EL ESPEJO DEL MAR
Recuerdos e impresiones


JOSEPH CONRAD

Prólogo de Juan Benet
Nota sobre el texto de Javier Marías
Nueva Traducción de Javier Marías

Reino de Redonda
Barcelona
Primera edición: mayo 2005


ISBN: 84-933656-0-2

Este undécimo volumen del Reino de Redonda
está dedicado a Arturo Pérez-Reverte,
único duke redondino, que yo sepa, capaz de entender
todas las marineras palabras de este libro,
y vago descendiente de los navegantes desaparecidos
a quienes el autor rinde homenaje

EL EDITOR

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“He intentado aquí poner al descubierto, con la falta de reserva de una confesión de última hora, los términos de mi relación con el mar, que habiéndose iniciado misteriosamente, como cualquiera de las grandes pasiones que los dioses inescrutables envían a los mortales, se mantuvo irracional e invencible, sobreviviendo a la prueba de la desilusión, desafiando al desencanto que acecha diariamente a una vida agotadora; se mantuvo preñada de las delicias del amor y de la angustia del amor, afrontándolas con lúcido júbilo, sin amargura y sin quejas, desde el primer hasta el último momento (...) Este libro escrito con absoluta sinceridad no oculta nada... a no ser la mera presencia corpórea del escritor. En estas páginas hago una confesión completa, no de mis pecados, sino de mis emociones. Es el mejor homenaje que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado.”

JOSEPH CONRAD

“En El espejo del mar no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera.”

JUAN BENET

“Las razones por las que alguien puede volver a traducir el libro que más trabajo le dio en su vida y le supuso más dificultades -pero quizá también más íntimos orgullo y satisfacción- son de variada índole, y una de ellas será sin duda el inalterado e inconmovible entusiasmo del traductor por dicho libro.”

JAVIER MARÍAS

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ÍNDICE


Prólogo,
por Juan Benet

Nota sobre el texto,
por Javier Marías

Nota del autor
a El espejo del mar,
por Joseph Conrad


EL ESPEJO DEL MAR

Recaladas y partidas
Emblemas de esperanza
El bello arte
Telarañas e hilo
El peso de la carga
Retrasados y desaparecidos
La garra de la tierra
El carácter del enemigo
Soberanos de este y oeste
El río fiel
En cautividad
Iniciación
La cuna del arte
El Tremolino


APÉNDICES

Appendix I/ Apéndice I:
Conradian Images/ Imágenes conradianas

Appendix II/ Apéndice II: M P Shiel's and John Gawsworth’s Redonda/
La Redonda de M P Shiel y John Gawsworth (updated/ puesta al día 2005)

Appendix III/ Apéndice III: Jon Wynne-Tyson's Redonda/
La Redonda de Jon Wynne-Tyson (updated/ puesta al día 2005)

Appendix IV/ Apéndice IV: Javier María's Redonda/
La Redonda de Xavier Marías (updated/ puesta al día 2005)

Appendix V/ Apéndice V:
From Korzeniowski to Kociejowski: Richard Stanyhurst, Dubliner/ De Korzeniowski a Kociejowski: Richard Stanyhurst, dublinés, por Marius Kociejowski

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Prólogo


En el ya lejano verano de 1954 me fui a Suecia a hacer prácticas ingenieriles. Me tocó servir en la construcción del hospital municipal de Ljungby, un pequeño pueblo del sur donde el tiempo caía a plomo; donde en los ratos de ocio y en las fiestas de guardar fui introducido en cierta clase de diversiones de las que sólo tenía noticia por el cine o por la lectura de cuentos y novelas nórdicas: paseos en barca, excursiones por el bosque a recoger frambuesas, bailes campestres, fiestas de cangrejos y desconocidas competiciones deportivas que pusieron punto final a una primera juventud todavía apegada al balón y al pedal. En fin, que a las dos semanas de estancia en Ljungby me pasaba las tardes leyendo en inglés, idioma que entonces empezaba a conocer, muy rudamente.

Me dedicaba a libros fáciles: novelas de reconocida sencillez estilística y obras de divulgación científica. Entre éstas últimas hubo una que me hizo mella: un libro de oceanografía -en el más ancho sentido de la palabra- que trataba del mar en todos sus aspectos; era The Sea Around Us de Rachel Carson, publicado en América unos años atrás con gran éxito. Al final de su libro la autora recomendaba una serie muy breve de lecturas, para deleite de quienes estuvieran interesados en el tratamiento científico del mar, y para mi sorpresa -entre cinco o seis títulos de un carácter muy diferente- incluía The Mirror of the Sea de Joseph Conrad.

Ocho o diez años antes yo había leído mucho Conrad en castellano, en casa de mi abuelo, en las ediciones de Montaner y Simón. Creía -y estaba equivocado- haber leído todas las novelas, cuentos y relatos de Conrad, y aquel título desconocido me intrigó por partida doble; así que al final de aquel verano, en el viaje de vuelta a España, me dediqué a buscarlo en las librerías de Estocolmo, Copenhague y Amsterdam, bien surtidas de volúmenes ingleses, sin ningún resultado. Pero he aquí que en París lo encontré en francés, publicado por Gallimard: Le miroir de la mer.

Yo no sé si con tales preparaciones lo único que había hecho era abonar mi espíritu para el cultivo de aquella planta. Si lo cierto es que tales expectativas la mayoría de las veces acaban en desengaño, en esa ocasión se produjo lo esperado, por fortuna. El libro me proporcionó una impresión indeleble y la seguridad de haber topado con una prosa exacta, acabada, perfectamente trabajada, ensamblada y estanca como los cascos de los buques que describía. Diez años más tarde, cuando compuse mi primer volumen de ensayos literarios -para «hilvanar y agrupar ciertos comentarios que habían surgido de unas cuantas lecturas elegidas tan sólo a partir de una predilección»-, no pude por menos de mencionar El espejo del mar para traerlo en apoyo de alguna de las tesis sobre el estilo. En un capítulo de ese primer libro, titulado “Algo acerca del buque fantasma”, vine a decir: «Leyendo The Mirror of the Sea se apercibe uno de hasta qué punto le bastaba (a Conrad) sujetarse al tema para extraer de él todo su jugo y cómo la invención del misterio no podía ser otra cosa, en sus manos, que un insulto a esa sutil, versátil y compleja vida del mar . . .».

De esa idea y de ese aprecio por El espejo del mar, yo no me he apartado un punto. Su relectura en castellano, al cabo de tantos años, sólo ha servido para avivar la predilección y confirmar para mí mismo el veredicto. Es un libro que no tiene desperdicio y, más que eso, que, escrito sin prisa, provoca de manera indefectible esa clase de lectura mansa que sin ningún tipo de avidez por lo que procederá se recrea en la lenta progresión de una sentencia o de una imagen, tan armónica y rítmicamente trazada desde su inicio que su conclusión casi roza la catástrofe. Una muestra, el arranque del capítulo “En cautividad”: «Un barco en una dársena, rodeado de muelles y de los muros de los almacenes, tiene el aspecto de un preso meditando sobre la libertad con la tristeza propia de un espíritu libre en reclusión. Cables de cadena y sólidas estachas lo mantienen atado a postes de piedra al borde de una orilla pavimentada, y un amarrador, con una chaqueta con botones de latón, se pasea como un carcelero curtido y rubicundo, lanzando celosas, vigilantes miradas a las amarras que engrillan el barco inmóvil, pasivo y silencioso y firme, como perdido en la honda nostalgia de sus días de libertad y peligro en el mar».

