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LA CORTE
De izquierda a derecha, sentados,
Fernando Savater, Duke of Caronte y maestro del Real Hipódromo;
Agustín Díaz Yanes, Duke of Michelin y maestro de la Real
Tauromaquia; Helena Rohner, Viscountess Von Gunten; Paul Ingendaay, embajador
en Alemania; Luis Antonio de Villena, Duke of Malmundo y poeta laureado
en Lengua Española.
De pie, de izquierda a derecha, Daniella Pittarello, embajadora en Italia;
Javier Marías, rey de Redonda, y Julia Altares, embajadora en España.
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L A N O B L E Z A D E R E D O N D A
Un día de mediados de noviembre de 1493, Cristóbal Colón
pasó delante de un rocoso peñote en medio del Caribe y ni
siquiera se detuvo. Le echó un vistazo, la bautizó con el
nombre de Redonda y siguió adelante. Vecina de las islas Antigua
y Montserrat, tiene un kilómetro y medio de largo por medio de
ancho. Rodeada de duros picachos, nadie ha vivido nunca en ella. Sus únicos
habitantes son unas aves, especie de pájaros bobos, cuyos excrementos
suponen la única riqueza de la isla, los fosfatos.
Lo curioso es que este desastrado peñote haya desatado luchas dinásticas
equiparables a las sufridas por ricos países. ¿Cuál
es la causa? Desde luego, no la tierra abonada con cacas de pájaros.
Su leyenda literaria es la auténtica riqueza de Redonda y el único
atractivo por el que desde hace tiempo imperial unos y otros se cruzan
las querellas. Desde 1997, el escritor español Javier Marías
reina con el nombre de Xavier I.
Javier Marías introdujo a sus lectores en el reino de Redonda en
un artículo publicado en las páginas de Opinión de
El País el 23 de mayo de 1985. Se titulaba "El hombre
que pudo ser rey", un claro homenaje a Kipling. En ese artículo,
el escritor madrileño hablaba de las razones por las que había
llegado a interesarse por un "oscurísimo escritor inglés
cuyo seudónimo fue John Gawsworth (1912-1970) y cuyo nombre real
era Ian Fytton Armstrong". Contaba entonces Marías que de la escasa
obra de Gawsworth nada se encontraba editado en ese momento en Inglaterra,
pero que en las librerías de viejo de Oxford y Londres fue encontrando
algunos de sus textos. En esa búsqueda cayó en sus manos
un ejemplar de Backwaters (1932) firmado por el autor y con una
corrección manuscrita en la primera pagina. Marías contaba
entonces que al tener ese ejemplar en sus manos vivió la sensación
de vértigo temporal que producen los objetos que no silencian del
todo su pasado. Se dedicó a investigar y a unir datos dispersos.
Descubrió que parte de su obra había sido publicada en lugares
tan dispersos como Argelia, Túnez, Italia y Calcuta. Supo que su
obra poética reunida en seis volúmenes ofrecía la
particularidad de que el cuarto volumen no se llegó a publicar
nunca y que sus trabajos en prosa estaban desperdigados en diferentes
antologías que sólo se pudieron contemplar en ediciones
privadas o limitadas.
Siguió averiguando Marías, y así lo contó
en el artículo publicado en este periódico, que Gawsworth
fue en los años treinta un gran impulsor de movimientos poéticos,
que tuvo relación con todos los grandes autores del momento, que
recibió distinciones literarias y que fue protegido, entre otros,
del entonces famoso novelista M. P. Shiel. Cuando éste muere, en
1947, Gawsworth es nombrado su albacea literario y heredero del reino
de la pequeña isla antillana de Redonda, de la que Shiel había
sido coronado rey a la edad de 15 años, en 1880, por deseo de su
propio padre, un predicador que también era naviero y que había
comprado la isla. Gawsworth nunca tomó posesión de su reino
por litigios entre el Gobierno británico y el de Estados Unidos.
Vivió una vida muy alejada de lujos reales y pasó sus últimos
años entre Italia y Londres como un paria. Dormía en los
bancos de los parques y murió olvidado por todos en un hospital.
La zona de sombra por la que para Marías se seguía moviendo
Gawsworth convertía a éste en un personaje literario de
primer orden. Era una historia demasiado novelesca como para pasar de
largo. La realidad volvía a estar empapada de ficción y
Javier Marías se dedicó en cuerpo y alma a la búsqueda
de nuevos datos y escritos que le permitieran conocer a fondo a estos
personajes tan reales como fantásticos. Durante esa búsqueda
se enteró de que una conocida casa de subastas londinense ponía
en venta un lote de papeles y objetos que habían pertenecido a
John Gawsworth. "Eran lotes con abundante material gráfico, cartas,
escritos. Está toda la documentación sobre los orígenes
del reino. Había incluso un pelo de Gawsworth", recuerda Marías.
"Acababa de ganar un premio literario y decidí pujar y quedarme
con todo el lote. Hay algunos que han aprovechado para decir que he conseguido
de mala manera toda esa documentación y que lo que he hecho ha
sido comprar un reino. Pero fue así. Creo que pagué unos
mil dólares".
En Todas las almas, la leyenda de Redonda resucitaba con todo su
esplendor. En esta novela, Marías dio muestras de su conocimiento
de ese misterioso y literario reino. Años después, la leyenda
volvería enriquecida en Negra espalda del tiempo.
