ADIÓS A TODO ESO
|
Realidad o ficción
A propósito de la reedición de la novela Los dominios del lobo, Javier Marías publicó, en 1987, un artículo titulado "Autobiografía y ficción" donde dice que su primera obra no tiene absolutamente nada de autobiográfico y en el que explica que, tras la publicación de aquella novela de juventud, escritores y críticos le reprocharon el no haberse ocupado de sus experiencias, de su entorno, de su realidad. Marías contesta retrospectivamente diciendo que, sin duda, el libro respondía a experiencias vividas, sólo que de otro orden, a saber, cinematográficas y librescas. En ese mismo artículo, Javier Marías se plantea la pregunta de cómo un autor relabora el material autobiográfico dentro del marco de la narración. Para Marías hay tres posibilidades: a) mediante la ficción -novela-, b) mediante el género memorias y c) mediante un, digamos, tercer modo- que no califica pero del que pone ejemplos: El sobrino de Wittgenstein, Historia de un idiota contada por él mismo-,que es, precisamente, el que considera más interesante. En esa tercera opción, dice Marías, "el autor presenta su obra como obra de ficción, o al menos no indica que no lo sea; es decir, en ningún momento se dice o se advierte que se trate de un texto autobiográfico... sin embargo, la obra en cuestión tiene el aspecto de toda una confesión, y además el narrador recuerda claramente al autor... El resultado de ese malabarismo es de una ambigüedad tan asombrosa que las sospechas del lector oscilan de continuo entre dos polos o tendencias opuestas, sin que pueda decidirse por ninguna de ellas". ¿Ficción o realidad? Dos años después, en 1989, con motivo de la aparición de la novela Todas las almas, el autor publica el artículo "Quién escribe". Una clara intención parece dominar el texto: la de minar la idea de que narrador y autor constituyan una identidad en esa novela, idea a la que fácilmente puede llegar el lector, puesto que el "narrador ocupaba en la novela el mismo cargo o puesto que yo ocupé entonces, y no puedo negar que vivía en una casa idéntica a la que yo habitaba". Tal parece el interés que tiene Marías en dejar claro que no hay identidad alguna entre él y su narrador, que nos descubre su pequeña trampa de autor o coartada: su personaje contrae matrimonio al volver de Oxford, y Javier Marías ni está ni ha estado casado. Todas las almas parece que empieza a encajar en ese "tercer modo" de reelaborar el material autobiográfico (presentar como ficción el aspecto de una confesión, el narrador recuerda claramente al autor), si bien el propio Marías todavía se preocupa en deshacer esa ambigüedad que sería definitoria. Finalmente, parece que Javier Marías, ha apostado por la ambigüedad sin ambages. Empieza su novela Negra espalda del tiempo (su novela, pues en ningún lugar se dice que éste sea un texto autobiográfico, aunque tenga el aspecto de una confesión) con la frase: "Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión..." De modo que desde el principio el narrador (que también se llama Javier Marías) parece estar advirtiendo al lector de que lo que en adelante leerá puede ser una mezcla de fabulación y verdad; y, ya muy avanzado el texto, insistirá en la idea de que la negra espalda del tiempo es el lugar propio de lo que es a la vez real y ficticio, pero sobre todo de lo que podría haber sido y no ha sido o tal vez fue. Así, ¿con qué se encuentra el lector de Negra espalda del tiempo? Pues sencillamente con el narrador y sus fantasmas, donde (entre sus fantasmas) ocupa un lugar preeminente el libro Todas las almas, "y si se preguntara qué diablos se le está contando o hacia dónde se encamina este texto, sólo cabría contestar, me temo, que se limita a recorrer su trayecto y se encamina hacia su final, por tanto, lo mismo, por lo demás, que cuanto atraviesa o se da en el mundo". Se ha dicho que Todas las almas ocupa lugar preeminente y podría decirse que es casi el ovillo a partir del cual irán deshilvanándose las vidas que llenas las páginas de Negra espalda del tiempo, relatos que conciernen a personas (con una existencia real aunque pretérita en su mayoría) que tienen como denominador común lo literario, el poder constituirse en personajes de ficción (fantasmas, en suma -y también en el sentido de obsesión-, para Javier Marías). Vidas que, como todas, son esencialmente el resultado de una combinatoria, de un devenir azaroso, por lo que, parafraseando al narrador, ¿para qué pasarse la vida fingiendo que se es único y escogido, cuando somos conmutables, el indiferente resultado de una rifa de feria alicaída y mustia? José Manuel Muñoz LATERAL Enero, 1999 |
La memoria maestra
Acaba de aparecer en España Negra espalda del tiempo, la esperada novela de Javier Marías. Con temeridad casi suicida, el narrador ofrece una bitácora de íntimas certezas y desconciertos que añade registros decisivos a su obra y se aparta por completo de sus mayores éxitos de venta y crítica, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. Negra espalda del tiempo reflexiona sobre el autor y su circunstancia, las fronteras donde la realidad se encuentra con la ficción y la forma en que el novelista es alterado por su obra. En sus muchos borradores, el escritor cede espacio a algo que no le pertenece, acepta la perplejidad y el extravío, encuentra un camino que busca en secreto pero que sólo vislumbra al dialogar con su materia. Sin caer en raptos chamánicos, es válido decir que piensa a través de su escritura, y que es pensado por ella. El procedimiento es inseparable de toda narración: lo original, en el caso de Marías, consiste en novelarlo, en construir un artificio capaz de persuadirnos de que el texto y nuestra lectura transforman al protagonista, que casi por azar es el autor de la novela. El disparador del libro son las coincidencias y confusiones provocadas por la publicación de Todas las almas, en 1989. Aquella novela tenía por protagonista a un profesor español en Oxford, y fue leída como una historia en clave de los años que Marías enseñó traducción ataviado con la prestigiada toga oxonense. Los colegas ingleses de Marías se sintieron retratados en la novela, se ofendieron al no reconocerse en esas páginas o se inventaron parecidos con personajes que sólo existían en la imaginación del autor. Todas las almas fue el primer libro que puso a Marías en contacto con el gran público y lo llevó a los ambiguos placeres de la sobreinterpretación: de modo sigiloso, los lectores atraparon al novelista en una red de misreadings y acabaron por brindarle una realidad afantasmada, donde se asemejaba cada vez más al protagonista que nunca pretendió ser. Casi una década después, Negra espalda del tiempo se presenta como la operación opuesta: una novela sin ficción en la que Marías se asume como protagonista absoluto del relato y trata de despejar las sendas de sombra que de manera casi inadvertida recorría desde Todas las almas. Más que ante una trama definida, estamos ante un catálogo de obsesiones. La muerte, las ausencias que deciden por nosotros, el costado improbable de los recuerdos, lo que los sucesos callan cuando transcurren conforman la espalda del tiempo buscada por el narrador. Marías avanza sin brújula rumbo a esa orilla insólita; desconoce lo que va a decir y es el primer sorprendido de las conexiones que entrega su novela. El sentido del suspenso, resorte esencial de Corazón tan blanco o Mañana en la batalla, cede su sitio a una pesquisa intelectual, dominada por los gustos literarios y los hábitos de quien ve el mundo como una vasta oportunidad narrativa. Marías dedica varios capítulos a indagar las oscuras circunstancias en las que murió Wilfrid Ewart, un novelista menor, aunque célebre en su tiempo, que llegó al país del águila y la serpiente en busca de una cura para la mano que ya no lo obedecía al escribir. No sabemos si Ewart experimentó en tierras de la Coatlicue la fascinación tantálica de Lawrence, Burroughs, Lowry o Bierce (quien en su última carta escribió: "Ah, ser un gringo en México, eso es eutanasia"), lo cierto es que su biografía termina como el comentario más dramático sobre la mexicana alegría. Fue alcanzado por una bala perdida disparada por alguien que celebraba el Año Nuevo de 1922 en el DF. Ewart no veía con ese ojo y resulta una rebuscada ironía que aquella bala fuera el único contacto que su globo ocular tuvo con su cerebro. Para recrear el destino de Ewart, Marías se apoya en una correspondencia de casi diez años con Sergio González Rodriguez. En complicidad con el autor de El centauro en el paisaje, inventa a otro corresponsal mexicano, Rafael Muñoz Saldaña, quien recorre los archivos de El Universal y Excélsior y aporta pistas, siempre perturbadoras y siempre