La vida literaria de Conrad se extendió a lo largo de treinta años, entre 1895 y 1924. En el primer tercio de ese período lo consiguió todo en el campo literario que se había propuesto cultivar. Un estilo de enorme poder, una altura de dicción y de pensamiento frente a la que, en el panorama de la novela inglesa de su tiempo, sólo la de Henry James resistiría la comparación, y una capacidad de creación que le permitiría llevar su arte allí donde él se lo propusiera. Al final de ese tercio -y acaso como remate de una época tan intensa- escribió este libro de memorias e impresiones con el que, libre de las obligaciones -aparentemente inexistentes pero formalmente imprescindibles- impuestas por la ficción, pudo dar libre rienda a su estilo. A veces el estilo ha de desvanecerse ante las imposiciones del relato, y a veces la mejor forma de tratar una página sea desproveerla de un sello propio; ciertas frases vienen dadas de fuera y el escritor se tendrá que limitar a engastarlas en su texto; en ocasiones son unas pocas oraciones o algunas páginas y en otras pueden ser secuencias enteras o personajes que por su propia configuración requieren ese tratamiento. Constituyen ejemplos de un cierto sacrificio de las propias convicciones -entiéndase literarias y estilísticas, ya que de otras toda buena novela debe estar siempre saturada- que el buen narrador no vacila nunca en llevar a cabo a fin de completar ese mosaico en el que no todas las piezas a fortiori han de ser de su predilección. Todo buen lector de Conrad habrá reparado más de una vez en las desigualdades en que abunda su prosa, timbradas sin duda por la voluntaria inhibición estilística que había de aventurar para respetar la identidad propia de un fragmento. No me parece que esté de más añadir que esa voluntaria heterogeneidad es mucho más manifiesta en sus novelas extensas que en sus novelas cortas -Youth, The Brute, The End of the Tether, Heart of Darkness, The Secret Sharer, The Shadow Line, etc.-, que sin duda forman el Himalaya de su producción. No podía ser de otra manera; en esas piezas -de entre treinta y cien páginas de extensión cada una- el escritor elige una situación y unos pocos personajes, a veces uno solo, de su predilección, seleccionados de suerte que el estilo se pueda recrear en ellos a su albedrío, sin grandes ni graves intervenciones de entes -cosas y personas- un tanto ajenos a su mundo y un tanto neutros para la expresión de su concepción de él, pero imprescindibles para la continuidad y armonía del relato. Por el contrario, en la novela extensa -y cualquiera que sea, Nostromo, Chance, Victory o incluso The Secret Agent- tales irrupciones de la entidad anestilizada -y perdóneseme el término, pero no he encontrado nada mejor- no sólo son sino que tienen que ser tan numerosas como frecuentes. (Al llegar aquí debo confesar que tal vez la prevención a dar entrada en la obra propia a tan incómodos sujetos me ha llevado a cometer algunos abusos narrativos difícilmente más perdonables que la admisión de personas de reputación dudosa.)

Pues bien, en The Mirror of the Sea no hay una sola página de estilo menor, no hay un solo personaje o frase de reputación dudosa, nadie viene de fuera con voz propia. Todo el libro es Conrad cien por cien, y, además, el mejor Conrad, el que sabía dibujar un hecho del mar con la más perfecta forma literaria, y el que sabía ilustrar un acontecimiento narrativo con la más acertada imagen marinera. Y al respecto quiero señalar de este libro un capítulo en particular, “Soberanos de este y oeste”, donde desde el principio hasta el fin, y bajo el pretexto de una descripción de los vientos, Conrad larga un discurso sobre el poder y la fuerza que bien podría haber salido de un Macbeth calado con la gorra de capitán.

Y diré algo también sobre esta traducción. No creo que exista -ni será fácil que se repita- una traducción de Conrad de tal perfección. Soy testigo del inmenso trabajo que se ha tenido que tomar Javier Marías -quien está a punto de convertirse en un Erasmo de la traducción- para concluir esta labor que, me consta, ha estado en varias ocasiones en un tris de arrastrarle al abandono. Ha tenido que ser un trabajo, más que arduo, irritante. El lector se apercibirá pronto de un primer grado de dificultad en cuanto se enfrente con tal número de términos marineros, que no forman parte, ni mucho menos, del habla de tierra adentro ni, por lo general, están en el diccionario inglés-español. Teniendo que recurrir a la ayuda de un especialista, es comprensible que se pierda la paciencia, pues no sólo no se conoce el equivalente castellano del término inglés, sino que tampoco se sabe lo que es una cosa que se ha podido ver pero en la que no se ha reparado y por consiguiente necesita explicación. Pero con ser esa una gran dificultad -nada desdeñable- no es la mayor que presenta el texto. Para mí la mayor dificultad reside, naturalmente, en conseguir el equivalente de ese estilo espiral, enrevesado, siempre alto de tono y escurridizo, tan escurridizo como peligroso. Un estilo que los ingleses llaman de manera bastante gráfica convoluted, y que al traductor poco precavido le puede hacer caer en los mayores ridículos, como demostraron –asaz cumplidamente- los hombres de Montaner y Simón. Si Javier Marías ha logrado -no sin mucho esfuerzo- dar con la mejor expresión de Conrad en castellano, no será en balde. Será para beneficio del afortunado lector que lo lea, pero también para su propio provecho; pues yo creo que una traducción de éstas forma de tal manera que lo que sale de ella es el estilo, bastante conforme con el de Conrad, de Javier Marías.


JUAN BENET
1981

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NOTA SOBRE EL TEXTO


Joseph Conrad empezó a escribir capítulos de El espejo del mar en 1904, como respiros en la laboriosa gestación de su novela Nostromo, y no dio por concluido el libro hasta 1906, cuando ya acometía la redacción de The SecretAgent. Primeras versiones de algunas partes fueron viendo la luz en periódicos y revistas (Daily Mail, The World's Work, Pall Mall Magazine y Blackwood's Magazine) antes de que Methuen and Co., de Londres, lo publicara en octubre de 1906.

