Pasiones
pasadas
Alfaguara
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Pastelerías,
colmados y otras pasiones antiguas
Indicios textuales permiten sospechar que
Javier Marías siente una peculiar atracción por las pastelerías
y los colmados. Los evoca con nostalgia en el Chamberí de su infancia
y los señala como un rasgo característico de la ciudad de
Barcelona. En sí mismo, el dato carece de relieve, pero, por su
misma insignificancia, bien puede ser tomado como ejemplo desprejuiciado
de ese tipo de imprevistas reiteraciones y asonancias que surgen espontáneamente
cuando un autor reúne en un mismo libro textos escritos en fechas
y ocasiones bien diversas.
Indagar estas asonancias puede ser un primer
aliciente para la lectura de este volumen. El asunto, sépase, conlleva
algún riesgo para el autor, que puede delatar en grado impremeditado
devociones y manías. Tanto más cuando -como aquí-
se trata, en su mayoría de artículos de opinión,
en el sentido más ajustado del término.
Marías asume "la composición
de estas piezas más bien breves como algo directamente relacionado
y dependiente de la vehemencia o pasión de un instante". A partir
de ahí, la circunstancia de retomar estas piezas, de suscribirlas
y, en cierto modo, de consentirles una permanencia, puede ser tomado como
un acto de jactancia, o incluso de insolencia, en el sentido que Borges
podía pensar esta palabra cuando decía que detestaba tener
razón, pues le parecía una descortesía.
Tanto por los asuntos de los que se ocupan,
como en el modo en que lo hacen (incluyendo las rimas que se establecen
entre unos y otros) estos artículos ofrecen un repertorio bien
expresivo del peculiar perfil que ha estampado Marías en las cotizadas
monedas de su talento. He aquí a un escritor viajero y parsimonioso,
un traductor impecable, un fino conocedor de las letras anglosajonas.
He aquí a un bibliófilo impenitente, que se sumerge de grado
en el desorden de los anaqueles para salir graciosamente empolvado por
el prestigio de los saberes raros, gratuitos, tangenciales. Novelista
precoz, a quien algunos atribuyen precedencia en el fenómeno caducamente
denominado "joven narrativa española", Marías se ha visto
más de una vez en la desagradable coyuntura de cuestionar la etiqueta
de su propia juventud y despegarla de su oficio de narrador. En este ejercicio,
ha sido, como sin quererlo, uno de los escritores de su generación
que con más rotundidad ha subrayado su desentendimiento de los
mayores y que más decididamente se ha encarado con los tópicos
al uso de la crítica literaria, si bien en uno y otro punto -como
en otros- no ha ido más allá de unos cuantos movimientos
de esgrima, desasistidos de una mayor reflexión teórica.
El de su juventud no es el único
equívoco que la figura de Marías suscita, y en que en cierto
modo se goza. Desde que publicó Todas las almas, soporta
la cruz de novelista autobiográfico, y él mismo no es inocente
de haber sembrado algunas ambigüedades al respecto. Pero la paradoja
que más realza este volumen de artículos es la que se produce
entre la fama que Marías arrastra de escritor inglés,
o más ampliamente, extranjerizante, y su insistente incisión
en el tema España -a veces con acentos casi noventayochistas-,
su continuada vigilancia sobre asuntos que afectan a los comportamientos
de la sociedad española, trenzados a menudo con otros de más
inconcreta mordedura.
Marías se ha especializado en un
articulismo de lujo, desembarazado de cualquier urgencia, artesanal y
subjetivo. Lo que no quiere decir inocente o impune (recuerde el lector
las encendidas cartas de respuesta a su reciente artículo sobre
Cataluña, en este mismo periódico), sino apto para lucir
indistintamente en la tribuna de EL PAÍS, o en revistas
como El Europeo, Vogue, Marie Claire o Claves.
Al recorrer en este libro trabajos de los últimos seis años,
se aprecia bien en qué medida una labor como la suya contribuye
a elevar, desde la prensa más diversa, la temperatura intelectual
del país. Sólo se echa a faltar una dedicación más
frecuente al ensayismo breve, donde la inconforme inteligencia de Marías
habría sin duda de propiciar (como auguran las piezas más
extensas de este volumen) resultados también enjundiosos, y acaso
más memorables.
