decepción con Inglaterra le abre las puertas del resto del mundo?

No funciona exactamente así. A pesar de su educación colonial, cuando llega a Inglaterra descubre que sus intereses son más amplios y más modernos que los que reinan en esa pequeña isla cerrada. Pero la Inglaterra de principios de la década de 1960 ya estaba empezando a tender la mano sin descanso al gran mundo.


Sufrimiento innecesario

Por lo que he leído del libro, a pesar del sufrimiento de John, la década de los 60 en Londres parece ser una época fértil, cuando está absorbiendo cultura como una esponja, quizás incluso gracias al sufrimiento. ¿Voy bien encaminado?

Sí, ciertamente, aunque dudo que el sufrimiento deba recomendarse como el marco mental adecuado para absorber cultura.


Naipaul le resulta interesante: usted hizo la reseña de Media vida para el New York Review of Books en 2001. Como usted, él vino de las provincias a Inglaterra, pero parece haber tenido un camino más fácil para adaptarse. ¿Cree que usted y Naipaul son reflejo el uno del otro, como escritores que comparten algo más que los rasgos genéricos de sus situaciones respectivas: que ambos vinieron desde reductos del Imperio Británico para encontrar sus voces?

Es un error generalizado, si me perdona el decirlo, pensar que los escritores están más interesados en escritores semejantes a ellos, o incluso pensar que los escritores están muy interesados en sus contemporáneos. Mi interés por Naipaul no es muy profundo, y estoy seguro de que lo mismo cabe decir de él respecto de mí. En cuanto a Inglaterra, permanecí allí sólo durante unos años y jamás he pensado en volver, mientras que Naipaul eligió establecerse. Poblador es una palabra llena de significado en la política poscolonial, y el establecimiento de Naipaul y su adaptación a la Madre Patria (Squire Naipaul, Sir Vidia Naipaul, etc.) es un acto de cuyo peso histórico él es consciente.


Creo que a partir del año 2004 el premio Booker estará abierto a los escritores estadounidenses y a los de la Commonwealth. ¿Qué le parece?


Si lo que dice es cierto, estaría encantado. La razón para excluir a los escritores estadounidenses ha tenido más que ver con la estructura de la industria editorial, con la división del mundo de habla inglesa en dos "territorios", uno con Londres por capital, el otro con Nueva York, que con cuestiones de principio.

 

Mark Shechner
El Cultural, El Mundo, 14 de noviembre de 2002

JOHN M. COETZEE: La palabra animal

J.M. Coetzee es uno de esos genios que padecen el síndrome de Greta Garbo. Desea que se le quiera por su arte, pero sólo por su arte. El prefiere mantenerse apartado del mundo. Es un ermitaño tan terco que hace dos años, cuando obtuvo por segunda vez el mayor galardón literario del Reino Unido, -el Premio Booker-, por su novela Desgracia, no se molestó en ir a recogerlo en persona. Nadie había ganado jamás dicho premio en dos ocasiones, pero él envió a su agente.

Ahora se publican en español dos nuevos libros suyos, Juventud (su obra más reciente) y La edad de hierro, que escribió hace 13 años, durante los últimos días del apartheid. Parecía lógico -no probable, pero lógico- que el surafricano, que en la actualidad divide su tiempo entre Estados Unidos y Australia, pudiera estar interesado en promover un poco su obra en el mercado de lengua castellana y, tal vez, que quisiera conceder una entrevista a EL PAÍS. Aun así, me sorprendió que respondiera, y en seguida, a un primer correo electrónico que le envié de forma tentativa y que él recibió en algún lugar de Estados Unidos. "Gracias por su ofrecimiento de una entrevista, pero no hago entrevistas en persona", escribió Coetzee (pronúnciese "Cutsía"). "Por correo electrónico es otra cosa, siempre que no me quite mucho tiempo".

La respuesta era más prometedora de lo que se podía esperar dada la reputación que tiene el autor de Esperando a los bárbaros, incluso entre quienes le conocen bien, de ser distante, susceptible y desagradable. Era nada menos que una invitación a que le enviara unas preguntas; y eso significaba, seguramente, que estaba dispuesto a considerar la idea de responder, al menos a un par de ellas.