Desde esta primera, las ediciones inglesas de The Mirror of the Sea incluyen un capítulo más de los que aquí se ofrecen: el último, titulado “The Heroic Age”, que Conrad había escrito independientemente, en 1905 y a petición del Standard, para conmemorar el centenario de la muerte de Lord Nelson. Cuando su amigo -y traductor, junto a Gide, de la mayor parte de su obra al francés- Gérard Jean-Aubry preparaba su versión de Le miroir de la mer, Conrad le pidió que excluyera ese último capítulo, manifestándole que en realidad no formaba parte del libro. Este terminaba con “El Tremolino”, y había sido Methuen and Co. la responsable de la inclusión del texto sobre Nelson en el volumen. A mi modo de ver, esto no sólo es absolutamente cierto, sino que el tono y la textura de “The Heroic Age” son tan distintos de los del resto de la obra que su inclusión -aun como apéndice- no puede por menos de menoscabar gravemente la rotundidad y perfección del libro. Asimismo, he desestimado la traducción de un texto que tiene mucho que ver con el espíritu de El espejo del mar: “The Silence of the Sea”, de 1909, en el que Conrad abunda en el tema del capítulo “Retrasados y desaparecidos”. Escrito en un momento de grandes dificultades económicas, su calidad es tan inferior a la de The Mirror of the Sea que su publicación aquí constituiría tan sólo un acto de gula abocado al arrepentimiento. “The Silence of the Sea” se encuentra en Congo Diary and Other Uncollected Pieces, edited by Zdzislaw Najder (Doubleday and Company, Inc., Nueva York, 1978).

La edición empleada para esta traducción es The Mirror of the Sea and A Personal Record (Dent, Londres, 1972), que no lleva introducción ni notas de ningún tipo. A este respecto me ha sido muy útil Le miroir de la mer, traducción y notas de Gérard Jean-Aubry (Gallimard, París, 1946). Las notas de la presente edición inspiradas en las del amigo y biógrafo francés de Conrad van marcadas al final Con sus iniciales: G. J-A.


Quisiera añadir unas palabras sobre el inglés de Conrad y su traducción. No cabe duda de que la prosa de este polaco de origen -que no aprendió la lengua en que escribía hasta los veinte años- es una de las más precisas, elaboradas y perfectas de la literatura inglesa. Sin embargo, al mismo tiempo, es de lo menos inglés que conozco. Su serpenteante sintaxis no tiene apenas precedentes en ese idioma, y, unida a la meticulosa elección de los términos -en muchos casos arcaísmos, palabras o expresiones en desuso, variaciones dialectales, y a veces acuñaciones propias-, convierte el inglés de Conrad en una lengua extraña, densa y transparente a la vez, impostada y fantasmal. Uno de sus rasgos más característicos consiste en utilizar las palabras en la acepción que les es más tangencial y, por consiguiente, en su sentido más ambiguo.

No he temido mantener todo esto (en la medida de lo posible) en castellano, aun a riesgo -o con la intención- de que el español de este texto resulte algo insólito y espectral. Pero creo que la intransigencia es la única guía posible a la hora de traducir a Conrad: sólo así el lector podrá recibir, tal vez, la misma impresión que en su día tuvieron Kipling, Galsworthy, Amold Bennet, H G Wells, Edward Gamett y Henry James, todos ellos fervientes entusiastas y admiradores de The Mirror of the Sea.

Sólo me resta dar las gracias a Catherine Bassetti, que me sacó de dudas ante algunas exageradas ambigüedades de la prosa de Mr Conrad, y a don Luis de Diego, teniente coronel de la Armada, sin cuya ayuda habría sido incapaz de dar con el equivalente exacto de ciertos giros y términos marineros que sólo puede conocer quien ha pisado muchos barcos a lo largo de su vida.


Xavier Marías
1981


P. D. Veintitrés años después

Las razones por las que alguien puede volver a traducir el libro que más trabajo le dio en su vida y le supuso más dificultades -pero quizá también más íntimos orgullo y satisfacción- son de variada índole, y una de ellas será sin duda el inalterado e inconmovible entusiasmo del traductor por dicho libro.

Sin embargo, la razón principal para haberlo hecho ahora con El espejo del mar, al cabo de más de veinte años, no podría contarla yo aquí sin incurrir en unos cuantos delitos de injurias: contra quienes, a lo largo del siglo xx, han redactado y aprobado las diferentes Leyes del Libro en España, todas ellas sin excepción injustas, abusivas y contrarias a la protección, los intereses y el trabajo de los creadores literarios (autores y traductores), que son la parte fundamental, pero también la más débil, en el negocio de la impresión, distribución y venta de la literatura; contra el aprovechado y explotador gremio de los editores en general (con alguna rarísima salvedad); y contra uno de éstos en particular, nítido ejemplo de aprovechamiento y explotación.

Así que mejor será que no explique, más que en privado, la verdadera causa de esta nueva traducción. Al tratarse del mismo texto original y de la misma mano traductora, el resultado ha sido muy semejante, o a menudo idéntico -como no podía por menos de ser-, al de mi primera versión, que fue publicada en 1981 por Ediciones Hiperión bajo el mismo y obligado título de El espejo del mar, y que tras numerosas ediciones y reimpresiones, aún pervive en las librerías. Quiero creer que, pese a las escasas diferencias, la segunda versión de 2004 que aquí se ofrece refleja ese admirable espejo de Conrad un poco mejor.

Se incluye también aquí -contratado legalmente por Reino de Redonda- el Prólogo que Juan Benet, a petición mía y como favor de amistad a quien esto firma, escribió para aquella primera ocasión. De hecho fui yo quien entonces propuso este libro, enteramente desconocido en España, para su publicación. y de hecho fue a Juan Benet a quien le oí mencionarlo por primera vez, muchos años antes de 1981, y no sólo mencionarlo: era uno de sus libros favoritos de la historia entera de la literatura, como luego pasó a serlo también mío, sobre todo tras enfrentarme a su endemoniada y extraordinaria prosa y reescribirlo en mi lengua. Pueden imaginarse que, tras reescribirlo por segunda vez, considero El espejo del mar, en algún sentido, todavía más propio que cualquiera de mis novelas, cuentos o artículos, y además -huelga decirlo- infinitamente mejor que todos ellos, juntos o por separado y sin excepción.


XAVIER MARÍAS
Noviembre de 2004

Ride si sapis
Lema del Reino de Redonda

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Dos amigos de Conrad: James Matthew Barrie y Henry James, en Londres en 1910
Conrad en 1873. A partir de una foto tomada poco antes de que se hiciera por primera vez a la mar
Conrad en cubierta
Conrad hacia 1900, foto de H G Wells
Conrad y los cinco grumetes sobre la cubierta del Torrens
Conrad con su mujer, Jessie, y sus hijos, Borys y John, en Someries, Luton, Bedforshire, en 1908
El Roi des Belges, modelo para el barco de vapor de El Corazón de las tinieblas, al breve mando de Conrad
En "Ravensbrook", hogar del escritor americano Stephen Crane

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Appendix I / Apéndice I

M P Shiel's and John Gawsworth's /
La Redonda de M P Shiel y John Gawsworth

(updated / puesta al día 2003)

 

TITLES AND OFFICES BESTOWED BY JOHN GAWSWORTH, KING JUAN I

TÍTULOS Y CARGOS OTORGADOS POR EL REY JUAN I, JOHN GAWSWORTH

 

* means Created during the reign of King Felipe I, Matthew Phipps Shiel, and confirmed after his death in 1974 /
indica Nombrados durante el reinado de Matthew Phipps Shiel, el rey Felipe I y confirmados tras su muerte en 1947

** means There is no documentation available for these creations /
indica Nombramientos de los que no se ha hallado constancia escrita

 

a) PEERS CREATED BY KING JUAN I, OR BY HIM AS REGENT IN THE REIGN OF KING FELIPE I/
PARES NOMBRADOS POR EL REY JUAN I, COMO TAL O EN SU CALIDAD DE REGENTE DURANTE EL REINADO DEL REY FELIPE I

Arch-Duke / Archiduque

Arthur Machen (created in 1947 / nombrado en 1947)

 

Grand Dukes of Nera Rocca/ Grandes Duques de Nera Rocca

Kate Gocher (1947)

Victor Gollancz (1947)

Sir Leigh Vaughan Henry, Grand Duke of Basalto (1957)

William Reginald Hipwell (1957?)