Ignacio
Echevarría
BABELIA
26 de octubre, 1991 |
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De
Venecia a Madrid
Pasiones pasadas, 1991, es una colección
de artículos de Javier Marías, publicados -salvo uno- en
los últimos seis años. A mi modo de ver, lo más notable,
e incluso excepcional, de este libro, lo constituyen algunos textos que
destacan por la feliz alianza del tema y el estilo.
No me parece, ni por asomo, un azar, que
el volumen se lance al vuelo con las treinta páginas espléndidas
sobre Venecia. Le sigue luego, un bosquejo sobre Oxford, y una breve cala
sobre el Madrid de hacia 1959. Ciudades y retratos dan paso después
a una variada gama de asuntos, que desdibujan algo la unidad y coherencia
inicial. Pero me temo que este género o es así o no tiene
razón de ser. Me voy a referir y limitar a lo que considero lo
más logrado de la colección.
"Venecia, un interior", 1988, se publicó
como una serie de cinco artículos de viaje estival. Venecia es
un topicazo irredento del esteticismo más decadente del final del
siglo XIX. Pero da la casualidad de que Venecia sigue siendo una ciudad
viva, en la que además de la plaga de los turistas hay gente que
vive allí y que quizá incluso se aburre o ansía perderla
de vista de por vida, o por una larga temporada. Javier Marías
ha sabido ver como pocos, o como nadie, esas dos ciudades superpuestas
o antagónicas. Hay una imagen que me parece decisiva en esa pervivencia
de lo veneciano y que Marías ha captado con afortunada agudeza.
Me refiero al baño de las diosas venecianas actuales que se lanzan
a las olas del Lido enjoyadas como si el mar fuese el salón ideal
de sus tizianescas estampas. Hay otro pasaje de especial encanto, el paseo
por el canalazo surcado por mercantes zurrados hacia una Venecia de ruina
industrial que sugiere no sé qué muelles neoyorquinos. Por
supuesto, la otra Venecia está allí a dos pasos, pero tengo
la extraña impresión de que esa Venecia es inédita.
Recuerdo que le mostré no hace mucho, al autor, un libro de Sánchez
Rivero, publicado en 1934, que curiosamente también abre velas
con un texto sobre Venecia fechado en 1929. Aparece allí un poema
de Nietzsche sobre la noche en un puente solitario de Venecia. A Marías
le sonó a lírica floja. Pues bien, he ahí el peligro
esteticista de esa ciudad escaparate. Resulta muy fácil dejarse
embobar por sus oropeles más bárbaros y sus brillos más
torpes. Por sólo mencionar dos intentonas fallidas de escritores
españoles recientes, citaré las obras de Gimferrer y Mendoza.
El artículo sobre Madrid, sobre
Chamberí, evoca en cierta manera el Madrid benetiano, y en el capítulo
de retratos, resulta bastante divertido el dedicado a su tío, el
cineasta porno. De las secciones finales, el dedicado a las falsificaciones
literarias -con el famoso caso de la invención por parte de Borges
de un párrafo de Browne-, o los que tratan de escritores espectrales
o de libreros de viejo, ingleses, parecen conformar ese otro mundo propio
inventado por el autor de Todas las almas.
Seguramente se me queda algo despistado
en la cinta negra de la Olivetti, y difícilmente se puede uno librar
de hacer su propia selección dentro de la selección previa
del autor. El libro sugiere una vaga idea de unidad escabullente, algo
así como de Venecia a Oxford, pasando por Madrid. Por último,
creo que no será ocioso citar el llamativo pasaje de las venecianas
convertidas en modelos de un Tiépolo primitivo: La cara caseta
se quedará con las sedas y el calzado, pero las gemas y el oro
ni siquiera desaparecerán cuando la señora decida interrumpir
un momento la charla social y darse un baño en las aguas de su
mar caldeado y pálido.
Me parece una muestra más de esa
prosa adusta de Marías, que logra el dificilísimo equilibrio
entre las dos lacras de la literatura, preciosismo e intelectualismo.