Le envié lo siguiente: "Me pide (cosa perfectamente razonable) que no le quite demasiado tiempo. Lo que voy a hacer es enviarle varias preguntas y dejar que usted decida si quiere contestarlas, y cuáles. Son éstas:

'Desconcertante' es una palabra que se usa con frecuencia para calificar su obra. Nadine Gordimer habla de que su visión llega al 'centro neurálgico del ser'. Mario Vargas Llosa dijo que Desgracia era 'estremecedora'. ¿De dónde obtiene usted esa lacerante lucidez?

¿Qué autores han influido más en su trabajo? ¿Ha leído a muchos autores de lengua española? ¿Quién le gusta y por qué (explicado brevemente, por supuesto)?

La fuerza de su escritura nace, en gran parte, de su situación de hombre blanco en África y afrikáner progresista durante el apartheid; ¿escribir le ha servido para liberarse de las garras de esas contradicciones?

En La edad de hierro, tal vez su libro más explícitamente político, habla sobre los gobernantes afrikáner del país: '...la humillación de la vida que vivimos bajo su mando... como si nos arrodilláramos y nos orinaran encima'. ¿Acaso los surafricanos blancos están condenados a vivir perseguidos por los horrores hechos en su nombre, o es posible la redención?

Al reflexionar hoy, después del apartheid, sobre La edad de hierro, escrita en aquella época, ¿qué siente? ¿Orgullo por la aportación política que hizo? ¿Todavía piensa sobre aquellos días y recuerda con la misma repugnancia a los dirigentes del volk, con sus 'corazones tan pesados como una morcilla'?

Su estilo como novelista parece emanar directamente del paisaje surafricano, 'un lugar de luz rotunda e implacable' (La edad de hierro) ¿Está de acuerdo?

¿Juventud es una novela o una biografía?

El protagonista de Juventud cita el exilio de Ezra Pound y, de paso, insiste en que la infelicidad es indispensable para el arte. ¿Es ésa su opinión? ¿O tal vez la infelicidad no engendra más que un arte infeliz?

Al aspirante a escribir Juventud le cuesta terriblemente llenar una hoja de papel. ¿Le sigue resultando difícil la escritura? ¿Tan difícil como antes?

'Los artistas nunca pueden estar totalmente presentes ante el mundo: siempre deben tener un ojo puesto en su interior', escribe usted en Juventud. ¿Es así? ¿Es eso lo que necesita hacer para adquirir la visión neurálgica de la que habla Gordimer? ¿Es ésa la razón de que viva tan recluido y ni siquiera dé a conocer su nombre de pila al mundo?

¿Ha dejado atrás Suráfrica, como intenta hacer el protagonista de Juventud? ¿Puede dejarla atrás? ¿Quiere hacerlo? ¿O será siempre la fuerza motriz de su trabajo?".

 

He aquí la respuesta que recibí de Coetzee:

"Estimado señor Carlin: gracias por sus preguntas. Da la impresión de que no le ha gustado mucho Juventud, y es una lástima. Me he tomado la libertad de responder a su pregunta sobre la literatura española y después adjuntar respuestas que he dado recientemente a otros entrevistadores, que, entre otras cosas, le darán una idea de mi punto de vista sobre Juventud. Confío en que sea material suficiente para escribir su historia. Sinceramente, John Coetzee.

Notas para John Carlin. EL PAÍS, noviembre de 2002.

Literatura española

He leído Don Quijote, la novela más importante de todos los tiempos, una y otra vez, como debe hacer todo novelista serio, porque contiene infinitas lecciones. En cuanto a la novela española contemporánea; Javier Marías es el único autor cuya obra conozco bien, uno de los mejores novelistas europeos de hoy, en mi opinión, y con una técnica magnífica.

Conozco mejor la literatura latinoamericana que la de la península Ibérica y, en Latinoamérica, la poesía mejor que la ficción. Cuando era mucho más joven, Pablo Neruda era uno de mis ídolos.

Primera entrevista

En Juventud se advierte la importancia de las palabras como medio de adquirir cierta distancia de lo que llamamos realidad -que puede ser especialmente decepcionante para una persona joven- y el mundo tal como lo imaginamos.

