jueves, noviembre 27, 2008

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jueves, octubre 30, 2008

Luis Landero y Javier Marías, finalistas, entre otros, en el premio de narrativa Dulce Chacón

El Ayuntamiento de Zafra desarrollará a partir de mañana un programa de actividades con motivo del V Premio de Narrativa España Dulce Chacón. Las actividades se dividen en tres bloques; el primero comenzará mañana con la presentación de los cinco libros finalistas a cargo de cinco lectores cualificados (20.30 horas, Parador de Turismo "Duques de Feria").

Las obras seleccionadas son: Crematorio, de Rafael Chrirbes, de la editorial Anagrama; Hoy, Júpiter, del escritor extremeño Luis Landero, de Tusquets; La gloria de los niños, de Luis Mateo Diez, de Alfaguara; La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón, de Seix Barral, y finalmente; Tu rostro mañana.3 Veneno y sombra y adiós, de Javier Marías, también de Alfaguara.

En un segundo bloque se encuentra el fallo del premio, que se producirá el 7 de noviembre, con la escritora Rosa Regás como presidenta del jurado.

La I Semana de la Literatura en Zafra será la tercera parte del programa y girará en torno a la entrega del premio. Arrancará el 24 de Noviembre con la entrega de los premios de relatos ilustrados, narraciones breves y montajes audiovisuales convocados para los alumnos de Primaria y Secundaria de Zafra. Al día siguiente, el escritor Rafael Chirbes, autor de la novela nominada Crematorio, será el protagonista de la actividad organizada por el Seminario Humanístico. El día 26 tendrá lugar el Seminario de la Literatura Actual con una conferencia de Luis García Jambrina, titulada "La memoria histórica en la literatura española actual"

La entrega del premio Dulce Chacón será el 27 de noviembre con una charla coloquio con el autor ganador. Un concierto de la Orquesta de Extremadura, el viernes 28, y la representación a cargo del Teatro del Noctámbulo de Solo Hamlet solo, al día siguiente, serán otras actividades.

Hoy.es, 30 de octubre de 2008

martes, octubre 28, 2008

Javier Marías: «Todos sabemos el nombre de aquellos que nos delatarían si hubiera una guerra»

[Foto: Vicente Vicens]

Tiene aspecto de hombre tranquilo, gestos pausados y reflexivos; ojos vigilantes, claros, ojos de cinéfilo. No tiene ordenador, tampoco móvil, y se considera «un poco chinche». Para él una novela es un artefacto «capaz de crear un estado de ánimo en el lector». Fabricante de inquietudes: Javier Marías. Abrió ayer el ciclo Diálogos literarios que coordina el profesor José María Pozuelo Yvancos, dentro de la Semana Grande de Cajamurcia.

Durante ocho años, Javier Marías se ha embarcado en una empresa ambiciosa: Tu rostro mañana, una trilogía que cerró el año pasado con Veneno y sombra y adiós. El miedo, la violencia, el amor, la traición, los secretos, el poder (y sus sumideros), el tiempo, la insatisfacción, la memoria y el olvido son algunas de las constantes que palpitan en esa larga novela. Cree el académico Javier Marías en el «elegante y pudoroso disfraz de la invención» y afirma que «la realidad es una novelista pésima». «En ocasiones hay que deja fuera de la novela lo que es verdad para que el conjunto resulte creíble», asevera. Aspira a hablar en sus narraciones «de cómo somos y nos portamos».

Y, ¿qué le sigue sorprendiendo a Javier Marías? «La desfachatez y la cara dura de los políticos. Escuchar a Berlusconi, por ejemplo. Uno cree que ha oído ya todo, pero él siempre se supera. Comparado con ese cinismo establecido, la hipocresía no está tan mal del todo; al menos un hipócrita es consciente de que hay algo que debe ocultar».

¿Qué le da miedo? «Este es un país en el que uno entiende que ocurriese una guerra civil. Tras la muerte de Franco hubo una convicción general de que aquello no podría volver a pasar y un cierto estupor por que hubiese ocurrido. Yo no creo que vuelva a suceder, pero, cualquiera, se dedique a lo que se dedique, en el ámbito público o privado, podría pensar, en una situación así, en la que se producen muchas venganzas, quiénes vendrían a por él. Y casi todos tendríamos una lista con los candidatos a ser esos posibles delatores. Éste es un país raro y un país como este da un poco de miedo. Siempre ha sido un país muy cainita, muy vehemente y excesivamente intolerante con lo que no gusta. Al tipo que cae mal, a la gente le dan ganas de acogotarlo en vez de, simplemente, no tratar con él».

Nadie conoce bien su rostro de hoy y mucho menos el de mañana.... Somos seres en cambio permanente. Javier Marías ha construido una historia, inquietante historia, de espías de lo cotidiano. En la solapa izquierda de su chaqueta, negra, luce un alfiler de corbata de mediados del XIX con el reconocible rostro de Shakespeare. Lo compró en una subasta londinense y su anterior dueño había sido el actor Robert Donat (protagonista de Los 39 escalones, de Alfred Hitchcock, y de Adiós Mr. Chips, película por la que le dieron un Oscar). Javier Marías guarda una relación muy especial con algunos objetos. «Dado que, en mi ya larga trayectoria como escritor puesto que se han cumplido 37 años de la publicación de mi primera novela, y por fin he logrado dejar de ser una joven promesa, siempre me han acusado de extranjerizante, me hace gracia llevar a Shakespeare en la solapa, aunque, claro, Shakespeare ya no es extranjero en ningún lugar».

Los soplones

Habla de azar, muy presente en sus novelas «de la misma forma que está muy presente en la vida». «Yo no busco temas, hablo de lo que me preocupa y me interesa», explica. La delación es uno de esos argumentos literarios de Tu rostro mañana. Un chivatazo que le lleva a hablar sobre el caso Kundera (el escritor checo ha sido acusado de delación durante en régimen comunista). «Quizá nunca sepamos si lo de Kundera es verdad, pero la delación es una de las actitudes más bajas y ruines que puede hacer el ser humano..., tanto me repugna que en ocasiones me pregunto si denunciaría a la policía un hecho delictivo del que tuviera conocimiento. Lo haría, casi seguro, pero sentiría un cierto rechazo, una extraña resistencia a dar un soplo. El soplón es peor que el asesino. Quien mata se encarga de llevar a cabo su cometido, el delator busca a un tercero para que lo haga por él. En el caso de Milan Kundera confío en que esa historia no sea cierta», argumenta Marías.

En Tu rostro mañana también hay un caso de delación tomado de la realidad. A su padre le delató su mejor amigo en el año 39. «No es un ajuste de cuentas. Yo le dí a leer esa parte a mi padre y aparentemente le gusto mucho. Pero me dijo que él nunca había dado los nombres de quienes le denunciaron. Y yo tampoco lo hago en realidad, yo hablo de lo que le ocurre a Juan Deza en una ficción con el nombre aproximado de un delator», explica.

Fosas abiertas

Su novela serpentea también, entre otros desasosiegos, en la necesidad de la memoria y el olvido. ¿Qué opina Javier Marías de la iniciativa del juez Garzón de abrir la fosa de García Lorca?

«Es respetable que haya gente que quiera honrar los restos de sus familiares..., yo no lo entiendo mucho porque me parece una actitud sumamente religiosa en personas que, se supone, no serán particularmente religiosas..., aunque mi padre fue republicano y siempre fue religioso. Siento cierto rechazo a mover a los muertos, la gente supone los deseos de los huesos de alguien que ha fallecido hace 70 años. Creo que en todo esto hay un contagio artificial de ese tipo de frases como “el largo suplicio que llevan padeciendo los familiares” ¿Qué suplicio?», argumenta. «En el caso de Lorca, me parece muy sospechosa la prisa que les ha entrado a algunos con abrir esa fosa», añade.

Somos ciudadanos vigilados..., no podemos escapar..., ¿qué hacer? Para Marías es algo que «no tiene marcha atrás». «Hace veinte años era impensable que llegara un día con miles de cámaras en calles, tiendas y supermercados... No tengo móvil, no tengo ordenador, no uso e-mails..., tomo mis medidas. Pero lo más atroz es que la gente parece aceptar con tranquilidad esa vigilancia por esa cosa maldita de la seguridad. El otro día escuche a una monja que decía que le parecía muy bien esa nueva máquina que te desnuda en los aeropuertos... ¿en fin!».

¿Le parecen malos tiempos estos tiempos a Javier Marías? «Hay aspectos extraordinarios, pero es un tiempo en el que se piensa cada vez menos y cada vez piensa más la época por nosotros. Goebbels sería feliz de ver la actual fuerza avasalladora de la propaganda y los medios de comunicación. Vivimos una época tonta, especialmente estúpida y con una enorme pereza mental en gran parte de la gente; y eso sí me parece muy grave porque no tiene casi vuelta de hoja y será muy difícil recuperar una cierta conciencia crítica», subraya.

Pero siempre, dice, optimista, hay que pensar «que todo son ciclos». «Pero según uno va cumpliendo años se comienza a preguntar si llegará a ver ese cambio..., yo, sinceramente, creo que no llegaré a contemplarlo».

Contra los cursis

Pero si algo detesta y le deja estupefacto es la cursilería. «Incluso hay escritores, que se supone que deberían tener cierto nivel que hablan del “niño que todos llevamos dentro”... ¡Vaya tontería! No soporto que alguien diga o escriba que todos somos algo: inmigrantes, Lorca, negros, víctimas..., una insoportable forma de banalización». En su ránking de estupideces actuales no podía faltar la enseñanza en inglés de Educación para la Ciudadanía en la Comunidad Valenciana. «Un ejemplo de sandez de estos tiempos», asevera.

No se considera un escritor «muy profesional», por que a él le gusta escribir, «al contrario de otros novelistas, algunos de ellos muy jóvenes, que quieren ser escritores, pero a quienes no les gusta escribir». Tampoco se siente muy gremial: «Te invitan para una feria del libro con otros 126 escritores..., lo único que se me ocurre decir es ¿qué pesadilla!».


«Un escritor sabe más que sus críticos casi siempre»

Defiende la gran virtud del pensamiento literario: «La capacidad de aceptar las contradicciones». Javier Marías asegura que los artículos de prensa en España «sirven de consuelo momentáneo a quienes celebran que se diga algo determinado..., pero no van más allá y desde luego no sirven para cambiar las cosas». «Tengo la sensación de que los políticos ya no escuchan nada y a los articulistas, en ocasiones, nos asalta una presentimiento de inutilidad», añade.

«La verdad es que no aprendo mucho de quienes me alaban ni de quienes me critican. Un autor veterano como yo, que no es un mero narrrador instintivo, sabe, casi siempre, más que ellos. Puede sonar pretencioso, pero es la realidad», asevera. «En ocasiones a mis libros les han hecho críticas elogiosas, lo que siempre es de agradecer, por razones totalmente equivocadas», añade el autor de Corazón tan blanco. «Hay autores que están muy convencidos de su importancia..., yo no, yo soy muy inseguro; corrijo, corrijo y corrijo», argumenta.

Tras los ocho años -«escribir no es agotador, es difícil»- dedicados a Tu rostro mañana ha comenzado a «escribir algo que no sé si será o no será..., pero será, seguramente breve». En esta ocasión se saltó su fecha fetiche (3 de septiembre, el cumpleaños de una antigua amiga) y se enfrentó el pasado 25 de julio a la primera página.

GONTZAL DÍEZ

La Verdad de Murcia
, 28 de octubre de 2008

domingo, octubre 26, 2008

LA ZONA FANTASMA. 26 de octubre de 2008. Relamiéndose ante las catástrofes

De un tiempo a esta parte, los periódicos, radios y televisiones llamados "serios" sienten verdadera pasión por escandalizarse, como si casi todos se hubieran contagiado de sensacionalismo, y, en la medida en que puedo juzgarlo, tengo la impresión de que la fiebre no se limita a nuestras fronteras: en Italia, Inglaterra y Francia, a cuya prensa me asomo de vez en cuando, también noto un regodeo enorme ante las malas noticias. Hay además una tendencia a convertir las regulares en malas, lo intrascendente en preocupante y lo preocupante en alarmante; a ver hechos graves y ofensas tremendas en cualquier majadería; a dar importancia a lo que poca tiene y a magnificar las fruslerías. A hacernos creer, en suma, que vivimos entre sobresaltos continuos y en un mundo siempre al borde del precipicio y el cataclismo. Se anuncia sin cesar "el fin de una era", "el derrumbe del imperio", "la invasión de los bárbaros" (que en lunes son los africanos y en martes los chinos, en miércoles los rusos y en jueves los parias de la tierra); o bien "la muerte de la novela", "el término de la historia" (bueno, esto ya se quedó muy anticuado), así como caos, apocalipsis y Blade Runners varios, "la idolatría del dinero", "la deshumanización del hombre" y toda suerte de supuestos desastres. Desde que tengo memoria, francamente, lo único que he visto avanzar de manera sostenida y de veras es el poder de las mafias, a las que los Estados, con sus prohibiciones suicidas, cada vez hacen más fuertes, hasta el punto de cederles parte de sus competencias y acabar fundiéndose con ellas. Hay lugares en los que no me cabe duda de que las mafias -no sólo las más folklóricas del narcotráfico, sino las de la construcción, los ayuntamientos, las obras públicas y la banca- son pilares del Estado. Pero en fin, se trata de algo ya antiguo, sólo que ha ido y va y seguirá yendo en aumento.