El primer
contacto directo y personal de Javier Marías con la nobleza de
Redonda ocurrió en 1997. El entonces rey, Jon Wynne-Tyson, Juan
II envió una carta a Marías. "Me dijo que quería
abdicar porque estaba cansado de que le dieran tanto la lata otros aspirantes
al trono. Me contó que buscaba un escritor de verdad para perpetuar
la leyenda. Me sugirió si yo podría considerar la posibilidad
de sucederle". La respuesta fue típica de Marías: "Le contesté
que no me atrevía a pensar que me estuviera ofreciendo lo que creo
que no me ofrece, porque si yo creyera que me está ofreciendo lo
que no me ofrece... En un par de cartas más me lo ofreció
directamente".
Cuando el futuro rey se interesó por las obligaciones que conllevaba
la corona, Tyson le explicó que, además de perpetuar la
leyenda, se convertía en albacea testamentario de la obra de John
Gawsworth y de Shiel.
"Tengo que controlar las reediciones de la obra de ambos y autorizar o
desautorizar lo que se quiera hacer con sus textos. Por ejemplo, hay unos
hermanos Cohen en Estados Unidos, que no son los conocidos, que quieren
hacer una película basada en un cuento de Shiel. Lo han tenido
que contratar conmigo. Hay un documento legal en el que se dice que el
copyright de la obra de estos dos autores lo tengo yo como rey
de Redonda".
¿Ha visitado su isla? "No. No creo que haga falta. Uno de los reyes
sí se fotografió allí sobre unos picachos, pero no
creo necesario ir allí. Sé que es un peñote inhóspito.
He leído en algún sitio que en el XVII y XVIII era una isla
donde recalaban los contrabandistas. Por su forma tan redonda es de difícil
acceso. Por eso Colón se limitó a bautizarla y pasar de
largo. Parece que hay algunas cabras, y tiene fama de ser una especie
de Transilvania del Caribe. Al ser poco visitada, se puede uno inventar
fácilmente que por su suelo pasean monstruos, criaturas extrañas.
Todo muy novelesco".
Pero Marías insiste siempre en que le interesa mucho más
la parte imaginaria de la isla que la parte real. Reconoce que es complicado
hablar de su peculiar reinado sin parecer un chalado. "Es difícil
hablar de ello con naturalidad. Me ocurre cada año, cuando hay
que hacer público el fallo del Premio Reino de Redonda y explicárselo
al ganador. Siempre me temo que me tomen por un chiflado. Cuando lo ganó
Magris, que ya me conocía como autor, todo fue más sencillo.
En otros casos es un poco distinto, aunque todos han entrado muy bien
en el juego. La última función que tengo como rey es mantener
viva la leyenda de Redonda, y sé que me expongo a mucha broma".
La parte más conocida del reinado es precisamente el sello de literatura
fantástica Reino de Redonda, que convirtió al escritor Javier
Marías también en editor. Se estrenó con La mujer
de Huguenin, de Matthew P. Shiel, y siguió con títulos
como Niebla y otros relatos, de Richmal Crompton; Ehrengard,
de Isak Dinesen, o El crepúsculo celta, de Yeats. Las tiradas
son de unos 3.000 ejemplares, y pocas ediciones hay tan cuidadas en el
mercado. Un lujo que al editor le cuesta su dinero, pero que gasta encantado.
Luego está el premio anual a la mejor obra de ficción, dotado
con 6.000 euros. "Es un homenaje humorístico que se me ocurrió
conceder a escritores y cineastas extranjeros. Yo no voto. Sólo
lo hacen los duques. Nunca he sido jurado de nada, porque no me gusta
que mi opinión haga que alguien gane o pierda. Tampoco nos reunimos.
Cada duque propone tres nombres de alguien que admire. Siempre extranjeros
que trabajen en lengua no española. Envían las candidaturas
y el más mencionado gana. Ése es el único mecanismo
del premio. Viene a ser una especie de club cuyos miembros jamás
se reúnen".
Una de las cosas más sorprendentes y divertidas del reinado es
la distribución de títulos de nobleza. Cuando Marías
recogió su cetro, se encontró ya con una amplia corte formada
por los monarcas que le habían precedido. Pero ha sido Javier (o
Xavier) quien ha aportado auténtico glamour a esta fantástica
corte. Entre sus duques y duquesas están Pedro Almodóvar
(Duke of Trémula), Pierre Bourdieu (Duke of Desarraigo), Cabrera
Infante (Duke of Tigres), Francis Ford Coppola (Duke of Megalópolis),
Agustín Díaz Yanes (Duke of Michelín), Eduardo Mendoza
(Duke of Isla Larga), Arturo Pérez-Reverte (Duke of Corso), Francisco
Rico (Duke of Parezzo), Juan Villoro (Duke of Nochevieja). Son, en general,
amigos y creadores que él admira y con los que acuerda el título
en cuestión.
La puesta en escena del reino no podía decepcionar. La bandera
ha sido diseñada por Javier Mariscal. La Moneda es cosa de Alessandro
Mendini. El pasaporte y el escudo son producto de la imaginación
de Massimo Vigneli. Y para completar la película, parece que nada
menos que Frank Gerhy está interesado en los Planos del Palacio
de Redonda. "Es un reino en el que nadie tiene la menor obligación
ni el menor deber. Ni siquiera tienen el deber de la lealtad. Pueden traicionarme.
Hay algunos amigos que ya me han advertido de que piensan conspirar
contra mí", cuenta el escritor. Lo cierto es que es un reino hecho
a la medida de su fantasía en el que él reina feliz.
Ángeles
García
El País Semanal, 20 de julio de 2003
Fotografía de Carlos Serrano
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