César
Pérez Gracia
Heraldo de Aragón
6 de junio, 1991 |
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Un
escritor razonado
Pasiones pasadas recoge una colección
de artículos de Javier Marías publicados en diversas publicaciones
entre los años 1982 y 1990, así como una conferencia inédita
sobre uno de los caballos de batalla del autor en todos esos años:
cómo librarse de la etiqueta de joven escritor con que una parte
de la crítica ha querido marcar su existencia pública.
Los artículos están agrupados
en cuatro secciones (ciudades, retratos, temas sociológicos y temas
aproximadamente literarios), la más nutrida de las cuales da testimonio
de la inclinación de Javier Marías por el análisis
de algunos perfiles algo tangenciales, pero al propio tiempo muy significativos,
de la vida contemporánea, inclinación que ya declaraban
sobre todo sus últimas novelas. El lector recordará sin
duda aquella reflexión integrada en Todas las almas (1990)
sobre cómo la existencia de un hombre puede rastrearse, en la actualidad,
por la basura que produce, o aquel auténtico ensayo sobre la vida
de los viajantes de comercio en El hombre sentimental (1986). Aquí
Javier Marías aprovecha su tendencia a la parodia y su capacidad
para la ironía para llamar la atención, generalmente, sobre
algo que se ha perdido o está a punto de hacerlo: el deseo de venganza,
la facilidad para el insulto; o sobre algo que pretende instaurarse como
novedad: la asepsia y el enfermizo afán por la higiene y la salud.
En cierta medida, aspira a representar a través de esos motivos
la eterna tensión entre lo viejo y lo nuevo.
Casi todos estos artículos los hemos
podido seguir por la prensa, aunque realmente tiene muy poco que ver con
la actualidad y con el periodismo. Algunos de ellos poseen la profundidad
de un texto filosófico y la amenidad de un buen relato, cosas ambas
que son difíciles de ver, hoy en día, en los periódicos,
más propensos que nunca a hablar de toreros y de políticos
y a presentar una estructura pleonástica que difícilmente
construye un sentido. A Javier Marías, en el fondo, le interesa
más la época que los incidentes matutinos, a pesar de que
con estos últimos se suele urdir una red de la que no resulta fácil
salir con la cabeza despejada y manteniendo la sensatez, dos valores que
están adquiriendo, por raros, un justo prestigio. Javier Marías
se porta como un escritor razonado. Así es como llamaba
Larra a los prosistas capaces de indagar acerca del rumbo que toman los
asuntos humanos y de interpretar algunos movimientos de los tiempos que
les toca vivir. Un escritor razonado lo remite todo a sí
mismo, y hace de esa subjetividad un arma para destacar decentemente su
pensamiento. El escritor razonado se distingue por la responsabilidad
y el buen juicio. Se involucra en lo que dice hasta cuando exagera o cuenta
un chiste con la expresión más grave, conoce lo que pesa
cada palabra hasta cuando escribe desde la pasión. Por si a alguien
le quedaba aún alguna duda, ésta es la prueba de que, como
escritor, Javier Marías viene disfrutando desde hace bastante tiempo
de una lúcida madurez.
El libro contiene además, como dije
al principio, las descripciones de unas cuantas ciudades "vividas" por
el autor (Venecia, Oxford, Madrid, Barcelona
), y algunos retratos
de personas cercanas al autor (Juan Benet, o el director de cine Jess
Frank o Jesús Franco, tío de Marías, el escritor
Aliocha Coll, el poeta Luis Antonio de Villena
). Si Venecia es todo
armonía perpetuada en los siglos, Oxford es el corazón de
la sensatez y Barcelona "la más presumida", en el sentido de que
sólo trata de gustarse a sí misma, dejándole indiferente
la opinión ajena. En la primera, Javier Marías dice sentirse
a gusto; de la segunda guarda algunos recuerdos pícaros; en la
tercera se ve que no se integró, porque dibuja una ciudad impenetrable.
También de Madrid, "ciudad jactanciosa", rescata recuerdos, esta
vez infantiles. Todas estas ciudades están vistas desde sus ángulos
muertos (por ejemplo, Venecia desde la perspectiva de sus arrinconados
y altivos habitantes). También los retratos surgen de un choque
y están dados como desde la cara oculta del retratado. Es éste
el modo de operar típico del escritor razonado. Partiendo siempre
de un contraste principal, aparece nítida una verdad, ya sobre
las personas, ya sobre los lugares, y quedan suficientemente pronunciadas
algunas de las inquietantes imágenes contemporáneas.
