Ehrengard

Isak Dinesen

Reino de Redonda

167 págs.

 

 

 

 

 

Arte en tres movimientos

 

 

La danesa Isak Dinesen escribió un relato en el que se busca la depuración del lenguaje a través de una historia tejida de misterio y cuya complejidad está en la narración misma.

Difícilmente se encontrará en nuestra época un cuento tan bien contado como éste. Esa capacidad de despojar un asunto de todo artificio excepto del que se necesita para construir un relato esencial no la tiene casi nadie hoy día, pero Isak Dinesen la poseía en alto grado. Si Ehrengard es o no la cumbre de su arte lo decidirán, cada uno para sí, sus lectores. La figura de esta mujer excepcional es hoy razonablemente conocida gracias a la difusión que el cine dio a sus memorias africanas, pero a ningún lector atento escapa la calidad casi insuperable de sus relatos. En España se conocen buenas traducciones de Vengadoras angelicales (novela), Cuentos de invierno y Anécdotas del destino, así como de sus memorias Lejos de África y Sombras en la hierba (todo ello en Alfaguara); había una antigua edición de Caralt de Siete cuentos góticos y otra de los últimos cuentos en Barral Editores (Las Cariátides), pero ambas deben de ser inencontrables salvo en librerías de lance. Este último título fue el comienzo de la carrera literaria de la baronesa Blixen, su nombre real, que ya en la madurez, en 1931, perdida su granja africana y muerto su amante, regresa a Europa y empieza a escribir en la casa familiar de Rungstdlund; terminado su primer manuscrito, lo ofrece inútilmente a varios editores; por fin, y firmado con seudónimo masculino (Isak Dinesen) consigue que lo acepte un editor norteamericano.

Ehrengard está concebido en tres movimientos: uno de introducción, un segundo al que denomina "pastoral" y un tercero y último que considera un "rondó". Comienza con un hermoso juego de distancia; un narrador cuenta lo que le contó otro narrador. Con ello anticipa la depuración extrema a que va a someter a su historia; como bien dice la voz que nos habla, todo sucedió hace tanto tiempo que ya no existe ni el reino donde sucedió; y todo sucedió entre mil y un detalles y en un tiempo largo de los que el relato es... ¿un resumen?, ¿una selección? No. Es la elección de todos y cada uno de los elementos que el relato exige por sí mismo; lo cual quiere decir que nada de cuanto sucede en él deja de ser significativo, de ahí su esencialidad y su pureza.

El modo de solicitar la atención del lector -o del oyente- por parte de la autora es subyugante, pero marca con el lector la distancia necesaria para que éste no se entregue ni se pierda en él, sino que lo siga con atención; y con pasión. Su modo de hablar afirma la distancia, a la vez que atrae por la limpieza y transparencia con que está escrito. La complejidad del relato está en sí mismo, no en el modo de narrarlo pues la narración, lo que hace es asomarnos a un estanque de agua clara cuya sencillez contiene, precisamente, el misterio. No el enigma, sino el misterio; el cuento no es enigmático, es misterioso; pero lo es gracias a la transparencia de su lenguaje.

Aunque la autora no mueve sus piezas en una sola dirección, sí lo hace con una intención que es, a su vez, el corazón del relato. Los dos protagonistas del mismo son, en primer lugar, Herr Cazotte -un niño muy pobre que ha llegado a ser un artista eximio, un pintor que es, sobre todo, retratista, esto es: observador y extractor de la profundidad de las almas y, en consecuencia, alguien que se dedica al mundo como un artista de la vida-. En segundo lugar, la doncella Ehrengard, hija de guerreros, educada en la austeridad y el puritanismo; recta, leal y distante. Ahora veamos el sentido de la división en partes que Isak Dinesen hace del cuento: en la primera nos relata la anécdota central, la vida del príncipe Lothar y su encuentro final con Ludmilla, además de desplegar el abanico de cualidades de Herr Cazotte; la segunda, la "pastoral", se desarrolla en un castillo aislado y protegido en medio de un bosque; en esta parte, Cazotte, el artista, fija su mirada en Ehrengard tratando de ver su alma y, en su interés, advertimos que, de alguna manera, desea apoderarse de ella, pero del alma como puerta que conduce al cuerpo; es la rendición de esa alma, obtenida de tal modo que quede al descubierto ante él, bien armado, lo que busca. Entonces comienza un sutil acecho que culminará en una escena ante la cual no puede evitar reproducir a la doncella con sus pinturas, pues la cualidad final del alma que él buscaba se le muestra definitivamente a través del cuerpo; y como final de esta parte, ella reconoce este hecho. ¿Está, pues, vendida? ¿Y vencida?

