Javier Marías

Vidas escritas

Siruela, 1992

primera edición: abril de 1992

ISBN: 84-7844-120-4

Javier Marías

Vidas escritas

Círculo de Lectores, 1996

ISBN: 84-226-6114-4

Javier Marías

Vidas escritas

Alfaguara, 2000

ISBN: 84-204-7865-2

Javier Marías

Vidas escritas

Punto de Lectura, febrero 2002

ISBN: 84-633-0377-4

[leer prólogos]

 

PASOS DE CAZADOR

 

Todas las historias conducen a la muerte, como todos los pasos de un cazador llevan a un animal caído. Javier Marías reconstruye la imagen de veinte autores en Vidas escritas, avanza por la selva de los días fijándose en pequeños sucesos, certificando la extrañeza de las últimas horas: Stevenson juega una partida de cartas en la isla de Samoa al atardecer, baja por una botella de borgoña a la bodega y de repente grita ¿Qué es eso?, justo antes de derrumbarse. O Laurence Sterne, en una noche londinense, que exclamó: "Ya ha llegado", y levantó la mano -dice Marías-, como para parar un golpe.

Sin embargo, toda reconstrucción está hecha a imagen y semejanza de su autor. Javier Marías ha utilizado su idea de Faulkner, Conrad o Joyce para escribir un libro acerca de sí mismo, para buscar el contenido de su propia mirada. Tras el clima aparentemente frío de su escritura se nota la pasión del lector sereno; se dibujan incluso los lugares donde conviven dos fieras antagónicas: la devoción por una obra y la antipatía por su autor. Encontramos así a Thomas Mann prisionero tras los barrotes de su hipocondría; o a Mishima, ridículo hasta en la hora de diseñarse una muerte de opereta.

En cualquier caso, un autor sólo puede contar su propia historia hablando de los demás, cuando la experiencia y la complicidad consiguen que todos ellos reunidos sean él mismo. Dispersión y unidad: Vidas escritas fragmenta la materia literaria de Marías enseñando todos sus rostros y vuelve a reunirla en el territorio estratégico del libro.

Todo ello, sin embargo, constituye un viaje más sentimental que intelectual, puesto que Vidas escritas es más un libro de memorias que un volumen de crítica literaria. Marías, siguiendo un proceso muy similar al de su última novela, Corazón tan blanco, habla de Lampedusa o Rilke como de antepasados: desconocidos que llevan nuestro apellido y han vivido en nuestras casas, enigmáticos materiales de nuestra vida.

Por eso Marías juega aparentemente a llevarse la contraria a sí mismo. "La posteridad cuenta siempre con la ventaja -dice- de disfrutar de las obras de los escritores sin el incordio de padecerlos a ellos". Sin embargo, más adelante confiesa que los libros pueden resultar más ajenos e incomprensibles cuando ignoramos la imagen de sus autores. La explicación está implícita en la última sección de Vidas escritas, "Artistas perfectos", una galería de personajes donde el autor de "Todas las almas" ofrece una selección de imágenes de sus autores presumiblemente preferidos, retrata los retratos y deja claro que lo que le preocupa en este caso es explorar su idea de cada uno de los escritores elegidos y ofrecer a continuación una imagen, más o menos parecida al original, de ellos. Tan original, al menos, como pueden llegar a serlo dos retratos de un mismo hombre, separados por la distancia de algunos años. Lo dice Marías al comparar dos fotografías de Gide: "Si se contempla cada retrato por separado, se estará en ambos casos ante un hombre misterioso. Si sé contemplan los dos al tiempo, nos encontramos con un enigma".

En Vidas escritas encontramos, sobre todo, un gran sentido del humor; un decidido placer por narrar las estampas más divertidas e inéditas de cada protagonista: Henry James descalificando eternamente a Flaubert por haberle este recibido en bata durante una visita a su domicilio parisino; Conan Doyle furioso con Sherlock Holmes y dispuesto a matarlo, pese a la oposición furibunda de su madre, al comprobar que todo el mundo consideraba que a quien él se parecía era al modesto Watson, en lugar de al heroico Holmes; Rilke asistiendo a una fiesta flamenca en la casa parisina de Zuloaga; o, en fin, Malcolm Lowry visitando a una misteriosa Djuna Barnes refugiada en su pequeño apartamento de Nueva York.

