Los intérpretes de vidas
"Anticipadores de
vidas", así describe Javier Marías a los hombres del
MI6 británico que buscan la esencia de las personas, lo que
se habla y lo que se calla. Ésta es la historia de ficción
que desarrolla el escritor en su nueva novela, Tu rostro mañana,
una obra sobre la mentira y la traición. El autor adelanta
en este artículo para EPS tres de estos supuestos informes,
los de Berlusconi, Diana de Gales y Michael Caine, que no aparecen
en la primera entrega de Tu rostro mañana. Fiebre y lanza.
Por Javier Marías
¿Puede saberse cómo es
la gente y cómo evolucionará en el futuro? ¿Hasta
qué punto podemos fiarnos de nuestros amigos y conocidos
y socios, de nuestros amores, de nuestros padres y de nuestros hijos?
¿Cuáles son sus tentaciones y debilidades, o su grado
de lealtad y su fortaleza? ¿Cómo saber si fingen o si
son sinceros, si interesados o desinteresados en la manifestación
de su afecto, si su entusiasmo es verdadero o sólo adulación,
calculada lisonja para ganarse nuestro aprecio y nuestra confianza,
o para hacérsenos imprescindibles y así persuadirnos
de cualquier empresa e influir en nuestras decisiones? Y aún
es más: ¿podemos prever qué amigos van a darnos
la espalda un día y convertirse en nuestros enemigos? Quiero
decir: ¿Imaginar esa posibilidad cuando son todavía
los mejores amigos y por ellos pondríamos la mano en el fuego
y nos dejaríamos cortar el cuello? ¿Podemos fiarnos
de nosotros mismos, de que no seremos nosotros quienes cambiaremos
y nos torceremos y traicionaremos, quienes envidiaremos un día
a quien hoy más queremos y no podremos soportar su contacto
ni su presencia, y decidiremos regirnos sólo por el resentimiento?
"Los individuos llevan sus probabilidades
en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de
tiempo, de tentaciones y de circunstancias que por fin las conduzcan
a su cumplimiento", dice sir Peter Wheeler, uno de los personajes
principales del primer volumen Fiebre y lanza, de mi nueva
novela Tu rostro mañana. Y Wheeler tendría
en principio edad, saber y gobierno. Con ochenta y muchos años,
este hispanista y profesor de Oxford, ya retirado, trabajó
para el MIT, el servicio secreto británico en el exterior,
durante la II Guerra Mundial, como muchos otros de sus compañeros
de universidad y también de Cambridge. Sus misiones lo llevaron
al Caribe, al África Occidental y al Sureste asiático.
Pero también participó, durante y después de
la guerra, en un grupo creado en plena contienda, que jamás
tuvo nombre ("sólo de lo que no lo tiene se puede negar la
existencia, u ocultarla"), y que no se dedicó a labores de
espionaje convencionales, sino a algo más modesto, menos
aparatoso, menos aventurero y seguramente más poderoso. Quizá
también más arriesgado para quienes eran objeto de
su atención y desciframiento. La idea surgió a raíz
de la campaña contra la careless talk (las "conversaciones
imprudentes") que el Gobierno británico llevó a cabo
por medio de carteles, avisos, anuncios, cuñas radiofónicas
y viñetas en los periódicos. El mensaje de esa campaña
(dirigida no sólo a las tropas y a los políticos con
información privilegiada, sino a la entera población
civil) vino a ser éste: "Cállense, no hablen, porque
no se sabe quién puede estar escuchando y qué utilización
hará de nuestros comentarios más triviales". El país
temía a los quintacolumnistas, a los espías nazis
que habían ido cayendo con sus paracaídas en suelos
ingleses, escoceses, galeses; a los agentes infiltrados, a los británicos
traidores por convicción o por soborno. Cualquiera podía
ser un enemigo, y la lengua suelta de cada uno podía convertirse
en un arma mortífera contra los compatriotas, sin que uno
mismo se diera cuenta.
Esa campaña en favor de la
mudez completa, obtuvo resultados parciales. Unos callaron y otros,
en cambio, hablaron más que nunca, al sentirse por primera
vez en su vida "importantes" y pensar que lo que dijeran podía
ser codiciado por alguien. El MI6 y el MI5 (equivalente éste
en el interior del primero, Military Intelligence significan las
iniciales) se percataron pronto de los efectos laterales contraproducentes
y decidieron darles la vuelta, utilizarlos en su provecho. La idea
fue ésta: "Aunque los muy locuaces no digan las más
de las veces nada interesante ni decisivo, al hablar lo dicen casi
todo sobre sí mismos. A la gente basta con mirarla y escucharla
con atención, basta con interpretarla, sin frivolidad pero
también sin miedo, para conocer cómo es y qué
probabilidades encierra. Casi todo esta ahí, a la vista,
al oído, el carácter de las personas, casi su esencia.
