Por Sergio Casquet,
enviado especial de esta web
AVENTURAS DE UN
GRANUJA EN UNA RUEDA DE PRENSA
Subir las escaleras del Círculo
de Bellas Artes de Madrid hasta el quinto piso, sobre todo si uno
le da frenéticamente al pitillo y evita siempre que puede
los ascensores, puede ser algo comparable a escalar el K2 con babuchas
o a pasar un fin de semana con todos los gastos cobrados en un gulag
estalinista. Me toca ir porque soy algo bobo. Me dio por asegurar
en un momento incierto de una noche cualquiera que por un amigo
uno hace lo que sea, y ya ve, aquí me tienen, en la rueda
de prensa en la que se presenta el nuevo libro de Javier Marías.
La gente se piensa que por tener un año de periodismo (y
dos de derecho y tres de magisterio y la mili en Albacete) uno ya
entiende de esto, y lo cierto es que no es así, porque malditas
las ganas que tengo yo de meterme en un edificio a escuchar a un
menda cuando podría estar deambulando a través de
la mañana soleada, y sin embargo algo triste, que cae sobre
la ciudad. No obstante, pienso en el escalón doscientos que
un amigo es un amigo (ya me lo pagará), y que, y esto es
más importante, si ando listo me hago por la cara con un
ejemplar de la novela que luego podré revender por unas perras
en una caseta de la Cuesta de Moyano y pimplarme con ellas unos
botellines. Con un poco de suerte, además, aprovecho la confusión
y me echo al coleto un par de copas de vino, de canapés,
de patatas fritas o de lo que se tercie en el ágape que al
parecer hay más tarde. Lo del libro es bastante sencillo,
pues una vez que, después de ser reanimado tras el esfuerzo
de las escaleras por un señor de Murcia que es ATS y que
pasaba por allí, entro en la sala donde va a tener lugar
el evento, la sala María Zambrano, una simpática y
pizpireta muchacha de Alfaguara toma nota del medio del que vengo
(The Daily Planet, suelto) y me da novela. Me entero, al
contemplar la cubierta, que el libro se titula Tu rostro mañana
y que lleva el subtítulo de Fiebre y lanza. Según
parece es la primera parte. Enfadado, le pregunto a la Alfaguara
girl que por qué razón no me ha me ha dado
también la segunda, y ella, con cara de sicario marsellés,
me contesta que no está escrita aún. Ah, replico,
ya lo entiendo, más o menos como lo de La Guerra de las
Galaxias. Al oír cómo rechinan sus dientes y cómo
mira al sacacorchos que hay sobre la mesa de los canapés
pienso que lo mejor será ir buscando un sitio y sentarse.
Y cerrar la boca.
Las sillas, incómodas y bamboleantes,
casi de comisaría, de momento están todas vacías.
Busco un sitio discreto, al lado de una columna, no sea que tenga
que echar una cabezada, y saco la grabadora y el libro de notas.
Esto último lo llevo para disimular y para apuntar el teléfono
de alguna moza de buen ver que ande zumbando por aquí. Total,
que mientras echo otro vistazo al libro, en cuya cubierta hay una
ilustración motera y violácea de un tal Charles Burki,
y me doy cuenta de que aquello tiene unos párrafos tan largos
como la genealogía de Dinastía y que empieza diciendo
que no debería contar uno nada (¿pues entonces para
qué lo cuentas?, pregunto tontamente) la gente va entrando
a la sala poco a poco hasta que se llena. Como si fueran a venir
Madonna, Ronaldo o Carmina Ordoñez. Sin embargo el que viene,
a eso de las doce y media, es Javier Marías. Al menos eso
dice la gente, que pronuncia su nombre con considerable alborozo.