Vidas escritas es una autobiografía acerca de otros, un viaje alrededor del cuarto de Javier Marías: en las fotos enmarcadas de las paredes, el autor aparece disfrazado unas veces de William Faulkner y otras de Henry James.

 

por Benjamín Prado

Diario 16, suplemento Libros, 4 de junio de 1992

 

Los retratos de un narrador

Cuando aún resuenan los ecos favorables con que ha sido acogida Corazón tan blanco, su novela más reciente, Javier Marías nos ofrece un nuevo libro que, apartándose de lo que se viene a considerar ficción, no está sin embargo tan alejado de los postulados literarios que ha ido preconizando en el curso de su obra narrativa. Vidas escritas recoge una serle de artículos dedicados a escritores que aparecieron regularmente durante veinte entregas en la revista Claves de razón práctica más otro, titulado "Artistas perfectos", que fue publicado en un número de la revista El Paseante. Son todos ellos escritos que toman como pretexto aspectos de la vida de escritores que son tratados desde una óptica particular y en absoluto exhaustiva pero llena de elementos sugerentes para dar una visión del personaje en cuestión.

La relación de retratos literarios no obedece a ningún plan preconcebido ni pretende abarcar una época concreta, por lo que los autores elegidos ofrecen un marco que incluye a autores de los siglos XVIII, XIX y XX, y caracterizados por su pertenencia a literaturas extranjeras. La lista abarca, pues, desde Sterne y Madame du Deffand entre los más antiguos hasta Yukio Mishima o Vladimir Nabokov entre los desaparecidos más recientes, y el peso mayoritario del volumen lo ocupan los narradores, además de los citados: Faulkner, Conrad, Joyce, Lampedusa, James, Conan Doyle, Stevenson, Turgueniev, Mann, Dinesen, Lowry, Kipling, Djuna Barnes y Oscar Wilde, con la única inclusión de dos poetas: Rilke y Rimbaud.

Desde los retratos literarios de Saint-Beuve hasta las recuperaciones de un Patrick Mauries, Vidas escritas se inscribe en una tradición en la que, al azar, podríamos citar epígonos como los Eminentes victorianos, de Lytton Strachey, las divagaciones ensayísticas de un Mario Praz, la evocación gimferreriana de los Dietarios, o las escenas autobiográficas recogidas por Frederic Prokosch en su espléndido libro Voces, citado en la curiosa y erudita bibliografía que el autor adjunta al final del libro y sobre la que ya advierte que es de "difícil acceso". Pero tal vez de quien estaría más cercano el libro de Marías es de ese Patrick Mauries que hemos citado anteriormente, con sus Vies oubliées o de los libros del ilustrador francés Pierre Le-Tan tanto en solitario como en sus colaboraciones con Patrick Modiano.

Sin embargo, si atractivo es el libro por la cantidad de matices y detalles de cada uno de los personajes seleccionados, más lo es aún si consideramos el estilo con que ha sido trabajado cada uno de sus capítulos. En la escritura es donde, como decíamos al comienzo de este artículo, la concepción de cada una de las piezas, la "ornamentación" con que recubre cada uno de los retratos, entronca con el Marías autor de obras de ficción. Es aquí donde encontramos al mejor Marías, al narrador que construye esas escenas de la vida de los escritores como si de una obra de ficción se tratase, manteniendo la atención del lector por encima del mayor o menor conocimiento que de su vida se tenga y consiguiendo de este modo hacer llegar a un público amplio lo que, de otro modo, sólo tendría interés para especialistas. Para conseguir este efecto, Marías ha tenido muy clara la actitud de rehuir a la tentación hagiográfica, y ha basado la parcialidad de sus instantáneas en una distancia lograda a base de la combinación de "afecto y guasa" según afirma él mismo en el prólogo. Es, en definitiva, el recurso al humor, el uso de la ironía, lo que confiere a cada uno de los capítulos una entidad propia, que gana en intensidad de registros según cuál sea la estima que el autor tenga del personaje retratado.

Es evidente que en sus valoraciones, en las anécdotas reflejadas, en las asociaciones sugeridas, discurre la voz de un gran conocedor de aquello de lo que habla, que sabe implicarse en ellas amenamente -e incluso personalmente- y emitir, cuando conviene, opiniones contundentes sobre hechos o actitudes que le resultan chocantes. En este sentido, el propio Marías, que dice haber escrito desde el afecto sobre la mayoría de los personajes que aparecen en el libro, confiesa que no ha sido así en el caso de tres de los nombres seleccionados: Joyce, Mann y Mishima. La aclaración se hace innecesaria cuando uno observa el tono jocoso con que trata las "manías" de ese trío de escritores, y adquiere ribetes de hilaridad en el caso del autor japonés a quien dedica una pieza corrosiva y simpática en la que desmonta incluso las actitudes admirativas que hacia él sentía la mismísima Margueríte Yourcenar.