Annamarie V Miller (1947)

Albert Reynolds Morse (1947), Grand Duke of Redonda (1949)

Edward Buxton Shanks (1947)

Carl Van Vechten (1947)

 

Dukes and Duchesses / Duques y Duquesas

Robert Beatty, Duke of Ontario (1961)

Oswell Blakeston , Duke of Sangro (1947) *

Roy Campbell, Duke of Carmelita (1949)

Cyril James Fernandez Clarke, Duke of Tuba (1949)

Joan Crawford, La Crawford (1956)

Michael Denison , Duke of Essexa y Stebbingo (1959)

Charles Duff , Duke of Columbus (1949) (relinquished / renunció 1951)

Gerald Durrell , Duke of Angwantibo (1951?)

Lawrence Durrell , Duke of Cervantes Pequeña (1947) *

Robert Fabian of the Yard, Duke of Verdugo (1951)

Iain / Ian Fletcher (1947), Duke of Urgel (1951)

Russell Foreman , Duke of Dumosa (1967)

George Sutherland Fraser, Duke of Neruda (1949)

Francis Fytton , Duke of Spada (1961)

Charles Wrey Gardiner, Duke of Rio de Oro (1959?)

Dulcie Gray, Duchess of Essexa y Stebbingo (1959)

Michael Harrison, Duke of Sant'Estrella (1951)

John Heath-Stubbs, Duke of Mosquito Shore (1949)

Edgar Jepson, Duke of Wedrigo (1947)

Buffie Johnson, Duchess of Nera Castilia (1947) *

Georges Levai, Duke of Salinas (1949)

Philip Lindsay, Duke of Guano (1947) *

Murrough Loftus, Duke of Granta (1967)

John Metcalfe, Duke of Bottillo (1951)

Henry Miller, Duke of Thuana (1947) *

Merton Naydler (1947), Duke of Logos (1951)

Gerlinde Pott, Duchess of Liebfraumilch & Nikky (1959)

Vincent Price, Duke of Grue (1961)

T (homas) Weston Ramsey, Duke of Valladolida (1947) *

Julian Maclaren-Ross, Duke of Ragusa (1949)

Antony Rota, Duke of Conservatura (1961)

Cyril Bertram Rota, Duke of Sancho (1947) *

Dylan Thomas, Duke of Gweno (1947)

A (imé) F(élix) Tschiffely, Duke of Mancha y Gato (1949)

Sir John Waller, Duke of Soula (1947)

Noel Whitcomb, Duke of Bonafides (1952?)

Robert Williams, Duke of Bally (1951)

Jon Wynne-Tyson, Duke of Dulce Immaculato (1954)

Richard Aldington (1961)

Ethel Laura Armstrong (1947)

Hugo Ball **

Neil Bell (1947)

Sir Dirk Bogard (1961)

D G Bridson (1951)

Patrick Burke (1951)

Frederick Carter (1947)

W H Chesson (1947)

'John Connell' (1947)

Howard Marion Crawford (1961)

Arnold Dawson (1949)

Frances Day (1961)

Hugh Oloff de Wet (1961)

August Derleth (1947)

Edward Doro (1947)

Diana Dors (1959)

P G Dwyer (1949)

Malcom M Ferguson (1949)

Stephen Graham (1949)

Joan Greenwood (1961)

James Henle (1947)

Ralph Hodgson (1961)

Trudy Frances Holland (1951)

David Hugles (1956)

Naomi Jacob (1961)

Aram Khatchaturian (1961)

Selwyn Jepson (1951)

Anne King-Fretts (1947)

Alfred A Knopf (1949)

Hilary Machen (1951)

A (lfred) E (dward) W (oodley) Mason (1947)

R (odolphe) L (ouis) Mégroz (1949)

E (dward) H (arry) W (illiam) Meyerstein (1947)

Thomas Moult (1949)

K G Myer (1947)

Kate O'Brien (1961)

Walter Owen (1947)

Eden Phillpotts (1947)

Abbé Pierre (Henri Antoine Grouès) (1961)

L G Pine (1951)

David C Polden (1947)

Stephen Potter (1951)

J (ohn) B (oynton) Priestley (1951)

'Ellery Queen' (Frederic Dannay & Manfred Bennington Lee) (1947)

Arthur Ransome (1947)

Grant Richard (1947)

Anne Ridler (1961)

Walter Roberts (1947)

John Rowland (1947)

Jestyn Viscount St Davids (1959?)

Henry Savage (1951)

Dorothy L (eigh) Sayers (1949)

Martin Secker (1949)

Dame Edith Sitwell (1959?)

Frank Swinnerton (1947)

Julian Symons (1951)

Rachel Annand Taylor (1951)

J C Trewin (1951)

Alan Tytheridge (1947)

John Wain (1961)

James Walker (1947)

Dame 'Rebecca West' (Cecily Fairfield Andrews) (1951)

John Wheeler (1947)

G H Wiggins (1947)

Sir P (elham) G (renville) Wodehouse **

Mai Zetterling (1956)

 

Marquess / Marqués

The Honourable Philip Inman (1951)

 

Count / Conde

Cecil Jackson Craig, Count Vavasour Plantagenet (1956)

 

Baron/ Barón

Percy Francis Brash Newhouse Armstrong (1949)

 

Archbishop/ Arzobispo

The Reverend John William Martin (1949)

 

 

b) ORDERS BESTOWED BY KING JUAN I /
ÓRDENES CONCEDIDAS POR EL REY JUAN I

 

Knights / Dames Grand Cross of the Order of Santa María de la Redonda

Caballeros / Damas Gran Cruz de la Orden de Santa María de la Redonda

Her Majesty Queen Lina / Su Majestad la reina Lina (1898)

Her Majesty Queen Lydia / Su Majestad la reina Lydia (1918?)