Será algún club de fans, deduzco. Miro la foto de
la solapa y compruebo que en efecto es él. Delante de mí,
un par de señoras que hace unos segundos estaban hablando
de la comunión del sobrino de la vecina de la cuñada
de una de ellas y sobre acudir esa misma tarde a la presentación
de otro libro (estas son profesionales, pienso), aseguran que se
le ve muy bien: dónde va a parar, pero que mucho mejor que
en la anterior, donde el pobre estaba un poco desmejorado. La verdad
es que entre los flashes, con su estruendo de luz amplificado por
el espacio blanco y diáfano de la sala, en forma de media
luna, y las voces cada vez más bulliciosas de los allí
presentes (hay buena entrada, casi lleno, y ya se ha colgado el
cartel de no quedan más libros gratis), Javier Marías
tiene todo el aspecto, y más si uno le echa imaginación
a la cosa, de ser un actor o un cantante de moda. Una chica que
hay a mi lado me sopla, al preguntarle, además de su número
de teléfono y si esa noche tiene algo mejor que hacer que
salir conmigo a comer gambas, el porqué de esa atención,
inusitada y para mí asombrosa, hacia alguien que hace algo
en principio, y en final, tan innecesario como escribir, que Javier
Marías es, además de escritor, rey. Ahí es
nada, exclamo, como el grandísimo Elvis.
Una vez que los parlanchines
muchachos de la prensa se callan, los fotógrafos se apostan,
como si fueran snipers, estratégicamente y yo le doy
al botón rojo de la grabadora, comienza el show. Presentan
el libro, a la izquierda, Amaya Elezcano, de Alfaguara y, a la derecha,
Juan Cruz, editor, locutor, escritor y mil cosas más. En
el centro, claro, Javier Marías. Amaya Elezcano, que según
me han soplado por ahí tiene desconsideraciones imperdonables,
dice que han pasado ocho años desde la última novela
de Javier Marías. Se olvida, según compruebo en la
documentación fotocopiada que me han dado, de otra novela
que se titula Negra espalda de tiempo, y así se lo
recuerda el autor más tarde. Cuenta poco o nada más,
pues en seguida le cede el turno a Juan Cruz. Éste, con una
voz que me suena haber oído alguna vez en la radio, mientras
busco la emisora del partido del Leganés, asegura que Tu
rostro mañana es "una novela inteligente y fresca
como un secreto. Un libro lleno de símbolos sobre el ser
humano contemporáneo: tiene cobardía, capacidad de
valentía, riesgo, y tiene, sobre todo, capacidad de hablar,
capacidad de contar, capacidad de callar". Añade que
"es una novela sobre el secreto y sobre el hablar, sobre la
delación". Los chivatos, ya saben. Debe de ser muy amigo
del autor, porque va y suelta que "ustedes tienen la fortuna
de empezarla a leerla ahora, yo he tenido la suerte de leerla, y
me ha parecido un monumento literario de primera magnitud. Lo digo
sabiendo lo que digo, desde el punto de vista de la literatura."
Además sostiene que la novela, pese a tener de momento un
solo tomo, se puede leer de forma autónoma. Se trata de un
logro, concluye. "Un logro como escritor y como persona".
Javier Marías coge su
turno, no sin antes darle una calada al cigarro al estilo de Bob
Mitchum, agradeciendo las palabras de Amaya Elezcano y Juan Cruz
y confesando, con cierta sonrisa irónica, que se siente la
misma persona que era antes de escribir el libro. Lo primero que
hace es disculparse una vez más por, hace cuatro años,
no haber dado entrevistas con motivo de Negra espalda de tiempo
y confirmar que, al ser ésta una novela con "motivos
menos extraños, menos autobiográficos también"
que la anterior, hará una promoción mucho más
normal. Tu rostro mañana, explica, "tiene un
narrador en primera persona y hay algunos préstamos del autor,
por ejemplo de lo que le sucede a mi padre durante la Guerra Civil".
