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CRONOLOGÍA
Isak Dinesen, seudónimo literario de Karen Christentze Dinesen, nació el 17 de abril de 1885, en Rungstedlund, la finca familiar cercana a la localidad de Rungsted, Dinamarca. Era la segunda de los cinco hijos (tres chicas y dos chicos) del matrimonio formado por Wilhelm Dinesen e Ingeborg Westenholz. El padre había sido militar y participado en varias guerras europeas; después viajó a América y vivió unos años entre los indios de Wisconsin. Finalmente se había establecido como terrateniente en Dinamarca, donde llegó a ser diputado y escribió varios libros. En 1895 se suicidó. Influida por el cristianismo burgués, la madre decidió que sus hijas no fueran al colegio, por lo que tuvieron una institutriz de la que recibieron una educación poco práctica pero de un elevado nivel lingüístico y cultural. Desde pequeña Tanne, como se la conocía familiarmente, escribe y dibuja. En 1902 inició sus estudios de dibujo en Copenhague que se alargaron diez años. 1907: debutó como escritora con el seudónimo de Osceola, con el cuento Los eremitas en la revista literaria danesa Tilskueren. Más tarde publicó El labrador y La familia Cats. 1912: se prometió al barón Bror Blixen-Finecke, su primo segundo y hermano gemelo de su antiguo y no correspondido amor Hans. El 14 de enero de 1914 Karen y Bror se casaron en Mombasa, con lo que ella se convirtió en baronesa, y se instalaron en las afueras de Nairobi (África oriental británica) en la finca MBagathi, comprada con dinero de la familia materna de Isak Dinesen. A los pocos meses su marido le contagió la sífilis y regresó a Dinamarca en 1915, para someterse a tratamiento. En su país natal escribió el poema Ex Africa. En noviembre de 1916 regresó a África donde la sociedad familiar "Karen Cofee Co" había comprado una finca más grande cerca de la anterior, y en la que el barón se mostró igual de incompetente en su administración. El 5 de abril de 1918 Isak Dinesen conoció al piloto militar inglés Denys Finch Hatton. 1919: la escritora volvió a Dinamarca y se quedó un año. En 1920 regresó a África con su hermano Thomas, el cual examinó el estado financiero de la finca. En 1921 Isak Dinesen sustituyó a su marido en la gerencia de la plantación, y la pareja acabó separándose en contra de los deseos de ella. 1924: terminó el ensayo El matrimonio y otras reflexiones. 1925: Tras el divorcio, volvió a Europa. Publicación en Tilskueren del poema Ex Africa. 1926: regresó a África y continuó su insegura relación con Denys Finch-Hatton. Se publica su comedia de marionetas La venganza de la verdad en la revista Tilskueren. Comienza sus cuentos góticos con Carnaval El 14 de mayo de 1931 Finch Hatton murió al estrellarse en Kenia su avioneta. Isak Dinesen estaba liquidando su empresa familiar y el 19 de agosto abandonó definitivamente África. Completamente arruinada se fue a vivir con su madre en Rungstedlund, donde termina su libro de narraciones Nueve cuentos. En 1933, después de varios intentos, consiguió publicarlos en Norteamérica con el título de Siete cuentos góticos (elimina dos narraciones), y bajo el seudónimo de Isak Dinesen; fue elegido el libro del mes en Estados Unidos. Se publicó también en Inglaterra con gran éxito y en 1935 en Dinamarca, traducido por la propia Isak Dinesen. 1937: se publican los manuscritos en inglés y en danés de Memorias de África, que vuelve a ser libro del mes en Estados Unidos. En 1938 se publica Las cariátides, uno de los cuentos góticos excluidos, en la revista sueca Bonniers Litterära Magazín. 1939: muere la madre e Isak Dinesen hereda Rungstedlund. 1942: Cuentos de invierno se publica en Estados Unidos (donde vuelve a ser "libro del mes"), Inglaterra y Dinamarca. 1943: recluida en Dinamarca a causa de la Segunda Guerra Mundial, escribió la novela histórica policíaca Vengadoras angelicales, en danés, y que publicará en 1944 bajo el seudónimo de Pierre Andrézel. En 1946 se publicará la versión inglesa. Este año sufre una delicada operación de la espina dorsal para atajar los fuertes dolores que sufría. Reúne en Rungstedlund a un círculo de jóvenes amigos e intelectuales, y mantiene numerosos contactos con el extranjero. 