TEXTO DE JAVIER MARÍAS PARA EL PAÍS SEMANAL


Los intérpretes de vidas

"Anticipadores de vidas", así describe Javier Marías a los hombres del MI6 británico que buscan la esencia de las personas, lo que se habla y lo que se calla. Ésta es la historia de ficción que desarrolla el escritor en su nueva novela, Tu rostro mañana, una obra sobre la mentira y la traición. El autor adelanta en este artículo para EPS tres de estos supuestos informes, los de Berlusconi, Diana de Gales y Michael Caine, que no aparecen en la primera entrega de Tu rostro mañana. Fiebre y lanza.

Por Javier Marías

 

¿Puede saberse cómo es la gente y cómo evolucionará en el futuro? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de nuestros amigos y conocidos y socios, de nuestros amores, de nuestros padres y de nuestros hijos? ¿Cuáles son sus tentaciones y debilidades, o su grado de lealtad y su fortaleza? ¿Cómo saber si fingen o si son sinceros, si interesados o desinteresados en la manifestación de su afecto, si su entusiasmo es verdadero o sólo adulación, calculada lisonja para ganarse nuestro aprecio y nuestra confianza, o para hacérsenos imprescindibles y así persuadirnos de cualquier empresa e influir en nuestras decisiones? Y aún es más: ¿podemos prever qué amigos van a darnos la espalda un día y convertirse en nuestros enemigos? Quiero decir: ¿Imaginar esa posibilidad cuando son todavía los mejores amigos y por ellos pondríamos la mano en el fuego y nos dejaríamos cortar el cuello? ¿Podemos fiarnos de nosotros mismos, de que no seremos nosotros quienes cambiaremos y nos torceremos y traicionaremos, quienes envidiaremos un día a quien hoy más queremos y no podremos soportar su contacto ni su presencia, y decidiremos regirnos sólo por el resentimiento?

"Los individuos llevan sus probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y de circunstancias que por fin las conduzcan a su cumplimiento", dice sir Peter Wheeler, uno de los personajes principales del primer volumen Fiebre y lanza, de mi nueva novela Tu rostro mañana. Y Wheeler tendría en principio edad, saber y gobierno. Con ochenta y muchos años, este hispanista y profesor de Oxford, ya retirado, trabajó para el MIT, el servicio secreto británico en el exterior, durante la II Guerra Mundial, como muchos otros de sus compañeros de universidad y también de Cambridge. Sus misiones lo llevaron al Caribe, al África Occidental y al Sureste asiático. Pero también participó, durante y después de la guerra, en un grupo creado en plena contienda, que jamás tuvo nombre ("sólo de lo que no lo tiene se puede negar la existencia, u ocultarla"), y que no se dedicó a labores de espionaje convencionales, sino a algo más modesto, menos aparatoso, menos aventurero y seguramente más poderoso. Quizá también más arriesgado para quienes eran objeto de su atención y desciframiento. La idea surgió a raíz de la campaña contra la careless talk (las "conversaciones imprudentes") que el Gobierno británico llevó a cabo por medio de carteles, avisos, anuncios, cuñas radiofónicas y viñetas en los periódicos. El mensaje de esa campaña (dirigida no sólo a las tropas y a los políticos con información privilegiada, sino a la entera población civil) vino a ser éste: "Cállense, no hablen, porque no se sabe quién puede estar escuchando y qué utilización hará de nuestros comentarios más triviales". El país temía a los quintacolumnistas, a los espías nazis que habían ido cayendo con sus paracaídas en suelos ingleses, escoceses, galeses; a los agentes infiltrados, a los británicos traidores por convicción o por soborno. Cualquiera podía ser un enemigo, y la lengua suelta de cada uno podía convertirse en un arma mortífera contra los compatriotas, sin que uno mismo se diera cuenta.

Esa campaña en favor de la mudez completa, obtuvo resultados parciales. Unos callaron y otros, en cambio, hablaron más que nunca, al sentirse por primera vez en su vida "importantes" y pensar que lo que dijeran podía ser codiciado por alguien. El MI6 y el MI5 (equivalente éste en el interior del primero, Military Intelligence significan las iniciales) se percataron pronto de los efectos laterales contraproducentes y decidieron darles la vuelta, utilizarlos en su provecho. La idea fue ésta: "Aunque los muy locuaces no digan las más de las veces nada interesante ni decisivo, al hablar lo dicen casi todo sobre sí mismos. A la gente basta con mirarla y escucharla con atención, basta con interpretarla, sin frivolidad pero también sin miedo, para conocer cómo es y qué probabilidades encierra. Casi todo esta ahí, a la vista, al oído, el carácter de las personas, casi su esencia. Sólo hace falta atreverse a verlo y a reconocérselo, y eso es lo que casi nunca hace nadie".