Aprovecha para decir que, en la medida que ese narrador, "el
mismo que narró Todas las almas, aunque esta novela
en modo alguno sea una continuación de aquella", vuelve
a Inglaterra y entra a trabajar para un grupo especial que creó
durante la Segunda Guerra Mundial el MI6, el servicio secreto británico
para el exterior, debe aclarar algo. "Sobre la posibilidad
de que yo haya podido tener contacto con gente del MI6 o haya trabajado
para ellos", avisa, "tengo que decir que si así
hubiera sido no estaría autorizado para hablarlo". Sin
decir nada más, y asegurando con cierto misterio guasón
que no contestará ni una palabra sobre esos supuestos contactos
con el MI6, pide a los que allí estamos que nos lancemos
y comencemos a hacer preguntas. Yo, como hacía en mis años
del colegio y en mi año de mili, pongo la mirada a foco y
empiezo a pensar, por ejemplo, en alguna película de Sergio
Leone. Silencio en la sala.
Por suerte una chica que está
en la primera fila abre el turno y realiza una pregunta que en realidad
son varias y que más que preguntas son afirmaciones encadenadas.
Javier Marías contesta a la primera pregunta, sobre el tiempo
de la novela, "que es una novela que transcurre en la actualidad,
aunque hay visitas a la Guerra Civil española y a la Segunda
Guerra Mundial. Son visitas de retaguardia, y hay en algún
momento una cierta equiparación, que no se ha hecho mucho,
entre el Madrid asediado y el Londres bombardeado". Una de
las cosas de las que se cuenta en la novela es la delación,
justo después de la Guerra Civil, en el año treinta
y nueve, del padre del narrador (en un episodio que el autor saca
de la experiencia de su propio padre) por parte de un amigo íntimo:
"a eso hace referencia el título de la novela. El narrador,
en un momento, se plantea que cómo es posible que no conozcamos
tu rostro mañana, no seamos capaces de prever lo que va a
suceder. En cierto sentido ese es el tema principal del libro".
Pone como ejemplo todos esos amigos que alguna vez hemos tenido,
a veces desde la infancia, y que en un momento dado nos han traicionado,
como pasaba en aquella vieja canción de Los Ilegales. "Esa
cosa que tanto nos asombra cuando ocurre", dice, "luego,
retrospectivamente, empezamos a pensar en aquel mensaje que me envío
cuando pasó eso o cuando vi aquella cosa. Pero tampoco tenemos
mucha seguridad de que sea así cuando está pasando."
El grupo que sale en el libro de algún modo trata de descodificar
esas señales, quizá no siempre tan imperceptibles
como creemos, pero con el objetivo en su caso de descubrir quintacolumnistas
y espías en Inglaterra durante los días de la guerra.
Ese clima bélico llevó a que se pidiera a la gente
que se callara, que no nadie dijera nada: "En uno de los carteles
que se sacaron para advertir a la población decía
que nunca se sabe quién está escuchando". Sobre
ese grupo Javier Marías cuenta que no fue fácil encontrar
integrantes, no tanto por la facultad que sus miembros tienen, como
por la responsabilidad que ello supone: se trata de adivinar qué
hará cada persona a la que se analiza, de la que se interpreta
su vida: "eso, en un mundo que, como decía Yeats, está
lleno de quizás, de tal vez, plantea muchos problemas. Y
es que en la persona que amamos siempre hay algo que nos desagrada,
y en nuestro mayor enemigo hay algo que nos gusta". Lo que
pasa, continúa con la digresión, "es que solemos
saber mucho más de lo que debemos saber, pero odiamos en
el fondo el conocimiento. Odiamos las certidumbres".
La siguiente pregunta es si el
autor ha aplicado las técnicas de interpretación del
narrador. "Eso lo hacemos todos", contesta Javier Marías,
"y el conjunto de las personas tiende a creer, a ser crédulas.