Her ex-Majesty Queen Barbara / Su ex-Majestad la reina Barbara (1949)

Her Majesty Queen Estelle / Su Majestad la reina Estelle (1949)

Albert Reynolds Morse, Grand Duke of Redonda (1949)

Her Majesty Queen 'Anna' / Su Majestad la reina 'Anna' (1955)

 

Knights Commander of the Order of the Star of Redonda

Caballeros Comendadores de la Orden de la Estrella de Redonda

Sir Robert Armstrong (1951)

Frank Barton (1951)

John Bayliss (1951)

Sir 'Morchard Bishop' (Oliver Stonor) (1951)

Everett F Bleiler (1949)

Andrew Block (1949)

Robert Michael Budgell (1951)

Roy James Collcutt (1951)

Rupert Croft-Cooke (1951)

Nigel Roy Cox (1949)

Peter Ditton (1949)

Frederic Doerflinger (1949)

Malcolm Elwin (1949)

Stuart B J Friend (1949)

Daniel George (1949)

Michael Gough (1949)

Susil Gupta (1949)

Kenneth Hare (1949)

Sir Leigh Vaughan Henry (1951)

Benson Herbert (1949)

Robert Herring (1949)

Kenneth Hopkins (1951)

Louis J McQuilland (1949)

Thomas Anthony Mullen (1949)

J A G Nicoll (1951)

John Joseph O'Leary (1949)

Herbert Palmer (1949)

Derek Patmore (1949)

Sir Hywel Bowen Perkins (1951)

The Reverend M H Pimm (1949)

George Pollock (1951)

Andreas Phillips (1951)

Noel Ranns (1951)

Maurice Richardson (1951)

Alfred Ridgway (1949)

Edgar Horace Samuel (1949)

George Stephenson (1949)

Randall Swingler (1951)

Joseph William Tollow (1951)

E (dward) H (arold) Visiak (1949)

John Foster White (1951)

Jon Wynne-Tyson (1949)

 

The Juan Cross (For Valour: Civil Division) /

La Cruz Juan (Al Valor: División Civil)

William Joseph O'Leary (1951)

 

c) OFFICES BESTOWED BY KING JUAN I /
CARGOS NOMBRADOS POR EL REY JUAN I

Grand Chamberlain / Gran Chambelán: Neruda (1949)

Acting Grand Chamberlain / Gran Chambelán en Funciones: Urgel (1951)

Lord Chancellor / Lord Canciller: Logos (1951)

Cartographer Royal / Real Cartógrafo: Columbus (1949)

Historiographer Royal / Real Cronista: Guano (1949)

Chief of Royal General Staff / Jefe Máximo del Personal Real: Carmelita (1949)

Master of the King's Horse / Maestro de la Real Caballería: Mancha y Gato (1949)

Master of the King's Music / Maestro de la Real Música: Tuba (1949)

Poet Laureate / Poeta Laureado: Gweno (1951?)

Poet Laureate II / Poeta Laureado II: Mosquito Shore (1962?)

Minister Plenipotentiary to the French Republic/ Ministro Plenipotenciario en la República Francesa: Salinas (1949)

Physician in Ordinary/ Médico Titular: Sir Hywel Bowen Perkins(1951)

Master of the Chapel Royal/ Real Maestro de la Capilla: Sir Leigh Vaughan Henry (1951)

Lord High Admiral/ Mando Supremo del Almirantazgo: Botillo (1951)

Admiral of the Fleet / Almirante de la Armada: Lord StDavids (1959?)

Postmaster General / Director General de Correos: Bally (1951)

Commissioner of Police / Comisario de Policía: Verdugo (1951)

Commissioner for Propaganda / Comisario de Propaganda: Bonafides (1952?)

Commissioner of Tax Suppression/ Comisario de la Supresión de Impuestos: Sir Robert Armstrong (1951)

 

 

Nota Bene: In 1979, King Juan II or Jon Wynne-Tyson issued a State Paper by which he proclaimed 'null and void' all of King Juan I's or John Gawsworth's 'ennoblements' after 1951, for reasons similiar to those set out in my Prefatory Note. Afterwards, however, he deemed those of the actors Michael Denison and Dulcie Gray valid, as being well-deserved and not venal. All other post-1951 titles and offices included in the previous list (among them Jon Wynne-Tyson's Dukedom) have also been deemed deserved and not venal by myself, and are therefore valid now.

Javier Marías

 

Nota Bene: En 1979, el rey Juan II o Jon Wynne-Tyson emitió un Edicto Oficial por el que declaró "nulos e invalidados" todos los "ennoblecimientos" del rey Juan I o John Gawsworth posteriores a 1951, por razones semejantes a las expuestas en mi Nota Previa. Más adelante, sin embargo, consideró válidos los de los actores Michael Denison y Dulcie Gray, al juzgarlos merecidos y no venales. Los demás títulos y cargos posteriores a 1951 incluidos en la precedente lista (entre ellos el Ducado de Jon Wynne-Tyson), los he juzgado asimismo merecidos y no venales, y por lo tanto son ahora válidos.

Xavier Marías

 

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Appendix II / Apéndice II

Jon Wynne-Tyson's Redonda /
La Redonda de Jon Wynne-Tyson

(updated / puesta al día 2003)

 

TITLES AND OFFICES BESTOWED BY JON WYNNE-TYSON, KING JUAN II

TÍTULOS Y CARGOS OTORGADOS POR EL REY JUAN II, JON WYNNE-TYSON

 

a) PEERS CREATED BY KING JUAN II /
PARES NOMBRADOS POR EL REY JUAN II

 

Dukes and Duchesses / Duques y Duquesas

Alan Coren, Duke of Pulcinella (1979)

Steve Eng, Duke of Nashville (1997)

Ronald Hall, Duke of Domingo (1984)

Peter Hilaire, Duke of Waladli (1979)

Dr Richard A Howard, Duke of Androecia (1979)

Madeleine Masson, Duchess of Mirage (1979)

Jack A Murphy, Duke of Strata (1979)

Desmond V Nicholson, Duke of Artefact (1979)

Denis Trewin Pitts, Duke of Torosguana (1984)

Roy Plomley, Duke of Deodar (1984)

John D Squires, Duke of Tort (1979)

Michael Storm, Duke of Callas (1984)

Albert A Wheeler, Duke of Cielo (1979)

 

Baronet / Baronet

Sir John Crocker (1979)

 

b) ORDERS BESTOWED BY KING JUAN II/
ÓRDENES CONCEDIDAS POR EL REY JUAN II

 

Knights / Dames Grand Cross of the Order of Santa María de la Redonda

Caballeros / Damas Gran Cruz de la Orden de Santa María de la Redonda

Her Majesty Queen Jennifer / Su Majestad la reina Jennifer (1970)

 

Knights / Dames Commander of the Order of the Star of Redonda

Caballeros / Damas Comendadores de la Orden de la Estrella de Redonda

David Atkins (1984)

Francis M L Barthropp (1993)

Michael Briggs (1984)

Pippa Burston (1985)

Robert Coram (1993)

Alan Coren (1979)

David Richard Holloway (1986)

Richard Liddle (1979)

Hugh Armstrong MacLean

Enda Padraigh O' Coineen (1979)

Hubert Gabriel de Ortiz (1991)

Libby Purves (1984)

Jay Rainey (1979)

Dr Alan Stoddard (1984)

 