Eso cree asimismo el narrador de Tu rostro mañana (fiebre y lanza), Jaime o Jacobo o Jacques Deza, un español que años atrás enseñó en la Universidad de Oxford y que, tras separarse de su mujer, regresa a Inglaterra para cubrir ese tiempo de desorientación que acostumbra acompañar a las "convalecencias sentimentales". "Todo está ahí a la vista, en realidad todo es visible desde muy pronto en las relaciones..., basta con atreverse a mirarlo, un solo instante encierra el germen de muchos años venideros y casi de nuestra historia entera..., y si queremos la vemos y la recorremos ya, a grandes rasgos", así piensa Jacobo Deza en un momento de la novela. Y concluye su reflexión de este modo: "Pero nadie quiere ver nada y así nadie ve casi nunca lo que está delante, lo que nos aguarda o depararemos tarde o temprano... Intentamos que las cosas sean distintas de lo que son..., nos empeñamos insensatamente en que nos guste quien nos gusta poco desde el principio, y en poder fiarnos de quien nos inspira desconfianza aguda, es como si a menudo fuéramos en contra de nuestro conocimiento, porque así lo sentimos muchas veces, como conocimiento más que como intuición o impresión o corazonada, nada tiene que ver todo esto con las premoniciones, no hay nada sobrenatural ni misterioso en ello, lo misterioso es que no atendamos. Y la explicación ha de ser simple...: es sólo que sabemos, y lo detestamos; que no toleramos ver; que odiamos el conocimiento, y la certidumbre, y el convencimiento; y nadie quiere convertirse en su propio dolor y su fiebre...".

Nadie excepto unos pocos, los componentes de ese grupo sin nombre que aún funciona hoy en 2002, y del que, sin saberlo casi, pasa a formar parte Jacobo Deza. Y aun sin nombre, entre sí se llaman a veces "intérpretes de vidas", o "traductores de personas", o "anticipadores de historias". Nada sobrenatural, en efecto, en ellos, ni tampoco psicologías. No son visionarios ni menos aún videntes, ni profetas ni adivinadores, ni se rigen por unas reglas más o menos psicológicas preestablecidas. No, son tan sólo individuos que tienen "el valor para ver" y que asumen "la irresponsabilidad de ver", y lo cuentan. Sus apuestas son narrativas.

Cómo funciona ese grupo hoy en día cuando ya no hay guerra, ni siquiera guerra fría- es algo que se va viendo en esta novela, y que se verá aún más en su segundo volumen. Pero a su frente está Bertram Tupra, y lo acompañan principalmente en sus tareas "descifradoras" su segundo, Mulryan; la joven Pérez Nuix, de padre español y madre inglesa, educada en el país materno pero totalmente bilingüe; un austríaco de origen llamado Rendel, cuyo nombre, se dice, fue "Rendl o Randl o Reinl o incluso Handl, se lo habría britanizado a medias, Randall o Rendell o Rendall o Randell habrían sido mas verosímiles, no así Haendel"; y ahora Deza. Un observatorio para asistir ocultos a visitas y conversaciones; vídeos y grabaciones de toda clase de personas, gente anónima y gente célebre, políticos, magnates, jueces, actores, escritores, cantantes. Y luego, "¿qué ve usted?" es la principal pregunta hecha a los "intérpretes de la vida". Qué ve en esos individuos, cómo son, qué puede esperarse. Y los intérpretes informan según su criterio, oralmente o por escrito. Con muchas incógnitas: quién encarga tales informes narrativos, por qué, qué uso se hace de ellos si es que alguno, si es que no se archivan "por si acaso". Tupra, Mulryan, la joven Pérez Nuix, Rendel y Deza trabajan en un edificio también sin nombre cercano a Vauxhall Cross en Londres, donde se encuentra la llamativa sede actual del MI6, nada discreta ni disimulada, a diferencia de su jefe último, Richard Dearlove, de quien casi nada se sabe y del que no hay fotos recientes.