Carlos
Ortega
El Norte de Castilla
6 de julio, 1991 |
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Realidad, realidad…
Escogiendo y agrupando cuidadosamente artículos
suyos publicados en los últimos años, Javier Marías
ha logrado confeccionar con una miscelánea un libro muy personal.
Pasiones pasadas contiene varias secciones provistas todas ellas
de título exquisito y sugerente, así el de la primera es
Tres ciudades, un barrio y una casa. Bajo este epígrafe
el autor cuenta recuerdos de su infancia madrileña y retrata con
sus experiencias y meditaciones las otras ciudades en donde ha vivido:
Venecia (la siempre auscultada, el único lugar habitado del mundo
con un pasado visible y el único con su futuro ya desplegado, señala
el artista en este maravilloso ensayo), Oxford (en donde impartió
clases y fue dotado con el manojo de llaves de la sabiduría) y
Barcelona (vivida por él con cariño, narrada con tacto y
pensada con suma agudeza y libertad).
Tras encuadrar la vida de unos cuantos allegados suyos, Marías
se dispone a tratar asuntos vitales y asuntos mortales, y la
despedida de sus Pasiones… la prepara con unos asuntos
no muy literarios. Javier Marías, que tiene la buena costumbre
de ejercitar la argumentación, se exige tener opiniones personales
de casi todo; sin buscar ser original a toda costa tampoco quiere encontrarse
teniendo que decir lo que todo el mundo. Aficionado a desmitificar y a
desenmascarar, añora el papel del árbitro (aquel al que
nadie toma muy en serio y al que todo el mundo hace caso), pero no se
propone serlo; aborrece, en cambio, el papel de vaca sagrada, y con alma
justiciera desdeña a los que se hacen los importantes y se atribuyen
toda clase de superioridades. Aunque lo pretenda disimular, este español
que ejercita el rostro sereno e irónico y que aprecia los semblantes
livianos, risueños e indulgentes posee una fuerte vocación
de educador social.
Javier Marías ha confesado la “insoportable altivez”
que impregnó a su persona durante sus años jóvenes,
cuando era un escritor precoz. Satisfecho de haber dejado ya la edad del
recreo, se encontró con el envanecimiento de poder exhibir éxito
y un temprano desarrollo. Llegó a experimentar así el peligro
de que tal actitud cristalizara y le cerrase el paso a su madurez. Y este
temor le llevó a desear y decidir dejar de ser joven;
tal manera de proceder me mueve a desenganchar del aire los versos del
poeta Jorge Guillén:
Realidad, realidad, no me abandones
Para soñar mejor el hondo sueño.
Aunque no de todo el mundo se pueda aprender cualquier cosa todos sabemos,
sin duda, que por muy diversos aspectos hay muchos seres humanos (no importa
que no estén ahí, en los todopoderosos canales de comunicación)
dignos de aprecio y, por consiguiente, de reconocimiento y admiración.
Y si bien un exceso de esta atrofia la capacidad de orientar y configurar
la propia vida personal, su total ausencia nos abre el paso a la envidia,
a la presuntuosidad y a la soberbia mediocre, impidiéndonos de
este modo el progreso. Desde tal convencimiento me alegra manifestar
que encuentro en Javier Marías a un verdadero y privilegiado “homme
de lettres”; su esmeradísima, segura y depurada técnica
como escritor, la implacable inteligencia que esgrime y el equilibrio
y soltura con que se desenvuelve con su rica y variada cultura hacen de
este otro Marías alguien de quien hay mucho que aprender;
su buen gusto, su claro entendimiento y su nulo afán de aleccionar
lo hacen grato de leer.
por Miguel Escudero
El Norte de Castilla
19 de octubre, 1991
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Opiniones de un escritor
Como dice el escritor Javier Marías (Madrid, 1951), rotundamente,
y a modo de despedida, en su reciente libro de artículos recogidos
con el título de Pasiones pasadas, por fin ha dejado de
ser joven (“lo he sido durante mucho tiempo”). Aclarada esta
lacra generacional, arrastrada toda una vida, el escritor presenta ahora,
divididos por temas o asuntos, unos textos escritos en los últimos
años y cuyo tono general, altura, intriga o trama no decae en ningún
momento, por lo que pueden ser leídos como una más de sus
novelas.
