DONDE TODO HA SUCEDIDO
AL SALIR DEL CINE

JAVIER MARÍAS

Prólogo de Miguel Marías
Edición al cuidado de Inés Blanca y Reyes Pinzás

Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, 2005
Foto de sobrecubierta: Gene Tierney en El fantasma y la señora Muir
281 páginas

 

TINTA FRESCA, CINE AÑEJO


Sobredosis de presente o «actualitis» aguda. Así podría describirse una de las enfermedades de moda (humana, no avícola) o, al menos, así la etiquetó Javier Marías durante la presentación en Madrid de Donde todo ha sucedido (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg), recopilación de artículos desperdigados por revistas, periódicos y suplementos del autor de Corazón tan blanco, a lo largo de trece años, alrededor del mejor antídoto contra el mal de marras: el cine.

Distanciamiento

Porque, en estos tiempos de coger los trenes al vuelo y las tendencias a lazo, el séptimo arte es para Marías un «ejercicio de distanciamiento ante el peligro de deslumbrarnos y obnubilarnos de la realidad». Desde esa atalaya, con cimientos tan férreos como Hitchcock, Renoir o Ford, Marías desgrana sus preferencias y recuerdos, principalmente de una época donde cine y literatura iban parejos y hasta reñidos (los años 50 y alrededores).

Con ese estilo «de antes de 1914», como le calificó un atinado lector, y un criterio insobornable que le hace cortar la cabeza, como la reina de Alicia en el País de las Maravillas, a casi toda la plana mayor de la crítica cinematográfica (aunque él juega a serlo en numerosas ocasiones), el escritor madrileño ofrece un gran angular sobre sus filias y fobias fílmicas, mezclándolas con sus otras pasiones paralelas como el fútbol o la literatura. El «pequeño» Welles, el gran «tío Jess», el «cara de bruja» Michael Douglas, el flujo infinito de El río, polémicas alrededor de los Querejeta, sus preferencias «nickelodeonianas» o un estupendo tirón de orejas final a los pedigüeños del cine español pueblan las páginas de este agradecido volumen.

Modernización

Su hipotético vecino de estante sería El testigo indiscreto (T & B), otra antología de artículos de otro escritor cinéfilo como Manuel Hidalgo, cuya condición de guionista y autor adaptado (en dos ocasiones, con El pecador impecable y El portero) quizá sea decisiva a la hora de «modernizar» los textos de esta miscelánea con películas, actores, directores y contenidos diversos (seguro que sabe que Duncan Dhu no es un señor, o dos) de más reciente factura que la de Marías.

Aparte de esta complicidad, que a veces le traiciona con una excesiva benevolencia hacia el último cine español (aunque también dispara entre los ojos de los críticos, o sus contenedores), en su largo recorrido no faltan clásicos de la «gordura» de Kubrick, Truffaut, Hitchcock, Almodóvar, Fellini, Huston, De Sica, Berlanga, Buñuel y un largo etcétera de leyendas que nos devuelven la fe en un arte que, para algún crítico ilustre, cercano y bloguero, lleva siendo una «mierda» en los últimos 30 años. Menos mal que siempre nos quedará el DVD o los espectadores tan atentos, puñeteros y amenos como Marías y/o Hidalgo.


JAVIER CORTIJO
ABC de las artes y las letras
29 de octubre de 2005

 

TORRENTE O MARÍAS


La excesiva profesionalización de la crítica, literaria o cinematográfica, suele llevar a la rutina, a la fórmula reiterada. Hallazgos que fueron felices, aciertos ocasionales, son ahora esquemas estereotipados, moldes a aplicar. Cuántas veces no habremos tenido la sensación de que el crítico se aúpa a la joroba del artista y se sabe cabeza, incluso cabeza colosal. Cree haber leído mucho y ordenadamente, cree haber visto mucho cine y por géneros, y por tanto cree poder juzgar con severidad lo que tantas veces es el descubrimiento de un hombre solo...

“Yo ya no sé qué se puede hacer con los críticos, aparte de no hacerles caso”, decía Javier Marías diez años atrás, de manera expeditiva y probablemente injusta, y lo decía alguien, un autor, por lo general bien tratado por la crítica. Pero tal vez por ello su opinión contundente era atendible, sobre todo si consideramos de qué manera se expresan algunos comentaristas ya profesionalizados. Pero “en esta ocasión no me refiero a los [críticos] literarios”, añadía Marías, “sobre los que mucho habría que decir y ya he dicho, descubriendo de paso que son gente completamente impermeable a las críticas, por eso tal vez son críticos”. Se refería a los críticos cinematográficos, muchos de los cuales serían “pedantes, conservadores y cobardes”, gente que se dejaría llevar muy frecuentemente por juicios estereotipados, por obviedades, gente “solemne, campanuda y malhumorada”, concluía.

Javier Marías se expresaba de manera contundente y probablemente era injusto, pero sus opiniones sobre cine, vertidas de manera impresionista, hipotética, suelen dar en la diana, suelen ser reveladoras. Más aún, leer sus comentarios sobre cine es... ir al cine, al mejor cine. Porque acudir a la sala no significa ver películas necesariamente. Una parte de lo que se proyecta es meramente alimenticio, adocenado, sin afán alguno de creación. Hay películas que se convierten en series y los hallazgos que hubo en la primera se pierden hasta convertirse en puro cliché y repetición, un modo de ganar dinero sin aportar nada nuevo.

