LA ZONA FANTASMA. 6 de febrero de 2005. La atracción anacrónica
Fui con una amiga a ver la exposición El retrato español, del Museo del Prado, y durante el recorrido me preguntó: " ¿No te ha pasado nunca sentirte fuertemente atraído por el personaje de algún cuadro, y darte cuenta al instante, con perplejidad y fastidio, de que esa persona lleva siglos muerta y jamás vas a encontrártela? Y sin embargo está ahí y su atracción persiste. ¿Qué hace uno con eso?" Luego me confesó que a ella le había ocurrido una vez, al ver reproducido un retrato de Isaac Newton joven. Más tarde, al hablarlo los dos con otra amiga, ésta dijo haber sentido ese tirón hacia un caballero joven que pintó Tiziano, de larga melena negra y mirada intensa, vuelta la cara. No pude aportar mucho: a mí no me había sucedido algo semejante ante una pintura, si bien no dejaba de admirar la belleza elegante y fría de Lady Helen Vincent, a quien John Singer Sargent retrató hacia 1905. Si no me confundo, esa Lady Helen había sido actriz antes de su matrimonio, y, acostumbrada ya a la admiración de su rostro, había dado permiso a una galería para exponer dicho retrato en el escaparate, de cara al público, algo insólito en la época. Y en cambio hube de confesar que en un par de ocasiones había visto en la prensa fotos de mujeres con tal magnetismo que había acabado por recortarlas y guardarlas, aunque raramente volvía luego a mirarlas.
Una vez se trató de la instantánea (policial sin duda) de una delincuente detenida, de aspecto latinoamericano, creo que era colombiana. Pues conservé sólo la foto y no la noticia correspondiente, supongo que me era más fácil seguir admirándola si olvidaba sus fechorías probables. La otra ha sido hace pocos días, la modelo de un anuncio de un centro de estética de los que ahora abundan y ofrecen todo tipo de perrerías, incluidas las quirúrgicas. Durante un instante no podía uno por menos de pararse a pensar si esa mujer -imperfecta, pero extraordinaria- se habría sometido en efecto a artificialidades varias, y si lo que lo cautivaba podía ser resultado de adulteraciones que uno rechaza y que le suelen apagar cualquier deseo, sobre todo porque se notan muchísimo las más de las veces, y para mal casi siempre. Pero recordé en seguida que en los anuncios no hace falta que quien recomienda un producto lo haya probado, y así me pude quedar tranquilo.
Tampoco he llegado tan lejos como Juan Benet: en un viaje por Italia, vio en una o dos zapaterías un cartel grande, de una marca, que si mal no recuerdo mostraba a una joven en el acto de ponerse un zapato. Enseñaba bastante las piernas y puede que tuviera, en cambio, las facciones medio ocultas por el cabello. Lo que fascinó a Benet fue la figura, y la postura, de un difícil equilibrio, y el pie mismo acaso. Y tanto fue así que a la tercera vez que vio el cartel entró en la zapatería y, no sé cómo, convenció a los dependientes de que se lo vendieran. Yo lo he visto colgado en su casa de campo de Zarzalejo, y Benet lo iba mostrando a todos sus visitantes con orgullo. “A ver, ¿qué me tienes que decir?", nos preguntaba a cada uno. " ¿Valía o no la pena hacerse con ello?"
Otra amiga mía vio en un catálogo de Sotheby's que yo había recibido un cuadro cuya subasta acababa de tener lugar y por el que yo no había pujado. Era el retrato de un joven (cabeza y hombros) de labios carnosos y mirada algo altanera, con un largo pelo a la usanza de la época, pues había sido pintado por alguien del "circulo de Nicolas de Largilliere", francés nacido en 1656 y muerto en 1746, y del que pueden verse no pocos cuadros en los museos europeos. Mi amiga mostró tanto entusiasmo, y no sólo pictórico, que, en vista de la cercanía en su vida de un gran evento que merecía un gran regalo, me puse en contacto con Sotheby's por si la pintura no se había adjudicado. Así resultó ser, por milagrosa suerte, y tras algunos tiras y aflojas (el dueño quería recuperarlo ahora, pero Sotheby's se comprometía a venderlo a un comprador tardío durante cierto tiempo posterior a las pujas fallidas), me hice con él y se lo di a mi amiga. Aunque el joven no envejece y la edad de ella se le va alejando, convive aún con él, en mejor armonía que con ninguno de sus sucesivos novios o seminovios de los últimos años.
