Mirar el mundo desde la almohada o la imposible inocencia de la madurez

El estado de inocencia es seguramente lo más parecido a la idea de paraíso. El hombre (las mujeres y los hombres) siempre ha imaginado su propio paraíso mental, paraíso no transferible, no comunicable (por pudor, por orgullo; o por creerlo, en definitiva, sólo de uno). Pero cuando ese paraíso, el nuestro, el que nos pertenece, como concepto mental, ha dejado de ser creíble, roto el encanto por el desconcierto, ¿qué le queda al individuo? Juan, el narrador de Corazón tan blanco, toma para sí ese interrogante y lo transforma en relato. Para él queda (a pesar de que no acabe de confiar del todo) la mirada atenta (mirada múltiple, incorporada la mirada auditiva a la visual; esos oídos que no tienen párpados y que no pueden cerrarse, aunque uno quiera cerrarlos). Juan se nos muestra en la novela como un personaje asediado, asediado por los otros que constantemente le informan de lo que él no quiere saber: no se quiere enterar pero acaba enterándose (historia de Ranz, el padre), no quiere participar pero participa (historia de Berta); también asediado por sí mismo (la deformación profesional que le hace estar alerta a las palabras que se pronuncian cerca de él); buscando huir de las cosas, sin saber o sin poder llevar a cabo esa huida; no queriendo ser receptáculo de asuntos ajenos y siéndolo. Se da en ese personaje la nostalgia de su propio paraíso: paraíso entrevisto en los recuerdos de la infanda, cuando no se le obligaba a saber sino que por el contrario era protegido mediante el ocultamiento; en las canciones y cuentos cubanos de su abuela en los que sólo cabía el encanto de la música, la irresponsabilidad de no comprender del todo o apenas nada: el estado de inocencia. Hay en Juan un rechazo velado de la vida adulta, la secreta o no aceptada voluntad de permanecer instalado en la infancia, en la no culpabilidad del "niño perezoso o enfermo que mira el mundo desde su almohada o sin cruzar el umbral".

La voz que narra es la voz de Juan adulto; Juan de mayor; convenientemente asentado según los cánones al uso, sin drama aparente en su biografía social; con casa y esposa apropiadas, sin distorsiones dignas de ser comentadas por el prójimo. Pero el drama está ahí, él mismo va a contarlo en un esfuerzo tácito por liberarse de su propio relato. Su desgracia, desgracia íntima, inconfesable, no comunicable, es su duda constante: atormentado por sus propias contradicciones, va a contar lo que no ha querido saber pero ha sabido, al tiempo que reflexiona sobre lo que ha ido sucediendo (sucediéndole, sobre todo, a él: ¿qué hace Luisa mientras Juan está de viaje por trabajo?) en esos primeros meses de matrimonio. Narración y reflexión dentro del relato reflexión incorporada al relato, hecha relato.

A veces, un personaje no es continuamente ese mismo personaje, sino varios: hay una confluencia, un intercambio o trasvase de identidades. En este sentido, en Corazón tan blanco se da en ciertos momentos o situaciones la refracción de algunos personajes; unos y otros confunden sus identidades porque son lo que son no en función de sí mismos sino en función de los otros. Luisa convertida en madre de su marido Juan, el marido, haciendo de padre para su esposa; Ranz, padre y suegro, haciendo de marido (en esos primeros meses de matrimonio, con Juan ausente, lo suplanta, sustituye a su hijo como marido de Luisa: la casa de Juan y Luisa es más la casa de Luisa y Ranz). Juan no se acostumbrará a su nueva identidad o situación hasta que no pase bastante tiempo, a lo largo de la novela seguirá siendo el que era antes de la boda. Ranz y Luisa se nos muestran en el mismo plano, se parecen, ambos están instalados en la comedia: Ranz porque así lo decidió tras el suicidio de su segunda mujer, Luisa por juventud. Juan es el ausente que no se acostumbra, a quien seguimos en sus viajes a Nueva York, a Ginebra; la voz que nos habla de los otros, de los que están ausentes o acompañándole, pero que, en verdad, está diciéndonos de él, de su desgracia. Asistimos al movimiento contradictoriamente lógico y lúcido de su pensamiento, testigos o cómplices de sus .presentimientos de desastre. referidos a su recién estrenado matrimonio, de sus idas y venidas por sus lugares de trabajo y por Madrid, su ciudad; también testigos o cómplices de su extrañamiento por Luisa (la pérdida del futuro abstracto) y del paulatino hacerse a la idea de Juan respecto a su matrimonio.

El lector que pase la novela preguntándose: pero ¿quiere o no quiere Juan a Luisa?, cerrará el libro sin que su respuesta haya sido contestada. En cualquier caso, a partir de lo que Juan ha dicho o silenciado (si es cierto que también el silencio habla) al respecto, deberá inventarse la respuesta. No parece arriesgado que acabe concluyendo que con un marido tan indeciso, tan vacilante y contradictorio, siempre en duda constante, la mujer acabe en brazos de un amante no tan indeciso, no tan instalado en la duda (no importa si Custardoy u otro cualquiera). Ocurra lo que ocurra, parece decirnos Juan, mañana no será otro día, porque mañana seguramente será muy semejante al de hoy.

 

Inés Blanca

El ojo de la aguja

n.2, mayo de 1992