Miramientos

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Alfaguara

Miramientos

Dijo Borges que el tiempo es un río que nos arrebata pero que somos el río, que el tiempo es un tigre que nos destroza pero que somos el tigre. En el curso de su larga y variada obra, el maestro argentino, poco aficionado al arrebatamiento y al destrozo, procuró refutar el tiempo buscando repeticiones, paralelismos, arquetipos y dobles y, asimismo, borrando las fronteras entre realidad y ficción, ciencia y religión, filosofía y mito, verdad y creencia. De esta manera consiguió que autor y personaje se convirtieran en un solo Borges que desde hace años vive su propia historia de eternidad como el patriarca de la autoficción.

Los campos de batalla de Borges eran el poema, el ensayo y el cuento. Desdeñó la novela alegando argumentos ingeniosos y divertidos aunque poco convincentes, ya que enmascaran un profundo, intrincado y significativo miedo ante el género que, más que ningún otro, está determinado por el tiempo.

Como ya desde su título atestiguan Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo y Tu rostro mañana, Javier Marías no teme al género eludido por Borges ni la batalla para la que el autor prefirió géneros de menor envergadura. Al contrario: no se cansa de aventurarse a librarla en el terreno más extenso, resbaladizo y arriesgado de la literatura, repitiendo, retomando, repensando, prorrogando, anticipando, ampliando y variando el tiempo en sus formas y encarnaciones más concretas: momentos, sucesos, episodios… La mayor hazaña hasta la fecha es Baile y sueño, el segundo (y más reciente) volumen de Tu rostro mañana, en el que el autor estira hasta límites de lo posible una escena hilarante y dramática que tiene su marco en una discoteca. ¿Y cómo no recordar aquí que los narradores de Marías sólo necesitan fijarse en un cubo de basura o una mancha de sangre para entrar en la negra espalda del tiempo congelando el presente, recuperando el (posible) pasado y viendo el (posible) futuro?

Aunque es cierto que los desvíos, digresiones, paréntesis, disquisiciones y divagaciones tan característicos del discurso de Marías no consiguen abolir el tiempo –sería un absurdo-, no lo es menos que alcanzan a reducir extraordinariamente su paso y a convertirlo en esa dimensión fantasmal en que “pueden hablarse y comunicarse los vivos y los muertos”, para citar a Juan Benet, el misterioso maestro que no estaba hecho para la muerte y que, sin embargo, murió.

Con esta afirmación paradójica termina el capítulo sobre Benet incluido en Miramientos (1997), en que Marías retrató a quince autores (entre ellos a sí mismo) y en que, además, inventó un género. La materia prima o punto de partida del miramiento son algunas fotos de autores que tienen que reunir dos requisitos: deben ser personas de aspecto y carácter ameno y, además, deben haber escrito una obra que no provoque rechazo. Hay más restricciones que el autor de los miramientos se impone, pues en el texto que acompaña a las fotos sólo se comenta el rostro y la actitud del retratado, y esquiva hablar de su vida y obra.

Casi sobra añadir que lo último resulta punto menos que imposible. Los requisitos del miramiento no son terminantes ni categóricos, como indica asimismo el miramiento sobre Pablo Neruda, casi tan implacable como el propio retratado. Las fotos que el autor luego comentaría en Negra espalda del tiempo (1998) –no todas de autores y ni siquiera de personas- recalcan que no se trata de un género rígido y bien delimitado, sino más bien elástico y flexible. Su origen –si es que los géneros tienen origen- hay que ubicarlo en ‘Artistas perfectos’, los brevísimos comentarios en torno a treinta y siete fotos de autores (extranjeros y muertos) que cierran Vidas escritas (1992), cuna, por cierto, de otro género que tiene como tema la vida de autores (muertos y extranjeros) a los que el escritor retrata como si fueran personajes de ficción. Como explica Marías en el prólogo de ese libro, el género se remonta, a su vez, a otro que hacía algunos años habían inventado a pesar suyo: las notas biográficas incluidas en Cuentos únicos (1989), una antología compilada y editada por el autor madrileño que incluía cuentos tan raros –en todos los sentidos de la palabra- que algunos lectores sospechaban que se trataba de autores inventados por el compilador (lo que en un solo caso era cierto).

Todos estos inventos –la nota biográfica a caballo entre lo histórico y lo ficticio; la vida escrita; el miramiento- son lo que son (o deben ser) todos los géneros que merecen esta denominación: vasos comunicantes. No es de sorprender, pues, que los trasvases que acabamos de señalar no sean más que partes de un proceso que no tiene fin (y, quizás, tampoco principio). Así, sin ir más lejos, no creo equivocarme al sospechar que el narrador de Tu rostro mañana, Jacques Deza, ha heredado su don o capacidad singular –verles “el rostro mañana” a las personas a las que el servicio secreto británico le enfrenta- del autor de Miramientos, y que la última narrativa de Marías debe mucho a este librito (el diminutivo es del propio autor).

Termino con una idea que parece contradecir lo anterior, pero en realidad no lo hace: más que un género, el miramiento es, a lo mejor, un estado de ánimo que reta al tiempo convirtiéndolo en una dimensión en que no sólo pueden hablarse y comunicarse los vivos y los muertos, sino también los presentes y los ausentes; o, en suma, el yo y el otro.