insuficientes, acerca del escritor inglés. Como en su relato sobre Elvis en Acapulco, Marías evoca con fortuna un país en el que nunca ha estado y demuestra que no hay mejor vía de conocimiento que la ficción. El libro también incluye el trato del autor con Juan Benet, una viñeta del dictador y falso almirante Franco, tan lograda como la del Rey Juan Carlos ("Only the lonely") en Mañana en la batalla, y algunas rencillas editoriales destinadas a mostrar que, a pesar de su éxito contundente, el novelista custodia con esmero el sentido de la irritación. Negra espalda del tiempo es la puesta en escena de una mente. Como Fridyes Karinthy en su Viaje alrededor de mi cerebro, Marías no escatima ningún detalle introspectivo, y algunos internistas españoles se han apresurado a diagnosticar dolencias marianas que van desde solipsismo al narcisismo. En la tensa relación que Marías mantiene con su patria, nunca han faltado los cargos de "extranjerizante" (o "angloaburrido", como escribió Francisco Umbral); ahora la arriesgada apuesta de Marías corre el albur de ser estudiada como un problema de carácter y no como un asunto literario. Es cierto, Marías está ante el espejo, pero lo decisivo no son sus modales sino la forma en que se convierten en estilo literario. Un pasaje memorable resume la tentativa del autor. Las lámparas del día son la mejor forma de calibrar el arbitrario decurso del tiempo: "las incongruentes luces todavía encendidas bajo el sol que avanza y las hace patéticas e insignificantes [atestiguan] que existió lo que ha cesado". Negra espalda del tiempo brinda el impensado reverso de lo que acontece, el sustrato esencial de la novela, la luz fuera del tiempo, donde perdura lo que ya ha cesado. Juan Villoro La Jornada, México 31 mayo 1998 |
Un personaje literario
Negra espalda del tiempo, la fascinante nueva novela de Javier Marías, empieza a cobrar su cuota de misterio en los lectores. La obra trata de las ambiguas fronteras entre la realidad y la ficción: "No soy el primero ni seré el último escritor cuya vida se enriquece o condena por causa de lo que imaginó o escribió", afirma el novelista. De modo singular, las recompensas y los castigos por mezclar la literatura con el destino se transfieren a los comentaristas del libro. Hace un par de semanas escribí en esta columna: "Para recrear el destino (del escritor inglés) Ewart, Marías se apoya en una correspondencia de casi diez años con Sergio González Rodríguez. En complicidad con el autor de El centauro en el paisaje, inventa a otro corresponsal mexicano, Rafael Muñoz Saldaña, quien recorre los archivos de El universal y Excélsior y aporta pistas, siempre perturbadoras y siempre insuficientes, acerca del escritor inglés. "La frase no admite dobleces: Muñoz Saldaña es un personaje literario. Uno de los juegos predilectos de Marías es el de modificar un hecho auténtico con un personaje ficticio. En su antología Cuentos únicos incluye a un narrador que sólo el lector muy avisado o muy paranoico interpreta como un desdoblamiento del antologador, y los libros Literatura y fantasma y Vida del fantasma son, desde sus títulos, comentarios sobre las invenciones que adquieren irregateable carta de ciudadanía en el cuento o la novela. Pero había otro dato para suponer que Negra espalda del tiempo era recorrida por un fantasma mexicano. El 17 de mayo Sergio González Rodríguez publicó en el suplemento El Ángel, del diario Reforma, un excelente ensayo sobre el terrible destino de Wilfrid Ewart y una nota sobre la novela de Marías. En ella afirmaba: "Obsesionado por los heterónimos de Pessoa, me dio también por inventarme algunos seudónimos y enviar cartas a los periódicos en que expresaba las opiniones más peregrinas en torno a temas de actualidad. Apenas me publicaron un par de cartas en una revista conservadora. El joven Rafael Muñoz Saldaña dio a luz en esas fechas. ¿Quién iba a pensar que mi doble alcanzaría el estatuto espectral que Javier Marías le asigna ahora en Negra espalda del tiempo?" Entusiasmado por encontrar a un amigo en una novela impar, hablé por González Rodríguez. Su interpretación me pareció tan sugerente como irrefutable: el sagaz Muñoz Saldaña había sido creado por Marías para vigilar y acicatear al otro investigador del caso Ewart. Al día siguiente de publicado mi artículo, un fax inquietó las oficinas de La Jornada Semanal; Rafael Muñoz Saldaña afirmaba: "Por desgracia mis numerosas ocupaciones me impiden reconstruir la experiencia cartesiana para obtener la certidumbre de mi existencia. Mucho más fácil es recurrir a mi credencial para votar, expedida por el Instituto Federal Electoral, que confirma mi carácter real o las cartas y ejemplares dedicados por el propio Javier a lo largo de una década". Un sentido de la elegancia (o una fidelidad a los fantasmas) llevaba al autor a mencionar su cívico registro en el IFE pero no a ofrecer una fotocopia del documento. Lo único que parecía real en el fax era un número telefónico. Llamé ahí y la respuesta fue digna de un laberinto borgiano: "¿Enciclopedia Británica?" Muñoz Saldaña trabajaba ahí pero había salido a comer. ¿Quién podía ser el enciclopedista que hablaba desde las novelas de Marías y carecía del tiempo para dar una prueba cartesiana de su existencia? La trama avanzaba hacia una espiral de sombra cuando por fin hablé con Rafael. Le propuse que nos viéramos en un café y me pidió que a modo de identificación llevara un libro. El personaje de Marías resultó ser un prolífico colaborador de Revista de revistas y un acucioso editor de enciclopedia. Con una ironía respaldada por una inteligencia movediza, capaz de hablar en forma casi simultánea de un documental sobre la frontera, el carácter de Proust, una filósofa perversa y un arbitrario manual de estilo que obligaba a cambiar "bebé" por "nene", Muñoz Saldaña disculpó mi equívoco, me mostró las cartas de Marías (los sobres llevaban el sello de URGENTE) y reveló que tiene la doble virtud de existir en la literatura y en la vida que por convención llamamos "real". Sé que esta historia puede parecer apócrifa. ¿Sirve de algo decir que Muñoz Saldaña y yo tenemos amigos comunes y que, como en cierta trama de Heinrich Mann, las claves de su identidad me quedaban demasiado cerca? Tal vez no hago sino prolongar la cadena de equívocos entre lo real y lo ficticio que dimana de Negra espalda del tiempo; tal vez Muñoz Saldaña existe para reforzar la intrincada urdidumbre de la literatura y convertirme en personaje ficticio. Cuando hablamos por teléfono, me preguntó por "Yambalón y sus siete perros", un cuento que escribí hace más de veinte años. Ofrecí llevarle un ejemplar de mi primer libro y cedí a la imperdonable curiosidad de releer algunos párrafos. Con precisión asombrosa, el relato me regresó a las circunstancis en que lo escribí, pero no pude identificarme con ninguna de sus palabras. El autor de aquellas líneas había desaparecido, era como leer a un muerto del que, en forma perturbadora, conservaba pertenencias y recuerdos privados. Muñoz Saldaña me demostraba que mi existencia es más borrosa y espectral de lo que supongo. Son las lecciones que dan los fantasmas. Juan Villoro La Jornada, México abril 1998 |
Tiempo sin brújula
Creo que fue un presocrático quien sostuvo que a la realidad le gusta ocultarse. Algo similar pasa en "Negra espalda del tiempo", 1998, de Javier Marías, donde las mezclas de ficción y realidad alcanzan grados insólitos. La ficción se entromete en la realidad -"Todas al amas" embriagaba a los lectores desprevenidos- y la realidad agrede o perturba el camino de la ficción. Nadie está libre de los riesgos y zarpazos ciegos en tal línea de sombra. Ni siquiera el propio autor. Acaso su reciente monarquía lírica y modesta de Redonda sea la mejor prueba. El bronco juego es escribir en tinta y carne viva. Una escritura que no cicatriza. El autor medita en un Madrid nevado sobre la urdimbre caprichosa y envenenada de su oficio de novelista. Marías regresa a Oxford y constata y coteja las interferencias identificatorias y equívocos producidos entre su novela y el Oxford real. El lector ufano suele confundir ambos polos. La foto y nombres del portero oxoniense es un buen comienzo de las hostilidades literarias. El autor no tiene más remedio que deslindar la sinuosa raya entre lo que es y lo que finge ser. A la realidad le pirran las máscaras. El enigmático Rylands tirará la novela al césped y luego la leerá como un poseso. El diálogo de Marías con el profesor Rico es magistral y divertido. Dos virtudes difíciles de congeniar. Es una novela digresiva -como el "Sandy de Sterne"- extraordinaria. Los libreros Alabaster-Stone y el fogonazo lírico de la cicatriz besada son una cima de la novela. Gawsworth sigue siendo el monarca