Pero hablaba antes del corazón del relato. Bien. El asunto que late bajo este bellísimo texto es el de la relación entre el arte y la vida. ¿Puede el arte organizar la vida?, ¿puede dirigirla?. ¿puede confundirse con ella? El arte y la vida son dos realidades paralelas que, si a menudo se reflejan, jamás se confunden. El dilema entre el huevo y la gallina aquí no se da; primero fue la vida, pero, ¿puede el arte apoderarse de ella, rendirla y gobernarla? El encuentro entre estas dos realidades puede ser fecundo o destructor; ya verá el lector lo que propone -o mejor dicho- lo que muestra Dinesen. El asunto se convierte en cercano y apasionante según lo va tejiendo.

Hay en el "rondó" un auténtico final que recoge el resto del relato y lo mueve casi en tono de melodrama. Lo lleva a una escena final y, desde el momento en que esa escena se inicia, hay una demostración de cómo la construcción y el estilo son capaces de expresar una idea antes de que ésta pueda ser formulada por el lector, lo que es una experiencia de lectura ciertamente inolvidable y sólo propia de los grandes escritores: el paulatino desvanecimiento de Cazotte en el ambiente de la habitación hasta que el clímax alcanza la eclosión de sentido que porta la doncella Ehrengard es un prodigio de concepción y expresión. Después queda solo el relato, el portento, en el alma del lector; y un delicioso e inocente final, como no podía terminar de otro modo semejante pieza de la más alta literatura. En excelente traducción, por cierto.

 

José María Guelbenzu

El País, Babelia

Sábado 23 de junio, 2001

 

 

 

 

Broma ejemplar

Isak Dinesen, pseudónimo de la escritora danesa Karen Blixen (1885-1962), vivió una vida llena de avatares. Quizás hasta cervantina. Los disgustos en la familia comenzaron a los diez años, cuando su padre se quitó la vida y a raíz de ello pasó a vivir bajo la tutela de su abuela materna. Con ella permaneció hasta que se hizo evidente el conflicto entre su vocación por la pintura y su pasión literaria. Decidió viajar a Roma y París para estudiar Bellas Artes, pero más o menos al mismo tiempo, en 1907 y 1909, publicó sendos volúmenes de cuentos en Dinamarca. En 1914 se casó con un primo (cousinage, dangereux voisinage) que tenía en Suecia, el barón de Blixen-Finecke, y con él marchó al África Oriental Británica, actual Kenia, para establecer una plantación de café. En la colonia Dinesen conoció a su amante inglés, se separó del primo sueco y, tras la muerte del primero en un accidente de aviación y el desastre definitivo de la empresa cafetera, regresó por fin a Dinamarca en 1931. Desde entonces hasta que murió, en 1962, su vida transcurriría con más tranquilidad.

Una vieja dama contó...

Dicho esto, no cabe esperar demasiadas ingenuidades de Isak Dinesen y, sin embargo, la obra que su publica ahora Ehrengard, puede interpretarse como una última broma. No en balde se trata de su cuento postrero, editado al año siguiente de su muerte. Las sorpresas no se encuentran en los mecanismos que empleó para la ocasión. En Ehrengard, como en tantos otros de sus Últimos cuentos o de los Siete cuentos góticos, Dinesen nos habla mediante la introducción de una voz que se nos presenta dentro del relato como personaje que cuenta una historia. En este caso la autora redujo la narradora a una mínima expresión: "Una vieja dama contó esta historia".

