EL BRAZO MARCHITO

Thomas Hardy

Traducción de Javier Marías
Prólogo de Manuel Rodríguez Rivero
Reino de Redonda
Barcelona, 2003
390 páginas
primera edición: noviembre, 2003

 

LO MEMORABLE


Empezar una breve colección de cuentos con dos historias de ahorcados parece una exageración, o así lo vio el inglés Thomas Hardy (1840-1928) en un prefacio a sus Cuentos de Wessex. Es que, se defendía Hardy en abril de 1896, las ejecuciones abundan en las tradiciones del lugar, pues los años de 1820 fueron excepcionalmente malos, y la horca era el destino de quien robaba una oveja para comer, o estaba presente por casualidad cuando la multitud quemaba un montón de paja. Fue una época memorable, de la que se hablaba ante la chimenea y en la taberna y en la iglesia, y Hardy la convirtió en literatura de revista ilustrada. Como escribe Manuel Rodríguez Rivero a propósito de El brazo marchito, selección y traducción del Hardy cuentista que Javier Marías preparó en 1974 y que hoy seguimos leyendo con placer: "Hardy lo tenía tan claro como los buenos narradores orales. Un suceso -real o imaginario- debería ser lo suficientemente excepcional para justificar la narración. Nada merece la pena ser contado a menos que la historia se salga de la experiencia más común de los hombres y mujeres...".

Nada hay más fabuloso que un reino perdido, como ese país agrícola, real e imaginario del sur occidental de Inglaterra al que Hardy llamó Wessex, el universo de toda su literatura: su reino irrescatable fue el tiempo pasado y todavía próximo. Hardy presumía de haber conocido a quienes conocieron a sus personajes, y tenía oído para las habladurías y creencias aldeanas, las noticias de almanaque o periódico, las crónicas y leyendas del lugar. Escribió unos cincuenta cuentos entre los años 1878 y 1900, y, cuando no se ocupó de aquel mundo de campesinos sometidos a la repetida fatalidad de las estaciones, respetó su culto al destino inevitable: sus historias se traman a partir de encuentros fortuitos que producen violentas e irónicas contraposiciones. Digamos que a la fiesta de un nacimiento acuden un verdugo y un condenado a muerte. Y que los alegres pasos de baile en el bautizo son simultáneos a las zancadas furiosas de un fuera de la ley que intenta salvar la vida.

La realidad resulta fantástica. Una pobre lechera abandonada con un hijo sueña con la joven esposa del granjero que la descarrió: la mujer nueva, envejecida y arrugada monstruosamente en la pesadilla, aplasta con su peso a la lechera, que la agarra de un brazo y se la quita de encima. Por una rara coincidencia la esposa sufre desde entonces una magulladura en el brazo, que se le va pudriendo de verdad. Son casualidades caprichosas, porque los personajes de Hardy están a merced de las arbitrarias leyes humanas, con sus impuestos y patíbulos y convenciones sociales, pero, sobre todo, sujetos a una Voluntad Superior, una Imbecilidad Suprema, que nos ha concebido en broma y nos destruye azarosamente. Pequeñas ironías de la vida llamó Hardy a uno de sus cuatro volúmenes de cuentos. Hardy fue un terrible humorista. En sus cuentos, el rígido predicador acabará hospedándose en la casa de la contrabandista de alcohol, y enamorándose de la delincuente. Y la mujer conquistada por un violinista tramposo irá a pararse, muchos años después, con su marido y la hija que tuvo del músico, precisamente en un hostal donde otra vez se oye el violín arrebatador.
En bailes y fiestas suena la música que enreda a las criaturas. Como decía la Sue de Jude el Oscuro, la novela final de Thomas Hardy, el mundo se parece a una melodía compuesta en sueños, maravillosa a medio despertar e irremediablemente absurda con los ojos bien abiertos. La heredera de una noble casa se fuga de la celebración navideña con el hijo de un artesano: el chico es de clase baja, pero bellísimo, y los suegros deshonrados se avendrán a recibirlo entre los suyos y pagarle un viaje por Europa, para su educación como caballero. Un incendio en un teatro durante el carnaval de Venecia dejará al pobre tristemente desfigurado, repugnante. Perdido, como una careta, el rostro excepcional, el único don que poseía el novio, ¿qué hará la novia? Aquí Thomas Hardy pudo pensar en el modelo literario que le había sugerido George Meredith, el del folletinista Wilkie Collins, que, en La pobre señorita Finch, trató el mismo tópico para bienpensantes: la oposición entre lo bello y lo útil, lo transitorio y lo permanente. Y, a su vez, este mismo cuento de Hardy, Barbara de la Casa de Grebe, quizá sirvió para el Dorian Gray de Wilde.