Sólo hace falta atreverse a verlo y a reconocérselo,
y eso es lo que casi nunca hace nadie".
Eso cree asimismo el narrador de
Tu rostro mañana (fiebre y lanza), Jaime o Jacobo
o Jacques Deza, un español que años atrás enseñó
en la Universidad de Oxford y que, tras separarse de su mujer, regresa
a Inglaterra para cubrir ese tiempo de desorientación que
acostumbra acompañar a las "convalecencias sentimentales".
"Todo está ahí a la vista, en realidad todo es visible
desde muy pronto en las relaciones..., basta con atreverse a mirarlo,
un solo instante encierra el germen de muchos años venideros
y casi de nuestra historia entera..., y si queremos la vemos y la
recorremos ya, a grandes rasgos", así piensa Jacobo Deza
en un momento de la novela. Y concluye su reflexión de este
modo: "Pero nadie quiere ver nada y así nadie ve casi nunca
lo que está delante, lo que nos aguarda o depararemos tarde
o temprano... Intentamos que las cosas sean distintas de lo que
son..., nos empeñamos insensatamente en que nos guste quien
nos gusta poco desde el principio, y en poder fiarnos de quien nos
inspira desconfianza aguda, es como si a menudo fuéramos
en contra de nuestro conocimiento, porque así lo sentimos
muchas veces, como conocimiento más que como intuición
o impresión o corazonada, nada tiene que ver todo esto con
las premoniciones, no hay nada sobrenatural ni misterioso en ello,
lo misterioso es que no atendamos. Y la explicación ha de
ser simple...: es sólo que sabemos, y lo detestamos; que
no toleramos ver; que odiamos el conocimiento, y la certidumbre,
y el convencimiento; y nadie quiere convertirse en su propio dolor
y su fiebre...".
Nadie excepto unos pocos, los componentes
de ese grupo sin nombre que aún funciona hoy en 2002, y del
que, sin saberlo casi, pasa a formar parte Jacobo Deza. Y aun sin
nombre, entre sí se llaman a veces "intérpretes de
vidas", o "traductores de personas", o "anticipadores de historias".
Nada sobrenatural, en efecto, en ellos, ni tampoco psicologías.
No son visionarios ni menos aún videntes, ni profetas ni
adivinadores, ni se rigen por unas reglas más o menos psicológicas
preestablecidas. No, son tan sólo individuos que tienen "el
valor para ver" y que asumen "la irresponsabilidad de ver", y lo
cuentan. Sus apuestas son narrativas.
Cómo funciona ese grupo hoy
en día cuando ya no hay guerra, ni siquiera guerra fría-
es algo que se va viendo en esta novela, y que se verá aún
más en su segundo volumen. Pero a su frente está Bertram
Tupra, y lo acompañan principalmente en sus tareas "descifradoras"
su segundo, Mulryan; la joven Pérez Nuix, de padre español
y madre inglesa, educada en el país materno pero totalmente
bilingüe; un austríaco de origen llamado Rendel, cuyo
nombre, se dice, fue "Rendl o Randl o Reinl o incluso Handl, se
lo habría britanizado a medias, Randall o Rendell o Rendall
o Randell habrían sido mas verosímiles, no así
Haendel"; y ahora Deza. Un observatorio para asistir ocultos a visitas
y conversaciones; vídeos y grabaciones de toda clase de personas,
gente anónima y gente célebre, políticos, magnates,
jueces, actores, escritores, cantantes. Y luego, "¿qué
ve usted?" es la principal pregunta hecha a los "intérpretes
de la vida". Qué ve en esos individuos, cómo son,
qué puede esperarse. Y los intérpretes informan según
su criterio, oralmente o por escrito. Con muchas incógnitas:
quién encarga tales informes narrativos, por qué,
qué uso se hace de ellos si es que alguno, si es que no se
archivan "por si acaso". Tupra, Mulryan, la joven Pérez Nuix,
Rendel y Deza trabajan en un edificio también sin nombre
cercano a Vauxhall Cross en Londres, donde se encuentra la llamativa
sede actual del MI6, nada discreta ni disimulada, a diferencia de
su jefe último, Richard Dearlove, de quien casi nada se sabe
y del que no hay fotos recientes.