Esto, que podría constituir un auténtico escándalo, aparece sin embargo amortiguado en la prensa, lo que da idea de cuán normal en el fondo le parece a ésta. Y en cambio se rasga las vestiduras y hace cruces ante cualquier menudencia. La cuestión es vociferar histéricamente y mantener asustada a la gente. Es como si los periodistas necesitaran vivir "momentos históricos" sin pausa y por eso repiten tanto esa cantinela que debería costarles el despido a cuantos la emplean, hasta para las mayores sandeces: "Este es un momento histórico: por primera vez, Raúl en el banquillo" -y "lo último" de lo que sea- y por eso también repiten tanto esa otra letanía que debería asimismo mandar al paro a cuantos recurren a ella: "Ha muerto el último grande", titulan por el difunto Paul Newman, olvidando que dijeron lo mismo cuando murieron Gregory Peck, Robert Mitchum, Borges, Karajan, Chillida, Billy Wilder y todos los grandes que cada año caen como moscas, por edad sobre todo, en el campo de todas las actividades. Los reporteros se entusiasman tanto con las desgracias que parece que las estén deseando, y debo decir que últimamente se han unido con alacridad al club de los más desgarrados la Cadena Ser y el Canal Cuatro, empresas del mismo grupo que apadrina este diario, ustedes sabrán por qué lo hacen. Sea como sea, sólo faltaba una crisis mundial financiera para que todos los carroñeros se pasen la jornada salivando. Soy completamente lego en economía, y estoy seguro de que la situación es grave, pero también de que lo es mucho menos de lo que proclaman estos adictos a las catástrofes. Si los primeros veinticinco minutos de un telediario se dedican a informar de esta crisis, los espectadores acaban convencidos de que sus ahorros están en peligro y salen a comprar calcetines y huchas. Se abstienen de comprar todo lo demás, "por si acaso", y aunque ellos no noten nada en sus bolsillos, se los tientan a cada segundo con pánico. Si se cuenta que un banco ha tenido unos beneficios del 12%, frente a un 30% del año anterior, la gente se lleva las manos a la cabeza creyendo que el tal banco ha perdido un 18%, cuando lo cierto es que ha ganado mucho, un 12%. Si se dice que el Ibex "acumula" una caída del 45%, todo el mundo lo ve como una plaga bíblica y nadie se pregunta por qué diablos se mide esa caída "desde el máximo histórico que marcó en noviembre de 2007". Yo se lo diré: se elige ese día "máximo", en vez de cualquier otro normal, para que todo parezca más calamitoso. Resulta muy eficaz, no cabe duda: a los ciudadanos los asalta una psicosis de "vivir un pésimo momento histórico" y de asistir al "fin de un sistema" o a "los últimos estertores del capitalismo salvaje" (más quisiéramos). Se aterran, no gastan, no salen, con lo cual provocan una crisis verdadera en los restaurantes, las tiendas y en todo el consumo en general. Nadie parece fijarse, en cambio, en que los bloques de anuncios en las televisiones que informan dramática y pesimistamente siguen siendo tan monstruosos y largos como siempre, pese a que la emisión de cada uno cuesta un ojo de la cara. O en que no ha disminuido el número de los de página entera en los periódicos que titulan a cinco columnas "El crash de 2008". O en que los paneles móviles de publicidad en los campos de fútbol (televisado) están tan disputados que no da tiempo ni a leer lo que cada uno pone antes de ser "movido" por un competidor impaciente. Quizá estemos todos arruinados cuando este artículo llegue a sus ojos, pero de momento a mí eso me tranquiliza. O me escama, como prefieran.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 26 de octubre de 2008

sábado, octubre 25, 2008

Javier Marías en Murcia

Marías, Pérez-Reverte y Mateo Díez hablarán sobre sus obras

La literatura de calidad será la protagonista la semana próxima en Murcia de la actividad cultural. De la mano de «los tres mejores novelistas de la literatura en español de la actualidad», Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte y Luis Mateo Díez.

Coordinado por el catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia y crítico literario, José María Pozuelo Yvancos, el próximo lunes dará comienzo el ciclo Diálogos literarios, incluido en la programación de la Semana Grande de Cajamurcia. Junto al coordinador y en diálogo con él, estarán tres de los autores españoles más destacados y «con más alta proyección» de la actualidad.

Pasión y horror

El escritor Javier Marías, que el lunes charlará sobre Tu rostro mañana, su última novela, un desafío porque «Javier Marías no suele acudir a ningún sitio fuera de Madrid y porque viene a hablar de una de las grandes obras publicadas en Occidente en los últimos años», opinó Pozuelo, que añadió que Tu rostro mañana «encierra todo el siglo XX, pues habla del horror, la traición, la violencia, el miedo, el amor, el desamor... Nunca se había novelado la violencia con ese grado de pasión y horror».

Dentro de este ciclo, el martes 28 Murcia recibirá la visita de Arturo Pérez-Reverte que, coincidiendo con el bicentenario de la muerte de Floridablanca del comienzo de la Guerra de la Independencia Española, dialogará con el profesor Pozuelo Yvancos sobre su novela histórica Días de cólera: «Una obra que ha supuesto un desafío porque es una avanzadilla de lo que debe ser la novela histórica, pegada a la realidad y en la que el autor se enfrenta al levantamiento sacando a la luz a la tercera España, la de aquellos que no apoyaban ni a Fernando VII ni a los Bonaparte».

Para cerrar el ciclo, el miércoles 29, Diálogos cervantinos contará con la presencia del autor de Los frutos de la niebla, Luis Mateo Díez, novela que presentó el pasado mayo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en la que trata sobre la condición humana. «Este es el cuarto libro del ciclo Las fábulas del sentimiento, integrada por tres historias cortas en las que trata sobre una anciana a la que todo el mundo deja de lado -"La escoba de la bruja"-, la adolescencia -"Los príncipes del olvido"- y sobre alguien que sueña con la muerte de otros y descubre con pavor que los sueños se van cumpliendo -"Los frutos de la niebla"-», comentó Pozuelo Yvancos.

El coordinador destacó con orgullo la calidad del ciclo y aseguró que «no es un ciclo más, sino que trae a Murcia lo mejor de la narrativa española de hoy».

Los encuentros con estos tres grandes autores se celebrarán todos los días a las 20 horas y en el salón de actos de la Cámara de Comercio, ya que el Aula de Cultura de Cajamurcia está siendo remodelada.

P. GARCÍA

La Verdad de Murcia, 25 de octubre de 2008

[Foto de la Librería Méndez, de la calle Mayor de Madrid, donde los tres escritores tienen su Rincón del autor]

domingo, octubre 19, 2008

LA ZONA FANTASMA . 19 de octubre de 2008. Cómo se llamará esta afección

Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, sí, y durante un tiempo es nuestro único mundo. En él desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos vínculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos hábitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos cómodos, y bastaría con que nos viéramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos españoles a lo largo de la historia- para que echáramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos hábitos. La mayoría de la gente vive donde vive porque se encontró allí al nacer y se incorporó a lo que ya estaba en marcha. Se instaló naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesión. Pero todo es principalmente una cuestión de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello.

Esto es normal y comprensible, y lo es también la probable simpatía hacia un lugar que uno conoce bien y que, a diferencia de la mayoría, no equivale a un mero nombre o a una visita de pocos días. Conoce a sus habitantes o a una parte de ellos, y si el equipo de fútbol de la ciudad gana un partido, se alegra porque piensa que esos habitantes estarán contentos. Uno tiende a compartir las alegrías y penas de quienes le son cercanos. Pero también en la cercanía suele estar lo que uno más detesta, lo que le hace sufrir y la vida imposible. No hay odio mayor que el que tiene destinatario concreto, visible. Como sabemos allí donde se han padecido guerras civiles, es infinitamente más fiero y genuino el odio que se profesa a un individuo al que se ve a diario que el que se nos inculca hacia "los franceses" o "los americanos". Éstos son postizos, abstractos, impostados. Lo mismo sucede con esa clase de amores, y por eso quienes declaran "amar España" no dirían nunca que "aman a los españoles", que sería más propio. Es más, jamás he oído a un español decir semejante cosa, ni a un catalán otro tanto de los catalanes, ni a un vasco de los vascos, porque a la vuelta de la esquina se encontrarían con un ejemplo de lo contrario: "Qué mal me cae ese tipo", "A esa tía es que no la puedo ni ver".

También me resulta difícil enorgullecerme de mi tierra porque alguno de mis paisanos descuelle en algo. Si Nadal, Alonso o cualquier deportista español gana un trofeo, no logro sentir que eso me haga mejor en ningún aspecto: no he tenido en ello arte ni parte, y me parecería ridículo -además de demente- exclamar "Somos los mejores en tenis o en automovilismo" cuando jamás he sostenido una raqueta ni un volante. Y aunque sí lo hubiera hecho, no vería qué relación tenía eso con la habilidad o la pericia de unos jóvenes que no me han sido presentados. Si un cineasta español gana un Oscar, o un escritor el Nobel, no me puedo sentir en modo alguno partícipe de su reconocimiento particular, ni siquiera con el de mi gremio, y nada me resulta más patético que los periodistas que dicen "Éste es un triunfo para España", o los galardonados que sueltan "En mí se ha querido distinguir a toda la literatura española". ¿Cómo se me iba a distinguir a mí, por ejemplo, cuando se premió a Cela en Estocolmo, si considero su literatura rancia y de fogueo y estábamos en las antípodas?

Sólo comprendo el patriotismo, extrañamente, por la vía negativa, es decir, hay personas y cosas con las que nada tengo que ver y que sin embargo, por ser de mi país, me avergüenzan y logran contaminarme. Los méritos de otros no me contagian ni me ennoblecen, y en cambio las ignominias sí me alcanzan. Hay individuos y hechos con los que por nada del mundo querría que se me asociara. Me avergüenza que mi región la gobierne alguien tan bruto como Esperanza Aguirre, que se gasta millón y medio de euros nuestros en una fiesta cutre suya y destruye el sistema sanitario. Me avergüenza que tengan poder decisorio Ibarretxe y Carod-Rovira, en el País Vasco y Cataluña, respectivamente. Que haya en Valencia un sujeto y Presidente llamado Camps que obliga -imbecilidad suprema- a que en sus escuelas se imparta una clase en supuesto inglés, con traductor a esa lengua incluido, para que ningún chaval entienda nada. Que a Zapatero le entre el pánico cada vez que ve a un obispo y para calmarse lo forre a billetes a cargo del contribuyente. Que nuestro poder judicial conozca sólo el chalaneo. O que las calles de mi país estén llenas de vociferantes unga-ungas que sirven de pretexto para la "protección de los grandes simios" decretada por nuestros congresistas. Me pregunto cómo se llamará esta afección: la incapacidad de enorgullecerse junto a la capacidad de avergonzarse por lo ajeno vecino. No es que me consuele, pero estoy segurísimo de no ser el único español que lo padece.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal,
19 de octubre de 2008

miércoles, octubre 15, 2008

Fernando Valls opina sobre el Premio Nacional de Narrativa

En su magnífico blog La nave de los locos Fernando Valls realiza una aguda reflexión titulada: "El Premio Nacional de Narrativa toca fondo".

domingo, octubre 12, 2008

LA ZONA FANTASMA. 12 de octubre de 2008. Figuraciones sólo nuestras

La tierra entera está llena de muertos. Unos tienen sus lápidas y sus nombres inscritos en ellas, otros nada. Muchos están enterrados en cementerios e iglesias, muchos también bajo el asfalto y en cunetas y campos, o allí donde cayeran. Probablemente no hay ciudad ni paisaje, si éste ha sido habitado, que no guarden en su profundidad restos humanos. Sobre ellos caminamos a diario ignorándolos y sin que nos quiten el sueño. En las guerras se han hecho siempre fosas comunes, y se ha sepultado con apresuramiento, lo mismo que durante las pestes y tras las grandes catástrofes. También las aguas -mares, ríos, lagos- albergan cadáveres, no todos salen a flote. Desde que la incineración se ha puesto de moda en nuestras sociedades, cenizas que una vez fueron hombres y mujeres andan esparcidas quién sabe dónde. Si en verdad creyéramos que los muertos se revuelven en sus tumbas, cada una de nuestras pisadas turbaría el descanso de alguno de ellos.

Las religiones, que sólo admiten la perduración del alma, se contradicen enormemente con su costumbre de venerar los restos. Las iglesias de España están llenas de supuestas reliquias de santos -una tibia, un fémur, una calavera, un brazo incorrupto, alguna momia completa y jibarizada- ante las que los fieles de siglos se han postrado, desconocedores de que la mayoría de esos despojos sagrados pertenecían en realidad a animales, como se va comprobando ahora, o en el mejor de los casos a "particulares" de épocas muy distintas de las que conoció cada mártir o santo. A una religión como la católica, que cree en la resurrección de la carne en un lugar no terreno, debería importarle poco lo que se hiciera de los cuerpos, que además tanto desprecia. A quienes no son creyentes -de esa religión ni de ninguna otra- debería importarles aún menos: cuando alguien se acaba, se ha acabado del todo excepto en la memoria, ya no está ni nos oye, y solamente la costumbre de dirigirnos a él y de tenerlo en cuenta -que tarda mucho en perderse, y a veces no se pierde nunca- justifica nuestras visitas al sitio en que fue depositado, y aunque le hablemos a una piedra, como han hecho con emotividad muchos personajes de John Ford en sus películas. Pero para eso no hace falta desplazarse ni entrar en ningún cementerio ni buscar ninguna tumba, uno puede "hablar" en casa con el recuerdo de cualquier difunto, y por supuesto puede oírlos responder en sueños de los que despertamos desconcertados, medio tristes y medio contentos.

Atribuir a los restos de las personas el deseo de estar en un sitio o en otro, o de yacer junto a sus seres queridos, se explica sólo como superstición o como "reflejo literario", y es una forma de religiosidad hasta en quienes no son religiosos, que a la postre resultan serlo: implica creer que hay algo más allá de la muerte y, lo que es más chocante, que está encerrado en los cadáveres. Todos fantaseamos con esas cosas, incluso cuando se trata de objetos inanimados: hace unos cuantos años vi en el escaparate lateral de una vieja tienda dos figuras de madera policromada. Una de ellas me gustó y entré a comprarla. Era una especie de edecán hindú con un bonito uniforme. Me lo llevé a casa, pero me pasé el día pensando que lo había separado del gaitero escocés -mucho más convencional y sin gracia- que llevaba acompañándolo en el estrecho escaparate quién sabía cuántos años. Puestos a imaginar disparates, se me ocurrió asimismo que tal vez era lo que los dos deseaban, perderse por fin de vista, por estar mal avenidos. Me pudo más, sin embargo, el temor a que se sintieran solitarios, y a la mañana siguiente me pasé por la tienda y me traje también al gaitero, que bien poco me atraía.

La misma puerilidad, salvando las distancias, hay en la fiebre recuperadora de huesos que se da en nuestro país actualmente, y que sólo afecta a los de la Guerra Civil, y no a los de ninguna otra, y bien que ha habido en España. Es una puerilidad respetable y que comprendo -cómo no voy a comprenderla si acabo de confesar una más grande-, pero, si admitimos las personificaciones de lo que ya no son personas, y nos atrevemos a suponerles deseos a los esqueletos y despojos, cabría imaginar, igualmente, que acaso no tengan ganas de ser perturbados ni desenterrados ni trasladados, ni de separarse de los demás desdichados que sufrieron la muerte con ellos, hace setenta o más años. Según esas figuraciones nuestras -porque son sólo nuestras, no de ellos-, ¿quién nos asegura que lo que quede de quien fue García Lorca no prefiere seguir junto a los restos del maestro y los banderilleros que lo acompañaron en el último tramo y quizá le infundieron entereza y ánimo? No sé. También un tío mío fue asesinado durante la Guerra en Madrid, por milicianos, cuando contaba diecisiete o dieciocho años. Pese a ser víctima de quienes la perdieron, nunca se lo encontró ni se sabe dónde fue enterrado. Ni mi madre ni sus demás hermanos se afanaron por buscarlo, según mi conocimiento, ni se angustiaron especialmente por ignorar su paradero. Tenían ya suficientes pena y angustia por saberlo muerto, en plena juventud y sin juicio ni culpa. Nunca lo he hablado con ellos, pero tal vez pensaron que no debían moverlo, ni separarlo de la joven compañera de estudios con la que iba por la calle cuando lo detuvieron, y que corrió su misma suerte. Si murieron juntos y confortándose, que permanezcan juntos sus huesos, donde quiera que se encuentren.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 12 de octubre de 2008

RABIH ALAMEDDINE: "Mi dios, Javier Marías"

[...]

Entre los autores que admira Alameddine, del que en España tan sólo se había traducido el libro «Yo, la divina», se encuentran Nabokov, Rushdie, Naipaul, Kundera y Borges, y no puede reprimir su fascinación cuando se le nombra a Javier Marías, del que afirma que «si yo fuera creyente, sería mi dios».