Si hay, sin embargo, un informe sobre él en los ficheros, como los hay de gente desconocida, y de la señora Thatcher, y del actor Michael Caine, y de Keith Richard de los Rolling Stones, y del escritor John le Carré, y del ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Blair, Jack Straw, y de Bill Clinton, y de algunos muertos... Y también lo hay de Deza, qué menos que los "intérpretes" sean a su vez interpretados. El suyo es, de hecho, el único de los mencionados que puede leerse íntegro en la novela que se publica ahora. Pero aquí se ofrecen tres que no figuran en ella, de personajes públicos, bien conocidos. Es de suponer que los fotocopió o los sustrajo Deza, quién sabe por qué motivo, seguramente para hacer dinero. O tal vez fue Mulryan, o la joven Pérez Nuix, o Rendel. O acaso fue quien los controla a todos o así parece, el agradable y simpático señor Tupra, con su apellido tan extraño…

 

Informe de Pérez Nuix sobre Silvio Berlusconi (2002)

"Este individuo es esencialmente un pelmazo, a juzgar por los vídeos en que se le ve acompañado en cumbres políticas con otros mandatarios o en actos sociales más frívolos. En realidad su comportamiento es el mismo en unas y en otros, sólo que en aquellas finge ser el anfitrión siempre (aunque esté en el Canadá, digamos) y en éstos probablemente lo sea, por lo menos en los de Italia, se apropia de ellos aunque sea sólo un invitado. Cuando se reúne con otros jefes de Gobierno, se nota que en el fondo se siente un intruso, y es su conducta desenvuelta y jacarandosa--como si fuera el anfitrión o el baedeker en todas partes, insisto- lo que delata su inseguridad última; es como si temiera que en cualquier instante pudiera acercársele un chambelán y le susurrara con discreción, al oído, que ha existido un lamentable error y que debe abandonar la sala, el despacho, el almuerzo, la cumbre, el baile. Su contento y su desparpajo invariables son excesivos, un subrayado en rojo. Parece como si le salieran espontáneos, casi involuntariamente, y no es así: está llevando a cabo un permanente esfuerzo (sólo rebajado por la costumbre) y una representación, por supuesto. Su sonrisa enloquecida (por constante), sus chistes, sus pequeñas payasadas, sus abrazos y palmadas, su confianzudismo, su hiperactividad tan trivial como superflua son tremendamente voluntaristas. Es como si estuviera diciendo a cada momento (a sus colegas políticos, a las cámaras, a los fotógrafos, a los telespectadores y sobre todo a sí mismo): "¿Veis qué a gusto estoy, cómo me manejo, cómo departo, cómo influyo, cómo me muevo, cómo intrigo, cómo pertenezco a este mundo de las decisiones mundiales?". El hombre no se lo cree del todo, en verdad no acaba de creérselo, y por eso ha de dejar bien manifiesto, chillonamente, que está en su salsa".

"ÉI piensa que su simpatía (por tal él la tiene) le rinde enormes servicios: se juzga cautivador, irresistible, persuasivo; a juzgarse seductor en la acepción sexual del término, no se atreve. Con esa simpatía cree poder conseguir muchas cosas y convencer aún de más, hasta a los más poderosos. Pero si sus poderosos colegas no fueran en su mayoría gente de tan escasas luces (poco iluminan, apenas una penumbra entre todos juntos), se darían cuenta de que esa simpatía profesional es solo la manera de Berlusconi de pedir permiso, de hacerse perdonar, de estirar el cuello para que no lo tapen en las fotos. Tengo entendido que durante un periodo

de su juventud fue crooner, o cantante confidenziale (como dicen en su lengua), que amenizaba cruceros de ricos, algo así. Como se sabe, los artistas del espectáculo, por famosos que sean (y él no lo era), están mas cerca de la servidumbre que de los invitados en la consideración de los ricos, de modo que aquella época, si mis noticias son ciertas, le sirvió de entrenamiento para desgajarse, apartarse de los criados y camareros (se muestra campechano con ellos ahora, pero los detesta y los quiere lejos, como si pudieran contaminarlo fácilmente), y mezclarse con los potentados más bobos, más pastueños y más sensibles al halago. Es un individuo que no tiene el menor pudor a la hora de ser lisonjero, adulador, obsequioso incluso. En cierto sentido podría afirmarse que tiene mentalidad de portero antiguo, de los que al parecer abundaban en España durante el franquismo, y aún no han desaparecido: se deshacían en reverencias con los propietarios y los inquilinos pudientes, trataban a patadas a los repartidores y a las criadas".