huidizo en estas páginas. Sus palabras nos llevan a Wilfrid Ewart y su muerte por bala floja en México. Marías se finge Holmes en esa pesquisa y -Conan Doyle aparece para ilustrar el pasado familiar del piloto pirata De West, cuya audiencia ficticia con Franco es puro esperpento. Es posible que el latido más hondo de "Negra espalda del tiempo" sea su murmullo o rumor de océano sobre el tiempo ambiguo o insomne. La dimensión común -según Benet- entre vivos y muertos. La estampa de los faroles madrileños en la madrugada, una deuda de juego en un timba de toreros, la frase de Otelo -es la causa, la causa y apaga la luz-. La evocación de Benet o de su madre, Lolita, en su plenitud vital y en sus horas últimas son páginas memorables. Marías es un escritor genial. Ni una gota inferior a Sterne o al propio Benet. "Negra espalda del tiempo" toma su título de "The tempest". Próspero le dice a su hija Miranda: en la negra espalda y abismo del tiempo. No sé si tan conocido en españa como en la victoriana inglaterra. La novela tiene destellos líricos soberbios, páginas 278 -todos los ayeres laten bajo la tierra- y 378 -es todo tan azaroso y rídiculo-. La fábula de Melville y su editor Harper es una delicia autocrítica, en un país de Quevedos redivivos. César Pérez Gracia El Heraldo de Aragón 14 de mayo de 1998 |
Negra espalda del tiempo
Se trata de una historia que muchos sueñan y pocos realizan: su novela Todas las almas (1989) le dio a Javier Marías la posibilidad de contarse entre los escritores ibéricos más célebres del fin de milenio. El éxito trajo consigo reconocimiento y fama, con una secuela curiosa. Resultó que el productor, también español, Elías Querejeta, compró los derechos de esta obra singular para que la firmara su hija sin darle a Marías chance de revisar el guión, algo que en principio Querejeta y Querejeta prometieron. Viendo el resultado, según parece deplorable porque no habrá oportunidad de exhibir por acá el film, el pobre Marías sintió que su novela quedaba convertida en algo demasiado ajeno a lo que él había imaginado y escrito. La novela fue envilecida a excipiente literario mal trasladado a la pantalla por la inepta Querejeta junior, quien hasta cambió nombres de personajes nomás porque alguno le recordaba a su añorado perrito. Marías reclamó judicialmente el ultraje. Ganó sentando un precedente único y concebible sólo en Europa. El asunto tiene su gracia: parece que Todas las almas es la obra que domina la obra de Marías, más ahora que, de manera involuntaria, en estos tiempos donde la imagen es diosa, se conservará como simple literatura, palabras puras carentes de equivalencia en otro lenguaje. Y domina en otro sentido por la serie de peculiares coincidencias que siguen a Marías desde que la publicó: sucedió que los personajes imaginarios fueron reales cuando ciertos colegas oxonienses de Marías espontáneamente se identificaron e identificaron a otros con algo que era en su origen un libro en el que sólo había un nombre real, el muy exótico y célebremente desconocido John Gawsworth, personaje inasible de carne y hueso, que dejó una serie de vestigios/personajes descubiertos casualmente por Marías, como otros escritores aventureros del tipo de Hugh Olofff de Wet, quien esculpió la máscara mortuoria de Gawsworth, escribió libros inaccesibles de sobreviviencia y espionaje y, méndiga suerte, murió hecho un mendigo. De Wet, a su vez, dejó vestigios más allá de los libros. Así, la novela original creó otra novela secreta forjada en esa Negra espalda del tiempo (1998, Alfaguara) con transparente sentido borgesiano: Todas las almas es un libro de arena sin principio ni fin, apenas asequible en sus misteriosos complejos, personales, casi increíbles, inalterablemente literarios. Las aventuras, porque ese es el término (el libro dual de Marías, novela, y novela de la novela, es una suerte de espejo y pasadizo secreto hacia el interior de un enigma fantástico: la literatura que cobra vida) de Todas las almas, tienen su highlight, al menos para nosotros, en la noche del año viejo de 1922 cuando el escritor británico Wilfrid Ewart, escuchando el relajo festivo de la calle, aparentemente se asomó al balcón -inexistente, según comprobó Sergio González Rodríguez- de su cuarto en el Hotel Isabel de la ciudad de México, y murió al recibir en su congénito ojo ciego un balazo perdido. La vuelta de tuerca que faltaba; la aventura, que comenzó en las frías tardes de un escritor español en Oxford, se convirtió en un libro de éxito y en un enigma que deja a su paso otros enigmas. La novela de Marías, y la novela de la novela, rebasan el misterio. Son algo inquietante porque respiran. Esta es la simpleza de su misterio, la alquimia de su atractivo. La biografía del autor, lo que permite que atisbemos, es complementaria del misterio: las coincidencias vitales que Marías encuentra las transforma de nuevo en lo que son: esencia deotro libro; la posibilidad de recontar el cuento con otra óptica, desde el otro lado del tiempo. Dicen que el escritor que logra esto, se gana, qué fácil y banal, la inmortalidad. Al menos por los quince minutos a los que cínicamente estamos acostumbrados. El amargo episodio fílmico de Marías apenas es una curiosidad más, otra condición natural del libro, su castigo ejemplar por permitir darle rostro a lo que acaso deba permanecer legible en el amenazado terreno de la escritura. Que dé gracias de que ningún yupi hollywoodense compró los derechos de Todas las almas. Ahora sería un título infmae: sin prestigio: mal recordado: la película sobreviviría al libro. En cambio Querejeta papi y Querejeta nena protagonizan el capítulo que ocupa rango mitológico de fantasma visual imposibilitado de encarnar en el cuerpo literario, en esa negra espalda del tiempo con que se alimentan todas las almas. El Financiero, lunes 17 de agosto de 1998 |
La Negra Espalda de Javier Marías J U A N A N T O N I O R I V E R A
|
El autor y el personaje en Negra Espalda del Tiempo de Javier Marías
Pasar por la vida y dejar huella a través de una obra escrita es el anhelo de todo escritor y, en el caso especial de Javier Marías, no sólo es su logro sino que a una edad en la que muchos están comenzando, Marías tiene una producción narrativa que sobrepasa en cantidad y calidad cualquier expectativa previsible para una persona cuya elección vital ha sido la creación literaria. Por supuesto, el éxito nunca llega por casualidad y cuando llega es mejor que encuentre un soporte textual que lo avale. Javier Marías es la prueba de una vocación de escritura que se dejó sentir desde muy joven. De profesión traductor, tuvo un reconocimiento a su trabajo en 1979 obteniendo el Premio Nacional de Traduccción por llevar Tristram Shandy de Laurence Sterne al español. Para esa fecha, Javier Marías ya tenía tres novelas publicadas: Los dominios del lobo (1971), Travesía del horizonte (1972), El monarca del tiempo (1978). A pesar de los logros tempranos, debió esperar a los años 90 para los premios literarios de importancia y grandes ediciones de sus novelas, por supuesto más profundas y trabajadas que las primeras, pero cuyo germen ya existía o estaba prefigurado en las primeras obras. Siguieron El siglo (1983), El hombre sentimental (1986), Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992), Mañana en la batalla piensa en mí (1995), Mala índole (1979) y Negra espalda del tiempo (1998). Las seis últimas son las novelas más representativas del autor, algunas de las cuales han ganado varios premios, como: Premio Ciudad de Barcelona por Todas las almas, Premio de la Crítica (1993), Prix L´Oeil et la Lettre (1993) e IMPAC (Dublín, 1997) por Corazón tan blanco; Premio Fastenrath de la Academia, Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (1995), Premio Arzobispo Juan de San Clemente (1996) y Prix Femina Étranger (1996) por Mañana en la batalla piensa en mí. Paralelamente a la anterior lista de obras, Marías ha escrito cuentos reunidos en Mientras ellas duermen (1990), Cuentos únicos y Cuando fui mortal (1996). Pequeñas biografías en Vidas escritas (1996), Literatura y fantasma (1993) y Vida del fantasma (1995) que son recopilaciones de sus artículos periodísticos. Javier Marías representa un fenómeno editorial en España, pues sus obras son distribuidas y leídas en el mundo hispanohablante. Las obras de Marías sobrepasan en cantidad a lo que se podría esperar de un escritor a la mitad de su vida, la calidad literaria de las mismas ha hecho que sus lectores sobrepasen las fronteras de España traducidas al inglés y al francés entre otros idiomas. La pregunta que se impone es por qué ha logrado lo que otros no. Ignacio Echevarría en el artículo "Los rastros del mestizaje" plantea que Marías por su profesión leyó y tradujo