Todos estos textos, por separado e individualmente, raramente decepcionarán
al lector, aunque esto no quiera decir que, por ello, Marías intente
secundar y halagar en ningún momento la conciencia, sensibilidad,
coquetería y autocomplacencia del citado, como tantas veces ocurre
en nuestras páginas públicas. Aún así, y como
es natural, cada uno de esos lectores, como si se tratara de un pasaje
o escena de una obra preferida, escogerá mentalmente la que más
le complazca. Desde la descripción de naturalezas muertas (ciudades),
a naturalezas vivas (personajes), hasta sentimientos o ideas individuales
que se generalizan en sentires compartidos o repudiados (España,
el amor en los tiempos de su vergüenza, la juventud en los tiempos
de su eternidad), o costumbrismo propio de nuestra época (la década
exhibicionista y despreocupada de los ochenta, la decadencia de antiguos
vicios o pecados veniales); en cada uno habrá un generoso y variable
derroche de ironía, de incisivas reflexiones sobre la cultura,
la historia o el presente inmediato; una originalidad de observaciones
y prismas nada mimética, y, sobre todo, un manejo, para todas estas
cualidades anteriormente citadas, francamente envidiable del idioma.
Que Javier Marías es un escritor de virtuosismo clásico
–aunque no solemne-, cuidadoso y respetuoso como pocos con el lenguaje
–con el suyo, y con el ajeno, a la hora de traducir-, queda bien
patente, y ya se sabía, pero no por ello se permitirá en
ninguna ocasión el dudoso gusto de ensañarse con elecciones
situadas en el otro polo de la escritura. Véase si no el respetuoso,
elogioso homenaje, dedicado a su experimental amigo y escritor desaparecido
Aliocha Coll. Cualquiera de los retratos no tiene desperdicio. Son la
instantánea posible y certera, apropiada por un ojo vigilante
que conoce y escoge esa fugaz ráfaga que borra lo visible y exalta
lo escondido. El Tío Jules metamorfoseado en simpático
y juerguista Tío Jess, que invoca nombres como Ike Québec
o Jack Pennick para hablar de los pilares de la cultura occidental, es
una verdadera delicia, llena de humor y cariño por el personaje
y aquellos años del pasado. Aunque en todos los artículos
quedará sobradamente demostrada la presencia de alguien que domina
el género, y la escritura en general, como pocos en este país,
las partes más novelescas (los retratos) y también las más
autobiográficas (esa magnífica visión de bibliotecas
trepadoras y cuadros colgantes, cual Babilonia mezclada con la biblioteca
de Alejandría, junto a falsos niños funambulistas sentados
sobre pilares de libros a la hora de las comidas), éstas nos ofrecerán
directamente el aliento del novelista, escapado transitoriamente a las
páginas de un periódico, una revista o un congreso.
Otra de las secciones memorables serán, desde luego, las dedicadas
a ciudades, que más que “viajes” vuelven a ser retratos.
Feminizando la piel y el alma de varias de ellas vividas, nos acercará,
de forma sumamente personal, a una Venecia condenada por algún
dios demasiado humano a la eternidad, a una presumida y displicente Barcelona,
o si no a un Madrid natal, centro hospitalario de saqueos franquistas
y botín habitual de colonizadores. También asistiremos a
profundos e inclementes repasos al temible inconsciente colectivo nacional,
al gran “Acto Reflejo” de nuestra alegre época (“la
menos exigente”) y a la entronización vitalicia de los más
presentes y ubicuos protagonistas culturales, repartidos en Quiénes
hacen la cultura y en Añoranza del árbitro.
A lo que se le tiene que añadir ese tirón de orejas, muy
merecido, a los críticos (“el colectivo menos evolucionado
desde la muerte de Franco”) jóvenes, aunque es de imaginar
que la propuesta es extensible a zonas más lejanas en el tiempo.