Si hay, sin embargo, un informe sobre
él en los ficheros, como los hay de gente desconocida, y
de la señora Thatcher, y del actor Michael Caine, y de Keith
Richard de los Rolling Stones, y del escritor John le Carré,
y del ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Blair, Jack
Straw, y de Bill Clinton, y de algunos muertos... Y también
lo hay de Deza, qué menos que los "intérpretes" sean
a su vez interpretados. El suyo es, de hecho, el único de
los mencionados que puede leerse íntegro en la novela que
se publica ahora. Pero aquí se ofrecen tres que no figuran
en ella, de personajes públicos, bien conocidos. Es de suponer
que los fotocopió o los sustrajo Deza, quién sabe
por qué motivo, seguramente para hacer dinero. O tal vez
fue Mulryan, o la joven Pérez Nuix, o Rendel. O acaso fue
quien los controla a todos o así parece, el agradable y simpático
señor Tupra, con su apellido tan extraño
Informe de Pérez
Nuix sobre Silvio Berlusconi (2002)
"Este individuo es esencialmente
un pelmazo, a juzgar por los vídeos en que se le ve acompañado
en cumbres políticas con otros mandatarios o en actos sociales
más frívolos. En realidad su comportamiento es el
mismo en unas y en otros, sólo que en aquellas finge ser
el anfitrión siempre (aunque esté en el Canadá,
digamos) y en éstos probablemente lo sea, por lo menos en
los de Italia, se apropia de ellos aunque sea sólo un invitado.
Cuando se reúne con otros jefes de Gobierno, se nota que
en el fondo se siente un intruso, y es su conducta desenvuelta y
jacarandosa--como si fuera el anfitrión o el baedeker
en todas partes, insisto- lo que delata su inseguridad última;
es como si temiera que en cualquier instante pudiera acercársele
un chambelán y le susurrara con discreción, al oído,
que ha existido un lamentable error y que debe abandonar la sala,
el despacho, el almuerzo, la cumbre, el baile. Su contento y su
desparpajo invariables son excesivos, un subrayado en rojo. Parece
como si le salieran espontáneos, casi involuntariamente,
y no es así: está llevando a cabo un permanente esfuerzo
(sólo rebajado por la costumbre) y una representación,
por supuesto. Su sonrisa enloquecida (por constante), sus chistes,
sus pequeñas payasadas, sus abrazos y palmadas, su confianzudismo,
su hiperactividad tan trivial como superflua son tremendamente voluntaristas.
Es como si estuviera diciendo a cada momento (a sus colegas políticos,
a las cámaras, a los fotógrafos, a los telespectadores
y sobre todo a sí mismo): "¿Veis qué a gusto
estoy, cómo me manejo, cómo departo, cómo influyo,
cómo me muevo, cómo intrigo, cómo pertenezco
a este mundo de las decisiones mundiales?". El hombre no se lo cree
del todo, en verdad no acaba de creérselo, y por eso ha de
dejar bien manifiesto, chillonamente, que está en su salsa".
"ÉI piensa que su simpatía
(por tal él la tiene) le rinde enormes servicios: se juzga
cautivador, irresistible, persuasivo; a juzgarse seductor en la
acepción sexual del término, no se atreve. Con esa
simpatía cree poder conseguir muchas cosas y convencer aún
de más, hasta a los más poderosos. Pero si sus poderosos
colegas no fueran en su mayoría gente de tan escasas luces
(poco iluminan, apenas una penumbra entre todos juntos), se darían
cuenta de que esa simpatía profesional es solo la manera
de Berlusconi de pedir permiso, de hacerse perdonar, de estirar
el cuello para que no lo tapen en las fotos. Tengo entendido que
durante un periodo
de su juventud fue crooner,
o cantante confidenziale (como dicen en su lengua), que amenizaba
cruceros de ricos, algo así. Como se sabe, los artistas del
espectáculo, por famosos que sean (y él no lo era),
están mas cerca de la servidumbre que de los invitados en
la consideración de los ricos, de modo que aquella época,
si mis noticias son ciertas, le sirvió de entrenamiento para
desgajarse, apartarse de los criados y camareros (se muestra campechano
con ellos ahora, pero los detesta y los quiere lejos, como si pudieran
contaminarlo fácilmente), y mezclarse con los potentados
más bobos, más pastueños y más sensibles
al halago. Es un individuo que no tiene el menor pudor a la hora
de ser lisonjero, adulador, obsequioso incluso. En cierto sentido
podría afirmarse que tiene mentalidad de portero antiguo,
de los que al parecer abundaban en España durante el franquismo,
y aún no han desaparecido: se deshacían en reverencias
con los propietarios y los inquilinos pudientes, trataban a patadas
a los repartidores y a las criadas".