mucha literatura inglesa y francesa y lejos de seguir la tradición hispana, a la que Marías llama "tradición castiza", renovó la propuesta literaria española. La generación de Marías fue la lectora de Faulkner, Melville, Conrad, James, Beckett, Musil, Sterne, además de la generación perdida norteamericana y el Boom Latinoamericano, por lo cual la dinámica de su profesión de traductor hizo emerger de él un mundo de referencias internalizadas de literatura universal y contemporánea renovando así las propuestas de la literatura española de finales del siglo XX. Es interesante anotar que Echeverría da la misma razón que Ángel Rama defendió en su momento al tratar de explicar cómo se dio el Boom en Hispanoamérica: frente a la lectura de los autores franceses, ingleses y norteamericanos se renovó la propuesta de los escritores urbanos de la Latinoamérica de los años cincuenta. Observa, el mencionado crítico, a Javier Marías como uno de los hechos más curiosos e insólitos de su generación el que no solo asesinó a los padres, como es obligado y de buen gusto, sino también a los bisabuelos y a los tatarabuelos. En cuenta a los abuelos, puntualiza, sólo se los maltrató, en buena medida gracias a la presencia cercana, benéfica, constante y admirable de Vicente Aleixandre. Con Marías se cumple aquello que se ha dicho en diversas oportunidades: el gran autor es aquel que encuentra su tema y su producción narrativa es el desarrollo del mismo. El gran tema de Javier Marías es la soledad del hombre en las grandes urbes de los noventa y el recuerdo personal para darle un sentido al caos a través de la escritura. Tanto su procedimiento como su producción narrativa desarrollan ampliamente estos aspectos claves desde distintos puntos de vista. Partiendo de ello, encontramos algunas propuestas recurrentes en sus obras, es decir, la marca del autor de las cuales señalaremos algunas. Propone un escritor aprócrifo o falso, recurso literario tradicional, para plantear que imita la obra de otro o la firma con otro. Esto lo definió Marías como "escritor fantasma". Asimismo, el uso de la imagen en la ficción: fotos, fragmentos de películas, programas de televisión, imagen de un actor conocido por alguna película en particular todo esto imbricado de tal manera en la ficción que constituye parte de la misma, es decir, la imagen y la palabra para comprender y aprehender al mundo al elaborar una ficción, el cine como intertexto permisible. La historia comienza luego de que todo ha pasado; el punto de partida del narrador es recordar lo que sucedió y de allí comenzar a contar la historia para encontrarle un sentido: la palabra es la que le da un orden al mundo, lo sistematiza y lo jerarquiza; ello implica tácitamente que hay una elección sobre qué recordar y qué olvidar. La historia principal se cuenta y mantiene interesado al lector; paralelalemtnte subyace otra trama que al final de la obra cobra fuerza, da sentido y resuelve la acción principal. A lo largo de la historia se van dejando cabos sueltos como parte de la intriga, esto tendrá sentido cuando al final se resuelva el planteamiento hecho; posiblemente al estilo de la novela policial. La parodia de personajes famosos, como: Margaret Thatcher, Francisco Franco o Felipe González, reconocidos por la exageración de sus rasgos distintivos, imbricados en la acción de sus novelas. Se mantiene sostenidamente una relación intertextual, con las obras de William Shakespeare y el título de sus novelas son frases tomadas explícitamente de sus distintos dramas. La obra de Javier Marías es una propuesta de conflictos urbanos, conflictos de personas que viven en grandes ciudades, sea Madrid o New York, y de su profunda soledad, lo cual los lleva a las situaciones más insólitas, pero totalmente verosímiles en la realidad de las grandes ciudades de los 90. El personalismo de Marías Javier Marías desarrolla en sus anteriores novelas tramas en las que las marcas del escritor se vienen evidenciando a través de temas recurrentes. Negra espalda del tiempo es la obra donde Marías cuenta su historia como escritor. En las novelas anteriores, el autor y el narrador implícito están escamoteados a lo largo del texto. Se privilegia la mímesis, es decir, el máximo de información y mínimo de quien la cuenta; en cambio, en esta nueva obra, Negra espalda del tiempo se invierte la relación, se privilegia la diégesis, es decir, máximo sobre quién, cómo y por qué cuenta, es decir, la escenificación de los artificios o los modos de presencia explícita del narrador que en la mímesis quedaban ocultos para producir la ilusión de realidad. Esta obra es la puesta en escena de los artificios del autor al construir una ficción. El autor, Javier Marías, es el centro de la narración. La obra puede leerse desde la función de autor porque todo el texto trae algunos signos del mismo. El narrador se convierte en una especie de "alter ego" cuya distancia del escritor es muy corta y por ello narrador y escritor aparentan ser los mismos. El personaje narrador está autoconstruido y autoexplicado en el enunciado de la obra para así establecer un análisis de su propia producción. El sujeto que emerge de la escritura construye, al mismo tiempo que lo constituye, el lenguaje. Se opera el proceso de ficcionalización del sujeto en tanto que el yo asume actitudes determinadas para representarse en el lenguaje. En Negra espalda del tiempo es un yo que "finge" (en el sentido de la representación) hablar en serio. Es el yo ficcional de Marías (escritor) que se va edificando a lo largo del discurso y establece una reflexión. Negra espalda del tiempo es un texto metaficcional; pues es la puesta en escena de la ficción dentro de la ficción, de un texto que se desdobla en su propio comentario crítico o en las claves de su desciframiento. Uno de los rasgos del imaginario de la novela de finales del siglo XX es la autorreflexividad narrativa en una época en que el referente real ha perdido los asideros y las seguridades que tradicionalmente tenía. Es una obra autorreflexiva que responde a una perspectiva de autor frente a su producción literaria, regodeándose en su propia imagen: la ficción anhela ser la verdadera realidad, se ama a sí misma como tal pero depende de ese mundo referente que es la vida y obra de Marías. La metaficcionalidad de esta obra es la escisión, diálogo con el mundo refractado que es el otro y el sí mismo, espejo del autor y del lector. En la contraportada se cataloga a Negra espalda del tiempo como una "falsa novela"; pero sería más apropiado decir que está muy lejos de ser una novela tradicional, pues a pesar del título, formato, grosor, dedicatorias, es decir, todo el paratexto, constituye un engaño para el lector que acude a leer una novela cuando lo que se le presenta es un libro producto del uso de distintos géneros literarios tradicionales para plantear algo nuevo: un autor que se ficcionaliza para hablar de su producción narrativa. El libro es una mezcla de géneros: biografías, autobiografía, ficción, parodia, crítica literaria, memorias, recuerdos, relatos, entre otros. El sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación son los mismos: Javier Marías, escritor de cuentos y novelas, convertido en personaje literario de su propia ficción. Las 404 páginas son una profunda reflexión sobre la vida de Marías, sus fantasmas personales y la repercusión de su obra. Marías ve su reflejo en la escritura y la gran parodia es que se autoconvirtió en ficción. La obra plantea el poder de una ficción de convertirse en realidad, así como la realidad también tiene la capacidad de convertirse en ficción. Salvando las distancias, el planteamiento explícito en esta obra es que a Marías, escritor, le pasó lo mismo que a Miguel de Cervantes quien tuvo que escribir la segunda parte de El Quijote, porque ya habían escrito una segunda parte apócrifa, El Quijote de Avellaneda; además de que el personaje literario, el señor Don Quijote de la Mancha, fue tomado como real aun cuando fue producto de la imaginación de Cervantes, creado como parodia a las novelas de caballería. Es el caso del texto que al cobrar vida traspasando los límites de la ficción, trastocó la vida real del escritor de carne y hueso. Negra espalda del tiempo nace de la necesidad del autor de contar qué sucedió luego de la publicación de la novela que le dio fama internacional;Todas las almas (1989), de cómo los personajes literarios producto de la ficción fueron tomados por los lectores como si tuviesen un paralelismo con personajes reales desvirtuándose el sentido del texto y el tema de la obra al producir una película sobre la misma El último viaje de Robert Rylands (1996) dirigida por Querejeta. Esta película aparte de haber sido un fracaso fílmico, lo