Order of the Kingdom of Redonda

Orden del Reino de Redonda

Louis Barron

Alex E Kessler (1979)

Father William Lake (1979)

Michael Rowson (1984)

Harold Wilson (1979)

 

Members of the Kingdom of Redonda

Miembros del Reino de Redonda

Ian Clark (1979)

Maurice C Clarke, 'Mahaja' (1979)

Denfield Davis (1979)

Michael Debens (1979)

David Jeffery (1979)

Eric Joseph (1979)

Neville Riley, 'Gija' (1979)

Mitchell Saltwell (1979)

Romeo Simon, 'Black Spade' (1979)

 

c) OFFICES BESTOWED BY KING JUAN II /
CARGOS NOMBRADOS POR EL REY JUAN II

Attorney General / Fiscal del Tribunal Supremo: Tort (1979)

Court Jester / Bufón de la Corte: Pulcinella (1979)

Royal Archivist / Real Archivero: Harold Billings

Representative at the Information Center in Diamond Bar, California
/ Representante en el Centro de Información de Diamond Bar, California:
Hubert Gabriel de Ortiz (1991)

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Appendix IV / Apéndice IV
Javier Marías's Redonda /
La Redonda de Xavier Marías
(updated / puesta al día 2005)

TITLES AND OFFICES BESTOWED BY JAVIER MARÍAS
TÍTULOS Y CARGOS OTORGADOS POR XAVIER MARÍAS


a) PEERS CREATED BY JAVIER MARÍAS /
PARES NOMBRADOS POR XAVIER MARÍAS

Dukes and Duchesses / Duques y Duquesas

Pedro Almodóvar, Duke of Trémula (1999)
António Lobo Antunes, Duke of Cocodrilos (2001)
John Ashbery, Duke of Convexo (1999)
Pierre Bourdieu, Duke of Desarraigo (1999)
William Boyd, Duke of Brazzaville (1999)
Michel Braudeau, Duke of Miranda (2004)
A(ntonia) S(usan) Byatt, Duchess of Morpho Eugenia (1999)
Guillermo Cabrera Infante, Duke of Tigres (1999)
Pietro Citati, Duke of Remonstranza (2002)
J (ohn) M (ichael) Coetzee, Duke of Deshonra (2001)
Francis Ford Coppola, Duke of Megalópolis (1999)
Agustin Díaz Yanes, Duke of Michelín (1999)
Roger Dobson, Duke of Bridaespuela (1999)
Sir John Elliott, Duke of Simancas (2002)
Frank O(wen) Gehry, Duke of Nervión (2001)
Francis Haskell, Duke of Sommariva (1999)
Claudio Magris, Duke of Segunda Mano (2003)
Eduardo Mendoza, Duke of Isla Larga (1999)
Ian Michael, Duke of Bernal (2000)
Arturo Pérez-Reverte, Duke of Corso (1999)
Francisco Rico, Duke of Parezzo (1999)
Eric Rohmer, Duke of Olalla (2004)
Sir Peter Russell, Duke of Plazatoro (1999)
Fernando Savater, Duke of Caronte (1999)
W G Max Sebald, Duke of Vértigo (2000)
Luis Antonio de Villena, Duke of Malmundo (1999)
Juan Villoro, Duke of Nochevieja (1999)

Viscounts and Viscountesses/ Vizcondes y Vizcondesas

Frederic Amat, Viscount Viatge (2000)
Carlos Franco, Viscount Habana (2001)
Rita Gombrowicz, Viscountess Ferdydurke (2000)
Javier Mariscal, Viscount Ney (2001)
Alessandro Mendini, Viscount Alquimia (2001)
Baronessa Beatrice Monti della Corte von Rezzori, Viscountess Antaño (2000)
Helena Rohner, Viscountess Von Gunten (2001)
Larissa Salmina-Haskell, Viscountess San Petersburgo (2000)
Jan Peter Tripp, Viscount Reutlingen (2000)

b) ORDERS BESTOWED BY JAVIER MARÍAS /
ÓRDENES CONCEDIDAS POR XAVIER MARÍAS


Knights / Dames Commander of the Order of the Star of Redonda
Caballeros / Damas Comendadores de la Orden de La Estrella de Redonda

Carme López M. (2000)

c) OFFICES BESTOWED BY JAVIER MARÍAS /
CARGOS NOMBRADOS POR XAVIER MARÍAS


Diplomatic Corps (Redondan Ambassadors and Envoys)
Cuerpo Diplomático (Embajadores y Emisarios Redondinos)


Ambassador to the United States of America, or "Santayana" /
Embajador en los Estados Unidos de América, o "Santayana"

Esther Allen (1999)
Ambassador to Spain, or "De Wet"/
Embajador en España o "De Wet":

Julia Altares (1999)
Ambassador to Germany, or "Humboldt"/
Embajador en Alemania, o "Humboldt":

Paul Ingendaay (1999)
Ambassador to Italy, or "Baretti" /
Embajador en Italia, o "Baretti":

Daniella Pittarello (1999)
Ambassador to Iceland, or "Eddison"/
Embajador en Islandia, o "Edisson":

Jaime Salinas (1999)
Ambassador at the Court of St James, or "Blanco"/
Embajador en la Corte de San Jaime, o "White":

Eric Southworth (1999)
Ambassador to Arabia, Deserta y Felix, or 'Captain Burton'/
Embajador en Arabia, Deserta y Feliz, o 'Capitán Burton'

Mercedes García-Arenal (2003)
Ambassador at 221b Baker Street, or 'Ashdown' / Embajador en la Corte de San Jaime, o 'Ashdown':
Antonio Iriarte (2001)
Consul at East Berlin, or "Friedrich"/ Cónsul en Berlín Oriental, o "Friedrich":
Elke Wehr (2000)
Consul at Edinburgh, or 'Stevenson' / Cónsul en Edimburgo, o "Stevenson":
Alexis Grohmann (2004)
Consul at Leyden, or "Exquemelin"/ Cónsul en Leyden, o "Exquemelin":
Maarten Steenmeijer (2004)
Consul at Xers, or "Urbach"/ Cónsul en Jerez, o "Urbach":
Juan Bonilla (2000)
Consul at Real Madrid C de F, or 'Netzer' / Cónsul ante el Real Madrid C de F, o 'Netzer'
Benjamín Prado (2003)
Literary Envoy Royal, or "Di Seingalt"/
Real Emisaria Literaria, o "Di Seingalt":

Mercedes Casanovas (1999)
Surreptitious Envoy to the United Nations, or "Sorge" /
Emisario Infiltrado en las Naciones Unidas, o "Philby":

Rafael Ruiz de la Cuesta (1999)

Offices an Appointments / Cargos y nombramientos

Chancellor of the Privy Seal, or "Shaftesbury"/
Canciller del Sello Real, o "Shaftesbury":

Mercedes López-Ballesteros (1999)
Historiographer Royal in the Spanish Tongue, or "Inca Garcilaso"/
Real Cronista en Lengua Española, o "Inca Garcilaso":