Los jóvenes, sobre todo si son imaginativos, crean mundos propios, construidos en gran medida a partir de sus lecturas (tal vez hablo de un mundo que ya pertenece al pasado). Más adelante, a medida que la intensidad de su imaginación va disminuyendo, casi todos se acomodan a la realidad, y eso puede suponer traicionar a la imaginación. Algunos, los más obstinados, mantienen la fe en la imaginación durante más tiempo.

En las primeras páginas de Juventud aparece la frase 'las cosas rara vez son lo que parecen': ¿quiere eso decir que también una autobiografía es 'una ficción entre muchas posibles', aunque se refiera a una persona 'auténtica'?

En la autobiografía, parte de la historia que se nos cuenta la podemos comprobar en relación con el mundo exterior, pero la mayoría es privada e imposible de verificar. El que nos creamos la historia o no depende, en gran medida, de la fe que tengamos en la veracidad del narrador. Que, a su vez, depende de unas cualidades intangibles de su escritura: ¿'Parece' veraz? Los autores de ficción pueden esforzarse en crear la impresión de veracidad. El mejor ejemplo que conozco es Robinson Crusoe; el libro resulta tan auténtico que, a lo largo del tiempo, muchos lectores han creído que era una historia real, escrita por un hombre llamado Robinson Crusoe.

El personaje principal de Juventud, 'él', parece preparar su propia infelicidad ('La gente feliz no es interesante') porque tiene presente una especie de 'modelo' de lo que debe ser un artista, sobre todo en relación con el amor ('El arte no puede alimentarse sólo de privaciones, añoranzas y soledad. Debe haber también intimidad, pasión y amor’).

Lo que necesita hacer es dejar de postergar las cosas y ponerse a escribir. Si consigue escribir, el arte, o su compromiso con una vida artística, dejarán de parecerle una cárcel. Si no trabaja y nunca promete escribir, tal vez debería abandonar ese compromiso.

También es bastante ingenua su actitud respecto a los lugares: escoge Londres, sobre todo por motivos 'literarios', pero tarda cierto tiempo en comprender que sigue siendo un extraño. Y lo mismo ocurre con Suráfrica, que le parece un entorno opresivo sólo mucho después de haberse ido. ¿Es el egocentrismo de una persona joven lo que le hace tener una 'actitud no política' -él mismo la define así- respecto a la realidad?

Quizá. Por otro lado, es posible sencillamente que algunas personas, por su carácter, no tengan interés en la política. La política exige concesiones entre el idealismo y el pragmatismo que a algunas personas les pueden parecer poco atractivas e incluso repugnantes.

Segunda entrevista

¿Cuáles son mis impresiones de Australia? Desde el principio sentí, de una forma difícil de explicar, una enorme atracción hacia la tierra y el paisaje. Yo procedo de Africa, donde la tierra suele tener un poder semejante sobre las personas, misterioso y empequeñecedor. Lo curioso es que también he vivido muchos años en Norteamérica, en todos sus rincones, pero su paisaje nunca me ha surtido un efecto comparable.

Lo segundo que debo decir es que siempre me ha impresionado el igualitarismo australiano, la forma que tienen los australianos de relacionarse entre sí, espontáneamente, creo, como iguales. Se podría decir que cualquiera procedente de Suráfrica, con sus inmensas divisiones sociales y raciales, tendría esa reacción. Pero, en mi experiencia, el igualitarismo en Australia es sui géneris. Desde luego, es consecuencia de una historia social concreta. Pero me parece admirable, en cualquier caso.

No estoy seguro de lo que dejo atrás. Mejor dicho, supongo que lo averiguaré sólo cuando pueda mirar atrás. ¿Qué echaré de menos? Vivir en una sociedad muy políglota, tal vez: ir por la calle y oír muchas lenguas distintas. Y echaré de menos la Universidad de Ciudad del Cabo, de la que me jubilo dentro de unos meses. No como institución, sino como un entorno en el que es posible tener una relación totalmente natural con jóvenes guapos, felices y seguros de sí mismos de todas las razas y procedencias, con el mundo a sus pies. Es un privilegio que no todos los viejos tienen.

Una de las cosas que la gente no suele comprender de los escritores -los escritores serios, por lo menos- es que uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello. Es el proceso de escribir propiamente dicho el que permite al autor descubrir lo que quiere decir.