"Detrás de esa mentalidad
está siempre un resentido. Si además es alguien que
no teme al ridículo, entonces el individuo en cuestión
es peligroso, como lo es este hombre tras su fachada cordial, bromista,
casi se diría que bonachona si no fuera porque la bondad
hasta como caricatura está ausente de su persona. Nada tiene
que ver que se emocione o se enternezca de vez en cuando, eso está
al alcance de cualquier simple, y no es necesariamente señal
de bondad ni de compasión. En realidad es incomprensible
que pueda engañar a nadie, no digamos a un país casi
entero, es incomprensible que haya obtenido mayoría absoluta
en unas elecciones, pero cuántas veces y en cuántos
países no ha ocurrido lo mismo. Misterios. O es que la gente
no se fija, no atiende, mira y escucha sólo distraídamente,
quizá consecuencia del mirar y el escuchar televisivos. Este
sujeto carece de escrúpulos, y además de manera radical,
por auténtica: no es como muchos otros, que los conocen y
han decidido prescindir de ellos; es que él los ignora y
nunca los tiene presentes, ni siquiera en tanto que rechazables
o inútiles o estúpidos o gravosos, en tanto que engorrosos.
Nunca los ha descartado por la sencilla razón de que no los
concibe, nunca han formado parte de sus nociones, aún menos
de sus valores. Tan desconocidos le son que cuando los advierte
en otro los toma sólo como síntoma de debilidad de
ese otro, le sirven para juzgarlo frágil, o manso, y por
tanto avasallable".
"Ante esta clase de individuo la
mayoría de la gente esta inerme, porque casi nadie está
capacitado para tratar con alguien tan machacón e insistente
(un pelmazo que no se está quieto un segundo, uno de esos
a los que se dice sí tantas veces sólo por quitárselos
de encima e interrumpir su cháchara, lograr que callen),
formalmente cordial y hasta afectuoso, y que a la vez no observa
reglas ni normas de ningún tipo. No las tiene ni para quebrantarlas,
como tampoco principios, ni para traicionarlos. Él nunca
conocerá siquiera la sensación de estarse sobrepasando,
o extralimitando, ni la de estar transgrediendo, aunque pueda fingir
abrigarlas momentáneamente, las ha percibido en otros y ha
aprendido a ser mimético. Pero lo más difícil
de todo es esto: casi nadie está capacitado para tratar con
alguien que jamás siente vergüenza de ninguna clase,
ni personal ni pública ni política ni estética.
Ni tampoco narrativa. En verdad él no sabe lo que es eso".
Informe de Rendel sobre
Michael Caine (2002)
"Este hombre parece haberse puesto
a salvo de muchas cosas, incluso de la ambición y de la vanidad,
lo cual es algo no sólo de mérito, sino extraordinario
en un actor: no creo que en la actualidad haya otro, ni ninguna
actriz, de quienes se pueda decir lo mismo. Sin apenas saber de
su vida ni tener más que una idea vaga del conjunto de su
carrera cinematográfica (aunque lo he visto en bastante películas),
sus vídeos con entrevistas y apariciones públicas
diversas, incluida su recepción del Oscar de Hollywood al
mejor intérprete secundario hace pocos años, producen
esa impresión. Y al haberse puesto a salvo de casi todo,
se ha convertido en alguien a quien resultaría muy difícil
sacar de quicio y hasta hacer daño. Desde luego, casi imposible
chantajearlo, y también casi imposible conseguir que se preste
a nada que no le interese, le divierta o claramente le convenga.
Digamos que no hay mucho con que tentarlo, y aún menos con
que amenazarlo".