"Detrás de esa mentalidad está siempre un resentido. Si además es alguien que no teme al ridículo, entonces el individuo en cuestión es peligroso, como lo es este hombre tras su fachada cordial, bromista, casi se diría que bonachona si no fuera porque la bondad hasta como caricatura está ausente de su persona. Nada tiene que ver que se emocione o se enternezca de vez en cuando, eso está al alcance de cualquier simple, y no es necesariamente señal de bondad ni de compasión. En realidad es incomprensible que pueda engañar a nadie, no digamos a un país casi entero, es incomprensible que haya obtenido mayoría absoluta en unas elecciones, pero cuántas veces y en cuántos países no ha ocurrido lo mismo. Misterios. O es que la gente no se fija, no atiende, mira y escucha sólo distraídamente, quizá consecuencia del mirar y el escuchar televisivos. Este sujeto carece de escrúpulos, y además de manera radical, por auténtica: no es como muchos otros, que los conocen y han decidido prescindir de ellos; es que él los ignora y nunca los tiene presentes, ni siquiera en tanto que rechazables o inútiles o estúpidos o gravosos, en tanto que engorrosos. Nunca los ha descartado por la sencilla razón de que no los concibe, nunca han formado parte de sus nociones, aún menos de sus valores. Tan desconocidos le son que cuando los advierte en otro los toma sólo como síntoma de debilidad de ese otro, le sirven para juzgarlo frágil, o manso, y por tanto avasallable".

"Ante esta clase de individuo la mayoría de la gente esta inerme, porque casi nadie está capacitado para tratar con alguien tan machacón e insistente (un pelmazo que no se está quieto un segundo, uno de esos a los que se dice sí tantas veces sólo por quitárselos de encima e interrumpir su cháchara, lograr que callen), formalmente cordial y hasta afectuoso, y que a la vez no observa reglas ni normas de ningún tipo. No las tiene ni para quebrantarlas, como tampoco principios, ni para traicionarlos. Él nunca conocerá siquiera la sensación de estarse sobrepasando, o extralimitando, ni la de estar transgrediendo, aunque pueda fingir abrigarlas momentáneamente, las ha percibido en otros y ha aprendido a ser mimético. Pero lo más difícil de todo es esto: casi nadie está capacitado para tratar con alguien que jamás siente vergüenza de ninguna clase, ni personal ni pública ni política ni estética. Ni tampoco narrativa. En verdad él no sabe lo que es eso".

 

Informe de Rendel sobre Michael Caine (2002)

"Este hombre parece haberse puesto a salvo de muchas cosas, incluso de la ambición y de la vanidad, lo cual es algo no sólo de mérito, sino extraordinario en un actor: no creo que en la actualidad haya otro, ni ninguna actriz, de quienes se pueda decir lo mismo. Sin apenas saber de su vida ni tener más que una idea vaga del conjunto de su carrera cinematográfica (aunque lo he visto en bastante películas), sus vídeos con entrevistas y apariciones públicas diversas, incluida su recepción del Oscar de Hollywood al mejor intérprete secundario hace pocos años, producen esa impresión. Y al haberse puesto a salvo de casi todo, se ha convertido en alguien a quien resultaría muy difícil sacar de quicio y hasta hacer daño. Desde luego, casi imposible chantajearlo, y también casi imposible conseguir que se preste a nada que no le interese, le divierta o claramente le convenga. Digamos que no hay mucho con que tentarlo, y aún menos con que amenazarlo".