Abc, 12 de octubre de 2008

El País, Babelia, 11 de octubre de 2008

sábado, octubre 11, 2008

A la búsqueda de los intelectuales más influyentes

¿Cuáles son los intelectuales más influyentes de Iberoamérica? La revista Foreign Policy, en su edición española, ha seleccionado medio centenar de personas que considera decisivas en la vida pública de España, Portugal y América Latina. Pero serán los lectores e internautas quienes escogerán a los 10 finalistas, cuya lista se publicará en el número de diciembre.

Entre los elegidos por Foreign Policy figuran ex presidentes de Gobierno como el español Felipe González, el brasileño Fernando Henrique Cardoso o el ex mandatario cubano Fidel Castro. Sobre todo predominan los escritores, algunos de los cuales publican en editoriales del grupo PRISA. Entre los propuestos para entrar en la clasificación de personajes influyentes están varios autores premiados con el Cervantes o el Nobel, como los colombianos Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, el portugués José Saramago, el peruano Mario Vargas Llosa, los argentinos Ernesto Sábato y Juan Gelman, el mexicano Carlos Fuentes y el chileno Jorge Edwards.

No son los únicos representantes del mundo de las letras: también la brasileña Nélida Piñón, la mexicana Elena Poniatowska, el uruguayo Eduardo Galeano, el nicaragüense Sergio Ramírez y los españoles Javier Marías y Juan Goytisolo han sido incluidos en la lista de partida. Otros españoles propuestos son los académicos Juan Luis Cebrián y José Luis Sampedro, el cineasta Pedro Almodóvar o el economista que dirigió el Banco de España Luis Ángel Rojo. Algunos de los intelectuales incluidos en la lista colaboran en las páginas del periódico EL PAÍS, como los filósofos Emilio Lledó y Fernando Savater.

En la clasificación inicial también se ha incluido a la premio Nobel de la Paz, la guatemalteca Rigoberta Menchú, y el periodista y escritor cubano Raúl Rivero. Los lectores podrán votar hasta un máximo de cinco intelectuales, aunque también podrán incrementar la lista de Foreign Policy con hasta tres nuevos nombres.

El País, 11 de octubre de 2008

VOTAR A
LOS 50 INTELECTUALES MÁS INFLUYENTES DE IBEROAMÉRICA

martes, octubre 07, 2008

Javier Marías en Murcia

Todos los admiradores murcianos de la obra literaria de Javier Marías -un escritor al que, como he señalado en otra ocasión, personalmente idolatro- podemos congratularnos con la afortunada iniciativa, por parte de los organizadores de la Semana Grande de CajaMurcia, de traer próximamente a nuestra tierra al prestigioso escritor en Diálogos literarios, un ciclo organizado por el catedrático de la Universidad de Murcia, José María Pozuelo, quien conversará con él acerca del tercer volumen de su espléndida trilogía novelística Tu rostro mañana titulado Veneno y sombra y adiós.

El encuentro se efectuará el lunes, día 27, del actual mes de octubre y al día siguiente, comparecerá en el citado foro, Arturo Pérez-Reverte, nuestro no menos ilustre paisano y antiguo colega mío en el desaparecido diario Pueblo, quien a su vez es un gran amigo de Javier Marías. Conviene recordar al respecto que éste fue propuesto para entrar en la Real Academia de la Lengua por el cartagenero junto con Gregorio Salvador y Claudio Guillén. De mi admiración, casi rayana en el fetichismo, por tan fascinante figura de nuestras Letras, he dejado apasionada constancia en las páginas de LA OPINIÓN con anterioridad, en sendos artículos titulados ("Javier Marías, académico de la Lengua" 12-8-06) y ("Culto a Marías" 7-11-07).

Creo que su presencia física en Murcia, constituirá un gratificante festín literario para todos cuantos acudan a este evento, al permitir a muchos de sus numerosos lectores, disfrutar de su testimonio verbal y conocer, de un modo más directo y cabal, su personalidad literaria. Esta experiencia supondrá un magnífico complemento a la proporcionada por la intermediación de la letra impresa, para profundizar en el rico y complejo universo narrativo del escritor madrileño.

Al autor de El hombre sentimental lo conocí en Madrid hace varios años, quien al saber que había defendido el estilo y temática de su obra frente a varios detractores de la misma, en un debate público celebrado en Murcia, me dedicó su libro Negra espalda del tiempo, agradeciéndome el gesto a la vez que me animaba a que le siguiera defendiendo. Su fascinación, como es también mi caso, por la narrativa de espionaje, tema que aparece en varias de sus obras, motiva que incluyese algunos textos de sus libros Todas las almas y del citado Negra..., en el apartado “Antología de citas sobre el espionaje” de mi libro Los espías y el factor humano. En el momento de su publicación todavía no habían parecido los tres volúmenes de Tu rostro mañana, en cuya trama, el mundo de los Servicios de Inteligencia, juega un papel relevante, por eso no pude incluirlos.

Respecto al libro Veneno y sombra y adiós, objeto del diálogo entre J.M.Pozuelo y J.Marías, tercero y definitivo volumen de ese ambicioso empeño novelístico, cabe señalar que al igual que en dos precedentes, Fiebre y lanza y Baile y sueño, mezcla con singular maestría narrativa la estricta ficción con algunos personajes y hechos reales, constituyendo el clandestino ámbito de los servicios de espionaje, en este caso el MI6 británico, el trasfondo básico de la compleja trama argumental.

La lectura de las más de setecientas páginas de este libro, uno de los suyos mejores según la crítica más autorizada, ha acrecentado la entusiasta admiración que profeso por este escritor desde hace mucho tiempo, debido, entre otras causas, a su sugestiva prosa, dotada de un peculiar magnetismo al servicio de una profunda y original indagación de diversos aspectos de la condición humana. Especialmente interesantes son las numerosas páginas inspiradas en su padre, el filósofo Julián Marías y en su gran amigo y mentor sir Peter Russell, un renombrado hispanista de Oxford que fue espía durante la II Guerra Mundial y compañero de andanzas, en calidad de tal, nada menos que de Ian Fleming, el creador del mítico agente secreto de ficción James Bond. En la obra, además de muchas situaciones cómicas, escritas con genial mordacidad, abundan las reflexiones filosóficas acerca de temas tan enjundiosos como lo son la muerte, el dolor, el miedo, la amistad, el mal, la delación, la venganza, la guerra y las cloacas del Estado. Densidad intelectual que no es óbice para que su lectura resulte sumamente amena.

MANUEL ADOLFO MARTÍNEZ PUJALTE

La Opinión de Murcia, 7 de octubre de 2008

"EE UU vive una guerra civil de las ideas", dice Auster

No tiene Auster planes cinematográficos en breve, entre otras cosas porque "es muy difícil conseguir dinero para producciones como las mías; aquí en Europa, aún, pero no en mi país, y eso explica que Woody Allen o Jim Jarmusch hace tiempo que no hagan nada en EE UU". Refractario a que sus libros pasen a la gran pantalla ("no he visto una buena adaptación de una obra literaria en los últimos 30 años: todo libro de más de 150 páginas ha de recibir tantos cortes que se convierte en un bodrio"), también le cuesta dar la opinión sobre cine extranjero o sobre narradores españoles, fuera de Vila-Matas o Javier Marías. "En EE UU no importamos productos culturales, ni libros ni películas", dice resignado.

El País, 7 de octubre de 2008

domingo, octubre 05, 2008

LA ZONA FANTASMA. 5 de octubre de 2008. Peste de artistas

Por fortuna casi ningún niño quiere ser de mayor artista o escritor, eso es algo que -con excepciones repelentes- se acaba siendo o se resulta ser. Desde luego yo, en la infancia, aunque me gustaba leer, creo haber respondido a la pregunta clásica cualquier cosa menos: "Novelista". Pirata, futbolista, arqueólogo (había ya antecesores de Indiana Jones), bandolero, domador de circo, tal vez hasta médico en un arranque de insensatez... Ignoro lo que quieren ser de mayores los niños de hoy, pero estoy seguro de que tampoco aspiran a dedicarse a la literatura, la pintura o la música "seria". Más les vale, porque, ahora como hace cincuenta años, les costaría identificarse con los artistas tal como suelen aparecer en las películas e incluso en los libros, y no desearían emularlos. Lo más preocupante para quienes hemos resultado ser eso, novelistas o poetas o escultores o pintores o músicos, es que tampoco de adultos hemos visto muchos motivos para admirar a nuestros predecesores en tanto que personajes. Podemos admirar sus obras enormemente, pero rara vez nos caen bien cuando son sus vidas las contadas o representadas. No sé si es que el gremio ha tenido mala suerte o si somos efectivamente insoportables.

Lo cierto es que la imagen habitual de los artistas es la de gentes megalómanas y a menudo vocingleras, que sufren mucho y se cortan la oreja o que fingen sufrir y se arrastran histriónicamente por el fango; que se toman muy en serio a sí mismas y son por norma vanidosas, ambiciosas y tirando a mezquinas; que con inconcebible frecuencia caen en alguna adicción (alcohol, drogas, juego) que las lleva a conducirse de manera harto anómala y dañina para sus seres queridos; que no saben encajar debidamente el éxito ni el fracaso, y que requieren unas dosis de atención enfermizas; que se meten en situaciones desaconsejables con gran empeño y se adentran por sendas gratuitamente peligrosas, más que nada por autodestructivas; tratan de ser ingeniosas o profundas sin pausa, lo cual parece muy fatigoso para ellas y abominable para quienes las rodean y para el lector o espectador; también se afanan por mostrarse enigmáticas, lo cual es un aburrimiento; viven obsesionadas con lo que hacen y no existe nada más para ellas. En fin, yo he visto a Scott Fitzgerald emborracharse a lo bestia con la cara de Gregory Peck; a Miguel Ángel dar una lata increíble y colérica con la de Charlton Heston; a Picasso hacer el chorras sin descanso creo que con la de Jeremy Irons; a Beethoven ponerse grandilocuente y tieso con la de Ed Harris y a Mozart hacer el necio con la del olvidado Tom Hulce; y, en todo caso, resultar muy cargantes a Van Gogh, Rimbaud, Bob Dylan, Truman Capote, Frida Kahlo y su marido (bueno, con esta pareja no debía de haber más remedio) y a centenares más, y la experiencia me ha servido, a título estrictamente personal, para procurar no parecerme a ninguno de ellos en mi vida, aun a costa de privarme de rasgos que todavía muchas personas -niños no, pero sí adolescentes y adultos pueriles- asocian con el talento o con la genialidad: aún hay quienes creen que beber compulsivamente, inflarse a drogas o errar en coche por las carreteras los va a aproximar a Faulkner, a Lowry o a los predecibles Kerouac, Burroughs y Bukowski.

Por eso, en parte, me interesaba ver la serie de televisión alemana Los Mann, de 2001, que ha salido ahora en DVD. Thomas Mann no se distinguió por nada demasiado llamativo ni anómalo. Padeció el exilio durante el nazismo, pero dentro de todo llevó una vida sin demasiados reveses ni penalidades, y razonablemente respetable. Más escandalosa fue la de su hijo Klaus, también apreciable escritor, que acabó suicidándose como su hermano Michael, pero éste una vez ya muerto el padre. Por así decir, no había en el Thomas Mann personaje casi nada que se prestara a los excesos y exhibicionismos de los que no escapa ningún artista cuando se lo retrata en el cine o en la literatura. "A ver si por una vez hay uno que me cae bien", pensé. "Con quien pudiera apetecer tener trato". Pero no había de caer esa breva. Thomas Mann no aparece como iracundo ni histérico, no se lo ve atormentarse ni asomarse a los "abismos de la creación". Casi parece un notario o el dueño de una fábrica, y su única veleidad -para un padre de familia numerosa- es una homosexualidad abstracta que se manifiesta sólo en miradas semifurtivas a jóvenes bien parecidos. No muy vistoso, por fin cierta sobriedad. Y sin embargo su modelo tampoco invita a seguirlo, sino a rehuirlo: una especie de piedra pómez, áspero y quebradizo, que ni siquiera se altera ante la primera tentativa suicida de su hijo Klaus. Un individuo solemne y pagado de sí mismo, que recibe la noticia de la concesión del Nobel con chirriante naturalidad, como si fuera algo esperable o que se le adeudaba. Alguien consciente de su celebridad, que parece compartir la actitud de su mujer cuando ésta entrevista a una posible secretaria del escritor y le advierte: "Bueno, se le exigirá absoluta confidencialidad. Ya sabe, ¡es Thomas Mann!". A juzgar por esta digna e interesante serie, el autor de La montaña mágica puede que se levantara por las mañanas y al mirarse en el espejo exclamara con reverencia: "¡Soy Thomas Mann! Caramba". No sé si alguna vez lograremos ver o leer sobre un artista sin que ello nos lleve a preguntarnos si nuestra admiración por la obra de semejante sujeto no ha de ser por fuerza una equivocación.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 5 de octubre de 2008

COMO LA COMEDIA HUMANA


Empecé a darme cuenta de lo extraordinaria que era Los Soprano cuando comprobé -muy pronto- que casi me entusiasmaban más aquellos capítulos en los que "no pasaba nada", en los que no había acción, ni asesinatos, ni amenazas, ni conspiraciones, ni apenas intriga, y si había alguna discusión era de índole doméstica. Captar la atención del espectador con lo que acabo de enumerar es fácil y está al alcance de cualquiera, pero limitarse a esos recursos lleva aparejada, a la larga, la condena de la obra que echa demasiada mano de ellos: no suele dejar el menor rastro en la memoria, su efecto dura sólo mientras dura la obra y ni un minuto más, al poco el lector o espectador la confunde con otras que tienen parecidos elementos, la borra y la olvida. La propia acumulación se vuelve en su contra.

En Los Soprano hubo un episodio temprano que, por así decir, ahuyentó a los seguidores que esperaran una sucesión de actos violentos y de tramas criminales, de los que la serie no está exenta, desde luego, pero que dosifica cuidadosamente. Y ahuyentó a esos seguidores porque en cierto modo los retrató en el episodio. Algunas amistades de la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony Soprano, se sienten intrigadas por el trato de ésta con un conocido gangster e intentan sonsacarla con las preguntas que probablemente haríamos cualquiera en las mismas circunstancias. Por su parte, Tony Soprano se siente tentado a entablar relación con lo que él llama ameriganos -creo recordar que son unos vecinos adinerados-, con los que va a jugar al golf en un par de ocasiones. Pero en seguida se da cuenta de que no tienen por él más que la curiosidad que sienten los amigos de la doctora Melfi, la curiosidad por el fenómeno. Se acuerda entonces de haber él sentido lo mismo, en el colegio, por algún chico anómalo, aunque se me escapa ahora cuál era la anomalía que había hecho creer a ese muchacho que por fin era aceptado. Tony se aparta inmediatamente de los ameriganos que sólo buscan su contacto para después poder contarlo en una reunión social como la de la doctora.