único que conservó del texto original fue el ambiente y los nombres de los personajes porque el argumento es otro. A lo largo de Negra espalda del tiempo, el narrador está totalmente consciente de los términos de la realidad y de la ficción, los límites de ambas, la capacidad del lenguaje de crear una realidad verosímil y al mismo tiempo diferente al referente que recrea, la capacidad del lenguaje de tergiversar los hechos al querer eternizarlos y la independencia de la obra de ficción la cual transita caminos por los que el autor jamás pensó. "porque lo que nunca pueden reproducir es el tiempo pasado o perdido ni resucitar al muerto que ya pasó y se perdió en ese tiempo" (p. 12) La relación con esta novela es inversa: hay que apartar al autor y tratar de encontrar la trama. Podríamos decir que la historia es la muerte de escritores desconocidos y a partir de ese tiempo detenido, es decir, desde su muerte física que los convirtió en historia, el narrador deja al descubierto que las vidas de algunos escritores parecen más ficción que la capacidad de invención demostrada en sus respectivas obras porque "si se narran historias como esas se hacen en cuentos o en malas novelas y nadie las creería". A lo largo de Negra espalda del tiempo encontramos una frase leif motiv que se repite a lo largo de la obra "apaga la luz, y luego apaga la luz", frase que dice Otelo antes de matar a Desdémona proponiendo a Otelo de Shakespeare como intertexto sin explicar el porqué. Apaga la luz, es la muerte que detiene el tiempo que transita y la existencia es sólo el relato de lo que se hizo hasta ese minuto que la muerte cerró. "Yo voy a cometer aquí varias afrentas porque hablaré... de algunos muertos reales a los que no he conocido y así seré una forma inesperada o lejana de posteridad para ellos. O dicho de otra manera, seré memoria suya sin haberlos visto y sin que ellos pudieran preverme en su tiempo ya perdido, seré su fantasma." (p. 15) Negra espalda del tiempo es el olvido al que se somete el ser humano. Salvo que sea eternizado por cualquier arte, el ser humano está sujeto a que se lo trague el tiempo infinito que hubo antes y después de él. El recuerdo es lo único que lo hará sobrevivir después de la muerte. "Relatar lo ocurrido es inconcebible y vano, o bien es sólo posible como invención. También la idea de testimonio es vana y no ha habido testigo que en verdad pudiera cumplir con su cometido"(p.10). Esta novela comienza con el relato personalísimo de lo que sucedió con el escritor luego de la publicación de la novela Todas las almas (1989) en la cual la ficción y la realidad fueron mezcladas por el receptor o lector de la obra sin que el escritor lo hubiese querido o provocado o intuido. Negra espalda del tiempo es abiertamente metaficcional. Sin enmascaramientos ni temores, la obra es la puesta en escena del deseo explícito del narrador de contar la verdad o distintas verdades. Por ello, se relatan biografías, autobiografía, la historia de lo que sucedió con uno de sus libros, historias de amigos, los recuerdos personales -nostálgicos o no- entre otras cosas. Esta obra responde a la selección arbitraria del narrador sobre la materia narrativa. Para apoyar la veracidad de lo que dice, apoya los hechos narrados con fotografías, mapas, fotocopias, o cualquier otro medio visual que contribuya a hacer creíble el hecho narrado. El planteamiento propone a un lector implícito que asume el relato como "la verdad" contada por su propio protagonista, el escritor; pero tanto el narrador real como el implícito saben que al escribir sobre la vida real, la están convirtiendo en ficción. La propuesta es que si hubiese escrito esto como ficción sería tan fantástico que nadie le hubiese creído, por eso se escenifica la verdad escondida en el corazón de las mentiras. "En efecto, las novelas mienten -no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es.... (el autor) sabe que la recuperación del tiempo perdido que puede llevar a cabo la escritura es siempre un simulacro, una ficción en la que lo recordado se disuelve en lo soñado y viceversa" La verdad de las mentiras M. Vargas Llosa La parodia más interesante de esta obra es la entrevista de Hugh Olaf De Wet con el general Franco, donde presenta a un Franco incapaz de entender qué es lo que le plantea el piloto y lo tacha de homosexual por llevar una argolla y una cola al estilo torero. Si bien la parodia le quita la gravedad al asunto, el narrador convierte a dos personas históricamente reales en personajes, desvirtuando la realidad y haciéndolos ficción. Este es el procedimiento narrativo desplegado por Marías, autor y personaje en el texto. A lo largo de la obra hay una propuesta bien explícita sobre qué debe ser un escritor: un ser libre para elegir su vida y obra, dueño de sus propios fantasmas los cuales maneja a su arbitrio y cuya vida supera en interés a sus obras. La obra novelesca es catalogada en su capacidad de eternizar a los personajes de ficción creados, asunto ampliamente desestimado por el conocimiento académico y que el autor pretende reivindicar en esta obra. Finalmente hay un reconocimiento tácito de que es el receptor quien completa la obra al interpretar la lectura. En Negra espalda del tiempo, Marías narra la biografía de escritores marginados y olvidados. La narración de la vida de Gawsworth, escritor olvidado, la hace desde la perspectiva del paralelismo entre ese autor y la vida de Javier Marías: Gawsworth representa su peor pesadilla. Sabe de la existencia de ese escritor marginado por lo que escribió a su muerte Durrell en 1969 y porque encontró un libro suyo considerado perdido. El otro escritor de quien escribe su biografía es de Wilfrid Ewart, leído en su tiempo y olvidado a su muerte. Otro autor a quien nombra de pasada, Graham, y otro olvidado de quien recoge datos y recrea una biografía, Hugh Olaf De Wet. Marías investiga sobre la vida y obra de estos autores y escribe sus respectivas biografías desde la muerte y el olvido de ellos, desde sus vidas insólitas o poco comunes, desde la intuición de la existencia de un destino previo a ellos. Además, narra la muerte de Juan Benet, la de su madre y la un hermano que nació antes que él y que no conoció. Estos relatos implican a un relato mayor sobre la inevitabilidad de la muerte, el paso inexorable e indetenible del tiempo y facilidad del olvido, además de pasar de la persona real al personaje literario sin teoría literaria que medie. El recuerdo es lo que podrá sobrevivir, por ello Negra espalda del tiempo recoge los recuerdos del escritor Javier Marías convertido ahora en personaje. Siempre recordamos, que es lo que llevo haciendo durante tantas páginas, y si es que uno puede recordar los recuerdos que le son ajenos... Los recordatorios son frágiles y se van quebrando, el hilo de la continuidad es fino y no se tensa nunca sin hacer esfuerzo, y ha de estar tenso para que resista y avance (p.p. 260-264) Marías escribió una obra sobre el tiempo desde la finitud humana, desde la línea temporal que establece la muerte frente a la vida y propone a la escritura novelesca como la única capaz de eternizar al hombre. El título del libro ejemplifica el paso del tiempo, la muerte y el olvido "(el tiempo) hacerlo así transitar por su revés o negra espalda convertido en un fantasma" (p.273). "es cuestión de tiempo y el navajazo lo fija, ese tiempo; y entonces, silencio y apaga la luz, y luego la apaga" (p.281) "A veces pienso que tal vez por eso transito a menudo por lo que en varios libros he llamado 'el revés del tiempo, su negra espalda', tomado de Shakespeare. La misteriosa expresión y por dar algún nombre al tiempo que no ha existido, al que nos aguarda y también al que nos espera y no acontece por tanto..." (p.363) "La voz del tiempo cuando aún no ha pasado ni se ha perdido y quizá por eso ni siquiera es tiempo" (p.p. 363-364) A lo largo de esta obra, percibimos la búsqueda del narrador por lograr darle unidad y coherencia a hechos aparentemente inconexos. Es el lenguaje quien logrará darle forma al recuerdo. El escritor, transgrediendo los límites entre la realidad y ficción, plantea un orden desde la luz de la conciencia en torno a qué se define por realidad y qué por ficción. La propuesta metaficcional del texto es cómo la vida de un escritor es más increíble y fantástica que su obra. El recuerdo es la materia narrativa de Marías, pero al escribir una novela ficcionaliza el recuerdo personal creando así otra realidad, la de la ficción, paradójicamente creando otra, la realidad de la escritura. Posiblemente a lo largo de su producción narrativa, Marías va tras la búsqueda de su identidad personal a través de su escritura; pero en esa necesidad de autocontarse está creando una ficción.
