Desfachateces

 

Hace unos días recibí una carta de Barcelona, sin duda juvenil por la letra y el tono y la familiaridad, que primero me produjo estupor, luego diversión y finalmente preocupación, cuando no pude sino relacionarla con otros síntomas de lo que quizá sea, si no una epidemia, sí un brote no aislado de desfachatez. La misiva decía sí: "Quiero presentarme a un concurso literario; y habida cuenta de lo bien que tú escribes, ¿por qué no me prestas un relato? necesito algo cortito de cuatro o seis folios y me gustaría que fuera en la línea de tus libro de cuentos Cuando fui mortal… La presentación de relatos termina el 17 de marzo. (¡Ojo! Yo no me dedico a escribir, o sea que no soy la competencia)". Nombre de mujer y las señas para que le hiciera el envío.
Lo más llamativo de la desenvuelta petición no es tanto su ingenuidad, su creencia de que a los escritores nos sobran los cuentos y tenemos siempre a mano un buen puñado de ellos para lo que se tercie, ni siquiera el desparpajo de indicarme el número de páginas y el estilo, sino su absoluta falta de conciencia de estar proponiendo -además sin contrapartida, por la cara- algo indebido, algo inaceptable, un fraude; pues de haber tenido alguna conciencia de ello no me habría planteado la cuestión tan abiertamente, con la observación supuestamente tranquilizadora de que, encima de todo, ni siquiera "me dedico a escribir".

Hace varios años otro joven me envió una carta diciendo que se sentía estafado por una novela mía que había comprado y leído, y hacía hincapié en el precio (que pone siempre el editor, no el autor). Le envié una nota diciéndole que si no podía hacerle recuperar el tiempo, sí al menos el dinero perdido, y le adjuntaba un cheque por el importe del libro. Poco después me encontré en un periódico un suelto en el que se contaba la anécdota, comentada por el joven. No es que yo quedara mal con mi gesto, pero me pareció inadmisible que, sin consultarme, se hubiera permitido hacer público lo que había sido privado. Además, anunciaba que seguramente guardaría mi cheque como recuerdo, pero lo cierto es que ya lo había cobrado. Unos meses más tarde, y al término de una charla que di en otra ciudad, se acercó, se presentó y me alcanzó un libro para que se lo firmara. Al afearle yo su conducta, me contestó con gran descaro: "Bueno, es que yo soy un principiante y tengo que hacerme un nombre, y lo tuyo me servía". Recuerdo bien mi respuesta: "El nombre hay que hacérselo con lo que uno escribe, sólo con eso, y si no dedícate a otra cosa".

Aquí lo llamativo es que su proceder le pareciera perfecto y justificable por lo que decía, sin ni siquiera intentar disculparse aduciendo que lo había hecho sin mala intención, o porque había creído dejarme a mí en buen lugar, algo así. Podría pensarse que en ambos casos se trataba de franqueza y falta de hipocresía, lo cual sería una virtud dentro de todo. Pero no: eso habría llevado consigo el reconocimiento de no haber obrado bien o por lo menos sí a la ligera. Era más bien desfachatez en estado puro.

Ahora un joven escritor premiado me envía su novela con una carta llena de halagos, haciendo en ella referencia a posibles influencias mías que algunos le atribuyen. Aún no he leído el libro y no sé si lo haré, dado que una amiga profesora me advierte casualmente de que el joven en cuestión ha "saqueado" un antiguo escrito mío sobre una ciudad en la que viví y que bien conozco, y en la que transcurre la acción de esa novela. Sobre eso, en su carta, no dijo nada; es más ante la posibilidad de esas "influencias" se hacía el loco ("Algo habrá, ojalá se me haya pegado algo"), una actitud no sólo taimada, sino además idiota. ¿O es que esperaba que no me fuera a dar cuenta de los "préstamos" casi textuales?*

No quiero incurrir en conclusiones fáciles y pensar que estas desfachateces son cosa de jóvenes, Porque si lo fueran, en todo caso, supondrían sólo la exacerbación inmadura y patosa de lo que ven que, quizá con mayor disimulo, viene haciendo gran parte de la población española, para la que "todo vale", desde hace ya demasiados años.

 

*Este obsequioso escritor es reincidente: poco después publicó un relato cuya escena cumbre, ¿cómo decirlo?, es casi un calco. Así que mañana en la batalla piensa en mí, y no me robes más sueños, pesadillas en tus manos.

 

 

Artículo recogido en el libro Seré amado cuando falte
15-III-98