1950: con motivo de unas charlas que daba en la radio danesa se hace muy popular en su país. Comienza su colaboración con la revista norteamericana Ladies Home Journal, con El festín de Babette y algunas Anécdotas del destino. 1955: sufre dos operaciones: de estómago y de la espina dorsal, y su salud queda quebrantada; no pesa más de 35 kilos. 1957: no se le concede el Premio Nobel como se esperaba, pero es nombrada miembro de la Academia norteamericana. Se publican las versiones inglesa y danesa de Últimos cuentos. 1958: crea la Fundación Rungstedlund que abarca el edificio y la finca que se utiliza como reserva para aves, que se ocupará de los derechos de sus obras. Se publica Anécdotas del destino. A primeros de 1959 realizó un viaje de más de tres meses por Estados Unidos donde llegó a sufrir un colapso. 1960: se publica Sombras en la hierba y colabora en la fundación de la Academia Danesa. El 7 de septiembre de 1962 muere en su casa de Rungstedlund y es enterrada a los pies de la colina de Ewald. Tenía 77 años. En 1963 se publica su narración póstuma Ehrengard.
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ISAK DINESEN EN LA VEJEZ La imagen verdadera de Isak Dinesen fue durante mucho tiempo la de una anciana espectral, elegante y teñida de enigma, hasta que el cine la suplantó, con excesivo romanticismo y algo de ñoñería, por la de una sufrida y colonial aristócrata. No es que la Baronesa Blixen no fuera romántica y aristocratizante, pero es más justo decir que jugaba a serlo, al menos desde que fue Isak Dinesen, esto es, desde que empezó a publicar, con ese y otros nombres, y regresó a Dinamarca tras sus largos y fracasados años en África. "En verdad llevamos máscaras según vamos envejeciendo, las máscaras de nuestra edad, y los jóvenes creen que somos como parecemos, lo cual no es el caso." Cuando en 1959 visitó por primera vez América, el país en el que sus libros habían tenido más éxito y consideración, su figura llegó precedida de rumores y misterios inacabables: ella es en realidad un hombre, él es en realidad una mujer, Isak Dinesen son dos, hermano y hermana, Isak Dinesen vivió en Boston en 1870, ella es en realidad parisina, él vive en Elsinore, ella pasa la mayor parte del tiempo en Londres, ella es una monja, él es muy hospitalario y recibe a jóvenes escritores, es difícil verla y vive como una reclusa, ella escribe en francés; no, en inglés; no, en danés; no, en... Cuando por fin se la vio, en las numerosas fiestas a que fue invitada y en las sesiones públicas y multitudinarias en las que relataba sus cuentos de viva voz sin ayudarse ni de un guión, se supo que era una anciana frágil y extravagante, llena de arrugas y con brazos como cerillas, vestida de negro, con turbantes en la cabeza, diamantes en las orejas y grandes cantidades de khôl alrededor de los ojos. Sin embargo, la leyenda continuó, aunque por cauces más concretos: según los americanos, sólo se alimentaba de ostras y champagne, lo cual no era exacto, pues también admitía de vez en cuando gambas, espárragos, uvas y té. Cuando Isak Dinesen expresó su deseo de conocer a Marilyn Monroe, la novelista Carson McCullers pudo arreglar un encuentro, y, en un famoso almuerzo, las tres mujeres mencionadas compartieron la mesa con Arthur Miller, el marido por antonomasia, quien, sorprendido por las costumbres de la Baronesa, le preguntó qué médico le había impuesto semejante régimen de ostras y champagne. Cuentan que la mirada de desprecio de Isak Dinesen no se había visto nunca en aquel país: "¿Médico?", dijo. "Los médicos están horrorizados, pero a mí me encanta el champagne y me encantan las ostras y me sientan bien." Miller aún se atrevió a decir algo sobre las proteínas, y al parecer la nueva mirada de desprecio es seguro que no volverá a verse en suelo americano: "No sé nada de eso", fue la respuesta, "pero soy vieja y como lo que quiero". Con