María Elena D´Alessandro Bello Crítica venezonala y Magister en Literatura Latinoamericana Contemporánea |
Deixis en fantasma
Cada nueva novela de Javier Marías es esperada siempre con curiosidad y expectación por sus numerosos incondicionales y por sus detractores. Novelista pausado, resistente a la presión editorial y muy consciente de su presencia en el panorama internacional, Marías ha elaborado durante cuatro años Negra espalda del tiempo, una narración en fantasma que significa otra vuelta de tuerca en la personal teoría de la novela que canaliza la producción de este escritor desde, al menos, Todas las almas (1989). Es precisamente en torno a esta novela, y a numerosas anécdotas con ella relacionadas, como Javier Marías organiza la mayor parte de la fluctuante materia narrativa que compone su último libro. Todas las almas, escrita en primera persona, basaba su ficcionalidad en la experiencia personal del novelista, que pasó dos años en la Universidad de Oxford como profesor de español. Con humorismo a veces grotesco, con fina ironía inglesa, con honda sentimentalidad y por medio de una variada caterva de personajes universitarios más o menos apoyados en identidades reales, Marías desarrollaba en ella -como luego haría con enfoques diversos en Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí- un sugestivo juego narrativo en el que lo verosímil abría su territorio a la invasión de lo fantástico y fantasmagórico, en homenaje a la tradición narrativa inglesa y también al tan querido mundo de Shakespeare. Es la franja de sombra que separa, o mejor, que une realidad y ficción difuminando sus hipotéticos límites en la voz narrativa, lo que Javier Marías exploraba en Todas las almas y lo que, ahora, en Negra espalda del tiempo, entre bromas, guiños, ajustes de cuentas, digresiones literarias y conmovedores retratos, trata de ensanchar hasta abarcar la totalidad del hecho literario. Esa franja sombría en la que el mismo escritor acaba desembocando como personaje y como narrador se traza, en lo que Marías califica de "falsa novela", como una dimensión vertiginosa en cuya sucesión narrativa tanto algunos familiares y amigos de Marías como los seres reales que pretendían reconocerse en los personajes de Todas las almas se convierten en personajes explícitos y conviven junto con los de la ficción anterior, incluidos los espíritus, en una historia de tiempos y anécdotas superpuestos que, en última instancia ahonda más la reflexión del novelista sobre su escritura. Como conclusión, tras cuatrocientas páginas de difíciles confrontaciones con los conceptos de realidad y ficción, Javier Marías da fin a su libro en el terreno neblinoso de la incertidumbre: "No creo que esto vaya a ser una historia, aunque puede que me equivoque, al no conocer su fin que quizá no llegará a la escritura nunca porque coincidirá con el mío, dentro de algunos años, o así lo espero. O también puede que me sobreviva. Ahora que voy a parar y a no contar más durante algún tiempo, me acuerdo de lo que dije hace mucho, al hablar del narrador y el autor que tienen aquí el mismo nombre: ya no sé si somos uno o si somos dos, al menos mientras escribo. Ahora sé que de esos dos posibles tendría uno que ser ficticio." El lector de estas densas páginas debe enfrentarse desde el principio a una escritura que se sostiene en la complejidad sintáctica, en el uso ambiguo de ciertas fórmulas y en muy diversas formas de digresión y de registros narrativos, desde la autocita literal de fragmentos de obras anteriores hasta la ilustración de ciertas partes anecdóticas con fotografías y mapas, pasando por la crónica autobiográfica, por un sinnúmero de historias particulares o por microrrelatos que componen un variado mosaico narrativo. Todo ello, y es lo que da unidad al libro, va dibujando un incierto y difuminado retrato del autor. Porque es, como he dicho, la indagación entre ficción y realidad, invención y recuerdo, el criterio compositivo de esta compleja arquitectura novelesca en la que, en definitiva, Javier Marías ha construido -sigue construyendo- su propio personaje, un personaje que no quiere aparecer ni simpático ni indulgente ni sugestivo, sino esencialmente como voz y portavoz de unas muy hondas reflexiones sobre la conciencia de la realidad, sobre la imposibilidad de la certeza, sobre cómo seguir escribiendo y desde dónde. Con sus innumerables aciertos, con sus excesos no evitados, con su impudicia y a la vez con su distancia humorística habitual, Negra espalda del tiempo perturba las convenciones novelísticas y, constituyendo un ambicioso paso adelante en la construcción de toda una narrativa, tiene mucho también de mirada panorámica sobre la obra ya lograda, esa mirada retrospectiva en la que uno apenas identifica a todos los extraños que ha llegado a ser en su escritura. Algunas voces ya han señalado las dificultades que la lectura de esta novela puede plantear a los lectores, incluidos los incondicionales de Marías. Sin duda es esta su novela más dificultosa pero también es la que -sin perder el tono ni la coherencia ni la provocativa seguridad que se han ido afianzando con los años- plantea en términos más radicales la cuestión de la identidad de la voz narrativa, la deixis en fantasma que actualiza simultáneamente muchos resortes diversos y dispersos en la conciencia personal -siempre bullendo en la sucesión de los instantes-, incluidas la capacidad imaginativa y la sana desconfianza acerca de las condiciones de verdad de nuestros actos. Javier Marías, devoto de Cervantes y de don Juan Benet, de Shakespeare y de Sterne, ha hecho virtud de una muy complicada exigencia de rigor y el resultado es la dificultad de Negra espalda del tiempo, que nos propone un esfuerzo de lectura y un ejercicio intelectual que, por otra parte, no deberían cuestionarse a estas alturas de la historia de la novela, aunque es cierto que la flaccidez de tanta ficción barata y simplona como nos invade no ayuda nada a mantener el nivel de lectura que sería necesario en favor de un país más inteligente. Francisco J. Díaz de Castro Diario de Mallorca 22 de mayo de 1998 |
El texto absoluto en Javier Marías
|
Negra espalda del tiempo
Las relaciones entre la realidad y la ficción, con la inevitable contraposición entre el grado de "realidad" de una vida biológica y de otra que sólo tiene existencia en la páginas de un libro es un asunto debatido con cierta frecuencia por los cultivadores de la teoría literaria. Naturalmente, las ideas que puedan albergarse acerca de la cuestión dependen del concepto que cada uno tenga de la obra literaria y de su función. No es lo mismo, por ejemplo, considerarla trasunto o reflejo de una realidad reconocible - biográfica, histórica, social - que verla como una entidad verbal autónoma que se basta a sí misma. Pero, cualesquiera que sean las convicciones del lector, la confrontación de lo escrito con lo vivido o conocido es inevitable. Algo de esto ha dado pie a Javier Marías ( Madrid, 1951) para urdir las páginas de Negra espalda del tiempo. El punto de partida es el examen de algunas reacciones suscitadas por una novela del autor, Todas las almas (1989), así como la identificación que algunos lectores hicieron en su momento entre el narrador y el autor de la obra, y también- sobre todo a raíz de su traducción al inglés -entre algunos personajes de la novela y ciertas personas reales pertenecientes a la universidad de Oxford, lugar en el que se sitúa la acción de Todas las almas. El autor subraya la inconsistencia de las analogías señaladas y eso le permite adentrarse en el recuerdo de aquellos oxonienses -casi todos ellos profesores- y bosquejar sus retratos. De este modo se opera con individuos reales aplicándoles el mismo tratamiento literario que a los personajes de ficción, y lo cierto es que algunos de ellos tienen una existencia más interesante que los tipos esbozados en Todas las almas, de modo que, en muchos momentos, la crónica supera a la novela, y el acta notarial a la invención. Con este planteamiento podría tal vez haberse llegado lejos en la sugerencia de paralelismos y contrastes entre literatura y vida, pero también de sus peculiares interferencias. En Todas las almas algunos lectores creyeron ver en ciertos personajes retratos de seres reales. Aquí, algunos de los seres reales que desfilan por las páginas de la obra parecen personajes literarios, por su vida accidentada o por el modo en que el autor los evoca y sigue minuciosamente sus pasos. Con todo ello, Negra espalda del tiempo rehúye cualquier clasificación: no es una novela -a no ser que se tenga un concepto amplísimo del género- , pero contiene numerosos pasajes narrativos con acciones y personajes; no es un libro de memorias, si bien los recuerdos personales y hasta las alusiones ásperas e inclementes constituyen parte esencial de la obra; no es un ensayo, aunque encierra muchas disquisiciones, sobre todo literarias y bibliográficas. Hay que reconocer la audacia del autor al abordar un libro así y deplorar que los