Secretos imaginados. Una recreación de Corazón tan blanco

 


"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados."

Del mismo modo que una enfermedad cambia tanto nuestro estado como para obligarnos a veces a interrumpirlo todo y guardar cama durante días incalculables y a ver el mundo ya sólo desde nuestra almohada, mi matrimonio vino a suspender mis hábitos y aun mis convicciones, y, lo que es más decisivo, también mi apreciación del mundo.

Yo soy tu esperanza, Miriam. Llevo siéndolo un año y nadie puede pasarse sin su esperanza. ¿Tú crees que vas a encontrar otra tan fácilmente? Desde luego no en la colonia, nadie se va a meter dentro de donde yo ya he estado.’

Es el pecho de otra persona lo que nos respalda, sólo nos sentimos respaldados de veras cuando hay alguien detrás, lo indica la propia palabra, a nuestras espaldas, como en inglés también, to back, alguien a quien acaso no vemos y que nos cubre la espalda con su pecho que está a punto de rozarnos y acaba siempre rozándonos, y a veces, incluso, ese alguien nos pone una mano en el hombro con la que nos apacigua y también nos sujeta.

[...] ‘No te pierdas tan abatido en tus pensamientos'. Esto último se lo dice tras haber salido con decisión y haber regresado de untar los rostros de los sirvientes con la sangre del muerto ('Si sangra...') para acusarlos: 'Mis manos son de tu color', le anuncia a Macbeth; 'pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco', como si intentara contagiarle su despreocupación a cambio de contagiarse ella de la sangre vertida de Duncan, a no ser que 'blanco' quiera decir aquí 'pálido y temeroso', o 'acobardado’.

Este fue el consejo que Ranz me dio, fue un susurro:

-Sólo te digo una cosa -dijo-. Cuando tengas secretos o si ya los tienes, no se los cuentes. -Y, ya con la sonrisa devuelta al rostro, añadió:- Suerte.

Así, es difícil saber ante el cuadro si en honor de Mausolo va a beber Artemisa maritales cenizas o marital veneno Sofonisba por culpa de Masinisa; aunque por la expresión soslayada de ambas más parece que una u otra fueran a ingerir, no sin vacilaciones, alguna pócima adulterina. Sea como sea, al fondo hay una cabeza de vieja que observa la copa más que a la sirvienta o a la propia Artemisa (de ser Sofonisba, es posible que la vieja le haya puesto el veneno), no se la ve bien del todo, el fondo es una penumbra demasiado misteriosa o está demasiado sucio, y la figura de Sofonisba es tan luminosa y abulta tanto que hace a la vieja aún más dudosa.

[...] 'En la cama se cuenta todo', no hay secretos entre quienes la comparten, la cama es un confesionario. Por amor o por lo que es su esencia -contar, informar, anunciar, comentar, opinar, distraer, escuchar y reír, y proyectar en vano- se traiciona a los demás, a los amigos, a los padres, a los hermanos, a los consanguíneos y a los no consanguíneos, a los antiguos amores y a las convicciones, a las antiguas amantes, al propio pasado y a la propia infancia, a la propia lengua que deja de hablarse y sin duda a la propia patria, a lo que en toda persona hay de secreto, o quizá es de pasado.

Pero tardé unos segundos en reconocérmelo, en reconocerme que bajo el alero y la lluvia reconocía a Custardoy el joven mirando hacia nuestra ventana más íntima, esperando, escrutando, igual que un enamorado, como Miriam un poco o como yo mismo unos días antes, Miriam y yo en otras ciudades más allá del océano, Custardoy aquí, en la esquina de mi casa.