"Sin duda tiene dinero de sobra para vivir varias vidas lujosamente, y ni siquiera parece que lo turbe ni lo angustie mucho saber que tendrá sólo una, y que ya está algo avanzada. Se diría que está conforme con lo que ha obtenido de ella y con lo que le queda: unos quince o veinte años, no se engaña al respecto ni se rebela contra ese plazo. Es evidente que ha renunciado hace ya tiempo a la concepción circense de su profesión, al más difícil todavía. Nunca lo veríamos devanarse los sesos imaginando o procurándose papeles llamativos, estrafalarios, de esos que llevan a la gente ingenua y a la gente pedante (se asemejan tanto) a quedarse boquiabiertos. Está muy seguro de lo que hasta ahora ha hecho, y de su gran talento, y no caería en la puerilidad de creer que vale más interpretar a un retrasado mental o a alguien famoso (no sé, Stalin, Don Quijote, Churchill) que a un buen personaje cualquiera, incluso secundario. Aún se divierte actuando (va a cumplir 70 años) y además gana buen dinero con ello (eso nunca lo olvida; aunque no necesita más, no lo desdeña). No estaría dispuesto a perderse ni una vez lo primero, la diversión, a cambio de un artificial aumento de su prestigio. No creo que nunca interpretase a un ciego, o a un histérico, o a un tullido para lucirse. Sabe que esas composiciones son las mas fáciles y las más técnicas, y se aburriría".

"Quizá lo más asombroso es que parece inmune a las opiniones ajenas y casi también a las propias. No creo que ello se deba a haber recibido ya tantas alabanzas como para tener el cupo satisfecho. Es más bien como si él supiera lo que de verdad es bueno en su arte, y le bastara con su propia y frecuente aprobación discreta, en modo alguno estruendosa. Supongo que los actores jóvenes inteligentes sabrían que valen más un par de aplausos sinceros de sir Michael Caine que la untuosa ovación de muchos de sus diplomáticos colegas más aspaventosos".

"Es alguien de fiar, yo creo, pese a su carácter bromista y dado a tomar un poco el pelo. Precisamente porque a casi nada concede gran importancia (desde luego no a sí mismo), debe de ser de esas personas que cuando hacen una excepción se comprometen de veras, y nunca dejan en la estacada. Es amable, suavemente irónico, y le es indiferente agradar o no. Es como si le diera pereza fingir fuera de las pantallas y no estuviera dispuesto a malgastar un solo minuto tratando de caerle a alguien mejor de lo que le cayera naturalmente. No hay, sin embargo, arrogancia en esa actitud, nada que recuerde a un ultimátum soberbio. No está en guerra con el mundo, todo lo contrario, está en paz, y aun razonablemente agradecido. Por eso los honores los recibe con serenidad, sea el título de sir sea un Oscar. No con modestia, son cosas distintas. Los aprecia en su justo término, es como si pensara: "Que gente tan distinguida la que me ha dado este premio, que buen gusto el suyo. Pero tampoco habría pasado nada si se lo hubieran concedido a otro, ni habrían tenido mal gusto por eso". Es ecuánime, sin esfuerzo. Podría ser útil si se le convenciera de trabajar con nosotros, ocasionalmente. Pero no veo manera de convencerlo, en verdad no se me ocurre, se ha puesto demasiado a salvo. Y recurrir a algo sucio, por ejemplo a través de su adorada esposa Shakira (es su debilidad mayor, o lo era, ignoro si siguen juntos; ahí sí se le ve vulnerable), supondría en su caso una bajeza excesiva. Una mala jugada a alguien tan listo, gentil y gracioso como este hombre... No, eso nunca nos compensaría".

 

Informe de Tupra sobre Diana de Gales (1996)

"El estudio de la entrevista concedida por esta joven al periodista de la BBC Mr. Bashir, en la que ha reconocido algunas andanzas adulterinas suyas ante todo el país y varios más, resulta de lo más deprimente. Antes, las modelos, no pocas actrices y las heroínas todas de las novelas rosas deseaban ser como princesas. Ahora, esta princesa de Gales al menos, aspiran a ser como una modelo o como una protagonista de esa clase de literatura: tal vez se haya educado en exceso en los libros de su abuelastra, Barbara Cartland. Santo cielo".