Pero son muy pocas las que se atreven a llevarla a cabo. La mayoría
de la gente tiene una aversión a juzgar, sobre todo cuando
ese juzgar trae consecuencias". Otra pregunta, que, como es
habitual, son dos, es si lo que no decimos nos retrata aún
más que lo que decimos y si el padre del autor ha leído
la novela y en concreto esa parte que está basada en lo que
a él le ocurrió. A lo primero Javier Marías
responde que también hablar es importante, pues "es
lo único que, junto con las necesidades fisiológicas,
tiene todo el mundo. Las personas hablan, las más eruditas,
o las más analfabetas, hablan sin parar." De hecho los
hombres hablan tanto que él se pierde una vez más
por los vericuetos de las palabras y aprovecha para despotricar
contra un pájaro al que han nombrado santo, o algo así,
hace unos días. Sobre lo de su padre cuenta que está
con la vista mal y que incluso, para ver si así podía
leerlo, le fotocopió el libro a gran tamaño. "Cuando
termine la promoción", dijo, "y si no lo ha leído,
haré algunas cuantas sesiones de lectura. Con todo, la parte
que le concierne en su día se la leí. Puso un inconveniente,
pero no le hice caso, pues lo que cuento, que él ha contado
en sus memorias, yo lo hago de una forma novelesca. Por lo demás
no puso problema alguno y creo que le gustó". Otro periodista
pregunta sobre la sensación que le va a quedar al lector
tras leer este volumen y si va a tener que esperar mucho para resolver
la incertidumbre que ese final que en realidad no es un final le
pueda crear. Javier Marías subraya que, al ser una primera
parte, si no gusta siempre queda no comprar la segunda y eso que
se ahorra uno. Asimismo admite que sí, que puede haber algo
de frustración al no terminar el libro y dejarlo todo en
suspenso, pero que eso, que no es nada nuevo, lo ha hecho para que
no sea una descortesía sacar un mamotreto de mil páginas.
En un año, cree, tendrá la segunda parte. Amenaza
por un momento con que haya más volúmenes, pero parece
que es sólo una broma. El personal suspira aliviado y ríe.
La rueda de prensa llega a su
fin cuando todo el mundo, ya es la hora de comer, se levanta de
su silla casi al mismo tiempo, antes de que Javier Marías
haya terminado de contestar la última pregunta. Los periodistas
se abalanzan sobre Marías para hacerle más preguntas
o para que les firme el libro, los fotógrafos hace algo así
como tres millones de fotos más, y yo, mientras, aprovecho
para coger posiciones y hacerme fuerte junto a la mesa de las bebidas.
Al camarero no le hace mucha gracia que coja las copas de dos en
dos y que en cambio sólo le devuelva una. Tampoco que le
proponga que para la próxima tenga en cuenta que el vino
entra mucho mejor con unos torreznos y no con el fiambre de los
canapés. Así que cuando pido un poco de silencio y
propongo que todos los que estamos allí hagamos una porra
para el próximo partido de liga (que yo me propongo guardar
y administrar, por supuesto), no me resulta nada extraño
que un guarda jurado, dirigido hábilmente por Juan Cruz,
me pida con mucha educación, esto es, acariciando la porra
que le cuelga de su cinturón, que haga el favor de salir
cuanto antes. En la calle, y tras bajar esas escaleras casi infinitas,
que parecen sacadas de un musical de Busby Berkeley, echo un vistazo
al libro mientras me fumo un cigarro. Tiene muy buena pinta y me
alegro de que me lo hayan dado, aunque yo no lea ya libros y mucho
menos si son tan largos. Echo a andar hacia la Cuesta de Moyano,
pensando que, al fin y al cabo, la mañana no ha estado mal
del todo. Eso sí, pienso, a ver si para la presentación
de la segunda parte ponen unos calamares fritos y no esos canapés
tan tristes que parecen huérfanos de Dickens.
Presentación
a la prensa de Tu rostro mañana en el Círculo
de Bellas Artes
Miércoles 23 de octubre, 2002