Marilyn Monroe la Baronesa se llevó mucho mejor. Lo cierto es que Isak Dinesen vivía normalmente en Rungstedlund, la casa de su infancia danesa, y llevaba una vida muy sedentaria debido a sus múltiples males, entre los cuales nunca olvidaba el más antiguo y el que nada tenía que ver con la edad, la sífilis, que había contraído al año de su matrimonio con el Barón Bror Blixen, de quien se había divorciado en su día no sin grandes vacilaciones. Este marido era el hermano gemelo del hombre que ella había amado en su primera juventud, y quizá los vínculos por persona interpuesta sean los más difíciles de desatar. Por causa de la sífilis hubo de renunciar a su vida sexual desde muy temprano, y al ver que para aquello no había posible ayuda de Dios, y considerando lo terrible que resultaba para una mujer joven verse privada del "derecho al amor", Isak Dinesen le prometió el alma al Diablo, y éste le prometió a cambio que cuanto ella experimentara a partir de entonces se convertiría en una historia. Eso fue al menos lo que le contó a un no-amante al que doblaba en edad y triplicaba en inteligencia, el poeta danés Thorkild Bjornvig, con quien hizo un extraño pacto cuando ella tenía ya sesenta y cuatro años y a quien dominó y sometió de manera absoluta durante cuatro. A este no-amante le gustaba asustarlo con sus cambios bruscos, con sus calculados actos sorprendentes, con sus hechizos y sus opiniones desconcertantes pero siempre convincentes. En una ocasión lo asustó explicándole la índole de su ser: "Tú eres mejor que yo, ese es el problema", le dijo. "La diferencia entre tú y yo es que tú posees un alma inmortal y yo no la tengo. Así sucede con las sirenas o las hadas del agua, tampoco ellas la tienen. Viven más tiempo que los que poseen un alma inmortal, pero cuando mueren desaparecen completamente y sin dejar ningún rastro. Pero ¿quién puede entretener y agradar y extasiar a la gente mejor que el hada acuática cuando está presente, cuando juega y hechiza y hace a la gente bailar más enloquecidamente y amar más ardientemente de lo que nunca es posible? Pero mira, ella desaparecerá, y sólo deja tras de sí una línea de agua en el suelo." Cuando este poeta {al que ella instaba a dejar de lado a su mujer y su hijo para pasar largas temporadas "creando" en su casa de Rungstedlund) no se mostraba a la altura adecuada (y eso solía ser casi siempre), la Baronesa se indignaba y lo maltrataba, como asimismo hacía cuando él se atrevía a poner reparos a alguno de sus escritos. Pero Isak Dinesen no era nunca constante, y tras una descomunal reyerta era capaz de comportarse encantadoramente al siguiente encuentro, como si nada hubiera pasado, o aun de felicitar al no-amante por su sentido crítico insobornable. Eran muy propias de ella estas transformaciones, y el poeta Bjornvig ha contado cómo una noche, por razones que a él mismo se le escaparon, Isak Dinesen montó en cólera y se convirtió en una furia gesticulante y decrépita, encogida por la ira, que lo dejó hundido y paralizado. Al rato, cuando el poeta ya se había acostado, la Baronesa se deslizó en su cuarto y se sentó al borde de su cama: pero ahora él la vio radiante, metamorfoseada, con la belleza de una joven de diecisiete años. Bien es verdad que el propio Bjornvig confesó que, de no haber asistido a la transformación, no la habría creído posible. La Baronesa, con todo, proporcionaba también, a su no-amante y a sus amigos, maravillosos ratos de placer y embeleso y trance. En una ocasión, y en medio de una velada dichosa, se levantó y salió de la habitación. Regresó al poco con un revólver, lo alzó y apuntó con él al poeta durante largo rato. Éste no se inmutó, según sus propias palabras, porque en aquel estado de felicidad la muerte no habría importado. Quizá no esté de más añadir que el poeta Bjornvig no logró publicar nada durante los cuatro años de su arrebato. Isak Dinesen decía no tener muy buena vista, pero era capaz de distinguir tréboles de cuatro hojas por el campo a una distancia inconcebible, y de ver la luna nueva cuando ésta era