"Sin duda tiene dinero de sobra para
vivir varias vidas lujosamente, y ni siquiera parece que lo turbe
ni lo angustie mucho saber que tendrá sólo una, y
que ya está algo avanzada. Se diría que está
conforme con lo que ha obtenido de ella y con lo que le queda: unos
quince o veinte años, no se engaña al respecto ni
se rebela contra ese plazo. Es evidente que ha renunciado hace ya
tiempo a la concepción circense de su profesión, al
más difícil todavía. Nunca lo veríamos
devanarse los sesos imaginando o procurándose papeles llamativos,
estrafalarios, de esos que llevan a la gente ingenua y a la gente
pedante (se asemejan tanto) a quedarse boquiabiertos. Está
muy seguro de lo que hasta ahora ha hecho, y de su gran talento,
y no caería en la puerilidad de creer que vale más
interpretar a un retrasado mental o a alguien famoso (no sé,
Stalin, Don Quijote, Churchill) que a un buen personaje cualquiera,
incluso secundario. Aún se divierte actuando (va a cumplir
70 años) y además gana buen dinero con ello (eso nunca
lo olvida; aunque no necesita más, no lo desdeña).
No estaría dispuesto a perderse ni una vez lo primero, la
diversión, a cambio de un artificial aumento de su prestigio.
No creo que nunca interpretase a un ciego, o a un histérico,
o a un tullido para lucirse. Sabe que esas composiciones son las
mas fáciles y las más técnicas, y se aburriría".
"Quizá lo más asombroso
es que parece inmune a las opiniones ajenas y casi también
a las propias. No creo que ello se deba a haber recibido ya tantas
alabanzas como para tener el cupo satisfecho. Es más bien
como si él supiera lo que de verdad es bueno en su arte,
y le bastara con su propia y frecuente aprobación discreta,
en modo alguno estruendosa. Supongo que los actores jóvenes
inteligentes sabrían que valen más un par de aplausos
sinceros de sir Michael Caine que la untuosa ovación de muchos
de sus diplomáticos colegas más aspaventosos".
"Es alguien de fiar, yo creo, pese
a su carácter bromista y dado a tomar un poco el pelo. Precisamente
porque a casi nada concede gran importancia (desde luego no a sí
mismo), debe de ser de esas personas que cuando hacen una excepción
se comprometen de veras, y nunca dejan en la estacada. Es amable,
suavemente irónico, y le es indiferente agradar o no. Es
como si le diera pereza fingir fuera de las pantallas y no estuviera
dispuesto a malgastar un solo minuto tratando de caerle a alguien
mejor de lo que le cayera naturalmente. No hay, sin embargo, arrogancia
en esa actitud, nada que recuerde a un ultimátum soberbio.
No está en guerra con el mundo, todo lo contrario, está
en paz, y aun razonablemente agradecido. Por eso los honores los
recibe con serenidad, sea el título de sir sea un Oscar.
No con modestia, son cosas distintas. Los aprecia en su justo término,
es como si pensara: "Que gente tan distinguida la que me ha dado
este premio, que buen gusto el suyo. Pero tampoco habría
pasado nada si se lo hubieran concedido a otro, ni habrían
tenido mal gusto por eso". Es ecuánime, sin esfuerzo. Podría
ser útil si se le convenciera de trabajar con nosotros, ocasionalmente.
Pero no veo manera de convencerlo, en verdad no se me ocurre, se
ha puesto demasiado a salvo. Y recurrir a algo sucio, por ejemplo
a través de su adorada esposa Shakira (es su debilidad mayor,
o lo era, ignoro si siguen juntos; ahí sí se le ve
vulnerable), supondría en su caso una bajeza excesiva. Una
mala jugada a alguien tan listo, gentil y gracioso como este hombre...
No, eso nunca nos compensaría".
Informe de Tupra sobre Diana
de Gales (1996)
"El estudio de la entrevista concedida
por esta joven al periodista de la BBC Mr. Bashir, en la que ha
reconocido algunas andanzas adulterinas suyas ante todo el país
y varios más, resulta de lo más deprimente. Antes,
las modelos, no pocas actrices y las heroínas todas de las
novelas rosas deseaban ser como princesas. Ahora, esta princesa
de Gales al menos, aspiran a ser como una modelo o como una protagonista
de esa clase de literatura: tal vez se haya educado en exceso en
los libros de su abuelastra, Barbara Cartland. Santo cielo".
"La princesa actúa sin cesar
a lo largo de su intervención, y lo hace muy mal. Todos sus
sentimientos los finge y los finge mal, hasta el punto de que en
un par de ocasiones no se puede aguantar la risa -en medio de tanta
sinceridad y gravedad supuestas-, pese a estarse mordiendo los carrillos
hasta rasgárselos, eso me temo, debieron sangrarle. Sus expresiones
compungidas son tan falsas y baratas que sin duda habría
sido expulsada de cualquier escuela de interpretación, aunque
quizá no vendría mal que se la matriculara en una,
por si repite la operación (lo más probable). En este
vídeo más que en ningún otro (quiero decir
en los de sus actividades sociales y humanitarias) se comprueba
que esta joven adora la fama. Pero no cualquier fama, eso es lo
malo: la de haberse convertido en la improbable reina de Inglaterra
no la satisfacía, para ella era frustrante. Ella ansía
una fama narrativa o dramática, aspira a tener una historia
que pueda contarse y además quiere verla contada ya y asistir
al relato, uno sólo póstumo no le interesaría.