Pregunta usted por qué soy popular. ¿De verdad soy popular? Si lo soy, es algo muy reciente. Recibo cartas de desconocidos -y, por supuesto, es un placer recibirlas- que me dicen que han leído libros míos y les han gustado; Esperando a los bárbaros, por ejemplo. Lo que es curioso es que no me enviaban esas cartas hace 20 años, cuando se publicó el libro. ¿Por qué no? No sé. Quizá hay libros que, en otro tiempo, no eran muy accesibles y ahora sí lo son. ¿Un cambio de gustos?

Tercera entrevista

Las novelas nacen de forma bastante misteriosa. Nunca he encontrado un buen motivo para tener curiosidad por su origen. Desde luego, yo no escribo 'sobre' cosas. En cuanto al elemento personal, no entiendo cómo la escritura de ficción puede no ser personal en cierto sentido, dado que surge totalmente de la cabeza (y el corazón) del autor. No creo que mis textos sean especialmente políticos (puedo estar equivocado). Mi gente vive en medio de la historia, sencillamente.

Cuarta entrevista

Es evidente que le interesa, V S. Naipaul: hizo una reseña de Half Life para The New York Review of Books en 2001. Como usted, Naipaul vino de las provincias para establecerse en Inglaterra, pero a él parece haberle resultado más fácil la adaptación. ¿Alguna vez piensa que Naipaul y usted son figuras comparables? ¿Que comparten más cosas que su situación en general, el haber venido de colonias remotas del Imperio Británico para encontrar su voz y situarse en el mundo?

Es un error frecuente, si me permite que lo diga, pensar que a los escritores les interesan, sobre todo, otros escritores parecidos a ellos, o incluso que les interesan sus contemporáneos. Mi interés por Naipaul no es demasiado grande, y estoy seguro de que lo mismo le pasa a él conmigo. En cuanto a Inglaterra, sólo viví allí unos años y nunca he pensado en volver, mientras que Naipaul decidió establecerse. Asentarse, que es una palabra cargada de significado en la política poscolonial; el asentamiento y la adaptación de Naipaul a la madre patria (Sir Vidia Naipaul y todo eso) es un acto de cuyo peso histórico es plenamente consciente.

En Desgracia, el ataque a la granja parece ser ad hoc, independiente. En el vecino Zimbabue, desde el pasado mes de agosto, los granjeros blancos tienen órdenes de evacuar sus propiedades. ¿Es concebible que puedan producirse en Suráfrica desahucios generalizados y patrocinados por el Gobierno, al estilo de los de Zimbabue?

Es concebible, pero poco probable. La propiedad de la tierra es una cuestión emocional, tan emocional en Suráfrica como en Zimbabue; pero en los círculos del Gobierno surafricano no existe nada semejante al desprecio por el imperio de la ley que predomina en el Zimbabue de Mugabe".

 

JOHN CARLIN
El País, Babelia, 30 de noviembre de 2002

 

 

FOE

Yo leí Foe de Coetzee en un hotel de la Costa Brava, muy cerca de Figueras, durante dos días del verano del año pasado, tumbado al sol de junio, entre los petardos de San Juan y mi onomástica con bengalas de colores. Los niños jugaban en la piscina y mi mujer se reía con Wodehouse y el autoestopista galáctico ese. Así fue, simple, pero también podría comenzar de otra manera, erudita, libresca, patricia. Por ejemplo:

Descubrí al último Premio Nobel hace ya muchos años, cuando seguía con interés todo lo que publicaba Alfaguara. En “Literatura Alfaguara” leía a mis autores favoritos: Faulkner, Benet, Modiano, Bernhard, tan bien escogidos por la editorial más selecta, donde también aparecían Maquiavelo y Sterne y Ausias March y la Biblia del Oso. En la colección “Nueva Ficción Nostromo” Jaime Salinas daba una primera oportunidad a autores como Merino, Millás o Gándara. Fue entre esos libros donde Javier Marías se negó a editar El monarca del tiempo, consiguiendo que saliese en la otra serie, la buena, al lado de la baronesa Blixen y Maurice Blanchot. Por esa época, en un empacho de clásicos, entre la Historia de Florencia y el Joseph Andrews, compré un libro sencillo, poco más de ciento páginas. El autor aparecía como profesor de literatura, lingüista y crítico literario; de su obra se decía que era literatura sobre literatura; el protagonismo del mito pasaba a una mujer; y en la cubierta nos hablaban de negritud aplastada y de mutilación.