Tampoco hay novedad en el modo deslumbrante con que Dinesen nos procura el reconocimiento del carácter de un personaje. Quizás la sorpresa final en Ehrengard alcance un grado de maestría difícil de superar, pero no por ello deja de ser marca de la casa. Para hablar de esta broma, entonces, conviene decir algo sobre la acción.

La vieja dama cuenta la historia de un pintor de corte, Herr Cazotte. Éste es mundano, resabiado y mujeriego, y por amistad con unos archiduques soberanos se ve en las de pasar cierto tiempo en un retiro con los herederos del pequeño Estado. Allí se embarca en la seducción de Ehrengard, una joven noble, cándida y supuestamente torpe -gauche la llama la archiduquesa-. Ahora bien, el retratista no anhela a secas la simple conquista de la doncella. Busca, en consonancia con su sofisticación alambicadilla, provocar en ella la aparición de una señal física que muestre el ascendiente que ha llegado a ejercer sobre la joven. No diré de qué se trata. Tan sólo añadiré que sería manifestación de un poder sin palabras, que afloraría en el cuerpo ajeno de un modo mucho más explícito y comprometedor que el de haber poseído ese mismo cuerpo. No hay palabra lo suficientemente altiva como para negarle su realidad. Pero de la sorpresa en el desenlace tampoco pienso decirles nada.

Me limitaré a señalar que la inversión final asombra, que el ambiente es propicio para wagneritas y proustófilos; que Choderlos de Laclos estaría satisfecho de la relación epistolar entre el pintor y su mentora; que los personajes del Quijote se sentarían a escucharla con tanto placer como atendieron a la lectura de El curioso impertinente o a la historia del cautivo en la venta. Éste no es un cuento de hadas, como se ha sugerido, sino una novela en el sentido que Cervantes empleó para titular sus relatos ejemplares. De una parte por su extensión y, de otra, por que Ehrengard retrata la victoria de la honradez espontánea sobre una malicia calculada. La broma en una autora como Dinesen, tan poco dada a las concesiones a la ingenuidad que siempre conlleva la aparición de la justicia poética, consiste en dejarnos como legado póstumo la proyección al mundo de una idea moral contundente. Ahora bien, con Dinesen nunca se sabe y resulta muy probable que la ironía sutil que puede detectarse en Ehrengard, bien cervantina, encierre su poso de humorada. Una humorada de lectura obligatoria.

 

Fernando Castanedo

 

 

 
 

La reina de la noche

Isak Dinesen (1885-1962) posee una bien ganada fama de reina de la narración. No diré reina de los cuentos, porque en español existe una connotación extraña entre cuento y embuste, que arruina de un plumazo el vocablo y su concepto. Pero no me quiero enrollar antes de tiempo. De algo tiene que servir pertenecer a un gremio que ejerce su oficio crítico con respiración asistida.

Ehrengard, 1962, es un excepcional relato de Dinesen. A ver si consigo, por una vez y sin que sirva de precedente, analizar con el debido esmero una hermosa narración. En apenas ochenta páginas, se nos cuenta la historia de un niño aristocrático de nacimiento clandestino. La gracia de la fórmula que utiliza Madame Dinesen se basa en una rara habilidad para narrar en la cuerda floja. El personaje del pintor Herr Cazotte, pertenece al linaje de Thomas Mann bufo, es decir, de una comicidad cuyo registro tedesco no siempre hace gracia a todo el mundo. Dinesen se divierte enfocando la historia desde la retina zumbona del pintor tenorio, una especie de Alma-Tadema en el castillo de Rosenbad. Pero, claro, el arte de contar bien una historia ha de tener alguna carta oculta en la manga. En este caso, la perspectiva insólita o contrapunto narrativo surge con la presencia y figura de la hermética belleza de Ehrengard, una virgo luterana que pone a Herr Cazotte -bonito cruce onomástico- como a un sátiro en cuarentena. A partir del encontronazo la historia echa chispas. Isak Dinesen se limita a traducir esos chispazos en forma de frases de temblor y temperatura crecientes. Que no es flojo mérito.