Hay también desencuentros decisivos: una mujer casada y soñadora cae bajo la atracción de un poeta al que nunca conocerá, tiene un hijo con la cara del artista que jamás llegó a acercársele, y, sin ningún género de dudas, su marido se siente traicionado. Pero los matrimonios breves, fastidiados por el destino, posiblemente sean mejores que los largos matrimonios sensatos: media docena de años pasan y la experiencia matrimonial se hunde "en el prosaísmo y otras cosas peores", dice Hardy. Todo se desgasta y pierde por impaciencia o indolencia, incluso las buenas intenciones, como enseña esa historia del suicida enterrado en un cruce de caminos, sin señal, para el olvido absoluto. No queda lápida sobre el suicida, pero permanece su historia, otra forma de encuentro fortuito: en una reunión alguien cuenta algo que merece ser contado, y, aunque la hierba crezca sobre las tumbas de los personajes del cuento, sus peripecias seguirán conociéndose y contándose tan bien o mejor que en su época.


Justo Navarro
El País, Babelia
24 de abril de 2004

 


HARDY EN SUS CUENTOS


Según certeras palabras de Rodríguez Rivero, Hardy tuvo "el extraño honor de convertirse a la vez en el último novelista británico del XIX y en el primer gran poeta en lengua inglesa del siglo XX". Pero no está tan acreditado por sus cuentos, como los siete que, bajo el título de uno de ellos, "El brazo marchito", se reúnen en este volumen que tradujo en 1974 Javier Marías.

A diferencia de sus novelas, minuciosísimas y de un fatalismo agobiante, aquí Hardy se mueve con mayor agilidad, y matiza sus intenciones con un humor más fino. Desembarazado de la tentación de explicar las cosas hasta el fondo, en los relatos es más escueto, más implícito. Su universo, el del imaginario Wessex rural, sigue siendo el mismo, pero se acoge a una cierta distancia (todo se sitúa unos cincuenta años atrás) para dar más perspectiva a lo que cuenta.

"Los tres desconocidos" es una estampa de vida campesina que empieza como amable costumbrismo para adentrarse luego en episodios misteriosos y dramáticos. En la fiesta con baile que celebra un bautizo, aparecen sucesivamente tres individuos a quienes nadie conoce, y su identidad y las relaciones ocultas que mantienen entre sí nos conducen a un insólito clima de suspense. Magnífica historia que excepcionalmente tiene un final feliz.


Brujería, dolor y muerte

"El brazo marchito" es una hipnótica narración de brujería, dolor y muerte, más sombría aún que en el caso anterior, pero que comparte con él un componente melodramático como de romance de ciego. El proverbial pesimismo de Hardy aquí está a sus anchas, pero más que ese fondo inexorable y cruel que le caracteriza, nos atraen los vívidos pormenores, y la indagación, compasiva, pero sin sentimentalismo, en la soledad y el desamparo de sus personajes.

Supersticiones y fantasmas íntimos inconfesables, insistiendo en la dureza de unos tiempos en los que se ahorcaba a la gente por delitos minúsculos, cuando no por simples sospechas. Esa vida rural de antaño que Hardy pinta llena de amenazas, miedos y desastres, todo lo cual para los campesinos acaba siendo casi siempre como una terrible rutina.

"El predicador desconcertado" es quizá el mejor producto literario de esta selección, el más sobrio en sus efectos; y aunque su desenlace (una nota de Hardy nos informa de su autocensura) no era el que él prefería, el que podemos leer está muy bien. Bajo su aparente convencionalismo –el escritor echa de menos sus habituales estridencias– evita lo más lógico y esperado, y sugiere una vuelta al orden no exenta de sordas inquietudes.