Pero no fue así, en los años ochenta, de esos libros sólo me interesaban Marguerite Yourcenar, Cortázar y Walter Benjamin. A los otros autores los leí después: Cheever, Juan Benet, Javier Marías, Modiano. Escritores que conocía, pero no había leído, tenían fama de difíciles. De todos los citados únicamente sabía de William Faulkner: había flipado con Las palmeras salvajes en una edición sudamericana y alucinado con el Gambito de caballo de Alianza.

Antes de Foe ya había leído Desgracia, y podría decir que me encantó si eso no supusiese un oxímoron; también había comenzado El maestro de Petersburgo, decepcionante. Después, he ido leyendo todos los libros del autor sudafricano y admiro sobre todo la delicadeza de Juventud -con ese Londres salido de “Blow up”- y la férrea dureza de La edad de hierro; y espero con impaciencia esa siniestra boutade que parece que será su nueva historia. Pero volvamos a la isla.

El libro lo tengo ahora aquí a mi lado y comparo la austera belleza de los primeros volúmenes de la editorial con el colorido de los títulos actuales del grupo Santillana -sólo les faltan letras doradas en relieve. Libros sobrios, de un azul malva y un gris claro, con una tipografía desleída en las cubiertas, como de moldes gastados, y un sobrio ornamento interior repetido; la encuadernación imita las tapas en tela de los cincuenta, pero no tiene su dureza, y con el tiempo se ha ido fatigando; también el cosido cede y acaban mareados tras un par de viajes. Pero volvamos a la Costa Brava.

El hotel estaba aislado, entre la costa que no es océana y unos Pirineos que, poco a poco, como influidos por el seny, abandonan la rauxa alpina y van uniéndose al mar. Nos pasábamos la mañana en la piscina con otras familias, todos franceses, y parejitas de enamorados. Me lo cepillé –el libro- en dos mañanas, entre baño y baño, a la sombra de esos pinos de tronco espigado que abundan por allí, tan distintos de los míos, los cuales no te dejan ver el bosque. Coetzee compartió tumbona y cloro con Proust (siempre llevo la recherche de viaje: letra pequeña, papel biblia, sin diálogos ni puntos y aparte: horas y horas en un neceser) y Modiano. Había sido mi último descubrimiento: un escritor sutil, ese mundo perdido, de canallas patéticos y delatores inocentes, donde las bodas eran una manifestación contra el nazismo; me gusta su universo infantil, porque en realidad el pasado es lo único que existe y nuestro ser pertenece a la niñez.

*****



“En toda historia siempre hay, en mi opinión, algún silencio, alguna mirada oculta, una palabra que se calla. Hasta que no hayamos dado expresión a lo inefable no habremos llegado al corazón de la historia”

JM


Foe nos habla del mito del hombre perdido y también del mundo de las lecturas de la infancia, cuando en versiones ilustradas aparecía el viejo Robinson con un jovencito Viernes, como si fuesen una versión extranjera del Capitán Trueno y Crispín. Parece como si en el mundo moderno el hombre sintiese una imperiosa necesidad de volver a los mitos. Los escritores contemporáneos los utilizan, destruyéndolos, para crear mitemas acordes con el espíritu de nuestro tiempo. A tiempos nada heroicos, robinsones nada heroicos, o bien ya contradictorios como Marlowe, hasta malditos como Kurtz.

Foe se puede encajar en la literatura de viajes y también en lo que se llaman “robinsonadas”, En ambos casos estamos ante una de las versiones de la novela de aprendizaje. La robinsonada es un tipo de libros que han ido apareciendo en este siglo. Desde Suzanne et le Pacifique (1935) de Jean Giraudoux a La Costa de los Mosquitos (1981) de Paul Theroux, pasando por Cefalú (1947) de Durrell o Los Premios de Julio Cortázar.

Estas obras desplazan la idea del paraíso terrenal e invierten el paradigma bíblico de Defoe; mientras el arquetipo imita al Génesis, sus epígonos anuncian el Apocalipsis. Usan trama y lenguaje con ironía para mostrar cómo el hombre es incapaz de redención y cuánto el progreso moral no corre paralelo al de la humanidad; la ciencia y la civilización no nos propulsan a una mejora. Como decía Franz Kakfa, creer en el progreso no significa pensar que esté ocurriendo, tampoco que haya sucedido encore, acaso ni siquiera lleguemos a presenciarlo.