El colofón o campanazo final se logra justo en el último par de páginas. No seré tan cenutrio de desvelarlo, pero sí puedo extenderme un verano sobre lo que yo avizoro -que obviamente no puede ser mucho- en la cocina de ese climax final. Dinesen nos hace copartícipes del pulso mudo y visual entre sus dos personajes de cámara, la leal e insobornable Ehrengard y el casanovesco artista Herr Cazotte.

La gran escritora danesa sabía que las palabras sobran cuando la emoción colma el vaso de la vida. En cuestión de sentimientos el silencio vale su peso en oro. Igual que en una buena película de Leo McCarey. Ya se sabe que lo mejor del cine hablado o sonoro sucede cuando se arcaiza en cine mudo. Pero me temo que soy un pésimo glosador del silencio.

César Pérez Gracia

Heraldo de Aragón

14 de junio, 2001

 

 

 
 

Romance y luchas dinásticas

El volumen que tengo en mis manos admite tres clases de reseñas. La consagrada al objeto de placer visual y táctil. No pueden dejar de elogiarse el cuidado y buen gusto de este producto de Reino de Redonda, editorial en la que, por lo visto (y por lo palpado: ¡qué maravilla de papel!), Javier Marías se deleita con los caprichos del arte. El segundo comentario debería dedicarse al prólogo, también de Marías, colmado de excelente información y lúcidas observaciones sobre los cuentos incontaminados por "esa bastarda sin hogar que es la novela". El tercer comentario, obviamente, destinado a la obra, y aquí uno sabe que resultan harto mezquinas estas líneas para glosar tan maravilloso cuento de la baronesa Karen Blixen (1885-1962), la escritora danesa más conocida como Isak Dinesen, célebre por sus Memorias de África. Es obligatorio mencionar que esta maestra del relato es autora asimismo de Siete cuentos góticos, de obligadísima lectura (es un decir, claro). De Ehrengard me atrevo a afirmar que es otra alhaja literaria. El lector encontrará aquí relato en estado puro, desapegado de las influencias del tiempo y de cualquier corriente en boga, ameno e impregnado de poesía y sutil humor.

 

Lázarc Covadlo

Qué Leer

Número 59 Septiembre, 2001 [pág. 10]

 

 

 

 

Ehrengard

El escritor Javier Marías acaba de embarcarse en su propia aventura editorial. Y lo hace con la tranquilidad económica que le ofrecen sus éxitos literarios. De ahí que esta edición del largo cuento Ehrengard, que vio la luz en 1962, el año de la muerte de su autora, sea bastante más que una cuidada edición. Por supuesto, aquí se encuentra la traducción que Marías hizo en los años ochenta de la obra póstuma de Dinesen, seudónimo de la danesa Karen Blixen, a quien el gran público conoce por la adaptación de sus Memorias de África. Pero hay más. Y ese plus tiene que ver con el Reino de Redonda, especie de cofradía de artistas de cuya génesis nada se explica en el volumen, pero de la que se adjuntan numerosas fotos alusivas y listados de duques y marquesas nombrados a lo largo de los años por las sucesivas majestades del reino, cuyo testigo recoge el propio Marías.

