Los dominios del lobo

Los dominios del lobo

Alfaguara

Texto inédito de Carlos Barral sobre Los dominios del lobo

Escrito con motivo de la presentación de la novela a la prensa en el año 1971

La aparición de un libro como el de Javier Marías constituye en sí misma una buena noticia dentro de la conflictiva actualidad de la novela española. Entre la generación del realismo, de la que tanto se ha hablado los últimos meses, y el imprevisible futuro de nuestra novelística, se han venido haciendo lugar últimamente unas cuantas novelas que revelan sobre todo la voluntad de "desprovincianizar" nuestra novelística y se caracterizan por la aclimatación de técnicas y procedimientos recientemente ensayados en otras literaturas. La novela de Javier Marías en cambio tiene todo el aspecto de un brote inclasificable, es como una espontánea manifestación de una generación nueva (¿tal vez también de una literatura nueva?), que no se avergüenza de la parte que en su mundo de referencias ocupan subculturas como la del cine o la de la música de entretenimiento, que, de una manera totalmente incalculada y espontánea, olvida que la congruencia del asunto es una condición para la validez del género. Más que la mayor parte de los experimentos estilísticos más recientes la novela de Javier Marías parece insinuar un camino hacia la renovación de la narrativa española contemporánea, tan vilipendiada.

 

Carlos Barral

 

 

 

 

Treinta años de la primera vez


Adeuda su primera novela al cine. Sobre todo a 85 películas estadounidenses que vio a los 17 años durante una escapada de mes y medio a París, cuyo resultado se vería dos años más tarde, en 1971, en Los dominios del lobo. Ése fue el título que dio Javier Marías (Madrid, 1951) a su primera novela publicada, cuyos personajes –como él mismo ha contado y recuerda en el prólogo que escribiera en 1987 y en el epílogo de 1999 para sendas reediciones y que aquí se recuperan- están inspirados o, mejor, surgen, de la oscuridad de la sala de cine. La novela es el atisbo al Javier Marías que luego empezaría a obtener prestigio. Un joven escritor que opta en su debut oficial por un estilo directo, sin muchos rodeos, y despojado de adornos: un poco “seco”, como él mismo se ve ahora, e incluso con algunos enlaces narrativos donde la fluidez alcanza a crujir por el anticipado deseo de trenzar historias y personajes con pasado, que van dejando huella a medida que sus vidas avanzan. Los dominios del lobo transcurre en los años veinte y treinta en Estados Unidos. Y como toda clásica historia, la víspera de empezar la tragedia nadie sospechaba nada; pero fue en otoño de 1922, tras la muerte de la tía Mansfield, que la familia Taeger empezó a derrumbarse. Una señal que nadie vio, pero que fue el detonante para que luego los tres hijos del señor Taeger, uno a uno, contribuyeran, con sus precipitados atajos hacia su destino, a alterar la vida y el prestigio de la familia. Y, de paso, crear la historia que merecía ser contada: la de tres huidas involuntarias hacia la fama por rutas diferentes y poco dignas, aunque uno llega al cine para convertirse en ídolo de la juventud. Surge así un relato muy americano, salpicado de historias antiguas y leyendas de tesoros que afloran en las voces de personajes que suelen tener mucho, mucho pasado. En definitiva, una novela alejada de la realidad que envolvía a la España de comienzos de los setenta. Una prueba de que, desde sus inicios, Marías tenía claro que aquello que le interesaba era la literatura por encima de todo, como así lo ha hecho con novelas como Todas las almas, Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí.

por W. M. S
El País, Babelia
6 de octubre, 2001
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