Lo maravilloso y singular de Los Soprano es que, como Tony, rechaza a ese tipo de espectadores. Es como si declarara: "Miren, esto es como La comedia humana de Balzac y nos atañe a todos y todos vamos a salir retratados. Si creen que trata de una especie exótica, la mafia de Nueva Jersey, ya pueden apagar el aparato". Los Soprano viven entre nosotros, aunque no sean exactamente como nosotros, o no en todo. Comen sin parar, pierden el tiempo, ven películas, se emocionan con documentales sobre la Segunda Guerra Mundial, se vuelven locos por la tecnología punta -sólo que la roban, en vez de comprarla-, tienen ambiciones y debilidad por los animales, viajan a París y los asalta el vértigo temporal ante la contemplación del poso de los siglos; temen por sus hijos que estudian carreras y sufren por sus primeros amores, se desconciertan, están insatisfechos, desean participar de "lo artístico" y escriben guiones de cine, juegan al billar, se echan amantes y se aburren, se aburren enormemente. Y es en gran medida por esto último por lo que maquinan y les surgen pasiones y odios, por lo que se provocan unos a otros y acaban matándose a pesar suyo. Por eso no cuesta nada identificarse con una familia de gangsters y quedarse a vivir en su mundo durante siete años y sentir que se nos han hecho cortos.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 5 de octubre de 2008

La caja tonta es más lista

viernes, octubre 03, 2008

JAVIER MARÍAS EN LA FUNDACIÓN JUAN MARCH

Foto. Uly Martín


Escribir como jugar a las chapas

"La paulatina pérdida de la irresponsabilidad" es la frase que mejor resume la trayectoria literaria de Javier Marías y por eso la ha elegido como título bajo el que hablar de su obra en las jornadas que ayer se cerraron en la Fundación Juan March. "Un título al que debería añadir que después de esa pérdida está el intento continuo por recuperar dicha irresponsabilidad", añadió.

Son 40 años de vida literaria cuya historia se concentró en una conferencia celebrada el pasado martes, y en una charla, ayer, entre el escritor y el crítico Manuel Rodríguez Rivero. Una trayectoria, recordó Marías (Madrid, 1951), que se inició en abril de 1968 cuando su padre, sin avisarle, envió al vespertino barcelonés El Noticiero Universal el relato de su hijo adolescente La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga y que luego arrancó dos años después, en 1970, con su primera novela editada, Los dominios del lobo.

Han sido 40 años en los que el autor de Corazón tan blanco ha publicado 10 novelas (si como él mismo prefiere se cuenta como una sola las 1.600 páginas de los tres volúmenes de Tu rostro mañana), tres libros de relatos y 12 volúmenes de artículos. "Hasta cierto punto toda mi trayectoria ha sido un combate contra algo que era una necesidad pero que también era una enorme inconveniencia: publicar", señaló el escritor el pasado martes durante su primera intervención, en la que comparó sus habilidades literarias con un divertimento infantil.

"Cuando yo empecé a escribir lo hacía como un juego, escribir no se distinguía de cuando jugaba a las chapas con mi hermano Fernando. Cuando alguien me dijo que tenía que encontrar mi propia voz, yo pensé que esa voz ya la tenía, igual que tenía cierta habilidad para las chapas. La dificultad viene luego, cuando uno intenta escribir sin dejar que las cosas externas le influyan, con la misma libertad con la que entonces jugaba".

"Nunca me he tomado mi trayectoria ni demasiado en serio ni como una carrera", añadió el autor de Todas las almas. "Una trayectoria que hoy sería imposible para cualquiera que escriba por la impaciencia del mercado y de los editores".

Marías recordó la importancia de la traducción en su aprendizaje como escritor: "La traducción ha sido un elemento importantísimo para mí por lo que ha supuesto de aprendizaje. Es incluso mejor que leer. Un traductor además de un lector privilegiado es un escritor privilegiado. Reescribe a su propia lengua algo que no existía y de alguna manera está incorporando algo totalmente nuevo. Pero no es sólo eso: al poner la lengua al servicio de otro, hay una renuncia al propio estilo que es muy importante. Es como el actor que se borra a sí mismo para convertirse en el personaje. Pero al mismo tiempo uno se está apropiando de esos estilos y está aprendiendo de ellos y entonces uno ya sabe que dispone de otro registro".

Marías insistió en su precocidad y en el privilegio -"y de alguna manera también desgracia"- que fue rodearse desde muy joven de escritores que él admiraba. "Con 22 años no solamente trataba mucho a Juan Benet y Juan García Hortelano, sino también, en los años que viví en Barcelona, a Juan Ferraté y Jaime Gil de Biedma. Yo callaba y escuchaba y debo decir que de alguna manera todas aquellas personas me cohibían mucho y por eso también fue una desgracia conocerles".

Marías recordó que averigua las historias a la vez que las escribe, que para él el enorme esfuerzo está en el arranque para luego dejarse llevar por lo que va saliendo y "forjar" la novela según va creciendo, "puliendo cada frase".

El escritor dijo entonces que de alguna manera con su última novela en tres partes se cierra esa trayectoria que empezó hace 40 años. Aseguró que después de Tu rostro mañana, publicada hace justo un año, todo será "una propina". "Quizá me falta distancia o quizá estoy equivocado pero mi sensación es que después de este libro ya no me queda nada, ni en extensión, ni en complejidad. En realidad todo me da ya bastante igual porque mi sensación es que he hecho lo máximo que podía hacer y, al menos ante mí mismo, ya he cumplido".

La brújula del farsante

Javier Marías anotó en una página las líneas generales de la conferencia que bajo el título La paulatina pérdida de la irresponsabilidad pronunció el martes. Apenas unas notas para ofrecer un relato cerrado sobre sí mismo. El crítico Manuel Rodríguez Rivero utilizaba ayer ese viaje sobre una página como ejemplo del método de un escritor que para guiarse utiliza "una brújula en lugar de un mapa".

"Sí, soy un escritor de brújula y no, como la mayoría, de mapas. Hay escritores que necesitan saberlo todo de sus historias y de sus personajes antes de ponerse a escribir, en cierto modo se limitan a desarrollar algo que ya estaba cerrado. Yo, sin embargo, sólo quiero una brújula para que me indique el norte. Y no es que no sepa a donde quiero ir, es que no me gusta trabajar con un mapa y tener la sensación desagradable de que sólo me limito a redactar. A mí me gusta sentir cierta incertidumbre porque si supiera de cabo a rabo lo que va a pasar me aburría mucho".

Manuel Rodríguez Rivero habló del Marías puntilloso y perfeccionista ("un verdadero farsante", bromeó, "porque es todo menos un irresponsable"); recordó cómo presenta a sus editores sus manuscritos a máquina sin una sola tachadura y su necesidad de controlar todo el proceso del libro. Al hablar de la crítica española, el escritor dijo que hoy ya era una batalla perdida. "Nadie espera nada de ella, hasta el punto de que, por desgracia, ya no importa".

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS

El País, 3 de octubre de 2008


Audios de sus intervenciones



La pérdida paulatina de la irresponsabilidad [escuchar online]
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Diálogo con Manuel Rodríguez Rivero [escuchar oline]
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domingo, septiembre 28, 2008

LA ZONA FANTASMA. 28 de septiembre de 2008. Todos presa de las ficciones

Hace poco una amiga me contaba una espantosa situación por la que estaba atravesando su familia, y después de impresionarme y preocuparme y confirmarme que el asunto no tenía remedio a corto plazo, no sabiendo yo cómo animarla no se me ocurrió otra cosa que hacerle un comentario levemente humorístico: "Qué horror", le dije, "es como si de pronto vivieras inmersa en una novela de Dickens, y ya no tienes edad para tanto drama. O más bien de Balzac, peor todavía". "Sí, sí, de Balzac, con tanto desfalco y tanto oprobio", me contestó ella, que es persona leída, con una breve risa, como si, dentro de lo malo y realísimo de sus circunstancias, le divirtiera un poco y le diera momentáneo consuelo -efímero- sentirse protagonista de una ficción decimonónica.

Desde Dickens y Balzac ha llovido tanta ficción sobre nosotros que hoy es casi imposible verse en cualquier clase de apuro sin que nos acuda alguna referencia literaria, cinematográfica o televisiva, es decir, sin que tengamos la sensación de haber vivido ya antes el trance en que nos encontremos, de haberlo visto o leído, de habernos puesto con anterioridad en el lugar que en nuestra experiencia ocupamos por vez primera. En cierto sentido, casi nada nos sorprende enteramente, porque estamos rodeados de mundos en los que "todo ha sucedido"; y quien más quien menos, aunque sea de refilón o involuntariamente, ha visto muchas películas y series de televisión y conoce -aun sin haberlas leído- una enorme cantidad de novelas. Uno de los niños supervivientes del reciente accidente aéreo de Barajas preguntaba al parecer, desesperado y con comprensible impaciencia: "¿Pero cuándo se va a acabar la película?", no pudiendo creer que aquella tragedia perteneciese a la realidad y fuese en serio. Algo semejante nos preguntamos todos, hace siete años, mientras veíamos en una pantalla derrumbarse las Torres Gemelas, atravesadas por sendos aviones, y a un tercero estrellarse contra el Pentágono; y otro tanto nos sucede con cada atrocidad o catástrofe que contemplamos, se trate de un huracán, una guerra, un tsunami o un despiadado ajuste de cuentas entre narcotraficantes. "Esto es como aquella película, esto como aquella serie, esto como aquel cómic, esto como aquel cuento".

Y, de la misma manera, casi todo lo que acontece, aunque no nos afecte directamente, lo percibimos influidos por ese aluvión de ficciones. La figura de Michelle Obama, la mujer del candidato presidencial demócrata, por ejemplo, me resultaba en principio antipática y poco fiable, y he comprobado que compartía esa desconfianza intuitiva con más personas. No podía evitar adivinarle un carácter torcido, ambicioso y ladymacbethiano, ni sospechar que, de llegar su marido a la Casa Blanca, ella intentaría manipularlo. Hasta que caí en la cuenta de que probablemente mis percepciones no se debían a una extraña perspicacia, sino a que, injusta e inconscientemente, había estado asociando a esa mujer al personaje de Sherry Palmer, esposa del Presidente David Palmer de la serie 24 (ya saben los que lo sepan, esa en la que el actor Kiefer Sutherland o agente Jack Bauer ha de poner fin a monstruosas amenazas planetarias en el plazo de veinticuatro horas, superando palizas, torturas y bestiales muertes de seres queridos en un santiamén, en plan Tom y Jerry), que a lo largo de dos o tres temporadas se dedicaba a hacer toda clase de maldades a espaldas de su noble marido, conspirando sin cesar y poniendo en peligro al entero globo terráqueo. Y Palmer y su mujer eran los dos de raza negra. Desde que reparé en mi desliz le tengo mucha más simpatía a Michelle Obama, o al menos he comprendido que no había ningún motivo real para negársela.

Ya es bastante preocupante que nos guiemos por los millones de ficciones que asaltan al hombre contemporáneo. Pero quizá lo sea más todavía que nuestros mandatarios -que también se han empapado de televisión y cine, sobre todo cuando aún eran seres normales- imiten, sin querer o queriendo, cuanto han visto en las pantallas o han admirado en los tebeos (en libros me temo que poco, la mayoría). ¿Acaso Berlusconi no es una mala imitación, y sin gracia, de los personajes de Alberto Sordi, a menudo cínicos y sin escrúpulos a la vez que serviles y untuosos, como ha señalado Concita de Gregorio? ¿No es Hugo Chávez, con sus vociferaciones ("¡Yanquih de mierda!"), el reyezuelo gordinflón y pueril de algunas aventuras de Tintín o del Capitán Trueno? (Es fácil imaginárselo con una corona de puntas, faldellín y el barril torácico al descubierto.) ¿No parece Putin un frío asesino a sueldo salido de James Bond? ¿No podría haber sido, incluso, el sicario que disparará al sonar los platillos en El hombre que sabía demasiado? ¿No se asemeja Sarah Palin, con su peinado picassiano lleno de picos, sus gafas raras, su desaliño a su pesar y su determinación fanática, a las espías del KGB ruso de las películas de la Guerra Fría? ¿No recuerda el actual Aznar al Inspector Clouseau que creó Peter Sellers, alternando ínfulas y patinazos? ¿No comparte modelo con Sarkozy, que se planta con sus coturnos, volando como SuperRatón, en cualquier rincón del mundo para "resolver un caso"? Sigan pensando y verán como hay motivos para alarmarse, ante esta ola de mimetismo irresponsable. Porque lo malo es que luego la vida va en serio, como descubrió Gil de Biedma.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 28 de septiembre de 2008

sábado, septiembre 27, 2008

Primeros lectores

[...]

El beneplácito de Benet

Estos primeros lectores suelen ser, en general, parejas, familiares, agentes, editores, y, con frecuencia, escritores amigos. Es sabido, por ejemplo, que Javier Marías enviaba sus manuscritos a Juan Benet, desde que por mediación de un conocido común éste leyó y elogió Los dominios del lobo, su primera novela. «Siempre buscaba el beneplácito de Benet, su juicio era el que más me importaba, y leyó todos los libros que escribí hasta su muerte -rememora Marías-. Más que sugerir cambios, hablaba del libro en su conjunto, y a veces señalaba alguna palabra que no le gustaba; "cárdeno", recuerdo, en una ocasión, porque le sonaba taurino. En todo caso, si después de leer el libro a Benet le parecía bien, me daba por satisfecho.»

Los últimos libros de Marías recorren un curioso itinerario: una copia viaja hasta Venecia, donde la lee la profesora Elide Pittarello, y otra queda a cargo de la editora de Reino de Redonda, Carmen López Mercader. «La primera es una lectura más especializada; de hecho, Elide se ha convertido en una de las grandes especialista en lo que escribo, mientras que Carmen aporta otra visión más de lectora normal, menos técnica», explica.

[...]

JESÚS MARCHAMALO

Abc de las artes y las letras, 27 de septiembre de 2008

domingo, septiembre 21, 2008

LA ZONA FANTASMA. 21 de septiembre de 2008. Defensa de la subjetividad

Son incontables las veces en que otros columnistas y yo mismo hemos rebatido esa falacia contemporánea que asegura que todas las opiniones son respetables, y hemos hecho hincapié en que lo que hay que respetar es que cada cual exprese las suyas -que no se le impida hacerlo, ni se le censuren, ni se le insulte por ellas-, pero no las opiniones mismas, que pueden ser nazis o racistas o simplemente imbéciles, sin ir más lejos. Últimamente tengo la impresión, sin embargo, de que ni siquiera creen esa falacia los que la propugnan y esparcen, y de que además ya no se distingue entre las apreciaciones subjetivas -las que atañen al gusto personal, o al juicio valorativo- y las que, siendo en muchos casos también subjetivas, aspiran a influir y a convencer a otros para que algo real se modifique. La subjetividad, de hecho, está muy mal vista: se pretende que todo el mundo renuncie a ella y se instale en una supuesta objetividad planetaria, algo sin duda imposible. Cuando pese a ello se intenta, los resultados carecen de todo interés, son lugares comunes, y la actitud resulta impostada.