"La princesa actúa sin cesar a lo largo de su intervención, y lo hace muy mal. Todos sus sentimientos los finge y los finge mal, hasta el punto de que en un par de ocasiones no se puede aguantar la risa -en medio de tanta sinceridad y gravedad supuestas-, pese a estarse mordiendo los carrillos hasta rasgárselos, eso me temo, debieron sangrarle. Sus expresiones compungidas son tan falsas y baratas que sin duda habría sido expulsada de cualquier escuela de interpretación, aunque quizá no vendría mal que se la matriculara en una, por si repite la operación (lo más probable). En este vídeo más que en ningún otro (quiero decir en los de sus actividades sociales y humanitarias) se comprueba que esta joven adora la fama. Pero no cualquier fama, eso es lo malo: la de haberse convertido en la improbable reina de Inglaterra no la satisfacía, para ella era frustrante. Ella ansía una fama narrativa o dramática, aspira a tener una historia que pueda contarse y además quiere verla contada ya y asistir al relato, uno sólo póstumo no le interesaría. Es en parte por eso lo que se ha prestado a esta sonrojante sesión de confesiones melodramáticas. Y en parte también, desde luego, para vengarse de su atolondrado marido, que a fin de cuentas abrió el vil camino televisivo".

"La joven es bastante venenosa, lo cual contribuye a desmentir el papel de cabal víctima que ha decidido adoptar. Su mala intención fue patente cuando le preguntaron por el asimismo improbable futuro reinado de su marido: "Bueno", contestó, "no sé hasta qué punto lo desea, no sé si el cargo lo asfixiaría...". Hace falta muy mala idea para decir eso de quien debe de maldecir a diario la extrema longevidad de tantos miembros de su familia. Sin embargo, creo que fue mas la idiotez que la inquina lo que, a la pregunta "¿qué clase de monarquía desearía?', la llevó a responder sin un carraspeo: "Una monarquía que esté más en contacto con su pueblo, y no me refiero a montar en bici y cosas así". No sé, tal vez tenga la idea de que el pueblo en pleno monta en bici viciosamente.

Lady Diana Spencer no es persona de fiar, aunque no esté, ni de lejos, tan tocada como pretende estar. Alguien que hubiera sufrido de veras por su bulimia no contestaría, cuando el inefable Mr. Bashir le preguntó cuantas veces al día solía saquear la nevera, lo siguiente: "Dependía de qué tal día hubiera tenido, pero mis viajes al frigorífico eran parte de mi cotidianidad". Y alguien que se ha infligido cortes en brazos y piernas por pura desesperación tampoco respondería tranquilamente a la absurda pregunta de cómo su marido reaccionaba a eso: "Bueno, de hecho no siempre me hería delante de él". Pero la joven no es de fiar, más que nada porque en estos momentos le trae sin cuidado cuanto no sea el culebrón que protagoniza. Nada le gustaría tanto como que se hiciera una serie televisiva sobre sus avatares e interpretarse en ella a sí misma: que se encargara una actriz cualquiera sería intolerable y le arruinaría su gran placer. Aunque por ahora esto no sea viable, es seguro que ella va a seguir nutriendo el guión sin pausa. No hemos hecho más que empezar".

"Lo más sorprendente -lo más irremediable también- es su vulgaridad. No sólo habla mal, incluso con alguna incorrección gramatical; no sólo no domina lo suficiente su gesticulación facial y pone ojos en blanco y así; es su mentalidad, asimismo, lo que es extremadamente vulgar. Una muestra: cuando Mr. Bashir le preguntó si no vivía muy sola en Kensington Palace, sólo fue capaz de entenderlo en un sentido, cómo decir, salaz. Y respondió: "Bueno, ya sabe, la gente cree que al término de la jornada un hombre es la única respuesta, pero para mí es mejor un trabajo que me llene". Este comentario fue acompañado de una carcajada ominosa: ya no pudo más, tuvo que subrayar su empleo de la palabra "hombre" y de la expresión "llenarme" por si no se había apreciado su picardía".

"Mi recomendación es que se la contraríe lo menos posible mientras no recobre un poco el equilibrio. Pero como es difícil que esto suceda, vista la senda por la que se ha adentrado y en la que se siente por fin heroína a la antigua, lo único que puede desearse es que hable en público tan sólo lo justo. Es un deseo, no obstante, de cumplimiento imposible, tanto como pretender que no hable en absoluto, ni siquiera por el teléfono al que tan aficionada es (ojalá se diera eso). Sólo se me ocurre otra tentativa de solución: tal vez se me debiera permitir conocerla, para después aleccionarla, persuadirla, encarrilarla. Porque lo que sí la creo es influenciable, sobre todo por hombres no muy distintos del que yo mismo podría llegar a ser, si se me encomendara esta misión. Creo sinceramente que no me sería de las más arduas".

 

El País Semanal
Número 1360
Domingo 20 de octubre, 2002