resultados no estén a la altura de los propósitos. Cuando Negra espalda del tiempo levanta el vuelo, cuando se eleva por encima de las innumerables y triviales informaciones acerca del interés ecuménico despertado por Todas las almas y aparecen algunas evocaciones hondas - la de la madre del autor, la de Juan Benet - o se aviva el relato, como sucede con la historia de Wilfrid Ewart, han desfilado ya numerosas páginas de comentarios y glosas a propósito de Todas las almas que, más que apostillar la obra, parecen turificarla con desmesura. Muchos lectores reaccionarán tal vez con un sentimiento mixto de tedio e irritación ante este viaje alrededor de sí mismo que Marías propone -con la inclusión de muchos fragmentos de obras anteriores reproducidos literalmente-, y acaso consideren irrisoria la noticia ofrecida por el autor según al cual en diversos departamentos de la universidad de Oxford "se desplegaban ciertos movimientos de envidia y hasta de represalia por no disponer sus miembros de una novela extranjera semejante, que presuntamente los retratara o reflejara" (pág. 96). La búsqueda de la novedad desemboca a menudo en la desmesura y la autocomplacencia, y no deja de afectar al lenguaje. Aunque escrito con más pulcritud que otros libros del autor, Negra espalda del tiempo incurre demasiadas veces en construcciones confusas y desorientadoras como mensajes crípticos, que invitan a recordar la vieja y sapientísima recomendación cervantina acerca de la llaneza y la afectación: "[ Caminaban] con el respeto y el saludo amable de los transeúntes con que se cruzaran en el tiempo que se perdía nada más sucederse, o perdido ya cuando aun era presente, y se sucedía" (págs. 109 -110). O bien: " la última vez que vi a Aliocha Coll, el amigo que se suicidó bastante tiempo después de esa vez y poco antes de la vez siguiente que no llegó a tiempo" (págs. 210-211). A veces hay impropiedades difíciles de justificar, como en la referencia a un hermano muerto a los tres años y medio: "un hijo recién nacido entonces, que de haber existido y no ser baldío contaría ahora -horror- siete u ocho años" (pág. 31). En "tamborileaba [ ] sobre el brazo de la silla de lona hundida" (pág.53), no se sabe si lo que está hundido es la silla o la lona, y hay que pasar por alto el hecho, al parecer insignificante, de que una silla con brazos es un sillón. Cuando se afirma que Ewart, valiéndose de sus conocimientos avícolas, peroraba "sobre la diferentes clases de yemas y claras y tamaños y cáscaras, sus virtudes y vicios" (pág.231), el lector puede preguntarse con perplejidad cuáles son los vicios de las cáscaras o las yemas de huevo. Juan Benet "estaba mal enfermo" (pág. 216), lo que, al parecer, significa "grave", de igual modo que "mal soportable" (pág. 212) se utiliza por "insoportable" o quizá "difícilmente soportable", neologismos, en efecto, difícilmente soportables. El afán de novedad lleva a extrañas formulaciones elípticas, como "opinaba mucho, de literatura y no; no se perdía un partido de fútbol " ( pág. 197). Y también a contorsiones sintácticas innecesarias: " haber ignorado la gravedad de mi madre, Lolita su nombre" (pág. 212); "Qué habría sido de mi hermano muerto con tres años y medio, Julianín su nombre" (pág.264). La pugna con el lenguaje alcanza su culminación cuando el autor ironiza sobre la noticia de un periódico mexicano donde se afirma que el cadáver de Ewart "le sería entregado [ al cónsul inglés ] desde luego" (pág. 224), y Marías, sin entender que "desde luego" significa "inmediatamente", escribe: "Ese "desde luego" resulta conmovedor, como si desmintiera con vehemencia una insinuación ofensiva respecto a la honradez de los mexicanos, o de su policía, que jamás habrían escamoteado un cuerpo víctima de una balacera". Lo conmovedor es, en realidad, la apostilla del escritor y su postura de superioridad. Los titubeos expresivos erosionan una historia bien planteada pero desigual y medianamente desarrollada, que interesará sólo a los defensores a ultranza del autor de Todas las almas, cuya sombra se prolonga desmedidamente en estas páginas. Ricardo Senabre ABC Literario 15 de mayo de 1998 |
Negra espalda del tiempo
En Orfeo, la inquietante película de Jean Cocteau, el espejo sirve para que se traspase la frontera de la vida: los personajes cruzan ese umbral y se hallan ante las leyes de la muerte, que en ese filme tan extremadamente poético no son precisamente las leyes del olvido sino que ya son las leyes misteriosas de la melancolía, una dimensión mayor de la memoria. "Si te miras cada día en el espejo verás a la muerte haciendo su trabajo", dice uno de los personajes desde este lado del espejo. En Alicia en el país de las maravillas Lewis Carroll expresa un deseo extraordinario: ver la luz de una vela cuando ésta se halla apagada, romper las leyes de la luz y del tiempo, traspasar el espejo. En En busca del tiempo perdido, la gran novela histórica de Marcel Proust, el espejo es el tiempo perdido, irrecuperable, una atmósfera que sólo está para ser rememorada pero que ya no existirá sino como recuerdo. Los libros están llenos de tiempo, son nuestro tiempo: no hay inquietud mayor, más literaria, que la inquietud que produce la edad del tiempo. En esa tradición inquietante y hermosa en que el tiempo se convierte en la principal materia literaria, Javier Marías ha escrito en Negra espalda del tiempo, una gran summa personal que también se ofrece como un retrato a la vez íntimo y colectivo. En un artículo que publicó en julio (Ave Marías!, lo tituló el genial cubano), Guillermo Cabrera Infante saludó este libro como una obra que más de uno ("y de dos", añadía) hubiera querido escribir. Lleno de literatura de la que nos hizo creer en la literatura cuando empezó la pasión por leer, Negra espalda del tiempo es la metáfora vital de un novelista que traspasa todos los espejos y trae hasta el tiempo de sus lectores el suyo propio hasta convertirlo en el tiempo de todos. Fascinante relato personal, abierto y misterioso, sobre nuestra propia, universal, negra espalda del tiempo. Con un homenaje a esa novela he querido despedir estas notas de lectura que ustedes me han permitido escribir en este mes que ya le dice adiós a todo esto e ingresa en su propio espejo final, definitivo. Juan Cruz Ruiz 30 de agosto de 1998 |
Esta novela no es una novela
Si a un lector le interesa dilucidar las fronteras entre ficción y realidad, o es aficionado al alto estilo reflexivo, o proclive a no perderse ni una de las comidillas que tanto adornan (o enturbian) el mundo cultural, o gusta del fino humor o le preocupan cosas como la duración, el tiempo y la relación entre ambos, entonces acaba de aparecer el libro que le hará feliz. Si por el contrario, lo que apetece el lector es un libro para "matar el tiempo", por usar una horrible expresión que viene muy al caso, entonces, pase de largo junto a las 404 páginas de Negra espalda del tiempo. Tan esperado libro no contó con una presentación al uso. Apareció envuelto en un calculado misterio, capaz de excitar curiosidades y acrecer aún más la fama de su autor, un Javier Marías ya traducido a 22 lenguas, premiado hasta decir basta, por encima de los dos millones de sus ejemplares vendidos en todo el mundo y que llevaba cuatro años sin dar novela a la imprenta. Ni el libro se envió primero a los medios, como suele ser costumbre, ni el autor accedió en la rueda de prensa convocada para la presentación a revelar detalles de la ¿novela? Muy al contrario, esparció misterios ante los presentes. ¿Qué era lo que se estaba presentando con tan sutil despegue? Algo que el autor considera una "falsa novela". Algo que los críticos están tomando por "un artefacto paranarrativo" o por "una mezcla de literatura y vida" o, con palabras prestadas de Thomas Mann o de Palacio Valdés, por "la novela de una novela" o "la novela de un novelista". Una novela que no parece una novela, en definitiva. El origen de tan aparente lío hay que buscarlo nueve años atrás. Oxford En 1989, Javier Marías publicó Todas las almas, una novela ambientada en Oxford, durante los dos años de estancia en aquella ciudad de un joven escritor-profesor español. Pocos dudaron en señalar al protagonista como el propio Marías, y tiempo faltó para entenderla como una "novela en clave", cuyos personajes habrían de corresponderse con seres de carne mortal a los que se jugaba, con vivo interés, a identificar. (Viene, también, al caso: Todas las almas me la regaló Juan Benet, acompañándola de concluyentes palabras: "Ahí tienes. Al joven Marías le ha salido una novela redonda"). Con el paso del tiempo, aquella novela comenzó a generar suspicacias, enredos, malentendidos y serios enfados. Que si alguien se había visto reflejado en ella y no tal como hubiese apetecido. Que si el editor, Jorge Herralde, no cesaba de menospreciar al libro y a su autor. Que si los Querejeta, padre e hija, traicionaban espíritu y letra de Todas las almas al llevarla al cine. Que si los personajes inventados eran reales, que si