Tuvimos un claro ejemplo de ella en 1992, cuando se cumplió el quinto centenario del Descubrimiento de América y fueron legión los que se opusieron, para empezar, a la propia palabra" descubrimiento" y la sustituyeron por una expresión ñoña, "encuentro de culturas" o algo por el estilo. Es obvio que los antiguos nativos de ese continente ya habían descubierto sus tierras, pero se olvidaba que desde nuestro punto de vista, desde nuestra subjetividad, la de los europeos -y por tanto también la de la mayoría de los actuales habitantes de América, descendientes de europeos y hablantes de lenguas europeas-, aquello sí fue un descubrimiento y de ese modo ha sido vivido y sentido por generaciones y generaciones a lo largo de cinco siglos. A quienes protestaban por la utilización de ese término sólo cabía haberles dicho: "Miren, ustedes llámenlo como quieran, pero a mí no me obliguen a alterar mi perspectiva, porque es la que tengo, y adoptar otra me resultaría no sólo artificial, sino falso". Con cada vez mayor frecuencia se exige que, al hablar de cualquier asunto, se adopte un punto de vista ajeno e impropio: el de los africanos, el de los asiáticos, el de los abjazos, el de las mujeres si se es hombre o el de los varones si se es mujer, el de los animales, el de las plantas, el de la Naturaleza (?). Una cosa es que se tenga en cuenta -o se procure, no siempre es factible-la visión del otro; otra, que sin más se asuma y se haga propia. Yo no puedo evitar ser varón, blanco, europeo, y ver las cosas desde mi condición. Y cuando alguien me ha acusado de arrojar sobre el mundo una mirada masculina, o "eurocéntrica", me ha causado una perplejidad enorme. ¿Y qué pretenden, me he preguntado, que mire como un transexual de Mongolia, si es que existen?

Hace poco me llamaron de una de las tres principales cadenas de televisión estadounidenses, de ámbito nacional, para que les hablara sobre el contraste entre una España "moderna y dinámica" y la pervivencia de "algo medieval" -el periodista era un ignorante en historia- como las corridas. Le dije que no era experto, ni tan siquiera aficionado a los toros, pero que, si quería, algo podría decir al respecto, ya que tampoco tenía nada en contra de ellos, y quedó en llamarme de nuevo para fijar la cita. Nunca más lo hizo, supongo que porque mi opinión sólo le interesaba si coincidía con la suya y yo veía las corridas como "algo medieval" y aun prehistórico.

Unas semanas atrás, en la entrevista que le hizo Juan Cruz en estas páginas, el eximio profesor George Steiner dijo que no debía compararse el catalán con el gallego, que aquél era "un idioma importante, con una literatura impresionante". La furia gallega ha caído sobre él como el rayo. "Me niego a que venga un inglés y diga eso", rezaba una carta "indignada". Y el PEN Club de Galicia ha llegado a acusar al pequeño gran Cruz de que las declaraciones "pudieron ser remediadas por el entrevistador". ¿Remediadas? ¿De qué modo? ¿Tal vez censurándolas, suprimiéndolas de la entrevista, lo mismo que la cadena de televisión norteamericana probablemente decidió prescindir de las mías sobre los toros porque no iban a ser de su agrado? ¿O es que Juan Cruz tenía que haberse puesto a discutir con Steiner y a cantarle las excelencias de la literatura gallega en bloque, por si uno de los hombres más leídos del mundo estaba en la inopia? Lo que no parece aceptarse es que, por muy erudito que sea, el profesor está dotado de subjetividad y gusto y juicio, y que desde ellos puede opinar lo que quiera, sin que nadie intente "remediarlo". Si a él no le parece gran cosa esta o aquella literatura, está en su derecho a que no se lo parezca. Como lo está usted a considerar una birria la música paraguaya, y usted a que le dé cien patadas la pintura croata, y usted a que le reviente el cine de Groenlandia. No aspiran a imponer ni a modificar nada con ello. Habrá quien, en cambio, opine que la literatura gallega es la leche, y será muy dueño, y sería disparatado que nadie se "indignara" con él, quisiera "remediar" sus declaraciones o convencerlo de lo contrario. Pues el mismo derecho a la subjetividad, al punto de vista personal, al gusto y al juicio valorativo tendría el ilustre profesor Steiner.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 21 de septiembre de 2008

viernes, septiembre 19, 2008

García Lorca es todos los muertos

Reportaje de Juan Cruz en el que intelectuales, escritores, entre ellos Javier Marías, e historiadores opinan sobre si hay que exhumar los restos de García Lorca.

El País, 19 de septiembre de 2008

domingo, septiembre 14, 2008

LA ZONA FANTASMA. 14 de septiembre de 2008. Dañina gente de paso

Han sido dos pequeñas noticias que han pasado casi inadvertidas y que ni siquiera tuve la prudencia de guardar, por lo que no las recuerdo con exactitud. Una hablaba de un alcalde de una población granadina, creo, que se había declarado en huelga de hambre para protestar por la "asfixia económica" a la que están sometidos los ayuntamientos en general y supongo que el suyo en particular. La otra se hacía eco de las quejas de los alcaldes de España por el "escaso poder" de que disponen, y se anunciaba una reforma con vistas a incrementárselo; y, si no me equivoco, en este mismo diario hubo un editorial que les daba la razón (!). ¿Asfixia económica? ¿Escaso poder? O estoy muy mal informado y veo visiones a mi alrededor -no lo descarto-, o nuestros primeros ediles son unos jetas. Lo que sé con certeza es que no soy el único ante esta disyuntiva o con esta perplejidad.

Un notabilísimo número de ayuntamientos de este país se distingue por las desvergonzadas recalificaciones de terrenos y los consiguientes pelotazos inmobiliarios con que se benefician, tanto en las grandes como en las pequeñas ciudades como en los pueblos, en las costas como en el interior, en el norte como en el sur como en el este como en el oeste. De todos es sabido que España se ha convertido en los últimos años en el reino de la especulación, la barbarie urbanística, la destrucción del paisaje y del medio ambiente, la edificación salvaje y sin sentido y el dinero negro o mafioso que todo ello trae consigo; y que nada de esto habría sido posible sin la connivencia o complicidad de los ayuntamientos, que son los que otorgan permisos, expropian terrenos, hacen concesiones a los constructores y cobran grandes cantidades a cambio. No son pocos, además, los que lo hacen sin ni siquiera una apariencia de legalidad, y estamos hartos de leer en la prensa sobre casos de corrupción municipal aquí o allá, con gobiernos del PP, del PSOE o de San Juan Crisóstomo, tanto da. Pero no es sólo eso: en cualquier ciudad -pero empezando por Madrid, que se lleva siempre la palma-, a uno lo asaltan las continuas y demenciales obras que las más de las veces son o parecen enteramente innecesarias, esto es, sólo explicables como manera de que hagan caja tanto los ayuntamientos que las inventan, propician, autorizan y encargan como las empresas que las ejecutan. La impresión que tiene cualquiera es justamente la contraria de la que ha movido a ese excéntrico alcalde granadino a iniciar una melodramática huelga de hambre, a saber: que los ayuntamientos se hinchan a ganar dinero -a costa del tormento de sus ciudadanos-, y que les sobra tanto que además pueden endeudarse hasta las cejas (ya saben que sólo los riquísimos están facultados para contraer monstruosas deudas).

En cuanto a su "escaso poder", uno tiene asimismo la sensación contraria: los alcaldes abusan del que se les otorga y éste es excesivo a todas luces, con la agravante de que lo que acometen suele ser irreversible, además de hortera y dañino en general. Destrozan las ciudades y eso no tiene vuelta de hoja, y las utilizan como si fueran el salón de su casa, sin que nada ni nadie los pueda frenar. ¿Y exigen más poder todavía? Es una tendencia de la España actual: con el pretexto de la descentralización, conveniente y necesaria en muchos aspectos, hay un afán por trocear cada vez más las parcelas. Es como si legiones de españoles precisaran mandar, en algún sitio, aunque sea en un patio de vecinos. Y la única forma de contentar y aplacar a esos millones de megalómanos ansiosos de algún poder, es repartir éste hasta la brizna y blindar las competencias de cada uno de ellos en su menudencia.

Los alcaldes y concejales han pasado a contarse, como dije aquí hace algún tiempo, entre los villanos de la nación. Hacen lo que les da la gana, destruyen sus localidades. El de Madrid va a destripar, dentro de nada, el Paseo del Prado -maldita la falta que hace tocarlo: uno de los pocos lugares bonitos de la capital- y la calle de Serrano, lo cual supondrá el más sádico martirio y el más absoluto caos. El de Soria -ciudad que conozco bien- va a excavar un aparcamiento en pleno centro y se va a cargar la ribera del Duero y la visión de las ruinas de Numancia con la construcción de un polígono industrial totalmente superfluo y para el cual, en todo caso, sobraba terreno más propicio en una provincia extensa y semivacía; y lo va a hacer no sólo con el apoyo de su grupo socialista -cuando al PSOE le da por el negocio hay que temerlo tanto como al PP-, sino de los demás sin excepción y de la Junta de Castilla y León, y en contra del criterio de todas las Academias y organismos, nacionales y extranjeros, que defienden la cultura, la historia, las artes, el paisaje y la conservación del entorno. Esa gente sabia y responsable, al ayuntamiento cafre de Soria y a la vandálica Junta les parecen unos capullos y se la pasan por el forro.

A todos estos alcaldes españoles que piden más y más, y nos quitan más y más, se les olvida que están de paso y que nadie se va a acordar nunca de ellos, como no sea para maldecirlos. La prueba, el más famoso de la democracia, Tierno Galván: la gente se echó folklóricamente a la calle para verlo enterrar, pero hoy ya nadie sabe qué hizo o dejó de hacer. Sólo que escribía unos bandos chistosos y que una noche lo fotografiaron junto a una actriz con las tetas al aire. Qué legado.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 14 de septiembre de 2008

sábado, septiembre 13, 2008

Javier Marías en Babelia

Loredano

El escritor opina sobre la autoficción en el reportaje El Yo asalta la literatura, de Winston Manrique Sabogal, en Babelia, el suplemento cultural de El País, de este sábado 13 de septiembre de 2008.

domingo, septiembre 07, 2008

LA ZONA FANTASMA. 7 de septiembre de 2008. ¿Por qué tantas mujeres están tan furiosas?

Uno de los mayores tópicos soltados por mujeres desde hace decenios –también por varones a los que esas mujeres convencen y hacen cautivos– consiste en la idea de que los pobrecitos hombres ya no saben qué hacer ni cómo conducirse y andan acomplejados y desorientados. Es rara la entrevista con una actriz, escritora o cantante en la que éstas no expresen en algún momento su conmiseración, si no desprecio, por los integrantes del sexo masculino. Tampoco es raro oír estos comentarios en diálogos de películas o de televisión, así como, en la vida, chistes despectivos o maternalistas y descalificaciones globales: "los hombres son tan simples", o "sólo piensan con la polla", o "son un mal necesario", por mencionar tres lugares comunes que, cuando dichos u oídos, parecen reconfortar a muchas mujeres. Y cuando éstas repiten por enésima vez estas nociones trilladas, los varones no protestan ni se ofenden, y en cambio la mayoría de ellas ríen invariablemente la supuesta y novedosa gracia. Así que hoy nos encontramos con una situación curiosa: las mujeres pueden echar pestes de los varones en su conjunto sin que nadie se escandalice ni queje ni llame la atención a las denostadoras, mientras que cualquier chascarrillo equivalente por parte de un hombre le acarrearía perder su empleo (si es un profesor o un político, por ejemplo) o caer en el descrédito.

Pero no es este desequilibrio lo que me preocupa. Al fin y al cabo, durante siglos fueron los varones los que hicieron burla de las mujeres, los que las tildaron de tontas e incapaces y les negaron el voto y antes el alma. Quizá no tenga mucho de particular que ahora haya un buen grupo de ellas –sin duda las más elementales– que deseen resarcirse y aun tomarse la revancha. Son las más miméticas, las que piensan "Ahora nos toca a nosotras" y lo pasan en grande copiando las actitudes de los hombres más brutos del pasado, sólo que dándole la vuelta a la tortilla. Lo que me parece preocupante no son estas mujeres que –aunque de modo rudimentario– tanto se divierten, sino el gran número de ellas que, por el contrario, se diría que viven en la permanente furia.

El último artículo que aquí publiqué antes de mi respiro de agosto hablaba de las antiguas esposas y madres que se veían confinadas al exclusivo ámbito doméstico, y condenadas a conocer el resto del mundo sólo de manera indirecta, a menudo a través de sus maridos; y lamentaba que a lo largo de la historia fueran tantas las generaciones que se habían visto obligadas a desperdiciarse. Y decía, entre otras cosas: "Cuántas existencias dedicadas a procrear y a proteger y a formar a los jóvenes miembros de la especie, tarea admirable, pero limitada y con fecha de caducidad". Había simpatía y lástima por esas existencias "recortadas", en muchos casos no elegidas sino impuestas o heredadas. Pero las cartas furiosas no se hicieron esperar: algunas se han leído aquí, otras me fueron remitidas. Se me ha acusado de denigrar a las esposas y madres de la historia entera, se me ha espetado que muchas amas de casa eran sin embargo cultas y leían la prensa y muchos libros (como si eso no fuera conocer el mundo de manera indirecta), que he faltado al respeto a quienes han llevado y llevan a cabo la más importante misión de la humanidad, la de dar a luz hijos y criarlos, y hasta una señora se ha empeñado en que yo había insultado personalmente a su madre (Dios me libre). Añadía yo en mi pieza esta frase: "Imaginar hoy a una mujer que por elección no trabaje, o sin vida propia, produce bostezos ...", lo cual, es evidente –mis artículos son de opinión–, quiere decir que a mí me los produce. Alguien que me hablara sólo de sus niños y de sus problemas domésticos y vecinales –o de lo que ve en la tele, que a fin de cuentas es un electrodoméstico– me aburriría mucho, qué quieren.

Mi columna era, en suma, una deploración por el papel secundario, casi ancilar, que se ha asignado a demasiadas mujeres, y una incitación a las actuales a seguir la senda ya emprendida por la mayoría: a no conformarse con eso, a sentirse en igualdad de condiciones con los hombres, a no permitir que sean ellos quienes les cuenten y muestren la vida y el mundo, ni tampoco sus hijos ya crecidos; a no agacharse ni resignarse. Pues bien, no quiero ni imaginar las cartas que habrían llegado si hubiera hecho yo una loa del ama de casa, y hubiera manifestado lo que las mujeres que me han escrito han afirmado: que las meras esposas y madres son divertidísimas, que están al tanto de todo aunque nunca hayan trabajado fuera de sus hogares, que sus maridos no sólo no se aburren con ellas, sino que están contentísimos de que hayan optado por la vida familiar y hayan renunciado a casi cualquier otra. Diga uno lo que diga sobre cuestiones concernientes a una parte u otra de la población femenina, salen mujeres furiosas de debajo de las piedras. Esto es lo que me parece más preocupante, porque empiezan a recordarme a los nacionalistas más fanáticos, los cuales sostienen que nadie que no pertenezca a su casta puede entenderlos (como si el nacionalismo fuera complejo), ni opinar, ni hablar de ellos. A lo cual hay que responder que no hace falta ser gallina para saber si un huevo está podrido. Sólo faltaría que la mitad de la humanidad no pudiéramos decir una palabra sobre la otra mitad, la que nos completa.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal
, 7 de septiembre de 2008

sábado, septiembre 06, 2008

Recuerdos de este fusilero

Benjamin Harris (1781-1858) formó parte del 95° Regimiento de Fusileros y con él combatió en España integrado en el ejército del duque de Wellington durante la Guerra de la Independencia. Este libro es un conjunto de recuerdos de su vida como fusilero, dictados a un antiguo capitán de infantería que se convirtió en su amanuense (Harris era analfabeto) y editor años después de regresar a la vida civil.