aún invisible. Cuando la descubría, tenía por costumbre saludarla con tres reverencias, y aseguraba que había que discernirla sin cristal de por medio, pues eso traía mala suerte. Tocaba el piano y la flauta, preferentemente Schubert con el primero y Haendel con la segunda, y al atardecer rememoraba con frecuencia poemas de Heine, su favorito, y a veces de Goethe, a quien detestaba pero recitaba. A Dostoyevski lo aborrecía, aunque lo admiraba, y era incondicional de Shakespeare. De Heine citaba a menudo estos versos: "Quisiste ser feliz, infinitamente feliz o infinitamente desdichado, corazón orgulloso, y ahora eres desdichado". Sus ojos rodeados de khôl estaban llenos de secretos, según cuantos los miraron: nunca parpadeaban ni se apartaban de lo que estuvieran mirando. El padre de Isak Dinesen se había suicidado cuando ella tenía diez años, y ella había contado cuentos desde la infancia. Su hermana menor le imploraba a veces al acostarse con sueño: "¡Oh, Tania, esta noche no!" En su vejez, en cambio, sus anfitriones o sus invitados le rogaban que contara alguna historia. Ella se prestaba a veces, como quien hace un regalo. Todos los jueves cenaba con un niño al que había comprado un traje apropiado para la ocasión: era el hijo de su cocinera, a quien una noche había sorprendido escondido, acechante, espiándola mientras ella cenaba a solas. Gustaba de provocar, pero suave e irónicamente, como cuando ponía objeciones a la democracia absoluta, temiendo por la suerte de las élites: "Ya saben, debería haber siempre unos pocos versados en los clásicos". Decía gobernarse en su vida por las reglas de la tragedia clásica, y según ellas habría educado a los hijos que nunca tuvo. Al final pasaba varios meses al año en una clínica, y el resto, como siempre, en Rungstedlund, donde murió quedamente, tras haber escuchado a Brahms durante la tarde, el 7 de septiembre de 1962. Fumó sin parar hasta el fin de sus días, que dejó a la edad de setenta y siete años, y fue enterrada al pie de un haya que ella misma había escogido, junto a la costa de Rungsted. Según Lawrence Durrell, habría lanzado una mirada amable e irónica a quien se hubiera atrevido a llorar su muerte. "En realidad tengo tres mil años y he cenado con Sócrates." Isak Dinesen hizo suyas estas palabras: "En el arte no hay misterio. Haz las cosas que puedas ver, ellas te mostrarán las que no puedes ver". Javier Marías (Claves de la razón práctica, núm. 4, julio de 1990. Recogido en Javier Marías, Vidas escritas, Siruela, Madrid, 1992, y Círculo de Lectores, Barcelona, 1996. Reeditado por Alfaguara, Madrid, 2000, y Suma de Letras, Madrid, 2002). |
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LAS BROMAS DIVINAS Los cuentos de Isak Dinesen constituyen uno de los conjuntos más originales de la literatura del siglo xx. En un siglo obsesionado justamente por el afán de innovación, la suya es, sin embargo, una originalidad no buscada, quizá ni siquiera deseada, más el resultado de los escritos de los demás autores de su tiempo que de los suyos propios. La forma narrativa dominante de este siglo (casi la forma literaria) ha sido sin lugar a dudas la novela, ese género que, por no haber existido "siempre", se ha intentado que dejara de existir repetidamente, "en cualquier momento". Pero, lejos de desaparecer, lo que la novela ha ido haciendo en las últimas ocho o nueve décadas ha sido apropiarse de casi todo, invadir y anexionar territorios que en otros siglos le estaban prohibidos y de los que se diferenciaba con claridad. Si se piensa que tan "novela es el Quijote como Alicia en el País de las Maravillas, En busca del tiempo perdido, Lolita o Trastorno de Bernhard, por poner unos cuantos ejemplos no demasiado contradictorios, se comprueba cómo el género se caracteriza principalmente por su falta de características propias o, dicho de otro modo, por las debilísimas semejanzas entre las obras que se califican de novela. Lo cierto es que esa indefinición, esa condición camaleónica, ha resultado ser el antídoto para cuantas enfermedades se