Manuel Rodríguez Rivero (1999)
Historiographer Royal in the English Tongue , or " Tusitala" /
Real Cronista en Lengua Inglesa, o "Tusitala":

Bridaespuela (1999)
Master of the King's Music, or "Boccherini" /
Maestro de la Real Música, o "Boccherini":

Nicholas Clapton (1999)
Keeper of the Royal Drawings, or "Van den Wyngaerde" /
Conservador de los Reales Dibujos, o "De las Viñas":

César Pérez Gracia (1999)
Keeper of the Royal Archives, or "Sister Juana Inés" /
Conservadora de los Reales Archivos. o "Sor Juana Inés":

Montserrat Mateu (1999)
Poet Laureate in the Spanish Tongue, or Villamediana" /
Poeta Laureado en Lengua Española, o "Villamediana":

Malmundo (1999)
Poet Laureate in the English Tongue, or "Skelton" /
Poeta Laureado en Lengua Inglesa, o "Skelton":

Marius Kociejowski (1999)
Physician to the Royal Psyche, or "Dr Polidori" /
Médico de la Real Psique, o "Dr Polidori":

Dra Carmen García Mallo (1999)
Physician Royal in Ordinary, or "Sir Thomas" /
Real Médico Titular, o "Browne":

Dr José Manuel Vidal Secanell (1999)
Head of the Secret Service, or "Man Who Knew Too Much" /
Jefe del Servicio Secreto, u "Hombre Que Sabía Demasiado":

Alejandro García Reyes (1999)
Commissioner for Agit/Prop, or "Man Who Was Thursday" /
Comisario de Agitación y Propaganda, o "Hombre Que Fue Jueves":

John Cross / Juan Cruz (1999)
Photographer Royal, or "Clifford" /
Real Fotógrafo, o "Clifford":

Quim Llenas (1999)
Bookseller Royal in Spain /
Real Librero en España:

Antonio Méndez (& His Alberts) /
Antonio Méndez (y sus Albertos) (Libreria Méndez, Madrid) (1999)
Bookseller Royal in the United Kingdom /
Real Librero en el Reino Unido:

John de Falbe (John Sandoe Books, London/ Londres) (1999)
Master of the Royal Imprint in the English Tongue /
Maestro de las Reales Prensas en Lengua Inglesa:

Ray Russell (The Tartarus Press, Horam) (1999)
Fencing Master Royal, or "Lagardère" /
Real Maestro de Esgrima, o "Lagardère":

Corso (1999)
Master of the Royal Turf , or "Long Fellow" /
Maestro del Real Hipódromo, o "Tipo Largo":

Caronte (1999)
Master of the Royal Tauromachy, or "Pepe Hillo" /
Maestro de la Real Tauromaquia, o "Pepe Hillo":

Michelín (1999)
Manager of The National Football Team, or "Sir Stanley" /
Seleccionador Nacional de Fútbol, o "Mathews":

Eduardo Calvo, "Metropolitano" (1999)
Prisoner of Zenda Royal /
Real Prisionero de Zenda:

Miguel Marías (1999)
Portrait of the Artist Royal - Real Retrato del Artista:
Fernando Marías (2000)
Magic Flute Royal - Real Flauta Mágica:
Alvaro Marías (2000)
Twilight Zone Royal- Real Zona Fantasma
Montserrat Vega (2001)
Strogoff Royal - Real Strogoff
Inés Blanca (2003)
Body-Snatchers Royal- Reales Ladrones de Cuerpos:
Jesús Cano & Enric Pastor (2001)
Rain-Measurer&Inspector of Poisons Royal/Real Pluviómetro e Inspector de Venenos:
Terence Dooley (2004)


d) MEMBERS OF THE AYLESFORD FITZROVIAN ORDER/
MIEMBROS DE LA ORDEN FITZROVIANA DE AYLESFORD

Gail Nina Anderson (2000)
David Ashton (2000)
Christopher Martin (2000)
Sir Hywel Bowen Perkins (2000)
Adrian Robertson (2000)
Ray Russell (2000)
Julie Speedie (2000)
Mark Valentine (2000)

e) HONORARY CITIZENS OF REDONDA /
CIUDADANOS HONORARIOS DE REDONDA

María Rosa Alonso (2000)
Nacho Amado (1999)
Marisol Benet de Cavanna (2000)
Teresa Bordón (1999)
Carmen Bouguen (2001)
Paolo Collo (2000)
Richard Grenville Clark (1999)
Joe Cuomo (2002)
Marta Donada (2000)
Anthony Edkins (2001)
Amaya Elezcano (1999)
Carina von Enzenberg (2000)
Barbara Epler (1999)
Susana Esparza (2000)
Glauco Felici (2000)
Ernesto Franco (2004)
Gonzalo Garcés (2000)
Carmen "Cuqui" García del Diestro (2000)
Gonzalo Gil (2000)
Marcos Giralt Torrente (2000)
Alberto González Troyano (2004)
José María Guelbenzu (2003)
Rosa María Junquera (2001)
Michael Klett (2000)
Wendy Lesser (2004)
Jara Llenas (2000)
Aline Glastra van Loon (2000)
Christian Martí-Menzel (1999)
Aurora Martín (1999)
Antonio Martínez Sarrión (2000)
Augusto Martínez Torres (2000)
Rafael Muñoz Saldaña (1999)
Enrique Murillo (1999)
Marina Núñez (2000)
Ricard Núñez (2000)
María de los Reyes Pinzás (2004)
César Romero (1999)
Marisa Torrente Malvido (1999)
Sara Torres (2003)

REALM OF REDONDA PRIZES /
PREMIOS REINO DE REDONDA


J(ohn) M(ichael) Coetzee (2001)
Sir John H(uxtable) Elliott (2002)
Claudio Magris (2003)
Eric Rohmer (2004)

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De Korzeniowski a Kociejowski: Richard Stanyhurst, dublinés


Javier Marías me ha pedido, en mi calidad de Poeta Laureado en Lengua Inglesa, que establezca una lista de los diez mejores poemas del idioma. Me encuentro en una situación embarazosa, porque no sé bien qué nueve poemas míos escoger. Así pues, lo que haré será concentrarme en el décimo, que ni siquiera es un poema original inglés, sino la traducción de Richard Stanyhurst de los cuatro primeros libros de la Eneida de Virgilio, publicada en Leyden en 1582, y de la que sólo parecen haberse conservado dos ejemplares, ambos defectuosos. Una edición ligeramente revisada fue impresa al año siguiente en Londres, por Henry Bynneman. Según consta en su descripción, el ejemplar de la Biblioteca Bodleiana lo forman pliegos cosidos, sin encuadernar, protegidos por unas cubiertas de pergamino hechas con una página de una hermosa edición del siglo XII de la Eneida. En su Virgil and Medieval England (Cambridge University Press, 1895), Christopher Baswell escribe: «Nunca podremos saber si esta combinación de traducción inglesa del libro y portada en el latín original es fruto de un elegante accidente histórico o de la inspirada labor de algún ingenio del Renacimiento».

