martes, junio 05, 2007

Los Miramientos de Javier Marías

A estas alturas ya nadie que no sea un envidioso o un majadero se atreve a negar que Javier Marías (Madrid,1951) es una gloria de la lengua española. Cada una de sus obras tiene voz y estilo: el sello inconfundible de su espíritu. Premios y traducciones aparte, su novela Corazón tan blanco (1992) es una cima de la literatura contemporánea. Hay palabras como lanzas; callarlas abre espacio a música de vida, la respalda. Todo misterio relacional está evocado en la coda -tres páginas inagotables-.

En sus Miramientos (Random House Mondadori: Barcelona, 2007), Javier Marías toca el misterio de la identidad de cada ser que tiene en la mira, ateniéndose a lo que le dicen y sugieren apenas unas cuantas fotografías, la mayor parte de las veces sólo dos. Pero la limitación a la que a sabiendas se somete el autor de Tu rostro mañana, lejos de empobrecer su percepción la agudiza y le permite ejercer a plenitud su talento de leer en un semblante, una actitud y un gesto algo profundamente esencial de su dueño que escapa a lo meramente biográfico y lo define, mostrando el sentido oculto de sus transformaciones en el tiempo. Con una mezcla de modestia y cautela, dice en el prólogo escrito hace diez años, que "es todo arbitrario, discutible y seguramente equivocado", pero en vez manifiesta su espléndida lucidez verbal y el buen humor que sólo se abstiene de compasión ante un rostro que percibe implacable. Y se recrea ante el enigmático aplomo de los admirables, por ejemplo Juan Benet, tan misterioso como sus novelas, la mejilla apoyada en "la mano distinguida, que abarca".

Pero no tengo espacio aquí ni deseo privar a los lectores del gozo de hallar por cuenta propia lo que la mirada de Marías ve ("¿más de la cuenta?") en los quince autores de lengua española que contempla, y entre los que comparecen: Valle-Inclán, "con su barba fluvial", invulnerable, el apuesto Adolfo Bioy Casares conforme, Victoria Ocampo (de ojos "fulgurantes y alerta, con una mezcla de afán, vivacidad y miedo") fantástica, y Guillermo Cabrera Infante, ya convertido en personaje de "ojos dinamiteros" que ensaya ante la cámara un gesto de hosca desolación. Cada uno de estos miramientos que nunca pasan de cuatro páginas, dicen más que un libro completo. Y qué talento muestra su autor para leer las frentes: la del desafiante Fernando Savater es inquieta y generosa, la del desvalido Jorge Luis Borges, ya ciego, se le aparece "surcada por perfiles de pájaros en un Van Gogh", y a la de Pablo Neruda, harto nublada desde que aún se llamaba Neftalí Reyes, la poca distancia entre las cejas y el nacimiento del pelo "no le permite asomo de nobleza".

El impúdico brazo del poeta chileno contrasta con el izquierdo inexistente de Valle Inclán ("frente bromista"), tan discreto. Lo más apasionante de estas semblanzas es que la vida que el autor capta en ellas, nada tiene que ver con que estén vivos o muertos los retratados. La mirada "del hombre tan cálido y transparente que fue Vicente Aleixandre" me hizo ir a buscar su Historia del corazón, con el deseo de visitarlo y escuchar de su voz mi poema favorito. Javier Marías, como en toda su obra narrativa, muestra aquí que la muerte es un accidente que apenas tiene que ver con la vida real y la presencia. Todo inmortal que muere continúa viviendo y hay quienes están vivos sólo en apariencia (tal vez autoasesinados), como en aquel filme Los muertos vivientes. Pero esa es otra historia. La mano derecha del envejecido Aleixandre, tiene la intencionada elegancia que falta a la mano "caída y muerta, como apéndice inservible", del García Lorca asilvestrado que con mirada turbia y traje blanco, posa en el puerto de La Habana junto a un niño vendedor de El País.

Cuando las fotografías son imágenes llevan cifradas la memoria personal, pero hace falta alguien de gran sensibilidad e imaginación que sea capaz de descifrarlas, porque contrario a lo que quieren hacernos creer, mil imágenes no valen lo que pocas palabras justas para revelar su sentido. El conjunto termina con un "Autorretrato farsante". El autor no se perdona y generosamente incluye seis fotografías suyas de distintas épocas (tantas como del vehemente Horacio Quiroga, cuya inclusión justifica por cansancio). Es una delicia leerlo, pero a veces se trasluce sabiendo demasiado lo que hay que ignorar para verse mejor, u olvida lo que sólo otra mirada, esotérica, puede intuir o adivinar. En la primera foto, su rostro parece un bajorrelieve con pelo de madera y perfil esculpido en luz por Donatello. Podría haber reposado en un medallón sobre los senos de su madre. En la penúltima se regodea ya logrado: fusión feliz de Dean Martin y Jerry Lewis.

JUANA ROSA PITA

El Nuevo Herald
(Miami), 3 de junio de 2007