El mundo de las nuevas islas refleja el desorden espiritual y la incapacidad de nuestra época; los robinsones son una muestra de la esterilidad de la cultura. Nuestro mundo es el peor de los mundos posibles, como dijo Schopenhauer, pero es el único que tenemos, y el ser humano ha de arreglárselas en y con él. No hay renacimiento espiritual en las nuevas versiones del mito; es la destrucción del mítico viaje en donde el héroe emprendía un camino desde la ignorancia al conocimiento, de la oscuridad a la luz; si bien hay que destacar que en Foe al final brilla la luz del pensamiento poético.

En Foe la cuestión principal no es mostrar la imposición de una raza sobre otra, con el consiguiente aplastamiento colonial de una determinada visión del mundo, sino el proceso psíquico que hace que esa invasión tenga -está teniendo- lugar y también la inquietante deducción de que el puesto de agresor es accesible a cualquiera, quizás también al agredido. En Foe se invierte la visión ideal de la benevolencia humana, aparece en su lugar el mito adaptado a la realidad de Sudáfrica, el tema del apartheid, la opresión social y política del país del autor.

Foe se inscribe también en otra tipología literaria: el relato de viajes, la búsqueda de un mundo feliz -o no-, cada vez más remota en un tiempo difícil y con un héroe progresivamente degradado: desde La isla del tesoro a El corazón de las tinieblas. Novelas que tratan procesos de aprendizaje: separación, iniciación y retorno. Al final, se reconoce, con Kavafis, que era el camino lo que importaba (y no está de más hacer alusión a que “Entre los bárbaros” es un poema del griego). Ya Cruso, con su trabajo en las terrazas -tan Auster- ha descubierto que es la tarea en sí lo que importa, y no su rentabilidad futura e improbable.

Foe
representa por un lado la culminación de esos relatos anteriores en el hecho de que su personaje central esté asumido por el visitante, quien, tradicionalmente había quedado al margen. Además en la novela se trata de una mujer: Susan es Ariadna, pero también la Psique de Cupido. Como en la fábula de Apuleyo, la luz es fundamental para el descubrimiento y el encubrimiento. En Foe la vela al principio es necesaria; después, en la isla la mujer prescinde de ella; en la casa de Londres un cabo ilumina sus cartas; pero durante la revelación del último capítulo, la Musa lleva una vela, primero encendida y luego colgando del cuello, apagada. La mujer es la Musa, y en un párrafo muy extenso se nos habla de ello.


La obra de Coetzee representa también una consumación en cuanto al comportamiento de los agentes ambientales, que reducen al límite su colaboración con el viajero, la isla es inhóspita, se convierte en una metáfora –o un símil- de Sudáfrica. También es el coronamiento del proceso de aprendizaje, porque en Foe lo que importa es el retorno, de hecho, es un viaje de regreso.

El carácter reivindicativo de Foe se propone descodificar la verdad del colonizador dejando al relato de viajes progresivamente despojado de defensas, reduciéndolo a un esquema puro, y así poder preguntar qué es la verdad. Al tratarse de una novela escrita por un sudafricano, ese tono de reproche implica un valor singular.

Ya desde el principio queda claro que los libros deben ceder ante la vida, pues ésta los engloba y no es contenida por aquellos; se manifiestan las limitaciones del saber civilizado. Aparecen guiños a diferentes novelas, como a La isla del Tesoro, pues al principio de la historia los amotinados quieren hacerse piratas e ir a la Española. Es la ambigüedad con la que se presentan los límites entre realidad y ficción, hasta hacer que Susan dude de sí misma. Foe constituye una expresión del deseo de revisar los límites que la palabra es capaz de generar. Cabe señalar la aceptación del mundo tal como es por Cruso. Se trata de explorar qué es lo que conservan en común los seres humanos en esas condiciones de aislamiento y si los valores que descubrimos son tan antiguos como él.

