Una empresa italiana ha pedido a cien personalidades que llenen un cuaderno en forma de diario de viaje. Esos cuadernos se subastarán y el dinero irá a parar a una fundación humanitaria del África. Se trata de un tipo de cuaderno que usaban, entre otros, Van Gogh, Matisse, Hemingway y Chatwin en sus viajes. A continuación, ofrecemos inédito el texto del cuaderno de Javier Marías.

 

C u a d e r n o   M o l e s k i n e

(Ejemplar único)

20-9-2001
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Hoy he cumplido cincuenta años y parece que el viaje ha sido largo y corto a la vez. Sé que en este día, pero en 1951, nací en Madrid, en la calle Covarrubias, nº 16, o 16 entonces, ya que creo que la numeración ha cambiado. Esa calle está en el barrio de Chamberí, tenido por el más típico y castizo de Madrid. Eran tiempos en los que aún no era raro que las mujeres dieran a luz en las casas en que vivían, ahí nacimos de hecho mis otros hermanos y yo: Julianín, Miguel, Fernando, Xavier y Álvaro, fuimos cinco, todos varones, aunque el mayor murió muy pronto, a los tres años y medio, y yo no llegué a conocerlo.

 

21-9-2001
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Aquel mismo día, el 20 de septiembre de 1951, mi padre me "estrechó la mano", según su expresión, y voló por primera vez en su vida hasta los Estados Unidos. Al cabo de un mes tan sólo, mi madre, Lolita, y mis hermanos mayores (ya por entonces sólo Miguel y Fernando) y yo aún bebé, seguimos sus pasos y nos trasladamos a Wellesley, Massachusetts, donde yo pasaría los primeros meses de mi vida, exceptuando el primero.

 

22-9-2001
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Unos cuatro años más tarde volvimos a viajar a aquel país, en esta ocasión a New Haven, Connecticut, pues mi padre iba a enseñar durante el curso 1955-56 en la Universidad de Yale. Creo que mis primeros recuerdos un poco nítidos vienen de allí, de aquel país.

 

23-9-2001
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Recuerdo un tren amarillo, muy amarillo, que debió de llamar mucho mi atención. Lo recuerdo atravesando una campiña muy verde y como si lo viera desde un automóvil, luego es probable que despertara mi curiosidad en el trayecto del aeropuerto a New Haven, nada más poner pie en aquel país.

 

24-9-01
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También recuerdo perfectamente la casa de dos o tres pisos en que vivíamos en New Haven. Tenía un garaje en su parte trasera que nos daba miedo, o jugábamos a que nos lo diera, decíamos que allí se escondía, creo, "el hombre de la gabardina y el sombrero gris", una permanente amenaza para los niños. Yo tenía cuatro años, Miguel ocho, Fernando seis y Álvaro dos.

 

25-9-01
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Él y yo compartíamos habitación, y de ella sobre todo recuerdo que de su techo colgaban muchos avioncitos de juguete, pertenecientes a la familia ausente que normalmente ocupaba la casa. Solía dormirme mientras los miraba, largo rato o eso me parecía, dibujados contra la tenue claridad que traía siempre la ventana, aunque fuese noche cerrada. La imagen de esos aviones la he recuperado, lo sé, en una de mis novelas.

 

29-9-01
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Pero el recuerdo más persistente es el de la nieve. En Madrid nevaba más que ahora, en los años cincuenta, pero sólo unos cuantos días cada invierno, y raramente cuajaba la nieve. Mientras que en New Haven los suelos estaban blancos casi siempre y aunque luciera el sol. Su sonido bajo las pisadas, su olor, ahí está mi primera infancia, o al menos más que en ningún otro lugar.

 

30-9-01
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He vuelto a ella, en América también. Pasé unos meses no en New Haven, sino en Wellesley, de donde no puedo tener recuerdos pero donde estuve siendo aún más joven. Pisé la nieve, la oí crujir y la olí. Los objetos nos son leales, las cosas, mucho más que nosotros mismos.

 

1-10-01
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Teníamos una vecina en New Haven, cuyo jardín era paralelo al nuestro, ambos separados sólo por una valla de madera. Ella tenía un perro, nosotros no. Con el perro solíamos hacer carreras, o eso creíamos, él a su lado de la valla y nosotros al nuestro. Hasta creíamos ganarle a veces.