Es en parte por eso lo que se ha prestado a esta sonrojante sesión
de confesiones melodramáticas. Y en parte también,
desde luego, para vengarse de su atolondrado marido, que a fin de
cuentas abrió el vil camino televisivo".
"La joven es bastante venenosa, lo
cual contribuye a desmentir el papel de cabal víctima que
ha decidido adoptar. Su mala intención fue patente cuando
le preguntaron por el asimismo improbable futuro reinado de su marido:
"Bueno", contestó, "no sé hasta qué punto lo
desea, no sé si el cargo lo asfixiaría...". Hace falta
muy mala idea para decir eso de quien debe de maldecir a diario
la extrema longevidad de tantos miembros de su familia. Sin embargo,
creo que fue mas la idiotez que la inquina lo que, a la pregunta
"¿qué clase de monarquía desearía?', la
llevó a responder sin un carraspeo: "Una monarquía
que esté más en contacto con su pueblo, y no me refiero
a montar en bici y cosas así". No sé, tal vez tenga
la idea de que el pueblo en pleno monta en bici viciosamente.
Lady Diana Spencer no es persona
de fiar, aunque no esté, ni de lejos, tan tocada como pretende
estar. Alguien que hubiera sufrido de veras por su bulimia no contestaría,
cuando el inefable Mr. Bashir le preguntó cuantas veces al
día solía saquear la nevera, lo siguiente: "Dependía
de qué tal día hubiera tenido, pero mis viajes al
frigorífico eran parte de mi cotidianidad". Y alguien que
se ha infligido cortes en brazos y piernas por pura desesperación
tampoco respondería tranquilamente a la absurda pregunta
de cómo su marido reaccionaba a eso: "Bueno, de hecho no
siempre me hería delante de él". Pero la joven no
es de fiar, más que nada porque en estos momentos le trae
sin cuidado cuanto no sea el culebrón que protagoniza.
Nada le gustaría tanto como que se hiciera una serie televisiva
sobre sus avatares e interpretarse en ella a sí misma: que
se encargara una actriz cualquiera sería intolerable y le
arruinaría su gran placer. Aunque por ahora esto no sea viable,
es seguro que ella va a seguir nutriendo el guión sin pausa.
No hemos hecho más que empezar".
"Lo más sorprendente -lo más
irremediable también- es su vulgaridad. No sólo habla
mal, incluso con alguna incorrección gramatical; no sólo
no domina lo suficiente su gesticulación facial y pone ojos
en blanco y así; es su mentalidad, asimismo, lo que es extremadamente
vulgar. Una muestra: cuando Mr. Bashir le preguntó si no
vivía muy sola en Kensington Palace, sólo fue capaz
de entenderlo en un sentido, cómo decir, salaz. Y respondió:
"Bueno, ya sabe, la gente cree que al término de la jornada
un hombre es la única respuesta, pero para mí es mejor
un trabajo que me llene". Este comentario fue acompañado
de una carcajada ominosa: ya no pudo más, tuvo que subrayar
su empleo de la palabra "hombre" y de la expresión "llenarme"
por si no se había apreciado su picardía".
"Mi recomendación es que se
la contraríe lo menos posible mientras no recobre un poco
el equilibrio. Pero como es difícil que esto suceda, vista
la senda por la que se ha adentrado y en la que se siente por fin
heroína a la antigua, lo único que puede desearse
es que hable en público tan sólo lo justo. Es un deseo,
no obstante, de cumplimiento imposible, tanto como pretender que
no hable en absoluto, ni siquiera por el teléfono al que
tan aficionada es (ojalá se diera eso). Sólo se me
ocurre otra tentativa de solución: tal vez se me debiera
permitir conocerla, para después aleccionarla, persuadirla,
encarrilarla. Porque lo que sí la creo es influenciable,
sobre todo por hombres no muy distintos del que yo mismo podría
llegar a ser, si se me encomendara esta misión. Creo sinceramente
que no me sería de las más arduas".
El País Semanal
Número 1360
Domingo 20 de octubre, 2002