Lo que no aclara Baswell es por qué esta extraordinaria obra pudo, de entrada, haber sido objeto de hilaridad. Es cierto que una vez publicado este volumen, Stanyhurst no se animó a sacar ningún otro. El primer crítico conocido del libro, Thomas Nashe, le reprochó a Stanyhurst «un metro fétido, pesado, estrepitoso y claudicante». En 1617, el dublinés Barnaby Rich dijo de él que había despojado a Virgilio «de su túnica de terciopelo para vestirlo con galas de bufón». Omitiré un par de maledicencias adicionales. El siglo XVIII calló al respecto, lo cual, con gente como el señor Pope por ahí, resulta más bien una lástima. En el siglo XIX, Robert Southey escribió: «Así como Chaucer ha sido considerado el manantial del inglés más puro, de Stanyhurst bien podría decirse que es el albañal común del idioma». Posteriormente, C S Lewis describió su lenguaje como «apenas inglés» y hace bien poco, en 1996, D S Carne-Moss escribía en las páginas de The New Criterion que Stanyhurst «sólo es representativo de sí mismo, pues su maltrato, en toscos hexámetros isabelinos, de los cuatro primeros libros del poema es un monstrum horrendum sin parangón en los anales de la traducción».

De la pluma de Edward Arber, quien editara el Virgilio de Stanyhurst en 1895, procede una astuta apología: «De él puede decirse, en todo caso, que tuvo el valor de llevar a la práctica sus convicciones; que, por lo menos, cuando acometió la tarea de torturar la lengua inglesa no lo arredró hombre alguno». Tal es la deslucida reputación del hombre que se cuela en décimo lugar en mi lista. Apenas si queda alguien que se acuerde de quién era Stanyhurst. A Arthur Uphill, bibliófilo, aficionado a Amanda M. Ros y antiguo colega mío, le debo con gratitud mi descubrimiento de esta incomprendida obra maestra.
Así empieza el poema:


Yo, que antaño a menudo al caramillo armonioso entonar
solía mi rural soneto, de la selva salirme para forzar
al hosco agricultor a labrar el suelo, aunque rocoso,
labor y esfuerzo estos por labradores alegremente acogidos,
ahora el valor viril y los combates canto, y el marcial horror.

Y así es como termina:


Y al tiempo, con diestra mano sus rubios bucles raudo cortó:
su calor, apagándose, su vida asimismo en alas del viento fuese.


Lo que hay entremedias queda lejos del alcance de los más penetrantes de nuestros análisis.


Me intrigó averiguar que, años más tarde, en Amberes, Stanyhurst practicaba la alquimia, que se había propuesto fabricar oro. Y no es una coincidencia, en mi opinión, que se convirtiera al catolicismo, tomase las órdenes y se marchase a España, donde se dice que se hizo médico. De una forma u otra, nuestro hombre parece haber llevado la conversión en la sangre. Es el caso que conozco a un alquimista, un loco sagrado de Damasco, quien también ejerce cierto tipo de medicina, pues es creencia suya que existe una relación lógica entre el tratamiento del metal y el del cuerpo; es, además, una persona profundamente religiosa. Acaso sea un loco, pero ciertamente no es ningún necio. Suleyman me dio una muestra de uno de sus muchos intentos de fabricar oro, diciéndome que tal vez podría costearme una hogaza de pan en Londres. No es oro, de eso estoy seguro, pero sea lo que sea no se parece a ningún metal que yo conozca. He sabido hace poco que lo ha logrado, que ha resuelto el problema que llevaba intentando resolver todos estos años, y que ha conseguido engañar incluso a los joyeros del zoco; promete mandarme un anillo del oro que ha hecho. Nada puede compararse a su tesón y empuje; adónde lo conducirán, por descontado, es otra historia: confío en que no sea a la cárcel ni al manicomio.

Todo esto tiene algo que ver, créanme. Las dos grandes aventuras intelectuales de Stanyhurst, que implican de una parte el lenguaje en estado bruto, y de otra, el metal base, son una y la misma. Lo que intenta conseguir, primero mediante hexámetros y después con un elixir, puede que sea imposible. Sin embargo, el metal poético que produce no se parece a ninguno que yo conozca, aunque haya en él vislumbres de Finnegans Wake. Hay una serena grandeza en su locura, incluso cuando no consiste más que en una suerte de incontinencia verbal. Cuando no hay palabras que se ajusten a la medida del verso, se las inventa o bien tortura al sonido más parecido que encuentra. Unas veces aglutina, otras hace pedazos; si le falta una sílaba recurre a un prefijo: «resolloza», por ejemplo; y luego (y en esto en verdad se supera) están esos efectos miméticos que alumbra: «Donde lastimeros ladran canes con ladrante ladra saltando»; además, sus aliteraciones son las de un hombre cuya misma naturaleza es aliterativa: «un mantudo manto de nebulosa niebla». Las palabras parecen haber sido encajadas a golpe de leñosa maza, forzadas a ajustarse a una estructura delirante. Pero ¡menuda alquimia es esta! En cierta ocasión, vi a un hombre dándole fustazos de frente a una mula, ante sus ojos, para obligarla a avanzar hacia él: la pobre bestia se dio la vuelta; del mismo modo, Stanyhurst fuerza el idioma hasta que también éste se pone a girar en círculos enloquecidos. Desarmé al estúpido arriero, pero nunca tendré esa oportunidad con Stanyhurst. Lo único que puede uno hacer es acurrucarse, como ante el viento en el desierto, cubriéndose la cabeza con una manta para que la arena no se le meta en ojos y oídos. Stanyhurst también es una fuerza de la naturaleza, y una vez desencadenado, resulta indomeñable. Un talento como el suyo ciega y ensordece a la vez.

¿Debe rescatarse a un hombre del olvido de la fosa cada cien años más o menos sólo para burlarse de él? ¿A qué propósito podría ello obedecer? Pienso que acaso exista uno en que necesitamos algún objeto en el que descargar la locura que en nosotros hay. Pero ¿de qué nos valdría, a la postre, de no ser ese objeto más ridículo que nosotros mismos? Del mismo modo que aspiramos a la excelencia en nuestras vidas, también necesitamos su contrario, y ¿qué mejor que alguien que yerra más y mejor que nosotros, que en su misma absurdidad se encuentra inerme? El sacrificio de Richard Stanyhurst es el del bufón: el altar sobre el que se desangra se alza en nuestros corazones. Los tres primeros libros de la Eneida, según declara, los escribió sin prisas; el cuarto lo «despachó» en diez días. ¡Qué alegría no habrá sentido, atropellando el idioma inglés, derribándolo cuando se hallaba en su misma cumbre, retorciéndolo en un sentido y en otro, pergeñando verbales atrocidades a cada instante! Sí, bien puede uno imaginar su aullido de satisfacción al escribir: «un nene chiquirritín y diminuto, / un hermosito Eneas...».
Deberíamos unirnos a él, allí donde esté, por lo menos un rato.


MARIUS KOCIEJOWSKI, 2005
Traducción de Antonio Iriarte

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