 

por Antoni Munné

El País, suplemento Babelia, 6 de junio de 1992

 

Biografías sintéticas

En una de las "biografías sintéticas" (así las tituló) que por los años 30 escribiera para El Hogar, Jorge Luis Borges describe a James Joyce como un hombre "muy alegre y muy conversador". Javier Marías, en cambio, comienza una de estas Vidas escritas asegurando que "la gente solía decir de James Joyce que parecía triste y cansado".

Probablemente fuera Joyce un hombre alegre y conversador que parecía triste y cansado. O fuera un hombre triste y cansado capaz de mostrarse alegre y conversador, lo mismo da. El lector interesado en escudriñar el dato en su exactitud tiene a su disposición el millar de apretadas páginas que suma la monumental biografía de Richard Ellman. En los textos de Borges y de Marías la supuesta veracidad de sus respectivas afirmaciones es convencionalmente parcial, y su estatuto es menos informativo respeto al personaje en cuestión que expresivo de la lectura que cada cual hace del mismo. De modo que lo relevante en uno y otro caso no es tanto el carácter risueñamente locuaz o fatigadamente deprimido de Joyce como la cordial admiración o la impaciente reserva que su obra provoca en Borges y en Marías. Su obra, no su vida.

Dice Marías a propósito de Lampedusa que "le interesaban mucho las vidas de los escritores convencido, como Saint-Beuve, de que en ellas o en sus anécdotas más secretas, se hallaban las claves de sus obras". El argumento aducido es aquí tan válido como su contrario. Y es este argumento contrario el que parece actuar en Marías, de quién diríase que es el interés por la obra de los escritores el que suscita la convicción de que en ellas, o en sus más secretos recovecos, se hallan las claves de sus vidas.

De ahí que la lectura de las "vidas" de Joyce o de Thomas Mann, por ejemplo, escritas por Marías, a diferencia de la mayor parte de las otras, con escaso afecto, según admite en su prólogo, corresponde la impresión de que no es mayor el afecto que siente por sus obras, pese a que, en el mismo prólogo, Marías haga constar que "la simpatía o la antipatía con que los personajes son tratados no se corresponde necesariamente con el aprecio o menos aprecio que pueda sentir hacia sus escritos".

Por lo demás, es rigurosamente cierto (y en ello actúa Marías muy distintamente de Borges) que, conforme sigue advirtiendo el autor, "lo que se cuenta en este libro son vidas o retazos de vidas estrictamente: rara es la vez que se emite algún juicio sobre las obras". Algo que abunda en la certeza de que las obras mismas han despertado en Marías un interés que va más allá de ellas mismas y que deviene curiosidad moral, a ratos casi morbo fisionómico, como se deja ver en el breve álbum comentado con que se cierra el volumen, tan cuidadosamente ilustrado.

En el raro y delicado género de la semblanza subjetiva al que pertenecen estas Vidas escritas todo el arte reside en la selección de los materiales, en su montura y en sus engastes, en la personal síntesis que el autor hace del personaje (del que se ofrece a la vez una estampa sintetizada y sintética). En esta tesitura, es obligada la proscripción de todo énfasis, pero esto es algo a lo que la prosa de Marías, educada en la sutil tonalidad de la ironía, se halla excelentemente predispuesta. Ocurre así que, ofreciéndose como pacíficos resúmenes de datos comúnmente disponibles, las más logradas de estas piezas descubren en el escritor correspondiente un recorrido inédito.

De los 20 autores evocados muchos merecen, en verdad, el calificativo de "calamitosos" que Marías hace extensivo a todos ellos. Pero es fácil darse cuenta, y merece ser destacado, que los perfiles mejor logrados se corresponden a aquellos escritores en los que la calamidad aparece más discretamente. Y así, en esta insólita galería de vidas imaginariamente reales, las de Henry James, madame Du Deffand o Lawrence Sterne destacan sobre las de Malcolm Lowry, Arthurd Rimbaud o Yukio Mishima.

 

por Ignacio Echevarría

Cambio 16, 6 de julio de 1992.