Si todo ello, el lector (incluso aquel que en ratos perdidos ejerza como
crítico) lo completa con el sangriento vapuleo dedicado al medio
en cuestión, publicado en nuestro país recientemente por
Enzensberger, se podrá ir a casa con las neuronas bastante removidas
durante un cierto tiempo, a especificar por cada uno. Siempre crítico,
en ocasiones más despiadado o más indulgente –dependiendo
de la “vehemencia o pasión del instante” en el que
fue inspirado el escrito, como explica en el prólogo-, siempre
agudo observador, repartirá aquí y allá añoranzas
olvidadas, elogios en desuso, acicates a la lucha diaria contra la estupidez,
o estímulos para huir de la “reducción a posturas
o lemas”, de la temida cancelación de la memoria nacional
o para la igualmente usual pérdida del itinerario tradicional y
deseable encaminado a sostener en pie cualquier opinión que se
quiera llamar propia.
por
Mercedes Monmany
Diario 16
Suplemento Libros
6 de junio, 1991
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Una
mirada necesaria
Algunas veces un libro en apariencia oportunista, se descubre como un
libro oportuno. Éste es el caso de estas Pasiones pasadas
en el que se recogen diversos artículos que su autor Javier Marías
había ido dando a luz, entre 1985 y el año en curso, en
distintos medios de comunicación. Vaya por delante que la edición
no escamotea este hecho sino que, bien al contrario, recoge y fecha las
procedencias. Digo que tenía una apariencia oportunista porque
un libro hecho de materiales seleccionados al bulto suele ser una operación
frecuente entre los editores y autores que buscan una rentabilidad fácil
en los momentos en que, por las cuestiones que sean, el nombre del autor
está en el candelero del mercado. Y ciertamente Javier Marías
está atravesando un momento dulce, la crítica ha destacado
la calidad de sus últimas publicaciones y el público también
ha conectado con ellas. Pero una cosa son las sospechas de oportunismo
por muy justificadas que estén y otra es la realidad que la propia
lectura del libro acaba por imponer. Y esa realidad nos descubre, por
su coherencia y singularidad, la oportunidad de su publicación.
Los 31 artículos que en el volumen se recogen y que se reparten
en cuatro apartados, responden a pretextos aparentemente muy distintos.
Desde el comentario sobre una ciudad concreta, Venecia, Barcelona, hasta
reflexiones sobre la crítica literaria pasando por un espléndido
apunte sobre Juan Benet o un ácido recordatorio sobre los transformismos
ideológicos de algunas de nuestras grandes figuras literarias.
El abanico de temas –y la elección del tema también
es un rasgo estilístico- deja entrever perfectamente la pertinencia
de la curiosidad de un autor que aborda materiales poco grandilocuentes
pero capaces de desvelar pliegues muy profundos del tiempo y de los espacios
que nos están tocando vivir. Pocas veces, por ejemplo, se puede
encontrar un diagnóstico tan lúcido y al mismo tiempo tan
vacío de pretenciosidad sobre las entretelas de los años
80 como el que Marías establece en “La edad del recreo”.
El triunfo del “nada vale nada” y por tanto todo vale, el
vértigo de ser y querer ser mercancía, el adiós apresurado
a cualquier tipo de memoria y otros elementos de los años posmodernos
se diseccionan a través de una mirada –una prosa que diría
un antiguo- que aúna la distancia con el compromiso. Distancia
en el sentido de respeto objetivo hacia lo que hay y compromiso porque
el autor se implica y se manifiesta como afectado.
Esa mirada es la que otorga unidad y coherencia a la gran mayoría
de estos textos y es, en definitiva, lo que los carga de interés,
de significación. Da la impresión de que el autor, el narrador,
el que mira, ha encontrado el punto de vista apropiado, aquel en que las
realidades abordadas requerían para ser dotadas de vida, es decir,
de sentido, de intención y desde el descubrimiento de esa necesidad
la mirada se vuelve libre, librepensadora, fina, capaz de relatar las
aristas, los vértices y las líneas de fuerza que trasiegan
los materiales de nuestro entorno cultural, moral y social. Esa adecuación
es la que permite la aparición del adjetivo necesario, del adjetivo
que revela la sustancia del sustantivo, de la imagen que es a la vez síntesis
y metáfora. Hay una extraña humildad en la mirada que nos
acompaña en la lectura de esos artículos. Parece que mira
lo que mira sin intenciones ocultas, como si se dejase empapar pasivamente
por lo que se le pone delante, como si lo que ve fuera lo inevitable,
lo que no puede dejar de verse. En estos tiempos de tanta ceguera interesada
el libro de marías reivindica, sin estridencias, la necesidad de
la mirada.
