EL ESPEJO DEL MAR
RECUERDOS E IMPRESIONES

Joseph Conrad

Prólogo de Juan Benet
Nota sobre el texto de Javier Marías
Nueva traducción de Javier Marías


Reino de Redonda
Barcelona
Primera edición: mayo 2005

 


UNA ATRACCIÓN IRRESISTIBLE


El espejo del mar es, sin lugar a dudas, uno de los libros menos frecuentados de Joseph Conrad. Dentro de la obra conradiana es un título de referencia, para auténticos iniciados. El mar no es un escenario ante el que suceden aventuras diversas, sino la materia misma del discurso literario en busca de una explicación convincente. Una rareza, por tanto, que pone a prueba hasta a dónde le gusta al lector el mundo literario de Joseph Conrad y éste deja de ser un clásico al que, además de admirársele, se le lee.

Apreciar, como hacía Juan Benet, este libro por la soberbia calidad de la prosa que se gasta en él, puede sonar a una de tantas imposturas literarias que adornan las opiniones contundentes de los aficionados; pero lo cierto es que esa misma prosa poderosa de Conrad es la que mantiene amarrado al lector en el corazón de éstas y otras tinieblas. Sin entender esto, no creo que sea posible entender a Conrad en sus derivas narrativas. Ni tampoco la pasión conradiana que gasta su traductor-editor, Javier Marías, que fue quien felizmente lo puso en circulación hace muchos años y reincide ahora en una admirable vuelta de tuerca rehaciendo la traducción de entonces.

Y es que, cuando estamos leyendo de una calma chicha, de las incidencias de una navegación por canales de marea o de los encuentros en un muelle atestado, estamos leyendo algo que está lejos, sí, pero esas mismas líneas conmueven en nosotros otros mares, otras perplejidades, que nos resultan más familiares. Para poder de la Literatura, éste.

El espejo del mar no es, en puridad, un libro de narrativa, tampoco un ensayo en sentido estricto y académico, y, por lo que respecta a la autobiografía, sería ir demasiado lejos afirmar que lo es. Pongamos que se trata de un libro híbrido, avant la lettre, en el que la vida del autor, a sus estrictos episodios biográficos me refiero, no nombrados de manera expresa, sino sólo aludidos o muy someramente contados (como las pistas que da de su contrabando de armas para los carlistas en la tercera guerra civil), marca el ritmo y hasta el tono de lo narrado: el mar o la fascinación por el mar, el porqué de algo que, más que pasión, es una necesidad urgente. Conrad entendería mal el conjunto de los avatares de su vida sin ese elemento natural cuya capacidad de destrucción es uno de los motivos de su irresistible atractivo, de ese doble movimiento del alma del Odi et amo. Cuando un libro como éste se convierte en uno de los llamados «de cabecera» (y entiendo bien que así sea), podemos echar mano de la desmesura literaria de que, en nuestra calidad de lectores, nunca vamos a ser enteramente desdichados.


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
ABC de las artes y las letras
núm.707
20 de agosto de 2005

 


UN PODEROSO INFLUJO


Mientras completaba las piezas de El espejo del mar, Joseph Conrad (Berdichev, Polonia, actualmente Ucrania, 1857 - Canterbury, Inglaterra, 1924) escribió acerca del libro: "He aquí a Conrad hablando de los sucesos y sentimientos de su propia vida como si le hablara a un viejo amigo". La frase es elocuente, y no sólo por el hecho de que el autor hable de sí mismo en tercera persona, sino por la constancia de ese tono casual y a la vez nostálgico, amistoso y a la vez erudito, que es el rasgo más notorio del libro. El espejo... fue compuesto durante una época difícil para Conrad: su obra de teatro One day more había fracasado y la redacción de Nostromo le robaba todas las energías. Así, estos textos, con su evocación de la vida marítima (que para Conrad seguía siendo una especie de primer amor) y de los años de juventud irresponsable (en que el autor de El corazón de las tinieblas contrabandeó armas para los carlistas), constituyeron una verdadera terapia. Conrad habla con la libertad de quien se confiesa, y no es de extrañar por eso que El espejo... sea rico en epigramas: "Las herramientas, igual que los hombres, deben ser tratadas con equidad para que muestren las virtudes que guardan en sí". O bien: "¡Ver! ¡Ver! Ése es el anhelo del marinero, como lo es del resto de la ciega humanidad".


Al final resulta que el libro, concebido como una serie de piezas menores, es en realidad una curiosa obra maestra. "No hay en él una sola página de estilo menor", dice Juan Benet en el prólogo. Por supuesto, tampoco en el prólogo hay una página de estilo menor: Benet es quizá el mejor crítico de su generación, y sus notas sobre El espejo del mar aciertan tanto como su valoración de la traducción maravillosa de Javier Marías. El que Marías -caso único- haya vuelto, 20 años después, a traducir el libro, sólo confirma el juicio de Benet, y el influjo poderoso del libro sobre sus lectores.


JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
El Periódico, Libros
21 de julio de 2005

 


Dibujo de Conrad por Tullio Pericoli


La fuerza escrita del velero


Como el artillero mayor Peyrol, protagonista de su novela The Rover, Joseph Conrad desembarcó un día dando por terminadas sus aventuras en el mar. A Peyrol, que sólo deseaba disfrutar de la tranquilidad de un retiro junto al mar, bien cubierto por un dinero obtenido de sus correrías como "hermano de la costa", le aguardaba, justamente donde había decidido retirarse, una última e inesperada aventura en el mar; a Conrad, en cambio, le aguardaba una aventura literaria que le convirtió en uno de los mayores novelistas de la historia de la literatura. El espejo del mar es uno de esos libros tocados por la gracia de la perfección. No es una novela sino un conjunto de textos acerca de la vida en el mar, escrito en un estilo alto con una tal belleza que a cualquiera que ame la escritura ha de dejarlo anonadado y exultante a la vez. El libro se fue escribiendo durante la gestación de Nostromo; los capítulos de que consta fueron publicados como artículos en revistas antes de aparecer en forma de libro.

Hay en todos ellos una suave constante. El libro está escrito en tierra por alguien que echa su mirada al mar, que ha sido el escenario de su juventud y de su primera madurez. Conrad navegó en la época de los veleros mercantes y cuando vuelve sus ojos al mar de su experiencia recuerda su oficio, pero no deja de mirar hacia delante. Esa mirada topa necesariamente con una nueva forma de navegación que se va imponiendo, la de los barcos de vapor. En la inevitable confrontación, la aventura se ciñe a los primeros y también a la relación de intimidad entre marinero y nave. "El moderno buque de vapor avanza, por un mar tranquilo y ensombrecido, con un palpitante tremor de su armazón (...) con un ritmo machacón y denso en su progreso y el regular latido de su hélice, cuyo sonido augusto y laborioso se oye por la noche en la distancia como la marcha de un futuro inevitable. Pero, en medio de un temporal, la silenciosa maquinaria de un velero (cabos, palos, velamen) no sólo captaba la fuerza, sino la voz salvaje y exultante del alma del mundo".

Esa idea de que el velero parece extraer su fuerza del alma misma del mundo está presente a lo largo del libro y así es como se habla en él del barco, del marino y del mar. Hay una intimidad orgullosa y desafiante en la relación del marino con su barco y el verdadero marino, para Conrad, siempre coloca el amor al oficio por delante de la gloria del triunfo, en actitud semejante a la del verdadero escritor ante la eficiencia y el éxito. El futuro, el barco de vapor, aparece claro ante sus ojos, pero es un futuro que él ya no desea y la contempla desde tierra; ese futuro ha acabado con su Vida en el mar; por eso escribe. Ve cómo, en un sentido amplio, "una incorregible humanidad va endureciendo su corazón en el proceso de su propia perfeccionabilidad". El corazón de los navíos es ya un corazón de hierro sordo y constante que carece de sentimientos.

Porque un barco velero es para Conrad una criatura viva y este libro trata de su relación con esas criaturas, con las gentes que lo gobiernan y con un mar que, como cuenta en un precioso artículo, un día le descubre que su característica es la falta de generosidad, la traición, la crueldad, lo que deja solos e indisolublemente unidos al barco y al marino. De eso habla este libro que, en realidad, trata de la vida y de la muerte. El lector hallará capítulos a cual más admirables, pues es un libro que debe leerse con tiempo y calma. Hallará el relato de la vivencia de un guarda nocturno sobre el barco y el puerto y percibirá cómo "los humores nocturnos de la ciudad descendían desde la calle hasta la orilla durante los tranquilos cuartos de la noche"; vivirá las primeras experiencias del joven Conrad en El Tremolina, el barco fletado con tres amigos con el que se dedica al contrabando a favor de la causa carlista ante las costas españolas; entenderá por qué llama al Mediterráneo el mar de las aventuras clásicas; descubrirá asombrado las relaciones entre el ancla y el lenguaje y, en definitiva, sentirá con su autor por qué "el placer de ver una embarcación pequeña navegar por entre las grandes olas, es cosa que no ofrece duda para aquel cuya alma no tiene morada en tierra".

E incluso leerá una referencia al Quijote cargada de sentido: "Nosotros, comunes mortales con un alma mediocre que no desea sino tomar a malvados gigantes por honrados molinos de vientos, recibimos las aventuras como ángeles visitantes". En esta posición real, el libro será para muchos una incitación a la aventura, no a la aventura que se busca sino a aquélla a la que, al pasar a nuestro lado, nos incorporamos con la experiencia; para otros, será el destello de "nuestras verdaderas aventuras, de los inesperados huéspedes recibidos un día imprevistamente en nuestra juventud". Conrad confiesa que, habiéndole dado ya la espalda al mar, alumbra estas pocas páginas en el crepúsculo en busca de alguien paciente dispuesto a escuchar. Éste es uno de los libros más bellos que se han escrito nunca, un acto de amor, un libro para los privilegiados que quieran aventurarse a leer de verdad, por amor a la palabra y a la vida.

Un aparte sobre la traducción. A Javier Marías se le deben tres magistrales traducciones en prosa del inglés al castellano: Tristam Shandy, de Laurence Sterne; Religio Medici, de Thomas Browne, y este Espejo del mar. Se presenta ahora este último como nueva traducción, pero he de decir que la primera era tan buena que lo que ha hecho realmente es ganar en precisión aquí y allá (por ejemplo: de "en ningún sitio se hunden en el pasado los días (...) más rápidamente que en el mar" hemos pasado a sustituir "hunden" por "sumergen", más preciso y sugerente en relación con la referencia marina). Lo cierto es que no se puede mejorar mucho más. Los tres libros mencionados tienen en común el trasladar un estilo insuperable en su origen a nuestra lengua, lo que nos deja en deuda con tan logrado esfuerzo.


JOSÉ MARÍA GUELBENZU

El País, Babelia, 4 de junio de 2005