le han diagnosticado. Uno de los territorios que la novela invadió con mayor facilidad y rapidez fue el del cuento. La propia Isak Dinesen estableció de manera sencilla la diferencia existente, en principio, entre un cuento y una novela: "Uno puede CONTAR Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero no podría CONTAR Anna Karenina". Hay que tener en cuenta que cuando Isak Dinesen empleaba ese verbo, contar (to tell), se estaba refiriendo de manera exclusiva a la actividad de contar oralmente, de narrar de viva voz. Como quizá es sabido por muchos desde hace algunos años, la Baronesa Blixen se inició como conteuse de ese modo, teniendo como oyentes primero a niños de su país natal, Dinamarca, luego a los trabajadores negros de su plantación de café en el África Oriental y a sus amigos y amante británicos del mismo lugar. Nunca abandonó del todo esa práctica, y en sus últimos años reservaba sus escasas fuerzas y su inventiva para algunas reuniones sociales de Nueva York u otros sitios en las que ella se prestaba, como quien hace un regalo, a relatar alguna historia aún no publicada. En más de una ocasión afirmó que su libro favorito era Las mil y una noches, y en alguna explicó cómo su método principal de trabajo era la repetición y la reinvención, cómo se contaba una y otra vez las historias hasta ser capaz de "contarlas bien". El cuento ha sido invadido por la novela hasta el punto de que la mayor parte de los relatos que hoy escriben los escritores parecen, más que nada, embriones o fragmentos de novelas, con técnicas contaminadas por el género voraz y sin ninguna necesidad de que el relato, a su término, imponga el "silencio" que forma parte de la propia historia contada. Raymond Carver, el más apreciado cuentista de los últimos tiempos, nunca escribió novela, pero sus magníficos relatos son esencialmente novelísticos, y justamente la sensación que tiene el lector de que hay un antes y un después de lo relatado le aproxima, por una parte, a la pintura, y, por otra, a los diferentes episodios de que suele constar el género novela. O digamos, si se quiere, que sus cuentos no pueden "contarse" más que de la manera en que son contados y que, privados del ritmo y el estilo o dicción del autor, se quedan en nada, en material "incontable" en la medida en que no es repetible. De ahí, probablemente, que la ingente mayoría de sus imitadores y seguidores -y, por extensión, de los escritores que hoy en día escriben cuentos- vayan de fracaso en fracaso y de ridiculez en ridiculez, al faltarles el ritmo y el estilo o dicción de Carver y creer, sin embargo, que es "contable" la existencia de un huevo frito o la espera del autobús, cosas que en cambio sí son "novelables", por seguir con la distinción. Pues bien, en medio de ese relato del siglo XX (del que alguien como Carver no es sino culminación o depuración, en él no hay nada de precursor), en medio de ese relato contagiado de novela y convertido en poco menos que prolongación o estrambote o incluso ensayo de ésta, los cuentos de Isak Dinesen, aparecidos entre 1934 (Seven Gothic Tales) y 1963 (el ya póstumo Ehrengard, al que luego se añadieron los volúmenes Carnival, Daguerreotypes y On Modern Marriage, los dos últimos sólo de ensayos), resultan de una asombrosa originalidad no sólo porque son deliberadamente "contables", repetibles, transmisibles, sino porque intentan mantenerse en la tradición inmemorial del cuento anterior a esa contaminación, la de Las mil y una noches, por continuar con su preferencia. Isak Dinesen fue acusada por ello numerosas veces de "decadente", y también porque la mayoría de sus cuentos transcurrían en siglos pasados y tenían como personajes a divas de ópera, cardenales, muchachas guerreras y virginales, bandoleros, reyes, pintores, gitanas, poetas y nobles góticos, toda una galería artificial y bien alejada de cualquier realismo. Es interesante ver en qué consistía la sobria y firme defensa de la Baronesa, nada dada a teorizaciones pero llena de seguridad: "Los decadentes son quienes confunden los géneros