En España no existen documentos de este tipo de ese periodo, lastimosamente, pero la mirada de este hombre sobre la guerra, sin otra intención que la de hilar una serie de anécdotas sobre la vida del soldado en campaña y de los enfrentamientos feroces entre franceses e ingleses, pues los españoles apenas si aparecen de refilón, es una mirada impresionante en lo que tiene de testimonio sobre la dureza y brutalidad a ras de suelo y de grado de una guerra decimonónica. El relato es llano y directo y corresponde a una mente simple y valerosa que acepta la guerra, con sus atroces escenas y penalidades sin cuento, como un hecho inevitable.

El valor de este relato, tan entretenido como dramático, es el de entregar sin tapujos el punto de vista del soldado raso y patriota. Este aspecto del orgullo patriótico es singular como documento y testimonio de la mentalidad de una época. La relación, por ejemplo, de la penosa retirada hacia La Coruña se convierte en un ejercicio de supervivencia hasta el límite de la vida. De hecho, es la moral de la supervivencia la que se impone a todo otro valor en un ejercicio espeluznante y ejemplar de realismo vital, lo que no empaña el compañerismo, el dolor y la compasión, pero siempre subordinados a la supervivencia.

En su conjunto, un cuadro vivo de escenas reales, convertido en historia y experiencia a la vez, ciertamente ejemplar.

JOSÉ MARÍA GUELBENZU

El País, Babelia, 6 de septiembre de 2008



HIMNO DE REDONDA




Himno Nacional de Redonda, compuesto por Leigh Henry (1949) y cantado por Nicholas Clapton (2001)


martes, septiembre 02, 2008

Café de medianoche


Se titula el artículo que Juan Cruz ha escrito sobre Javier Marías y que se ha publicado en el número doble (697-698) de Cuadernos Hispanoamericanos, correspondiente a los meses de julio-agosto de 2008.

domingo, agosto 31, 2008

Las increíbles memorias del capitán Contreras

Reseña de Juana Rosa Pita sobre el libro Vida de este capitán de Alonso de Contreras, editado por Reino de Redonda, publicada en la edición del 6 de julio de 2008 de El Nuevo Herald (Miami).

lunes, agosto 25, 2008

Entrevista a Javier Marías



El diario chileno El Mercurio publicaba ayer una entrevista con el escritor, con motivo de haber ganado el Premio José Donoso.

sábado, agosto 23, 2008

Esta absurda aventura

Así como cae dentro de lo muy previsible que un editor acabe desesperándose al ver durante años cómo sus autores se llevan la mayor porción de gloria y de fama -que no de dinero-, y se lance a escribir, preferentemente memorias ensimismadas o viñetas de los escritores que lo hicieron rico, es mucho más raro que un novelista se meta a editor, y supongo que es por eso por lo que se me pide que hable aquí un poco de Reino de Redonda, seguramente la editorial más pequeña y pausada del Reino de España, ya que publica tan sólo dos títulos al año, o a lo sumo tres. Además, no tiene sede más que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme López Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. La distribuidora Ítaca me hace el favor de colocar algunos ejemplares en las librerías, y mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contratación de derechos (cuando los hay). Y sin duda ha de ser la única editorial que no hace cuentas: sé que es deficitaria, porque sus volúmenes están cuidados, llevan muy buen papel y encuadernación, y a los ocasionales traductores les pago el máximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su día y habría deseado ese trato para mí. Aun así ponemos a los libros precios razonables, y aun así no se venden mucho. La única forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cuánto ascienden las pérdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cuánto gano y cuánto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre: si ni siquiera los lectores se enteran de la aparición de un título, qué sentido tiene.

Hasta la fecha Reino de Redonda ha publicado dieciséis. El Cultural de El Mundo, por ejemplo, no se ha dignado -cuesta creer que no haya deliberación- sacar reseña de ninguno de ellos, a lo largo de ocho años. El único suplemento que les suele hacer caso es Babelia, tal vez por la proximidad de mi firma, domingo tras domingo, en El País Semanal (sea como sea, gracias mil). Los demás acostumbran a ser rácanos. Habituado a no incurrir en el mal gusto de solicitar críticas y atención para las obras que publico como autor, me cuesta hacerlo para las que saco como editor, y empiezo a pensar que si uno no da la lata, llama, promociona, ruega, amenaza e insiste, mal lo tiene para que su catálogo suscite interés en los medios especializados. Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales (Isak Dinesen, Conrad, Hardy, Yeats, Sir Thomas Browne, el Capitán Alonso de Contreras o el gran Sir Steven Runciman) o que suelte textos interesantísimos desconocidos en español (Viaje de Londres a Génova de Baretti, los cuentos de Vernon Lee o los recuerdos del fusilero Harris que combatió en la Guerra de la Independencia). Si uno no hace relaciones públicas ni pide favores, será difícil que alguien, en las redacciones, se moleste ni en echarles un vistazo.

Por todo ello, y por la parsimonia del proyecto, en realidad no me atrevo a llamarme "editor". Me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país -es el caso de los artículos de Jorge Ibargüengoitia, el extraordinario autor mexicano muerto en Barajas hace ya muchos años, que aparecerán con prólogo y selección de Juan Villoro-. Todos los volúmenes, eso sí, llevan su prólogo o presentación: algunos míos -qué remedio-, otros de gente afectuosa como Mendoza, Savater, Pérez-Reverte, Antony Beevor, Rodríguez Rivero o el Profesor Rico -bueno, éste aún me lo ha de escribir-. Todos ellos forman parte del jurado del Premio Reino de Redonda, que concede cada año a un escritor o cineasta extranjeros la editorial, añadiéndose déficit, para variar. Pese a que son también miembros del jurado George Steiner, Almodóvar, Coetzee, Rohmer, Alice Munro, William Boyd, Ashbery, a veces Coppola, Villena, Magris, Sir John Elliott, Lobo Antunes o Gimferrer, la cosmopolita prensa española apenas si se hace eco de él, mientras llena páginas con cualquier merienda de negros de cualquier editorial poderosa o institución oficial.

¿Y las ventas? A diferencia de los editores de verdad, no tengo reparo en hablar de ellas. Nuestro best seller es La caída de Contantinopla 1453, que ha vendido cerca de cinco mil ejemplares, seguido a distancia por El espejo del mar de Conrad, Ehrengard de Dinesen y Vida de este capitán de Contreras, que van por la mitad. Los menos vendidos no llegan ni a mil ejemplares, y son, inexplicablemente, el mencionado Viaje de Londres a Génova, un divertido e inteligentísimo paseo por la España de Carlos III, La nube púrpura de M P Shiel -primer Rey de Redonda-, la novela que inauguró el subgénero "último hombre sobre la Tierra" que luego han copiado tantos, incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda, y los magníficos cuentos de El brazo marchito, de Hardy, que fueron mi primera traducción, allá por 1974. Tampoco los de Vernon Lee han alcanzado los mil lectores, quizá por ser tan extraña mujer como fue.

Sólo dos libros al año, a lo sumo tres, como he dicho. Y sin embargo cada uno lleva tanto trabajo -sobre todo a la encargada de la edición- que ahora admiro a los editores mucho más que antes de iniciar esta absurda aventura, que desde luego trae más sinsabores que ser autor. ¿Cómo es posible que algunos saquen ochenta o cien títulos anuales, si aspiran a hacerlo bien? Claro está que la mayoría cuentan con equipos nutridos, plantilla fija y numerosos colaboradores externos a los que suelen explotar a fondo. Pero aun así. Quizá es que demasiados -por lo que leo últimamente publicado en nuestro país- han renunciado a hacerlo bien: textos lunáticos o pésimamente escritos que nadie parece haber corregido, traducciones desastrosas o demenciales hechas por gente que no sabe la lengua de la que traduce ni la suya propia, erratas sin fin... "Productos podridos", los llamé una vez, ante los que sin embargo nadie protesta en esta época de defensa de los consumidores. Ni siquiera los críticos, que pocas veces ya distinguen cuándo un libro está agriado. Lo que sale de Reino de Redonda es muy lento y modesto, pero al menos se puede tener la certeza de que está en buenas condiciones. Supongo que el verdadero destino de estas publicaciones es convertirse, de aquí a unos años, en objeto de coleccionistas, los cuales acaso busquen desesperadamente el título que les falte para completar su colección. "Doy lo que sea por Browne", dirán. "O por Bruma de Crompton, o por La mujer de Huguenin". A eso quizá se le llama trabajar para la posteridad. Les aseguro que en modo alguno era ésa mi intención.

JAVIER MARÍAS

El País, Babelia, 23 de agosto de 2008

Otros títulos de Reino de Redonda:

La morada maligna
Cuentos únicos
El crepúsculo celta
El monarca del tiempo

viernes, agosto 22, 2008

Nuevo estudio de Alexis Grohmann sobre la obra de Javier Marías




En el n.30 de la revista Iberoamericana Alexis Grohmann, profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Edimburgo, publica "Literatura y trastorno o la alegoría de la narración en Javier Marías".

lunes, agosto 18, 2008

“Reputación busco, que no dinero”: La desaforada vida del Capitán Contreras


La autobiografía del capitán Alonso de Guillén Contreras (1582-1644?), militar, corsario y aventurero, escrita en su mayor parte en 1630, no se dio a conocer hasta 1900, cuando el erudito Manuel Serrano y Sanz, que la había descubierto en la Biblioteca Nacional de Madrid, la publicó en el Boletín de la Real Academia de la Historia. El tan exagerado como rigurosamente verídico relato de las andanzas de este soldado cubre los años 1597 a 1633, bajo los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, y es un indiscutible triunfo de las letras españolas; de entrada, sin embargo, obtuvo más eco en el extranjero que en España, donde la Vida del capitán Contreras sólo empezó a ser leída y admirada de verdad a raíz de su reedición por Revista de Occidente en 1943, con un deslumbrante prólogo de Ortega y Gasset.

Esta nueva edición anotada que publica ahora con su habitual esmero, la editorial Reino de Redonda de Javier Marías, recoge el imprescindible prólogo de Ortega y le antepone uno nuevo de Arturo Pérez-Reverte, buen conocedor de la obra y de la época, cuyo capitán Alatriste no en balde toma prestado más de un rasgo de carácter de Alonso de Contreras. El texto adoptado parece ser el de Revista de Occidente (no se ha partido del manuscrito), y las notas, que iluminan la obra sin abrumar, están basadas, según se indica, en las de Fernando Reigosa para la edición de Alianza de 1967 y las de Harry Ettinghausen para la de Bruguera de 1983.

Militar y marino, práctico del Mediterráneo que recorrerá numerosas veces en misiones de reconocimiento o de corso, y del que levantará un Derrotero conservado asimismo en la Biblioteca Nacional, los sucesos y peripecias de la vida de Contreras son tan variados como extremos, y superan con creces los de los relatos picarescos, a los que inevitablemente, por época y circunstancias, recuerdan. El buen capitán llega incluso a hacerse ermitaño en un momento dado, para después vérselas con el Santo Oficio, acusado de querer alzar a los moriscos y proclamarse “rey” suyo, y algo más tarde, trabar amistad con Lope de Vega, quien le dedicó su comedia El rey sin reino (que algo debe a lo de la supuesta conjura morisca). Pero nada aquí es inventado, y apenas fabulado.

Sorprende tanto la precisión y vividez de los recuerdos de Contreras como la calidad de su prosa, directa, concisa y sin florituras (como él mismo dice: “Ello va seco y sin llover, como Dios lo crio y como a mí se me alcanza, sin retóricas ni discreterías, no más que el hecho de la verdad”, p. 232), y al tiempo de extraordinaria riqueza, impregnada de la lengua franca del Mediterráneo de la época, a base de español, italiano, turco y griego, como acertadamente señala Pérez-Reverte. Pero más aún que el estilo, al lector le fascinará el retrato que ofrece Contreras de su tiempo al socaire de sus andanzas, así como la fineza de los retratos psicológicos que traza, empezando por el suyo propio.

Para Contreras, hombre de acción, la vida es movimiento y riesgo constantes. No le mueve el afán de medrar, aunque en más de una ocasión intente, casi siempre sin éxito, que se le reconozcan sus servicios a la Corona, sino la búsqueda de la fama. Cuando se libra al corso, se precia más del eco de sus hazañas, y de que los turcos acaben poniendo precio a su cabeza, que de la parte que le corresponde de las presas que hace: sólo es dinero, que vuela rápido, entre timbas y lupanares. Buena parte de los muchos líos en que se mete se los procura ese afán de nombradía, como cuando en Nápoles, “en buena reputación” y “por no perder la opinión de levantes” (p. 76), accede a prestar ayuda en un lance a unos valencianos que resultan ser unos asesinos, viéndose él abocado a la huida por no acabar en la horca.

A lo largo de esta vida desmesurada, Contreras mejora su condición y acrecienta su fama (su nombre, según nos dice, es conocido en la Corte y entre la gente), pero también va acumulando desengaños, en los que, sobriamente, se detiene tan poco como en sus triunfos. Uno de los rasgos más llamativos del personaje es la agudeza de su desencantada visión del mundo. No se llama a engaño por nada, y nada lo sorprende: ni los vaivenes de la fortuna, ni la mezquindad de los hombres (“…todos me daban el parabién, unos de envidia, otros de amor”, p. 191), ni la iniquidad y despropósitos de las autoridades (“Díjose, por cierto, que fue causa el Almirante, que no era marinero ni había entrado en la mar jamás. Llamábase Fulano Figueroa y después, para enmendarlo, le hicieron Almirante de una flota por sustentar el yerro primero”, p. 211). No es resignación: es lucidez. Con el mismo laconismo trata de las traiciones que le hacen y de las penalidades que sufre, en la guerra o en prisión, o en los lances del amor (a menudo venal, como corresponde a un soldado). Véase, por ejemplo, con qué sobriedad refiere cómo mató a su esposa tras sorprenderla en la cama con su mejor amigo: “(…) y en suma, yo, que no dormía, procuré andar al descuido con cuidado, hasta que su fortuna los trajo que los cogí juntos una mañana, y se murieron. Téngalos Dios en el cielo si en aquel trance se arrepintieron.” (p. 159).

Pero, por encima de todo, con independencia de su probable intención memorialista o reivindicativa en origen, al margen del indudable valor histórico y documental que ahora tiene, la Vida del capitán Contreras es una gran novela, un entretenidísimo relato de aventuras que ya tocaba recuperar de nuevo.

ANTONIO IRIARTE

Cuadernos Hispanoamericanos, n. 697-698, julio-agosto de 2008



[Vicente Carducci, Batalla de Fleurus]

XVII

No conozco personalmente al escritor Javier Marías, colaborador brillante de este periódico. Sé de él por lo que hace. Hace unas semanas recibí uno de los libros que edita, con la devoción que otros reservan a sus amantes o a sus gatos, bajo el sello Reino de Redonda. Se trababa de un clásico, el Discurso de mi vida, del soldado Alonso de Contreras, titulado ahora Vida de este capitán. Marías había escrito a mano mi dirección (esto es una certeza moral, porque ignoro su caligrafía), y daba como remite su domicilio privado. El detalle me pareció importante. Por Contreras y por su siglo, el XVII, del que heredamos las nociones modernas de ciencia y de tolerancia, un sano relativismo y, sobre todo, la supremacía del individuo. Aquél fue un siglo de turbulencias y fanatismos; fue, a la vez, el primer estallido de libertad en más de mil años.