En el capitulo segundo, Susan se cuestiona en voz alta y de forma progresiva su propia existencia. Por ejemplo, la falsa Susan amenaza con desdibujar los límites de la realidad, y así la certidumbre de la verdadera Susan crece en forma inversamente proporcional a su conocimiento, lo que pone en peligro de desaparición su existencia misma como personaje, como ficción que ya no sabe a quien pertenece, si a la historia que está obligada a contar o al destinatario del relato. El viaje a Bristol le muestra un mundo que apenas ha conseguido disfrazar la barbarie (la niña muerta, la venta de Viernes), un mundo donde la literatura parece ejercer una función difusa, contradictoria, que emborrona los límites de la realidad tanto como los retrata.

En el capitulo tercero, para Foe (un escritor, al fin y al cabo), la historia de Susan no es suficiente. El legado de la aventura ha de ser reformado para resultar útil. Foe quiere detalles (los divinos detalles): la realidad puede ser aburrida, pero los caníbales y Bahía no. Foe sugiere varios niveles de realidad que él no considera pertinente cuestionar, la nueva Susan Barton es literatura, para él no es relevante que sean o no fantasmáticas las cosas que cuenta. Este capítulo es un homenaje a la literatura, desde la más elevada, como Dante, hasta el tópico de la falsa moneda. Aparecen guiños alusiones citas a Jorge Luis Borges (p.154, p.193, p.194), Las 1.001 noches (p.166), el Inferno (p.187), Nabokov (p.191). Reflexiones sobre la escritura, la palabra y la inspiración. También se nos habla de la vida, de Africa: “Pues mientras [Viernes] siga siendo mudo siempre podremos decirnos a nosotros mismos que sus deseos nos resultan inescrutables, y así continuar utilizándole como se nos antoje” (p.200)

La primera parte del último capítulo. es un sueño femenino. Psique -después de herir con la cera de su vela a Cupido-, entra en la casa de Foe, allí están la niña, Susan y el escritor, han pasado siglos y todo se deshace; después vuelve a repetirse la escena y gracias a una frase circular, un recurso “euroboros” (“Querido señor Foe, al final me sentí incapaz de seguir remando”), volvemos al principio del libro, como en el Finnegans wake. Comienza un último “Erase una vez” en donde Susan se despega de Foe y se adentra en el barco hundido. Aparece bien clara la simetría de la novela, el héroe se sumerge en las aguas a las que se había entregado al principio de la narración; a las aguas que la habían llevado a la isla en una especie de renacimiento, de salvación; a las aguas que se llevan el cuerpo muerto de Cruso; a las aguas que ahora explora desafiando las leyes del tiempo y del espacio.

En el último párrafo Viernes habla, por fin, su voz fluye por el mundo: “Fría y suave, oscura e incesante, se estrella contra mis párpados, contra la piel de mi rostro”

Pedro Incio

 

 


 
   

http://www.press.uchicago.edu/Misc/Chicago/111741.html

  Capítulo introductorio de su libro sobre la censura Giving Offense

http://www.nytimes.com/ref/books/author-coetzee.html

  Varios artículos esenciales para rastrear algunas claves de su obra, como el titulado Into the Dark Chamber: The Novelist and South Africa, dedicado a la reciente vigencia de la tortura en su país natal. Para acceder a las reseñas de sus libros en la sección literaria de The New York Times es necesario registrarse (gratuito).

pup.princeton.edu/chapters/s6543.html

  El texto de Amy Gutmann que sirve como prefacio a la edición inglesa de un libro tan singular como Las vidas de los animales, donde la ficción es sólo el atavío de una severa diatriba moral.

http://www.jornada.unam.mx/2000/jun00/000604/sem-fuentes.html

  "Desgracia y fortuna de J. M. Coetzee" es un apasionado artículo de Carlos Fuentes publicado por La Jornada Semanal en abril de 2000. En él proclama su entusiasmo por el escritor surafricano, al que conoció en México al invitarle al ciclo de conferencias Geografía de la novela".

http://www-news.uchicago.edu/releases/03/031002.coetzee.shtml

  J M Coetzee en la Universidad de Chicago, sus palabras al recibir el premio Nobel

http://ublib.buffalo.edu/libraries/asl/exhibits/coetzee/

  J M Coetzee en la Universidad de Buffalo, recursos
 

http://shc.stanford.edu/shc/1997-1998/events/coetzee.html

  J M Coetzee en la Universidad de Stanford, recursos

 

 

En la realización de este especial han colaborado Reyes de Miguel, Inés Blanca y Pedro Incio.