y recargan sus narraciones de mensajes, reivindicaciones sociales y filosofía. Yo soy una cuentista y nada más que una cuentista. Es la historia misma lo que me interesa, y la manera de contarla". O bien: "Con el pasado... me encuentro ante un mundo terminado, acabado en todos sus elementos, y por tanto puedo recomponerlo más fácilmente de acuerdo con mi fantasía. Aquí no hay para mí tentación de caer en el realismo, ni para mi lector de buscarlo". O bien: los relatos daneses "han de considerarse más como las fantasías de una emigrante danesa que como un intento de describir la realidad". Según señaló el crítico Robert Langbaum ( The Gayety of Vision, 1964), el tono de disculpa no debe engañarnos: Isak Dinesen consideraba su Dinamarca imaginada más real que la Dinamarca de la observación corriente. De lo que no cabe duda es de que, si no decadente, Isak Dinesen sí era una escritora anacrónica respecto a su época, y no creo que ella tuviera nada en contra de este adjetivo en la medida en que se lo podría quizá asimilar a "acrónico" o intemporal. Pero nada sería tan estúpido como relacionarlo en su caso con otros que suelen acompañarlo, tales como "trasnochado", "arcaico", "irreal" o incluso "fantástico". Porque lo que a Isak Dinesen le interesaba de veras era, en un sentido, lo más invariable y real de cuanto existe, a saber: el destino, entendiendo esa palabra no como "un Dios sin rostro ante el que los hombres deben doblegarse con temor y temblor", sino como "el juego entre el ser de un hombre y su entorno". Dicho de otro modo, el destino en tanto que historia (e historia "contable"), en tanto que elemento configurador de una persona en un entorno determinado, a la manera shakespeariana. "Tú mismo te has forjado tu ventura", dijo Cervantes, en realidad tan próximo a Isak Dinesen pese a haber sido el fundador de la tradición novelesca en la que la Baronesa jamás se inscribió, ni siquiera con su única novela, The Angelic Avengers, de 1947. En los cuentos de Isak Dinesen cada personaje se forja también su ventura, pero dentro de lo que ella llamaba "la línea del cuento", es decir, "allí donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia". Y añadía: "Allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío". Esta idea de la lealtad o traición a la historia, expresada en el extraordinario relato de este volumen titulado "La página en blanco", es lo que nos permite ver el desarrollo natural de la historia como destino y entender por qué a la baronesa le interesaba sobre todo "la historia misma, y la manera de contarla". Una vez que ese destino se ve cumplido, una vez que como ella dijo, se produce el "silencio" de la "página en blanco", esto es, de la página que no se escribe y que sigue siempre a la última escrita, tanto el lector como a veces los propios personajes de sus cuentos suelen sonreír o están a punto de hacerlo, no porque el destino en cuestión sea un destino feliz o amable sino porque tanto uno como otros comprenden que ese destino no es otra cosa que el cumplimiento debido de la historia que se ha contado: ven que la historia tenía que ser así, y eso los lleva a aceptarla como se aceptan los hechos cuando son innegables o irrefutables. Esto no quiere decir jamás que las historias de Isak Dinesen estén concebidas desde el principio para causar un efecto final, que estén calculadas o "teledirigidas", pese a que ella confesó conocer el desarrollo entero antes de escribir la primera palabra, llevarlas largo tiempo dentro de sí antes de escribirlas, o, como se dijo antes, contárselas una y otra vez hasta ser capaz de "contarlas bien". El efecto que produce su lectura es justamente el contrario, a veces parecen casi resultado de la improvisación, con vueltas y meandros, sesgos y bifurcaciones que, más que a un designio artístico, dan la impresión de responder a la casualidad, al estado de las cosas, al curso "natural" de los acontecimientos, a la imposibilidad de controlar las situaciones y de encauzar las trayectorias personales, a la imposibilidad de quebrantar la "lealtad" de la historia para consigo misma. Por ello, y a pesar de esa sensación, siempre algo risueña, de que las cosas tenían que ser así, pocos cuentos hay menos previsibles y convencionales que los de la Baronesa Blixen, quien además estaba plenamente convencida del carácter diamantino y la cabalidad de sus historias: "La gente anda siempre preguntándome cuál es el significado de esto o aquello en los cuentos. "¿Qué simboliza esto? ¿Qué representa aquello?" Y siempre me cuesta hacerles creer que lo que quiero decir es lo que se dice. Sería terrible que la explicación de la obra estuviera fuera de la misma obra". O bien: "Mala cosa sería que pudiera explicar el cuento mejor que con lo que he dicho ya en el cuento. Como no me canso nunca de señalar, la historia debería serlo todo". Uno de los lemas de Isak Dinesen (junto con Navigare en su juventud y Je responderay) fue God Loves a joke (A Dios le gustan las bromas), y muchos de sus relatos se resuelven con una especie de broma aparentemente indeliberada que por eso parece divina, una especie de ironía inevitable que el propio cuento, la propia historia, parece exigir desde su interior. Este volumen de Last Tales o Últimos cuentos, de 1957,* se abre con los llamados "Cuentos de "Albondocani"", siete historias que formaban parte de un proyecto inconcluso, un libro de dos mil páginas según el modelo de Las mil y una noches, que Isak Dinesen pensaba terminar justo antes de morir ("pero sólo inmediatamente antes", decía) y que por supuesto no acabó. Resulta imposible imaginar cuál habría sido el plan general de la obra y los complicados vínculos entre las diferentes partes, pero es muy significativo que en los relatos existentes aparezcan con rara frecuencia ideas y consideraciones acerca del arte de contar historias, las más de las veces puestas en boca de los personajes. Así, en "El primer cuento del Cardenal", éste dice en un momento dado a su interlocutora: "Señora, os he contado una historia. Historias se vienen contando desde que existe el habla, y sin historias la raza humana habría perecido, como habría perecido sin agua. Es posible ver a los personajes de una historia verdadera, claros y luminosos y situados en un plano superior, y al propio tiempo que no parezcan humanos, e incluso inspiren un cierto temor. Todo esto está en el orden de las cosas. Pero hoy día, señora, veo aparecer en el mundo un nuevo arte de la narración, un nuevo género literario. Es más, ya está entre nosotros, y se ha granjeado el favor de los lectores de nuestro tiempo. Y este nuevo arte literario, por mor de los protagonistas de la historia y para mantenerlos cercanos a los otros y que no nos causen temor, está dispuesto sacrificar la propia historia". Isak Dinesen, a través de su Cardenal, veía la novela como un género en el que la historia propiamente dicha "se adelgaza y pierde entidad", y por tanto como algo de rango inferior o, cuando menos, de muy distinto carácter que el cuento, como una concesión a la debilidad de los hombres que ella, en pleno siglo de la invasora novela, no estaba sin embargo dispuesta a hacer. Un poco más adelante el Cardenal añade: "No me entendáis mal, la literatura de que hablamos, la literatura del individuo, si así podemos llamarla, es un arte noble, un producto humano grande, honesto y ambicioso. Pero es un producto humano. El arte divino es la historia. En el principio era la historia. Al final tendremos el privilegio de verla y contemplar el desarrollo; y a esto lo llamamos el Día del Juicio". A relación existente para Isak Dinesen entre la divinidad y el hacedor de historias no es que sea estrecha, no que ambos llevan a cabo una misma y única tara, tan delicada y trascendental que las vicisitudes de los personajes no pueden dejarse al albur (al capricho o a la indecisión propias del novelista), "han de ser tan justas y reales" como si de ellas depende a su vez, en efecto, la justicia de ese Juicio Final. La prueba de que Isak Dinesen se tomaba muy en serio esta tarea son sus propios relatos, sobre todo algunos en los