Lo virtual no es novedad, por mucho que se dé ahora el sexo en pantalla. Siempre ha existido, y la atracción por un retrato se ha convertido en obsesión excluyente, enfermiza, en incontables cuentos de terror o miedo a lo largo de la historia. Fuera de la literatura, la única esperanza es que un día aparezca en la vida un "doble", alguien casi idéntico al retratado. Tampoco es tan imposible, si bien se mira: en esa misma exposición del Prado, en uno de sus mejores cuadros (La familia del infante Don Luis, de Goya), asoman dos personajes iguales, respectivamente, que el rey Juan Carlos y García Lorca. Vayan a comprobar que no les miento, si es que todavía están a tiempo, y a mantener toda esperanza.
Javier Marías
El País Semanal, 6 de febrero de 2005
Una vez se trató de la instantánea (policial sin duda) de una delincuente detenida, de aspecto latinoamericano, creo que era colombiana. Pues conservé sólo la foto y no la noticia correspondiente, supongo que me era más fácil seguir admirándola si olvidaba sus fechorías probables. La otra ha sido hace pocos días, la modelo de un anuncio de un centro de estética de los que ahora abundan y ofrecen todo tipo de perrerías, incluidas las quirúrgicas. Durante un instante no podía uno por menos de pararse a pensar si esa mujer -imperfecta, pero extraordinaria- se habría sometido en efecto a artificialidades varias, y si lo que lo cautivaba podía ser resultado de adulteraciones que uno rechaza y que le suelen apagar cualquier deseo, sobre todo porque se notan muchísimo las más de las veces, y para mal casi siempre. Pero recordé en seguida que en los anuncios no hace falta que quien recomienda un producto lo haya probado, y así me pude quedar tranquilo.
Tampoco he llegado tan lejos como Juan Benet: en un viaje por Italia, vio en una o dos zapaterías un cartel grande, de una marca, que si mal no recuerdo mostraba a una joven en el acto de ponerse un zapato. Enseñaba bastante las piernas y puede que tuviera, en cambio, las facciones medio ocultas por el cabello. Lo que fascinó a Benet fue la figura, y la postura, de un difícil equilibrio, y el pie mismo acaso. Y tanto fue así que a la tercera vez que vio el cartel entró en la zapatería y, no sé cómo, convenció a los dependientes de que se lo vendieran. Yo lo he visto colgado en su casa de campo de Zarzalejo, y Benet lo iba mostrando a todos sus visitantes con orgullo. “A ver, ¿qué me tienes que decir?", nos preguntaba a cada uno. " ¿Valía o no la pena hacerse con ello?"
Otra amiga mía vio en un catálogo de Sotheby's que yo había recibido un cuadro cuya subasta acababa de tener lugar y por el que yo no había pujado. Era el retrato de un joven (cabeza y hombros) de labios carnosos y mirada algo altanera, con un largo pelo a la usanza de la época, pues había sido pintado por alguien del "circulo de Nicolas de Largilliere", francés nacido en 1656 y muerto en 1746, y del que pueden verse no pocos cuadros en los museos europeos. Mi amiga mostró tanto entusiasmo, y no sólo pictórico, que, en vista de la cercanía en su vida de un gran evento que merecía un gran regalo, me puse en contacto con Sotheby's por si la pintura no se había adjudicado. Así resultó ser, por milagrosa suerte, y tras algunos tiras y aflojas (el dueño quería recuperarlo ahora, pero Sotheby's se comprometía a venderlo a un comprador tardío durante cierto tiempo posterior a las pujas fallidas), me hice con él y se lo di a mi amiga. Aunque el joven no envejece y la edad de ella se le va alejando, convive aún con él, en mejor armonía que con ninguno de sus sucesivos novios o seminovios de los últimos años.
Lo virtual no es novedad, por mucho que se dé ahora el sexo en pantalla. Siempre ha existido, y la atracción por un retrato se ha convertido en obsesión excluyente, enfermiza, en incontables cuentos de terror o miedo a lo largo de la historia. Fuera de la literatura, la única esperanza es que un día aparezca en la vida un "doble", alguien casi idéntico al retratado. Tampoco es tan imposible, si bien se mira: en esa misma exposición del Prado, en uno de sus mejores cuadros (La familia del infante Don Luis, de Goya), asoman dos personajes iguales, respectivamente, que el rey Juan Carlos y García Lorca. Vayan a comprobar que no les miento, si es que todavía están a tiempo, y a mantener toda esperanza.
Javier Marías
El País Semanal, 6 de febrero de 2005
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