Un joven clérigo metodista fiel a sus deberes, pero también enamoradizo, una viuda "bonita e impenetrable", un pueblo próximo a la costa que vive del contrabando de ginebra y coñac... El conjunto es sutilmente malicioso y humorístico, contado con muchísima habilidad. Y una vez más Hardy está con los rebeldes, reivindicando el derecho moral a estar fuera de unas leyes odiosas.
"La tumba de la encrucijada", que nos lleva al tiempo de las guerras napoleónicas, es un buen análisis de un doble sentimiento de culpabilidad, pero queda muy por debajo de "El violinista ambulante", formidable historia de hechizos musicales (un violín que subyuga la voluntad de las mujeres). Cuento áspero y turbador, con la sombra de un maleficio que se narra con frialdad, eficacísimamente.


Una Bovary de Wessex


En "Una mujer soñadora" conocemos a una Bovary de Wessex, poetisa sensible y apasionada que se casó con "un prosaico fabricante de armas", "padre vulgar" de sus tres hijos. Cuando aparece un poeta "con un relampagueo eléctrico en la mirada", el adulterio mental de esa balzaquiana mujer de treinta años ya está decidido. Igualmente hostil a la figura marital es "Barbara de la Casa de Grebe", un poco tremebunda al estilo gótico inglés, pero manteniendo muy bien un difícil equilibrio entre lo brutal y lo delicado.

A veces la truculencia, que parece consustancial a Hardy, le estropea la inventiva, como si estuviera empeñado en fabricar tragedias a toda costa para horrorizarnos; pero en este hombre de obsesiones siniestras hay un extraordinario narrador de una avasalladora fuerza humana. Y estos cuentos son miniaturas que pueden competir, tal vez ventajosamente, con sus novelas más leídas y famosas.


Carlos Pujol
ABC, Blanco y Negro Cultural
27 de marzo de 2004

 

HARDY Y MARÍAS



El escritor británico Thomas Hardy (1840-1928) tuvo que esperar mucho tiempo para conocer el éxito. Sus novelas fueron vapuleadas por la brutalidad de los motivos sexuales que llenaban sus páginas. Harto de los ataques, tras la publicación de Jude el Oscuro, abandonó definitivamente el género para consagrarse a la poesía. Fue entonces, durante los últimos 15 años de su vida, cuando obtuvo el reconocimiento de sus contemporáneos, convirtiéndose en patriarca indiscutible de las letras inglesas.

El brazo marchito (Reino de Redonda) reúne siete cuentos del escritor, traducidos al castellano en 1974 por Javier Marías. El crítico literario Manuel Rodríguez Rivero se ha encargado del prólogo, en el que desglosa algunos de los rasgos que caracterizan la producción del autor de Tess, como la influencia del folclor de su tierra natal -el condado de Dorset-, la solidaridad con las víctimas o una visión pesimista del mundo. "El pesimismo de Hardy se ha convertido en un tópico al hablar de él. Una de sus características más importantes, aquella que le convierte en un grandísimo narrador, es su enorme sentido del lugar. El escritor tuvo también el extraño honor de ser el último gran novelista británico del siglo XIX y el primer gran poeta del siglo XX", dice Rodríguez Rivero.

Hardy fue además un hombre de carácter peculiar, que vivió una época de cambios convulsos. De joven, asistió al desmoronamiento de viejas certezas. Según Rodríguez Rivero, "fue un hombre al que le pasaron pocas cosas, que casi no salió de su terruño. Cuando le llegó la fama, era ya alguien muy retraído, aunque todos los que hablan de él en sus libros lo recuerdan como una persona muy cordial y solícita".

Un escenario rural

Los relatos recogidos en El brazo marchito se ambientan en un escenario rural imaginario y poco acogedor (Wessex), poblado de leyendas y de personajes maltratados por un destino indiferente que no logran comprender. En estos cuentos, Hardy reincide en temas trágicos y mórbidos, porque siempre creyó que "sólo lo excepcional era digno de ser contado", según afirma Rodríguez Rivero en el prólogo del volumen.

Es el caso del relato titulado El violinista ambulante, que narra la historia de un joven trastornado por el suicidio de su padre y cuyo tono sombrío recuerda al estilo de Poe. En otro de los cuentos del libro, Bárbara de la casa de Grebe, Hardy construye una trama gótica especialmente escabrosa, en la que explica los dramáticos contratiempos de una pareja de enamorados de clases sociales distintas.

"Cuentos como El predicador desconcertado, que también aparece en esta edición, merecen estar en cualquier compendio de las mejores páginas de la literatura británica del siglo XIX", concluye Rodríguez Rivero.

ISRAEL PUNZANO
EL PAIS | Cultura