Quizá fue su amigo Lope de Vega quien aconsejó al capitán Alonso de Contreras que redactara sus memorias. Contreras, que se llamaba en realidad Alonso de Guillén Contreras, tenía un carácter sulfúrico. Hacia los 12 años mató a cuchilladas a un compañero de estudios, a los 15 combatía ya en Flandes, capitaneó naves bajo la bandera de la Orden de San Juan y como corsario vivió una enorme cantidad de aventuras y aprendió a escribir con un desaliño brillante. Cuando su mujer le traicionó con su mejor amigo, los mató a los dos. Véase con qué elegante elipsis (toda elipsis es cínica) describe el suceso: "Procuré andar al descuido con cuidado, hasta que su fortuna los trajo a que los cogí juntos una mañana y se murieron. Téngalos Dios en el cielo si en aquel trance se arrepintieron. Las circunstancias son muchas y esto lo escribo de mala gana".

Aquel soldado, uno de los modelos del Alatriste de Pérez-Reverte (aparece como secundario en la saga), tal vez llegó a coincidir en algún sitio con Miguel de Cervantes. Vivió en un tiempo de gigantes: Shakespeare, Spinoza, Locke, Hobbes. Mientras Contreras se fatigaba batallando contra el turco, en Holanda se construía el primer microscopio y faltaba poco para que Newton dictara las leyes de la gravedad. Las guerras de religión se agotaban, y empezaban a surgir los signos de la libertad del ciudadano europeo: la paz de Westfalia, el hábeas corpus, la Declaración de Derechos. El poder, perdido su origen divino, se redujo a una convención como cualquier otra. El esclavismo disfrutaba de una edad de oro, y la igualdad entre los sexos resultaba inconcebible; la gran emancipación, la que nos liberó del Dios totalitario y de sus delegados terrenales, estaba sin embargo en marcha.

Soldados de fortuna como Contreras difundieron el nuevo espíritu. Viajaban, cambiaban de bandera y de idioma, se contagiaban de una libertad áspera y primigenia.

Las ideas se guardan en los libros, pero viven en el aire, impregnando la voluntad de los hombres. Contreras, que nunca supo de Spinoza (nadie sabía de Spinoza, más allá de sus vecinos) y que aceptaba con naturalidad ciertas prácticas medievales (fue sometido a tormento para que confesara su inexistente complicidad con una revuelta morisca), pensaba como un hombre moderno. Es decir, como un individuo libre. Hacía su apuesta cotidiana contra la fortuna, y aceptaba de forma responsable, sin escudarse en designios divinos, el éxito y la desgracia. Aquellos soldados puteros, jugadores y violentos, arquetipo del pícaro, fueron los primeros huérfanos de Dios. Fueron los primeros en percibir, de forma muy vaga, que nacían y morían solos. Y que podían (y debían) arreglárselas por su cuenta.

Alonso de Contreras, y sus contemporáneos del XVII, fueron los primeros, desde la remota antigüedad ateniense, en decir "yo" con todas sus consecuencias.

Por eso me pareció importante que Javier Marías rotulara a mano el sobre, pegara el sello y metiera dentro el libro. Era la forma más simple de decir "yo", y de honrar la obra que editaba. Podría ser que todas esas labores postales las hubiera hecho otro, no Marías. Es posible. Habría sido mezquino por mi parte, creo, realizar comprobaciones antes de ponerme a escribir.

ENRIC GONZÁLEZ

El País, Domingo, 18 de mayo de 2008


Soledad de soldado

En una fonda italiana, y en 11 días, escribió el capitán Alonso de Contreras (1582-¿1644?) su vida, presentada ahora por Arturo Pérez-Reverte, que hizo a Contreras amigo de Alatriste. "El increíble soldado", le llamó Ortega y Gasset, juzgándolo prototipo del militar del siglo XVII por su autobiografía inverosímil y probablemente verdadera. Contreras cuenta más de treinta años de vida trepidante, hasta 1633, como si en una sobremesa regalara sus anécdotas de muertes, astucias, combates en mares y tabernas, abordajes, toma de fortalezas, secuestros y emboscadas. Fue corsario en el Mediterráneo, "frontera móvil de aventura, horror y prosperidad", explica Pérez-Reverte, y fue famoso: Solimán de Catania colgó el retrato del capitán por los puertos de Levante y Barbería, buscándolo para matarlo.

Otros soldados de aquel tiempo escribieron su historia personal como si se tratara de un capítulo heroico de la novela picaresca. Incluso repiten episodios que podrían hacernos pensar en tópicos de una época feroz, que, sin embargo, tenía una concepción retórica de la vida: el crimen como vía hacia la milicia, el asesinato de la mujer amada y su amante, el refugio en la religión. Pero Contreras escribió la autobiografía más palpitante y desnuda. Lo único que tiene suyo el capitán es su sangre limpia, de cristiano viejo y pobre, y su agilidad con la espada y la palabra. Un día de feria falta a la escuela y mata a un compañero. Tira un cántaro a la cabeza de la esposa del platero al que sirve como aprendiz, pues no servirá a nadie que no sea el rey. Soldado, viajará por Italia y Flandes, y quien se aventura lejos de su casa siempre vuelve rico en historias. Jugará y desertará, robará, corsario y piloto en las galeras de Sicilia y Malta, héroe en Levante, contra los turcos. Cobrará "tantas presas que es largo de contar", desde el primer botín, un sombrero lleno de reales, inmediatamente jugados y gastados.

Ortega hablaba en 1943 de la vida descoyuntada y el destino espasmódico del capitán Contreras, y descoyuntado y espasmódico fue su mundo, el Mediterráneo, tal como lo describe insuperablemente Pérez-Reverte: "Patio trasero de Oriente y Occidente donde se conocía todo el mundo, recinto interior de potencias ribereñas que allí ajustaron sus cuentas, mezclaron carne, acero, sangres y lenguas, renegando, negociando y al mismo tiempo combatiendo entre sí". No hay guerra de religiones o patrias. Lo mismo son moros que cristianos. Se pelea por vivir. Valor, temple e ingenio son lo único que tiene el soldado, inmensamente solo en su universo violento y populoso. "Nos tenían por hombres sin alma", dice Contreras, orgulloso de haber merecido el amparo y el afecto de sus sucesivos señores. Lo que parece abrigar más al capitán es su hábito de la Orden de San Juan de Jerusalén, a la que también perteneció Lope de Vega, que lo cobijaría en su casa en 1625 y le dedicaría la comedia El rey sin reino.

Lope oyó las historias que contaba Contreras, y lo juzgó, temido en Turquía y en toda la Berbería, digno de un poema heroico después de haber "librado la vida de tantas pendencias, asaltos, batallas, emboscadas, envidias, desafíos, mares y extrañas tierras, y últimamente de dos venenos". A Contreras lo envenenaba la proximidad de la Corte, hasta la desesperación de herir a un escribano en El Escorial y hacerse ermitaño en el Moncayo. El episodio, excelente, de humor místico, se inicia con la compra de instrumentos para la nueva función del capitán: cilicio, disciplinas, sayal, reloj de sol, libros de penitencia, semillas, azadón y calavera. A fray Alonso de la Madre de Dios, nombre religioso del intrépido capitán, lo salva de terminar haciendo milagros la fabulosa acusación de ser rey de los moriscos. Conforme los sucesos narrados se aproximan al momento en el que fueron escritos, la realidad se vuelve ensoñación, y vemos a Contreras soberano de islas africanas y ciudades de Italia, sospechoso de espionaje en Francia, preso en fuga, excomulgado, adversario del fantasma de sir Walter Raleigh en las Indias, hombre que se reúne con el rey y el Papa, triste pretendiente en la Corte, envenenado en Roma y en Osuna, caído en desgracia de su señor, y siempre ansioso de dignidad.

Mientras cuenta desmanes, parece iluminado por el asombro de seguir con vida, hacia adelante: "Yo no podía huir", dice, renegando de la cobardía infame, y obligado a recurrir a la maña muchas veces, "cuando me vi casi perdido". El mayor rufián de España lo consideró alguna autoridad, que quizá presentía su futura leyenda. Benedetto Croce y Leonardo Sciascia han recordado su paso por Nápoles y Sicilia. Su autobiografía es un documento que rompe las ideas recibidas sobre lo que un soldado del Siglo de Oro llegaba a sentir por la patria, España, el altar y el trono.

JUSTO NAVARRO

El País, Babelia, 17 de mayo de 2008


Vida de este capitán

Estas memorias, a salto de mata de un capitán de tiempo de Felipe IV y Olivares, se convirtieron en un clásico de nuestro Siglo de Oro, gracias al estupendo prólogo de Ortega en 1943, en el que el pensador madrileño traza una pimpante semblanza de Lope de Vega, encandilando con las aventuras que de sus propios, labios le refiere el capitán Contreras. Si bien se mira, es una escena tópica de la pintura pompier, un espadachín alardea farruco ante el monstruo de la comedia.

Contreras nació en Madrid en 1582, coetáneo de Quevedo, nacido también en Madrid en 1580. Lope era de la cosecha de 1562. “Nos tenían por hombres sin alma”, alardea Contreras de su oficio mercenario, digamos un pirata al servicio del virrey de Nápoles. Ser un desalmado era como ser un orco, un apestado social, en una España con dos caras. Por un lado la Corte puritana de un rey libertino, Felipe IV, y por otro la Armada y los Tercios de Olivares, plagada de canallesca pura y dura. Se ha dicho que la novela picaresca juega con un oxímoron pueril, ser la confesión de un mentiroso. En este sentido, Contreras miente a rachas y dice la verdad tornasolada o por equivocación, como cada quisque, en el Siglo de Oro, y en el Siglo de Picasso.

Lope de Vega tuvo ocho meses a Contreras a cuerpo de rey en su casa de Madrid. Casi un parto, como si el poeta se hubiese quedado preñado por el pico de oro del pirata Contreras. Quizá lo más jugoso del relato, son sus aventuras galantes con las quiracas o fulanas de Malta, y otros devaneos de amor tenoriesco. Todo un personaje, y toda una delicia, sumergirse en la lectura de tan vivaz y relampagueante vida de mosquetero español.

CÉSAR PÉREZ GRACIA

Heraldo de Aragón, 13 de marzo de 2008


Aventuras de un soldado de fortuna

Alonso Guillén Contreras fue un capitán español, un soldado de fortuna cuando las guerras eran el camino para medrar. Viajó a Nápoles y Sicilia, y de allí a Malta, donde mayor peligro corría frente al avance del turco, pero el sitio idóneo para ganar mucho dinero. Nacido el 6 de enero de 1582, dos años antes de que El Greco pintara El entierro del conde de Orgaz y seis de la derrota de la Armada Invencible, la escala de valores de Contreras no era otra que la del pillo por necesidad, y aunque capitaneaba las huestes católicas, era, como dice Ortega, un hombre sin principios, y sin fines, por eso "dondequiera que pone la planta brota la aventura, el conflicto, el lío, y no puede volver una esquina sin caer en medio de alguna zalagarda que lo obligue, cuando menos, a airear el estoque y acabar entre alguaciles". Un aventurero que escribió su vida como quien redacta un listado de méritos para elevarlo a instancias superiores. Y éste es el valor de unas memorias escuetas, olvidadas en algún estante polvoriento hasta que fueron publicadas en 1900 en el Boletín de La Real Academia de la Historia. Ortega y Gasset las prologó para la reedición que hizo de ellas la Revista de Occidente en 1943, y ahora ven de nuevo la luz publicadas por Javier Marías en la Biblioteca del Reino de Redonda. Contreras pasea por estas páginas sus faenas y andanzas, y sorprende al lector con una revelación insólita cuando relata cómo Lope de Vega le acogió en su casa durante ocho meses. ¿Cuántas novelas inspiraría a su anfitrión?

JULIA LUZÁN

El País Semanal (Libros), 30 de marzo de 2008




Vida de este capitán

Como saben los veteranos de esta página, Javier Marías y el arriba firmante tenemos una vieja relación fraguada en XL Semanal antes de que él se trasladara con la tecla a otra latitud y longitud. De esa amistad proviene mi título de fencing master de la pintoresca corte de Redonda; de la que Javier tuvo a bien honrarme, en su momento, con el no menos pintoresco título de duque de Corso, que cargo con la resignación adecuada y con cuanto garbo puedo. Lo que algunos de esos lectores no saben es que el reino de Redonda también lleva a cabo una singular labor editorial, rescatando libros interesantes y raros, difíciles de encontrar en el mercado editorial español. Diremos en honor de mi compadre que editar esos libros le cuesta un huevo de la cara, pues las ventas nunca compensan los gastos. Pero cada cual tiene sus oscuras pasiones. Otros invierten en la Bolsa, coleccionan patos de Lladró, o se van de putas.

Es el caso que hoy no tengo más remedio que darle cuartelillo en esta página, por la cara, a la editorial del reino de Redonda, porque el maldito perro inglés me ha liado con uno de tales libros, pidiéndome el prólogo. Casi nunca hago eso –non sum dignus de tales jardines, y doctores tiene la Iglesia–, excepto cuando se trata de un amigo íntimo que me pone entre la espalda y la pared, como dirían algunos de los muchos analfabetos que viven –de modo vergonzoso, pero como califas– de la política en España. Y esta vez Javier me acorraló sin escapatoria posible: se trataba de prologar, compartiendo papel con el ya clásico ensayo de Ortega y Gasset sobre el personaje en cuestión, la Vida del capitán Alonso de Contreras: uno de mis héroes más conspicuos desde que me asomé, por primera vez, a su fascinante, aventurera y espadachinesca biografía; hasta el punto de que a ese personaje –entre muchos otros hombres y libros, cierto, pero a él de modo especial– debe en parte la vida mi viejo amigo Diego Alatriste.

Y créanme, bajo esa palabra de honor a la que, por lo visto, ya nadie acude en nuestra España bajuna y embustera: al mencionar aquí la Vida de este capitán Alonso de Contreras, el favor no se lo hago a quien lo edita, sino a quienes gracias a él podrán leerlo. No por mi prólogo, claro, que resulta perfectamente prescindible, sino por el ensayo de Ortega y, sobre todo, por el texto extraordinario de las memorias del veterano soldado español del siglo XVII: no hay novela de aventuras comparable a esa vida narrada con estremecedora naturalidad, sin asomo de pretensión literaria. Una vida profesional pasada sobre las armas, que constituye, puesta por escrito, un documento único sobre aquel espacio ambiguo e impreciso que fue el Mediterráneo de su tiempo: frontera móvil de aventura, horror y prosperidad, patio trasero de Oriente y Occidente donde se conocía todo el mundo, recinto interior de potencias ribereñas que allí ajustaron cuentas mezclando carne, acero, sangres y lenguas, renegando, negociando y combatiendo entre sí con la tenacidad memoriosa, mestiza y cruel de las viejas razas.