El
Observador
Por Constantino Bértolo |
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Ficción
y no ficción
Tras recopilar recientemente sus relatos en el volumen Mientras ellas
duermen, continúa Javier Marías la ordenación
de su obra dispersa con una miscelánea de artículos periodísticos.
Aunque no menos atractivo que sus libros mayores, las novelas El siglo
(1983), El hombre sentimental (1986) y Todas las almas
(1989), Pasiones pasadas resultará probablemente mucho menos leído,
debido a esa absurda jerarquización de los géneros literarios
que coloca a la novela por delante del cuento y del artículo, como
si el tamaño fuera el principal criterio estético.
Concibe Javier Marías sus artículos “como algo directamente
relacionado y dependiente de la vehemencia o pasión de un instante”;
la tensión que exigen al escritor se parecería así
más a la que requiere un poema –sin que ello quiera decir
que tengan nada de “poéticos”, en el sentido convencional
del término- que a la que precisan una novela o un ensayo de largo
aliento.
Hay de todo en esta amena “silva de varia lección”:
apuntes viajeros, melancólicas o risueñas evocaciones autobiográficas,
retratos de escritores, opiniones contundentes (a menudo, tan contundentes
como arbitrarias) sobre lo más trascendental y lo más trivial:
la década de los ochenta, la España de hoy, el amor, la
prohibición de fumar, la inteligencia de las mujeres.
Inician el libro unas páginas dedicadas a Venecia; en ellas queda
ya patente la habilidad de Javier Marías para encontrar un nuevo
punto de vista con que enfrentarse al más manido de los asuntos.
Lo que podía haberse limitado a otra tanda más de postales
turísticas evita el tópico a fuerza de precisión
e inteligencia. Basta este capítulo para que situemos a su autor
–junto a Savater o Azúa, con cuyas ideas coincide en más
de una ocasión- entre los maestros del género.
Señala Marías en el prólogo lo borroso que resultan
a veces los límites entre ficción y no ficción. “El
hombre que pudo ser rey” nos presenta a un personaje, el olvidado
escritor inglés John Gawsworth, que luego tendría un importante
papel en la novela Todas las almas (cuyo ambiente es idéntico
al de otro de los artículos, “El manojo de llaves de la sabiduría”).
El mismo escritor aparece en “Un epigrama de lealtad”, uno
de los cuentos de Mientras ellas duermen, y a él y a la
librería de viejo en que ese relato se desarrolla (Bertrán
Rota Ltd, de Long Acre, Covent Garden) se vuelve a aludir en “Polvoriento
espectáculo”. Estas reiteradas intersecciones –no son
las únicas- entre novelas, cuentos y artículos nos indican
bien a las claras que Marías concibe toda su obra como una unidad.
Al final de “el hombre que pudo ser rey” se nos habla del
“secular deseo de los escritores de llegar a convertirse un día
en personajes de ficción”. En manos de Javier Marías
los personajes de ficción pueden ser tomados como reales; es lo
que ocurrió con ese apócrifo James Ryan Denham que firma
“La canción de Lord Rendall” en Cuentos únicos
(Madrid, Siruela, 1989), la antología de relatos de fantasmas por
él preparada. Igualmente frecuente resulta lo contrario: los Aliocha
Coll, John Gawsworth o incluso Luis Antonio de Villena de este volumen
–y lo mismo ocurre con los escritores que retrata con tanta amenidad
en la revista Claves- tienen ese aura peculiar, esa especial verdad que
caracteriza a los personajes de ficción.
Y es que, escriba ficción o no ficción, Javier Marías
siempre está haciendo literatura. Excelente literatura.
La
Nueva España
Por J. L. G. M. |
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