 

La Nueva España

21 de junio, 2001

 

 

 

 


Broma ejemplar


Isak Dinesen, pseudónimo de la escritora danesa Karen Blixen (1885-1962), vivió una vida llena de avatares. Quizás hasta cervantina. Los disgustos en la familia comenzaron a los diez años, cuando su padre se quitó la vida y a raíz de ello pasó a vivir bajo la tutela de su abuela materna. Con ella permaneció hasta que se hizo evidente el conflicto entre su vocación por la pintura y su pasión literaria. Decidió viajar a Roma y París para estudiar Bellas Artes, pero más o menos al mismo tiempo, en 1907 y 1909, publicó sendos volúmenes de cuentos en Dinamarca. En 1914 se casó con un primo (cousinage, dangereux voisinage) que tenía en Suecia, el barón de Blixen-Finecke, y con él marchó al África Oriental Británica, actual Kenia, para establecer una plantación de café. En la colonia Dinesen conoció a su amante inglés, se separó del primo sueco y, tras la muerte del primero en un accidente de aviación y el desastre definitivo de la empresa cafetera, regresó por fin a Dinamarca en 1931. Desde entonces hasta que murió, en 1962, su vida transcurriría con más tranquilidad.


Una vieja dama contó...

Dicho esto, no cabe esperar demasiadas ingenuidades de Isak Dinesen y; sin embargo, la obra que se publica ahora, Ehrengard, puede interpretarse como una última broma. No en balde se trata de su cuento postrero, editado al año siguiente de su muerte. Las sorpresas no se encuentran en los mecanismos que empleó para la ocasión. En Ehrengard, como en tantos otros de sus Últimos cuentos o de los Siete cuentos góticos, Dinesen nos habla mediante la introducción de una voz que se nos presenta dentro del relato como personaje que cuenta una historia. En este caso la autora redujo la narradora a una mínima expresión: «Una vieja dama contó esta historia».

Tampoco hay novedad en el modo deslumbrante con que Dinesen nos procura el reconocimiento del carácter de un personaje. Quizás la sorpresa final en Ehrengard alcance un grado de maestría difícil de superar pero no por ello deja de ser marca de la casa. Para hablar de esta broma, entonces, conviene decir algo sobre la acción. La vieja dama cuenta la historia de un pintor de corte, Herr Cazotte. Éste es mundano, resabiado y mujeriego, y por amistad con unos archiduques soberanos se ve en las de pasar cierto tiempo en un retiro con los herederos del pequeño Estado. Allí se embarca en la seducción de Ehrengard, una joven noble, cándida y supuestamente torpe -gauche la llama la archiduquesa-. Ahora bien, el retratista no anhela a secas la simple conquista de la doncella. Busca, en consonancia con su sofisticación alambicadilla, provocar en ella la aparición de una señal física que muestre el ascendiente que ha llegado a ejercer sobre la joven. No diré de qué se trata. Tan sólo añadiré que sería manifestación de un poder sin palabras, que afloraría en el cuerpo ajeno de un modo mucho más explícito y comprometedor que el de haber poseído ese mismo cuerpo. No hay palabra lo suficientemente altiva como para negarle su realidad. Pero de la sorpresa en el desenlace tampoco pienso decirles nada.

Me limitaré a señalarles que la inversión final asombra, que el ambiente es propicio para wagneritas y proustófilos; que Choderlos de Laclos estaría satisfecho de la relación epistolar entre el pintor y su mentora; que los personajes del Quijote se sentarían a escucharla con tanto placer como atendieron a la lectura de El curioso impertinente o a la historia del cautivo en la venta. Éste no es un cuento de hadas, como se ha sugerido, sino una novela en el sentido que Cervantes empleó para titular sus relatos ejemplares. De una parte por su extensión y, de otra, por que Ehrengard retrata la victoria de la honradez espontánea sobre una malicia calculada. La broma en una autora como Dinesen, tan poco dada a las concesiones a la ingenuidad que siempre conlleva la aparición de la justicia poética, consiste en dejarnos como legado póstumo la proyección al mundo de una idea moral contundente. Ahora bien, con Dinesen nunca se sabe y resulta muy probable que la ironía sutil que puede detectarse en Ehrengard, bien cervantina, encierre su poso de humorada. Una humorada de lectura obligatoria.

 

Por Fernando Castanedo
ABC Cultural
4 agosto 2001