Se había vuelto a recostar en el sofá, debía de estar cansada de la larga noche de conocimiento y de aguantar la cojera descalza. Vi sus pies elevados sobre el sofá, dedos largos, pies bonitos, limpios para 'Bill' -no habían pisado el asfalto-, daban ganas de tocárselos. Los había tocado hacía muchísimo tiempo (de habérselo recordado habría hecho el mismo gesto: 'De eso hace tanto tiempo'), seguían siendo los mismos pies, también tras el accidente, cuántos pasos habrían dado, cuántas veces habrían sido tocados en el transcurso de quince años.

[...] -Y entonces Villalobos siguió contando lo que no he querido saber, pero he sabido. Contó durante unos minutos. Contó con detalle. Contó. Contó. Sólo podría no haberle oído si me hubiera marchado. Y antes de interrumpirse añadió:- Todo el mundo dijo que Ranz había tenido muy mala suerte, ya que enviudaba por segunda vez.

El que dice es insaciable y es insaciable el que escucha, el que dice quiere mantener la atención del otro infinitamente, quiere penetrar con su lengua hasta el fondo ('La lengua como gota de lluvia, la lengua al oído', pensé), y el que escucha quiere ser distraído infinitamente, quiere oír y saber más y más, aunque sean cosas inventadas o falsas.

'Lo que usted hiciera o dijera hace cuarenta años me importa poco y no va a variar mi afecto. Es a usted al que yo conozco y eso nada lo puede cambiar. No conozco al de entonces.'

'El de entonces', dijo Ranz. 'El de entonces', repitió Ranz, y debía de estarse tocando su pelo polar, rozándoselo con las yemas sin proponérselo ni darse cuenta. 'El de entonces soy yo todavía, o si no soy él soy su prolongación, o su sombra, o su heredero, o su usurpador. [...]’

'No me lo cuente si no quiere. No me lo cuente si no quiere', oí que repetía y repetía Luisa, y repetir y repetir eso cuando ya estaba contado era la forma civilizada de expresar su susto, también el mío, quizá su arrepentimiento por haber preguntado. Pensé si no debía cerrar mi puerta, clausurar la rendija para que todo volviera a ser murmullo indistinguible o imperceptible susurro, pero ya era demasiado tarde, para mí también, lo había oído, habíamos oído lo mismo que habría oído Teresa Aguilera en su viaje de novios, al final de su viaje, cuarenta años antes, o quizá no eran tantos.

Supongo, con todo, que al encaminar hacia ese mismo lugar nuestros pasos juntos (resonando a destiempo porque ya son cuatro los pies que caminan), pensamos el uno en el otro, principalmente, al menos así yo lo hago. Creo que, con todo, no nos cambiaríamos por nada en el codiciado mundo, aún no nos hemos exigido la mutua abolición o aniquilamiento, del que cada uno era y del que nos enamoramos, solamente hemos cambiado de estado, y eso no parece ser ahora tan grave ni incalculable [...]

 

Créditos de las imágenes

1. Dublineses (The Dead, 1987), de John Huston.

2. Marnie, la ladrona (Marnie, 1964), de Alfred Hitchcock.

3. Deseando amar (In the Mood for Love, 2000), de Wong Kar-wai.

4. Vértigo/ De entre los muertos (Vértigo, 1958), de Alfred Hitchcock.

5. Macbeth, 1948, de Orson Welles.

6. El Padrino (The Goodfather, 1972), de Francis Ford Coppola.

7. Artemisa, 1634, de Rembrandt, Museo del Prado.

8. Infiel (Trolösa, 2000), de Liv Ullman.

9. El tercer hombre (The Third Man, 1949), de Carol Reed.

10. L. A. Confidential, 1997, de Curtis Hanson.

11. George Sanders, 1906-1972.

12. La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993), de Martin Scorsese.

13. Sofía Loren y Charles Chaplin en el rodaje de La condesa de Hong Kong (The Countess from Hong Kong, 1966), de Charles Chaplin.

14. En un lugar solitario (In a Lonely Place, 1949), de Nicholas Ray.

15. Deseando amar (In the Mood for Love, 2000), de Wong Kar-wai