STENMEIJER, M.
Revista de literatura Quimera
Noviembre, 2005, nš 263-264, p. 65-66.

 

Miramientos

 

De un escritor se habla siempre según sus libros, y no faltan los que hacen todo lo posible por disimularse en ellos, por perderse en su literatura como el que se suicida en un mar de ficciones inventadas por él mismo, para que le sobrevivan sus fantasmas y se olvide su persona. Aunque tienta a todos echar mano de la biografía para completar el conocimiento de un autor, escudriñar su vida privada, sus intimidades.

Javier Marías, ya en otro de sus títulos Vidas escritas, innovó en estas actitudes, confesando el subjetivismo de su método y sin esquivar cierto aire de insolencia más o menos afectuosa. ¿Y si los escritores fueran tal como los vemos? Como si quisiera decirnos, contradiciendo el refrán, que las apariencias no engañan. Que si uno parece lo que parece, por algo será.

Terrible constatación; no solamente somos lo que escribimos, ni siquiera nos limitamos a ser lo que se vive, sino que somos también nuestro aspecto físico en una fotografía. Los rasgos de la cara, la manera de peinarse, la postura, la ropa, la raya del pantalón, el modo de sostener el cigarrillo… Un retrato para quien sabe verlo puede equivaler a una confesión involuntaria.

Posamos ante una cámara con el disfraz de lo que debe de ser nuestra imagen predilecta, la que suponemos que nos favorece más, confiado en que nos vean así, que es como quisiéramos ser (uno nunca es lo que quiere, pero es tan humano tratar de que los demás crean que sí lo hemos conseguido). Y resulta que el disfraz nos delata igual que las palabras que empleamos al escribir, que todo es indiscreción.

Javier Marías describe e interpreta una serie de fotos de escritores españoles e hispanoamericanos, a menudo midiendo la distancia que separa una imagen antigua de otra más reciente, como si retratase el paso del tiempo por una vida, por un rostro; simula no saber nada de lo que han escrito esas gentes, lo cual salta a la vista que no es verdad, pero éste es un engaño muy excusable; en último término la literatura es siempre ficticia, es decir, engañosa, no podemos salirnos de ella abdicando de sus embustes maravillosos y reveladores, y ¿qué se va a esperar de un escritor?

Valle-Inclán y sus barbazas, con el brazo perdido bien oculto. Borges y la metamorfosis de su mirada; Aleixandre; Juan Benet; García Lorca con su aire de inspirado palurdo; la elegantísima Victoria Ocampo -sobre todo en una estupenda fotografía en la que aparece muy mal acompañada por ilustres figurones con los que se ensaña divertidamente Marías-; Luis Cernuda y su dandismo incómodo y un tanto postizo.

En todos la imagen dice mucho, pero las palabras multiplican su efecto, la explican, nos conducen a través de un confuso mundo de apariencias hacia las verdades ambigüas que se sugieren por obra del lenguaje. En ocasiones lo que se cree ver es de una notable crueldad, como en el caso de Neruda, pero por lo común predomina un afortunado tono agridulce, sin adulación y sin ira.

Así quiere ser también el autorretrato, empresa muy arriesgada, inevitablemente uno siempre está a favor de sí mismo, y eso estropea cualquier descripción, pero los resultados hubieran podido ser peores; no son las páginas más memorables de este volumen, aunque se defienda con mucha habilidad una vez se enfrenta con un tema imposible.

En general Javier Marías sale muy airoso de ese recorrido indagatorio por lo que parecemos, acertando a encontrar una voz personal, irónica y persuasiva diferente de sus novelas, aunque no pueda negar un aire de familia. Cada detalle es un universo significativo, cada pormenor quiere decir algo, por ejemplo, de Guillermo Cabrera Infante, o la "cara de soplón, de chivato" que descubre en el joven Neruda, ilustra rincones de su obra, zonas de su personalidad más o menos escondidas, y, es también un sondeo de reflejos humanos que nos conciernen a todos.

Breve, muy bien escrito, elegante con inteligencia y pasión, este es un repertorio de subjetividades bien resuelto, que se esfuerza por averiguar lo que está ante los ojos, y que nunca es inocente. A partir de ahora, antes de sonreír al fotógrafo nos lo pensaremos dos veces, porque puede ser grave.

 

Carlos Pujol

ABC Literario

16 de enero, 1998

 

Retratos de escritores

Javier Marías ha reunido fotografías de quince escritores en el libro titulado Miramientos: de Valle-Inclán, Borges, Aleixandre, Benet, Lorca, Victoria Ocampo, Savater, Neruda, Cabrera Infante, Cernuda, Martínez Sarrión, Eduardo Mendoza, Quiroga y de él mismo. En cada capítulo describe al personaje tal y como queda reflejado en esas fotografías. Y el resultado es sugerente, evocador, irónico a veces, fugazmente cruel, como en el caso de Neruda, agridulce y comprensivo casi siempre. "Aquí sólo se habla de los rostros y las actitudes", -advierte el autor-: "ni de las vidas ni de las obras". Y esos rostros son a veces disfraces, pero siempre transmiten algo del enigma que hay en cada uno de los retratados, aunque el autor rehuya la objetividad y prefiera el juego de combinar imágenes y palabras, literatura y fotografía, para describir los rasgos que delatan a los personajes fotografiados.

 

Martín Nogales

El Diario Vasco

2 de mayo, 1998