Nadie
piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos
y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda.
Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más
inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que
nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros.
Muchas veces se ocultan los hechos o las circunstancias: a los vivos
y al que se muere - si no tiene tiempo de darse cuenta - les avergüenza
a menudo la forma de la muerte posible y sus apariencias, también
la causa. Una indigestión de marisco, un cigarrillo encendido
al entrar en el sueño que prende las sábanas, o aún
peor, la lana de una manta; un resbalón en la ducha - la nuca
- y el pestillo echado del cuarto de baño, un rayo que parte
un árbol en una gran avenida y ese árbol que al caer
aplasta o siega la cabeza de un transeúnte, quizá un
extranjero; morir en calcetines, o en la peluquería con un
gran babero, en un prostíbulo o en el dentista; o comiendo
pescado y atravesado por una espina, morir atragantado como los niños
cuya madre no está para meterles un dedo y salvarlos; morir
a medio afeitar, con una mejilla llena de espuma y la barba ya desigual
hasta el fin de los tiempos si nadie repara en ello y por piedad estética
termina el trabajo
|