los reales, inventados. Total, que Javier Marías vio cómo le iba creciendo entre las manos una novela que novelaba lo que la antedicha novela iba dando a luz. Al ordenar los materiales, pudo comprobar que no estaba haciendo otra cosa que una consideración sobre el paso del tiempo y lo que él hace crecer ante nuestros ojos pero también a nuestras espaldas. Esto es Negra espalda del tiempo. "A veces pienso que ( ) transito a menudo por lo que en varios libros he llamado "el revés del tiempo, su negra espalda, tomando de Shakespeare la misteriosa expresión", escribe Marías en la página 362. Y, sólo un poco más adelante, "ese revés o esa negra espalda por la que discurre la voz antojadiza e imprevisible que sin embargo conocemos todos, la voz del tiempo cuando aún no ha pasado ni se ha perdido y quizá por eso ni siquiera es tiempo, esa voz que oímos permanentemente y que es siempre ficticia, yo creo, como tal vez lo es y lo ha sido y lo será hasta su término la que aquí está hablando". Humor No asuste el tono. Ya advertí que hay humor, ajustes de cuentas, comidillas literarias y hasta acertijos, si se quiere. Junto a ajustadas etopeyas de profesores o libreros oxonienses, aparecen en Negra espalda del tiempo, entre otros, el académico Francisco Rico ("hombre de gran saber": espléndido el capítulo que se le dedica, atiborrado de las más cariñosas ironías, muy fiel reflejo de ciertos florentinos que se practicaban bajo supervisión o inspiración benetiana), el general Franco (en diez demoladoras páginas, de la 310 a la 320), el escritor Alvaro Pombo, Manolo Rodríguez Rivero o Ernesto Cardenal (calificado nada menos que como "El poeta presbítero nicaragüense revolucionario"), la visión llena de acritud sobre Jorge Herralde o Elías y Gracia Querejeta, además del relato de los encuentros epistolares o personales con el "maestro literario" de Marías, Juan Benet, quien se ve retratado en el libro tal y como era, no tal y como quiso verlo cierta leyenda. Y resulta divertidísimo Marías cuando se lanza a contar sus dudas durante los cursos de doctorado que le encargan impartir no siendo él doctor: "Más de una vez consideré la posibilidad de matricularme en ellos y ser alumno de mí mismo para aprovechar los créditos (habría disimulado y me habría dado sólo Notable: y me habría llamado de usted siempre)". O cuando un don de Oxford aconseja a la vicerrectora que haga visitar a los miembros de la Subfacultad de Español "por un grupo de psicólogos diplomados y cualificados y aun homologados y aun contratados". Para otras maldades, basten las citas a los autores de Manzaneda de Torío, de Quicena o "al de Las Palmas", amén de las referencias a ciertos críticos tildados de "aduaneros e inspectores". Para ciertos guiños, las referencias a Miguel Hernández / Juan Benet mediante los versos de "Atraviesa la muerte " o las repeticiones del Otelo. Para citar sólo tres casos de reírse a carcajadas, muy cercanos entre sí, los episodios de la lectora que se identifica con un relato de Marías (p. 100), el de la huevería (p. 117) o el de las 40 libras de un libro que el autor va a regalar (p. 128). Pero no hablemos sólo de eso. El tiempo No falta el gusto de Marías por hacer frases. Se pueden rastrear muchas: "Es difícil cambiar los destinos una vez que han empezado, si no se sabe que han empezado, si no se sabe que son destinos". "Qué peligrosas las voces con crédito, las autorizadas, las que nunca mienten como si aguardaran el día en que de veras valga la pena o les toque hacerlo, y entonces persuaden sin ningún esfuerzo de lo más fantástico o ponzoñoso". "Nunca hay nadie conforme del todo, ni siquiera con lo que elige". "Lo peor es no figurar allí donde hubo posibilidad de hacerlo". "Todo lo pasado parece ingenuo". "A veces, el saber verdadero resulta indiferente, y entonces puede inventarse". Pero tampoco faltan esas otras frases a las que aún no he sabido encontrar el aprecio que quizá deban despertar y que tanto caracterizan el estilo de Marías. Me refiero a esas frases que encuentran su conclusión tras una coma, conclusión que, en ocasiones, parece querer presentarse como una lítotes y muchas veces rompe el ritmo de lectura al sentirse como un periodo al que se le ha apuntado una conjunción: "Qué lástima querer alzarse y no saber cómo, nos ocurre a la mayoría", por ejemplo. O bien: "No somos gente de fiar y hay desalmados entre nosotros, creo que yo no lo soy". Asimismo, puede resultar farragosa la prolijidad de algunas indagaciones biográficas, o agobiar al lector cierta sensación de no saber muy bien por dónde va la historia si la hay: "Si un lector se preguntara qué diablos se le está contando o hacia dónde se encamina este texto, sólo cabría contestarle, me temo, que se limita a recorrer su trayecto", quizá porque "esto no es una ficción, aunque sí debe de ser un cuento". Pero estremecedoras páginas, valgan las 209-218, o ejemplos de alto estilo sí saben alzar el texto: "No es sólo que todo pueda volver a pasar, es que no sé si en realidad nada ha pasado ni se ha perdido, a veces tengo esa sensación de que todos los ayeres laten bajo la tierra como si se resistieran a desaparecer del todo, el enorme cúmulo de lo conocido y lo desconocido, lo contado y lo silenciado, lo registrado y lo que nunca se supo o no tuvo testigos o fue ocultado, una masa ingente de palabras y acontecimientos, pasiones y crímenes e injusticias, de temores y risas y aspiraciones y ardores, y sobre todo de pensamientos ", y así hasta una treintena de líneas sin punto alguno. Piensa Marías en una segunda de esta Negra espalda del tiempo, aunque ya se le sabe advertido de que "hay que llevar cuidado con lo que uno inventa y escribe en los libros, porque en ocasiones se cumple". Si llega a escribirla seguirá siendo goce para el lector que se indicó al principio; seguirá siendo ignorado por el segundo lector susodicho; y seguirá siendo vapuleada por quienes consideran a Javier Marías un escritor nada español. Si llega a escribirla, ya se la estará contando a sí mismo, como aconseja Isak Dinesen y recuerda Marías: "Sólo si uno es capaz de imaginar lo que ha ocurrido, de repetirlo en la imaginación, verá las historias, y sólo si tiene la paciencia de llevarlas largo tiempo dentro de sí, y de contárselas y recontárselas una y otra vez, será capaz de contarlas bien". Francisco García Pérez LA NUEVA ESPAÑA [Cultura] 28 de mayo de 1998 |
La ficción de los días
Hace algún tiempo, Javier Marías dejó dicho que "inventar una historia es averiguarla el propio que la escribe". Con este propósito aparecen ahora editadas las páginas que constituyen su última novela. Digo novela -así lo entiende el autor- en toda la amplitud del género y por cuanto tiene de quimérico pretender contar unos hechos vividos sin deformarlos o tergiversarlos desde el mismo instante en que empiezan a formar parte de un pasado, desde el momento en que la sombra del tiempo se apodera de ellos y yacen en el recuerdo hasta que el ejercicio imaginativo permita recuperarlos, recordarlos, incluso los que nos son ajenos. En parte, de eso trata Negra espalda del tiempo, una metáfora shakesperiana que permite a Javier Marías reflexionar sobre el tránsito por el revés del tiempo, ese tiempo venidero, o ya pasado y nuca vivido, por donde desfilan " los hechos cuyo relato y memoria acaban por convertirse en ficticios". Imposible discernir entre la realidad y la ficción, lo mismo que ocurre con la sensación que tiene el lector de estar participando en una fábula, en un engaño urdido por el autor, por mucho que éste confiese honradez con insistencia. Marías concluirá diciendo que "saber o no saber, poco importa". A partir de la declaración de intenciones inicial, en al que se da cuenta de los extraños sucesos, en forma de desconcertantes casualidades, acaecidos tras la publicación de Todas las almas (1989), asistimos literalmente al proceso de creación de la obra que ilustra la frágil frontera que separa lo real de lo ficticio. Pero Marías maneja el azar de forma bien distinta a como lo haría Paul Auster. Se sirve de él para constatar otro de los motivos centrales de la novela: las relaciones que establecemos con los muertos y con lo que sobrevive a nuestra propia muerte ( los objetos que quedan sin propietario, las personas que quedan son recuerdo ), en fin, lo azaroso y ridículo de la existencia a la que hay que dar importancia para vivir dignamente. La obra no es un proyecto gratuito, sino que responde a ese afán investigador y detectivesco que lleva al autor a experimentar con la novela, en particular con la figura del narrador, en un juego que roza los límites metaliterarios, como si se hubiera propuesto despejar la paradoja en la que un narrador en primera persona, con el nombre y características de Javier Marías, que cuenta hechos históricos, siga considerándose un personaje de ficción. Enrique Turpin EL PERIÓDICO DE CATALUNYA 15 de mayo de 1998 |
Sobre
la realidad en la ficción: Javier Marías, Negra espalda
del tiempo
por Corinna Lanfranchi Basler
Zeitung |