martes, octubre 11, 2005

Las almas que rondan

Se trata de un libro ya antiguo, de 1989, aunque desde luego no fuera una de mis primeras novelas, pues resulta ser la sexta si aún sigo contando como tal la extraña y semiclandestina El monarca del tiempo, de 1978. Tampoco es Todas las almas la más conocida ni la más vendida (habría al menos dos de mayor renombre y éxito comercial). Sí ha sido, en cambio, una de las más elogiadas y también una de las más denostadas, si bien en ambos aspectos alguna hay que la supera. Pero yo le tengo especial debilidad, y son varias las razones.

No debería hacer falta decir que yo lo paso muy bien escribiendo. De no ser así, no habría dedicado tantas horas de mis años a esa actividad, ni desde la tempranísima edad de diecisiete (quiero decir, con resultado de publicación). Pero quizá haya dos libros que me divirtió escribir por encima de todos, Vidas escritas, breves relatos biográficos de autores extranjeros, y esta novela que se fingió más autobiográfica de lo que es. De hecho fue, sin duda, la que llevó a muchos lectores a identificar más de la cuenta a mis narradores conmigo mismo, pues quien contaba la historia había pasado, como yo, dos cursos enseñando en la Universidad de Oxford las mismas materias que yo enseñé allí. Y aún es más: cuando se tradujo al inglés como All Souls, el editor británico me instó a insertar una nota previa en la que más o menos advirtiera lo que toda película advierte, a saber: que los personajes no se correspondían con personas reales de esa ciudad, y que toda semejanza era una coincidencia (el hombre temía algún pleito por difamación). Sin embargo, como relaté en mi falsa novela Negra espalda del tiempo, de 1998, eso no sirvió de mucho, y no fueron pocos los individuos oxonienses que creyeron verse retratados en Todas las almas, lo cual, para mí al menos, no ha sido tanto motivo de enojo cuanto de diversión.

En parte por eso, esta es la novela que más consecuencias directas ha tenido en mi vida, y la que más cambios me ha traído, entre ellos mis actuales responsabilidades (un tanto vagas, eso sí) con el legendario y literario Reino de Redonda, del cual hablé en sus páginas por primera vez. Por último, el mundo de Todas las almas es, de los que he inventado o fabulado, el que se ha mostrado más fértil y con más ramificaciones: no sólo rea pareció en la ya mencionada Negra espalda del tiempo, sino en el actual proyecto novelístico en que me encuentro embarcado, Tu rostro mañana, cuyo tercer volumen, después de Fiebre y lanza, y de Baile y sueño, apenas si he empezado aún a escribir. Y aún es más: el narrador de esta larguísima y quizá abusiva novela es el mismo que el de Todas las almas, solo que al cabo de bastantes años y ahora con nombre, Jacques Deza, del que careció enteramente en su primera aparición.

Ese es, a buen seguro, el motivo por el que, en los años transcurridos desde su publicación, a veces me he visto obligado a consultar pasajes de aquella obra para no incurrir en contradicciones con lo relatado en ella. Nunca se me ocurriría releer ninguno de mis libros, y no lo hago, de manera que esas consultas ocasionales son una verdadera excepción. Y, aunque acaso no esté bien añadir esto, cada vez que mis ojos han caído sobre sus páginas, tanto si las recordaba como si las había olvidado (a menudo me he preguntado: "Y este personaje, ¿quién es y qué pinta?", sin la menor memoria de haberlo creado), los fragmentos releídos me han complacido e interesado razonablemente, hasta el punto de tentarme a continuar la lectura cuando ya no había necesidad.

Escribí Todas las almas en Madrid y en Venecia, más o menos a partes iguales. Tal vez el recuerdo de aquella etapa de mi vida contribuya asimismo a la debilidad que siento por esas almas tan vivas que aún me rondan y se niegan a desaparecer.

JAVIER MARÍAS

Qué leer
, núm. 102, septiembre de 2005