De un tirón, el capitán Contreras escribió su vida sin pretensiones de que el laurel de la fama póstuma le adornase el retrato. Era un soldado profesional recordando; nada más. Y esa honradez narrativa resulta lo más asombroso de su historia. Va sin rodeos al grano, describe acciones, temporales, lances de mujeres, peripecias cortesanas, duelos, abordajes, crueldades, venturas y desventuras, con la naturalidad de quien ha hecho de todo eso su vida y oficio, dispuesto a dejar atrás una mezquina y triste patria asfixiada por reyes, nobles y curas; probando suerte en mares azules, bajo cielos luminosos, jugándose el pellejo entre corsarios, renegados, esclavos, soldados, presas y apresadores, con la esperanza de conseguir medro, botines y respeto:

«El capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba a morir, porque dijo: Señores, a cenar con Cristo o a Constantinopla».

Contreras escribe así: escueto y sobrio, sin adornos ni bravuconadas, con espontaneidad y conocimiento íntimo de la materia. Sin adornos. Ninguna aurora de rosáceos dedos, onda azul o espuma nacarada mejoraría su relato breve y simple de un abordaje sangriento al amanecer, del yantar compartido durante una tregua con el turco que mañana será de nuevo enemigo, del lance a cuchilladas en un callejón oscuro. Alonso de Contreras fue un tipo duro en tiempos duros, y su relato resuena en esta España de hoy, tan comedida, prudente y políticamente correcta, como un tiro de arcabuz en mitad de una prédica de san Francisco de Asís. Nos hace reflexionar sobre lo que fuimos, y sobre lo que somos. Nos divierte, nos aterra y nos emociona. Y ésas son razones más que de sobra para leer un buen libro.

ARTURO PÉREZ REVERTE

XL Semanal, n. 1068, 13 de abril de 2008


Sobre el querer y el poder

Escribía ayer Relaño que va a ser verdad que podemos. Cuatro goles y un grupo de once hombres brillantes convertidos en un Equipo que no se deja amilanar por (malos) presagios, farios y sombras históricas, aferrándose, en cambio, a su propia voluntad y talento para encarar el destino. Una actitud que me ha hecho pensar en un tipo que hizo eso mismo con su vida hace unos cuantos siglos. Sin duda era "de armas tomar", como lo define Arturo Pérez-Reverte, y vaya si lo fue. Y en el más estricto sentido de la palabra. Finalizaba el siglo XVI, cuando, con doce años, Alonso de Guillén Contreras despacha de unas cuantas cuchilladas a un compañero de clase. Con quince ya está peleando en Flandes. Luego el Mediterráneo se convertirá en su territorio de caza, donde capitaneará naves de la orden de San Juan y luego se empleará como corsario contra el turco, una actividad que bordeaba los límites entre la contienda reglada y el pirateo sin limitaciones.

A este carácter poco paciente y proclive a la cólera se le unió una mano ágil y diestra con el acero, como pudieron comprobar su propia mujer y su amante a quienes "... cogí juntos una mañana y se murieron. Téngalos Dios en el cielo si en aquel trance se arrepintieron. Las circunstancias son muchas y esto lo escribo de mala gana". Y es que todas estas peripecias, y muchas otras más, las conocemos no por el relato de un escribano, sino por la propia mano del capitán Contreras. Al escritor Javier Marías y su sello editorial Reino de Redonda nos debemos la oportunidad de acompañar a este soldado en su tumultuosa biografía. Se trata de una reedición de Vida de este capitán de Alonso de Contreras, prologado por Arturo Pérez-Reverte (que lo ha convertido en personaje secundario de su saga sobre el capitán Alatriste), y que también contiene un interesante estudio preliminar de José Ortega y Gasset, quien lo publicó en Revista de Occidente en 1943.

Como bien escribe Reverte, Contreras no fue el único soldado que escribió su vida, pero sí el mejor por su sobriedad y falta de pretensión literaria. De esas páginas emerge el relato contundente de alguien que, como señala Ortega, pertenece a una especie única: el soldado. Antes, en la Edad Media, sólo había existido el guerrero, el caballero, y luego vendría el militar. Contreras perteneció a esa máquina de guerra inexorable y feroz como un desastre natural en unos siglos tan terribles como fructíferos. Hay quien, como Enric González, ha querido ver en este relato la biografía del hombre moderno, aquél que enfrenta cada día su fortuna sin echarle la culpa a designios divinos ni hados caprichosos. Tomaban la vida en sus manos y la apuraban hasta el fondo sabiendo que debían arreglárselas por su cuenta pues vivían y morían de igual modo: solos. No deja de ser una interesante reflexión para los que hoy nos representan en los campos de juego.

SEBASTIÁN ÁLVARO
(Director de Al filo de lo imposible)

As, 12 de junio de 2008

domingo, agosto 10, 2008

Los libros que cambiaron la vida a Javier Marías

1. Ricardo III / Macbeth de William Shakespeare.
2. Tristram Shandy de Laurence Sterne.
3. El corazón de las tinieblas / El espejo del mar de Joseph Conrad.
4. Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.
5. Ensayos de Michel de Montaigne.
6. En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
7. Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke.
8. Cuentos completos de Henry James.
9. La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson.
10. La caída de Constantinopla 1453
de Sir Steven Runciman.

Cien escritores en español eligen los 100 libros que cambiaron su vida
Lista completa

El País Semanal, 10 de agosto de 2008

viernes, agosto 08, 2008

Javier Marías, premio José Donoso de Literatura

La noticia de la concesión del premio José Donoso -el premio literario internacional más importante que tiene Chile- a Javier Marías no debería sorprender a nadie. Si pensamos sólo en narradores, Marías se encuentra, junto a Juan Goytisolo, Juan Marsé y Enrique Vila-Matas, entre los grandes indiscutibles de la literatura española contemporánea. De los cuatro, Marías es el que ha logrado trascender más en su impacto fuera de las fronteras de España. Su obra ha sido traducida a treinta y cuatro idiomas, ha vendido casi cinco millones de ejemplares, y ha ganado premios del nivel del IMPAC.

Javier Marías ha construido un mundo narrativo muy complejo que tiene la virtud de convocar a nombres centrales de la literatura universal -Shakespeare, Cervantes, Sterne, Henry James, Proust- sin por ello palidecer en la comparación, o desaparecer bajo el peso de influencias tan peligrosas (no es fácil buscar emparentarse con Shakespeare y vivir luego para contarlo). En Marías, el mundo importa a partir de sus narradores, y también, cada vez más, a partir de quienes escuchan las narraciones. Narrar es peligroso, la narración es un "cerco de sangre" que no desaparece de nosotros, un veneno para el que no hay antídoto. La prosa sinuosa de Marías, muy consciente de sí misma, es una puesta en escena formal de aquello que predica: pocas cosas hay en la ficción de nuestros días que sean más encantatorias que las voces de los narradores de Marías. O mejor, la voz del narrador, porque siempre parece ser el mismo: un ser dubitativo, oscilante, puntillista, cuya gran aventura es la del intelecto, pues todo pasa por su cabeza, todo repercute, todo reverbera en él. Un ser que sabe que el tiempo avanza y quisiera ampliar la narración del instante antes de la llegada inevitable de la "difuminación" (si Proust busca recuperar ese tiempo ya avanzado, Marías sabe que eso es imposible: al tiempo ya ocurrido no le queda más que la aniquilación).

Marías reivindica la novela como el único género artístico verdaderamente capaz de explorar en detalle la subjetividad del ser humano y moverse a sus anchas a través del tiempo y su envés. En la exploración incansable de ese tema, el escritor español ha escrito al menos tres obras maestras: Todas las almas, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. A ese conjunto de textos imprescindibles debe agregarse la monumental Tu rostro mañana, una trilogía arriesgada en su voluntad de llevar al extremo su experimentación con el tiempo narrativo y el de la historia, y Negra espalda del tiempo, ese híbrido de ficción y no ficción inicialmente poco comprendido, que, con el paso de los años, se va revelando como un texto cada vez más importante, un precursor de ciertas tendencias centrales en la narrativa contemporánea. Hay críticos y escritores que son capaces de defender a muerte su Vidas escritas, ese conjunto notable de perfiles de escritores, y, a pesar de la imagen de Marías como un escritor encastillado en su torre de marfil, como articulista se muestra como un agudo y malhumorado) observador de las vidas y costumbres de la sociedad española. En conjunto: se trata de una obra que se merece ampliamente el premio José Donoso.

EDMUNDO PAZ SOLDÁN

La Tercera, 8 de agosto 2008


Marías, el apostador

Siempre lo acusaron de escribir para escritores. O de escribir para extranjeros. Javier Marías, al parecer, escribe para todos salvo para esa entelequia que vive en las mentes de algunos críticos: "el lector común". Pero quiénes, sino los lectores, permitieron que el excéntrico muchacho que publicó en 1971 Los dominios del lobo -ese engendro que a muchos en España hizo arrancarse los cabellos porque ahora, al parecer, los jóvenes escribían sobre bandidos anglosajones y le daban la espalda a la Patria- sobreviviera y encontrara editor para sus siguientes libros. Y quiénes sino los lectores lo convirtieron en un inesperado best seller a mediados de los años noventa, cuando Marías encontró su voz en obras maestras como Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. Libros, dicho sea de paso, que ya han influido en una o dos generaciones de narradores, sin excluir al que esto firma. (Alguien ha escrito, con razón, que Marías es el primer escritor hispánico desde Borges que no sólo tiene estilo, sino que crea enteramente uno. En verdad, cualquier frase de Marías se deja identificar de inmediato como tal. ¿De cuántos escritores puede decirse lo mismo?).

Está bien que Marías haya ganado el Premio José Donoso. A veces los premios sirven para revelar a un desconocido o consagrar a una promesa; claramente, éste no es ninguno de esos dos casos. A veces sirven como elegía o monumento a una obra terminada, cuando el autor acaba de morir o está vivo, pero ya lo ha dado todo. Tampoco es el caso. Pero pueden servir de recordatorio. A mí, personalmente, me gustaría que este premio se subtitulara "A la apuesta redoblada". O "Al riesgo". Porque si Marías hubiera dejado de escribir en 1998, su lugar en la literatura estaría, de todas formas, asegurado. En vez de eso, eligió embarcarse en un proyecto capaz de romperle la espalda a cualquiera. Una trilogía que suma más de mil páginas y que ha salido triunfante de la prueba.

Gonzalo Garcés

La Nación (Chile), 7 de agosto de 2008


Javier Marías, premio José Donoso de las letras en Chile

Javier Marías obtuvo el miércoles, en su octava edición, el Premio José Donoso, que concede la Universidad chilena de Talca a un autor iberoamericano por la calidad y originalidad de su trayectoria. António Lobo Antunes, Ricardo Piglia y José Emilio Pacheco han sido algunos de los escritores galardonados en ediciones anteriores. El jurado se decantó por unanimidad por Marías, primer español que recibe este premio, dotado con 16.200 euros.

Contento por saber que su obra es valorada en un país latinoamericano, "donde no siempre hay interés por lo que se escribe en España", Marías dijo ayer que conoció a Donoso (1924-1996) cuando residió en Madrid y que valora mucho novelas suyas como El lugar sin límites, El obsceno pájaro de la noche o Casa de campo. "Cuando se publicó esta última en 1978, Donoso me invitó a presentarla con otros, entonces jóvenes, escritores españoles", recordó el autor de Tu rostro mañana, que celebró también que el premio proceda de un país de rica tradición literaria. Y se refirió, al margen de sus clásicos, a dos autores que respeta mucho, Roberto Bolaño y Francisco Coloane.

El País, 8 de agosto de 2008

miércoles, agosto 06, 2008

Javier Marías gana el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso


El escritor español Javier Marías fue galardonado hoy con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, que concede desde el 2001 la Universidad chilena de Talca.

Javier Marías fue designado por unanimidad del jurado, que reconoció “el trabajo de una vida entregada a la literatura” por parte del autor de Los dominios del lobo.

El premio, que es auspiciado por el Banco Santander Chile, está dotado con 20.000 dólares (unos 13.000 euros), una medalla y un diploma que serán entregados al escritor durante el próximo año.

El escritor, al ser informado por llamada telefónica al lugar donde se encontraba de vacaciones, agradeció el reconocimiento y se manifestó contento por el galardón. ”Me causa mucho placer recibir un premio desde un lugar tan lejano porque cuando uno escribe, en realidad, no sabes quién lo va a leer”, dijo Marías.

Y agregó: “cuando uno escribe no se puede imaginar que lo van a leer en su propio país o ciudad, el hecho de saber que en un país tan lejano como Chile se conoce, eso me causa mucho placer”.

Javier Marías aseguró tener “un buen recuerdo” de José Donoso, ya que tuvo la oportunidad de conocerlo en persona, cuando el chileno le pidió en Madrid que presentara su libro Casa de campo, obra admirada por el español.

Nacido en Madrid en 1951, Marías se ha destacado por sus obras narrativas como Todas las almas, Tu rostro mañana, Negra espalda del tiempo y El hombre sentimental, entre otras. También ha destacado por sus traducciones, ensayos y artículos periodísticos.

Según el jurado, Marías en todas su obras “manifiesta la maestría del manejo del idioma a través de una escritura crítica, inteligente, seductora, que atrapa al lector en sus asedios a la condición humana, desde la paradoja, la conjetura, la ternura, el humor y la poesía”.

Destaca asimismo que “el compromiso crítico con la memoria histórica y el carácter ensayístico y ético de sus novelas contribuyen a la singularidad de su escritura universal, y le convierten en un referente imprescindible de las letras actuales”.

“Según nuestros criterios, Marías era el que más se adhería, además es un escritor conocido internacionalmente, tiene un intimismo en su obra muy interesante, tiene una proyección universal que hace que los lectores se compenetren y se identifiquen con el narrador”, dijo a Efe Domenico Antonio Cusato, jurado proveniente de la Universidad italiana de Catania.

En tanto, Selena Millares, jurado de la Universidad de Madrid, afirmó que “no hubo discrepancia al elegir a un autor que es esencial para las letras actuales, que es conocido, que tiene proyección en el espacio actual y una cierta sintonía con la propuesta narrativa de José Donoso”. “No había la menor duda para los jurados que él iba a ser elegido”, subrayó Millares.

Además de Domenico Cusato y Selena Millares, el jurado lo integraron Sussane Klengel de la Universidad Mainz de Alemania, María de las Nieves Alonso, profesora de la Universidad de Concepción, de Chile y el escritor chileno Roberto Merino.

El premio José Donoso fue instituido por la Universidad de Talca, ciudad natal del escritor chileno (1924-1996), para perpetuar la memoria del autor de El lugar sin límites y su vinculación a esa región de Chile, 250 kilómetros al sur de Santiago.

Los anteriores ganadores fueron el mexicano José Emilio Pacheco (2001), la argentina Beatriz Sarlo (2002), la chilena Isabel Allende (2003), el peruano Antonio Cisneros (2004), el argentino Ricardo Piglia (2005), el portugués António Lobo Antunes (2006) y el cubano Miguel Barnet (2007).

Terra, 6 de agosto de 2008

domingo, agosto 03, 2008

Fotos y vídeos de las ponencias de Javier Marías y Elide Pittarello en "Lecciones y Maestros"