 

2-10-01
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También había numerosas ardillas en el jardín, y justo el día antes de nuestra marcha, cuando acabado el curso de Yale regresábamos a Madrid, mi hermano Fernando estuvo a punto de agarrar una por la cola, con el propósito de llevárnosla con nosotros hasta Madrid. Pero la ardilla se le escurrió y escapó, y siempre la recordamos con verdadera nostalgia, como si en efecto nos la hubiéramos podido llevar y hubiéramos fallado por poco.

 

3-10-01
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Guardo muchas fotos de aquel periodo, en la mayoría los niños llevamos abrigos de piel y bufandas y gorras y hasta orejeras, mi madre solía cubrirnos bien. Mi padre suele llevar sombrero de ala ancha en esas fotos, mi madre va con la cabeza descubierta o con un sombrerito de época.

 

4-10-01
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Suele vérsenos en esas fotos, a menudo, disfrazados y con armas variadas de juguete. Tuvimos disfraces, o al menos gorros, de Robin Hood, de bomberos, de pistoleros. Flechas, arcos, pistolas, más tarde espadas y cascos romanos, gorros de vikingos, buena parte de la vida metidos en disfraces, jugando a ser otros, quizá... lo más divertido que se haya inventado.

 

5-10-01
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¿Qué ha pasado desde entonces, hasta ahora? Mucho, según mis recuerdos. No tanto, según un posible relato, los relatos tienden a la condensación, a veces logran contar plausiblemente una vida entera en unas pocas páginas, en sólo unas frases también. Es raro, contar, pese a que lo hagamos todos continuamente.

 

6-10-01
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Quizá son algunos viajes lo que más se recuerda. Infinitos viajes a Venecia y a Oxford, en los años ochenta. Infinitos antes a Barcelona, en los setenta, y desde allí a Génova, a Roma, a Salzburgo y Viena, a Munich y Dijon y Albi y Toulouse, y otros muchos. Londres, antes y después, y a París, hasta donde me escapé a los diecisiete años, sin que lo supieran mis padres, para escribir allí mi primera novela publicada.

 

7-10-01
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Y absurdos viajes a Austin, Texas, y a Hamburgo y Kiel, a Berlín y a Manchester y a Zurich y a Siena y a Basilea y Berna, son sitios en los que no recuerdo que se me hubiera perdido nada, lugares a los que uno sabe que ha ido y ya no recuerda casi por qué. Y otros a mitad de camino, México y Caracas y Buenos Aires, Boston varias veces, y Colonia y Castres y Ginebra y Francfort. A veces uno iba porque allí había una persona cuyo recuerdo cuesta ahora convocar. Y sin embargo uno se ponía en marcha, para ver tan sólo a esa persona, o principalmente.

 

8-10-01
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Estos cincuenta años están llenos de cosas semiolvidadas y olvidadas del todo, eso es seguro. De esfuerzos considerables cuyo sentido se desconoce ahora, de zozobras muy vivas de las que no queda rastro en la memoria, de angustias y de haber dado la mayor importancia, una importancia vital, a personas o hechos que hoy no cuentan, o aún es más, apenas si se recuerdan.

 

9-10-01
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Deberíamos estar más acostumbrados a quitar hierro a todo, a todo lo que nos sucede. Pero no hay manera, tendemos a creer que cada instante presente es decisivo, y nunca aprendemos que nada nunca lo es.

 

10-10-01
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Pero no puede decirse —o quizá sí- que hayamos malgastado cada minuto y cada zozobra y cada esfuerzo, por el mero hecho de que se disipen en la memoria. Porque no somos sólo memoria, en contra de lo que se cree. Somos sobre todo espera y acción, esperanza y decisión.

 

11-10-01
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No tanto voluntad, la voluntad poco cuenta, y así ha de ser, considerando que el primero y el último paso, nacimiento y muerte, son todo menos voluntarios, acontecen sin nuestro consentimiento. El último puede no acontecer así, pero ni siquiera el suicidio depende enteramente de la voluntad del suicida, lo que lo lleva a él suele ser algo ajeno, sobre lo que no tiene nada, absolutamente nada que decir.

 

12-10-01
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Tampoco puede uno oponerse a ello, ni a nacer, ni a vivir, ni a viajar en el tiempo, mientras no se canse de nosotros el tiempo, y nos expulse al territorio que no discurre.

 

13-10-01
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O que no transcurre, que viene a ser lo mismo. Si nos da tiempo a decir adiós, bien estará y yo no me quejaré.

 

 

Javier Marías