que vemos cómo la mayor condena posible es la que reciben aquellos personajes que, dentro del cuento, intentan hacer lo que nunca debe hacer el cuentista, intentan formar, forjar, montar una historia con los elementos de la vida y manipular a sus semejantes, intentan forzar los hechos de la vida y las conductas de los hombres de tal manera que compongan una historia artística. O, dicho de otro modo, intentan que la vida se comporte como el arte y se transforme por ello en arte. Uno de estos cuentos, "Ecos", se encuentra en el presente volumen, y en él, como en "La historia inmortal" de Anecdotes of Destiny, 1958, y "El poeta", de Seven Gothic Tales, 1934, se nos muestra como el mayor "pecado" el intento por parte de alguien de manejar o dirigir a los otros para configurar con ellos un hermosa historia o para lograr que las cosas sean de una manera determinada, preconcebida, por ejemplo una repetición de lo ya sucedido o algo deseado, imaginado. Hacer arte de la vida es posible ("toda las penas pueden soportarse si se meten en una historia o se cuenta una historia acerca de ellas", dijo la Baronesa), pero no es posible hacer vida a partir del arte. Al final de ese relato, "Ecos", el personaje principal, la cantante Pellegrina Leoni, dice: "Uno puede tomarse con Dios muchas libertades que no puede tomarse con los hombres. Uno puede permitirse con Él muchas cosas que no puede permitirse con los hombres. Y, como Él es Dios, con ello incluso Le honramos". El territorio del cuento (el de la ficción si se quiere, por extensión) es el territorio de Dios, donde son posibles muchas cosas que serían condenables en el de los hombres; el cuentista ha de ser una divinidad imparcial, comprensiva y justa ("¿es que la piedad por los humanos ha de sorberme siempre la médula de los huesos?"), pero nadie, ni siquiera sus personajes, puede usurparle su cometido. En el relato "Cuentos de dos viejos caballeros" aparece una curiosa idea acerca de esa divinidad que quizá ayude a completar la imagen que tenía Isak Dinesen del hacedor de cuentos: "Los seres humanos sufrimos mucho. Conocemos muchas horas oscuras, de duda, temor y desesperación, porque no podemos conciliar nuestra idea de la divinidad con lo que vemos en el universo que nos rodea. Yo mismo, cuando era joven, reflexioné mucho sobre este problema. Más tarde llegué a la convicción de que entenderíamos la naturaleza y las leyes del universo con más claridad y profundidad si aceptásemos desde un principio que su creador y mantenedor es un ser de sexo femenino". Para Isak Dinesen era muy importante esta distinción: "La mujer no cesa de asombrarse ante la insistencia de los hombres en hacer preguntas, porque sabe bien que no obtendrán jamás una respuesta que no sea la que obtuvo el rey Alejandro Magno de la sibila de Babilonia". O bien, como podemos leer en otro de los relatos de este volumen, "Un cuento rural": "Las mujeres tienen otra clase de felicidad, y otra clase de verdad". Y en una ocasión la propia Baronesa Blixen dijo de viva voz y con gran ironía: "Nosotras, las mujeres, no somos lo bastante inteligentes para ser escépticas. Así que vivimos, y más intensamente que los hombres, creo yo; tenemos una especie de sentimiento de triunfo simplemente porque existimos". Los cuentos de Isak Dinesen son la manifestación de esa divinidad intemporal que ella imaginaba y veía en sí misma, o, mejor dicho, actuar a través de ella: de esa divinidad piadosa y no escéptica y que no hace preguntas, a la que basta su propia existencia para que todo discurra y fluya con justicia y con "lealtad", de modo que quien al final hable y juzgue sea sólo la voz del "silencio", o lo que es lo mismo, la página en blanco, allí donde puede leerse el cuento "más profundo, dulce, alegre y cruel". * Traducción de Alejandro Vilafranca del Castillo.
Javier Marías (Prólogo a Isak Dinesen, Últimos cuentos, Debate, Madrid, 1990. Recogido en Javier Marías, Literatura y fantasma, Siruela, Madrid, 1993 y Alfaguara, Madrid, 2001). |
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