Yo vi con interés, con guasa, con asombro y con algo de repugnancia Evilio, Perturbado y Evilio vuelve, los cortos con que Santiago Segura empezó hace más de diez años. Admito que me sorprendieron el sarcasmo y el gore gamberro, chistoso, del autor, su retina llena de sangre... cinematográfica. A comienzos de los noventa, y desde que se extendiera la moda de las películas con psicópata, parecía obligado imaginar films con asesinos tenebrosos, exquisitos, endemoniados (a la manera de Hannibal Lector). Tanta sofisticación diabólica, tanta elegante perversidad cansaba por su inverosimilitud. Evilio torturaba rudimentariamente, sin refinamiento alguno.

Admito igualmente que me pasmó el primer Torrente, sediento como yo estaba de Santiago Segura: tan próximo tenía el recuerdo de El día de la bestia. Pero admito igualmente que vi con decepción y aburrimiento definitivo lo que sin duda es una película tediosa: Torrente 2. Tal vez yo fuera y sea ahora la excepción, no lo sé, pero el caso es que este fin de semana no he ido a ver la tercera de la serie, un film que ha sido presentado sin pase previo para la prensa y, por tanto, sin críticas el día del estreno. Dice Segura que teme la copia, el pirateo. Pienso, mejor, que teme el varapalo probable de la prensa, de los críticos rutinarios y de los críticos imaginativos. A un tipo tan avispado como el protagonista de Torrente se le pide no sólo que gane dinero, sino que, además, sea capaz de aportar algún provecho fílmico o creativo. En general, la crítica saludó con entusiasmo y sorpresa la primera película de la serie, no así la segunda. ¿Deberemos condenarla? A la crítica, me refiero.


Segura se hizo rico pero a costa de adocenarse. El reproche no es el de la zafiedad que pueda haber en sus películas -ya la había en Evilio y siguientes-, sino que lo tosco, lo burdo, el egoísmo, el regüeldo, las pajillas, la suciedad, la mugre, en fin, deberían ser recursos de decorado y de tipología, no su fin y consumación. Más aún, cuando lo exhibido o lo mostrado sólo significan lo que a simple vista parecen, cuando lo explícito no tiene más que un sentido, entonces esos elementos de escenografía carecen de segunda lectura o de interpretación. En Estados Unidos hay una máxima que dice: ¿si eres tan listo, por qué no eres rico? Es probable que Segura se la haya tomado al pie de la letra y que haya decidido ser inmensamente rico. ¿Por qué razón? Porque es muy listo, pero la penetración y la intuición o la astucia no prueban más que la sagacidad, no la creatividad. Los muy listos, además de intentar hacerse ricos, son creativos, y los que no somos tan listos ni tan creativos, nos conformamos con admirar a quienes sí lo son o a quienes son capaces decir cosas sensatas y sugerentes sobre la creación.

Por eso, este fin de semana he preferido ver películas de otro modo, refinándome, quedándome en casa, evitando al creador de Evilio. He querido ver películas leyendo (que también se puede), en este caso releyendo a Javier Marías, su libro Donde todo ha sucedido (Galaxia Gutenberg, 2005): una recopilación de sus artículos sobre el arte cinematográfico del siglo XX. No sólo aporta saber y experiencia fílmica, sino que, además, apronta diversión y zumba, cosa que, por otra parte, no suelen darnos los críticos profesionales. Pero lo que más me satisface de su modo de ver películas es la interpretación de lo implícito, siendo lo implícito tanto lo que viéndose en pantalla (los elementos de escenografía) tiene un sentido ambiguo, como lo que no forma parte del decorado y ha de interpretarse a ciegas (y nunca mejor dicho). Como resume Miguel Marías, uno de sus hermanos, en el prólogo de Donde todo ha sucedido, es ésta una forma particular “de pensar, de interrogarse, de dudar, de hacer hipótesis, de tener ocurrencias, de gastar bromas, de ‘leer’ en las caras y en los gestos, de rememorar y especular, de extrapolar, de tener presente lo que no lo está ya o no se percibe todavía, sólo se intuye”.

Lean nuevamente esas palabras de Miguel Marías. Describen el modo de mirar de su hermano Javier, de mirar con cuidado (sus “miramientos”), describen la voz narradora que solemos hallar en sus novelas. Pero describen también el modo de escribir de Guillermo Cabrera Infante. Siendo tan crítico de los críticos, resulta raro que Javier Marías fuera amigo de uno de los críticos de cine más afamados: Guillermo Cabrera Infante. A él le dedica este último volumen. O tal vez no, tal vez era lógico que fuera su amigo y le homenajeara: nunca fue un crítico rutinario y cada pieza, todos sus comentarios... fueron siempre un modo de conjeturar creativamente sobre lo que la pantalla daba y no daba, sobre lo que el cineasta ofrecía y amagaba.

Qué curioso: empiezo hablando contra los críticos cinematográficos, apoyándome en Javier Marías, y acabo celebrando a uno de ellos, a uno que supo escribir como nadie, con más chispa y más ingenio que nadie, y con un humor socarrón y una guasa de la que deberían aprender sus colegas supervivientes y los cineastas en activo, entre ellos el padre de Torrente. En su libro fílmico más conocido, Un oficio del siglo XX, Cabrera Infante recordaba a François Truffaut cuando decía: “un niño jamás responde cuando le preguntan qué vas a ser cuando mayor: voy a ser crítico de cine”. Guillermo Cabrera Infante fue crítico y supo hacer de ese oficio un arte, una manera de expresarse sin automatismos, con audacias interpretativas. Yo, de mayor, quisiera ser como él.


JUSTO SERNA
Periodistadigital.com
3 de octubre de 2005